Domingo 6º de pascua c

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Obediencia, acto de amor Ambientación Escogemos, para esta Lectio, las lecturas correspondientes al Domingo 6º de Pascua, del ciclo C, sin cambiar la 2ª lectura ni el Evangelio (que se podría hacer, como lo permite el Ordo, para tomar esas dos lecturas del Domingo 7º de Pascua, que será ocupado por la Solemnidad de la Ascensión del señor). Seguimos escuchando la Palabra de Dios y celebrando la Eucaristía en el ambiente gozoso de la Resurrección del Señor. Entramos en la sexta semana de la Cincuentena Pascual Nos encontramos en el inicio de los últimos quince días de la Cincuentena. Puede ser un buen momento para revisar el cómo se ha mantenido pedagógicamente la unidad de este tiempo y, en cualquier caso, para acentuar que estamos celebrando la Pascua como unidad festiva. Bueno será tener en cuenta esto para evitar el hablar de una «preparación» para la fiesta de Pentecostés, como si ésta fuera una fiesta aparte de la Cincuentena. Ello no quita, sin embargo, que -como lo hacen los textos litúrgicos- se acentúe ahora especialmente la referencia al Don del Espíritu Santo como culminación del Misterio Pascual y de su celebración.

1. Preparémonos: INVOQUEMOS AL ESPÍRITU SANTO Ven Espíritu Santo, Ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias. Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Ven, Espíritu Santo, para que la Iglesia de Jesucristo se abra totalmente a tu acción vivificadora y, obedeciendo a la Palabra que nos exige vivir en unidad, sea fiel a la misión encomendada por su Señor.


2. Leamos: ¿QUÉ DICE el texto? Hch. 15, 1-2.22-29:«Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables» La primera lectura nos da testimonio de la reunión de Pablo y Bernabé con los Apóstoles y los Presbíteros en Jerusalén: es el acontecimiento eclesial, de trascendencia extraordinaria, que se llama «Concilio de Jerusalén». Allí entendieron los Apóstoles, y le hacen entender definitivamente a la iglesia, que el único Señor y Salvador es

Jesucristo. La expresión utilizada por los Apóstoles en la introducción del documento que salió del Concilio de Jerusalén es muy significativa: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros...». Es que el Espíritu guía a la Comunidad cristiana discerniendo y decidiendo sobre cuestiones que dividían a los convertidos. El éxito que la predicación del Evangelio ha alcanzado entre los gentiles origina la primera grave tensión interna que va a experimentar la Iglesia de Cristo. Un enfrentamiento entre los convertidos del judaísmo y los convertidos del gentilismo: La Iglesia de Jerusalén tiene un núcleo fuerte de fariseos convertidos (Hch. 5, 1). Estos no conciben la salvación sino a condición de adherirse a la Ley Mosáica (cfr. Hch. 15, 1). El helenista Esteban, que se atrevió a predicar la abolición de la Ley, dado que Cristo era la realidad y la plenitud de cuanto preparaba y prefiguraba la Ley, fue violentamente asesinado (Hch. 6, 8-15). Ahora es Pablo quien levanta la bandera del mártir Esteban. Es Pablo quien proclama que la Ley de Moisés cumplió ya su misión, que era la de preparar los caminos y conducir a Cristo (Gal. 3, 24). El conflicto estalla en la Comunidad de Antioquía de Siria. En esta Comunidad el núcleo de gentiles convertidos es más numeroso que el de los judíos convertidos. La tensión entre la tendencia conservadora de fidelidad a la Ley de Moisés y la aperturista de libertad adquiere tal candencia que los dos bandos envían a Jerusalén su grupo de delegados para que ventilen el asunto en presencia de los Apóstoles y Ancianos de la Iglesia Madre (v 2). Y en Jerusalén se reúne el primer Concilio de la Iglesia. Y todos los que en la Iglesia tienen autoridad, con Pedro y bajo Pedro, quedan acordes en que no debe imponerse a los gentiles que se convierten a Cristo el peso de la Ley Mosáica. Pedro defiende valientemente la doctrina y la práctica de Pablo. Santiago Obispo de los judíos coincide en todo con Pedro, pero propone una componenda para salvaguardar la convivencia entre judíos y gentiles convertidos: Que los gentiles se abstengan de ciertas cosas que hieren o molestan más vivamente a los judíos (v 29). Evidentemente, lo que en el Decreto del Concilio de Jerusalén tiene sólo carácter disciplinar o pastoral, tendrá también sólo valor local y temporal.


Sal. 67(66): «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» El Salmo 67(66) está organizado así: 1. 2. 3. 4. 5.

Oración deprecatoria: vv. 2-3 Estribillo: vv. 4.6 Juicio de Dios: v. 5 Frutos de la tierra: v. 7 Bendición de conclusión: v. 8

Este salmo es difícilmente clasificable. Se trataría de una oración de la comunidad que implora la bendición de Dios. Invocación y alabanza son dos registros fundidos en una gran armonía. El salmo quiere unir a otros pueblos a esta tarea de la alabanza que Israel ha asumido como consecuencia de su fe, o sea, quiere asociar a los pueblos a la misma fe. Aquí hay un soplo de universalidad Es verdad que el salmista no se cansa de proclamar que la bendición de Dios descansa sobre Israel, y es también verdad que la bendición israelita es como una semilla plantada en mismo corazón de la historia y está llamada a convertirse en un árbol enorme y universal. «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» (vv. 4 y 6): este estribillo es un medio didáctico para manifestar el deseo intenso, la petición ferviente, la invitación calurosa a todos los pueblos a que agradezcan los inmensos beneficios a Dios. El salmista es un entusiasta de Dios. Ha experimentado personalmente todo lo que Dios ha hecho con su pueblo de Israel. Dios ha derrochado maravillas y las naciones deben conocerlas para que se unan al himno de alabanza y glorificación que Israel tributa a Dios, el único Dios. La alabanza a Dios, la acción de gracias, la glorificación es algo que le brota del corazón. Y eso lo hace plenamente feliz. Esto mismo le ocurre a este pueblo privilegiado. ¿Por qué no invitar a otros pueblos a que tengan a Yahvé por Dios? ¿Por qué dejarlos en sus esclavitudes? ¿Por qué acallar esa hambre y sed que tienen en sus almas profundamente religiosas? El salmista no obliga, no conmina, simplemente expone y ofrece a otros pueblos su fe.

Ap. 21,10-14.22-23:«Su templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero» Hasta el pasado domingo, los fragmentos del Apocalipsis se referían a la gloria de Cristo, Cordero glorioso, aunque como degollado. Hoy, en la segunda lectura, el fragmento corresponde a la última parte de las visiones y se refiere a la gloria de la Iglesia. Este mensaje del Apocalipsis nos entrega la revelación de Juan sobre la presencia


de Dios en la Iglesia, por su Espíritu. «La ciudad santa de Jerusalén» es símbolo de la Iglesia, cuya luz es el mismo Señor, y por eso, como ya lo había dicho antes el Apocalipsis, ya «no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero» (Ap. 21, 23). Nosotros los cristianos estamos llamados a participar en esta luz á través del Espíritu Santo, que hemos recibido, y a compartir esta luz con los demás. El Vidente de Patmos sigue con el estilo de símbolos y visiones proponiéndonos su mensaje. Es de rico valor teológico la presente visión. En ella se ponen de relieve tres notas de la Iglesia de Cristo: La Iglesia Católica: Abierta a todos. Esto simboliza sus Doce Puertas. De todos los puntos cardinales afluyen a la Ciudad de Dios los que formarán el Israel de Dios. El Concilio nos lo recuerda también: «Tiene la Iglesia abiertas de par en par sus puertas. Y todos van a ella en busca del mensaje y del don de la paz» (LG. 36). Iglesia Apostólica: Cristo ha edificado su Iglesia sobre el fundamento de los Doce. Por tanto, Iglesia sólidamente cimentada: «El muro tiene doce cimientos que llevan doce nombres: los doce nombres de los Apóstoles del Cordero» (v. 14). Y por lo mismo, Iglesia seguramente custodiada: «Doce Puertas custodiadas por Doce ángeles» (v 12). También el Concilio reafirma este carácter apostólico de la Iglesia de Cristo: «El eligió a los Doce... para que, con su potestad, que les comunicaba, hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos, los santificasen y gobernasen; y así dilatasen la Iglesia y la apacentasen, sirviéndola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos. Los Apóstoles reúnen la Iglesia universal que el Señor edificó sobre ellos, poniendo a su cabeza a Pedro» (LG. 19). Iglesia Divina: La Iglesia es presentada como Ciudad de Dios; toda ella es Templo. La presencia de Dios y de Cristo Resucitado, bien que aún presencia velada y en fe, inundan la Iglesia de santidad y de gracia: «Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero. La Ciudad no necesita sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina y su sol es el Cordero» (vv 22-23). La vieja economía centraba todo el culto en el Templo de Jerusalén: en el Arca Santa. En la Nueva Economía, de gracia y de vida divina, nuestro Templo es Cristo Resucitado (Jn 2, 21). En este Templo adoramos al Padre «en espíritu y en verdad» (Jn. 4, 24).

Jn. 14, 23-29: «El que me ama guardará mi Palabra» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN R/. Gloria a Ti, Señor


23

Jesús le respondió [a Judas, no el Iscariote]: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25Les he dicho estas cosas estando entre ustedes. 26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se lo enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho. 27Les dejo la paz, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde. 28 Han oído que les he dicho: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. 29 Y se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean. Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.

RE-LEAMOS EL TEXTO PARA INTERIORIZARLO a) Contexto: Jn. 13,1 - 20,31: «Libro de la Hora» La segunda sección del Evangelio de Juan, el «Libro de la Hora» comprende tres partes: a) Jn. 13,1-17,26: La última Cena, con el discurso de despedida de Jesús y la oración por los suyos; b) Jn. 18,1- 19,42: el relato de su Pasión y c) Jn. 20,1-31: relatos de la Resurrección. En la Liturgia del Tiempo Pascual, con este Domingo 6º, seguimos en la segunda parte de la cincuentena pascual -la semana cuarta ha sido la central- que se distingue por la lectura, en los evangelios dominicales y feriales, de las palabras de despedida de Jesús a sus discípulos. El pasaje del Evangelio se encuentra en la sección del discurso de la despedida y responde a la pregunta de Judas «no el Iscariote» (v.22), cuál es la razón del proceder de Jesús para no ofrecer una manifestación ostentosa (cfr. Jn. 14, 22). Jesús responde con una declaración de amor.


Todo el capítulo 14 forma parte del diálogo que Jesús mantiene con sus discípulos en la sobremesa de la Última Cena. Juan dedica a este tema los capítulos 13 al 16. Son textos densos, que van recopilando diversos aspectos: la entrega-glorificación de Jesús, la promesa del Espíritu, la presencia de la Trinidad en la vida de los discípulos y la comunión de éstos con la Trinidad, la oración por los suyos y por su unidad con el mismo Jesús. Hay que meditarlos despacio y con toda dedicación. En este capítulo 14, Jesús revela una nueva presencia, suya y del Padre, en la comunidad de sus discípulos. => El AT entendía la presencia de Dios: -

como una realidad exterior al hombre y distante de Él; la relación con Dios se establecía por mediaciones: el templo y la Ley, sobre todo; de la observancia de la Ley por el creyente dependía el favor de Dios; el mundo quedaba en la esfera de lo profano (lo no-santo); había que salir de él para conectarse con lo sagrado (lo santo) donde Dios se encontraba; - se daba la división entre dos mundos: lo sagrado y lo profano; - el hombre tenía que renunciar a sí mismo, en cierto modo, para afirmar a Dios; - el hombre tenía que buscar espacios sagrados (el templo), para comunicarse con Dios. => Jesús describe la nueva presencia de Dios entre los hombres en tres modos: - su regreso y nuevo vivir con nosotros (Jn. 14, 18-20); - la donación del Espíritu (vv. 16-17 y 25-26) y - la venida del Padre y del Hijo a cada uno (vv.. 22-24). Así establece Jesús la nueva relación de Dios con los hombres: - un Dios cercano; pues cada creyente y la comunidad son el verdadero templo donde Dios habita; - toda la creación es sagrada, no hay distinción de lo profano y de lo santo; - buscar a Dios no exige ir a encontrarlo fuera de uno mismo (en el templo, en la montaña...porque está en cada persona); - la relación con Dios es, no de siervo, sino de hijo en el Hijo.

b) Comentario: v. 23: «Si alguno me ama, guardara mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él». En su discurso de la Cena Jesús nos anuncia esta presencia y esta vivencia que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo van a tener en todos los fieles como fruto de su Pasión: Las palabras de Jesús se pueden observar, si solamente hay amor en el corazón, de otro modo parecen propuestas absurdas. Si no hay amor, las consecuencias son


desastrosas. Aquellas palabras no son de un hombre, nacen del corazón del Padre que propone a todos ser como el Hijo. «Viviremos en él»: Es la verdadera promesa de Jesús, porque el Padre ama a Jesús y Jesús entrega el Espíritu de ambos para comunicar su misma vida a los que se dejan llevar por su amor. La venida de la Trinidad a nosotros es una nueva y maravillosa creación. Dios no nos crea para reclamarnos nuestra servidumbre, ni para ofrecerle nuestra vida en sacrificio. Sino, para vivir de su amor y para su amor. Para que, con Dios y como Dios, lleguemos a identificarnos con Él. El ser humano no queda anulado. Todo lo contrario. Queda maravillosamente enaltecido, a la altura del mismo Dios. Así trabajar por el crecimiento humano, es dar gloria a Dios. Lo dijo muy bien san Ireneo de Lyon: «La gloria de Dios es la vida del hombre» («Gloria Dei, homo vivens»). Como el amor de Cristo al Padre incluye una plena unión de voluntad, una plena entrega personal: «haremos morada en él». Así nuestro amor a Cristo debe ser entrega plena y actuada en fidelidad constante. Entonces el amor que el Padre tiene a Cristo, a través de Cristo, llegará plenamente a nosotros. La gloria del Padre, sin sujeción ya a leyes de tiempo y espacio, adquirirá una presencia real en cuantos corazones se le abran con la fe y el amor .

v. 26: «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se lo enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho». Otra dádiva que nos dará el Resucitado: El Espíritu Santo. Jesús vino, enviado del Padre, para revelarnos al Padre. El Espíritu Santo vendrá en nombre del Hijo para revelarnos al Hijo. Sólo a la luz de Pentecostés conocen los Apóstoles la Persona de Cristo y entienden su mensaje (v. 26). El Santo Espíritu es luz de los fieles. El cristiano, invadido por el Espíritu, emprende una hermosa aventura. Ser discípulo de Jesús no es estar sometido a unos preceptos, leyes, obligaciones; no es quedarse encerrado en su persona y en lo que marcan las normas. Es dejarse empujar por el viento impetuoso del Espíritu, para encontrarse cada día con la novedad del Padre que nos ama en Jesús y que nos une cada vez más a su intimidad. La partida del Maestro debe alegrarles: a) Se va para volver (místicamente); b) se va para transformar su condición mortal. A través de la muerte entra con su naturaleza humana en la gloria del Padre (v 27). En esta gloria del Padre, sin sujeción ya a leyes de tiempo y espacio, adquirirá una presencia real en cuantos corazones se le abran con la fe y el amor (v 23). El Espíritu es la memoria viva de Jesús. Nos enseñará todo. Nos hará sentir la experiencia de ser amado y de amar, abrirnos a los hermanos y al mundo con su historia, para encontrar ahí la salvación nuestra y de los hermanos. El Espíritu nos orienta, nos


sacude y nos expolea a salir de nuestros templos y de nuestros viejos rezos y ritos. Para encontrarnos con Él en la vida, rutinaria muchas veces. Cuando no se cree en el Espíritu, se vive con miedo a la libertad. Y así, con miedo, cerramos las puertas y ventanas al viento de Dios. Sin fe en el Espíritu, nos refugiamos en nuestros templos y en nuestros rezos, para así evadirnos de la lucha por una sociedad más justa y fraternal. v. 27: «Les dejo la paz, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde». Jesús al despedirse ofrece un saludo particular: ¡Cuántas veces Jesús saluda a los discípulos deseándoles la paz! Antes de morir y ya Resucitado. La paz en la Biblia es uno de los grandes signos de la presencia de Dios y de la llegada del Reino. La paz de Jesús es síntesis de todos los bienes que Dios regala. La paz que todas las gentes anhelamos y que Jesús la regala a quien trabaja por la paz, propia y ajena: «Dichosos los que trabajan por la paz» (Mt. 5, 9). Entrega la paz como el don abundante que ofrece los bienes para que nada pueda intimidar a los discípulos, es decir, concede la paz con el carácter propio del Resucitado, por tanto es muy distinta a la que el mundo da. v. 28: «Han oído que les he dicho: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo». Vuelve al discurso del amor. El amor que Jesús nos pide es éste. Un amor capaz de alegrase porque el otro es feliz. Un amor capaz de no pensar en sí mismo como el centro del universo, sino como un lugar en el que oír se hace apertura a dar y poder recibir: no un intercambio, sino como «efecto» del don entregado. La promesa de Jesús de no dejar sola la comunidad se expresa diciendo: «Me voy y volveré a ustedes» (Jn. 14, 28ª). Indica, así, que es necesario que todo el que cree debe «ir al Padre», como Jesús lo hizo a través de la Muerte y Resurrección. v. 29: «Y se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean». Con este último versículo del texto Jesús prepara muy bien a los discípulos de tal suerte que los dispone para asumir una doble misión: ser testigos creíbles cuando sucedan estos hechos de manifestación gloriosa y estar convencidos para que no se escandalicen y se confundan perdiendo la esperanza.

3. Meditemos: ¿QUÉ NOS DICEla Palabra? La paz de Cristo


Si abrimos las puertas del corazón a la paz de Jesús, la sentiremos y la viviremos constantemente. Si nos dejamos conducir por el Espíritu de Jesús, que da luz, energía y paz, llegaremos a vivir en la intimidad de la Trinidad. Cuando nos confiemos a la acción del Espíritu, percibiremos que el ser cristiano no es un peso que oprime y atormenta, sino que es vivir en libertad plena y dejarse guiar por el amor del Padre, que nos ama en su Hijo y que en el Hijo nos tiene por hijos. Éste es el arte de ser cristiano: dejarse invadir por Dios que nos ama y nos llena de felicidad. Para ser libres, Cristo nos ha liberado (Gal 5, 1). La paz de Cristo para nosotros no es ausencia de problemas, serenidad en la vida, salud...sino plenitud de todo bien, ausencia de temor frente a lo que puede venir. El Señor no nos asegura el bienestar, sino la plenitud de la filiación en una adhesión amorosa a sus proyectos de bien por nosotros. La paz la poseeremos cuando hayamos aprendido a fiarnos de lo que el Padre elige para nosotros.

Fidelidad al Evangelio En el Evangelio San Juan nos habla del Espíritu prometido por Jesús. La promesa («el Padre les enviará (el Espíritu Santo) en mi nombre... para enseñarles... para recordarles mis enseñanzas») es precedida por una condición: amar a Jesús y ser fiel a su palabra; entonces «vendremos a él». Esto significa que la intensidad del Espíritu en cada uno de nosotros está en proporción a la fidelidad al Evangelio y al seguimiento de Jesús. La experiencia del Espíritu Santo y la imitación de Jesús van mano a mano en nuestra vida concreta. Quien guarda la Palabra es amado por el Padre con un amor especial puesto que se origina una relación de amistad profunda, permanente y fructífera de hijo a Padre y de Padre a hijo. Esta relación alcanza una dimensión extraordinaria pues la Santísima Trinidad habita en el creyente, en el AT Dios moraba en la tienda del encuentro (Ex. 40,35) y posteriormente en el templo (1Re. 8,10-11). El templo ahora es el corazón del hombre de fe que tiene una experiencia de gloria y resurrección al constituirse en el lugar donde Dios permanece. Jesús instruye a los suyos porque sabe que quedarán confusos y serán lentos para comprender. Sus palabras no se disipan, quedan presentes en el mundo, como tesoros de comprensión para la fe. Un encuentro con el Absoluto que está desde siempre y para siempre en favor del hombre. «La tierra ha dado su fruto. La tierra es la santa madre de Dios, María, que viene de nuestra tierra, de nuestra semilla, de este barro, de este terreno, de Adán... Ella ha dado su fruto... ¿Quién sabe qué fruto?. Una virgen desde una virgen; el Señor desde una esclava; un


Dios desde el hombre; el Hijo desde la madre, el fruto de la tierra, el grano de trigo caído en la tierra y resucitado en muchos hermanos» (San Jerónimo).

4. Oremos: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Señor Jesús, concédenos guardar tu Palabra para que seamos capaces de abrir nuestra vida a la luz del Espíritu y disfrutar de la Paz concedida por el Padre a quienes cumplen tu mandamiento nuevo, viven en comunión fraterna y dan testimonio de unidad al mundo. Señor, hoy, al leer este texto de tu evangelio, podemos entender que, si no vivimos la unidad en nuestro corazón no dejamos espacio para guardar tu Palabra y, por tanto, nos negamos a la posibilidad de propagar en el mundo la fe en Ti y, por tanto, podemos ser responsables de la incredulidad de tantos hombres y mujeres que nos rodean y no descubren en nosotros tu rostro. Que en la vida de todos los hombres y mujeres del mundo, de todos los pueblos, culturas y razas, Tú seas luz que les haga capaces de discernir, con la claridad del Evangelio, la Voluntad del Padre en este momento de la historia. Que todos nosotros, inspirados por Tí, seamos capaces de llevar a la realidad de nuestras vidas, la convivencia fraterna en la unidad, por el acercamiento y escucha de la Palabra, el mensaje del Evangelio de la Vida, «para que el mundo crea».


Que la Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros. Amén.

5. CONTEMPLACIÓN – ACCIÓN: ¿Qué NOS Palabra?

PIDE HACER la

Amar a Jesús ¿Se puede amar verdaderamente a Jesús? ¿Cómo es que su rostro no se refleja en la gente? Amar: ¿qué significa realmente? Amar, en general, significa para nosotros quererse, estar juntos, tomar decisiones para construir el futuro, darse… pero amar a Jesús no es la misma cosa. Amarlo significa hacer como ha hecho Él, no retraerse frente al dolor, a la muerte; amar como Él significa ponerse a los pies de los hermanos, para responder a sus necesidades vitales; amar como Él nos puede llevar lejos...es así como la palabra se convierte en pan cotidiano del cual alimentarse y la vida se convierte en cielo por la presencia del Padre. El Señor no nos asegura el bienestar, sino la plenitud de la filiación en una adhesión amorosa a sus proyectos de bien por nosotros. La paz la poseeremos cuando hayamos aprendido a fiarnos de lo que el Padre elige para nosotros.

Algunas preguntas para pensar durante la semana 1. ¿Crees verdaderamente que el Espíritu Santo habita tu corazón? ¿Piensas a menudo en ello? 2. ¿En qué situaciones, en las que estoy actualmente involucrado, debería yo pedir la guía del Espíritu? 3. ¿Sé agradecer a Dios los frutos de la tierra que, con tanta generosidad me regala? 4. ¿Me gusta bendecir a Dios cuando me pongo a la mesa para comer los alimentos?

Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O:


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