La preocupación por las riquezas alejan de Dios e impiden servir al prójimo AMBIENTACIÓN: Hoy, la Palabra de Dios, nos habla de algo que nos afecta demasiado. Quiere hacernos reflexionar sobre la finalidad de nuestros afanes, de nuestras luchas, de nuestras preocupaciones. Al mismo tiempo nos ofrece un mensaje de liberación ante aquello que puede estar esclavizándonos: bienes, riquezas... El tema de esta liturgia dominical es la vanidad y la codicia.
1. PREPARACIÓN: Invocación al Espíritu Santo Espíritu Santo, abre nuestra mente y nuestro corazón a la acogida generosa de la Palabra de Vida que nos congrega en esta experiencia de oración. Haz que comprendamos la grandeza del Don de Dios y estemos dispuestos a aceptar su designio y sepamos leer los signos de su presencia en nuestra historia personal y comunitartia. Amén. 2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Qo. 1,2; 2,21-23:«¿Qué saca el hombre de todo su trabajo?» Hay quienes acusan al Eclesiastés («Qohelet» = Predicador) de pesimismo y aun de epicureismo. No obstante, ¿no hay acaso un profundo realismo, desde la óptica de la fe, en estas palabras? También esta advertencia crítica hacia un optimismo infantil es la Palabra que tenemos que escuchar para que no nos dejemos «encandilar» por la obra de nuestro trabajo. El valor que para él encierran Dios, su culto, el ejercicio de las virtudes, etc, nos impiden clasificarlo como taL Sus enseñanzas son una óptima preparación para las del Evangelio. En el mensaje del libro del Eclesiastés (o «Qohelet») el autor nos advierte contra la vanidad de nuestros proyectos, nuestro trabajo lucrativo, y la vanidad de aquellos que acumulan bienes. A la doctrina tradicional de que Dios premia y castiga en la vida presente, él opone la innegable experiencia que evidencia todo lo contrario. A la tesis de Job y de otros Sabios, que exigen a la Justicia de Dios que el hombre justo se vea galardonado de riquezas, salud, larga vida, numerosa prole y fama perdurable, responde el Qohelet que un tal galardón sería ridículo, pues todo lo que es
provisional y caduco tiene el vacío en su entraña. Y al hombre no se le puede engañar con algo vacuo. La idea básica del Qohelet es su célebre aforismo: «Vanidad de vanidades y todo vanidad». Con esta mirada tan profunda a la vacuidad radical de todo lo terreno y temporal queda el terreno dispuesto para una revelación luminosa del más allá. Algunos Salmos, y sobre todo el Libro de la Sabiduría, van a traer la revelación de la «inmortalidad» y del «premio eterno» en Dios. Daniel y los Macabeos nos hablarán, además, de la «resurrección». El Evangelio tiene ya el clima dispuesto para proclamar: «Bienaventurados los pobres de espíritu. De ellos es el Reino de los cielos». La vacuidad radical de todo lo terreno nos abre al destino trascendente y eterno
Sal. 39(38): «Señor, dame a conocer mi fin» En el salmo predomina la amargura y el sabor acerbo de elegía ante la caducidad de la vida y las miserias y dolor de la existencia. «El salmo está lleno de tristeza melancólica» (L. Desnoyers). «Es una desgarradora autobiografía» (Deissler). «Desde la sinceridad y delicadeza de sentimientos parece una de lqas más bellas elegías del salterio» (H. Ewald). El autor no ha salido de una escuela filosófica. Su voz sale directa de su propia vida salpicada de miserias. En medio del dolor no encuentra a nadie a quien pueda dirigirse sino a Dios, en cuyas manos está su suerte. Da la impresión de que el salmista le quiere echar un pulso a Dios con el fin de negociar una existencia un poco más satisfactoria. El predicador (Qohelet) nos ha hablado del vacío de la vida humana, del trabajo, dolor y fatiga. En esta vacío resuena la Palabra de Dios que hemnos de escuchar: frente a lo inconsistente, Dios es la roca; para la fatiga, promete el reposo y nos guía a Él. Repetir el responsorial de hoy es subrayar la importancia de aceptar como Palabra de Dios las observaciones e interrogantes del Eclesiastés. Sólo Dios es la Roca que salva, y por eso hay que adorarlo y servirle únicamente a Él. «Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años... Me concediste un palmo de vida... el hombre no dura más que un soplo... pasa como pura sombra... atesora sin saber para quién» (v.7). El salmista pide a Dios una respuesta. Quiere conocer su fin. Tiene derecho a saber qué sentido tiene una vida tan corta y tan limitada. La respuesta le podría venir del salmo 90,12: «Enséñanos a contar nuestros días y llegaremos a la sabiduría del corazón». El hombre debe penetrar en el sentido de su limitación: apenas ha llegado a la vida y ya toca su fin. Habrá que procurar no perder este segmento pequeño rebelándose contra una felicidad imposible. Hay que saber aceptar la vida como es, con su limitación: un palmo, un soplo, una sombra, la nada. Y esta limitación no sólo me afecta a mí, sino a toda la humanidad.
«Cosa extraña: el tiempo no es nada. Y, sin embargo, se pierde todo cuando se pierde el tiempo. Es que el tiempo es lo establecido por Dios para servir de paso a la eternidad». (Bossuet)
Col. 3, 1-15:« Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo» En el mensaje a los Colosenses S. Pablo transmite una espiritualidad contra la codicia y la vanidad: somos miembros de Cristo resucitado, así que debemos abandonar las tendencias mundanas (la fornicación, la vanidad, la codicia, etc.) que destruyen nuestro crecimiento espiritual y nuestra resurrección interior. «Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo»: he aquí un compendio muy claro de la vida cristiana, vista a la luz del misterio pascual de Cristo. Para San Pablo lo que cuenta en primer lugar es la vida nueva, escondida en Cristo. En función de la vida nueva, se ejerce en el tiempo presente un trabajo de «dar muerte» a todo lo que no corresponde a la vida nueva. Quizá a la luz de estas palabras del apóstol veamos más claro el misterio del Eclesiastés. San Pablo ya no camina entre sombras como el Qohelet, sino a la luz plena de la Resurrección de Cristo. A esta luz valora las cosas terrenas y las futuras: la plena luz viene de la Resurrección de Cristo. Cristo con su Resurrección vive plenamente la vida celeste. El Bautismo pone al cristiano en comunión con Cristo Resucitado; con la vida celeste de Cristo. La vida del cristiano está toda ella sellada de trascendencia; está del todo proyectada a los bienes celestes que Cristo goza y tiene preparados para nosotros. Todo eso sucede ahora a ocultas. Es la etapa de fe y de peregrinación. Poseemos, sí, la vida celeste o divina; pero velada. Cuando llegue la Parusía gloriosa de Cristo gozaremos también gloriosamente la vida divina. La resurrección de nuestros cuerpos nos hará partícipes de la gloria de Cristo en alma y en cuerpo. La labor del cristiano debe ser despojarse del «hombre viejo»; es decir, de la herencia de Adán, que es la caducidad y el pecado. Adán, creado a imagen de Dios, de Dios inmortal, tenía un destino de vida eterna. Por su pecado deshonró esta imagen y quedóse con su caducidad y limitación. Herencia de Adán es el cúmulo de vicios y pecados que nos manchan (vv. 5. 8). Recibimos la Redención, que es gracia de Cristo Redentor, para que venzamos en nosotros el pecado: «Despójense del hombre viejo. Y revestios del nuevo, el que es a
imagen de su Creador, y se va renovando hasta el pleno conocimiento» (v. 10). Con nuestra respuesta de fe y de amor a la gracia de Cristo vamos superando en nosotros la herencia de pecado y nos transformamos en el hombre nuevo. Cristo modéla esta nueva creación. Cristo nos da la filiación divina. Entramos de lleno en la familia de Dios.
Lc. 12. 13-21:«Guárdense de toda avaricia» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor. 13
Uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.» 14 Él le respondió: «¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?» 15 Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aunque alguien posea abundantes riquezas, éstas no le garantizan la vida.» 16 Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; 17 y pensaba entre sí, diciendo: `¿Qué haré, pues no tengo dónde almacenar mi cosecha?' 18 Y dijo: `Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes, reuniré allí todo mi trigo y mis bienes 19 y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea.' 20 Pero Dios le dijo: `¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?' 21 Así es el que atesora riquezas para sí y no se enriquece en orden a Dios.» Re-leamos el texto para interiorizarlo B) Contexto: Lc. 12, 1-12. [13-21]. 22-32 El relato del evangelio de hoy se encuentra sólo en el Evangelio de Lucas y no tiene paralelo en otros evangelios. Forma parte de la descripción del camino de Jesús, desde Galilea hasta Jerusalén (Lc. 9,51 a 19,28), en el que Lucas coloca la mayor parte de las informaciones que consigue recoger respecto de Jesús y que no se encuentran en los otros tres evangelios (cf. Lc 1, 2-3). El evangelio de hoy nos trae la respuesta de Jesús a la persona que le pidió que mediara en el reparto de una herencia. El texto propuesto por la liturgia para este Domingo 18º del tiempo ordinario, forma parte de un discurso bastante largo de Jesús sobre la confianza en Dios que quita todo temor (Lc. 12, 6-7) y sobre el abandono en la providencia de Dios (Lc. 12, 22-32). El pasaje de hoy en efecto está precisamente en medio de estos dos textos: Lc. 12, 1-12. [13-21]. 22-32
En el v. 13 alguien interrumpe el discurso de Jesús, mostrando su preocupación sobre cuestiones de herencia. Jesús predica que «no hay que tener temor de los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más» (Lc 12,4), y este hombre no percibe el significado de las palabras de Jesús dirigidas a aquéllos que Él reconoce como «mis amigos» (Lc. 12,4). Por el evangelio de Juan sabemos que, amigo de Jesús es aquél que conoce a Jesús. En otras palabras, conoce todo lo que Él ha oído del Padre (Jn. 15,15). El amigo de Jesús debería saber que su Maestro está radicado en Dios (Jn. 1,1), y que su única preocupación consiste sólo en intentar hacer la voluntad de aquél que lo ha enviado (Jn. 4, 34). La amonestación y el ejemplo de Jesús a sus amigos es el de no afanarse por las cosas materiales, porque «la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido» (Mt. 6,25). En un contexto escatológico Jesús aconseja: «Cuiden que no se emboten sus corazones por el libertinaje, por l embiriaguez y por ls preocupacioens de la vida...» (Lc. 21.34).
C) Comentario: vv. 13: Alguien de la gente pide a Jesús que diga a su hermano «que reparta la herencia» (v. 13). Hasta hoy, la distribución de la herencia entre los familiares es siempre una cuestión delicada y, muchas veces, ocasiona infinitas discusiones y tensiones. En aquel tiempo, la herencia tenía que ver también con la identidad de las personas (1Re. 21,1-3) y con su supervivencia (Núm. 27,1-11; 36,1-12). El mayor problema era la distribución de las tierras entre los hijos del fallecido padre. Siendo una familia grande, se corría el peligro de que la herencia se desmenuzara en pequeños pedazos de tierra que no podrían garantizar la supervivencia de todos. Por esto, para evitar la desintegración o pulverización de la herencia y mantener vivo el nombre de familia, el mayor de los hijos recibía el doble de la herencia (Dt. 21,17. cf. 2Re. 2,11)
vv. 14-15: La petición de esa persona es superflua delante del Señor. Jesús rechaza hacer de juez entre las partes (v. 14), como en el caso de la mujer adúltera (cfr. Jn 8, 2-11). Se nota que para Jesús no tiene importancia cuál de los dos tiene razón. Él se mantiene neutral en la cuestión entre los dos hermanos, porque su reino «no es de este mundo» (Jn. 18,36). Este comportamiento de Jesús refleja la imagen que nos da Lucas del Señor manso y humilde. En la respuesta de Jesús se ve la conciencia que tenía de su misión. Jesús no se siente enviado por Dios para atender el pedido de arbitrar entre los parientes que se pelean entre sí por el reparto de la herencia. Pero el pedido despierta en él la misión de orientar a las personas, pues: «Les dijo: Miren y
guárdense de toda codicia, porque, aunque alguien posea abundantes riquezas, éstas no le garantizan la vida» (v. 15). Formaba parte de su
misión el esclarecer a las personas respecto del sentido de la vida. El valor de una vida no consiste en tener muchas cosas, sino en ser rico para Dios (Lc. 12,21). Pues, cuando la ganancia ocupa el corazón, no se llega a repartir la herencia con equidad y con paz.
vv. 16-19: Parábola del necio ambicioso Según su costumbre, también aquí Jesús enseña por medio de una parábola, en la cuál nos presenta «un hombre rico» (v.16), nosotros diríamos, un rico inconsciente que no sabe qué hacer de sus bienes tan abundantes (v. 17). Este personaje nos recuerda al rico epulón que todo encerrado en sí mismo no se acuerda de la miseria de Lázaro (cfr. Lc. 16,1-31). La parábola que hace pensar en el sentido de la vida. Inmediatamente después Jesús cuenta una parábola para ayudar a las personas a reflexionar sobre el sentido de la vida: «Los campos de cierto hombre rico dieron
mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ¿Qué haré, pues no tengo dónde almacenar mi cosecha». El hombre rico está totalmente encerrado en la preocupación de sus bienes que aumentarán de repente por causa de una cosecha abundante. Piensa sólo en acumular para garantizarse una vida despreocupada. Ciertamente, que a este hombre rico no lo podemos definir como justo. Justo es aquel que, como Job, comparte con los pobres los bienes recibidos de la providencia de Dios: «porque socorría al pobre que pedía ayuda, al huérfano que no tenía a nadie. La bendición del que moría descendía sobre mí y en el corazón de la viuda infundía el gozo» (Jb. 29, 12-13). No es la riqueza en sí misma la que constituye la necedad de este hombre, sino su avaricia que revela su locura. Pues él dice: «Alma mía, tienes muchos bienes en reserva para muchos años; descansa, come , bebe y banquetea» (v.19).
v. 20: Primera conclusión de la parábola. En su necedad él no cae en la cuenta que todo le viene dado por la providencia de Dios, no sólo los bienes, sino también la misma vida: «¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma» (v. 20). La muerte es una clave importante para redescubrir el sentido verdadero de la vida. Relativiza todo, pues muestra lo que perece y lo que permanece. Quien sólo busca tener y olvida el ser pierde todo en la hora de la muerte. Aquí se evidencia un pensamiento muy frecuente en los libros sapienciales: para qué acumular bienes en esta vida, si no sabes dónde poner los bienes que acumulas, ni sabes lo que el heredero va a hacer con aquello que tu le dejas (Ecl 2,12.18-19.21). El rico de la parábola es un hombre necio (v. 20), que tiene el corazón lleno de los bienes recibidos, sin acordarse de Dios, sumo y único bien. La conducta del sabio, por el contrario, es muy diferente. Lo vemos por ejemplo encarnado en
la persona de Job, que exclama con serenidad: «¡Desnudo salí del seno de mi madre, y desnudo regresaré. El Señor lo ha dado , el Señor lo ha quitado, bendito sea el nombre del Señor!» (Jb. 1,21). La tradición sapiencial nos trae muchas enseñanzas sobre la conducta del justo ante la riqueza: Pv. 27,1; Sir. 11.19 (se inspiró Jesús en este versículo para esta parábola?); Qo 2,17-23; 5,17 - 6,2. También el Nuevo Testamento nos amonesta sobre esto: Mt. 6,19-34; 1Co. 15, 32; St. 4; 13-15; Ap. 3, 17-18.
v. 21: Segunda conclusión de la parábola. Él rico necio «atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios» (v. 21). ¿Cómo volverse rico para Dios? Jesús dio diversas sugerencias y consejos: quien quiere ser el primero, que sea el último (Mt. 20,27; Mc. 9,35; 10,44); es mejor dar que recibir (Hch. 20,35); el mayor es el menor (Mt. 18,4; 23,11; Lc. 9,48) guarda su vida aquel que la pierde (Mt. 10,39; 16,25; Mc. 8,35; Lc. 9,24).
3. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE el texto? Consumismo absolutizado El problema del rico de la parábola explicada por Jesús es el de no tener en cuenta las palabras del Eclesiastés ni -desde la perspectiva de la fe cristiana- el mensaje de la carta a los Colosenses. Es, a la vez, una aplicación de las palabras de Jesús al iniciar el camino hacia Jerusalén: ¡El que quiera salvar su vida, la perderá! En el lenguaje cotidiano de hoy, podríamos decir que es el problema del
consumismo absolutizado como máximo ideal de una persona. ¡He aquí la «vanidad»! Tengamos también en mente que la codicia es hoy un pecado colectivo, practicada por países ricos y por grupos. Sucede que la codicia es una causa importante de la injusticia social, del hambre y la miseria para mucha gente.
Sentido del trabajo humano bre. Podrían surgir espontáneamente reflexiones pesimistas, a la luz de la primera lectura. Hay que matizarlo, en el sentido del salmo responsorial y de la segunda lectura. Esto es, claramente, lo que plantea la Constitución «Gaudium et Spes», del Concilio Vaticano II, cuando habla de la «actividad humana» (GS. 34.35 y 38.39). Convendría releer estos párrafos para preparar la homilía de este Domingo. El esfuerzo humano tiene sentido, es querido por Dios, pero el «futuro de Dios» es mayor que el esfuerzo humano. No puede el hombre pensar que los bienes terrenos tienen que ser su herencia para siempre. ¡Todo tiene que ser transformado!
Sentido de la muerte sentido de la muerte. La muerte vista como ruptura y como tránsito. Ruptura con los modos de actuar presentes, con las realidades terrenas y pasajeras. Tránsito hacia una plenitud de gloria (cfr. la segunda lectura). A la luz de este sentido de la muerte, la vida entera se presenta como el trabajo de potenciación de aquello que es, ya desde ahora, la posesión de la herencia auténtica: « la vida que está con Cristo escondida en Dios».
Los bienes son relativos, transitorios... Teniendo en cuenta todas las ocasiones en que Lucas trata el tema de los bienes materiales y la pobreza, se puede subrayar en el texto de hoy la frase siguiente: «Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». No se trata, por tanto, de un juicio necesariamente negativo de las riquezas a causa de los peligros que representan (Domingos 25º. y 26º.), sino de mostrar que los bienes de aquí son estrictamente «vanidad», es decir, que terminan con la muerte y no pasan más allá. Por eso, plantear a Jesús problemas de herencia terrena -como hacía «uno del público»- es no entender nada del mensaje evangélico. Incluso suponiendo que las riquezas sean bien adquiridas y fruto del esfuerzo personal o de la suerte, la cuestión es la misma: no son una herencia para siempre: «Lo que has acumulado ¿de quién será?». Otra enseñanza destacada es la actitud sapiencial que se desprende de estos textos: todos los bienes temporales son relativos, transitorios, no procuran la felicidad plena a que puede aspirar el corazón del hombre. Aquí la reflexión debería ir más allá de la cuestión estricta del dinero y no convertirse en una invectiva contra los «ricos», sino entrar más a fondo en el significado relativo de cuanto es enriquecimiento humano: cultura, viajes, bienestar, reconocimiento personal, etc... Todas estas realidades positivas tienen que verse en «reserva escatológica», es decir, en su condición de «no definitivas», frente a aquello que sí es definitivo, escatológico: «los bienes de allá arriba, donde está Cristo». «No hay nada más sobre la tierra que no me muestre una de estas dos cosas: o la miseria del hombre o la misericordia de Dios; o la impotencia del hombre sin Dios, o el poder del hombre con Dios». (Pascal)
4. ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Concédenos, Padre de bondad, que la Iglesia de Cristo, extendida por todo el mundo, siga con fiel austeridad y moderación el Evangelio de Jesús, purifícala de toda ambición de dinero, de poder y de prestigio. Ayúdanos a construir un mundo en el que resplandezcan tu bondad y tu justicia, en el que se cumplan tus designios. Que todos nosotros alcancemos lo que necesitamos para vivir en justicia y en paz; y que los cristianos nos veamos liberados de la esclavitud de los bienes temporales. Te encomendamos a los enfermos, a quienes no tienen trabajo, a los que no pueden disfrutar de descanso, para que alcancen lo que necesitan para vivir con dignidad. Que nosotros no nos atemos a los bienes de la tierra y seamos capaces de buscar «los bienes del Reino». Amén. 5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA? No al pesimismo El creyente no puede ser pesimista. No debe dejarse arrastrar por la esclavitud del egoísmo o del afán de acaparar bienes. Pero el creyente sabe que la vida tiene sentido por sí misma porque es camino hacia Dios. La primera lectura tiene que ayudarnos a pensar que tenemos que trabajar para conseguir el pan de cada día y dar plenitud a las cualidades que Dios nos dio, pero que también hay otros valores tan importantes como el pan.
Frente a la «vaciedad» de las cosas si ponemos en ellas nuestro corazón, está la presencia de Dios que llena satisfactoriamente el «vacío» que no pueden llenar los bienes de la tierra. Acertadamente decía San Agustín que Dios nos creó para él y «nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en él», por muchos bienes que posea en este mundo.
Unidos a Dios escuchamos un clamor «La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuevan , corruptas, pesadas e ineficaces». (Papa FRANCISCO: EG. 189)
Mirar los bienes que sí valen... El Señor, en el Evangelio de hoy, nos hace una llamada a ser sensatos en nuestros afanes y saber luchar por los bienes que no perecen. Hemos de luchar por aquellos bienes que no se apagan con la muerte; por los bienes que sí podemos «llevar con nosotros». Como creyentes tenemos que pensar que los bienes a los que nos llama San Pablo a conseguir no son «para el más allá», sino que son toda nuestra vida de ahora « ordenada e iluminada por el más allá». Así como una escalera no es «para subir» o «para bajar», sino «para llegar a una meta», así los afanes y los bienes de ahora son «para llegar a Dios». Jesús no quiere «asustarnos» con una muerte inesperada, sino que quiere darnos un mensaje sobre la utilización de los bienes terrenos y la invitación a no poner en ellos nuestras esperanzas. Solamente quien confía en Dios y se hace «rico ante Dios» quedará colmado de consuelo y felicidad. ¡Estamos demasiado enfrascados en la lucha por alcanzar los bienes materiales, por hacer subir nuestro nivel de vida! Y el Señor nos advierte que el quedarnos en eso es una gran insensatez. Hemos de trabajar por el pan de cada día; pero debemos hacernos ricos ante Dios que es lo que tiene valor permanente e imperecedero.
Economía y distribución del ingreso «La dignidad de cada persona y el bien común son cuesrtiones que debrían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices
agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado. La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo». (Papa FRANCISCO: Exhortación apostólica «La alegría del Evangelio» (EG), 203
Relación con la Eucaristía «Los bienes de allá arriba» es precisamente lo que celebramos y está presente entre nosotros en el misterio eucarístico. La muerte de Cristo que anunciamos es el acontecimiento que transforma toda la realidad terrena, y le abre la puerta del futuro. Celebrar la muerte del Señor es configurar nuestra vida a la suya, para poder morir con El, durante la vida presente, hasta el momento del tránsito hisrtórico. La presencia del Señor de la gloria nos urge constantemente a situarnos, en la Eucaristía, con la actitud que corresponde al juicio escatológico. Por ello solamente en la conversión y la reconciliación se da la preparación coherente a la Eucaristía.
Algunas preguntas para meditar durante la semana: 1. ¿Crees en la providencia divina? 2. ¿Eres consciente de que lo que tienes viene de Dios, o te sientes dueño absoluto de tus bienes? 3. El hombre pide a Jesús que le ayude en el reparto de la herencia. Y tú ¿qué pides a Dios en tus oraciones? 4. El consumismo crea necesidades y despierta en nosotros el deseo de acumular. ¿Qué haces tú para no ser víctima de la sociedad de consumo?
Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O: