Confianza de los pobres en la persona de Jesús
AMBIENTACIÓN: En este Domingo la Palabra de Dios nos llega a través de unas lecturas que tienen un denominador común: el arrepentimiento, la fe y el amor de Dios son tres notas que aparecen en ellas. Pidamos al Señor que, su Palabra, nos ilumine y descubramos el gran corazón perdonador de Dios. Cuando Jesús de Nazaret, ante la miopía espiritual y social del fariseo Simón, perdona a la pecadora, está haciendo un acto de amor supremo avalado por el gran amor que también demuestra la mujer. Es todo un gran mensaje de amor y perdón muy especial para estos tiempos en los que el amor está cada vez más ausente y el perdón apenas aparece. Sigamos a Jesús, durante todo este Tiempo Ordinario, en su permanente lección de amor y de concordia.
1. INVOCACIÓN al Espíritu Santo Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, ilumina nuestro entendimiento y mueve nuestra voluntad, para que podamos estar bien dispuestos a acercarnos y escuchar la Palabra de Vida que nos hace entrar en comunión con Cristo y convertirnos para participar de su glorificación. Amén.
2. LEÁMOS la Palabra: ¿QUÉ DICE el texto? 2Sam. 12,7-10.13: «El Señor perdona tu pecado. No morirás» Esta narración del segundo libro de Samuel ha dejado en la Historia Salvífica y en la Teología profunda huella por las interesantes enseñanzas que contiene: El pecado de David narrado con toda su objetividad y crudeza. Ni se calla ninguna de las circunstancias agravantes. El Rey ha sido elegido por Dios; y colmado de honores, victorias y predilecciones como ningún otro personaje de la Historia de Israel. A estas predilecciones divinas va ahora a responder David con pecados gravísimos que ofenden a Dios, manchan la Alianza y escandalizan a todo el pueblo: adulterio del Rey con agravio despiadado de uno de sus más fieles soldados: mientras este leal soldado -Urías- está en campaña, David comete adulterio con Betsabé, esposa de Urías. Al adulterio sigue el asesinato. Un asesinato tramado villanamente, cínicamente.
Tan grave ataque a la Ley de la Alianza no puede dejar mudos a los Profetas, guardianes de su pureza y fidelidad. El Profeta Natán se enfrenta con el poderoso y atolondrado Rey; y en nombre de Dios le conmina con los castigos divinos. Su apólogo O parábola, ordenada a despertar la conciencia y el arrepentimiento del Rey David, hizo impacto inmediato; y lo sigue haciendo a través de los siglos en miles de conciencias. Haríamos bien en leerlo y aplicárnoslo hoy, que tanto se va perdiendo la conciencia del pecado.
Sal. 32(31): «Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado» El salmo responsorial de este domingo es una magnífica descripción del gozo del pecador que confiesa su pecado: «Propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", y tú
perdonaste mi culpa y mi pecado». Las palabras del salmista pueden ser palabras de David, de la pecadora del evangelio, de cada uno de nosotros... El texto del salmo 32(31) merece ser aprendido de memoria y recitarlo como plegaria de acción de gracias después de celebrar el sacramento de la reconciliación. Pocos textos expresan de un modo tan directo la experiencia del hombre pecador y perdonado.
Gál. 2,16.19-21: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí» Ante la asamblea de Antioquía y ante una falta de tacto de Pedro (no error doctrinal), Pablo defiende el camino a seguir. El Evangelio ni es ni debe parecer una secta Mosaica: La Ley no puede dar otra santidad que la ritual o cultual; mera sombra y prenuncio de la que lo es de verdad: la gracia. Pedro defendió esta verdad en Hch.11, 1-18. Si en Antioquía se atiene a la Ley Mosaica es en consideración de los judíos allí residentes; para evitar su escándalo. Pero con ello hace daño a los muchos cristianos de la gentilidad que hay en la Comunidad de Antioquía. La gran autoridad de Pedro podría convertir en un deber lo que él hace sólo para no exacerbar a los «judaizantes». Las contundentes afirmaciones del apóstol expresan dónde radica nuestra salvación: en una configuración con la muerte de Cristo en la cruz, para participar en su existencia de cara al Padre. En otras palabras: en la inserción, por el Bautismo, en el Misterio Pascual de Cristo. La Ley es sólo para llegar a Cristo. Sólo Cristo nos da la Salvación. Retornar a la Ley y exigirla como condición salvífica sería anular a Cristo. Es evidente: si nos salva Moisés, ¿a qué ha venido Cristo? Pablo, que fue celoso fariseo, conoce esto existencialmente y con claridad meridiana desde que en Damasco se pasó de los brazos yertos de la Ley a los brazos salvadores de Cristo crucificado y resucitado. Esta hermosa experiencia vivencial suya nos queda cincelada en aquella frase inmortal, también suya, de la que teólogos y místicos extraerán sus luces y sus ardores: «Vivo, mas ya no yo; es Cristo quien vive en mí» (Gál. 2,. 20).
Lc. 7,36 - 8,3: «Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor»
EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor. 7,36
Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. 37 Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, 38 y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
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Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora»
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Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte» Él dijo: «Di, maestro» «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el
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otro cincuenta. 42 Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?»
43
Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más» Él le dijo: «Has juzgado bien», 44 y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta
mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. 47 Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra» 48
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». 49 Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». 50 Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz»
8,1
Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, 2 y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, 3 Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Palabra del Señor.
R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Re-leamos la Palabra para interiorizarla: A- Ubicación en el ciclo litúrgico En el interior del proceso de la lectura litúrgica del evangelio de Lucas, la perícopa de este domingo corresponde al tercero de los «signos proféticos» de Jesús: - el soldado de Cafarnaún (Domingo 9º) - el hijo de la viuda de Naín (Domingo 10º), - el perdón de la pecadora (Domingo 11º). Los dos signos anteriores (Domingos 9o: Lc. 7, 1-10 y 10o: Lc. 7, 11-17) se referían a curaciones corporales. En cambio, el perdón de los pecados entra en el ámbito del espíritu. Es una revelación de la misericordia de Dios, y, en este sentido, una escena profundamente vinculada a la temática de Lucas. En cualquier caso, se puede subrayar la condición «profética» de Jesús. «Si éste fuera profeta...», piensa Simón. Y Jesús le demuestra que es profeta, denunciando los pensamientos de su corazón y perdonando los pecados de la mujer, que ama tanto porque ha reconocido el gran amor que Dios le tiene. Jesús de Nazaret, que se reveló como Señor de la vida en la reanimación del hijo de la viuda de Naín (cfr. domingo 10º del Tiempo Ordinario, ciclo C: Lc. 7, 11-17), se revela ahora como Señor misericordioso, que perdona el pecado, en la escena que nos narra Lucas. La frialdad del fariseo Simón no tiene nada en común con el amor, lo único capaz de experimentar el perdón de Dios.
B- Contexto: En el capítulo 7 de su Evangelio, Lucas describe las cosas nuevas y sorprendentes que salen del pueblo a partir del anuncio que Jesús hace del Reino de Dios. En Cafarnaún, elogia la fe del extranjero: « ¡Yo os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande!» (Lc 7,1-10).
En Naím resucita al hijo de la viuda (Lc 7,11-17). El modo de Jesús de anunciar el Reino sorprende tanto a los hermanos judíos, que incluso Juan el Bautista queda sorprendido y manda a preguntar: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Lc 7,18-30). Jesús critica la incoherencia de su anfitrión: «¡Son semejantes a niños que no saben lo que quieren!» (cfr. Lc 7,31-35) Y ahora al final del capítulo, aquí en nuestro texto (Lc. 7,36 - 8,3), otra novedad de la Buena Nueva comienza a despuntar y a sorprender: el comportamiento de Jesús hacia las mujeres. En tiempos del Nuevo Testamento, en Palestina, la mujer vivía marginada. No participaba de la sinagoga, no podía hacer de testigo en la vida pública. Desde el tiempo de Esdras (s. IV a. d. C), la oposición iba crescendo, como vemos en la historia de Judit, Ester, Ruth, Noemí, Susana, la Sulamita y otras mujeres. Esta resistencia de las mujeres encontró eco y acogida en Jesús. En el episodio de la mujer del ungüento (Lc. 7,36-50) aparecen tanto el inconformismo y la resistencia de las mujeres, como la acogida de Jesús hacia ellas. En la descripción de la comunidad que crece en torno a Jesús (Lc 8,1-3), vemos a hombres y mujeres reunidos alrededor de Jesús, en igualdad de condiciones, como discípulos y discípulas.
C- Estructura de la perícopa El texto del Evangelio de este domingo nos presenta dos episodios ligados entre sí:
Lc. 7, 36-50: Una mujer, considerada pecadora en la ciudad, tiene el valor de entrar en la casa de Simón, un fariseo, durante el almuerzo, para llegarse a Jesús, lavarle los pies y llenarlo de besos y perfumes.
Lc. 8, 1-3: La comunidad de Jesús, a la cual pertenecen los discípulos y discípulas.
D- Desarrollo el relato: Lc. 7, 36-38: Lc. 7, 39-40: Lc. 7, 41-43: Lc. 7, 44-47: Lc. 7, 48-50: Lc. 8,1-3:
Una mujer lava los pies de Jesús en casa de un Fariseo La reacción del fariseo y la respuesta de Jesús La parábola de los dos deudores y la respuesta del Fariseo Jesús aplica la parábola y defiende a la mujer El amor hace nacer el perdón. El perdón hace crecer el amor Los discípulos y discípulas de la comunidad de Jesús
E- Comentario: vv. 36-38: Una mujer lava los pies de Jesús en casa de un Fariseo.
Tres personas totalmente diferentes se encuentran: Jesús, un fariseo y una mujer, de la que se decía que era «pecadora». Sólo ese calificativo está en el texto original del evangelio: gunh. h[tij h=n evn th/| po,lei (guinè etis én en te polei amartolós = «había en la ciudad una mujer que era pecadora»). Con este caligicivo se establece el contraste con el fariseo Simón que se cree «justo». Jesús se encuentra en la casa de Simón, un fariseo que lo había invitado a comer en su casa. v. 38: Una mujer entra, se arrodilla a los pies de Jesús, comienza a llorar, baña con sus lágrimas los pies de Jesús, se despeina los cabellos para secar los pies de Jesús, los besa y los unge con perfume. Soltarse los cabellos en público era un acto de independencia. Esta es la situación que se crea y que causa la discusión que sigue.
vv. 39-40: La respuesta de los fariseos y la respuesta de Jesús. Jesús no se echa para atrás, ni grita a la mujer, más bien acoge su gesto. Acoge a una persona que, según los judíos observantes de la época, no podía ser acogida. Subraya, además, en contraste, la actitud de quienes, creyéndose ejemplares cumplidores de la Ley, eran intolerantes e incapaces de respetar siquiera la dignidad humana de los demás y los rechazaban porque los consideraban «indignos»: no veían más allá del cumplimiento externo de la ley. Los fariseos identificaban al pecador con su pecado. Jesús ve el valor de la persona humana más allá de las apariencias, que puedan hacernos pensar que esa persona es despreciable. El fariseo, observando la escena, critica a Jesús y condena a la mujer: «¡Si este hombre fuese un profeta, sabría qué tipo de mujer es ésta, una pecadora!». Jesús se sirve de una parábola para responder a la provocación del fariseo. Una parábola que ayudará al fariseo y a todos a percibir la llamada invisible del amor de Dios que se revela en el episodio. vv. 41-43: La parábola de los dos deudores y la respuesta del fariseo Aquí tenemos otra muestra maravillosa de que Jesús es Dios, puede y conoce nuestros pensamientos (v. 40). Jesús, conociendo el corazón y los pensamientos de Simón, le contó una historia para ilustrarle sobre el amor y el perdón: «Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía 500 denarios, y el otro 50; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más?» (Lc. 7, 41-42). Un denario era el salario de una jornada. ¡El salario de quinientos días! y de cincuenta días. Ninguno de los dos tenía con qué pagar. Los dos fueron perdonados. ¿Cuál de los dos lo amará más? Respuesta del fariseo: «Lo amará más aquél a quien ha perdonado más». La parábola supone que los dos, tanto la mujer como el fariseo, han recibido algún favor de parte de Jesús. Y ahora en el comportamiento que asumen delante de Jesús, los dos demuestran cómo aprecian el favor recibido. El fariseo demuestra su amor, su gratitud, invitando a Jesús a comer a su casa. La mujer demuestra su amor, su gratitud con lágrimas, con besos y con el perfume. ¿Cuál de los dos gestos revela mayor amor: comer o los besos y el perfume? La medida del amor ¿depende acaso de la medida del regalo? La respuesta es obvia, pero Jesús, le pregunta directamente a Simón. Él, con un tono casi de indiferencia, le dice que
«aquel a quien perdonó más». Todavía no entendía el por qué de esa pregunta y Jesús vuelto de inmediato a la mujer, que estaba escondida a sus pies, le dice:
vv. 44-47: Jesús aplica la parábola y defiende a la mujer Después de haber recibido la respuesta correcta del fariseo, Jesús la aplica a la situación creada con la entrada de la mujer a mitad del almuerzo. Él defiende a la mujer pecadora contra la crítica del judío practicante. Lo que Jesús repite a los fariseos de todos los tiempos es esto: «¡A quien le ha sido perdonado poco, demuestra poco amor!». La seguridad personal que yo, fariseo, me creo por mi observancia de las leyes de Dios y de la Iglesia, muchas veces, me impiden experimentar la gratuidad del amor de Dios que perdona. Lo que importa no es la observancia de la ley en sí, sino el amor con el que observo la ley. El contraste entre la actitud de Simón y de esta mujer a la hora de recibirle es impresionante. Simón se mostró frío y muy poco amoroso, sin embargo, la mujer derramó todo su amor con lo que hizo. Una de las primeras cosas que se hacían entonces a los invitados era lavar los pies polvorientos al entrar en la casa, Simón no lo hizo, pero la mujer los lavó con sus lágrimas.
El beso se usaba como un emblema de amor, reverencia religiosa, sujeción y súplica. Simón no besó a Jesús, pero la mujer no dejó de besar los pies de Jesús. Ungir la cabeza con aceite (v. 46): era común entre los judíos, pero Simón no lo hizo con Jesús, sin embargo la mujer ungió sus pies con el perfume. ¿Puede haber mayor contraste ? Esto nos enseña también cómo las formas externas de relacionarnos y tratar a las personas, nos muestran cómo está nuestro corazón. Si nuestro corazón está frío, seremos fríos en nuestro trato a los demás. Cuidemos de no caer en esta falta de amor y demostración del mismo. vv. 48-50: El amor hace nacer el perdón, el perdón hace crecer el amor Jesús no sólo tuvo palabras para Simón, sino que se dirigió a la mujer misma: «Tus pecados te son perdonados» (v. 48). Cualquier duda que tuviera de ser perdonada, se desvanecía en aquel momento. Tiene la confirmación del Señor mismo de que ha sido perdonada, sus pecados borrados por completo. ¡Qué declaración tan solemne! Al declarar Jesús a la mujer «tus pecados te son perdonados», los invitados comienzan a pensar: «¿Quién es éste para perdonar los pecados?». Pero Jesús dice a la mujer: «¡Tu fe te ha salvado. Vete en paz». Aquí aparece la novedad del comportamiento de Jesús. Él no condena, sino que acoge. Las últimas palabras que Jesús le dice a la mujer son: «Tu fe te ha salvado. Ve en paz». Una vez más le confirma que ha sido perdonada y salvada. Tenemos que entender que no fue salvada porque amó mucho, sino al revés, porque fue perdonada por medio de la fe en la obra de Cristo en la cruz, por eso, amó mucho. Su amor y adoración fueron los frutos de verse perdonada. Las palabras «vete en paz», no sólo eran un saludo, sino que implicaban una vida nueva para esa mujer (cfr. 2Co. 5,17). Es curioso ver cómo no se dice nada de que la mujer hablara con Jesús audiblemente, pero no hacía falta. Su ofrenda al Señor lo decía todo sin lugar a dudas. Y es la FE la que acoge a la mujer a reponerse y a encontrarse
consigo misma y con Dios. En su trato con Jesús irrumpe en ella una fuerza nueva que la hace renacer. Se nos viene una pregunta importante: La mujer, pecadora en la ciudad, ¿hubiera hecho lo que hizo si no hubiese tenido la certeza absoluta de ser acogida por Jesús? Esto significa que para los pobres de la Galilea de aquella época, Jesús era una persona de absoluta confianza. «Podemos tener confianza en Él. Él nos acoge». ¿Se podrá decir que hoy los marginados pueden tener esta misma certeza respecto a nosotros?
Lc. 8, 1-3: Los discípulos y las discípulas de la comunidad de Jesús Jesús recorría las aldeas y ciudades de la Galilea, anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios y los doce estaban con Él. La expresión “seguir a Jesús” indica la condición del discípulo que sigue al Maestro intentando imitar su ejemplo y participando de su destino. Junto a los hombres se encuentren también mujeres que «siguen a Jesús». Lucas coloca a los discípulos y las discípulas en el mismo plano. De las mujeres dice además que ellas servían a Jesús con sus bienes. Lucas conserva también los nombres de algunas de estas discípulas: María Magdalena, nacida en la ciudad de Magdala. Había sido liberada de siete demonios. Juana mujer de Cusa, procurador de Herodes Antipas, gobernador de la Galilea. Susana y otras muchas.
3. MEDITEMOS la Palabra: ¿Qué NOS DICE el texto? La conversión cristiana El Evangelio nos habla de la pecadora pública que cambió su vida. Su conversión es un símbolo de toda verdadera conversión. Veámosla: a) La mujer se convierte a Cristo, no a una idea, una doctrina o un sistema ético. Su conversión es el comienzo de una nueva relación con Jesús. El centro de la narración evangélica es el perdón de los pecados. La mujer agradece porque se siente perdonada; ha venido al encuentro con Jesús en virtud de su fe en El y, desde entonces, ha iniciado un nuevo camino. b) El texto nos habla de la actitud de la mujer mientras derramaba perfume sobre los pies de Jesús: una actitud de arrepentimiento unida a una actitud de amor. La conversión es una síntesis de arrepentimiento y amor. El arrepentimiento sin amor puede llevar a la desesperación; el amor sin arrepentimiento no llega a cambiar nuestras vidas. c) Cuanto mayor es el pecado, más profundo es el arrepentimiento y el amor, si la conversión es sincera. Y un amor más profundo obtiene un más profundo y gratuito perdón. La medida del perdón es la medida del amor. d) Lo que sucedió a la mujer en este Evangelio es lo que sucede en el sacramento de la Penitencia. No debemos envidiar a esta pecadora que se convirtió su vida.
En el sacramento de la Iglesia encontramos la misericordia de Jesús y su amistad como ella los encontró en la casa del fariseo. Meditación del Papa emérito Benedicto XVI: «Ella
avanza y, de modo más bien furtivo, se detiene a los pies de Jesús. Había escuchado sus palabras de perdón y de esperanza para todos, incluso para las prostitutas, y está allí conmovida y silenciosa. Con sus lágrimas moja los pies de Jesús, se los enjuga con sus cabellos, los besa y los unge con un agradable perfume. Al actuar así, la pecadora quiere expresar el afecto y la gratitud que alberga hacia el Señor con gestos familiares para ella, aunque la sociedad los censure. Frente al desconcierto general, es precisamente Jesús quien afronta la situación: "Simón, tengo algo que decirte". El fariseo le responde: "Di, maestro". Todos conocemos la respuesta de Jesús con una parábola que podríamos resumir con las siguientes palabras que el Señor dirige fundamentalmente a Simón: "¿Ves? Esta mujer sabe que es pecadora e, impulsada por el amor, pide comprensión y perdón. Tú, en cambio, presumes de ser justo y tal vez estás convencido de que no tienes nada grave de lo cual pedir perdón"» (BENEDICTO XVI, 7 de marzo de 2008).
4. ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS NOSOTROS a Dios? Sentimos un profundo agradecimiento, Padre nuestro, porque tu Hijo querido, nuestro Señor Jesús, durante su vida terrena, llamaba a los pecadores a sentarse a su mesa. Entraba en las casas y en los tugurios de aquéllos que la sociedad condenaba y expulsaba de su seno. Con todos se reunía y con todos aceptaba comer, convivir, hablar. Con los más pobres y humillados, con los más despreciados y marginados celebraba el signo entrañable de la amistad: beber del mismo vaso y comer del mismo pan. Su presencia misteriosa y divina devolvía a los pecadores la confianza en el perdón de Dios y en su propio valer, en su propia bondad. A su lado, todos sentían
que no eran tan perversos ni tan despreciables, sino que tenían una luz interior, una fuente aún no cegada de la que podía brotar el amor inefable, que lo puede todo y lo renueva todo. Envía tu Espíritu, para que el amor, que lo transforma todo, rompa las barreras de separación y de odio, permitiendo que la Iglesia se convierta en signo real del Cristo glorioso y vencedor. Amén.
5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN:¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra? Nos asombra el encuentro salvador de la misericordia de dios con la conversión del hombre: ese encuentro se realiza en Jesucristo. La mujer pecadora es un ejemplo de conversión: reconoce por un lado que era muy pecadora y que Dios la ha perdonado y, por otro, actúa con desbordada generosidad en la manifestación de su amor. Nada hay en ella que coincida con la frialdad y la autosatisfacción de Simón. El ejemplo de la mujer y la actualización en la conversión a la misericordia de dios, puede conducir espontáneamente a una doble referencia sacramental: el sacramento de la Penitencia y la celebración de la Eucaristía. a) La primera referencia es obvia: en el sacramento de la penitencia cada uno experimenta, de un modo sacramental, la misericordia de Dios, al resonar de nuevo, por el ministerio de la Iglesia, la palabra eficaz del perdón que Dios dijo una vez para siempre a los hombres en el misterio de Cristo y el don del Espíritu. El hombre tiene que aportar al sacramento de la penitencia aquello mismo que era el espíritu de la mujer convertida: el amor, el reconocimiento de la misericordia, el propósito de vivir en el amor de Cristo... Visto así, el sacramento de la penitencia es fuente de gozo y de paz. b) La segunda referencia es la celebración de la Eucaristía. Juan Pablo II insistió en varias ocasiones en que la Eucaristía conduce a la penitencia. Esta afirmación, algo sorprendente a primera vista, es, no obstante, de profundo contenido en la línea de la escena evangélica: lo que celebramos en la Eucaristía es el amor redentor de Cristo, y saberse amado es la fuerza más transformadora que existe. Por eso, celebrar la Eucaristía con fe, no puede dejar de suscitar en los fieles, junto con el gozo y la acción de gracias, el deseo intenso de corresponder a este amor con una vida constantemente en conversión y renovación.
Nuestro compromiso hoy Tal vez al igual que esa mujer pecadora, ves tu necesidad de ser perdonada, bueno, la solución está ahí, a tu alcance. Jesús es el único que puede perdonarte si hay un verdadero arrepentimiento y fe en su obra. La mujer confió, y fue perdonada, tú también lo puedes ser ahora mismo. Acércate a Él y pídele perdón y salvación. Jamás rechazó a nadie. Quizás te veas más reflejada en Simón. Puede que seas una religiosa, alguien que te consideras buena persona, que ayudas a los demás, cumples con tus ritos religiosos etc. sin embargo, no has entendido todavía lo que es el perdón divino. Humíllate ante Dios y arrepiéntete de tu corazón orgulloso, no confíes en tus buenas obras, porque no pueden salvarte. Cualquiera que sea tu situación, hay esperanza para un corazón arrepentido y con fe en Aquel que dio su vida por nosotros. Si ya eres creyente, cuidado de no tener prejuicios con nadie, todos hemos sido perdonados, no hay unos mejores que otros. Jesús dijo en una ocasión: “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios” (Mateo 21:31). Y a la vez, derramemos nuestros perfumes, nuestras ofrendas, nuestras vidas para Cristo. Que seamos como esas lágrimas y ese perfume derramado para Jesús. Si has sido perdonada, mucho debes de amar al Maestro.
Algunas preguntas para meditar durante la semana: 1. Observemos el comportamiento de Jesús con la mujer: ¿Qué hace y qué dice? 2. Observa el comportamiento de la mujer: ¿Qué hace y cómo lo hace? 3. La mujer no hubiese hecho lo que hizo si no hubiera tenido la absoluta certeza de ser acogida por Jesús. ¿Se da en los marginados de hoy la misma certeza con respecto a nosotros los cristianos? 4. ¿Por qué soy reticente a ir al sacramento de la Penitencia? 5. ¿Considero este sacramento como una renovación de mi amistad con Cristo? 6. Es fácil condenar a otros, pero ¿qué hacemos para que no merezcan ser condenados? 7. ¿Somos comprensivos con los demás? 8. El rigorismo en la ley o en la moral, desalienta y lleva a la hipocresía; ¿somos exigentes con los demás (hijos, alumnos) hasta frenar su auténtico desarrollo personal?
P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O: