Domingo 4º ordinario a

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Los verdaderos valores: las Bienaventuranzas AMBIENTACON El tema litúrgico de hoy es sobre las cualidades que Dios realmente aprecia en la gente. Este es el mensaje de las dos primeras lecturas. No hace falta que los Domingos tengan «título». Pero si alguno merece el de hoy es éste: «el Domingo de las bienaventuranzas».

1. PREPARACION: INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO Espíritu Santo, te damos gracias Porque nos reúnes, una vez más, en comunidad de fe. Tú nos pones frente a la Palabra; Ayúdanos a acercarnos a ella con reverencia, Con atención, con humildad. Asístenos para que podamos acogerla Con verdad, con sencillez, Para que ella transforme nuestra vida. Que nuestro corazón esté abierto, Como el de María, la Madre de Jesús, el Salvador. Y como en ella, por tu acción, la palabra se hizo carne, También en nosotros esta Palabra del Padre Se transforme en obras de vida según su voluntad. Amén.

2. LECTURA: ¿QUE DICE el texto? Sof. 2,3; 3,12-13: «Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde» El profeta nos trae a la mente lo que la Biblia llama «el resto de Israel». El resto de Israel eran aquellos miembros del pueblo que a pesar de tantas infidelidades de la mayoría, permanecieron fieles a la voluntad de Dios. Eran gente justa y humilde. A través de ellos Dios reveló su amor especial por la pobreza, la humildad y la sencillez. Dios promete la salvación al pueblo que busca justicia. Sofonías hace un alegato terrible contra los que se han olvidado del Señor y sólo han buscado su propio beneficio, aun en los momentos peores de cautiverio y de dominación enemiga. Aquí, en el texto de hoy, aparece un pequeño oasis y la promesa de restauración mesiánica. Vemos con claridad cómo la primera lectura se ha seleccionado para anticipar ya de alguna manera, desde el AT, la enseñanza de Jesús en el Evangelio: esta vez es la predilección de Dios por los pobres y humildes. El libro de Sofonías describe el ministerio de este profeta en el siglo VII aC. En sus breves páginas habla mucho del «día del Señor». Pero hoy se han seleccionado las palabras que dirige al pueblo de Judá, diciendo que el «Resto de Israel» lo formarán los que ponen su confianza en Dios, «un pueblo pobre y humilde» sin maldad, sin mentiras, sin lengua embustera.


El movimiento de los pobres («anawim») comienza a esbozarse como el grupo social que ha sufrido los más bruscos cambios políticos. Pero estos pobres serán la base para la restauración después del destierro. Ellos serán el resto, después de la deportación de la clase gobernante y de la aristocracia. Estos pobres conservarán la piedad sincera. Este texto viene a servir de prólogo a las bienaventuranzas.

Sal. 146(145): «El Señor hace justicia a los oprimidos» El salmo adelanta también lo que va a afirmar el evangelio: «dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos». Habla de cómo Dios prefiere y protege a las personas que pueden reflejar todos los males y debilidades del mundo: los oprimidos, los hambrientos, los cautivos, los ciegos, los que se doblan, los peregrinos, los justos, los huérfanos y viudas. Mientras que «trastorna el camino de los malvados».

1Co. 1, 26-31: «Dios ha escogido lo débil del mundo» La predilección de Dios por la gente humilde y sencilla vuelve en este texto paulino. El mensaje de San Pablo, en la segunda lectura, coincide bastante también con el mismo tema que las otras dos: el elogio de la humildad. Las divisiones y cismas de la comunidad de Corinto, de las que hablaba Pablo en la lectura del Domingo pasado, tienen su raíz normalmente en el orgullo, en nuestra tendencia a sentirnos superiores a los demás. La comunidad de los Corintios, como otras muchas, no tiene precisamente mucho de qué gloriarse según las medidas humanas, aunque estén inmersos en un ambiente de cultura griega. Si de algo pueden gloriarse es de los dones de Dios, no de los méritos propios. No hay muchos sabios y poderosos ni aristócratas. Más bien parecería que Dios elige «lo necio» de este mundo, las personas que la sociedad considera, más bien, despreciables. Pero Dios nos ha reunido «en Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención». Para S. Pablo estas cualidades son una bendición, porque conceden la verdadera sabiduría de Dios y de su Evangelio, que permanece escondido para los autosuficientes y para los «sabios» según el mundo. Los pobres son la característica de la Iglesia primitiva. La Carta a los Corintios nos presenta el alegato de Pablo, como la otra cara del que presentó Sofonías, pero con el mismo espíritu. Dios toma partido por la clase oprimida, por los pobres, a quienes ha distinguido con sus favores «de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor». San Pablo parte del hecho real de los que se encuentran en la asamblea, quiénes son y lo que son, es por el Señor.

Mt. 5, 1-12ª: «Dichosos los pobres en el espíritu» EVANGELIO DE JESUCCRISTO SEGÚN AN MATEO R/. Gloria a Ti, Señor.


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Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus 2 . discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: 3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 4 Bienaventurados los mansos, porque ellos posseerán en herencia la tierra. 5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. 6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. 7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 11 Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. 12 Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús RE-LEAMOS EL TEXTO PARA INTERIORIZARLO

a) Contexto: Mt. 3 - 7: Promulgación del Reino de los Cielos La perícopa pertenece al primer gran bloque de los cinco que constituyen el evangelio de Mateo (sin incluir los «relatos de la infancia» Mt. 1 - 2; y la «Historia e la pqasión, Muerte y Resurrección»: Mt. 28 -28). Este bloque contiene una «sección narrativa» (Mt. 3 -4) y el «sermón de la montaña» (Mt. 5 - 7). Esta perícopa que proclamamos en este 4º Domingo es, exactamente, la introducción al sermón de la montaña.


El evangelio, en efecto, nos trae el primer gran sermón de Jesús ante el Pueblo que espera ansioso la llegada del anunciado Reino de Dios. Lo conocemos como el «Sermón de la Montaña», o «Sermón evangélico». El sermón de la montaña es el primero de los grandes «discursos» de Jesús que nos trae san Mateo. Es llamado «la Carta Magna del cristianismo», y que empieza con la página de hoy, la lista de las bienaventuranzas, una de las más conocidas del evangelio, resumen catequético de muchos momentos de enseñanza de Jesús. Rodea a Jesús una gran muchedumbre que lo sigue. Viene de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, del otro lado del Jordán (Mt. 4, 25). Allí hay judíos ortodoxos, hay galileos que vivían en un medio semipagano, hay no judíos y gentiles: los de la Decápolis. Son representantes de la toda la humanidad, no sólo del pueblo escogido. A ellos se dirige Jesús. Les habla desde la montaña que en lenguaje bíblico es la morada de Dios. Su palabra tiene origen en el Padre Dios.

b) Comentario: v. 1: Subiendo al «monte» (el monte siempre ha sido, como en el caso de la Alianza del Sinaí, el lugar del encuentro con Dios), se puso Jesús a enseñar a la multitud. Sentado como los maestros, en lenguaje solemne, que no sólo se dirige a los presentes sino a todos los oyentes de la historia convoca a los pobres para anunciarles la llegada del Reino y para invitarlos no sólo a recibir su acción salvadora sino a tomar parte activa en la misión de ese Reino. vv. 2-3: Este texto sigue, no tanto el estilo de las prescripciones o mandamientos, sino un género literario muy usado en la Biblia: el de las bienaventuranzas o «macarismos» (en griego «makarios» (mακάριοj) significa «bienaventurado, feliz, dichoso»).


Empezó

su

enseñanza pronunciando ante todo su «lista de bienaventurados»: los pobres, los que sufren, los que en esta vida tienen que llorar, los que tienen hambre y sed de la justicia, los que tienen el corazón misericordioso, los que son limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos a causa de su fidelidad a los valores de Dios. «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Μακάριοι οἱ πτωχοὶ τῷ

πνεύματι = makarioi oi ptojoi to pneumati). La primera bienaventuranza del Maestro va dirigida a los pobres, y es la que da el tono a todas las demás. Se trata de los pobres «de espíritu», o «en el espíritu», o «los que eligen ser pobres». Ciertamente estas expresiones no quieren designar a los que son pobres en cualidades, o que no tienen espíritu, sino a los que interiormente han hecho una opción por no poner en las riquezas su corazón. Lo contrario del joven rico que no se atrevió a renunciar a sus posesiones y seguir a Jesús. Son los «pobres de Yahvé» (los «anawim») del AT, tantas veces alabados por los profetas y los salmos: los pobres, no por necesidad, sino por opción. De ellos es el Reino de los cielos. Son pobres según el mundo, pero ricos según Dios, y heredarán el Reino verdadero, según Jesús.Parece paradójico que para lanzar una empresa llamada a existir por siglos, que no tiene rasgos solamente humanos sino sobre todo divinos, Jesús no empiece por llamar poderosos, aristócratas, ricos, grandes líderes sino precisamente pobres, aquellos que dirá san Pablo son lo despreciable, lo que no cuenta para anular lo que cuenta. Los llama bienaventurados, dichosos, porque, preferidos de Dios, entran en su plan salvador y encuentran el sentido total de la vida. Son aquellos que tienen un corazón de pobre. El «corazón» es el hombre es su plena capacidad de pensar y decidir, de querer, de aceptar y también de rechazar. El corazón puede ser bueno o malo.

Corazón de pobre es el hombre consciente de su relación con Dios, de su apertura total a él. El que vive con gozo su necesaria dependencia respecto del misterio divino. Sólo un hombre como Abrahán puede llegar al Reino, capaz de acoger con ciega confianza el proyecto de Dios sobre su vida.. Bajo esa imagen, muy terrena y equívoca, Jesús designa la histórica acción salvadora de Dios, actividad que se hace culminante en la persona de Jesús y en todo el misterio que encierra su persona en servicio del hombre en todas sus dimensiones: terrenas y espirituales, temporales y eternas. Es la primera y fundmental bienaventuranza... Luego, en las demás, explicita quiénes son esos «pobres» (πτωχοὶ = ptojoi, en grego, y anawim , en hebreo) vv. 4-6: Para Jesús son también bienaventurados los sufridos, los que lloran y los que son perseguidos a causa de la justicia. ¡Cuántas personas sufren, por desgracias


familiares o personales! ¡Y cuántas son «perseguidas por la justicia», no en el sentido de que han cometido una fechoría y la justicia les persigue, sino que son insultadas, calumniadas o menospreciadas por su opción de ser fieles a Dios, por seguir la justicia! Los «justos» siempre han sido incómodos para la sociedad. De todos ellos dice Jesús que son felices, porque Dios tiene en cuenta lo que están sufriendo. - Los sufridos, los que luchan sin temor al cansancio por lo que Dios ofrece. Las Bienaventuranzas piden de nosotros aceptar los sufrimientos y pruebas de la vida como Jesús lo hizo. - Los que ansían incluso con lágrimas que la acción de Dios llegue y se cumpla. - Los que afrontan la lucha que les trae su compromiso en la tarea que Dios les confía y dan realidad en su vida al querer de Dios sobre el mundo y el hombre. Las bienaventuranzas nos piden aceptar las formas de hostilidad que acompañan, eventualmente, nuestro apego a la verdad y a la justicia. También son bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Los que no tienen la comida o el éxito material como primer valor en la vida, sino la justicia y la fidelidad y el amor de Dios. O sea, el Reino de Dios. Y lo demás lo relativizan sabiamente. v.7 Los que hacen presente en el mundo la divina misericordia, comprometiéndose a fondo en la suerte del hombre necesitado y menesteroso. Los misericordiosos son los que tienen buen corazón y están dispuestos a ayudar a los demás, con las que se han llamado «obras de misericordia», y no cierran los ojos ante la gran vergüenza del hambre en el mundo y ante la injusticia que tantos millones de personas sufren. Las Bienaventuranzas nos piden ser misericordiosos como Jesús es misericordioso, lleno de compasión por todas las formas de miseria y siempre dispuesto a perdonar. v. 8: Los limpios de corazón que se mantienen fieles al proyecto de Dios y no ceden a los falsos ídolos que tan fácilmente se crea el hombre. Los limpios de corazón. son los que tienen un corazón libre de trampas, de cálculos y dobles intenciones, un corazón transparente, sincero, no hipócrita. Las bienaventuranzas nos exigen ser puros de corazón, esto es, liberar nuestros corazones y acciones de «ídolos», que toman el lugar de Dios y que impiden nuestro crecimiento en el amor. v. 9: Los que construyen la paz, porque ella es una tarea a la que hay que dar realidad. Ella encierra la plena realización del hombre según la imagen que Dios se ha hecho de él. Y los que trabajan por la paz, no necesariamente porque son por


natural «pacíficos», sino porque hacen opción de crear paz a su alrededor y no aprueban ninguna clase de carrera de armamentos ni de violencia agresiva. Las bienaventuranzas piden de nosotros trabajar por la paz y la fraternidad ahí donde podemos ejercer influencia (familia, amistades, profesión o trabajo...). Jesús pudo predicar estas bienaventuranzas porque él mismo las cumplió en su vida: pobre, lleno de misericordia, limpio de corazón, obrador de paz, perseguido por causa de su fidelidad a Dios... vv. 10-12: Los perseguidos por causa de la justicia y del evangelio. Las bienaventuranzas dicen exactamente lo contrario de lo que dice la sociedad en la que vivimos. En ésta, el perseguido por la justicia es considerado como un infeliz. El pobre es un infeliz. Feliz es el que tiene dinero y puede ir al supermercado y gastar según su voluntad. Los infelices son los pobres, los que lloran. En la televisión, las novelas divulgan este mito de la persona feliz y realizada. Y sin darnos cuenta, las telenovelas se vuelven el patrón de vida para muchos de nosotros. ¿Quizás si en nuestra sociedad todavía hay lugar para estas palabras de Jesús: “¡Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia y del evangelio! ¡Felices los pobres! ¡Felices los que lloran!”? Y para mí que soy cristiano y cristiana, de hecho ¿quién es feliz? «Bienaventurados seréis cuando los injurien y los persigan y digan coln mentira toda clase de mal conrra uistedes por mi causa...¡Alegraos y regocíjense...». Con estas palabras de Jesús, Mateo anima a las comunidades de su tiempo, que estaban siendo perseguidas. El sufrimiento no es estertor de muerte, sino dolor de parto. ¡Fuente de esperanza! La persecución era una señal de que el futuro anunciado por Jesús estaba llegando para ellas. Iban por el justo camino.

3. MEDITACION: ¿QUE NOS DICE el texto? Los «pobres» de Jesús ¡Qué distinta esta imagen de lo que entendemos superficialmente por un pobre! Los pobres que Jesús declara dichosos son hombres dinámicos, comprometidos con Dios y su proyecto, implicados en la lucha de la justicia, olvidados de sí mismos, ajenos a intereses personales egoístas. No hombres tímidos ni apocados, pasivos y sólo dispuestos a recibir. Larga es la lista de esos pobres, empezando por Cristo, por María, por Pablo, los apóstoles, Francisco de Asís y tanto otros. Las dos lecturas iniciales nos hablan de ellos en la concreta historia de salvación. Los económicamente pobres también están llamados a entregarse de corazón a esa causa. Pidamos al Señor ese corazón de pobre abierto totalmente al misterio de Dios. A él no se le interroga y se le cuestiona con arrogancia. A él se le ama y se le adora. Ese es el camino para vivir la experiencia de Dios en un mundo como el nuestro en el que inútilmente se quiere silenciar su voz. El quiere ser conocido a través de


nosotros, discípulos y misioneros, entregados como pobres al servicio del Reino. Amén.

Los valores del Reino El Evangelio lleva a su plenitud el valor de la pobreza - humildad como claves para entrar en el Reino de Dios: anuncia las Bienaventuranzas, que son el corazón del Evangelio. Son el resumen del estilo de vida de Jesús, exigido a sus seguidores. Por lo tanto las bienaventuranzas son un retrato del mismo Jesús, y un ideal para sus discípulos. Jesús ofrece desde distintas perspectivas un único camino para llegar al Reino. Hay una actitud inicial básica que se convierte en exigencia para llegar al Reino: quien tenga y viva esa actitud es «bienaventurado». La recompensa es el Reino; así ocurre con la primera y con la Última bienaventuranzas (cfr. vv. 3b y 10b). Esa actitud hace referencia a los pobres, desdichados y despreciados. Mateo destaca la actitud de pobre. Los «anawim» (los humildes de la tierra) reúnen la condición de justos ante Dios y pobres ante los hombres. Las Bienaventuranzas conllevan valores y estilos de vida en agudo contraste con muchos de los criterios prevalentes hoy día. Ambición de poder, orgullo, no son valores; de acuerdo con las primeras dos Bienaventuranzas, el verdadero valor es la confianza y la humildad con respecto a Dios, y un corazón abierto que espera de Dios el don de su Reino. Buscar sólo nuestro interés y nuestra comodidad, despreocupándonos de los demás no es un valor. Lo que es valioso, de acuerdo con la tercera y cuarta Bienaventuranza es una profunda preocupación por los demás, por los sufrientes, por los pobres y por aquellos que sufren injusticia y opresión.

Las bienaventuranzas de este mundo Esta lista nos interpela fuertemente, si la tomamos en serio. Es, en verdad, revolucionaria. Resulta paradójico que Jesús llame felices a los pobres, a los perseguidos, a los que trabajan por la paz. Naturalmente la felicidad no está en la misma pobreza o en las lágrimas o en la persecución, Sino más adentro, en el espíritu, en la actitud de confianza y humildad y apertura ante Dios. Conviene que los cristianos de hoy, eclesiásticos y laicos, los que tienen cargos importantes y los que no, recordemos a quiénes llama Jesús «bienaventurados y felices».. Aunque tal vez no nos guste mirarnos a ese espejo y sacar consecuencias. Todos buscamos la felicidad. Pero Jesús nos la promete por caminos muy distintos de los que señala este mundo. Porque en nuestra sociedad de hoy -y la de todos los tiempos, también los de Jesús- se suele confeccionar otra lista muy distinta. El mundo aplaude y llama felices a los ricos, a los que tienen éxito, a los que ganan en las competiciones deportivas, a los que tienen siempre la risa en la boca, a los que manejan cuentas bancarias sustanciosas, a los que pueden hacer


ostentación de chalets o yates o coches de lujo y pasan las vacaciones en los sitios más impensados. A esos parece que se les adjudica la felicidad según el mundo. Pero Jesús ha prometido la verdadera felicidad a los más sencillos y pobres, a los que les toca sufrir en este mundo, a los que son mal vistos precisamente por su bondad y rectitud.

¿Quiénes son los «pobres?» El misterio de Dios está abierto a los pobres. Pero ¿quiénes son los pobres? Hemos limitado esta palabra solamente a los económicamente pobres, los que carecen de bienes de fortuna, los que no tienen posibilidades de acceder a los bienes elementales de consumo. Son numerosos, conviven con nosotros y representan una tragedia que debe doler en el corazón de todo hombre. Dios no quiere esa realidad (cfr. Dt. 15, 4). Hizo un mundo lleno de posibilidades y lo entregó al hombre para que lo desarrollara y lo compartiera. El egoísmo de algunos, personas y países, causa el doloroso drama de la miseria en el mundo. No lo causa Dios. La Biblia conoce otra categoría de pobres. Aquellos que viven su realidad de débiles y caducos, mortales y vulnerables, y tienen su corazón abierto al Padre Dios que es para ellos su riqueza y su esperanza. Entre ellos hay pobres económicos y también ricos en bienes. Son aquellos que descubren que Dios no es una ilusión sustitutiva sino la máxima realidad de lo que existe. No un Dios lejano, indiferente, despreocupado de la suerte y de las luchas del hombre sino un Dios que ama al hombre que entra en su mundo y su historia, y por la encarnación se manifestó en Jesucristo. Como ninguno otro lo puede hacer, el Señor Jesús vivió esa doble dimensión de la pobreza: la económica y la evangélica Frente a Dios el hombre puede asumir una doble actitud. Una, arrogante e insolente, que se enfrenta con Dios, lo interroga, lo quiere comprender, manipular y reducir a las dimensiones de su pequeñez de creatura. Y otra, de apertura al misterio, que se deja absorber por él, abre todo el espacio de su vida a la experiencia de Dios y se deja penetrar por el amor divino, única y verdadera riqueza capaz de satisfacer. A todo lo largo del tiempo de los hombres han coexistido estas dos categorías de personas.

4. ORACION: ¿QUE LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Te damos gracias, Dios y Padre nuestro, porque, a través de tu Hijo, has querido compartir las alegrías y los sufrimientos de la humanidad.


Jesús no sólo llamó bienaventurados a los pobres, a los que sufren, lloran, padecen hambre y persecución por la justicia, a los hombres y mujeres de buena voluntad, a los misericordiosos y limpios de corazón. El también fue pobre, lloró y fue perseguido, hasta padecer la muerte en cruz. Por eso lo proclamamos bienaventurado entre los bienaventurados. El fue solidario con ese Pueblo que componen las personas sin privilegios, sin herencia, sin las posesiones, ni las armas de las clases pudientes. Oh Dios, nuestros padres esperaron en Ti y no quedaron confundidos. Muestra tu amor solícito a cuantos son perseguidos por su fe y confían en Ti, que hiciste el cielo y la tierra. Arráncalos de la mano de sus enemigos y otórgales la resurrección gloriosa. Tú salvas al pueblo mediante la locura de la Cruz; haz que no confiemos en los bienes de este mundo, sino que, habiendo puesto nuestra esperanza sólo en Ti, seamos hallados dignos de ser asociados a la mesa de tu Reino en la bienaventuranza. Amén. 5. CONTEMPPLACION – ACCION: ¿QUE NOS PIDE HACER la PALABRA? Sin ambigüedades No se trata de que sean dichosos los socialmente pobres, los que económicamente no han tenido éxito, los mendigos, los pobres en cultura. Contra esa clase de "pobreza" luchamos todos, también los cristianos, para qué nadie tenga que sufrir de ella. No se trata de aceptar esa pobreza social con resignación pasiva.


A Jesús no le gusta la pobreza y que la gente llore o sea injustamente tratada. La «pobreza» a la que Jesús «beatifica», o sea, proclama feliz, es a la humildad y sencillez de corazón, al desapego de los bienes materiales como meta de la vida, a la actitud de paz y de ayuda, a la fidelidad a los ideales y valores verdaderos, aunque acarreen inconvenientes. Hay muchos «económicamente pobres» que son felices, aunque no hayan sido bien tratados por la vida. Y muchos «ricos» que no lo son, aunque no les falte de nada. Sería bueno que nos preguntáramos con sinceridad si creemos en esa proclama de felicidad que escuchamos a Jesús, o si preferimos la del mundo. Si no acabamos de ser felices, ¿no será porque no somos pobres, sencillos, humildes de corazón, abiertos a Dios y al prójimo, sino orgullosos, satisfechos de nosotros mismos, arrogantes? En la Plegaria Eucarística IV del Misal damos gracias a Dios porque Jesús vino a «anunciar la salvación a los pobres»‫׃‬. Antes había dicho María de Nazaret, la Madre de Jesús, en su Magníficat, que Dios «a los «ricos» los despide vacíos, mientras que a los "hambrientos" los llena de bienes» (Lc. 1,53). Los pobres son los que no se apoyan en sí mismos, sino en Dios. No son felices porque son pobres, sino porque se abren a Dios. Es importante que sepamos a quiénes Jesús llama «bienaventurados felices», no vaya a ser que nos esforcemos en buscar felicidades inmediatas que no nos conducen a nada y olvidemos las que él sí valora.

Relación con la Eucaristía Somos una vez más justificados por la Sangre de Jesús, rescatados del mal, al precio de su vida. Esta justificación nos lleva a vivir en justicia y santidad. Las actitudes de fe vuelven a ser de pobreza y desprendimiento.

Algunas preguntas para pensar durante la semana 1. Compare su manera de pensar y de actuar con las Bienaventuranzas. 2. ¿En qué cosas estoy más distante de las Bienaventuranzas?

3. ¿Qué significa para nosotros rehabilitados por Dios? 4. ¿Creemos realizable el programa de las bienaventuranzas?

5. ¿Sé aceptar cualquier aspecto de mi pobreza y fragilidad? Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O:


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