Domingo 17º t o ciclo c

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La oración del Maestro - La oración de los discípulos AMBIENTACIÓN En este domingo 17º Ordinario, del ciclo C, la Palabra nos ofrece, en el AT, un hermoso diálogo entre Abraham y los mensajeros de Dios; diálogo entre amigos, o, meor, filial audacia de un hijo que quiere rendir a su padre y obtener su favor. Y en el NT, el Evangelio nos ofrece la enseñanza sobre la verdadera oración, el «Padre nuestro» y la cualidades de la oración, confianza, perseverancia y humildad. Por tanto, el tema de la Liturgia de este Domingo es el poder y la necesidad de la oración.

1. PREPARACIÓN: INVOCACIÓN al Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo, abre nuestra mente y nuestro corazón para que, acercándonos a escuchar la Palabra de Vida, aprendamos a sentir la cercanía de Dios y a orar con sencillez y espontaneidad en actitud filial. Espíritu Paráclito, enséñanos a orar en la verdad permaneciendo en el nuevo Templo que es Cristo. Espíritu fiel al Padre y a nosotros, como la paloma en su nido, invoca en nosotros incesantemente al Padre, porque no sabemos orar. Espíritu de Cristo, primer Don para nosotros, los creyentes, ruega en nosotros sin descanso al Padre, como nos ha enseñado el Hijo. Capacítanos para que aprendamos a orar. Amén.


2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Gn. 18, 20-32: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más» En el libro del Génesis leemos que Abraham ora a Dios para que perdone la corrompida ciudad de Sodoma. La oración de Abraham es presentada como un diálogo con Dios (que es lo que significa la oración). La oración de Abraham es confiada en la bondad de Dios y es persistente. Por lo tanto es capaz de «presionar» a Dios: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más». El diálogo entre Dios y Abrahán es una magnífica manera de expresar en lenguaje humano la relación que se establece entre Dios y el hombre en la plegaria de petición. Todo se apoya sobre la fe en la misericordia y la justicia de Dios, y en el conocimiento de su designio de salvación. El hombre, por su lado, busca identificarse con las actitudes de Dios.

Sal. 138(137): «Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste». La experiencia de la protección constante de Dios se traduce en las palabras del salmista: «Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste». Es un gran acto de confianza, a partir de lo que ya se ha experimentado, y esperando que continúe. Es la plegaria que cada uno de nosotros puede decir siempre con toda verdad.

Col. 2,12-14: «Estamos reconciliados con Dios por la muerte y resurrección de Cristo». En el mensaje de S. Pablo a los Colosenses encontramos una importante razón del poder de la oración: estamos reconciliados con Dios por la muerte y resurrección de Cristo; somos hijos y amigos de Dios. Nuestra oración tiene el poder de un hijo y de un amigo. Como en la carta a los Gálatas, también en la carta a los Colosenses el apóstol se refiere al Bautismo cuando habla del comienzo de la vida cristiana y de la inserción de los hombres en el misterio de Cristo.

Lc. 11,1-13: «Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino». EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor. 1

Estaba él orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.» 2 Él les dijo: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, 3 danos cada día nuestro pan cotidiano, 4 y perdónanos nuestros pecados,


porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación». 5 Les dijo también: «Si uno de ustedes tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: `Amigo, préstame tres panes, 6 porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle', 7 y aquél, desde dentro, le responde: `No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos', 8 les aseguro que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, se levantará para que deje de molestarle y le dará cuanto necesite. 9 «Yo les digo: Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá.10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, le abrirán.11 ¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; 12 o, si pide un huevo, le da un escorpión? 13 Si, pues, ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!». Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús. Re-leamos el texto para interiorzarlo Organziación del texto: El pasaje evangélico está subdividido en tres secciones: vv.1-4: vv. 5-8: vv. 9-13:

la oración enseñada por Jesús la parábola del amigo inoportuno la enseñanza sobre la eficacia de la oración.

Comentario: vv. 1-4: Jesús, como los grandes maestros religiosos de su tiempo, enseña a sus seguidores una oración que los caracteriza: el «Padre nuestro». v.1 Jesús se aparta para orar. Lo hace con frecuencia en la narración de Lucas (5,16), sobre todo en los momentos inmediatos a sucesos importantes: antes de constituir el grupo de los Doce (6,12-13); antes de provocar la confesión de fe de Pedro (9, 18-20), antes de la transfiguración (9, 28-29) y finalmente antes de la pasión (22, 40-45).


«Señor, enséñanos a orar». Jesús que ora, provoca en los discípulos el deseo de orar como Él. Es, evidentemente una oración que tiene unos reflejos externos verdaderamente especiales, que ciertamente repercuten sobre la predicación. Los discípulos comprenden que una oración tal, es muy diversa de la que enseñan los otros maestros espirituales de Israel y también de la del mismo precursor suyo, por esto le piden que les enseñe su oración. De este modo, la oración que Jesús transmite a los suyos se convierte para ellos en la expresión característica de su ideal y de su identidad, del modo de relacionarse con Dios y con los suyos. v. 2: «Padre»: Lo primero que Jesús enseña a propósito de la oración es llamar a Dios con el nombre de «Padre»... A diferencia de Mateo, Lucas no añade el adjetivo «nuestro» (cfr. Mt. 6,9); el hecho de invocar al mismo Padre constituye el mejor lazo de la unidad comunitaria de los discípulos. El cristiano, así esté en la soledad, nunca ora solo o por sí solo. Está siempre en Cristo orante, en la Iglesia que ora. El judío se dirigía así a Dios, en contadas ocasiones, en oraciones que conocemos hoy y que muchos judíos continúan recitando actualmente, por ejemplo las 18 bendiciones. Oración que Jesús recitaba a diario, y en las que Dios es llamado Padre: «Haznos volver a la Torá, Padre nuestro»... Para un hebreo del siglo 1º, la relación con el padre estaba hecha de intimidad, pero también de reconocimiento de la soberanía sobre cada miembro de la familia.. La revelación de Dios como Padre para todos, la trae Jesús. En un doble juego Jesús acerca a Dios al hombre llamándolo Padre, incluso le da el nombre de “Abbá”, propio del lenguaje coloquial de la familia en la época: es el nombre cariñoso que el hijo daba a su papá, un equivalente posible es el diminutivo: papito. (Cf. Mc 14, 36; Ro 8, 15; Ga 4, 6). La invocación: «Padre» es familiar a Jesús. No hay testimonios seguros de que los hebreos de la época usaran el llamar a Dios con el confidencial «abba». Este término no es otra cosa que la enfatización del aramaico «ab» (ab), el termino familiar y respetuoso usado para el padre terrenoEl hecho de que Jesús use para dirigirse al Padre llamándolo «abba» manifiesta el nuevo tipo de relación que Él, y por tanto sus discípulos, instauran con Dios: una relación de cercanía, familiaridad y confianza. Según el esquema clásico de la oración bíblica, la primera parte del «Padre nuestro» (v. 2) mira directamente a Dios, mientras la segunda parte (vv. 3-4) se refiere a las necesidades del hombre en la vida terrena. «Santificado sea tu nombre». Hay traducciones que buscan hacer énfasis en que se trata de una acción divina. Por ejemplo. TOB («Traduction Oecumenique de la Bible») traduce: «Hazte reconocer como Dios». Le pedimos a Dios que «aprestigia tu nombre». El «nombre» es lenguaje semita para referirse al ser mismo de las cosas, en el caso


está por lo que nosotros llamamos la persona. Es Dios mismo quien «glorifica su Nombre», se glorifica (Jn. 12, 28). Toca al hombre reconocer y adorar la gloria de Dios. La conducta del hombre no le añade nada a la gloria de su ser (Jb. 35, 5-7). Por una parte el hombre es invitado a reconocer a Dios en sus intervenciones salvadoras (Lv. 22, 31-33; Nm. 27, 14; Dt. 32, 51; Is. 8, 13), por otra, y de manera más comprometida, Dios es invitado a santificar él mismo su nombre salvando a su pueblo (Ez. 20, 41; 28, 22.25; 36, 23; 38, 16.23; 39, 27). Cristo nos hace pedir en primer término que como en los grandes momentos de la historia de la salvación Dios irrumpa en la historia para salvar... La fórmula pasiva sirve bien a la mentalidad semita para expresarse de Dios: no se le ordena que intervenga (voz activa), sino se le pide que actúe en su nombre (voz pasiva). El hombre más que santificar el nombre de Dios, por sus conductas rebeldes lo profana (Ez. 36, 22). Al salvar, los pueblos reconocerán grande y poderoso al Dios de Israel; si el pueblo es derrotado los pueblos tendrán a Dios por incapaz de salvar a su pueblo. El sujeto del verbo «santificar», en Lc 11,2, es el mismo Dios: estamos de frente a un «pasivo» teológico: Esto significa que la primera petición de esta oración no se refiere al hombre y a su indiscutible deber de honrar y respetar a Dios, sino al mismo Dios Padre que debe hacer de modo de darse a reconocer como tal por todos los hombres. Se pide, por tanto, a Dios que se revele en su soberana grandeza: es una invocación de tono escatológico, estrechamente ligada con la sucesiva. «Venga tu Reino»: La TOB: traduce «Haz venir tu Reino» haciendo énfasis en el imperativo aoristo. Petición conexa con la anterior: ¿Cómo santifica Dios su nombre?: Haciendo que su Reino entre definitivamente en la historia del hombre. El Reino es la intervención histórica de Dios para salvar al hombre. Intervención que viene desde el Antiguo Testamento, con el Exodo, regreso de la cautividad, etc. Pero que tiene en Jesucristo su punto culminante y último: El encarna el Reino. Su primera palabra al hombre es el anuncio de la llegada del Reino (Mt 4, 17). Y empieza a poner en marcha el Reino a partir de su Palabra eficaz y poderosa, a través de sus acciones salvadoras: los que llamamos «milagros», y sobre todo, con su pasión, muerte y resurrección. La entrada de Jesús al mundo para cumplir su misión es el cumplimiento de esta petición: en Cristo llegó el momento decisivo del Reino. Ese Reino sigue hoy vivo y actuante en el mundo. La Iglesia está a su servicio y llega a nosotros cada vez que nos abrimos a la acción divina: escuchamos la Palabra, celebramos los sacramentos, practicamos en nombre del Señor Jesús la caridad con los hermanos.

v. 3: «Danos cada día nuestro pan cotidiano» Hemos pasado a la segunda parte de la oración del Señor. El orante ha puesto ya las bases para una correcta y confidencial relación con Dios, por esto ya vive en la


lógica de la cercanía de Dio que es Padre y sus peticiones brotan de este modo de vivir. La TOB traduce: «Danos hoy el pan que necesitamos». El pan es el alimento necesario, el alimento primario, tanto el tiempo de Jesús como hoy (o casi). Aquí sin embargo «pan» indica el alimento en general y también, más ampliamente, todo género de necesidad material de los discípulos. Hay aquí una dificultad lingüística: el adjetivo que traducimos por «cotidiano», solo usado en este contexto del Padre Nuestro,. es difícil de precisar, Posibilidades. Este término español «cotidiano» es la traducción del griego «epiouson» (ἐπιούσιον), que encontramos también en la versión de Mateo (cfr. Mt. 6,11), y también en algún otro texto griego bíblico o profano. Significa «para hoy». «diario». - «el pan de hoy»: del día presente. Quizás con lejano recuerdo del maná que caía para el día, y al día siguiente ya no servía (Ex. 16, 21-27); - del día de «mañana»: contraría el pensamiento de Jesús de preocuparse sólo por el presente (cfr. Mt. 6, 34). Pero esta interpretación abre hacia una perspectiva lejana: en la mira de las peticiones precedentes nos hace entrar en la escatología. Pedimos ser admitidos al banquete en el mundo futuro. - El pan «necesario para la subsistencia». Es posible pero menos fundamentado en el texto. Esto indica que la oración enseñada por Jesús nos invita a una profesión de austeridad: pedir lo necesario para el día a día, y nada más. El pobre no tiene asegurado el pan «de mañana», y, con frrecuencia, ni siquiera el «de hoy». Queda verdaderamente claro que el discípulo que está orando de este modo es consciente de no tener mucha seguridades materiales para el futuro, ni siquiera al alimento diario: él, en verdad, «ha abandonado todo» por seguir a Cristo (cfr Lc. 5,11).

v. 4a: «Perdónanos nuestros pecados...» Es la segunda necesidad básica: el perdón. En comunidad el discípulo encuentra a diario un mundo conflictivo y, además, ha sido llamado por Dios a integrarse en una comunidad: la Iglesia. Por tanto abierto al perdón. Cristo mismo comenta esta petición en la parábola de los dos deudores (Mt. 18, 23-35). Ante Dios nosotros hemos roto la Alianza, porque somos pecadores. Nos hemos apartado. Sólo el Dios misericordioso, a través de un perdón generoso, puede restablecer la relación. «Porque también nosotros perdionamos a todo el que nos debe» Inmerso en la salvación otorgada por el Padre con la llegada de su Reino, el Cristiano se sabe perdonado en anticipo de toda culpa. Esto lo coloca en la condición y en la obligación de perdonar a los otros, consintiendo a Dios dar el definitivo perdón para el creyente capaz de perdonar (cfr Mt. 18, 23-35). Un comportamiento del


Cristiano que no estuviese en sintonía con la salvación ya recibida de Dios en Cristo, volvería vano para él el perdón ya recibido. Por eso Lucas dice: «porque también nosotros perdonamos»: no quiere colocar al hombre sobre el mismo plano de Dios, sino la conciencia de que el hombre puede estropear la obra salvífica de Dios, en la cual el Padre lo ha querido colocar como elemento activo, para extender a todos su perdón siempre gratuito. «Y no nos dejes caer en tentación» La tercera necesidad del discípulo: mantener la fidelidad en el seguimiento a pesar de las luchas y las crisis. No se trata sólo de no caer en las tentaciones cotidianas, sino de no ser vencidos en la gran tentación. Hay individuos que han experimentado la tentación: Abraham, Gn. 22, 1; 1Mcb 2, 52; Sir. 44, 20. El pueblo mismo pasó por horas de tentación: Ex. 15, 25; 16, 4; 20, 20. En el Nuevo Testamento se habla de la gran prueba: Lc 8, 13 (el kairos de la tentación); Mt. 26, 41;1Ts. 3, 5; 1Pe. 5, 5-9; 2Pe. 2, 9; Ap. 2, 10; 3, 10 (con artículo). El lenguaje semita tiende a atribuir todo a Dios no distinguiendo, como nosotros, entre lo que Dios quiere y lo que El permite. El texto dice μὴ εἰσενέγκῃς (me eisenenkes = «no lleves, no conduzcas, no persuadas)... El verbo griego eivsfe,rw (eisfero, que significa «conducir», «llevar», «persuadir») es difícil traducirlo por «inducir», «hacer entrar», o «dejar caer». Por eso para evitarlo se busca un giro: «no permitas que entremos», «no nos expongas»... En todo caso lo que se pide no es que no seamos tentados sino «evitar una prueba tal que nos exponga al peligro de no poder vencerla» (TOB). El Nuevo Testamento no dice que Dios tiente al hombre, y St. 1, 13 lo niega totalmente.

vv. 5-13: Los versículos 5.13 continúan el asunto de la oración, iniciado con la enseñanza del Padre Nuestro (vv. 1-4). Jesús enseña que debemos orar con fe e insistencia, sin desfallecer. Para esto, usa una parábola provocadora (vv. 5-8).

vv. 5-8: Cuando tiene algo importante que enseñar, Jesús recurre a una comparación, a una parábola. Hoy nos cuenta una historia curiosa que termina en pregunta, y dirige esta pregunta a la gente que escucha y también a nosotros que hoy leemos o escuchamos la historia: «Si uno de ustedes...». Antes de que Jesús dé la respuesta, quiere que nosotros demos nuestra opinión. ¿A la petición de tu amigo, qué contestarías: sí o no? La escena está ambientada en la campiña de Palestina. Por lo general, quien debiese emprender un viaje se ponía en camino a la caída del sol, para evitar sufrir las consecuencias de las temperaturas de día, demasiado altas. En las casas palestinas de la época existía solamente una sala y toda la familia la utilizaba, tanto para las


actividades del día, como para el descanso de la noche; extendían solamente algunas mantas sobre el pavimento. Por eso, el amigo llega «a media noche» (v. 5b) La petición del hombre que se encuentra en plena noche recibiendo a un huésped inesperado refleja el sentido de hospitalidad de los pueblos antiguos y la petición de «los tres panes» (v. 5) se explica por el hecho que aquélla era precisamente la cantidad de pan que constituía la porción normal de un adulto. Jesús mismo responde a la provocación: Él da su respuesta: «Les aseguro que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, se levantará para que deje de molestarle y le dará cuanto necesite» (v. 8). Si no fuera Jesús, ¿tendrías el valor de inventar una historia en la que se sugiere que Dios atiende nuestras oraciones para verse libre de ser molestado? La respuesta de Jesús afianza el mensaje sobre la oración, a saber: Dios atiende siempre nuestra oración. Esta parábola recuerda otra, también en Lucas, la de la viuda que insiste en conseguir sus derechos ante el juez a quien no le importa ni Dios ni la justicia, y que atiende a la viuda no porque es justo, sino porque quiere librarse de la mujer inoportuna (Lc 18,3-5): son dos parábolas sobre la oración: las cualidades de la misma, que son insistencia y humildad. Jesús saca luego unas conclusiones para aplicar el mensaje de la parábola a la vida.

vv. 9-13: La última parte de este texto evangélico es la propiamente didáctica. Vuelve a tomar los temas de los versículos precedentes, y subraya decididamente sobre la confianza que debe caracterizar la oración cristiana, basada sobre la sólida roca de la fe. Es la confianza del orante que abre las puertas del corazón del Padre y es precisamente su identidad de Padre que ama llevar en brazos a sus hijos y consolarlos con la ternura de una madre (cfr Is. 66, 12-13) lo que debe nutrir la confianza de los cristianos. El Maestro va aplicando la parábola. En primer lugar: ¡pedir, buscar, llamar! (vv. 9-10): Jesús no pone condiciones. Si pides, recibirás. Si llamas a la puerta, te abrirán. Jesús no dice cuánto tiempo va a durar el pedido, la búsqueda o el llamar, pero lo cierto es que vas a obtener resultado. La segunda aplicación de la parábola (vv. 11-12) deja ver al público que escuchaba las palabras de Jesús y la manera en que él enseña en forma de diálogo. El pregunta: «Tu tienes hijos, si te pide un pez ¿le das en cambio una culebra?» La gente responde: «¡No!» – «y si pide un huevo, ¿le das un escorpión?» - «¡No!». Por medio del diálogo, Jesús implica a las personas en la comparación y por la respuesta que recibe, las compromete con el mensaje de la parábola. v. 13: Finalmente, el gran don que Dios tiene para nosotros es el Espíritu Santo. Cuando fuimos creados, el sopló su espíritu en nuestras narices y nos volvimos un ser vivo (Gn. 2,7). En la segunda creación, a través de la fe en Jesús, él nos da de nuevo


al Espíritu, el mismo Espíritu que hizo que la Palabra se encarnara en María (Lc. 1,35). Con la ayuda del Espíritu Santo, el proceso de encarnación de la Palabra sigue hasta la hora de la muerte en la Cruz. Al final, en la hora de la muerte, Jesús devuelve el Espíritu al Padre: «Entre tus manos encomiendo mi espíritu » (Lc. 23,46). Es éste el Espíritu que Jesús promete como fuente de verdad y de comprensión (Jn. 14,14-17; 16,13), y como ayuda en medio de las persecuciones (Mt. 10,20; Hch. 4,31). Este Espíritu no se compra con dinero en los grandes almacenes. La única manera de obtenerlo es mediante la oración. Nueve días de oración obtuvieron el don abundante del Espíritu en día de Pentecostés (Hch. 1,14; 2,1-4). Dios es ciertamente un Padre que sabe proveer a todo lo que se refiere a la existencia cotidiana de sus hijos, pero, también, sabe qué cosa es bueno para ellos y lo sabe mejor que nosotros. He aquí por qué Él dona a los Cristianos muchos bienes y sobre todo el don por excelencia: el Espíritu (v. 13), el único bien de verdad indispensable para sus vidas, aquel que, si lo dejan obrar, los vuelve cada vez más auténticamente «hijos en el Hijo».

2. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE el texto? Modelo de toda oracion Hemos visto en el Padre Nuestro el modelo de toda oración. La palabra filial al Padre centra toda la salvación en la acción divina que interviene y salva. La primacía absoluta de Dios en el acontecer de los hombres, con el lenguaje del Nombre, del Reino, de la Voluntad, todo lenguaje que encierra la persona misma de Dios. Y luego la condición humana a la que llega la acción divina: el Pan, el Perdón, la Tentación, el Maligno. El drama del hombre en el mundo y en la historia. Clama a Dios desde su miseria y espera confiado en el amor del Padre que invoca al comienzo. Consideramos el Padre Nuestro como modelo de toda oración. La relación filial, el Padre como destino de toda oración, la presencia de Jesús, mediador, a través de la acción salvadora del Reino, del pan, de la presencia salvadora del Padre. El carácter comunitario de toda oración. Siempre estará con nosotros el hermano cuando oramos. El Sermón del Monte nos ha invitado a “orar al Padre” y Jesús nos ha enseñado cómo hacerlo. Que esta oración, miles de veces repetida, exprese lo fundamental y más íntimo de nuestra apertura al misterio de Dios y a nuestra necesidad de él.

Orar siempre y en cualquier circunstancia El hombre que de noche corre al amigo es la figura del discípulo de Cristo, llamado a orar a Dios siempre y en cualquier lugar, con la confianza de ser escuchado, no porque lo ha cansado, sino porque Él es un Padre misericordioso y fiel a las promesas. La parábola sirve, por tanto, para explicar con qué disposición el verdadero discípulo debe orar el «Padre Nuestro»: con una confianza total en Dios, Padre amable y justo, confianza que le lleva a una cierta desfachatez, o sea, a “molestarlo” en cualquier momento y a insistir ante Él de cualquier modo, con la certeza de ser escuchado.


La plegaria como conducta fundamental de todo cristiano que quiera ser verdaderamente discípulo de Cristo está muy bien presentada por el apóstol Pablo: «Oren incesantemente, en toda ocasión dando gracias; esta es en efecto la voluntad de Dios en Cristo Jesús hacia ustedes» (1Ts. 5,17-18; cfr. Ro. 1, 10; 12, 12); «Oren incesantemente con toda suerte de plegaria y de súplicas en el espíritu, velando con este fin con toda perseverancia y orando por todos los santos» (Ef. 6,18).

4. ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Dios y Padre nuestro, ¡bendito seas! ¡santificado sea tu nombre! El Espíritu mismo viene en ayuda de nuestra debilidad y nos da la audacia de la fe. Estamos delante de Ti y te pedimos con confianza: danos lo mejor de Ti mismo y que podamos conocer ya la dicha con que nos colmarás por toda la eternidad. Dios y Padre nuestro, Tú nos has dado el pan que necesitamos. Que la comunión en el Cuerpo de Cristo nos haga compartir también su Soplo de vida, el Espíritu Santo, el único que puede hacer surgir en nuestros corazones la oración que Tú habrás de cumplir. ¡A Ti nuestra acción de gracias, ahora y para siempre! Amén.

5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA? Cuántas veces en la vida hemos recitado el Padre nuestro... no lo sabemos. Quizás se nos ha vuelto rutinario. Es el momento de recitarlo muy pausadamente, palabra por palabra, saboreando todo su contenido y aceptando todo el compromiso que él entraña: es oración que lleva consigo la alabanza, la acción de gracias, la petición de perdón. Qé mejor que recitarla en común, detenidamente, con afecto filial.

Nuestro compromiso hoy Como los discípulos, también nosotros nos reunimos en torno a Jesús que ora en solitario. Recojamos en torno a Él y en Él, todas nuestras energías, cualquier pensamiento, toda ocupación o preocupación, las esperanzas, los dolores... Hoy somos nosotros aquellos discípulos que ven orar al maestro y se dejan fascinar de su oración, que evidentemente es muy especial. Hoy sus palabras son para nosotros, su invitación a fiarse del amor del Padre, se dirige a nosotros, presos muchas veces de nuestras cosas, muchas veces envuelto en la búsqueda del “todo y pronto”, encadenados de miles de cosas, que luego (pero sólo “luego” cuando un


acontecimiento nos hiere) descubrimos que verdaderamente son superfluas... Hoy nos toca ponerle voz a la oración del Maestro: Padre, sea santificado tu Nombre... Aprendamos a decir a Dios «Padre-papá-papito», con la confianza del niño. Dejar que este título exprese lo más hondo de nuestra oración a El. Propongámonos hacer espacio a la salvación en nosotros... Ser solidarios con la falta de pan en el mundo... perdonar a alguien concreto... Recitar pausada y atentamente el Padre nuestro...

Algunas preguntas par meditar durante la semana 1. La oración para mí es: ¿una obligación? ¿Una pausa para la búsqueda de mi mismo? ¿La presentación a Dios de una lista de peticiones? ¿Un descanso en compañía del Padre? ¿El diálogo sencillo y confiado con Aquel que me ama? 2. Cuánto tiempo dedico a la oración: ¿cada día algunos momentos? O, más bien, ¿cada semana o una vez al mes? ¿Ocasionalmente? ¿Sistemáticamente? ¿Espero el «sentir deseos» de rezar, es decir, cuando «me nace»? 3. De dónde parte mi oración: ¿De la Palabra de Dios? ¿Del santo o de la festividad litúrgica del día? ¿De la devoción a la Virgen María? ¿ De una imagen famosa o de un icono? ¿De los sucesos de mi vida o de los de la historia del mundo? 4. Con quién me encuentro cuando rezo: ¿mirando a lo profundo de mi mismo, en la oración hablo con alguien al que siento como juez o como amigo? ¿Lo siento «igual que yo» o lo considero «santo», infinito o inalcanzable? ¿Está junto a mí, o lejano e indiferente? ¿Es mi Padre o es mi patrón? ¿Se ocupa de mi o «va a sus cosas»? 5. Cómo rezo: ¿Uso de modo algo mecánico fórmulas prefijadas? ¿Rezo con versículos de salmos o de otras páginas bíblicas? ¿Con textos litúrgicos? ¿Prefiero una oración espontánea? ¿Recurro a largos textos de bellas palabras o prefiero repetir una breve frase? ¿Cómo utilizo la «oración del Señor»? ¿Consigo orar mientras trabajo o cuando estoy en cualquier lugar o sólo cuando estoy en la iglesia? ¿Consigo hacer mía la oración litúrgica? ¿Qué puesto tiene la Madre de Dios en mi oración?

Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

Libro virtual: O:


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