Domingo 2o de pascua c

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La Divina Misericordia «Dichosos los que crean sin haber visto»

Ambientación El tiempo pascual es un tiempo para profundizar, durante varios Domingos, en los dones que Dios nos concede a través de la resurrección de Jesús. En este Domingo la Iglesia nos hace reflexionar sobre los dones de la caridad fraterna, la fe y la paz. El Domingo pasado celebrábamos la resurrección del Señor. Es el día de Pascua por excelencia. Pero el «tiempo de Pascua» no se acaba en el Domingo pasado. Hoy, y los restantes Domingos del año, son el día del Señor. El día en que su resurrección nos reúne para celebrar ese gran acontecimiento y para compartir el gozo de nuestra fe. Es, también, el día de la acción de gracias a Dios por habernos favorecido de esta manera. Por la muerte y resurrección del Señor hemos sido perdonados, por su gran misericordia. Una vez más renovamos nuestro arrepentimiento y el ruego de perdón para nuestras debilidades y pecados.

1. Preparémonos: INVOQUEMOS AL ESPÍRITU SANTO Espíritu de Vida, te invocamos sinceramente: ven en ayuda de nuestra debilidad. Ven, Espíritu de Dios, y habita en nuestra flaqueza para que tu fuerza sea patente en nuestra existencia. Ven, presencia renovadora para que podamos nosotros, en nuestra fragilidad, recibir la Palabra de la Vida. Ven a nosotros, injustos y pecadores, para que, por tu poder creador, se encarne en nosotros la Buena Noticia. Ven a nosotros, Espíritu de la Verdad, toma posesión de nuestro corazón y de nuestra mente, acomódate en nuestro hogar, conduce nuestra vida cotidiana según los designios de Dios Padre. Ven a nosotros, ven a tu Iglesia y hazla gustar de tu gozo embriagador, en la aceptación diaria y confiada de la única Palabra que salva. Amén.


2. Leamos: ¿QUÉ DICE el texto? Hech. 15, 12-16: «Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su resurrección». La lectura, muestra cómo vivía la comunidad cristiana en aquellos tiempos y, a la vez, cómo debería vivir siempre. Siete verbos indican una situación habitual de la comunidad. La Comunidad ha hallado un lugar estable de encuentro junto al templo (el pórtico de Salomón), se reúne en torno a los apóstoles y muestra una identidad bien definida frente a los otros. Es un relato sobre los rasgos esenciales de la Primitiva Comunidad Cristiana. En otros textos se insiste en la fracción del pan y en el compartir los bienes, aquí se presentan otros signos mesiánicos: las curaciones y el servicio a los necesitados. Por otra parte, se habla del crecimiento de la comunidad de los creyentes. ¿No deberíamos hallar, en este esbozo, un ideal para nuestras comunidades? ¡Sobre todo lo que se refiere al crecimiento de la fe en el Señor! El éxito de la predicación de los Apóstoles, y del cristianismo, estuvo basado en dos hechos: la inconmovible convicción de la Iglesia Primitiva en la Resurrección de Cristo; los muchas acciones prodigiosas realizados por los Apóstoles en favor de los oprimidos, como signo de credibilidad de su misión.

Sal. 118(117): «Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» Continuamos con la lectura orante de la Palabra de Dios en este Segundo Domingo de Pascua, con el salmo 118(117), un salmo pascual por excelencia, el texto del salmo más expresivo de la acción de gracias por la victoria del Señor. Nada más grande que esta pequeña alabanza: «porque es bueno». Ciertamente, el ser bueno es tan propio de Dios que, cuando su mismo Hijo oye decir «Maestro bueno» a cierto joven que, contemplando su Carne y no viendo su Divinidad, pensaba que El era tan sólo un hombre, le respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios». Con esta respuesta, Jesús quería decir: Si quieres llamarme bueno, comprende, entonces, que Yo soy Dios.

Ap. 1, 9-13.17-19: «Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos» Leeremos el Apocalipsis durante todos los Domingos de Pascua de este ciclo C. Nos ayuda a completar la visión de la Iglesia que, por su parte, nos da la lectura de los Hechos de los apóstoles. Es una mirada sobre la Iglesia vista desde la gloria. Esto se hace evidente en este primer texto: el Viviente que fue muerto -Jesucristo resucitado- se hace presente a los creyentes, como gran sacerdote para siempre del culto definitivo. Eso sucede en el «Día del Señor», el Domingo. Es una estupenda forma de enseñarnos el significado de la asamblea dominical.


En el comienzo del libro del Apocalipsis. El Apóstol Juan, exiliado a causa de su fe, contempla la Verdad de Dios. En este caso, a Cristo resucitado y su papel en la historia: él es la llave de la historia; está vivo y activo para siempre, es aun Señor de todas las formas de Muerte e Infierno. Juan, condenado por Domiciano, es deportado a la isla de Patmos. Su delito: predicar la palabra de Dios y ser testigo de Jesús. Juan como pastor que sufre, habla a la Iglesia que sufre, comprendiendo la situación y el porvenir de la misma. Su experiencia espiritual ocurre precisamente el día memorial de la resurrección del Señor: el Domingo. Juan tiene que «volverse», «convertirse», «retornar a Dios», y justamente porque se convierte puede «ver».

Jn 20,19-31: «Dichos los que crean sin haber visto» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN R/. Gloria a Ti, Señor. 19

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas, del lugar donde se encontraban los discípulos por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes» 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el

Padre me envió, también yo los envío». 22Dicho esto, sopló y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. 23A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengans, les quedan retenidos»24

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor» 25Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». 26

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: « La paz con ustedes» 27 Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» 28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios


mío»

29

Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído.

Dichosos

los que no han visto y han creído». 30

Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. 31 Éstos han sido escritos para que ustedes crean

que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengaqn vida en su nombre. Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús RE-LEAMOS la Palabra para interiorizarla  Leamos este texto varias veces; subrayemos en él palabras o expresiones que llamen más nuestra atención.  Identifiquemos el ambiente en que ocurre la narración…los personajes…sus actitudes…miremos de qué manera todo esto se relaciona con nosotros.

a) Contexto Las lecturas del segundo Domingo de Pascua tienen un punto de referencia fijo en todos los ciclos: el evangelio de las dos apariciones dominicales del Resucitado y de la confesión de fe de Tomás. Cuando se escribe este evangelio, el Domingo, el «Día del Señor», es ya el día de la reunión de los cristianos. Estamos en el mismo día de la resurrección y es el mismo día de la efusión del Espíritu. Cada año leemos y escuchamos este evangelio en el segundo Domingo de Pascua. El motivo es evidente. Se trata de que no perdamos de vista, sino que actualicemos el significado del Domingo cristiano. El Domingo es el día de las apariciones, empezando por el «tercer día» después de la muerte de Jesús y continuando ocho días después... y así cada ocho días, hasta hoy. El Resucitado se presenta en medio de nosotros para actualizar el misterio de su muerte y de su gloria, henchirnos de alegría y confiarnos su misión.

b) Organización del texto: vv. 19-20: manifestación a los apóstoles vv. 21-23: don del Espíritu para la misión vv. 24-25: ausencia y duda de Tomás vv. 26-27: manifestación a Tomás vv. 28-29: fe de Tomás vv. 30-31: finalidad del 4º evangelio


c) Comentario: vv. 19-20: Manifestación del Resucitado a l os Apóstoles Los discípulos están viviendo un día extraordinario. El día siguiente al sábado, en el momento en el que viene escrito el cuarto evangelio, es ya para la comunidad “ el día del Señor” (Ap 1-10), “Dies Domini” (Domingo) y tiene más importancia que la tradición del Sábado para los Judíos. Dice el Evangelio de Juan: «En la tarde de aquel mismo día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, llegó Jesús», (v. 19). Estas palabras nos describen las circunstancias de tiempo y de lugar en las que Jesús se presentó vivo, después de la Resurrección, a sus discípulos. Se presentó «en la tarde de aquel mismo día, el primero de la semana, estando los discípulos con las puertas cerradas». No sin motivo el evangelista reúne aquí una serie de detalles, de particulares: la tarde, la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado, con las puertas cerradas. ¿Qué quiere evocar el evangelista con estas indicaciones? La tarde es ciertamente el momento de la tristeza y de la soledad. Sin embargo, es «la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado». Y con estas palabras el evangelista se refiere a todo lo que había dicho en el cap. 20 hasta ese punto. Es el día en el que María Magdalena fue a la tumba, y la narración comienza precisamente con las palabras: «el primer día después del sábado» (Jn. 20, 1). Es la tarde de la tumba vacía, la tarde del anuncio, la tarde de la Resurrección. Sin embargo, nos dice el evangelista, se encuentran «con las puertas cerradas por miedo a los judíos». Hay una atmósfera de miedo. No ha sido suficiente el anuncio, no bastan los signos, se necesita algo más. El miedo se expresa con la imagen de las puertas cerradas: miedo y encierro van juntos (cfr. Gn. 3, 8.10). Mientras la alegría es la madre de la comunicación, de la apertura, del impulso hacia los demás, el miedo está a la base del cierre sobre sí mismo. En esta situación es en la que Jesús viene. Más aún, el texto dice: se puso « en medio de ellos». Por tanto, no en alto, como hubiera podido hacerlo demostrando su superioridad; no a un lado como juzgándolos, sino «en medio de ellos», a su nivel, en una igualdad de relación, en una fraternidad por sí misma significativa. Esta expresión es nueva en el Evangelio: «Jesús se puso en medio»". Jesús se puso en medio de su Iglesia, la consuela en su temor con el anuncio de paz. Continuando la lectura de Juan, encontramos que Jesús exclamó: «Paz a ustedes» (v. 19b). La palabra de Jesús no es una palabra obvia, que se suponía. Más bien hubiera podido presentarse con palabras de reproche, con palabras doloridas: «¿Por qué me abandonaron, hombres de poca fe? ¿A dónde fueron a parar todas sus promesas? ¿En dónde estás, Pedro, que me gritabas tu fidelidad hasta la muerte?»; Jesús hubiera podido hacerlos enrojecer, humillarlos, avergonzarlos, sacudirlos, y lo hace, pero con esta dulcísima


palabra: «Paz a ustedes». Palabra de ánimo, palabra de misericordia, palabra de confianza. Es la paz que había prometido cuando estaban afligidos por su partida (Jn. 14, 27; 2Tes. 3,16; Ro. 5, 3), la paz mesiánica, el cumplimiento de las promesas de Dios, la liberación de todo miedo, la victoria sobre el pecado y sobre la muerte, la reconciliación con Dios, fruto de su Pasión, don gratuito de Dios. El texto dice también que Jesús «les mostró las manos y el costado» (v. 20a), es decir, les mostró sus estigmas, sus llagas. Jesús refuerza las pruebas evidentes y tangibles de que es Él el que ha sido crucificado. Al mostrar las heridas quiere hacer evidente que la paz que Él da, viene de la Cruz (cfr. 2Tm. 2,1-13). Forman parte de su identidad de Resucitado (cfr. Ap. 5,6). «Y los discípulos se alegraron al ver al Señor» (v. 20b). Es el mismo gozo que expresa el profeta Isaías al describir el banquete divino (cfr. Is.25,8-9), el gozo escatológico, que había preanunciado en los discursos de despedida, gozo que ninguno jamás podrá arrebatar (cfr. Jn. 16, 22; 20, 27. Cfr. También Lc. 24, 39-41; Mt. 28, 8). No se asustan, no sienten repugnancia por los signos de la Pasión, por las llagas, sino que se alegraron por la alegría del Crucificado-Resucitado.

vv. 21-23: Don del Espíritu Santo para la Misión «Como el Padre me envió, también yo los envío» (v. 21): Jesús es el primer misionero, el «apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos» (Ap. 3,1). Después de la experiencia de la Cruz y de la Resurrección se actualiza la oración de Jesús al Padre (cfr. Jn. 13,20; 17,18; 21,15,17). No se trata de una nueva misión, sino de la misma misión de Jesús que se extiende a todos los que son sus discípulos, unidos a Él como el sarmiento a la vid (cfr. Jn. 15,9), como también a su Iglesia (cfr. Mt. 28,18-20; Mc. 16,15-18; Lc. 24,4749). «Sopló sobre ellos» (v. 22a): el gesto recuerda el soplo de Dios que da la vida al hombre (cfr. Gn. 2,7); no se encuentra otro en el Nuevo Testamento. Señala el principio de una creación nueva. «Reciban el Espíritu Santo» (v. 22b): después que Jesús ha sido glorificado viene dado el Espíritu Santo (cfr. Jn 7,39). Aquí se trata de la transmisión del Espíritu para una misión particular, mientras Pentecostés (Hch. 2) es la bajada del Espíritu Santo sobre todo el pueblo de Dios. “A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (v. 23): el poder de perdonar o no perdonar (retener) los pecados se encuentra también en Mateo de forma más jurídica (cfr. Mt. 16,19; 18,18). Es Dios quien tiene el poder de perdonar los pecados, según los escribas y Fariseos (cfr. Mc. 2,7), como según la tradición (cfr. Is. 43, 25). Jesús tiene este poder (cfr. Lc 5, 24) y lo transmite a aquéllos que participan por sucesión y misión del carisma apostólico. En este


poder general está también incluso el poder de perdonar los pecados después del bautismo, lo que nosotros llamamos “sacramento de la reconciliación” expresado de diversas formas en el curso de la historia de la Iglesia.

24-25: La ausencia y duda de Tomás. Tomás, uno de los doce, no estaba presente cuando Jesús aparece a los discípulos la semana anterior. «Uno de los doce» es ya una frase acostumbrada (cfr. Jn. 6,71), porque en realidad eran once. Tomás es uno de los protagonistas del cuarto evangelio (cfr. Jn. 11,16; 14,5); aquí se pone en evidencia su carácter dudoso y fácil al desánimo. Tomás no cree en el testimonio de los demás que decían: «Hemos visto al Señor». Pone condiciones: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Tomás es exigente. Quiere ver para creer. No quiere un milagro para poder creer. ¡No! Quiere ver las señales en las manos, en los pies y en el costado. No cree en un Jesús glorioso, desligado del Jesús humano que sufre en la cruz. La duda de Tomás deja transparentar también lo difícil que era creer en la resurrección. Lo mismo que sucedió con María Magdalena, en Tomás, la luz llega de lo alto, de Jesús. Pues está bien claro que los datos que fundamentan la fe cristiana sólo la engendran de verdad cuando los informa la otra luz venida de lo alto. «Nadie puede venir a mi si el Padre que me ha enviado no le atrae» (Jn. 6, 44). A Tomás le ocurre lo mismo que a la Magdalena. También él sufrirá por la dificultad que tiene para unir la vida mortal con la vida gloriosa de Jesús y por eso querrá tender un puente que las una: las cinco llagas comprobadas con sus propios dedos. Jesús no queda satisfecho con esta fe inmadura. Quiere una fe apoyada en su palabra, y no en nuestros sentidos, en aquello que podemos ver y tocar. Y esta forma de fe es un don, que hoy se nos concede a través de la Iglesia Católica. Tomás no consigue creer a través de los testigos oculares. Quiere hacer su experiencia. El evangelio es consciente de la dificultad de cualquiera para creer en la Resurrección (cfr. Lc. 24, 34-40; Mc. 16,11; 1Co. 15,5-8), especialmente aquéllos que no han visto al Señor. Tomás es su (o mejor, nuestro) intérprete. Él está dispuesto a creer, pero quiere resolver personalmente toda duda, por temor a errar. Jesús no ve en Tomás a un escéptico indiferente, sino a un hombre en busca de la verdad y lo satisface plenamente. Es por tanto la ocasión para lanzar una apreciación a hacia los futuros creyentes (cfr. vers. 29).

26-27: Manifestación del Resucitado a Tomás «No seas incrédulo, sino creyente» El texto dice “ocho días después” (v. 26a). Esto significa que Tomás fue capaz de sostener su opinión durante una entera semana, contra el testimonio de los otros apóstoles. Y así, ocho días después, durante la reunión de la comunidad, ellos tuvieron de nuevo una profunda experiencia de la presencia de Jesús


resucitado en medio de ellos. Las puertas cerradas no pudieron impedir que El estuviera en medio de los que creían en El (v. 26b). Hoy pasa lo mismo. Cuando estamos reunidos, aunque tengamos las puertas cerradas, Jesús está en medio de nosotros. Y hasta hoy, la primera palabra de Jesús, es y será siempre: «¡La Paz esté con vosotros!» (v. 26b). Esta repetición acentúa la importancia de la Paz. Construir la paz forma parte de la misión. Paz, significa mucho más que la ausencia de guerra. Significa construir una convivencia humana armoniosa, en la que las personas puedan ser ellas mismas, teniendo todas lo necesario para vivir, conviviendo felices y en paz. Fue ésta la misión de Jesús, y es también nuestra misión. Lo que llama la atención es la bondad de Jesús, su Misericordia. No critica, ni juzga la incredulidad de Tomás, sino que acepta el reto y dice: «Acerca aquí tu dedo y mira

mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (v. 27).: Tomás recibe la luz de la Pascua cuando Jesús se le presenta y se le abre para que toque y compruebe. Este momento lo incluye en el misterio de Pascua y le comunica su dinamismo salvador.

28-29: Bienaventuranza de la fe «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28): Tomás, transformado por la Luz de la Pascua hace la confesión máxima de la fe. ¡Exclama que Jesús es Dios! La bienaventuranza final se dirige a todos aquéllos que creerán por la palabra y el testimonio. Es la profesión de fe en el Resucitado y en su divinidad como está proclamado también al comienzo del evangelio de Juan (cfr. Jn. 1,1) En el Antiguo Testamento “Señor” y “Dios” corresponden respectivamente a «Yahvé» y a «Elohim» (cfr. Sal. 35,23-24; Ap. 4,11). Es la profesión de fe pascual en la divinidad de Jesús más explícita y directa. En el ambiente judaico adquiría todavía más valor, en cuanto que se aplicaban a Jesús textos que se refieren a Dios. Jesús no corrige las palabras de Tomás, como corrigió aquéllas de los judíos que lo acusaban de querer hacerse “igual a Dios” (Jn. 5,18ss), y, por tasnto, aprueba así el reconocimiento de su divinidad. «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído» (v. 29): Jesús nunca soporta a los que están a la búsqueda de signos y prodigios para creer (cfr. Jn. 4,48) y parece reprochar a Tomás. Encontramos aquí un pasaje hacia una fe más auténtica, un «camino de perfecció» hacia una fe a la que se debe llegar también sin las pretensiones de Tomás, la fe aceptada como don y acto de confianza. Como la fe ejemplar de nuestros padres (cfr. Ap. 11) y como la de María (cfr. Lc. 1,45). Los que escuchan la experiencia de Tomás son los nuevos discípulos de Cristo: lo han seguido sin haberlo visto, lo han deseado, han creído en él. Lo han reconocido con los ojos de la fe, no con los del cuerpo. No han puesto sus dedos en la herida de los clavos,


pero se han unido a su cruz y han abrazado sus sufrimientos. No han visto el costado del Señor, pero se han unido a sus miembros a través de la gracia. A nosotros, que estamos a más de dos mil años de distancia de la venida de Jesús, se nos dice que, aunque no lo hayamos visto, lo podemos amar y creyendo en Él podemos exultar de «un gozo indecible y glorioso» (1Pe.1,8).

vv. 30-31: Finalidad del 4º evangelio «Estos signos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre»: La finalidad del evangelio de Juan queda expresada en estos dos últimos versos: no tiene la finalidad de escribir la vida completa de Jesús, sino despertar la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios y así alcanzar vida en su nombre. En este marco queda encuadrada la duda de Tomás ante la aparición de Jesús y la nueva aparición a los ocho días. Creyendo en Él tenemos la vida eterna. Si Jesús no es Dios, “¡vana es nuestra fe!”.

3. Meditemos: ¿QUÉ NOS DICE la Palabra? La manifestación del Resucitado despierta la FE Cristo se apareció a los apóstoles escondidos en una casa y entró con las puertas cerradas. Pero Tomás, que no estaba presente durante esta aparición, permaneció incrédulo. Desea ver, no acepta ni le basta con oír hablar de ella. Cierra los oídos y quiere abrir el corazón. Le quema la impaciencia. Creer en el Señor Resucitado es situarse con fe ante una nueva visibilidad: la presencia del Señor en la historia por sus signos y gestos salvadores en su Iglesia. De aquí la misión, la infusión del Espíritu y el poder de perdonar. La aparición a los diez discípulos en el cenáculo tiene un sentido profundo y lógico. Desde la más antigua predicación apostólica se unen en el mensaje la pasión y la resurrección como fundamento de la conversión y de la fe a la que sigue la remisión de los pecados. Juan recoge este esquema y lo trabaja a su estilo. Jesús transmite su Espíritu a sus apóstoles: es el don propio de Jesús en este evangelio, y los hace partícipes de su misión. De modo que esta aparición nos descubre otro rasgo de la unión entre Jesús y el Padre, unión a la que en adelante se incorpora la iglesia. Los apóstoles continuarán la misma misión salvadora de Jesús y como él podrán perdonar los pecados. Vencida ya la muerte, queda vencido así el pecado, el último obstáculo que impedía el acceso de los hombres a la vida gloriosa de Jesús. Y es definitivamente mejor experimentar a Jesús a través de la fe qué a través de nuestros sentidos. "Tú crees porque me viste. Bienaventurados aquellos que no ven y creen". Hoy no estamos en situación peor, con respecto a Jesús, que los discípulos


de su tiempo. Este Evangelio tiene además otro significado importante: Jesús ofrece a los discípulos el don de la paz. La verdadera paz es un don pascual, porque hoy día la paz es tan importante como el amor, y es uno de los frutos del amor. Juan narra las apariciones para despertar la fe. Si antes se apoyaba en otros signos, los de ahora se basan en el nuevo modo de presencia del Señor Resucitado. Pretenden las apariciones, la identificación del Resucitado con el Jesús conocido de los apóstoles.

4. Oremos: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Ven, quédate con nosotros, Señor, y aunque encuentres cerrada la puerta de nuestro corazón por temor o por cobardía, entra igualmente. Tu saludo de paz es bálsamo que hace desaparecer nuestros miedos; es don que abre el camino a nuevos horizontes. Dilata los angostos espacios de nuestro corazón. Refuerza nuestra frágil esperanza y danos unos ojos penetrantes para vislumbrar en tus heridas de amor los signos de tu gloriosa resurrección. Con frecuencia también nosotros nos mostramos incrédulos, necesitados de tocar y de ver para poder creer y ser capaces de confiar. Haz que iluminados por el Espíritu Santo, podamos ser contados entre los bienaventurados que, aunque no han visto, han creído. Que la Pascua que celebramos nos haga dóciles a la Palabra de Dios y capaces de superar nuestros criterios personales para abrirnos a tu acción misericordiosa y salvadora. Que quienes tienen dificultades y dudas en la fe encuentren en tu Pascua la firmeza y la paz. Verdaderamente eres Tú el camino, la verdad y la vida, aurora sin ocaso, sol de justicia y de paz. Haz que permanezca en tu amor, ligado como sarmiento a la vid, dame tu paz, de modo que pueda superar mis debilidades, afrontar mis dudas, responder a tu llamada y vivir plenamente la misión que me has confiado, alabándote para siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén


5. CONTEMPLEMOS la Palabra y COMPROMETÁMONOS: ¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra Miedo y encerramiento ¿Cómo podríamos hoy expresar en nuestro lenguaje este temor que tenía encerrados a los apóstoles? Miedo al ambiente que nos rodea, miedo a la cultura dominante, miedo a aparecer distintos, extraños, nuevos; miedo a ser perseguidos, miedo a expresar libre y valientemente el mensaje que está dentro, miedo a dejar estallaren sí las fuerzas del Evangelio, actitud cautelosa, sospechosa, oculta. Nosotros, en la escuela del Apóstol Tomás, queremos asomarnos a esas Llagas gloriosas de Cristo, porque ante nuestros propios problemas, quisiéramos que no se dieran esas llagas; a veces quisiéramos que nuestros dolores, dificultades, frustraciones o fracasos no se dieran. Y resulta que el camino de la Cruz y el camino de la Pascua no es distinto: a Cristo se le ven bien las Llagas; Cristo va adornado no con joyas ni con perfumes, no lleva accesorios de última moda, sino lleva sobre su propio Cuerpo el hermoso vestido de las Llagas gloriosas. Y el mensaje para nuestra propia Pascua es ése: ya no más esconder nuestro dolor, ya no más hacer de cuenta que nada pasa, ya no más ocultar el rostro ante la pobreza, ante el pecado, ante la soledad, ante el odio del mundo. El cristiano que ha participado de la fuerza de la resurrección de Cristo no tiene que esconder el rostro a esas cosas como si no existieran, ni tratar de no pensar en ellas como si ocurrieran en otro planeta.

Algunas preguntas para pensar durante la semana 1. ¿Me falta paz en algunos aspectos de mi vida? ¿Por qué? 2. ¿Identifico mi fe con la de Tomás, o con las palabras del Señor? 3. ¿Qué tensiones se presentan entre la fe personal y la comunitaria. 4. ¿Cómo vivir superando esas tensiones?

Carlos Pabón Cárdenas, C JM. Libro virtual: o:


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