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2.2. Bases de la convivencia

La educación, tanto formal como informal, en la familia y en la escuela, es un elemento clave en la construcción de una cultura de paz como vehículo de transmisión de valores y de aprendizaje de comportamientos desde la infancia más temprana.

Tanto la enseñanza como el aprendizaje de la convivencia demandan un enfoque formativo y preventivo que centre su atención en la formación de los estudiantes desde una mirada integral, considerando su dimensión no solo cognitiva, sino también social y emocional. Esta dimensión socioemocional debe abordarse sistemáticamente en las prácticas pedagógicas cotidianas, tomando en cuenta los procesos intrapersonales e interpersonales que entran en juego en la convivencia escolar.

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El desarrollo de habilidades sociales y emocionales se transforma en una oportunidad para la escuela, a fin de contribuir al fortalecimiento personal y al funcionamiento social de los estudiantes, en tanto que favorece el autoestima y la identidad; la autorregulación de las emociones e impulsos; el respeto de las reglas; el manejo y la resolución de conflictos; y el establecimiento de relaciones inclusivas, armónicas y pacíficas. Trabajar la empatía, la asertividad, la escucha activa, la resiliencia, la participación, el trabajo en equipo, la negociación, el manejo de la presión del grupo, la tolerancia a la frustración y la perseverancia, entre otras, contribuyen a ello, así como a la prevención de conductas de riesgo, fortaleciendo la capacidad de las y los estudiantes para la toma de decisiones reflexivas y asertivas.

En las unidades educativas la convivencia se desarrolla en medio de relaciones interpersonales entre todos sus integrantes, en un escenario en el que se establecen procesos de comunicación con valores, actitudes, roles, estatus y poder, por lo que es importante tener claridad sobre los elementos imprescindibles para construir un proceso de convivencia armónico y pacífico.

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