Domngo 4º de adviento a

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CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO – CICLO A La justicia de José salvó la vida de María María nos da a Jesús AMBIENTACION El Cuarto Domingo de Adviento tiene -cada año con lecturas distintas- un claro color mariano. Es como el preludio de la Natividad del Señor, que ya está cerca. En este ciclo A, el evangelio es la anunciación a José y la preparación inmediata del nacimiento de Jesús; en el B, la anunciación a María; y en el C, la visita de María a su prima Isabel. El recuerdo de la Madre no interrumpe ciertamente el ritmo del Aviento ni la dinámica de la preparación a la Navidad. María fue la que mejor vivió el Adviento y la Navidad: ella, la que «lo esperó con inefable amor de Madre» (prefacio II), ella, la nueva Eva, en la que «la maternidad se abre al don de una vida nueva» (prefacio IV). Ella puede ayudarnos a vivir la Navidad con mayor profundidad desde nuestra fe, no conformándonos con las claves de la propaganda de consumo de estos días y acogiendo a Dios en nuestra vida con el mismo amor y la misma fe que ella.

1. PREPARACION: INVOCACION AL ESPIRITU SANTO

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido, luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,


lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén. 2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Is. 7, 10-14: «la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» El rey Acaz, preocupado por la estrategia a seguir para defenderse de los ataques de los reyes de Damasco y Samaria, no quiere hacer caso al profeta Isaías, que le recomienda que ponga su confianza en Dios. El rey prefiere apoyarse en una alianza militar con otros reyes, como el de Asiría. Pero el profeta, de parte de Dios, aun contra la voluntad del rey, le anuncia un «signo»: «la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel, que significa Dios-con-nosotros». Este hijo, históricamente, fue el rey Ezequías, pero muy pronto se interpretó la profecía como referida al futuro Mesías. El pueblo judío tenía muchos problemas de peligro de invasiones y guerras. Su jefe, Ajaz, tenía miedo y necesitaba un signo de Dios, para asegurarse de la voluntad de Dios de salvar al pueblo, de acuerdo con sus antiguas promesas. Dios salvará a su pueblo y le ofrecerá un signo, pero no de la manera que ellos esperan. El signo de la salvación de Dios será la Virgen María que da nacimiento a Jesús, el Dios misericordioso con nosotros. En el mensaje de Isaías se rechaza la confianza en los planteos humanos, en las alianzas con los poderes y en la falsa astucia y sabiduría. Ante los problemas que se le plantean a Israel, Dios pide la solución de la fe. La señal de liberación del pueblo será el mismo poder de Dios que será capaz de suscitar de la debilidad de una doncella, un gran caudillo. Dios será la fuente de la fuerza, el Dios con nosotros.

Sal. 24(23): « Va a entrar el Rey de la Gloria» Para entrar en el recinto de Dios, es decir, para estar en su presencia, es necesaria una vida recta, «las manos limpias y el corazón puro». Esto porque quien entra a tomar posesión del santuario, para inundarlo con su gloria, es el Señor Todopoderoso, «el Rey de la gloria».


El Adviento es un tiempo propicio para la conversión hacia El, para poner al día las motivaciones y exigencias de nuestra fe. Por la conversión nos preparamos adecuadamente para recibir la entrada del «Rey de la gloria» en nuestra vida y en nuestra familia.

Ro. 1, 1-7: « Nacido, según lo humano, de la estirpe de David» Leemos hoy el inicio de la carta de Pablo a la comunidad de Roma. Llamado a ser «apóstol de Cristo Jesús», Pablo se siente orgulloso de tener como misión proclamar a todos el misterio de salvación, anunciado por los profetas y cumplido en Cristo Jesús. Este misterio va dirigido también a los paganos, no sólo a los judíos. A todos «quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo». Unos veintisiete años después de la muerte y resurrección de Jesucristo, san Pablo, profundizando y haciendo teología, llevado de la luz del Espíritu, nos habla en la carta a los Romanos, del misterio único de la persona de Jesús. Anuncia a los fieles de Roma «el evangelio de Dios, prometido ya por los profetas en las Escrituras Santas, referente a su Hijo, nacido según la carne de la estirpe de David, constituido, según el Espíritu, Hijo de Dios»... Admirable unión en una persona de la debilidad humana, propia del hombre, afirmada por la carne y el ser divino. El hombre carne es débil, mortal y caduco. Pero la presencia del Espíritu en su concepción y en toda la vida le da la realidad de Hijo de Dios. En el mensaje a los Romanos San Pablo explica cuál es el corazón del Evangelio predicado por él mismo y ahora por la Iglesia. Es la síntesis del evangelio predicado por Pablo. Se trata de un mensaje unido a las promesas de Dios, manifestadas en el Antiguo Testamento. No son simples ideas, sino la persona de Jesús, el Mesías. Pablo se reconoce deudor de este Jesús en su vocación de cristiano y de apóstol y los cristianos son objeto del amor de Dios al ocupar el puesto que correspondía a Israel en el nuevo orden de salvación. El motivo de haberse elegido para hoy este pasaje es porque Pablo afirma que Jesús ha nacido «según lo humano, de la estirpe de David», y que el Espíritu lo ha constituido en plenitud de poder por la resurrección.

Mt. 1, 18-25: «La virgen está encinta y dará a luz a un hijo que se llamará Emanuel» (cfr. Lc.2, 1-7)

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO R/. Gloria a Ti, Señor.


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El origen de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. 19 Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado.20 Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David,

no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo.21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». 22

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: 23 «Vean que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros"». 24 Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado , y tomó consigo a su mujer. 25 Y, sin haber mantenido relaiones, ella dio a luz un hijo, y él le puso por nombre Jesús. Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús. Re-leamos el texto para interiorizarlo: a) Contexto: Relatos de la Infancia: Mt. 1 - 2 El texto evangélico de este Domingo pertenece a los «Relatos de la infancia» (Mt. 1-2; cfr. Lc. 1 - 2). En estos «relatos de la infancia», Mateo presenta las credenciales de Jesús, nuevo legislador, nuevo Moisés. En la genealogía (Mt 1,1-17) ya había mostrado que Jesús pertenece a la raza de David y de Abrahán (Mt 1,1). En estos versículos (Mt 1, 18-25), Mateo continúa presentando a Jesús describiendo su nacimiento. Cuenta cómo José ha recibido la noticia de que María está encinta y las profecías que se cumplirán con el nacimiento de Jesús, demostrando que Él es el Mesías esperado. Durante la lectura, es bueno prestar atención a lo que el texto dice sobre la persona de Jesús, sobre todo por lo tocante al significado de los nombres que Él recibe.

b) Organziación de la períciopa v. 18:

Una irregularidad legal de María


v. 19: La justicia de José vv. 20-21: La aclaración del ángel vv. 22-23: El cumplimiento de la Promesa vv. 24-25: La obediencia de José

c) Comentario: v. 18: Conforme nos acercamos a la Navidad, el Evangelio de hoy se centra en la Madre de Jesús, su concepción milagrosa por obra del Espíritu y su embarazo. Este es el misterio de la Virgen Santa que se hizo Madre, a fin de que el Hijo de Dios pudiera «habitar entre nosotros». Con todo, y junto al misterio, el embarazo de María y el nacimiento de Jesús fueron completamente humanos; Jesús se hizo realmente uno de nosotros. José y María estaban en el período intermedio entre los desposorios y el matrimonio propiamente dicho, con cohabitación, período que a veces solía durar un año. Y ahí es cuando José tiene sus dudas y decide retirarse de la escena que entiende como muy misteriosa. v. 19: Igualmente, es el misterio de la Maternidad de María: ella sufrió todas las contingencias y consecuencias de la condición humana: María es también una de nosotros. En el relato del texto de hoy, María se encuentra en una situación embarazosa. No había tenido ninguna intimidad con José, y sin embargo José percibe que María está embarazada. ¿Qué había sucedido? El buen José no sabía qué pensar, y rehusaba aceptar que María hubiese hecho algo indebido. Así que decide irse: «pensó abandonarla en secreto». Si José hubiese obrado según las exigencias de la ley de la época, hubiera debido denunciar a María y posiblemente le hubiera arrojado piedras. El embarazo antes del matrimonio es irregular y según la ley de la pureza legal, debería ser castigada con la pena de muerte (cfr. Dt. 22,20-21). Pero José, porque era justo, no obedece a las exigencias de las leyes de la pureza legal. Su justicia es mayor. En vez de denunciar, prefiere respetar el misterio que no entiende y decide abandonar a María en secreto. La justicia mayor de José salva la vida tanto de María como la de Jesús. Así, Mateo envía un aviso importante a las comunidades de la Palestina y de la Siria. Es como si dijese: “He aquí lo que hubiera sucedido si se hubiera seguido la observancia rigurosa que ciertos fariseos exigen de vosotros. ¡Hubieran dado muerte al Mesías!. Más tarde Jesús dirá: «Si justicia de ustedes no supera la de los escribas y la de los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 20). vv. 20-21: Las dudas de José no se referían, ciertamente, a la honradez de su prometida, sino que, intuyendo él la presencia de un misterio, quiso «retirarse» por creerse indigno de intervenir en esta historia. Así interpretan bastantes comentaristas modernos las palabras


del ángel: no quiere justificar ante José el estado de María asegurándole que el hijo que espera es obra del Espíritu, sino que, dando por supuesto que José intuye el misterio, le asegura que él, José, sigue teniendo un papel importante: poner nombre al hijo de María, cosa que siempre hacía el padre, y en concreto el nombre de «Jesús», que significa «Dios salva». En medio de esta crisis, Dios le explica, por medio del Angel, que no ha sucedido nada malo, que el hijo de María es obra del Espíritu, y que este niño ha de ser llamado Jesús (que significa Salvador) porque salvará al pueblo de sus pecados. Jesús va a ser algo más que un descendiente de David -«de la estirpe de David», como dice Pablo-, según la larga genealogía que tiene como último eslabón a José. Es Hijo de Dios. Es un don gratuito de Dios a María y a la humanidad. En el evangelio de Mateo se proclama, como afirmación central, que en Jesús de Nazaret se cumple la profecía de Isaías: «la virgen concibe y da a luz un hijo... Dios-con-nosotros». La muchacha-virgen que da a luz es María, y el hijo que nos trae la salvación, Jesús. vv. 22-23 El nombre «Dios-con-nosotros» no era nuevo. En tiempos de Isaías, 700 años antes de Cristo, en el contexto de una crisis histórica del pueblo, se anunció al rey de la época, Acaz, que un niño nacería de una doncella y que se llamaría «Enmanuel». Era la acción divina que se manifestaba como garantía de salvación del pueblo. Pasó esa historia y la tradición se siguió interrogando sobre ese hecho. ¿Tendría realización en ese momento o allí se anunciaba algo futuro, que un simple rey humano no podía satisfacer? Cuando llega el momento de la encarnación de Dios entre los hombres, el evangelio de san Mateo da vigencia y plena actualidad a esa palabra. Para este momento había sido dicha. Así Jesús, inserto en e! árbol de David, puede dar cumplimiento y plenitud a las promesas de Dios en el Antiguo Testamento: «Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del profeta: Mira, la virgen está encinta, dará a luz a un hijo que se llamará Emanuel -que significa: Dios con nosotros-». Esto ha sido posible «por obra del Espíritu Santo», que significa que está en marcha una misteriosa iniciativa de Dios, una intervención especial de Dios, como una nueva creación. En la primera, que nos cuenta el libro del Génesis, el Espíritu de Dios, aleteando sobre las aguas primordiales, las llenó de vida. En esta segunda, el Espíritu de Dios actúa sobre María de Nazaret y la hace Madre del Hijo de Dios. (Por cierto, Mateo, al comienzo del evangelio de hoy, para referirse al «nacimiento» de Jesús, usa el término griego «génesis»: v. 18). v. 24-25: José no tiene que retirarse. La respuesta de José, el hombre bueno, es que «cuando se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor». Es el ángel quien le asegura que sí tiene una misión que cumplir: va a ser esposo de María y por eso va a


hacer que el Mesías venga según la dinastía de Dios, y será él quien le ponga del nombre de Jesús. José cree en Dios. Acepta para su vida el proyecto de Dios que, en principio, no coincidiría con el suyo, aunque seguramente no entiende todo el alcance de los proyectos de Dios respecto a su papel en la venida del Mesías. Y José se queda con María todo el tiempo. Jesús queda inserto en la genealogía de David por intermedio de José. Al ser el esposo de María y darle un nombre, le daba también la ascendencia legal.

3. MEDITACION: ¿QUÉ NOS DICE el texto? El Misterio del «Verbo Encarnado» Celebrar la Navidad es traer a nuestro presente el gran misterio de la Encarnación. Es la unión en una persona de lo humano y lo divino. Jesucristo es el único en la historia en quien se ha dado ese misterio. Encontramos en él la realidad humana en todo lo que ella implica, menos en el pecado, dice la carta a los Hebreos 4, 15. Y también la realidad de Dios en un gesto de condescendencia infinita. Se nos hace familiar esta maravilla de la misericordia de Dios y perdemos ante ella nuestra capacidad de asombro. Ojala la pudiéramos recuperar. La Navidad es el momento oportuno para hacerlo si silenciamos el corazón y nos hundimos en ese misterio. El evangelio de san Mateo nos lleva de la mano en la percepción de este acontecimiento. Se abre con la genealogía ascendiente de Jesucristo. Encarnarse es entrar en el río de la historia humana. En esa lista de ascendientes encontramos representantes de la toda la humanidad: hombres y mujeres, pecadores y santos, nobles y plebeyos, conocidos y desconocidos. Hábilmente el autor corta la narración cuando llega a Jesús y nos encamina al misterio de cómo entra Jesús en esa historia. Pasa de la voz activa de engendrar a la voz pasiva y nos dice: Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual fue engendrado Jesús, llamado el Cristo. Una vez que nos ha dicho de donde viene Jesús, nos enseña cómo vino al mundo. Lo hemos escuchado en la lectura de hoy. Con la inmensa sencillez de lo divino nos habla de un matrimonio compuesto por José y María, de un hecho sorprendente en la vida de ese matrimonio: la concepción de un hijo en forma extraordinaria y de la presencia del Espíritu divino en esa concepción.

El papel de María El domingo IV nos ayuda a entrar ya en el misterio de la Navidad. El salmo nos ha hecho repetir que «va a entrar el Señor, el Rey de la Gloria». Nos adentramos ya en la fiesta mejor que podemos celebrar los cristianos: nuestro Dios es un Dios-con-nosotros.


Por encima de los aspectos más superficiales de la Navidad, el Espíritu nos quiere llenar de su gracia a todos nosotros, como a María de Nazaret, para que también nosotros colaboremos en el nacimiento de Jesús en este mundo concreto en que vivimos. El relato evangélico nos ofrece una clave más para entender el papel de María en la misión de Jesús: ella no es sólo su madre, sino que también comparte sus sufrimientos a través de Su vida, hasta la cruz. María es la nueva Eva, como afirma el prefacio IV del Adviento, el más apropiado para hoy, en el que damos gracias a Dios «por el misterio de la Virgen Madre. Porque si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de María, la hija de Sión, ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María...».

El papel de José Y junto a María, es interesante que hoy aparezca la figura de José, un joven obrero que también cree en Dios, un joven obrero de pueblo, humilde, bueno, un modelo también estimulante para los que somos llamados a acoger en nuestras vidas la venida del Señor. Puede acercamos todavía más a la figura de José la interpretación de los exegetas modernos: precisamente porque José ya conoce -al menos de un modo global- el misterio sucedido y sabe que el hijo que va a tener María es obra de Dios, por eso, en su humildad, no quiere usurpar para sí una paternidad que ya sabe que es de Dios y se quiere retirar. No comprende que él pueda caber en los planes de Dios respecto a la venida del Mesías de esa manera misteriosa. José, hombre bueno, abierto a Dios, obediente en la vida de cada día a la misión que Dios le ha confiado. Junto a su esposa María, son las personas que mejor esperaron y acogieron la llegada del Hijo de Dios a nuestra historia. Podríamos decir también de José lo que Isabel dijo a su esposa: «feliz tú, porque has creído» (Lc. 1,45). José entra en perplejidad pero hombre justo, luego de recibir la iluminación de Dios, acoge a María en su casa y, así, da estabilidad total al matrimonio. La justicia de José consiste en entrar de lleno en el plan salvador de Dios que aquí tiene momento culminante. Acogerlo y cumplirlo. Quedan a un lado las consideraciones humanas y con la entereza de los verdaderamente justos, los que hacen la voluntad divina que realiza la historia de la salvación, José se entrega plenamente al servicio de Dios en su proyecto salvador. Un nombre especial llevará el niño. Por orden divina se llamará Enmanuel. Para los hebreos el nombre no sólo distingue e identifica socialmente a la persona. El nombre dice lo que la persona es a los ojos de Dios. Ese nombre hebreo significa Dios con nosotros.

4. ORACION: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Derrama, Padre de bondad y misericordia, tu gracia en nuestros corazones, para que, habiendo conocido, por el anuncio del ángel,


el misterio de la Encarnación de tu Hijo, podamos llegar, por el misterio de la Cruz y Pasión, a la gloria de la Resurrección, Amén. 5.

CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN: PALABRA?

¿QUÉ

NOS

PIDE

HACER

la

Tanto la lectura de Isaías como su cumplimiento, en el evangelio de Mateo (y también la antífona de la comunión), nos sitúan ante la gran convicción: Dios es un Dios cercano, un Dios que entra en nuestra historia, un «Dios-con-nosotros». Es como el Dios del éxodo: «el que es», «el que está», el que ve el dolor de su pueblo y lo libera. El nombre que se le pondrá al Salvador es «Jesús», que significa «Dios salva»". ¿No tendría que cambiar nuestra vida, y nuestro talante de esperanza, si creemos de veras en esta verdad? ¿No tendría que contrarrestar este anuncio la impresión que nos puedan hacer todas las demás noticias, no muy optimistas, de nuestra historia? Nosotros somos ciertamente de los que, según decía Pablo a los Romanos, Dios ama y ha llamado a formar parte del pueblo elegido. Y la consecuencia debería ser que nos llene por dentro «la paz y la gracia» de ese Dios que nos ama.

Relación con la Eucaristía El pueblo de Dios se inicia y progresa en el misterio de Jesús en la Celebración Eucarística. Aquí debemos renovar nuestra conciencia de pueblo mesiánico, para adquirir la responsabilidad que tenemos sobre el destino de la humanidad. Igualmente, adquirimos conciencia de nuestra salvación por la obra ya realizada por Cristo y que exigirá de nosotros aceptación y obediencia. Y como la Navidad fue «obra del Espíritu», también lo es nuestra Eucaristía. En la oración sobre las ofrendas le pedimos a Dios que «el mismo Espíritu que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique estos dones que hemos colocado sobre tu altar». Esto no tendría que suceder sólo en nuestra celebración litúrgica, sino también en nuestra vida.

Algunas preguntas para pensar durante la semana 1. ¿Qué tipo de relación tengo con la Virgen María? 2. ¿Me ayuda este relato evangélico a mejorar mi imagen de María?


3. ¿Qué entendemos hoy por Mesías y de dónde esperamos que nos venga «salvación»? 4. Según las palabras del ángel ¿quién es el hijo que nacerá de María? 5. Según las palabras de Mateo ¿qué profecía del Antiguo Testamento se realiza en Jesús? 6. ¿Cuáles son los dos nombres que el Niño recibe y cuál es el proyecto de Dios, escondido en estos nombres? 7. ¿Cómo entender la conducta de José?¿Qué nos enseña esta conducta? 8. ¿En qué consiste exactamente la “justicia” de José? 9. ¿Cuál es nuestra justicia, comparada con la de José?

P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

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