Comienzo del anuncio de la Buena Noticia y la llamada de los primeros discípulos
AMBIENTACION Domingo tras domingo -día tras día- la Palabra de Dios nos va interpelando a los cristianos de hoy, por boca de Isaías o de Pablo o del mismo Cristo, para que también en el mundo de hoy podamos realizar con eficacia la misión que Jesús inauguró. A veces la Palabra nos anima, otras nos interpela y juzga, o nos urge a la «conversión», como Jesús lo hace en este tercer Domingo del tiempo ordinario del ciclo A, en sus primeras palabras en Galilea. Hoy empezamos a leer el evangelio de Mateo, que nos acompañará como guía de nuestro camino cristiano hasta el fin del año. Empezamos con el capítulo 4 de Mateo, saltando los primeros, los que nos cuentan la infancia de Jesús, que ya hemos leído en el Adviento y la Navidad.
1. PREPARACION: Invoquemos AL ESPIRITU SANTO Espíritu Santo, ven a iluminar nuestra mente y a mover nuestro corazón, para que escuchemos la Palabra que nos convoca a convertirnos para recibir el Reino que inaugura Jesús. Haznos dóciles a la llamada del Maestro al seguimiento para que estemos siempre disponibles para ser enviados a anunciar el Reino de Dios en el mundo. Amén.
2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Is. 9, 1-4: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» El contenido de la primera lectura de hoy es la aparición de Mesías en Palestina, como enviado de Dios y anunciador de su Reino. Un Reino de luz y alegría. Un Reino de liberación de toda forma de opresión y servidumbre. La profecía nos llega a través de hermosos símbolos, en acuerdo con el estilo del profeta. El profeta da ánimos a su pueblo con el anuncio de un futuro mucho mejor, precisamente para Galilea, la «Galilea de los gentiles», que era una región en que vivían bastantes paganos en medio del pueblo judío. Esta región, al norte y al oeste del lago de Galilea, fue la primera en ser conquistada y desterrados sus habitantes por los asirios, a mediados del siglo VIII aC.
Era este en verdad un pueblo sumergido en tinieblas, falto de alegría y esperanza. Pero el profeta les anuncia tiempos mejores: de las tinieblas pasarán a la luz, de la tristeza a la alegría, de la esclavitud a la liberación.
Sal. 27(26): «El Señor es mi luz y mi salvación» El salmo recoge el tema de la luz, que había apuntado Isaías: «el Señor es mi luz y mi salvación». Y también el de la alegría: «espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida» El creyente, que confñía en Dios, tiene la certeza de que no está solo y su corazón conserva una sorprendente paz interior, porque, «el Señor es mi luz y mi salvación (…); es la defensa de mi vida». Continuamente repite: «¿A quién temeré? ) ¿Quién me hará temblar? Mi corazón no tiembla. Me siento tranquilo» (vv. 1-3). Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, el cual proclama: Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rm 8, 31). Pero la serenidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria. En el lenguaje de los salmos, a menudo buscar el rostro del Señor es sinónimo de entrar en el templo para celebrar y experimentar la comunión con el Dios de Sión. Pero la expresión incluye también la exigencia mística de la intimidad divina mediante la oración. Por consiguiente, en la liturgia y en la oración personal se nos concede la gracia de intuir ese rostro, que nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (cf. Ex 33, 20). Pero Cristo nos ha revelado, de una forma accesible, el rostro divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como nos recuerda san Juan- lo veremos tal cual es (1 Jn 3, 2). Y san Pablo añade: Entonces lo veremos cara a cara (1Co 13, 12)..
1Co. 1, 10-13.17: «Pónganse de acuerdo y no anden divididos» Pasados unos cuantos años, cuando ya Jesús no caminaba en esta tierra nuestros caminos, Pablo, un apóstol grande, llegó a una ciudad griega, Corinto, y fundó allí una Iglesia de Jesucristo. Después del saludo inicial de la carta a los Corintios, que leíamos el Domingo pasado, entra Pablo en materia señalando la inconveniencia de que en una comunidad cristiana haya discordias y cismas. San Pablo advierte a las Comunidades cristianas contra las divisiones que lesionan la caridad y la eficacia de la misión. No puede ser que unos digan «soy de Pablo», otros «soy de Pedro» o «de Apolo». Todos deben decir «soy de Cristo», que es quien ha muerto por todos. Ni Pablo ni ningún otro ha dado su vida por ellos. San PAblo nos ha dejado el testimonio de la vida en esa Iglesia, llena de valores y también de deficiencias. Quizás el mismo entusiasmo inicial llevó a los cristianos de allí a romper la
unidad. Querían jefes visibles y se olvidaban de que el único Jefe, Cabeza, era el Cristo. Pablo, con vehemencia, les recuerda que los apóstoles que predican a Cristo, por más eminentes que sean, no son más que discípulos que hacen presente al único a quien debemos seguir en todo, a Jesucristo. En él encuentra la Iglesia finalmente su unidad. Pablo reivindica su misión de apóstol del Evangelio. Lo dice con fuerza, refiriéndose al mismo Cristo: «Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar [= anunciar el Evangelio]». Pablo apunta directamente a Cristo: de él procede totalmente la nueva realidad. En él convergen todos los hombres, porque con su muerte ha reunido a quienes estaban dispersas. Embrollos seudoteológicos y reclamos de pertenenciaque dañan la unidad son un atentado contra Cristo, antes que contra la concordia de la comunidad.
Mt. 4, 12-23: «Recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y curando toda enfermedad» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO R/. Gloria a Ti, Señor. 12
Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. 13 Y dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaún junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí; 14 para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: 15 «¡Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! 16 El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido». 17
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos ha llegado». 18
Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, 19 y les dice: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres.» 20 Y ellos al instante, dejando las redes, lo siguieron. 21 Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con
su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. 22 Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, lo siguieron 23
Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Palabra del Señor R/. Gloria aTi, Señor Jesús. Re-leamos la Palabra para interiorizarla
a) Contexto: Mt. 3 - 4 El texto evangélico de este Domingo pertenece a la sección narrativa de la primera partre, previa al «Sermón de la Montaña»: Promulgación del Reino de los Cielos... El evangelio de San Mateo nos presenta el comienzo de la misión de Jesús, el Señor. Hasta ahora, desde su nacimiento, ha sido presentado como el enviado del Padre para dar realidad a un proyecto divino dirigido a la humanidad de todos los tiempos y lugares. Han pasado unos treinta años desde su llegada al mundo. En Nazaret, al lado de María y José, ha vivido, compartiendo la realidad humana en toda su densidad. Ha trabajado en un oficio manual, ha compartido la vida de cada día, ha tenido las preocupaciones de toda condición humana, ha orado, ha participado en las reuniones sinagogales con toda la comunidad, ha ido al templo de Jerusalén en los días prescritos por la ley.
b) Organización del texto:
vv. 12-16: v. 17: vv. 18-22: v. 23:
el sentido teológico del regreso de Jesús a Galilea; el comienzo y el contenido esencial de su predicación; la llamada de los primeros cuatro discípulos; el resumen de la predicación, que está acompañado de signos prodigiosos
c) Comentario: V. 12 Pero debía llegar el momento de empezar a cumplir su misión, la razón fundamental de su entrada al mundo como Hijo de Dios. El evangelio considera que es un acontecimiento histórico y lo enmarca en tiempo y lugar. Cuando Juan Bautista fue arrestado. La historia judía, distinta del evangelio, sitúa ese hecho durante el reinado de Herodes Agripa. Es un texto común con Marcos y Lucas (cfr. Mc. 1,14-15; Lc. 4, 14). Mateo es preciso, consigna tiempo («cuando oyó que Juan había sido entregado») y lugar («se retiró a Galilea»). Que el Mesías empiece su actividad allí es más que extraño, ya que Galilea está en la periferia, lejos de todo lo que humanamente es central e importante: sacerdocio, escribas, doctores, centros económicos y culturales. Además Galilea no gozaba de buena fama (Jn. 1,46). Recién en Mt. 19,1 señala el evangelista que Jesús deja Galilea para dirigirse a Judea, en donde se lo criticará por ser galileo, cosa que evidentemente se descubría por su manera de hablar, al igual que a sus discípulos (Mt. 26,69).
V. 13: Mateo relata el momento en que Jesús, después de su bautismo en el Jordán y las tentaciones en el desierto, da comienzo a su ministerio público. Para ello se transfiere de Nazaret a Cafarnaúm (Kfar-Nahúm = la ciudad de Nahúm): así realiza y cumple una profecía. La promesa, el plan de Dios, va caminando y cumpliéndose en el tiempo y se va realizando en formas diversas, encontrando su plenitud en Cristo. Va a Galilea, el sector norte del país, región abierta a la influencia extranjera, habitada no solo por judíos sino también por griegos y paganos. Tiene como centro de su actividad una ciudad llamada Cafarnaún, donde todavía quedan recuerdos arqueológicos de su presencia allí; al borde de un lago famoso, Genezaret o Tiberíades, propicio para la pesca.
V. 14-16: La indicación geográfica -estamos en Galilea (v. 12)- encuentra amplia resonancia en Mateo: la asocia con una preciosa cita y le otorga una orientación particular (vv. 15ss). Con la cita de Isaías, algo adaptada (cf primera lectura), el evangelista apunta que Jesús fija su residencia en Cafamaún. La luz brilla en «Galilea de los paganos» (v. 15), es decir, entre los gentiles, superando un
mezquino nacionalismo que pretendía confinar los beneficios de Dios a los estrechos límites de Israel. Se evoca la significación histórica de esa región. Fue la heredad de Zabulón y Neftalí, dos de los hijos de Jacob, el patriarca ancestral, de época muy remota. Ese dato hace el empalme con el Antiguo Testamento, a través de Isaías. A lo largo de siglos, Dios ha ido llevando la historia mediante promesas y cumplimientos, que han hecho a ese pueblo peregrino de una esperanza. Ya el profeta Isaías, como lo escuchamos en la primera lectura y como nos lo recuerda San Mateo, había prometido que en ese lugar empezaría este encuentro de Dios con el hombre, encuentro de una luz sin ocaso con la oscuridad propia de quien marcha en tinieblas: El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande. Allí se vino a dar cuenta ese pueblo de que esa luz era una persona excepcional, enviada por Dios, que traía el anuncio de la irrupción y entrada de Dios mismo en su historia con un proyecto salvador. Esa luz era una palabra que hablaba de Dios y de lo que Él ofrecía al hombre, sediento siempre de trascendencia, de ir más allá de las fronteras de lo meramente visible. Esa luz serían sus obras salvadoras. Sería su propia vida que en entrega total por la salvación del hombre culminaría en la muerte y la resurrección.
V. 17 El primer anuncio de Jesús es parco, pero esencial: sale un día, pasada su estadía en el desierto, al encuentro del hombre y la primera palabra que éste escucha es «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos ha llegado». La conversión, entendida como una adaptación continua a la voluntad de Dios, es condición y requisito para divisar el Reino de los Cielos. No empieza por discursos o largas instrucciones. Comienza por pedir al hombre que abra su corazón para recibir el mundo nuevo que llega con él, ese Reino que en definitiva es la acción salvadora de Dios en él. Esa actitud se llama conversión. Es un abandonar un camino para aceptar el camino que Dios pide, y esto no para algo pasajero sino para un compromiso de la totalidad de la persona. Esa palabra despierta en el hombre curiosidad e inquietud: ¡Qué es lo nuevo que Dios está ofreciendo!
V. 18-22: Antes de enunciar el programa detallado de la predicación (cf Mt. 5,1ss) y antes de hacer milagros, Jesús elige a algunas personas para que lo sigan. La prioridad de tal acción se comprende: es necesaria la presencia de testigos que experimenten cuanto Jesús ha dicho y ha hecho, para que un día puedan comunicárselo a otros y entren ellos también en comunión con Jesús. Galilea, territorio de paganos, es terreno fértil de vocaciones. Pasa, pues, de inmediato a llamar a cuatro hombres mayores, trabajadores, capaces de compromiso. No quiere hacer solo la misión. Quiere comprometer al hombre en lo que va a hacer. Sabe que su paso por el mundo es pasajero como el de toda condición humana y es preciso abrir el futuro mediante personas
capaces de continuar un día la misión. Tampoco empieza por darles una larga una instrucción. Simplemente, con un imperativo que va a lo hondo de la persona, les dice vengan y síganme, los haré pescadores de hombres. Y ellos, sin pedir garantías, sin asegurarse de quien es la persona que los llama y si merece su confianza, con los ojos cerrados se van con él. Su vida cambia. Entran en un mundo nuevo que va a ser fascinante pero no exento de pruebas y dolores. Sus nombres nos son conocidos y familiares: Simón, que es conocido como Pedro, y Andrés; y otros dos cuya familia se nos da a conocer: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Así en torno a Jesús va naciendo la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios.
«Al instante»... «Dejar»... «Seguir»... Son palabras difíciles para nuestro estilo de vida. Estamos dispuestyos a responder a Dios: sí, pero con calma. Dejar lo que se está haciendo por el Señor; sí, pero con calma. Seguir al Señor; sí pero antes es necesario pensarlo bien. ¿Y si probásemos a hacer como los apóstoles: al instante, dejándolo todo, se fueron con Él?
V. 23: Con ellos empieza a recorrer toda Galilea, enseñando en las sinagogas, y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del Pueblo. El mundo de Dios ha entrado en la vida del hombre y le trae una palabra de vida y una acción liberadora. A partir de entonces se empieza a ver el mundo con una luz nueva, la de Dios. Este v. 23 cierra el presente texto litúrgico y recoge de modo sintético la actividad de Jesús: las palabras y hechos milagrosos. Palabras y hechos portentosos, en efecto, son el armazón del evangelio. La predicación se desarrolla en las sinagogas. Está dirigida a los judíos, quienes necesitan ayuda para comprender la situación de absoluta novedad que están viviendo: Jesús se presenta no sólo como el enviado de Dios anunciado por los profetas, sino aún más: como el propio Dios. Todo el evangelio se volcará en desvelar la identidad de Jesús.
3. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE el texto? Meditemos con un Padre de la Iglñesia “… Pedro y Andrés abandonaron sus redes para seguir al Redentor a la primera llamada de su voz… Tal vez alguno se diga por lo bajo: Para obedecer a la llamada del Señor. ¿Qué pudieron abandonar estos dos pescadores que no tenían casi nada? Pero en esta materia tenemos que considerar las disposiciones del corazón más que la fortuna. Deja mucho el que no retiene nada para sí; deja mucho el que lo abandona todo, por muy
poco que sea. Nosotros conservamos con pasión lo que poseemos, y tratamos de conseguir lo que no tenemos. Sí, Pedro y Andrés dejaron mucho, puesto que tanto el uno como el otro abandonaron hasta el deseo de poseer. Abandonaron mucho porque al renunciar a sus bienes renunciaron también a sus ansias. Siguiendo al Señor renunciaron a todo lo que hubieran podido desear de no haberlo seguido. Que nadie, pues, se diga al ver que algunos renuncian a grandes bienes: Quisiera imitar a los que se desprenden así del mundo, pero no tengo nada a qué renunciar. Hermanos, cuando renuncian a los deseos terrestres abandonan mucho. Nuestros bienes exteriores, aunque sean pequeños, bastan a los ojos del Señor. Él se fija en el corazón no en la fortuna. Él no pesa el valor comercial del sacrificio, sino la intención del que lo ofrece…». (San Gregorio Magno, Homilía 5 sobre el Evangelio (PL 76,1093-1094).
«Meditación sobre la Iglesia» Las lecturas actuales facilitan una reflexión profunda sobre la Iglesia, pues presentan sus elementos constitutivos:una, santa, católica y apostólica.
Una: La Iglesia es una porque tiene en Cristo a su Señor. Todas las comunidades cristianas se reconocen como parte de la única Iglesia fundada por Cristo. Existe un solo bautismo, una sola fe, que une a los creyentes con Cristo. Por eso Pablo combate vigorosamente a los espíritus sectarios y las manipulaciones grupales. Es una tentación reiterada pensar que un grupo sea la mediación exclusiva o privativa de la salvación. Los grupos son instrumentos, medios, no más, y deben resistirse al sutil engaño de la monopolización.
Santa: La Iglesia o comunidad es santa porque «está bautizada» en Cristo. La santidad es ante todo don gracioso, absolutamente gratuito. Después, es respuesta generosa que toma el nombre de conversión, en continua armonía con la voluntad del Padre, como Cristo la ha dado a conocer y como el Espíritu continuamente la propone.
Católica: La llamada a las tribus del norte, Zabulón y Neftalí; la incesante llamada a Galilea, zona poblada o transitada por paganos, le recuerda a la Iglesia su vocación de estar abierta al mundo. Jesús ha elegido vivir e iniciar su vida pública en Galilea para evidenciar la proximidad geográfica con los últimos y los excluidos, preludio de cercanía moral, para que todos se reconozcan como hermanos. «En la Iglesia, ningún hombre es extranjero», recordaba Juan Pablo II en el Día del Emigrante, el 5 de septiembre de 1995.
Apostólica: El único fundamento, Cristo, toma forma histórica en los apóstoles y en sus sucesores (los obispos), en comunión con el obispo de Roma, el papa. La explícita llamada de los apóstoles (los primeros cuatro del evangelio de hoy) expresa la voluntad concreta de Jesús de organizar la Iglesia de este modo. Llamados a seguirlo para ser testigos de la Palabra y los milagros del Maestro. La apostolicidad de la Iglesia está en estrecha relación con su
catolicidad; entre las tareas principales de los apóstoles y sus sucesores destaca la de anunciar a Cristo a todos los pueblos.
Una comunidad no dividida Corinto era una ciudad muy compleja, mezcla de razas, y también parece que lo era su comunidad cristiana. A lo largo de la carta encontramos varios casos de estas desavenencias, incluida la celebración decadente de la Eucaristía, con una clara falta de fraternidad. Las divisiones entre cristianos a menudo suceden cuando olvidan que tienen sólo un Maestro, Jesucristo, y adoptan otros maestros como criterio de vida: una ideología, un líder, un político, y cosas parecidas. La argumentación de Pablo es clara: todos deben ser seguidores de Cristo Jesús. Lo que dice de sí mismo se aplica a los otros predicadores que convocan a estos seguidores: «¿ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?». El único que lo ha hecho es Cristo, y Cristo no puede estar dividido. Es lastimoso el espectáculo que damos todavía hoy las diversas confesiones cristianas, creyentes todas en Cristo Jesús, bautizadas en su nombre y, sin embargo, divididas en cismas y facciones. En duiversas ocasiones somos convocados a una semana de oración por la unidad de los cristianos, lo que nos despierta la conciencia y la responsabilidad en este sentido. Pero cosas parecidas suceden internamente en la comunidad católica, tanto en un nivel universal como en el diocesano y parroquial. ¡Qué divisiones más lamentables se dan entre nosotros, a veces por motivos bien extraños y superficiales! Divisiones que impiden la eficacia de nuestra misión en el mundo. Pablo nos dirige hoy a nosotros la misma recomendación que a los Corintios de hace dos mil años: «Les ruego, en nombre de nuestro Señor Jesús, pónganse de acuerdo». La unidad empieza por casa. En una comunidad religiosa. Entre los colaboradores y miembros de una parroquia. En los que formamos una comunidad diocesana. A veces vivimos situaciones de tensión por tendencias, por sensibilidades distintas, por ideologías más o menos adelantadas o tradicionales, por partidismos eclesiales y conflictos de pareceres en todos los órdenes. Por motivos que con un poco de buena voluntad y amor se podrían resolver fácilmente, aun manteniendo la diversidad de sensibilidades, pero centrándonos en Cristo Jesús, que es la luz y el guía de todos.
Relación con la Eucaristía
Cada celebración es un diálogo, estamos unidos en el Señor, por la fe, el Bautismo y el mismo pan. Somos unos en El, no podemos andar divididos y tenemos que ser los que propaguemos el diálogo entre nosotros y con Dios. En la Eucaristía, todos escuchamos la misma Palabra. Todos participamos del mismo Cristo, que ha querido ser nuestro alimento. ¿Cómo podemos estar divididos en la vida?
4. ORACIÓN CON LA PALABRA: ¿QUE LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Padre de bondad, danos la gracia de convertirnos de todo corazón, para que todos los cristianos proclamemos la cercanía de tu Reino. Que todas las comunidades cristianas se esfuercen en lograr la plena unidad entre los cristianos. Que todos los pueblos de la tierra superen los conflictos que los enfrentan y encuentren la armonía y la paz. Que nuestra conversión al Evangelio de Jesús y la Eucaristía que celebramos alimenten la unidad entre los cristianos. Suscita en tu Iglesia discípulos de tu Hijo que, con prontitud e incondicionalmente, respondan al llamado y se comprometan con el anuncio del tu Reino. Señor Jesucristo, eres la gran luz que sigo y quiero seguir, dejar toda mi fe puesta en ti, ser un verdadero convertido y proclamar y poner en acción la Buena Noticia en mi Galilea, empezando por mi mismo, mi familia, mis hermanos, todos los necesitados y donde el Espíritu Santo quiera llevarme, quiero ser tu instrumento. Amén.
5. CONTEMPLACIÓN - ACCION: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA?
Nuestro compromiso hoy El camino de la Palabra no ha concluido, todavía falta uno de los eslabones de la cadena: el hoy, el eslabón de nuestro presente, el momento en el que recibimos esta Palabra para hacerla vida. Porque la Palabra, después de haberse realizado en tiempos de Gedeón, de Isaías y de Jesús y a lo largo de toda la historia de salvación, espera que la actualicemos en nuestras vidas. La salvación, preparada y prefigurada antes de Cristo, después de Él es «rememorada» y «revivida». Nuestra vida no es una isla, aislada y perdida en los meandros de la historia. ¡No! Estamos insertados en el camino, en la historia de la salvación. Senda que tiene un antes y un después, un pasado y un futuro, una meta, que supera cuanto hayamos podido pensar o soñar… Los discípulos llamados hoy a mantener viva, en nuestra vida y en la vida del mundo, la luz de la fe somos nosotros. El Señor nos pide una disponibilidad como la de esos discípulos primeros que incondicionalmente hicieron entrega de su vida al Señor para una misión que no era de ellos sino de Dios para bien del mundo. Necesitamos en medio de las oscuridades que nos rodean esa permanente Luz que es Cristo. Nuestro mundo necesita su Palabra y su vida entregada por nosotros y celebrada en la Iglesia en los sacramentos. Sigamos decididamente al Señor.
Algunas preguntas para meditar durante la semana 1. El Hijo de Dios viene a habitar junto al hombre («junto al mar»)... y
nosotros ¿ iremos a morar junto a Dios como estaba el Verbo antes de venir a nosotros? ¿O quizá nos baste nuestra frágil vida de carne? 2. Las tinieblas ¿se han disipado para nosotros? 3 Un hecho político, la prisión de Juan, llevó a Jesús a que iniciara el anuncio de la Buena Nueva de Dios. Hoy, los hechos políticos y sociales ¿influyen en el anuncio que hacemos de la Buena Nueva a la gente? 4. ¿Cómo puede estar dividida una comunidad en la que todos creen en Cristo, en la que todos pretenden seguirlo, porque se saben salvados por el mismo Cristo? 5. ¿Cuál y cómo es mi respuesta al llamamiento que me hace Jesús a seguirlo?
P. Carlos Pabón Cárdenas, eudista Libro virtual: https://www.flipsnack.com/carlospaboncardenascjm/domingo-3o-ordinario-a.html O:
https://issuu.com/carpacar/docs/domingo_3___ordinario_a