Domingo 32º t o ciclo c

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Nuestra vocación a vivir para siempre Ambientación: El tema de esta liturgia es la resurrección de los muertos. La Palabra, en este Domingo, viene a dar respuesta a nuestra ansia de vivir por siempre, para que nos reencontremos con el sentido de la vida. Cuando nos abruman tantos problemas –especialmente a los adolescentes y a los jóvenes- la Palabra nos invita a encontrar al Dios que «resucitó a Jesús de éntrelos muertos», para que en la humanidad de Jesús glorificado brille para todo ser humano la esperanza de una final resurrección.

1. PREPARACIÓN: INVOCACIÓN al Espíritu Santo Espíritu Santo, Señor y dador de vida, Asístenos con tu presencia, ilumina nuestra mente y nuestro corazón para estemos en actitud de escucha de la Palabra de vida. Que ella mantenga viva nuestra esperanza para que podamos celebrar la Pascua de Jesús, como primicia y garantía de nuestra propia pascua. Que sigamos acercándonos a escuchar la Palabra, mientras esperamos que el Señor Jesús vuelva a dar vida definitiva a todas las cosas. Amén. 2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? 2Mcb. 7,1-2.8c-14: «El rey del universo nos resucitará para una vida eterna». En la lectura del Antiguo Testamento el segundo libro de los Macabeos nos da ya una creencia explícita, en estos hermanos perseguidos que sufrieron martirio, en la vida después de la muerte y en la resurrección. La fe en la resurrección de los cuerpos es afirmada aquí por primera vez. Por esta esperanza entregaron sus vidas antes de renunciar a la fe de sus Padres. La salvación como hecho seguro, toma la forma de resurrección (restauración de Sión que de nuevo encuentra a sus hijos, ya muertos). La idea de retribución, tan arraigada en la mentalidad bíblica, engendra la fe en la resurrección. La fe de los hermanos Macabeos, con su madre, se refiere a la resurrección. Es la seguridad de una vida más allá de la muerte la que les hace fuertes a la fidelidad a este «Rey» que tiene poder más allá de lo que pueden tenerlo los gobernantes y poderosos


del tiempo presente. El martirio es un testimonio supremo de un valor absoluto, que se prefiere a la vida misma. Las afirmaciones testimoniales de los hermanos Macabeos encuentran un despliegue contemplativo en las palabras llenas de confianza del salmo y chocan con las historietas mal intencionadas de los saduceos, sobre la aplicación de la ley del levirato. La proclamación de Dios como fuente y señor de la vida arranca de la creación. Los Macabeos dan testimonio de ello, referiéndose al «rey del universo», «las manos recibidas de Dios»... En la respuesta de Jesús se acentúa la dimensión de la revelación histórica de Dios: «Dios de Abrahán...». Creación y salvación conducen, en definitiva, hacia el misterio de Cristo resucitado, hacia el Hombre nuevo y celestial, al que estamos llamados a conformarnos y al que nos vamos «convirtiendo» (cfr. 1 Cor 15,4749; Fil 3,20-21).

Sal. 17(16): «Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor». La misma seguridad que movía a los hermanos Macabeos en el martirio, se expresa ahora en las palabras del salmista. «Despertarse» es la imagen de la resurrección, utilizada por el mismo Jesús, y coherente con la imagen de la muerte como una «dormición». Al celebrar la solemnidad de Todos los Santos, leíamos las palabras de san Juan, que se refieren a este «despertarse»: veremos a Dios tal cual es, es decir, sin las imágenes terrenales que nos montamos, siempre un tanto deformadoras. Entonces se verá claro que «Dios es Dios de vivos y no de muertos».

2Ts. 2,15 - 3, 5: «El Señor les dé fuerza para toda clase de palabras y de buenas obras». San. Pablo ora para que los cristianos tengan esperanza. La esperanza cristiana es, primeramente, sobre la promesa de Cristo de resurrección y vida; sólo secundariamente es sobre progreso humano en esta vida. Influido por él secularismo, el hombre moderno tiende a concebir la Esperanza de modo inverso. El Apóstol invoca la gracia de Dios para los destinatarios de su carta y les pide que oren por algunas intenciones personales y hace un llamado a la perseverancia. La fidelidad debe apoyarse en la gracia de Dios, que consuela y confirma en medio de las luchas. Con frecuencia Pablo pide oraciones por su ministerio: por el éxito, para llegar a la meta, por la libertad de su misión. Esta fe es tan fuerte que frente a ella pierden virulencia los sufrimientos de la vida presente. No se trata, por otro lado, de una fe teórica, sino de una fe que incluye la fidelidad a la «ley de nuestros padres». Esto dibuja la imagen del creyente que


sabe por qué y para Quién vive: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo...» (Ro. 14,7). Las recomendaciones del Apóstol a la Iglesia de Tesalónica evocan también la fortaleza de los mártires. La misma fortaleza que se necesita para morir por Cristo, se necesita igualmente para vivir «en Cristo». Por otra parte, siempre ha habido y habrá personas para quienes los valores de la fe quedan lejanos e incluso como materia a combatir. Lo ha experimentado Jesús, Pablo, y la Iglesia de todos los tiempos.

Lc. 20,27-38: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos»

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27) R/. Gloria a ti, señor 27

Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: 28 «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si a uno se le muere un hermano casado y sin hijos, debe tomar a la mujer para dar descendencia a su hermano. 29 Pues bien, eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin hijos; 30 la tomó el segundo, 31 luego el tercero; y murieron los siete, sin dejar hijos. 32 Finalmente, también murió la mujer. 33 Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete.» 34 Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; 35 pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, 36 ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección. 37 Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 38 No es

un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven». Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.


RE-LEAMOS la Palabra para interiorizarla: A- Ubicación en el ciclo C

B- Contexto: El bloque primera lectura-responsorial-evangelio entra decididamente en la temática escatológica, como es habitual en cada ciclo en estos últimos domingos del tiempo ordinario. Estamos leyendo la narración de las últimas semanas del ministerio público de Jesús, en Jerusalén. Antes de entrar en su pasión, muerte y resurrección Jesús pasa una semana tormentosa en Jerusalén. Los grupos en que se dividían los judíos lo acosan con preguntas capciosas. Quieren desvirtuar ante el pueblo la misión que traía como enviado del Padre. La última cuestión se refiere a la resurrección. Era cuestión debatida acremente entre los judíos de la época. El grupo saduceo integrado por los sumos sacerdotes, sacerdotes, sanedrín y la clase alta negaban que hubiera resurrección. El grupo fariseo la defendía con vehemencia. Jesús la anuncia con su palabra como honda aspiración del ser humano y la va a inaugurar pasando él mismo de la muerte a la vida gloriosa.

C- Comentario: v. 27-28 Jesús se encontró a menudo con los intelectuales de su tiempo. El evangelio presenta, en este Domingo, una de las controversias, bastante ásperas, entre Jesús y los círculos cultivados de la capital: miembros del Consejo de la nación, animadores políticos (Herodianos, Saduceos). Los Saduceos, racionalistas escépticos, representan bastante bien una tendencia existente también hoy.


v. 29-32: El caso que le presentan es bien absurdo: la ley del «levirato» (de «levir», cuñado: cf. Dt. 25) llevada hasta consecuencias extremas, la de los siete hermanos que se casan con la misma mujer porque van falleciendo sin dejar descendencia. A ellos les parece imposible y ridícula la «resurrección». Tener una descendencia numerosa tenía entonces gran importancia; por ello, la viuda sin hijos se veía en la obligación de volver a casarse con el hermano de su difunto marido. Los saduceos se apoyaban en esa curiosa situación para tratar de ridiculizar la resurrección. -En la resurrección, ¿de cuál de los siete hermanos será la mujer? v. 33: Los saduceos plantean a Jesús el problema de la resurreción de los muertos. Su argumentación se basa en la Ley. Pero en el fondo es su mentalidad reacionalista la que arguye. Con la cuestión planteada por los saduceos sobre la resurrección de los muertos el evangelio pretende señalar un nuevo moitivo de ruptura entre los diversos grupos del estamento oficial o rector de Israel con el Mensaje cristiano. Ciertamente en la época de Jsús la resurrección de los muertos era negada solamente por el grupo de los sadueos (cfr. Hch. 23, 6-10). Otra pregunta hipócrita, dictada no por el deseo de saber la respuesta, sino para hacer caer y dejar mal a Jesús. Esta vez, por parte de los saduceos, que no creían en la resurrección. vv. 34-36: En la respuesta de Jesús aflora la irritación de aquel que no aguanta el fingimiento. Jesús no aguanta la hipocresía de la élite que manipula y ridiculiza la fe en Dios para legitimar y defender sus propios intereses. Su respuesta tiene dos partes: (a) Ustedes no entenden nada de la resurrección: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección». Jesús explica que la condición de las personas después de la muerte será totalmente diferente de la condición actual. Después de la muerte no habrá bodas, todos serán como ángeles en el cielo. Los saduceos imaginaban la vida en el cielo igual a la vida aquí en la tierra. También aquí Jesús responde desenmascarando la ignorancia o la malicia de los saduceos. A ellos les responde afirmando la resurrección: Dios es Dios de vivos. Es una respuesta elemental: la resurrección pertenece al dominio de Dios, y por consiguiente escapa al dominio de la imaginación. La otra vida será una existencia distinta de la actual, mucho más espiritual. En la otra vida ya


no se casarán las personas ni tendrán hijos, porque ya estaremos en la vida que no acaba. En la creación, la vida es temporal; en la resurrección la vida es para siempre. Si creemos en el Dios de la Creación, estamos obligados a creer en el Dios de la Resurrección. En cuanto a la alusión a la vida «como los ángeles» (v. 36), al hablar de las relaciones conyugales después de la resurrección. Jesús quiere dar a entender que el lenguaje humano es incapaz de expresar la naturaleza de la vida del resucitado. En efecto, cuando resuciten de entre los muertos no se casarán sino que serán como ángeles en los cielos. Expresión misteriosa. Jesús nunca ha despreciado el matrimonio ni las realidades sexuales: incluso las ha situado a un nivel muy alto (cfr. Mc. 10, 1-12). Esta expresión quiere sin duda significar, muy sencillamente, que, resucitados, nuestra única preocupación será la de «servir y alabar» a Dios (cfr. Mt., 18, 10). La resurrección sobrepasa nuestra comprensión porque procede del «poder de Dios». Hay otras muchas realidades, fuera de nuestro alcance por ejemplo: el fenómeno de la «vida». Aunque matiza esta convicción de manera que también los fariseos puedan sentirse aludidos: ellos sí creían en la resurrección pero la interpretaban demasiado materialmente. v. 37: (b) Ustedes no entenden nada de Dios: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Ellos partían de la Biblia (cfr. v. 28) Jesús da la vuelta a su argumento citando un pasaje del Pentateuco (cfr. Ex 3, 6), que era la única parte de la Escritura reconocida por los Saduceos como sagrada. Descubrimos aquí, una vez más, a un Jesús buen conocedor de las Escrituras, capaz de citar hábilmente una frase para dar apoyo a una discusión v. 38: Y al final concluye: «(Dios) ¡No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven!» Los discípulos: que estén alerta y aprendan. Quien está del lado de estos saduceos, estará del lado opuesto a Dios. Por medio de una exégesis al estilo rabínico de Ex. 3,6, Jesús pone de relieve la idea central: «No es un Dios de muertos, sino de vivos». Existe un contraste entre la «chanza» ridiculizante de los saduceos (en realidad, con su forma de preguntarle a Jesús querian ridiculizar la resurrección de los muertos) y la respuesta grave y trascendente de Jesús. Hay cosas, como las de la fe cristiana, con las que no puedenhacerse bromas. Dios es demasiado importante para que pueda ser tratado como un personaje con el que se pueda ironizar. ¡Tan importante como la vida y la muerte, y El es «Dios de vivos»!


Jesús afirma, frente a todos los moralistas de todos los tiempos, que Dios es un Dios vivo y un Dios de vivos. «Porque para Él todos viven»: los muertos siguen vivos, si bien no se les pueden aplicar a ellos las leyes que rigen las relaciones entre los humanos aqui en este mundo. Viven, pero en una nueva y distinta condición. Porque existe la resurrección de los muertos ha sido posible la Resurrección de Jesús, sin la cual vana es nuestra fe. Porque Jesús ha resucitado de entre los muertos de una manera rasicalmemnte nueva, los muertos también resucitarán (cfr. 1Co. 15).

3. MEDITACIÓN: ¿Qué NOS DICE el texto? Destinados a la Vida Lo principal que nos dice la página del evangelio de hoy es que Dios «no es Dios de muertos, sino de vivos». Que nos tiene destinados a la vida. Es una convicción gozosa que haremos bien en recordar siempre, no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra propia muerte. La muerte es un misterio, también para nosotros. Pero queda iluminada por la afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre». No sabemos cómo, pero estamos destinados a vivir, a vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro Hermano. Esa existencia definitiva, hacia la que somos invitados a pasar en el momento de la muerte («la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma»), tiene unas leyes muy particulares, distintas de las que vigen en este modo de vivir que tenemos ahora. Porque estaremos en una vida que no tendrá ya miedo a la muerte y no necesitará de la dinámica de la procreación para asegurar la continuidad de la raza humana. Es ya la vida definitiva. Jesús nos ha asegurado, a los que participamos de su Eucaristía: «El que me come, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día».

Una Vida Nueva Los saduceos presentan a Jesús un caso que puede calificarse de ridículo. Era su manera de rebatir la fe en la resurrección. Pero Jesús en su respuesta revela el sentido profundo que ella encierra. Resurrección no es simple regreso a esta vida y su continuación, con sus mismas experiencias, si acaso en un sitio diferente. Lo que Dios ofrece al hombre que cree en su misterio, que acepta su plan divino para su plena realización y que camina a lo largo de la vida en búsqueda de esa meta con una vida de discípulo probado, es algo totalmente distinto. Cuando afirma que en la resurrección los hombres serán como ángeles no les anuncia una transformación en esos seres sino una vida nueva, sumergida en ese mundo diferente de lo divino. Atrás queda la vida terrena con sus necesidades, quedan el tiempo y sus afanes, queda la dependencia de dimensiones puramente materiales. Se abre para el hombre una vida nueva de la que


no tenemos experiencia comparable en este mundo. No se casarán pues ya no pueden morir. No porque no exista el amor sino porque el amor ha llegado a plenitud.

Para Dios no existe la muerte La razón fundamental nos la da cuando nos dice: «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos». Para Dios no existe la muerte. Ella es una limitación y una frustración que no afecta el ser divino. Para Dios existe la vida en plenitud. Y lo que él nos ofrece es esa experiencia. La brindó a los antepasados y su promesa no defrauda. Lo ilustra admirablemente diciendo que escogió a los patriarcas del pueblo y los amó para siempre. Los nombres venerables de Abrahán, de Isaac y de Jacob han resistido al olvido del tiempo. Cuando Dios habla con Moisés, hacia el siglo trece antes de Cristo han pasado unos cuatrocientos años desde la muerte de los patriarcas. Pero para Dios ellos no están muertos sino vivos. Por eso se presenta como el «Dios de Abrahán, de Isaac y Jacob». No como el Dios de un pasado glorioso que ya no existe sino como el Dios de un presente sin límites. Para Moisés Abrahán es un nombre lejano, borroso en la historia del pueblo. Para Dios es el amigo de siempre que vive hoy en el interior de su misterio.

Para destacar: - En nuestra situación actual, dominada por una «cultura de muerte», con un desprecio preocupante de la vida, la fe cristiana afirma, protege y defiende el carácter sagrado de la vida, como realidad que tiene en Dios su origen, y que es, constantemente, la manifestación de su presencia en el mundo. Especialmente la vida humana, llamada a vivir por siempre en la contemplación transformadora («al despertar me saciaré de tu semblante») sin limitación alguna de las que impone la vida presente, incluso las más inherentes a la obra misma de Dios («en la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir»). Subrayamos este canto a la vida en lo que es más fundamental y referirlo a la última afirmación del Credo: «esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro». También habría que sacar de ello las consecuencias sobre el respeto que toda vida humana merece.

La fe en la resurrección Es distintivo específico de la fe del cristiano. Fácilmente se puede enlazar con la experiencia -reciente para los fíeles que forman la asamblea- de la conmemoración de los fieles difuntos. Aquí se podría subrayar, al mismo tiempo, el carácter pascual de la muerte del cristiano y el sentido de la plegaria de la Iglesia que acompaña a sus miembros, intercediendo por ellos ante Dios para que los acoja en su misericordia.


Frente al ridículo futuro imaginado por los saduceos como «dificultad», está la realidad del futuro absoluto abierto a los hombres por Cristo vencedor del pecado y de la muerte.

¿Qué quiere Dios de nosotros? Es bueno confrontar nuestra vida con lo que Dios quiere de nosotros. Penetrar en su voluntad salvadora, ofrecida a hombres que se enfrentan a través del mundo con la angustia que muchas veces genera el hecho de vivir. La resurrección hace parte fundamental de nuestra fe en el Señor. Hay dos posibles maneras de considerar la vida en el tiempo: =>: O como un ir hasta una barrera infranqueable que se llama la muerte y donde perecen todos los sueños y proyectos. Por ese camino se llega al absurdo. Cuantos buscadores de lo que llaman ellos la «verdad» han encallado allí. =>: O como un ir hacia el absoluto porque Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, capaz de trascender, de ir más allá de la frontera entre la muerte y la vida. Es el camino recorrido por Cristo y por el que él nos va llevando para entrar en ese mundo del espíritu que es el mundo de Dios. Queda claro por qué el evangelista san Lucas reserva para la última inquietud del pueblo ante Jesús la de la resurrección. Y Jesús nos da la pista para penetrar en ese misterio. No es la simple continuidad de las contingencias de esta vida actual sino entrar en el misterio de Dios. Ello no nos debe hacer desinteresados ni irresponsables de los compromisos de nuestro vivir aquí y ahora. Pero esta necesaria implicación en nuestro vivir actual no nos debe ocultar el término necesario del camino que llevamos

Un misterio insondable Los saduceos, difamadores del Dios de los empobrecidos que gratuitamente se ofrece para que todos obtengan la salvación, pretenden, por medio de artilugios verbales, ridiculizar a Jesús con algo que para ellos no está dentro de sus presupuestos intelectuales, como es el tema de la resurrección. Su desbordado legalismo, que los ata a sus tantos intereses, considerados por ellos de vital importancia, no les permite pensar en una transformación. Cuando abordan la cuestión de la resurrección, piensan que ésta consiste en un reanimamiento del cuerpo en la cual deben ir incluidas todas las apetencias humanas. Para los doctores de la ley del templo judío, la resurrección era asumida sólo como un proceso físico. Jesús les hace caer en el error en que están ya que estos interpretan las escrituras al pie de la letra. Su fundamentalismo, interesado y pernicioso, les dificulta entender cómo actúa el poder de Dios capaz de liberar al ser humano de las opresiones que lo deshumanizan.


Para los cristianos de todas las épocas el misterio de la resurrección ha sido muy difícil de asimilar, pero en este texto Jesús hace unas precisiones importantes, ya que la resurrección está ligada, sobre todo, a un cambio, a un proceso de transformación, que por opción se empieza a gestar en la vida terrenal de la persona. De acuerdo a la calidad de las acciones que la hagan posible se podrá pensar en que el premio es la Vida eterna. El Dios que Jesús da a conocer es un Dios dador de vida que desea que las personas vuelvan a nacer desde dentro con nuevos valores de vida y justicia. El dios de los saduceos, que aprueba los intereses egoístas (acaparamiento de poder, riqueza, etc, de un sistema injusto) es un Dios de muerte.

4. ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS NOSOTROS a Dios? Padre, fuente de la vida, Aunque no deje de preocuparnos el tener que pasar por la muerte, sabemos que el que cree no morirá para siempre. Bendito seas, Dios de vivos, porque has querido que ninguno vuelva a la nada de los que Tú llamaste a la vida. Nuestro corazón está inquieto Hasta que encuentre la vida sin fin. Por eso queremos renovar hoy nuestra fe y poner nuestra confianza en la palabra que Jesús nos has dado: «Yo soy la resurrección y vida». Amén.

5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra? Hoy podría ser buena ocasión para comentar a los fieles el sentido de las memorias de los difuntos que incluyen las plegarias eucarísticas. Su fundamento es la comunión de los santos y el destino universal de la salvación de Jesucristo. Por ello, en el momento en que «actualizamos» sacramentalmente el misterio pascual, no podemos olvidar a ninguno de los «interesados»: la comunidad eclesial que aún peregrina, los santos que han llegado a término, «los que murieron en la paz de Cristo» -los hermanos cristianos- y «todos los difuntos cuya fe sólo tú conociste» (Plegaria eucarística IV). Así, en el Señor resucitado presente en la Iglesia, se da también una presencia de todos los que «descansan en El».


Relación con la Eucaristía La Eucaristía, que es ya comunión con Cristo, es la garantía y el anticipo de esa vida nueva a la que él ya ha entrado, al igual que su Madre, María, y los bienaventurados que gozan de él. La muerte no es nuestro destino. Estamos invitados a la plenitud de la vida. La Eucaristía es la actualización del Misterio Pascual de Jesucristo: en ella «Anunciamos su Muerte, proclamamos su Resurrección y esperamos su Venida gloriosa». La Iglesia celebra la Eucaristía porque tiene la plena convicción de que el Señor vive y está realmente presente, actual y actuante en su vida y en el mundo. Por eso, en la celebración de la Eucaristía renovamos nuestra fe en la Resurrección y se fortalece nuestra esperanza de la Vida Eterna.

Algunas preguntas para pensar durante la semana: 1. ¿Cuál es mi reacción ante la muerte? 2. ¿Cuáles son mis verdaderas esperanzas? 3. ¿Qué significa en la vida la fe en la resurrección?

Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

Libro virtual: O:


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