Domingo 2º ordinario a

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El Bautismo: consagrados a Dios como pueblo AMBIENTACION Acabamos de salir de las fiestas navideñas y entramos en el Tiempo Ordinario, la vida «normal» también en el ámbito eclesial. En la Oración Colecta pedimos a Dios: «haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz». El que sería el Domingo primero coincide siempre con la solemnidad del Bautismo del Señor. Por eso entramos en la serie de los Domingos con el segundo, mientras que los días feriales anteriores (desde el Lunes hasta el Sábado pasados) sí son de la semana primera del Tiempo Ordinario. Hoy todavía no iniciamos la lectura de Mateo. Cada año en este segundo Domingo escuchamos el evangelio de Juan en unas páginas que vienen a ser como una prolongación de las «manifestaciones» del tiempo de Navidad y Epifanía. Este año oímos el testimonio que Juan el Bautista da de Jesús, sobre quien ha visto bajar al Espíritu en su Bautismo. Que este Domingo es como un eco, todavía, de la celebración de la Navidad, se nota también en la antífona que acompaña al Aleluya antes del evangelio: «la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. A cuantos le recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios».

1. PREPARACION: Invoquemos AL ESPIRITU SANTO Espíritu Santo, ven a iluminar nuestra mente y a mover nuestro corazón, para que nos acerquemos, con buena disposición y ánimo decidido, a escuchar la Palabra que nos invita a reavivar en nosotros la gracia recibida en el sacramento de la Vida nueva. Amén. 2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Is. 49, 3.5-6: «Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación» La primera lectura nos enseña los pasos que Dios da al llamar a alguien. El primero es la iniciativa divina: Desde el vientre me formó siervo suyo. El Señor entra en nuestra vida sin consultarnos. Está sin embargo en nuestras posibilidades rechazar esa elección. Es el pecado. El siervo acepta y se pone a disposición de Dios: Tanto me honró el Señor y Dios


fue mi fuerza. Dios le encarga una misión que va más allá de los límites y las posibilidades humanas. La meta inmediata del encargo divino es pasajera: que le traiga a Jacob y le reúna Israel. Se explica en el contexto histórico del pueblo cautivo en Babilonia que sueña regresar a su tierra propia. Pero la mirada de Dios abarca siglos y desborda fronteras. Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra. El honor y la grandeza del siervo está en ese proceso: ser llamado, lo que significa ser amado. Recibe la confianza de Dios para un encargo propio del amor misericordioso de Dios: la plena realización y felicidad del hombre. Revelarle de parte de Dios cuál es el sentido de su presencia en el mundo. Sea cual sea la intención original de Isaías al ofrecernos estos «poemas del Siervo», nosotros, los cristianos, creemos que en Jesús de Nazaret es en quien mejor se han cumplido las profecías y esperanzas puestas en ese futuro Siervo de Dios. Ya se afirmaba desde el principio que la misión del Siervo iba a ser universal, porque los planes de Dios sobrepasan los límites del pueblo de Israel: «es poco que seas mi Siervo y restablezcas las tribus de Jacob», «te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra». Esta universalidad de la salvación se ha cumplido en Jesús de Nazaret que el día del Bautismo es proclamado como el Mesías de Dios, sobre el que baja el Espíritu, y al que Juan presenta como «el Hijo de Dios». Él es la auténtica Luz del mundo y el Salvador universal de la humanidad. Esta proximidad del siervo para con Yahvé es la garantía de que los oráculos se cumplirán. De algún modo, el siervo queda constituido en prenda de salvación. Así ocurre con Jesús: en él tenemos la seguridad de que las promesas se cumplirán, de que su reino tiene sentido. El libro de los Hechos de los Apóstoles citará estos textos de Isaías para justificar la evangelización de los gentiles. Después del destierro de Babilonia se experimenta en la historia de Israel un proceso de universalización e interiorización del mensaje bíblico. En el cautiverio y en la diáspora, Israel descubrió el sentido ecuménico de su vocación.

Sal. 40(39): «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» El salmo refleja la actitud de obediencia del Siervo a la voluntad de Dios que, según van diciendo el cántico tercero y cuarto, que leemos en la Semana Santa, se ofrece a sí mismo por la salvación de todos. El «movimiento» de este salmo de acción de gracias es admirable: primero un grito de plegaria en una situación dramática, luego acción de gracias por ser escuchado. Pero no está todo terminado: nueva súplica en medio de nuevas desgracias.

La Epístola a los Hebreos, comentando el sacrificio que Jesús hizo de sí mismo, toma las palabras de este salmo. «Por eso Cristo al entrar en el mundo, dijo: no quieres sacrificio ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo (Era la traducción corriente según los manuscritos griegos de la época). No te agradan los holocaustos ni las ofrendas, para


quitar los pecados. Entonces dije: aquí estoy, tal como está escrito de Mí en el libro (precisamente en este salmo 39), para hacer tu voluntad, oh Dios...» (Hbr. 10, 5-10). En esta forma un texto inspirado por Dios nos revela que Jesús recitaba este salmo con predilección, encontrando en él una de las más claras expresiones del don de sí permanente al Padre y a sus hermanos, hasta la hora del don total «de sí mismo en la cruz». Y añadió: «mi alimento es hacer la voluntad del Padre» (Jn. 4,34). Y en la hora misma de definir su sacrificio, repitió haciendo eco a este salmo: «¡Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya!» (Mt. 26,39). Y «por su obediencia somos salvados». (Ro. 5,19).

1Co. 1, 1-3: «La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de nuestro Señor Jesús sea con ustedes» Durante siete Domingos, la segunda lectura la haremos de la primera carta de Pablo a los Corintios (en los ciclos B y C se completa su proclamación). Corinto era y es una ciudad griega de gran vitalidad, puerto de mar, con gran comercio e importantes actividades ciudadanas. Era pagana y con muy mala fama en cuanto a su moral y costumbres. En esa ciudad estuvo Pablo más de un año, entre el 51 y el 52, creando una comunidad cristiana muy viva, rica en valores, pero también en problemas que en parte se explican por su carácter de recién convertidos del paganismo. El gran problema de la carta a los Corintios, que comenzamos a leer en este Domingo, es el que se llama de "la distancia cultural": Cómo enraizar el cristianismo en una cultura totalmente diferente a aquella que históricamente rodea al nacimiento del hecho cristiano. El peligro es que la cultura nueva absorba sólo elementos similares de la cultura primera y así se desvirtúe el mensaje cristiano. Pablo luchará denodadamente contra esto. Ya, de primeras, invoca el título de apóstol. Pablo se sabe con un mensaje que transmitir (Rom 1), e incluso los creyentes también se encuentran en esa misma situación (Rom 1,7). Por eso, la fidelidad a esta gracia se pide de todo el que se siente llamado a difundir la fe. El pasaje de hoy es el inicio de la carta, y nos dice quién es su autor (Pablo, apóstol), sus destinatarios (la Iglesia de Dios que está en Corinto, el pueblo santo) y el saludo que les dirige (y que hoy haría bien el sacerdote en repetir al comienzo de la Eucaristía: «la gracia

y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sea con vosotros»). San Pablo ha sido testigo de cómo la obra salvadora del Cristo, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo se realiza en la naciente Iglesia de Corinto. Al llegar Pablo encontró un pueblo sumergido en la oscuridad de una vida sin luz y sin esperanza, cautivo de conductas inconfesables. Y luego escribe, con su autoridad de apóstol de Jesucristo, a los consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó. Ya habían pasado unos veintisiete años desde la muerte y resurrección del Señor, y su obra seguía viva y actuante en esa comunidad de Corinto. Llamados y consagrados: donde se sentía la fuerza del


pecado, el Cordero que quita el pecado del mundo, tiene ahora una comunidad que Pablo llama santa. Ha entrado en el plan salvador de Dios y en medio de luchas, de fidelidades e infidelidades, construye una familia donde el Espíritu se manifiesta con amplia riqueza. Corinto era la comunidad cristiana más parecida a las actuales. Estaba situada en una gran ciudad, en medio del tráfico del imperio romano, capital de la provincia de Acaya/Grecia, comercial, rica, corrompida en muchos aspectos, con tradición de libertad/libertinaje, con una cierta cultura superficial producto de muchas influencias, es, en muchos aspectos, similar a nuestras grandes ciudades. Muchos de sus problemas, de los cristianos de allí, también son semejantes. La comunidad fue fundada por Pablo en su segundo viaje misional, hacia el año 51 o 52, con ayuda de otros cristianos que habían venido de Roma. Es una comunidad con mucha gente de origen y capa social baja como obreros del muelle, esclavos, otros obreros. Pero también hay bastante gente pudiente, con soltura económica y medios. También en esto se parece a nuestras comunidades. Los bienes que Pablo desea no son los cotidianos. El don de Dios es, finalmente, Cristo. La paz es la suma de todos los bienes presentes. El saludo nos pone en ambiente para ir leyendo la carta.

Jn. 1,29-34: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGUN SAN JUAN R/. Gloria a Ti, Señor. 29

al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. 31 «Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.» 32 Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. 33 Y yo no lo conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: `Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo'. 34 Y yo le he visto y doy testimonio de que ése es el Elegido de Dios» Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.


RE-LEAMOS LA PALABRA para interiorizarla a) Contexto: Jn. 1,1 - 2,12 Una vez que Jesús es proclamado solemnemente en el prólogo como el Logos, la Palabra de Dios que se encarna y viene al mundo para ser Vida y Luz, (Jn. 1. 1-18), aparece Juan, que ya desde el mismo prólogo es presentado con una misión propia respecto de la Palabra: enviado para ser testigo, dar testimonio de la luz y conducir hacia Jesús (Jn. 1, 68.15-18), empieza su oficio de bautista (Jn. 1, 19-28). Bautiza «para que él se manifieste a Israel». Ve pasar a Jesús y lo señala. Luego confirma en el Bautismo su identificación y «da testimonio de ése es el Hijo de Dios» (Jn. 1, 29-34), y encamina hacia él a sus mismos discípulos. Desde Jn. 1, 19 a Jn. 2, 12 nos encontramos ante una especie de tratado de la iniciación a la fe, que vale tanto como reflexión doctrinal sobre el catecumenado o sobre el nacimiento de una vocación. En efecto, todo gira en torno a la palabra «ver». Hay que «ver» los sucesos, a las personas que nos rodean y hay que aprender a conocerlas. La verdad es que no se las conoce, están entre nosotros y no las vemos, o nos equivocamos respecto a lo que son (cfr. Jn. 1, 32; 2, 9). Las vemos, pero no las miramos.

b) Comentario: vv. 29-30 ¿Quién es ese siervo del cual habló Isaías? Dios mismo que asume la condición humilde del hombre y se pone al servicio de la humanidad de todos los lugares y tiempos. Era necesario que un profeta, uno que hable con verdad en nombre de Dios, identificara legítimamente ese salvador que Dios envía. Tantos en la historia se han arrogado ese papel y han pasado dejando sólo decepciones. La memoria de los pueblos apenas los recuerda. «Ve (Juan) a Jesús venir hacia él y dice: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Como todo el pueblo, Juan estaba a la expectativa de la venida del Mesías. Juan Bautista presta su voz a Dios para hacer este anuncio que traspasa los tiempos. No le dice su nombre propio sino el que tiene en los planes divinos: Es el Cordero de Dios. Nos puede parecer extraño designar a una persona como Jesús con ese título. Pero detrás de él hay una rica tradición del amor comprometido y liberador de Dios. Trece siglos antes, un pueblo esclavizado en tierra extranjera, obtuvo por intervención divina su libertad. Un cordero, sangrante, asado, comido en traje de viajeros, fue el signo de esa intervención y esa liberación. Son los contrastes divinos. Un animal considerado, manso y débil, es el encargado de revelar el poder vencedor de Dios sobre toda opresión. Ahora, con la entrada de Dios al mundo en la persona de Jesús, llega el momento de la liberación definitiva. No será ya obra de un animal sino del sacrificio del propio Hijo de Dios. El libro del Apocalipsis lo verá después, degollado y en pie, vencedor de todo mal.


Ese Cordero excepcional quita el pecado del mundo. Lo remueve como el principal obstáculo para la acción de Dios en el hombre. No se trata del simple perdón y olvido de los pecados cometidos en la vida. El va a la fuente misma de las faltas, a la actitud soberbia del hombre que se niega a entrar en el proyecto salvador de Dios y dice no a su invitación misericordiosa.

• Existía antes que yo. Evoca varios textos de los libros sapienciales, en los que se habla de la Sabiduría de Dios que existía antes de todas las demás criaturas y que estaba junto a Dios como maestro de obras en la creación del universo y que, por fin, fue a morar en medio del pueblo de Dios (Prov 8,22-31; Ec 24,1-11). Jesús es el Cordero de Dios porque ha sido elegido por Dios para iniciar el éxodo de nuestra libertad. Y así como en otros tiempos los israelitas fueron librados de la muerte y de la esclavitud por medio de la sangre de un cordero (celebración de la Pascua), así nosotros hemos sido librados en Cristo de la esclavitud de la ley, del pecado y de la muerte. Jesús es el que toma sobre sí la culpa de todos; no a quien todos le echan la culpa. No es el que los hombres eligen para disculparse, sino el que Dios ha elegido para quitarnos la culpa de verdad. vv. 31-34: El Bautismo de Jesús lo cuenta el evangelista Juan con un claro testimonio del Bautista sobre Jesús. Nos dice que al principio «no lo conocía», pero vio cómo el Espíritu bajaba sobre Jesús y así pudo el Bautista anunciar a todos: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él » (v. 32). En el 4º evangelio,

es el Bautista, y no Jesús, quien ve que baja el Espíritu y quien da testimonio de Cristo (comparar con Mc. 1, 9-11). El descenso del Espíritu como paloma evoca la acción creadora en la que se dice que «el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas» (Gn. 1,2). Este texto de Génesis sugiere la imagen de un pájaro que vuela sobre un nido. En el evangelio es Imagen de la nueva creación en movimiento bajo la acción de Dios. Juan Bautista nos asegura con su autoridad profética que ha sido testigo del poder divino que invadió a Jesús en el momento de su bautismo. El Espíritu Santo se posó sobre él. El Bautista llega a afirmar la identidad más profunda de Jesús: «Este es el Hijo de Dios» (v. 34). Es el título que resume todos los demás. El mejor comentario de este título es

la explicación del mismo Jesús: «Las autoridades de los judíos respondieron: No te apedreamos por algún bien que hayas hecho, sino porque siendo hombre, insultas a Dios, haciéndote pasar por Dios. Jesús dijo:"¿No está escrito en la Ley de ustedes: Yo lo digo: ustedes son dioses? Se llama, pues, dioses a los que reciben la palabra de Dios; y no se puede dudar de la Escritura. Entonces, si el Padre me ha


consagrado y enviado al mundo, ¿no puedo decir que soy Hijo de Dios sin insultar a Dios? Si yo no cumplo las obras del Padre, no me crean. Pero si las cumplo, aunque no me crean por mí, crean por las obras que hago y sepan de una vez que el Padre está en mí y yo estoy en el Padre"» (Jn 10,33-39) Este es el itinerario de la fe de Bautista que, al principio, no conoce (vv. 31, 33); después descubre a Jesús como Mesías, Cordero o servidor (vv. 29, 32), y por fin lo descubre en su personalidad humana-divina (v. 34). También es este el camino que siguen Juan y Andrés (Jn. 1,33-39), que empiezan viendo a Jesús-Cordero (cfr. Jn. 1, 36) y terminan por ver dónde mora (v. 39), es decir, por comulgar con su intimidad, con sus relaciones con el Padre. La vocación de Natanael tiene el mismo desarrollo (v. 45): ve a Jesús como simple hijo de José, únicamente en la dimensión humana de su existencia (v. 43), después lo que ve como Mesías (v. 49), pero el camino no llegará a su fin hasta el día en que lo vea en la cruz, Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, ensalzado y destrozado. Finalmente, María pasa por las mismas etapas: ve a su Hijo como un simple taumaturgo (Jn. 2, 1-11, capaz de ayudar a sus amigos y percibe la gran distancia que la separa todavía de la fe en el Hijo muerto y resucitado en la hora de su gloria. La fe del bautizado y la vocación del militante o del ministro arrancan, pues, del análisis de los sucesos y de las situaciones concretas y humanas. Pero tienden a interpretar estos hechos y a descubrir en el misterio pascual del Hombre-Dios el mejor significado que hay que dar a las cosas. Queda entonces «seguir» (vv. 37. 43) este Hombre-Dios, o «atestiguarlo» (v. 34).

3. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE el texto? El Siervo que se entrega por todos No es el cordero-siervo de los hombres, sino el cordero-siervo de Dios. Por ello es igualmente el Pastor, el único, el que da la vida por las ovejas. Su muerte en la cruz fue en un acto de lucidez y de soberana libertad, un acto de obediencia al Padre y no de sometimiento a los poderes de la Sinagoga o del Imperio. El objetivo de Jesús es: quitar el pecado del mundo, barrer la injusticia de la faz de la tierra, acabar con las violencias... Para este objetivo no sirve la ley del talión, el odio no se vence con el odio, sino con la abundancia de amor. Un amor que debe ser eficaz, de lo contrario no sirve, o mejor, no es amor. No se trata de perdonarlo todo, sin remediar nada. El justo es el que quita la injusticia del mundo. Jesús no quiere hacer de nosotros unos inconscientes. No hay reconciliación sin justicia. Se requiere una opción principal por la no violencia; no se trata de no hacer nada en contra de la injusticia, sino de una opción para luchar contra ella. Habrá que perdonar, pero


barriendo la injusticia. Cristo optó por morir y no matar, actitud del Siervo y de la Iglesia, pero no calló; afrontó, desafió, provocó, denunció. Toda reconciliación implica el perdón de los enemigos, pero no condescendencia con sus injusticias. Reconciliarse es quitar el pecado del mundo sin caer en la cómoda actitud de quitar de en medio a los pecadores. Este camino de Jesús pasa por la Cruz. El cristiano, que se siente justificado por Jesús, ha de pasar por ese misterio de Cruz y el que se inserte en el misterio de reconciliación entregado a la Iglesia no debe desconocer la encrucijada del dolor.

El Cordero que quita el pecado del mundo Los nombres que aplican a Jesús las lecturas de hoy intentan describir la rica personalidad de Cristo Jesús: el Enviado de Dios, el Mesías, el Siervo, el Hijo de Dios, el Amado y preferido del Padre, Señor nuestro. A veces él mismo se presenta como el Pastor. Pero hoy se dice de él que es «el Cordero que quita el pecado del mundo". El cordero es un animal que para los contemporáneos de Jesús estaba lleno de simbolismo y resonancias bíblicas. La primera comunidad cristiana vio en Jesús cumplidos los recuerdos y figuras de aquel «cordero pascual» cuya sangre, marcando las puertas de las familias de los judíos en Egipto, fue el inicio del éxodo y de la liberación de Israel. También tienen una relación íntima con Jesús los sacrificios diarios de corderos en el Templo, ahora sustituidos por la ofrenda que de sí mismo hace este verdadero Cordero en la cruz. También Isaías, en los cantos siguientes al que hemos leído hoy, presenta al Siervo como una oveja que llevan al matadero y se ofrece por la salvación de todos. Todo eso se realiza en plenitud en Cristo Jesús. De él sí se puede decir que es «el Cordero que quita el pecado del mundo». Recién terminadas las fiestas navideñas, hacemos bien en mirar a ese Jesús que en su Pascua se entregará por toda la humanidad y nos reconciliará con Dios.

Una comunidad con luces y sombras Cuando escuchamos la carta de Pablo a los Corintios, la tenemos que considerar como escrita para nosotros mismos, con el deseo de merecer las alabanzas del apóstol y procurando corregirnos de sus reproches, si es que se nos pueden aplicar. La de Corinto es una comunidad cristiana que vive en un ambiente pagano, lo que también le da mayor actualidad ahora. La Escritura no se proclama en nuestra celebración para que nos enteremos de que hace veinte siglos las comunidades tenían tales o cuales problemas, sino para que nos miremos al espejo y procuremos que nuestros caminos vayan coincidiendo cada vez más con los de Dios.


Hay abundantes luces en la Iglesia de hoy. También nuestras comunidades pueden definirse como aquélla: «la Iglesia de Dios en Corinto», afincada en medio de una sociedad concreta. Y, sobre todo, también están compuestas por personas que son «los consagrados por Jesucristo, el pueblo santo que él llamó». Además, como la de Corinto, nos sentimos unidos «a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro y de ellos». Pero a la vez también entre nosotros se pueden descubrir los mismos problemas que iremos encontrando a lo largo de la carta a los de Corinto. Nuestras comunidades deberían sentirse unidas interiormente por la gracia de Dios, y a la vez unidas universalmente con todas las otras comunidades esparcidas en el mundo, sin cerrarse en sí mismas.

El Cristiano, consagrado por el Bautismo ¿Qué le sucede a una persona que llega a hacerse miembro del Pueblo de Dios, que es la Iglesia?: =>: Primeramente se hace un «profeta». Todos los cristianos son profetas en el sentido básico del término. Un cristiano como profeta es alguien qué da testimonio, por su modo de vida de acuerdo a Jesús, que Cristo nos ha salvado: ha cambiado nuestros viejos caminos de pecado en caminos propios de un hijo y una hija de Dios. Un cristiano como profeta es alguien que tiene la capacidad y el deber de entregar a los demás el mensaje cristiano. Eso es el apostolado: todos los católicos bautizados son apóstoles natos. =>: Segundo, ser miembro del Pueblo de Dios, la Iglesia, significa ser «sacerdote». No sacerdote ministerial, sino el sacerdocio común propio del laicado. Por lo tanto el cristiano bautizado tiene derecho a un acceso directo a Dios por su oración y participación en los sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Tiene derecho a participar totalmente en la liturgia eucarística, y a realizar ciertas actividades litúrgicas en la Comunidad. =>: Y tercero, ser miembro del Pueblo de Dios, la Iglesia, significa ser «señor», como Jesús es el Señor. ¿Qué significa esto? Un señor tiene ciertos poderes: Jesús el Señor tiene poder para transformar el mundo egoísta y pecador en un mundo de acuerdo con el Evangelio del humanismo y del amor. De la misma manera, el cristiano bautizado tiene la capacidad y el deber de mejorar «su mundo» -su familia, su país, su sociedad, su cultura, política y economía- a fin de que estas realidades temporales y seculares, que forman el medio de vida del laicado cristiano, se hagan de acuerdo con el Evangelio.


4. ORACIÓN CON LA PALABRA: ¿QUE LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Concede, Padre Santo, que la iglesia ofrezca al mundo, con más claridad, el testimonio evangélico del perdón y de la paz. Que todos aprendamos, siguiendo a Jesús, a entregar la vida al servicio de los demás, sin pedir nada a cambio. Te pedimos por los que viven en la oscuridad de sus dudas: por los que se sien ten abrumados bajo el peso del mal y o del pecado; por los que no encuentran sentido a sus vidas ya que no han experimentado al alegría del perdón del Salvador. Señor Jesús, como Juan Bautista, también nosotros hemos descubierto en ti la promesa ya cumplida de nuestra redención. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Amén. 5. CONTEMPLACIÓN - ACCION: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA? Esa historia de tiempos lejanos sigue presente hoy. Hemos cambiado de lugares y de culturas. Vivimos un mundo lleno de posibilidades pero seguimos siendo los necesitados de siempre. Nos faltan los dones fundamentales de Dios: la paz, el amor en la convivencia, la justicia que abre horizontes a los marginados, la esperanza para ir más allá del horizonte terreno que cierra nuestros espacios. Solamente en Jesús, el viviente de todos los días, el siervo de Dios siempre en actividad para traernos el mundo nuevo que fundamenta nuestros anhelos y búsquedas, podemos encontrar respuesta. El está en el perpetuo empeño de remover en nosotros, en el mundo, esa fuerza opositora que se llama pecado y que no es otra que rechazar la obra de Dios, confiando más en nuestras siempre débiles posibilidades humanas. Sigamos confiados a Jesucristo en búsqueda de nuestra realización total como hombres y mujeres.


Relación con la Eucaristía En nuestra Eucaristía llamamos varias veces a Jesús con el apelativo que le da el Bautista, «Cordero de Dios»: en el Gloria («Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre»), en el canto del «Agnus Dei» («Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo...») y en la invitación que el sacerdote nos hace para que nos acerquemos a comulgar («Este es el Cordero de Dios»). Haremos bien en pronunciar esta última invitación con expresividad, recordando que la frase viene de la afirmación del Bautista y que presenta a Jesús como Salvador de la humanidad. También es de notar una afirmación que haremos en la oración sobre las ofrendas: «concédenos participar dignamente de estos santos misterios, pues cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo se realiza la obra de nuestra redención». Es como la definición de lo que es la celebración sacramental cristiana. Nuestra participación en la Eucaristía no es un mero cumplimiento, o un consuelo espiritual, sino la actualización del acontecimiento fundamental, la Pascua de Jesús, su entrega sacrificial en la Cruz, para que cada uno de nosotros participe de ella. Esta experiencia de encuentro con el Señor Resucitado, el Cordero que quita el pecado del mundo, debe darnos fuerzas para luego, en la vida, ser consecuentes y dar testimonio del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo Jesús.

Algunas preguntas para meditar durante la semana 1. ¿Qué hago yo en mis trabajos seculares y demás actividades para poner en ellos valores del Evangelio? 2. ¿Vivo de acuerdo al hecho que el bautismo me hizo "apóstol nato"? 3. ¿Cómo reformular hoy el concepto y la realidad del pecado? 4. ¿Qué pensar del pecado institucionalizado? 5. Actuación cristiana ante el pecado social, familiar y personal.

P. Carlos Pabón Cárdenas, eudista

Libro virtual: O:


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