Prepararnos para el encuentro con Cristo Salvador
Empieza un nuevo año cristiano Hoy empezamos los cristianos un nuevo año litúrgico. Y lo hacemos con una convocatoria que nos resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar, en un único y progresivo movimiento, el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde hoy hasta el día del Bautismo del Señor, van a transcurrir unas seis semanas de «tiempo fuerte» en que celebramos la misma Buena Noticia: la Venida del Señor. Las tres palabras -Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y manifestación- apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se ha querido hacer presente en nuestra historia para comunicarnos su salvación. En la liturgia del primer domingo de Adviento, la Iglesia nos pone delante una parte del discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Adviento significa Venida. Es el tiempo de la preparación para la venida del Hijo del Hombre en nuestra vida. Jesús nos exhorta a estar vigilantes. Nos pide estar atentos a los sucesos para descubrir en ellos la hora de la venida del Hijo del Hombre. En este principio del Adviento, es importante purificar la mirada y aprender de nuevo a leer los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios. Y esto, para no ser sorprendidos, porque Dios puede venir sin avisar, cuando menos lo esperamos. Ven, Espíritu Santo, a despertar el corazón de la Iglesia, para que el Pueblo de Dios, atento a la Palabra, se prepare para recibir la venida gozosa del Hijo de Dios.
Revive en nosotros la actitud con que la Iglesia, a lo largo de su vida, bajo la guía del Magisterio, ha escuchado la Palabra que la invita a estar preparada y vigilando para recibir al Señor que viene a visitar a su Pueblo. Prepáramos para encontrar en la Palabra la paz que necesitamos para apagar los odios y las discordias y poner fin a la violencia. Amén.
Is 2, 1-5: «El Señor reúne a las naciones en la paz eterna del Reino de Dios» El profeta que más veces oiremos en este tiempo de Adviento y Navidad como primera lectura (diez de las catorce que hay) es Isaías. El profeta Isaías visualiza este futuro de paz y gracia mediante varios símbolos. El símbolo de la mansión de Dios sobre una montaña (que es la Iglesia), invitando al pueblo a acudir, ofreciéndoles el camino del Mesías (Cristo). Símbolos de la paz y fraternidad que el Mesías (Cristo) traerá: cambiando las armas por herramientas de paz, los conflictos en amistad. La página de hoy es universalista y esperanzadora: el profeta ve a judíos y paganos acudiendo gozosos al monte de Sión, Jerusalén, que será como un faro que guía a los viajeros y donde esperan que Dios les enseñe su ley y les instruya en sus caminos: «caminemos a la luz del Señor». Allí encontrarán todos la deseada paz. Son hermosas las comparaciones tomadas de la vida del campo: las espadas se convertirán en arados; las lanzas, en hoces o podaderas. O sea, lo que está pensado para la guerra se convierte en instrumento de trabajo y de paz. Porque ya no tiene que haber guerras. El profeta habla del gran «sueño» de los creyentes, sueño que se hará realidad «el día del Señor»: en la unión de todos los pueblos y su encuentro con Dios. Unión que deberá ser el resultado de un constante caminar para lograrla. La misma profecía se encuentra en Mq. 4, 1-14. El monte de Sión aparece como centro religioso del mundo, por ser el monte del templo, el lugar de la presencia divina.
Sal. 122(121): «Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor» El salmo es el famoso canto de alegría de los peregrinos que acuden a Jerusalén: «qué alegría cuando me dijeron...». En Jerusalén encuentran paz y seguridad. Es un canto de peregrinación a la ciudad santa de Jerusal. Al llegar, los peregrinos se quedan extasiados contemplando sus hermosos edificios, sus torres, sus murallas, y sobre todo, su magnifico templo, lugar di presencia de Dios. Cada peregrino toma conciencia del honor que supone pertenecer al pueblo elegido. Para los judíos extranjeros, la visita a Jerusalén es motivo de atracción y de fascinación. Desearían vivir siernpre en ella. Como esto no les es posible, sueñan con visitarla ocasionalmente y así poder empaparse de su misterio, descubriendo la embriagadora presencia de Dios y saboreando su hechizo encantador.
Ésta es la gracia que reciben en cada peregrinación. Cada pere¬grino, cuando se despide y echa la última mirada sobre la ciudad santa, aviva en su corazón su nostalgia y el deseo de volver. Para un judío, el camino hacia Jerusalén no es sólo geográfico. Es un camino festivo, espiritual, místico. Se cuenta que los judíos ancianos, cuando ya no podían caminar a Jerusalén, salían de sus casas a recorrer con los peregrinos el pequeño tramo a su paso por el pueblo. Y esto los llenaba de satisfacción. Todo peregrino hacía suyas las palabras del profeta Isaías: «Vuestros cantares resonarán como en noche sagrada de fiesta: se les alegrará el corazón como al que camina hacia el monte del Señor, hacia la roca de Israel» (Is 30,29).
Ro. 13, 11-14: «Nuestra salvación está cerca» Pablo no fundó la comunidad cristiana de Roma, pero tenía buena información de ella y le dedicó (hacia el año 58) una de sus cartas más importantes. La ciudad de Roma, capital del imperio, es la meta que Pablo imagina como centro de la evangelización del mundo. En la página de hoy les dirige una advertencia urgente: tienen que «despertarse». y estar en vela. El motivo es que la salvación está cerca, la noche está para acabar y ya apunta el día. Tienen que vivir, no según las obras de las tinieblas, sino según las de la luz. Eso significa también «revestirse de Cristo», que nos lleva a un estilo de vida que no sigue la oscuridad de la noche, sino la luz del día. Pablo da las normas para caminar a la luz del Señor; sin añorar el pasado y sin quedar paralizados por la esperanza. El futuro construido desde ahora y la gran luz hecha del presente luminoso. Ni Pablo ni Isaías andan con fantasías, convocan de modo enérgico a la vida recta y verdadera. Pablo recoge la imagen del vestido. Jesús deberá ser el vestido del cristiano, su armadura y su único decoro.
Mt. 24, 37-44: «Estén en vela para estar preparados» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO R/. Gloria a ti, Señor. 37
«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. 38 Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, 39 y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. 40 Entonces, estarán dos en el
campo: uno es tomado, el otro dejado; 41 dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. 42 «Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor. 43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. 44 Por eso, también ustedes estén preparados, porque en el momento que no piensen, vendrá el Hijo del hombre Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús. RE-LEAMOS el texto para interiorizarlo a) Contexto: Mt. 24 - 25 = «Sermón escatológico» En el Evangelio de Mateo hay cinco grandes sermones, como si fuesen una nueva edición de los cinco libros de la Ley de Moisés. El texto que meditamos en este domingo forma parte del quinto sermón de esta Nueva Ley. Cada uno de los cuatro discursos precedentes ilumina un determinado aspecto del Reino de Dios anunciado por Jesús: - El primero: La justicia del Reino es la condición para entrar en el Reino (Mt del 5 al 7). - El segundo: la misión de los ciudadanos del Reino (Mt 10). - El tercero: la presencia misteriosa del Reino en la vida de la gente (Mt 13). - El cuarto: vivir el Reino en comunidad (Mt 18). - El quinto sermón habla de la vigilancia en vista de la venida definitiva del Reino. En este último sermón, Mateo sigue el esquema de Marcos (cf Mc 13,5-37), pero añade algunas parábolas que hablan de la necesidad de la vigilancia y del servicio, de la solidaridad y de la fraternidad.
b) Organización del texto: : vv. 37-39: vv. 40-41: v. 42: vv. 43-44:
La venida del Hijo del Hombre será como en los día de Noé Jesús aplica la comparación a aquellos que lo escuchan La conclusión: ¡Vigilen! La comparación para recomendar la vigilancia
c) Comentario: vv. 37-39: Jesús compara la venida del Hijo del Hombre a los días del Diluvio: «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre». Aquí, para aclarar su llamada a la vigilancia, Jesús recurre a dos episodios del Antiguo Testamento: Noé y el Hijo del Hombre. Los “días de Noé” se refieren a la descripción del Diluvio (Gn. 6,5 - 8,14). La imagen del “Hijo del Hombre” viene de una visión del profeta Daniel (Dan 7,13). «Como en los días de Noé...»: la vida corre normalmente: comer, beber, casarse, comprar, vender, plantar, construir. La rutina puede envolvernos de tal forma que no conseguimos pensar en otra cosa, en nada más. Y el consumismo del sistema neoliberal contribuye a aumentar en muchos de nosotros esta total desatención a la dimensión más profunda de la vida. Dejamos entrar la polilla en la viga de la fe que sustenta el tejado de nuestra vida. Cuando la tormenta derriba la casa, muchos dan la culpa al carpintero: «¡Mal servicio!». En realidad, la causa de la caída fue nuestra prolongada desatención. Y Jesús concluye: «Así será también la venida el Hijo del hombre» (v. 39b). En la visión de Daniel, el Hijo del Hombre vendrá de improviso sobre las nubes del cielo y su venida decretará el fin de los imperios opresores, que no tendrán futuro (cfr. Dn.7, 13ss). Difícil para nosotros imaginar el sufrimiento y el trauma que la destrucción de Jerusalén causó en las comunidades, tanto de los judíos como de los cristianos.
vv. 40-42: Jesús aplica la comparación a los que escuchaban: «Entonces estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado». Con estas palabras evoca la parábola de las diez vírgenes: «cinco eran prudentes y cinco necias» (Mt 25,1-11). Lo que importa es estar preparado/a. Las palabras: «Uno es tiomado, el otro dejado» evocan las palabras de Pablo a los Tesalonicenses (1Ts. 4,13-17), cuando dice que en la venida del Hijo seremos arrebatados al cielo junto con Jesús. Estas frases no deben ser tomadas literalmente. Es una forma para indicar el destino que las personas recibirán según la justicia de las obras por ellos practicadas. «uno serán tomado», o sea, recibirá la salvación y otro no la recibirá. Así sucedió en el diluvio: «solo tú has sido justo en esta generación» (Gn. 7,1). Y se salvaron Noé y su familia. Jesús aporta la conclusión: «¡Velen!». Es Dios el que determina a hora de la venida del Hijo.
vv. 43-44: Comparación: Como el ladrón llega a una casa sin avisar, así mismo el Hijo del Hombre vendrá «en el momento que no piensen» (v. 44b). Dios viene
cuando menos se espera. Puede suceder que Él venga y la gente no se dé cuenta de la hora de su llegada. Hoy, muchas gente vive preocupada con el fin del mundo. Por las calles de las ciudades, a veces se ve escrito sobre los muros: «¡Jesús volverá!». Hubo gente que, angustiada por la proximidad del fin del mundo, llegó a cometer suicidio. Pero el tiempo pasa y ¡el fin no llega! Muchas veces la afirmación «¡Jesús volverá!» es usada para meter miedo en las personas y obligarlas a atender a una determinada iglesia. De tanto esperar y especular alrededor de la venida de Jesús, mucha gente deja de percibir su presencia en medio de nosotros, en las cosas más comunes de la vida, en los hechos de la vida diaria. Pues lo que importa no es saber la hora del fin del mundo, sino tener una mirada capaz de percibir la venida de Jesús ya presente en medio de nosotros en la persona del pobre (cfr. Mt 25,40) y en tantos otros modos y acontecimientos de la vida de cada día. Jesús pide dos cosas: la vigilancia siempre atenta y al mismo tiempo, la dedicación tranquila de quien está en paz. Esta actitud es señal de mucha madurez, en la que se mezclan la preocupación vigilante y la tranquila serenidad. Madurez que consigue combinar la seriedad del momento con el conocimiento de la relatividad de todo.
El tiempo de Dios (kairós) El evangelio de hoy sigue la reflexión sobre la llegada del fin de los tiempos y trae palabras de Jesús sobre cómo preparar la llegada del Reino. Era un asunto candente, que en aquel tiempo, causaba mucha discusión. Quien determina la hora de la llegada del fin es Dios. Pero el tiempo de Dios (kairós) no se mide por el tiempo de nuestro reloj (chronos). Para Dios, un día puede ser igual a mil años, y mil años igual a un día (Sal 90,4; 2Pd 3,-8). El tiempo de Dios corre de forma invisible dentro de nuestro tiempo, pero es independiente de nosotros y de nuestro tiempo. Nosotros no podemos interferir en el tiempo, pero debemos estar preparados para el momento en que la hora de Dios se hizo presente en nuestro tiempo. Puede ser hoy, puede ser de aquí a mil años. Lo que da seguridad, no es saber la hora del fin del mundo, sino la certeza de la presencia de la Palabra de Jesús presente en la vida. El mundo pasará, pero su palabra no pasará jamás (Cf. Is 40,7-8).
¿Cómo vigilar para prepararse? El texto evangélico de este Domingo va precedido de la parábola de la higuera (cfr. Mt 24,32-33). La higuera era un símbolo del pueblo de Israel (cfr. Os.
9,10; Mt. 21,18). Cuando pide que se observe a la higuera, Jesús pide observar y analizar los hechos que están sucediendo. Es como si Jesús nos dijese: «Ustedes deben aprender de la higuera a leer los signos de los tiempos y así descubrirán dónde y cuándo Dios entra en su historia». La certeza que nos viene comunicada por Jesús – Jesús nos deja una doble certeza para orientar nuestro camino en la vida: (1) llegará el fin con seguridad; (2) ninguno sabe ciertamente ni el día ni la hora del fin del mundo. “ Porque en cuanto a la hora y al día ninguno lo sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni tampoco el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). A pesar de todos los cálculos que puedan hacer los hombres sobre el fin del mundo, ningún cálculo da la certeza. Lo que da seguridad no es el conocimiento de la hora del fin, sino la Palabra de Jesús presente en la vida. El mundo pasará, pero su palabra no pasará jamás (cfr Is 40, 7-8).
¿Cuándo vendrá el fin del mundo? Cuando la Biblia habla del «fin del Mundo» se refiere, no al fin del mundo, sino al fin de un mundo: Se refiere al fin de este mundo, donde reina la injusticia y el poder del mal que amargan la vida. Este mundo de injusticia tendrá fin y a su puesto vendrá «un cielo nuevo y una tierra nueva», anunciados por Isaías (cfr. Is 65,15-17) y previsto por el Apocalipsis (cfr. Ap 21,1). Ninguno sabe cuándo ni cómo será el fin de este mundo (cfr. Mt 24,36), porque ninguno sabe «lo que Dios tiene preparado para los que lo aman» (1. Co. 2,9). El mundo nuevo de la vida sin muerte supera todo, como el árbol supera a su simiente (cfr.1Co. 15,35-38). Los primeros cristianos estaban ansiosos por asistir a este fin (cfr. 2 Ts. 2,2). Seguían mirando al cielo, esperando la venida de Cristo (cfr. Hch.1,11). Algunos ya no trabajaban (cfr. 2Ts. 3,11). Pero, «no nos corresponde a nosotros conocer los tiempos y momentos que el Padre tiene reservado en virtud de su poder» (Hch. 1,7). El único modo de contribuir a la venida del fin «de modo que puedan llegar los tiempos de la consolación» (Hch. 3,20), es dar testimonio del Evangelio en todo lugar, hasta los extremos confines de la tierra (cfr. Hch.1,8).
Espera de una persona viva Los cristianos centramos nuestra mirada en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús: Él es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la humanidad. No nos va a salvar la política o la economía o los adelantos de nuestra ciencia o nuestra técnica. Es Cristo quien da sentido a nuestra vida y la abre a sus verdaderos valores, no sólo los de este mundo. La venida de Jesús, que recordaremos de un modo entrañable en la próxima Navidad, no fue un hecho aislado y completo, sino la inauguración de un
proceso histórico que está en marcha.
Precisamente porque vino, los cristianos seguimos esperando y trabajando activamente para que la obra que Jesús empezó llegue a su cumplimiento, y que su Buena Noticia alcance a todos los hombres, que penetre en nuestras vidas, la de cada uno de nosotros y la de toda la sociedad.
Mirar hacia adelante Cuando leemos en este Adviento páginas optimistas del profeta sobre los tiempos mesiánicos, no deberíamos fácilmente tacharlas de utópicas o irrealizables. No son una descripción de lo ya conseguido, sino anuncio del proyecto de Dios, del programa que él nos ofrece y del que ha mostrado su inicio y eficacia en su enviado, Cristo Jesús. Nos conviene mirar hacia delante con ilusión, con confianza. Tenemos derecho a soñar, como sigue soñando Dios con unos cielos nuevos y una tierra nueva. Dios no pierde la esperanza. Tampoco nosotros la deberíamos perder. El Adviento es una invitación a la utopía. A buscar nuevas fronteras. En tiempo de Noé la gente comía, bebía, se casaba, se dedicaba a sus ocupaciones. Y no anduvieron muy despiertos para ver lo que venía. Pablo nos habla de algunas cosas que nos impiden ver que ya amanece el día: comilonas, borracheras, lujuria y desenfreno, y también riñas y pendencias. El Adviento no nos puede dejar indiferentes. Nos hace mirar con atención a nuestro Dios, que es siempre Dios-con-nosotros. Esa mirada y esa convicción nos hacen vivir con confianza y alegría interior.
Padre de gracia y misericordia, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras. Que la esperanza en la venida del Redentor conforte a los oprimidos, anime a los pueblos en su desarrollo y avive la esperanza en los necesitados. Que la venida de Cristo-Jesús sea para todos nosotros fuente de paz, de gracia y de alegría. Amén.
El Adviento no es tanto cuestión de calendario -unas semanas de preparación a la Navidad-, sino una actitud espiritual que debe durar todo el año y que en estos días intensificamos de un modo especial: la actitud de atención de vigilancia, de espera activa. Como la Pascua no es un espacio de siete semanas, sino una convicción que nos mueve todo el año, aunque en esa cincuentena la celebremos con mayor intensidad. Suena el despertador, pero ¿nos dejamos despertar? ¿o seguimos durmiendo, haciendo ver que no lo hemos oído? La obra salvadora de Jesús se inauguró en la Navidad primera pero sigue creciendo y madurando hasta el final de los tiempos: en este Adviento tenemos que abrirnos a él y estar atentos a su presencia. Lo que se opone a la esencia del Adviento es seguir «dormidos», cerrados a los valores principales de la vida, que son los que Dios nos propone. Navidad es algo más que compras y reuniones familiares y vacaciones. Es alegría y esperanza y actitud de vigilancia y compromiso de mejorar este mundo en el que vivimos. El Adviento es una puerta abierta al futuro. No ha terminado la historia de la salvación, sino que apenas ha comenzado Propongámonos, en el Adviento, tener gestos de reconciliación con nuestros hermanos y de austeridad en nuestra vida personal y familiar. En lugar de consumismo con miras a la Navidad, seamos solidarios con los damnificados por el invierno o por otros contratiempos.... Así nos estaremos preparando para el encuentro vivo con Jesucristo. ¡Comencemos a formar durante el Adviento un fondo personal destinado a hacer agradable la Navidad a una familia pobre!
Relación con la Eucaristía 1. En la Eucaristía se opera la relación entre presente y final cristiano (los ortodoxos la llaman el cielo en la tierra). El «todo se ha cumplido» de Jesús es un anticipo del porvenir en el presente. Y mientras nos vamos revistiendo de El, hasta «que El vuelva» hacemos su memorial. 2. Por la Eucaristía debemos recuperar la atención y tensión del presente, y abandonar las posturas espontáneas ante el tiempo. Sentirnos colaboradores de Dios en la realización de su designio sobre el mundo y la historia, aportando nuestra interpretación a los signos que marcan los tiempos. 3. La Eucaristía que celebramos, escuchando la Palabra de Dios y recibiendo en la comunión a Cristo Jesús, alimento de vida, es la mejor manera de dar
consistencia a lo que luego se debe ver en nuestra actuación: que estamos
atentos a ese Dios que es Dios-con-nosotros. Algunas preguntas para meditar durante la semana: 1. ¿En qué consiste exactamente la vigilancia a la que nos exhorta Jesús? 2. Al tiempo de Mateo, las comunidades cristianas esperaban la venida del Hijo del Hombre en cierto modo. Y hoy, ¿cuál es nuestro modo de esperar la venida de Jesús? 3. ¿Forma parte de mi vida pensar que debo encontrar a Jesús cara a cara? 4. Adviento es una llamada a la preparación de la Navidad: ¿De qué manera práctica voy a cambiar para ser mejor? 5. ¿Esperamos de veras algo o a alguien? ¿o hacemos ver como que esperamos, porque toca, porque cada año leemos páginas de estos profetas y cantamos cantos de Adviento y Navidad?
P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM
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