Misa de medianoche navidad a

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La causa de nuestra alegría AMBIENTACION Durante cuatro semanas, en el Adviento, nos hemos preparado para el gran acontecimiento salvador: el nacimiento de Jesús. La Misa navideña de medianoche celebra el alumbramiento de María, que da a luz al Niño. Pero, en un sentido más profundo, esta noche festeja ese otro alumbramiento más universal por el cual Dios, a. través de Jesús, hace que surja la luz de en medio de ls tinieblas. En esta noche santa nuestro peregrinaje hacia el «Dios-con-nosotros» llega a feliz término. Esta es la «noche del eterno comienzo» y estamos alegres porque el amor de Dios se hace cercano. Si durante el Adviento se nos llamaba a «preparar los caminos al Señor», ahora se nos dice que aquella esperanza se ha cumplido. NAVIDAD ES TIEMPO DE MANIFESTACION ¡NAVIDAD! Nos habla de la bondad de Dios: - aparece en el tiempo, - busca al hombre, -ilumina, su destino. Nos habla de la Palabra de Dios: - que no busca lo complicado, - que no se deja engañar por lo que parece grande, - que no deja de reflejarse en lo pequeño. Nos habla de la Paz de Dios: - don de Dios para los hombres, - fuerza activa de renovación, - esperanza para los pobres.

1. PREPARACION: INVOCACION AL ESPIRITU SANTO Ven, Espíritu Santo, a despertar el corazón de la Iglesia, para que el Pueblo de Dios, atento a la Palabra, celebre con júbilo el nacimiento del Hijo de Dios en nuestro mundo. Revive en nosotros la actitud con que los pastores, en la noche de la Navidad, acogieron la Buena Noticia de la llegada del Salvador a visitar a su Pueblo.


Prepáranos para encontrar en la Palabra la paz que necesitamos para apagar los odios y las discordias y poner fin a la violencia, y que podamos glorificar a Dios en las alturas y, en la tierra, comunicar la paz a los hombres de buena voluntad.. Amén.

2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto?

Is. 9, 1-6: «Un hijo se nos ha dado» El profeta Isaías, que nos acompañó durante el Adviento, nos anuncia también la Navidad. Proclama gozosamente que «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande»: Las tinieblas, signo del caos y de la muerte, nos indican la situación de opresión y también de infidelidad del pueblo. La luz, signo de nueva creación y de vida, nos indica la liberación y la restauración. Este paso es motivo del gozo, comparable al de una buena cosecha o al de una victoria sobre los enemigos. La posesión de la tierra y su fecundidad están siempre en el centro de atención del pueblo de Israel. «... Los quebrantaste como el día de Madián»: La liberación y la iluminación es una acción de Dios, que se compara a la victoria de Gedeón sobre los madianitas (cfr. Jc. 7, 16-23): en medio de la noche, los israelitas con antorchas encendidas y tocando los cuernos ahuyentan a los enemigos. La luz y la palabra liberan en medio de la noche. «Porque un niño nos ha nacido...»: ¿En qué consiste esta acción de Dios? Aparentemente las palabras del profeta se mueven a nivel de una historia concreta: la continuidad de la dinastía de David. Pero los mismos términos de la profecía se abren en un sentido que va más allá de la historia menuda. Cuatro nombres de uso cortesano definen, en principio, al niño: consejero, guerrero, padre, príncipe. Pero cada uno de ellos va acompañado de un calificativo que lo sitúa en un ámbito y en una amplitud que va más allá de las realidades humanas: «Maravilla de Consejero, Dios guerrero. Padre perpetuo, Príncipe de la pa». «... Con una paz sin límites sobre el trono de David...»": la profecía de Isaías reasume la profecía de Natán, con una insistencia en su perpetuidad que desborda las posibilidades históricas: «por siempre». Su fundamento es el mismo Dios: el celo de Dios, que se puede manifestar en el castigo, se manifestará "desde ahora y por siempre" en el amor por su pueblo a través del Mesías. Las tinieblas son sinónimo de toda clase de males y de la muerte. El pueblo que caminaba en tinieblas es lo que menciona el versículo anterior (la tierra de Zabulón y


Neftalí, Galilea de los gentiles). De repente, resplandece la luz, nace algo nuevo. La luz es sinónimo de salvación, de vida. Esto comporta una alegría inmensa, una alegría tan espontánea como la que provoca una buena cosecha o una victoria bélica. Así, pues, la alegría es fruto del final de la opresión, del final de la guerra... y del nacimiento de un niño. Este niño asegurará la fidelidad a la voluntad de Dios, es decir, será verdaderamente Dios mismo quien reinará: la paz es la consecuencia de este reinado; el derecho y la justicia son su fundamento.

Sal. 96(95): «Canten al Señor un cántico nuevo» Este salmo de la misa de media noche en la fiesta de Navidad nos invita con insistencia a «cantar». La palabra se repite tres veces al comienzo de las tres primeras líneas. Más adelante, por tres veces, vuelve la insistencia: «Den gloria al Señor»... «Den gloria al Seño»... «¡Den pues gloria al Señor!». El salmo prolonga la alegría de un canto de victoria, al cual la antífona da un claro color cristiano: «Hoy nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor». ¿Quién es el invitado a la fiesta? Primero el pueblo de Dios, Israel. Y el nuevo Israel. Observemos ya, que los creyentes no tienen derecho a guardar para ellos solos la «Buena Nueva de la salvación». La Navidad hay que celebrarla «con todo el mundo»: «Cuenten a los pueblos su gloria, y sus maravillas a todas las naciones». «Todas las familias de los pueblos»... están convocadas al Templo: «¡Ustedes todos, traigan su ofrenda, entren en sus atrios!». El santuario de Dios está abierto para todos; no está reservado a los puros, a los creyentes. ¡Ya no hay privilegios! ¡Dios «viene» para todos!

Tt. 2, 11-14: «Ha aparecido la gracia de Dios a todos los hombres» La carta de San Pablo a Tito continúa tratando sobre la causa de nuestra alegría cristiana. Esta se debe a que la misericordiosa gracia de Dios está entre nosotros en la humanidad de Jesús, de una vez para siempre. Esto significa que ahora podemos cambiar nuestros deseos mundanos y nuestro modo de vida para mejorar. El amor de Dios, que quiere la vida para todos los hombres, se ha manifestado en Jesucristo, en su vida, muerte y resurrección. Este es el fundamento de un estilo de vida que se aleja de todo lo que se aparta del amor de Dios, para vivir «en este mundo» (así, pues, no vale salirse por la tangente) una vida de «sobriedad» (relación con uno mismo), de «justicia» (relación con los demás) y de «piedad» (relación con Dios). Notemos que las tres actitudes van unidas. Con todo, la vida en este mundo no es aún la plenitud de este vivir según el amor de Dios. A la fe en el amor de Dios y a la vivencia de este amor en la vida concreta, hay que añadir, pues, la esperanza de la realización plena del amor de Dios: la venida gloriosa de Jesucristo, a quien el autor denomina «gran Dios y Salvador nuestro».


Aún más, podemos esperar gozosamente en una felicidad sin término, cuando Jesús vuelva otra vez a cada uno de nosotros al final de nuestras vidas. San Pablo, en la carta a Tito, habla de dos «apariciones»: la que ya sucedió, al encarnarse Cristo Jesús en nuestra historia («ha aparecido la gracia de Dios»), y la que esperamos al final de los tiempos («aguardando la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador, Jesucristo»). En el tiempo intermedio entre esas dos manifestaciones del Señor, es decir, en nuestro tiempo, en el que estamos viviendo durante nuestra peregrinación terrena, los cristianos, teniendo la garantía del triunfo final, debemos llevar «una vida sobria, honrada, religiosa», renunciando «a la vida sin religión y a los deseos mundanos».

Lc. 2, 1-14: «Hoy les ha nacido en la Ciudad de David el Salvador» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor. 1

Por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se 2 hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar siendo 3 gobernador de Siria Cirino. Iban todos a registrarse, cada uno a su 4 ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y 5 familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba 6 emrazada. Mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del 7 parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. 8 Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al aire libre y 9 vigilaban por turno, durante la noche, su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron 10 de temor. El ángel les dijo: «No teman, pues les anuncio una 11

gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el 12 Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán un 13 niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de


pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: 14 «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace»

Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús. Re-leamos el texto para interiorizarlo: a) Contexto: Relatos de la Infancia: Lc. 1 - 2 Es la perícopa injicial del segundo capítulo, perteneciente a los «relaos de la infancia» del evangelio de Lucas.

b) Comentario: El marco del nacimiento de Jesús tiene dos aspectos a destacar: 1) vv. 1-5: la descripción del censo (marco universal, implicación de todos los pueblos) que lleva a José y María a Belén (lugar clave de la manifestación del Mesías davídico), 2) vv. 6-7: la descripción del nacimiento en Belén, indicando la colocación del niño en el pesebre,. Recordemos que en Is 1, 3 encontramos: «conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento». Lucas pone de relieve que Jesús nace en la ciudad de David, no en un alojamiento como un extraño (¡es el conocido!), sino en un pesebre, donde Dios sostiene a su pueblo. vv. 1-3: Resulta sugestiva la secuencia de nombres de lugares. El relato empieza hablando de «el mundo entero», luego de Siria, después de Galilea y Nazaret, de Judea y Belén y, finalmente, de la posada y del pesebre. De esta forma, con un movimiento semejante al de una cámara que, en el marco de un vasto paisaje al que se acerca poco a poco, se fija progresivamente en un único punto, dejando todo lo demás hasta no ver más que aquel punto, el autor conduce nuestra mirada desde las lejanas fronteras del universo hasta el pesebre de Belén. El sentido del procedimiento es fácil de entender. Porque entre los nombres de lugares, los hay relacionados con personas. César Augusto y «el mundo entero»...; Cirino y Siria; Belén y David, finalmente, Jesús y el pesebre.

v. 4-5: El autor ha hecho desfilar sucesivamente ante nosotros a las diversas autoridades reconocidas por los hombres, con la indicación del campo en el que ejercen su poder, hasta


conducirnos, finalmente, a aquel que posee la verdadera autoridad, el único verdadero poder: no ya César, reinando sobre toda la tierra, ni Cirino, el gobernador de Siria, ni siquiera David en su ciudad de Belén, sino Jesús en su pesebre, aquel a quien hay que llamar el Mesías-Señor. El que Jesús ocupe el lugar de esas autoridades reconocidas o establecidas, se deduce de los títulos que le son atribuidos. El es, dice el ángel, «Salvador, Mesías-Señor». En tiempos de Lucas, los romanos gratificaban a sus emperadores con los títulos de «salvador», de «señor»; y mucho antes, la tradición bíblica había considerado a los reyes del Antiguo Testamento, a aquellos «ungidos», «mesías», «cristos» (cfr. 2Sm 1, 14-16), como «salvadores»: «El salvará a los hijos de los pobres», canta, por ejemplo, el salmo 72(71), a propósito del «rey» y del «hijo del rey» (Sal. 72(71) 1 y 4). Así, pues, a partir de «hoy», todos los monarcas humanos, sean cuales fueren, paganos o judíos, no tienen ya el privilegio de tales títulos, de los que el nacimiento de Jesús les desposee. Únicamente éste que acaba de nacer puede ser llamado y lo es verdaderamente, Salvador, Mesías y Señor.

vv.6-7: Lucas narra el nacimiento de Jesús en la mayor pobreza: «le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre». Pero en ese nacimiento tan sencillo se cumplen las promesas: José pertenece a la familia de David (venida a menos socialmente, desde luego) y así el Mesías viene, como se había prometido, de la dinastía de David. Cuando el Hijo de Dios decide venir al mundo, a su propia casa, no se presenta en actitud de amo, sino de mendigo. No fuerza las puertas. Espera. Porque la puerta se abre desde dentro. El amor no puede ser coacción. El amor debe aceptar el riesgo de ser rechazado, rehusado. Con la navidad se inaugura el tiempo de la paciencia de Dios, de las esperas interminables del mendigo divino a las puertas de los hombres. Después de la primera puerta abierta de par en par, la de la madre («Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra»: Lc. 1, 38), he ahí una serie de puertas atrancadas, que solamente dejan pasar por una grieta un no enojado, y los hombres dentro, decididos a no ceder un centímetro de su espacio sofocante, a defender con las uñas sus obstrucciones. Han entendido mal. Tienen miedo de aquel niño mendigo. Miedo a que les quite algo. No entienden que ha venido para dar. El pesebre puede ser suficiente para contener la presencia de un recién nacido. Una presencia que, desde el nacimiento, evoca la imagen del alimento ofrecido. Del pan partido para todos. Es, pues, enviado a nacer fuera de la ciudad. Así como también será mandado a morir fuera de la ciudad. Se diría que para un Dios que se hace hombre, los hombres no encuentran ni siquiera un lugar minúsculo que ofrecerle en el mundo. Y mira que ha hecho el mundo más bien grande... "Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (/Jn/01/10-11).


vv. 8- 12: Una vez situados en un marco universal (el censo) y a la vez muy concreto (un pesebre). Lucas presenta la anunciación del acontecimiento a los pastores. Los pastores (que, viviendo al aire libre, velan: v.8) simbolizan la Iglesia que acoge la irrupción de la gloria de Dios en el espacio / tiempo y, al mismo tiempo, representan a todos los «pobres» («anawim»), prototipo de los que lo esperan. Narra Lucas la aparición del ángel a los pastores –la gente sencilla y humilde son los primeros destinatarios de la Buena Nueva- para anunciarles la noticia que llena al mundo de alegría: «Miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor». En Palestina, en el tiempo en que nació Jesús, los pastores eran considerados personas de las que no había que fiarse demasiado. No gozaban de buena reputación: la gente pensaba que eran tramposos y ladrones y los acusaban de entrar con los animales y destrozar los campos ajenos, de quedarse con parte de los productos (lana, leche, cabritos) de los rebaños que no eran de su propiedad. Por otro lado, las personas «religiosas» les echaban en cara que no cumplían los mandamientos de Moisés, como, por ejemplo, el descanso del sábado. En realidad eran gente de clase social humilde que, quizá sólo por la comida o por muy poco más, tenían que guardar, día y noche, los rebaños de los terratenientes; incluso los sábados, mientras los dueños de los rebaños «rezaban» en la sinagoga. A ellos les manda Dios, antes que a nadie, el recado del nacimiento del Mesías: «No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor». Ellos, marginados y despreciados por los buenos, oprimidos y explotados por los ricos, son los elegidos por Dios para conocer antes que nadie que ha nacido el Mesías; a ellos, antes que al resto del pueblo, se les comunica la buena noticia que, más para ellos que para cualesquiera otros, convierte aquella noche en nochebuena. Los pastores, precisamente porque no tenían nada, porque no contaban con nada y porque nada esperaba nadie de ellos, precisamente porque eran pobres y marginados, pudieron recibir esa noticia como buena noticia. Ellos son, en el evangelio, símbolo de todos los que caminaban en las tinieblas de la opresión y sentían sobre sus hombros el yugo de su carga; ellos representan a cuantos necesitaban que se estableciera la justicia y el derecho y que la vara del opresor fuera destrozada (cfr. Is 9, 13). Por eso, para ellos, el anuncio del nacimiento del liberador fue la luz que iluminó la terrible oscuridad de su existencia; y pudieron sentir con más profundidad que nadie la alegría de saberse amados por Dios, quizá el único que los quería ¡y hasta ahora no se habían enterado!

vv. 13-14: En aquel tiempo se dijo a los pastores: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz los hombres en quienes Él se complace». O lo que es igual: a ustedes, que no tenían salvación, se les ha dado un salvador; a ustedes, que sólo tenían esperanza -¿qué otra cosa podían tener si eran los más pobres?-, se les ha dado, con el Mesías, el mismo Reino de


Dios... Para ustedes se ha cumplido la promesa, se ha hecho carne la Palabra. Jesús, el hijo de María, es la Palabra hecha carne recién nacida. Ahí lo tienen, en un pesebre, al alcance de un abrazo. Paz a ustedes, «paz a los hombre que ama al Señor». La paz que proclaman los ángeles viene de Dios para los hombres que están dispuestos a recibirla. Es una paz que el mundo no puede dar. Consiste en la reconciliación de los hombres con Dios por medio de Jesucristo y, en consecuencia, en la reconciliación del hombre consigo mismo y con los demás. La encarnación del Hijo y su nacimiento es un acto de amor del Padre a los pecadores. Esa paz proclamada por los ángeles e inaugurada en el mundo con el nacimiento del Salvador ha de llegar a su plenitud, hasta que la reconciliación sea total y el hombre viva en una tierra en la que habite la justicia y aparezca la gloria de Dios.

3. MEDITACION: ¿QUÉ NOS DICE el texto? Luz que ilumina todo Las tinieblas son la oscuridad que hay en el mundo a causa de la injusticia, el hambre, la pobreza; a causa de la opresión de unos hermanos sobre otros; a causa del orgullo del hombre, de su avidez de poder y de dominio. Todo ello constituye como una oquedad tenebrosa, como un seno estéril, como una tumba. Hasta aquí desciende María y el fruto de su vientre, cuando tienen que refugiarse en la gruta abandonada, cuando tienen que someterse a las órdenes de un gobernador impuesto por potencias extranjeras y abandonar la propia casa. Hasta aquí ha descendido Israel, país pequeño, su patria chica, ocupado durante siglos por países más poderosos. En medio de esa noche oscura nace Jesús, como niño inefable que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Dios ha suscitado del corazón de la noche la aparición luminosa y real de un hombre, hijo del hombre e hijo de Dios. Ha resonado la Buena Noticia, la alegría, la claridad de la aurora. Dentro de unos años, pocos, volverá a brillar de nuevo la gloria, el esplendor de Dios, también a través de Jesús, cuando le resucita el Padre por haber sabido descender hasta la muerte en cruz y hasta la tumba ignominiosa de los ajusticiados, en favor de los hermanos. El alumbramiento de la noche, no el oscurecimiento del día, es la palabra definitiva de Dios.

Los pastores, maestros de la acogida Fueron unas personas sencillas las que primero supieron ver la llegada de los tiempos mesiánicos y acogieron al Enviado de Dios. Ante todo esa joven pareja de creyentes que se llaman José y María. Luego, los pastores, que hicieron caso a la invitación de los ángeles, corrieron a Belén, y reconocieron al Mesías a pesar de la extrema pobreza de su venida.


Otros, los importantes de Jerusalén, las autoridades tanto políticas como religiosas, no se enteraron, o no se quisieron enterar. Los pastores, sí. A veces son las personas humildes las que están más abiertas a la salvación y a la fe. Jesús, ya desde su nacimiento, pertenece a los pobres, que serán también sus predilectos en sus obras y en sus enseñanzas: basta recordar las bienaventuranzas. Todos somos invitados a esta actitud de acogida. Dios se nos ha acercado, Dios es Dios-con-nosotros, y ha querido compartir nuestra vida para que nosotros, acogiéndolo, compartamos la suya. Sea cual sea nuestro estado social, o nuestra edad, o nuestra cultura, todos somos importantes para Dios. Esta Navidad podemos decir, con mayor sentido que nunca, y desde el fondo de nuestro ser, la oración del Padrenuestro que nos enseñó Jesús: porque el Hijo de Dios se ha hecho Hermano nuestro, todos somos hijos en la familia de Dios. Podemos vernos reflejados en esos pastores de Belén y acoger con fe y hasta con emoción a Dios en nuestras vidas. Y, además, ser apóstoles y evangelizadores para con los demás: «el que encomendó al ángel anunciar a los pastores la gran alegría del nacimiento del Salvador los llénen de gozo y los haga también a ustedes mensajeros del Evangelio» (bendición solemne).

4. ORACION: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Padre nuestro del cielo, en esta noche santa de Navidad recibimos tu anuncio de alegría. Vienes a llenar nuestros vacíos, y cambiarnos radicalmente. Te bendecimos, Padre, porque hoy ha brillado una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Los cielos pregonan tu justicia y todos los pueblos cantan tu gloria. Te has revelado a nosotros, y te has entregado a la humanidad por tu Hijo, engendrado por el Espíritu Santo. Seguimos siendo humanos, pero humanos traspasados por tu divinidad. Nuestro barro humanizado, seguirá siendo barro, pero barro divinizado, empapado de Dios. Desde ahora te podemos llamar Padre, pues en tu Hijo, nacido en nuestra carne, nos estás haciendo hijos. Gracias, Padre, a Tí que vives y reinas, con el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo,


y eres Dios por los siglos de los siglos, Amén

5.

CONTEMPLACION-ACCION: PALABRA?

¿QUÉ

NOS

PIDE

HACER

la

NAVIDAD ES UN MENSAJE para el hombre de hoy, para el cristiano de hoy, para el mundo de hoy.

a) Nos habla de la bondad de Dios: Dios es bueno por naturaleza; es bueno de mil maneras distintas; es bueno sin limitaciones. - Dios se acerca al hombre: viene. - Dios recrea al hombre: da serenidad. - Dios conduce al hombre: guía.

b) Nos habla de la pobreza: - Dios elige el camino más sencillo, más simple, más aceptado: por eso se hace hombre. - Dios elige la condición humana más generosa, más convincente, más fácil para el hombre: así demuestra su amor. - Dios elige el rumbo más inaudito, insospechado, incomprensible: ¡por eso es Dios! - Se hizo pobre por nosotros. - Se hizo pobre para enriquecernos. - Se hizo pobre para nosotros.

c) Nos habla de la paz: - De un modo distinto: el hombre busca tranquilidad, comodidad, serenidad, y Dios ofrece gozo, regocijo, alegría. - De una forma distinta: el hombre hace planes, proyectos, reuniones y no la consigue. Dios restablece un orden que salva, reanima, pacifica. - Con una exigencia distinta: el hombre busca una paz estática cerrada, sin apertura, y Dios exige una paz difusiva, expansiva, conquistadora.

Navidad es «hoy» «HOY» nos ha nacido el Salvador. En estas fiestas de Navidad oímos repetidas veces la palabra «hoy»: «Yo te he engendrado hoy», «hoy, desde el cielo, ha descendido


la paz sobre la nosotros» (antífona de entrada), «has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo» (oración colecta), «hoy nos ha nacido un Salvador» (Salmo responsorial y Evangelio), «hoy brillará una luz sobre nosotros» (entrada y salmo de la Misa de aurora), «hoy una gran luz ha llegado a la tierra» (versículo del Aleluya, Misa del día), «hoy nos ha nacido el Salvador» (Oración después de la Comunión, Misa del día). Lo mismo pasará en la Epifanía: «hoy se nos ha manifestado», «hoy la estrella condujo a los magos». Este «hoy» quiere significar que lo que celebraos en la Navidad no es un aniversario, sino un «sacramento», es decir, una actualización sacramental del hecho salvífico del nacimiento humano del Hijo de Dios. En la fiesta de la Navidad, Dios nos comunica la gracia de un «nuevo nacimiento» como hijos en la familia de Dios. La Navidad es la condensación del «ayer» de Belén y de la «mañana» de la última venida del Señor en el «hoy» de la celebración de este año, que es un acontecimiento siempre nuevo, no sólo un recuerdo pedagógico de hechos Pasados. Quedémonos con el mensaje navideño de alegría. Leamos el relato histórico del nacimiento de Jesús a través de su sentido de la alegría universal. El nacimiento de Jesús es fuente de mucha alegría. Alegría para los ángeles; alegría para los pastores; alegría para María y José. Más tarde, alegría para los «tres reyes magos» del Oriente, y para todos nosotros.

Relación con la Eucaristía Al celebrar la Eucaristía en esta noche santa se abre el corazón de la Iglesia a todos los pueblos de la tierra para decirles que de verdad «Dios está con nosotros».

Algunas preguntas para pensar durante la semana 1. ¿Soy verdaderamente feliz con mi vida? ¿Por qué? o ¿por qué no? 2. ¿Es mi fe un factor importante de alegría? ¿Por qué? 3. Jesús ha nacido para traer gozo y paz. ¿Cuándo son parte de mi vida estos dones? 4. ¿Son portadores de gozo y paz para los demás?

Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O:


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