Domngo 2º de adviento a

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Esperar y convertirnos al Reino AMBIENTACION El Adviento es una invitación a preparar los caminos del Señor, a caminar bajo su luz y orientación hacia el Reino de Dios. La Palabra de Dios en este segundo Domingo de Adviento nos ofrece las características fundamentales del Reino mesiánico, instaurado por Jesús: la reconciliación con Dios, la paz, alcanzada entre los enemigos de siempre y, en definitiva, la paz en la creación. Para lograrlo es necesario realizar una seria conversión a Dios. El Adviento es una postura dinámica, activa. Le pedimos a Dios, en la oración colecta, que no permita que nos distraiga de nuestro camino ninguna tentación de las que nos salen al paso: «que cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo...». El mensaje del Adviento, con la cercanía de la Navidad, la fiesta del Dios- connosotros, es fundamentalmente mensaje de alegría y esperanza. Pero no hay nada más exigente que el amor y la fiesta. Por eso escuchamos hoy llamadas claras a una seria preparación.

Ven, Espíritu Santo, a despertar el corazón de la Iglesia, para que el Pueblo de Dios, atento a la Palabra, se prepare para recibir la ven ida gozosa del Hijo de Dios. Revive en nosotros la actitud con que la Iglesia, a lo largo de su vida, bajo la guía del Magisterio, ha escuchado la Palabra que la invita a estar preparada y vigilando para recibir al Señor que viene a visitar a su Pueblo. Prepáramos para encontrar en la Palabra la paz que necesitamos para apagar los odios y las discordias y poner fin a la violencia. Amén.

Is. 11, 1-10: «Con equidad dará sentencia al pobre» En la hermosa poesía profética de la primera lectura, Isaías, anunciando al Mesías, prevé la venida de Jesús, su personalidad, y el Reino de salvación que viene con él. Este pasaje de Isaías es un poema mesiánico que nos presenta al futuro rey que establecerá justicia defendiendo a los pobres y


su reinado traerá una paz paradisíaca. Se describe la predilección de Dios por los pobres. El libertador está adornado por el Espíritu de Dios con una gran fuerza y atracción. La acción del rey es hacer justicia a los pobres; castigar, dominar, obligar a que sean justos los malvados, los que explotan. De esta acción surge una nueva era, la fraternidad: en la que el hombre deje de ser un lobo para el hombre; tiempo de igualdad, sin agresividades, con verdadera libertad. Bello paraíso, pero es todo un programa. La primera parte de la profecía muestra a Jesús lleno del Espíritu Santo, de sus dones y de sus actitudes evangélicas. La segunda parte muestra los efectos de su Reino en la humanidad. Los símbolos que se emplean, tomados de la vida rural, apuntan a la justicia, la paz y la fraternidad en las relaciones humanas en todas partes. ¿Es posible que el lobo y el cordero sean amigos? Pues Isaías nos lo propone como modelo de lo que debería pasar en los «tiempos mesiánicos», en los que nosotros ya estamos. Unos animales domésticos que pacen tranquilamente con otros animales salvajes. Detrás de la metáfora, que no es difícil de entender, podemos pensar nosotros que será buen Adviento el de este año si entre nosotros progresa esta convivencia pacífica entre los miembros de una misma familia, o entre los jóvenes y los mayores, o entre los ricos y los pobres, o entre los obreros y los empresarios, o entre personas de diversa raza y religión... Se puede resumir el idílico cuadro del profeta con su afirmación de que «nadie hará daño a nadie». ¿Es posible que de un tronco seco brote un renuevo vigoroso? Y sin embargo, el profeta nos lo anuncia como factible, como el programa que persigue Dios. Parece como si Isaías soñara con la vuelta al paraíso terrenal del Génesis.

Sal. 72(71):«Que en sus días florezca la justicia» Estructura del salmo: vv. 1-2: vv. 3-7: vv. 8-11: vv. 12-14: vv. 15-16: v. 17: vv. 18-20:

Invocación Paz y justicia Vasallaje y btributos Defensa de los pobres Tributos de fertilidad Conclusión Doxología concusiva del 2º libro de Salmos

Este salmo es una súplica a favor del rey. En él se describe, con imágenes muy expresivas, la función vital del rey en el seno de la comunidad. La nación no podría gozar de bienestar y prosperidad si el rey no aseguraba el orden social mediante un gobierno justo. Israel jamás cedió a la tentación de divinizar a sus reyes. Son representantes de Dios. Hay que ayudarles por medio de la oración.


El salmo es una especie de carta magna para aquéllos que quieren reinar en nombre de Dios: un reino dedicado a » (v. 7): una de las metas del rey es hacer justicia. En esto debe poner todo empeño puesto que ésta es la voluntad de Dios a quien representa: «Cuidado con lo que hacen, porque no juzgarán con autoridad de hombres, sino con la de Dios, que estará con ustedes cuando pronuncien sentencia» (2Cro. 19, 6).

Ro. 15, 4-9: «Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios» En esta lectura, San Pablo señala dos cosas: En primer lugar, la necesidad de la Esperanza cristiana, y no sólo para este tiempo de Adviento, sino para toda la vida. Y la lectura de la Biblia es un modo excelente de mantener esta esperanza. En segundo lugar, la universalidad de esta Esperanza cristiana: Cristo vino en la carne, para el bien tanto de los judíos como de los gentiles, así como vendrá en la gracia en la próxima Navidad para el bien de toda la humanidad. También nosotros tendríamos que admitir en nuestra buena voluntad a los de carácter diferente, a los que no nos resultan naturalmente simpáticos. Una de las señales más creíbles de que el plan de Dios sigue adelante es si sabemos ser este año un poco más abiertos a los demás, sobre todo a los inmigrantes y a los pobres y a los que más lo necesitan, empezando por nuestra propia familia. La comunidad cristiana es el sacramento del designio de Dios sobre los hombres. No hay hombres superiores a costa de otros. Pablo llama la atención respecto a la fortaleza judía y la pretendida debilidad de los gentiles. La comunidad debe tener los mismos sentimientos de Jesús, que no se consideró más que otros, que no despreció, sino que se hizo siervo de todos. ¿Es posible mantener la esperanza en el mundo de hoy? Y sin embargo Pablo nos dice que las Escrituras se han escrito para que «entre nuestra paciencia y el consuelo que viene de Dios mantengamos la esperanza».

Mt. 3, 1-12: «Conviértanse porque ha llegado el Reino d los Cielos»

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO R/. Gloria a Ti, Señor. 1

Por aquellos días se presenta Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2«Conviértanse porque ha llegado el Reino de los Cielos». 3 Este es de quien habló el profeta Isaías cuando dice: «Voz


del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas». 4 Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a su cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre. 5 Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, 6 confesaban sus pecados y eran bautizados por él en el río Jordán.7 Pero viendo venir muchos fariseos y saduceos a su bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? 8 Den, pues, fruto digno de conversión, 9 y no crean que basta con decir en su interior: "Tenemos por padre a Abrahán"; porque les digo que puede Dios de estas piedras suscitar hijos a Abrahán. 10 Ya está el hacha puesta

a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo los bautizo con agua en señal de conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. 12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga». R/. Palabra del Señor Gloria a Ti, Señor Jesús.

Re-leamos el texto para interiorizarlo: a) Contexto: Mt. 3 - 7 El evangelio de Mateo, (sin tener en cuenta los «Relatos de la Infancia»: Mt. 1-2 ni la «Historia de la pasión - Resurrección»: Mt. 26 - 28), está organizado alrededor de cinco partes. El centro de cada sección es un «discurso» o «sermón». Y cada sermón está acompañado de una «sección narrativa».La primera parte es Mt. 3 - 7). La perícopa evangélica que proclamamos en este Domingo pertenece a la sección narrativa (Mt. 3 -4) de la primera parte, centrada en el «Sermón de la montaña» (Mt. 5 - 7). El Evangelio de hoy introduce a Juan Bautista y su mensaje de conversión para preparar al pueblo para la venida de Jesús y su Reino. Previamente, el Evangelio pone énfasis en la austeridad de Juan y en su modo de vida santo. Pues sucede que la gente no


cree fácilmente en los predicadores que viven cómodamente o que no viven de acuerdo con lo que predican. De la misma manera, aquí se nos dice sobre la valentía de la fe de Juan para dar testimonio del Reino de Dios y sus exigencias, aun si a veces se encuentra aislado «como voz que clama en el desierto». Sólo así aprendemos el contenido de su mensaje al pueblo.

b) Comentario: v. 1-3: Con un estilo típicamente bíblico-narrativo Mateo presenta la figura y la actividad de Juan Bautista en el desierto de la Judea. Esta última indicación geográfica intenta situar la actividad de Juan en la región de la Judea, mientras Jesús desarrollará su misión en Galilea (cfr. Mt. 4, 12). Para Mateo la actividad de Juan está completamente orientada y subordinada hacia “aquel que debe venir”, la persona de Jesús. Además, Juan es presentado como el grande y valeroso predicador que ha preanunciado el inminente juicio de Dios. Juan es el pregonero, el que proclama en alta voz, algo que todos deben saber como un mensaje urgente: convertirse, tener nuevas ideas, cambiar de pensamiento, de modo de ver, reajustar ideas y emociones. La llamada del Bautista no era sólo para sus contemporáneos que le escuchaban. Su voz nos alcanza hoy a nosotros. Y es siempre actual su mensaje: «conviértanse, porque está cerca del Reino de los Cielos». Haciendo suyas las palabras que ya había proclamado Isaías, Juan nos urge a que preparemos y allanemos los caminos del Señor.

vv. 4-5: El Bautista aparece como profeta radical e inconformista al estilo de Elías, de ahí su modo de vida y el tono de sus palabras, para volver a la alegría de vivir. El cambio que promueve es por la cercanía de Jesús y por eso provoca un gesto ( sumergirse en el Jordán) que para algunos es simple rito por la seguridad que les da su clase. Contra éstos emplea un lenguaje fuerte, ya que ante el Dios que viene en justicia y verdad, nada valdrán las actitudes faltas de consistencia y autenticidad.

vv. 7-9: También los «fariseos y saduceos» se acercan a recibirlo, pero se acercan con ánimo hipócrita, sin una verdadera decisión de convertirse. Obrando así, no podrán huir del juicio de Dios (v. 7). La invectiva de Juan hacia este grupo lleno de falsa religiosidad, subraya que la función de su bautismo, acogido con sincera decisión de cambiar de vida, protege a quien lo recibe del inminente juicio de Dios.


¿De qué modo se hará visible una tal decisión de convertirse?. Juan se abstiene de dar precisas indicaciones, se limita sólo a indicar el motivo: evitar el juicio punitivo de Dios. Se pudiera decir en un lenguaje propositivo que el fin de la conversión es Dios, el radical reconocimiento de Dios, el orientar de un modo todo nuevo la propia vida hacia a Dios. Se trata, no de decir palabras bonitas (v. 9), sino de dar «frutos de conversión» (v. 8), de hacer las obras de Dios. Los fariseos tenían palabras muy bonitas. Eran cumplidores, no faltaban a ninguna de las leyes. Pero no eran verdaderos hijos de Abrahán, no imitaban su fe y su obediencia al plan de Dios. Como diría más tarde Jesús, no se salva quien dice «Señor, Señor», sino «el que cumple la voluntad de Dios». Quien nos lanza esa invitación en nombre de Dios es un profeta. Su manera de vestir, sus costumbres, su palabra fuerte que hiere el corazón así lo demuestran. No tiene consideración con los poderosos e incluso con los que se creen cercanos a Dios. Les pide responsabilidad personal ante Dios y no confiar solamente en la pertenencia nominal al pueblo elegido. Dios se dispone a hacer un nuevo pueblo al que todos los hombres del mundo pueden entrar, pues Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. En ese mundo nuevo lo que vale no es la raza o la raigambre histórica, por rica y noble que sea, sino una fe que compromete personalmente y que es el primer paso a la conversión del corazón. La naturaleza de la conversión verdadera había sido señalada por los profetas: dejar el culto idolátrico y no hacer nada malo al prójimo, sino hacerle odo e bien posible (cfr. Is. 1, 11-18; Am. 5, 1-1); es decir, revivir el amor a Dios y al próhimo. Es el programa que señala el Bautista. La converión no es sólo abandonar el pècado, sino también recepción del Espíritu o Amor de Dios, principio de vida nueva en los convertidos (cfr. Hch. 2,38; 3,19) que se comunica al poner el signo de conversión: el Bautsmo. De esta conversión no se excluye a nadie; como tampoco ninguna situación humana o profesión pueden excluier de la misma: todas pueden vivirse en el amor.

vv. 10: En tanto «los fariseos y saduceos» no están disponibles a convertirse, en cuanto ponen su confianza y esperanza en la descendencia de Abrahán: en cuanto que pertenecen al pueblo elegido están seguros de que Dios, por méritos de sus padres, les concederá la salvación. Juan pone en duda esta falsa seguridad con dos imágenes: la del árbol y la del fuego. Ante todo la imagen del árbol que se tala, en el Antiguo Testamento recuerda al juicio de Dios. Un texto de Isaías así lo describe: “He ahí el Señor Dios de los ejércitos, que rompe los árboles con estruendo, las punta más altas son derribadas, las cimas son abatidas”. Por su parte, la imagen del fuego tiene la funión de expresar la «ira inminente» que se manifestará con el juicio de Dios (cfr. v. 7) En


síntesis, se muestra la apremiante inminencia de la venida de Dios: los que escuchan deben abrir los ojos sobre lo que les espera Los fariseos, y nosotros también si los imitamos, eran árboles secos, que no daban frutos, y por eso iban a ser cortados por el hacha que ya estaba preparada. Tampoco nosotros podemos quedar tranquilos, fiados falsamente en nuestra condición de cristianos, o de «personas buenas»: tenemos que imitar en nuestras vidas el estilo de actuación de Cristo Jesús.

v. 11: Finalmente la predicación de Juan hace un confrontamiento entre los dos bautismos, las dos personas, la de Juan y la del que debe venir. La diferencia substancial es que Jesús bautiza con «Espíritu Santo y fuego» (v. 11), mientras Juan sólo con agua, un bautismo para la conversión. Tal distinción subraya que el bautismo de Juan está completamente subordinado al de Jesús. Mateo anota que el bautismo con el espíritu ya se ha realizado, precisamente en el bautismo cristiano, como afirma la escena del bautismo de Jesús, mientras aquel del fuego debe todavía llegar y sucederá en el juicio que Jesús dará. Juan bautizaba «en agua», y el agua es un buen símbolo de purificación y limpieza. Pero anunció que venía otro detrás que convocaría a un bautismo « en Espíritu y fuego». El Espíritu, como viento recio de Dios, penetra en los más profundo. Y el fuego no sólo purifica: lo hace quemando lo que está mal. Quiere producir un cambio profundo en nuestra vida.

v. 12: El final de la predicación de Juan presenta, pues, la descripción del juicio que cae sobre la comunidad con la imagen de la paja. La misma acción que el campesino hace en la era cuando separa el grano de la paja, así será realizada por Dios en el juicio sobre la comunidad.

«Conviértanse» La conversión no significa algo superficial, unas prácticas más o menos clásicas de oración o de ayuno. La palabra correspondiente en griego es «metánoia», que significa "cambio de mentalidad". Para convertirnos, no hace falta que seamos grandes pecadores. A todos nosotros, desde nuestra existencia concreta, que puede ser sencillamente de pereza, tibieza o dejadez, se nos pide que en vísperas de la Navidad, nos convirtamos, que reorientemos nuestra vida, para poder celebrar bien la venida del Señor.


Cambiar muchas veces La predicación de Juan, mientras nos recuerda que la venida de Dios en nuestra vida es siempre inminente, nos invita también con energía a la penitencia que purifica el corazón lo vuelve capaz del encuentro con Jesús que viene al mundo de los hombres y lo abre a la esperanza y al amor universal. El Cardenasl Newmann tiene una frase que nos puede ayudar a comprender esta nueva orientación que la Palabra de Dios intenta sugerir como urgente: «Aquí en la tierra vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces». Cambiar se ha de entender en la óptica de la conversión; un cambio íntimo del corazón del hombre. Vivir es cambiar. En el momento en que este deseo de cambiar desaparece, tú ya no eres un vivo. Una confirmación se nos da en el Apocalipsis cuando el Señor dice: «Parece que estás vivo, pero estás muerto» (Ap. 3,1) Además «ser perfecto es haber cambiado muchas veces». Parece que el cardenal Newmann quisiera decir: «El sentido del tiempo es mi conversión». También este tiempo de adviento se mide en función del proyecto que Dios tiene sobre mí. Debo continuamente abrirme a la novedad de Dios, estar disponible a dejarme renovar por Él.

«Fruto digno de converión» El mensaje del Evangelio contiene varias ideas: a) la primera y más básica es que el Reino de Dios está cercano. Esta es una buena noticia, porque todo mensaje cristiano es una Buena Noticia, y las exigencias que se siguen de este mensaje básico son para capacitar al pueblo a aceptar y gozar de las gracias del Reino; b) de ahí la necesidad de conversión. Según el Bautista, la conversión no es buenas intenciones, sino que debemos expresar nuestra conversión practicando obras buenas («dando fruto»); c) la conversión no permite ni excusas ni coartadas. Todo el mundo la necesita. («No se confíen en que son hijos de Abraham..»). Como si Juan nos dijera: «No se confíen en que son cristianos practicantes, buenos católicos». Pues toda persona tiene algo que cambiar, algo que mejorar. Y este Adviento es el tiempo para hacerte. Hay un salmo, el 125, que nos hace decir que «cuando el Señor cambió la suerte dé Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas...». También nosotros podemos pensar que la Iglesia no tiene remedio, y que la juventud no acabará de entrar en los valores cristianos, y que la humanidad va a la ruina. Pero ¿qué derecho tenemos a perder


los ánimos, si no los pierde Dios? ¿quiénes somos nosotros para desesperar de esta nuestra generación o de la juventud o de la Iglesia?

"Que los montes traigan la paz y los collados, justicia" La paz que aquí pedimos no es la ausencia de guerra, ni la mera tranquilidad de los pueblos. Pedimos una paz que sea fruto de la justicia. ¿Cómo puede haber paz en una tierra tan mal repartida? Mientras unos se hartan, otros se mueren de hambre. Peddimos esa paz que viene de los montes, de la altura, de la esfera donde está nuestro Dios, y necesitamos que baje hasta el mismo corazón de los hombres. En el salmo hemos dicio: «Que haya trigo abundante en los campos». Sí, que las mieses ondeen en los campos y los graneros se llenen de trigo. Que haya cosechas abundantes y que de ellas se beneficien los pobres. Que haya pan para todos; hospitales para todos; escuelas para todos; viviendas dignas para todos. Que los pobres puedan vivir con dignidad si tienen cubiertas las necesidades más elementales. Es preciso que la principal preocupación de los gobiernos sea la atención a los más necesitados. Necesitamos quitar de los cargos políticos a los corruptos, los egoístas, los que aspiran a subir a los altos cargos para conseguir sólo sus intereses personales. Que los gobiernos den leyes justas, equitativas. Que aquéellos que tienen la responsabilidad suprema de las naciones creen espacios de equidad y fraternidad.

Amor y justicia Los pobres existen, pueblos pobres, gente explotada y dominada por otro mundo que tiene los medios de producción y recoge para sí los beneficios. Otros pobres son: los que no pueden defender sus derechos, los salarios de miseria... campesinos carentes de medios, arbitrariedades sufridas, etc. Puede ser que aquí nos reunamos pobres y ricos; todos debemos revisar nuestra actitud de justicia y la más profunda relación con Dios; acaso nos llamamos creyentes y explotamos a los demás, o somos pobres y no buscamos la justicia. - Por eso el dar a cada uno lo que es debido, debe reinterpretarse desde el amor. Lo que debemos a los demás es el amor, ("con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor", recordaba San Pablo). - Amor es justicia y justicia es amor. Lo que debemos a cada uno como personas, y como personas en comunidad, hace que el amor sea múltiple, pluralista y multilateral, ha de tenerlo todo en cuenta y hacer todo lo que pueda. - Amor y justicia nunca están en desacuerdo. Si el amor no coincide con la justicia es erróneo, ya que debe hacer más que la justicia y no menos (el pobre cargado de deudas que hereda una fortuna y la reparte a los pobres sin pagar sus deudas, no ama, porque no es justo).


Padre de bondad, seguimos preparándonos para recibir a tu Hijo. La Iglesia ha sido enviada al mundo, como Juan Bautista, a preparar el camino a tu Hijo, el Salvador, para que todos vean la Salvación que tú nos ofreces. Haznos instrumentos de tu paz, que la promovamos como signo de la «tierra nueva donde reine la justicia». Oramos por todos los que sufren por las inclemencias del tiempo, por este crudo invierno que tanto daño ha causado, para que en el desierto de su dolor sientan la voz que grita la llegada de tu Salvación. Que nosotros sepamos «preparar el camino al Señor y allanar sus senderos»; que vivamos generosamente nuestra fe y seamos testigos de tu paz en nuestro mundo. Amén. Entre lo que podríamos llamar «las obras del Adviento» que hoy nos propone la Palabra, como signos de nuestra conversión, está, ante todo, la alabanza a Dios: «para que unánimes alaben ustedes al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo». Pero también hay una dirección horizontal: la paz, la acogida mutua, la práctica de la justicia. En este Adviento y en esta Navidad tendríamos que crecer en paz, en armonía, en convivencia humana y cristiana. Para que se cumpla este año mejor que el pasado lo que hemos dicho en el salmo: «que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente».


Tenemos que entrar en la dinámica del Adviento. No esperamos sólo la Navidad. No esperamos como inminente el fin del mundo. Lo que sí esperamos, y trabajamos para conseguirlo, es que el Reino venga de veras a nosotros, a nuestra existencia personal y comunitaria. Por eso repetimos en el Padrenuestro, que nos enseñó Jesús, la petición «venga a nosotros tu Reino». El Reino ya vino. Ya está presente y vendrá al final de los tiempos en plenitud. Pero, mientras tanto, tiene que ir entrando en nuestra vida. Porque nunca lo acabamos de admitir en nosotros y abrirle nuestras puertas. Está en la Iglesia y en la Eucaristía y en la Palabra. Pero está también en las personas y los acontecimientos: porque Dios se nos manifiesta -si lo queremos reconocer- de mil maneras en nuestra vida de cada día.

Relación con la Eucaristía Al celebrar la Eucaristía pedimos perdón a Dios para que logremos reconciliarnos con el Señor y para que haya verdadera paz entre nosotros. En la Eucaristía celebramos la presencia real del Señor Jesús que viene, que sigue viniendo cada día, para dar vida, para comunicarnos la paz y hacernos instrumentos de ella para los demás. En la Eucaristía manifestamos, como lo hace Juan Bautista en el Evangelio, que «no somos dignos» de que El venga a nosotros, pero creemos en su Palabra que es eficazmente salvadora.

Algunas preguntas para pensar durante la semana 1. ¿En qué aspectos de mi vida mi fie cristiana es una buena noticia para mí? 2. Identifique alguna de las buenas intenciones que ha mantenido desde hace algún tiempo, y que necesita ser puesta en práctica. 3. Cómo hacemos planteos actuales sobre la justicia y su relación con el amor y la caridad. 4. ¿Cómo podemos expresar la mutua complementación entre justicia y amor?

P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

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