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José Hubert Salazar

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Susana Henao

Susana Henao

LAS CARTAS

José Huber Salazar

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[Transcripción]

En mi carrera policial, que duró un poco más de veinte años, tuve que moverme por diferentes regiones del país, en puestos veredales y ciudades como Manizales, Bogotá, Villavicencio, Valledupar, y los departamentos del Quindío, Valle y Risaralda, con repetición en algunos de ellos por traslados institucionales. Entre todo ese trasegar policial, yo me desempeñé en varias especialidades: carabinero, policía de control (PC), policía de tránsito urbano, y mi última especialidad, de policía vial o de carreteras, por trece años, hasta mi retiro. En aquellos aconteceres de los gajes del oficio trabajando en Quimbaya como agente de tránsito, viajaba al comando de Armenia a llevar documentación. Un día de esas diligencias pasé por las calles 20 y 21 con carrera 17 donde se ubicaban los tinterillos, me acerqué a uno de los puestos donde un señor don Luis que, se notaba, era el más solicitado, pero quien para ese entonces tenía una ayudante, una muchacha de nombre Dalila, cuya labor era transcribir cartas a máquina. Recuerdo muy bien que era un viernes, yo necesitaba mandar un oficio a Villavicencio para un tema de unos permisos, porque yo era al que solían mandar a hacer diligencias

Las cartas oficiales. Don Luis le dijo a la muchacha, Dalila, que me colaborara, y me dispuse a entregarle lo escrito a mano. Bastante ágil hizo lo que le pidieron. Me pareció muy amable, además de inteligente y bonita. Mientras ella hacía su trabajo fui a la tienda. Ese día le traje un pandebono y un pintadito porque estaba haciendo mucho frío, y aproveché para sentarme a hablarle y conocerla un poco. Cada vez que iba a Armenia pasaba por esa calle a visitarla y llevaba variedad de frutas. A ella le gustaban mucho los mangos por el color y porque el olor le recordaba una de tantas veredas de Quimbaya donde había vivido durante la niñez con sus padres. Dalila, como yo, era de Quimbaya, aunque no nos vimos nunca en el pueblo, nos conocimos en la ciudad. Sin embargo, coincidimos con nuestras raíces campesinas. Coincidimos también en conocer al poeta Bernardo Pareja. Me contó que fue el poeta quien la había recomendado para trabajar en Armenia, con el fin de que pudiera terminar sus estudios de bachillerato. Ella le tenía mucho aprecio. Él vivía en la finca Amerindia y era vecino de su tía, que vivía al lado en la casa de los agregados, en la vereda Palermo. Dalila le ayudaba a la esposa de don Bernardo desde por la mañana en los destinos de la casa y en la tarde se quedaba por gusto leyendo libros que el poeta le prestaba. Durante las estancias de una de sus hijas, ella pudo mejorar su escritura y también aprendió a escribir a máquina. Después de muchas visitas y charlas, un día me contó que ese año cumpliría sus dieciocho primaveras. Para infortunio mío, pues para esa época –ella cumplía en diciembre– salía trasladado a otro departamento: Villavicencio, precisamente. Le prometí que a pesar de la distancia le escribiría para felicitarla y para que tuviera noticias de mí, pues ya nos habíamos acostumbrado a que, si yo no podía subir a Armenia por más de una semana, nos enviábamos cartas. La amistad epistolar que se fue

tejiendo era muy bonita y yo por lo menos abrigaba esperanzas de que pudiéramos ser algo más que amigos. Una de las cartas que recibí en Villavicencio es ésta, en la que ella me resuelve algunas preguntas que yo le había hecho personalmente y que, por sus ocupaciones, que eran estrictamente vigiladas por don Luis, no había alcanzado a responderme:

Armenia, Quindío 12 de junio de 1977

Querido José

La última vez que hablamos personalmente no pude responder a tantas preguntas que me hacía. Usted me preguntaba por qué terminé redactando cartas ajenas. Las cartas han sido durante mucho tiempo la única posibilidad de comunicación que mantengo con mi madre y en general con mi familia. Mi formación académica se encuentra en el momento interrumpida, y escribir cartas se ha convertido en la oportunidad de vivir en Armenia y poder retomar mis estudios en un colegio nocturno. Ya le conté que había vivido cerca de un poeta que me dejaba leer los libros de su biblioteca y me ayudaba a corregir las palabras mal escritas con sus lecciones de gramática y ortografía. Leer me ha ayudado a conocer lo que no puedo ver, imaginarme personas, lugares y situaciones que aparecen descritas en las historias que cuentan los libros. No me aburro escribiendo cartas para desconocidos, cartas por encargo, porque me puedo imaginar las personas, lugares y sentimientos que precisan ser expresados. Todos los días llegan mujeres y hombres que necesitan

¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo

Las cartas enviar una misiva a un ser amado; comunicar la muerte de un familiar cercano; solucionar un problema legal o cerrar un negocio mal hecho. Me cuentan parte de su vida, yo los escucho atentamente y trato de imaginármelo todo, como si el dolor, la felicidad, o la necesidad, las viviera en carne propia, o al menos así lo hago parecer, lo intento, sobre todo para que parezca más real. No sé si lo logro, pero la gente vuelve a mí y sigo escribiendo cartas por encargo. A veces son solo razones cortas, o cartas oficiales que se escriben en pocos minutos. No me aburro, me divierto. Creo que me entero de más cosas que las que cuentan los periódicos censurados por burócratas inescrupulosos. Me imagino también recibiendo a las personas en un confesionario como los que hay en las iglesias. La gente va a esos lugares y cuenta a los curas sus penas, sus pecados, cuentan sus más íntimos secretos, y los curas, generalmente, no hacen nada más que mandarlos a rezar. Yo quisiera estar en un confesionario para que la gente me pueda contar sin pena lo que realmente quiere que escriba. Pero como no lo puedo hacer, me toca inventar el resto, poner las palabras adecuadas, las bonitas y las feas, e imaginarme luego el rumbo de cada historia. Como sabe, aún trabajo con don Luis, el tinterillo, y vivo en una habitación de la casa que comparte con su esposa e hija. Les estoy muy agradecida por el apoyo, pero pronto me iré a vivir sola, pues pienso encontrar otro trabajo que me dé la oportunidad de ganarme unos pesos extra, aunque sin descuidar mis estudios ni dejar de escribir, que se me ha convertido en una verdadera afición. Seguiré enviando cartas para contarle los nuevos acontecimientos.

Siempre suya, Dalila

De todos modos, sabía que éramos muy diferentes. Yo era un policía convencional y, aunque viajaba mucho, fui muy estable y mi propósito era conseguir la pensión y comprarme una tierra en Quimbaya. En cambio, ella era una joven muy soñadora, inteligente y con muchos propósitos a futuro y nunca hablaba de formar un hogar, establecerse, o algo así. Dalila me gustaba porque era muy sencilla y amante de la lectura como yo, porque hablábamos de las cosas que aparecían en los libros, compartíamos autores y nos identificábamos con personajes. El gusto mío por leer y escribir corre por mi sangre desde niño. En mis primeros años de escuela aprendí a leer en la Historia Sagrada, en el Catecismo del padre Gaspar Astete, en el Manual de Urbanidad de Carreño y la infaltable cartilla Alegría de leer. Y ya grande, en mi trabajo, leía de todo, empezando por el Código de Tránsito que era para mí como otra Biblia. Dalila me contaba que su mamá le había enseñado a leer con los periódicos que envolvían las cebollas y las zanahorias que llegaban cada ocho días a la finca con la remesa, siendo las secciones de caricatura y la separata literarias sus lecturas favoritas. Por eso la falta de libros en la niñez no fue problema en su juventud. Con don Bernardo Pareja pudo conocer libros y escritores que en la escuela y en el colegio no se enseñaban, sumergiéndose de esa manera en la literatura universal. Tiempo después, trabajó también en una librería, donde tuvo a su disposición los libros que se le antojaran. Además, allí tuvo la oportunidad de escuchar tertulias literarias y debates intelectuales, porque, aunque era un poco tímida a veces, los eruditos la tenían en buena estima por su espíritu inquieto y su agudeza a la hora de recomendar autores o hacer algunos breves comentarios. En esta carta me contaba lo importante que había sido su familia para ella y lo triste que se sentía de tenerla tan lejos:

¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo

Las cartas Armenia, Quindío 15 de noviembre de 1977

Querido José

Me alegro mucho de que haya podido visitar a su familia y ayudar a su querida y enferma hermana en los momentos difíciles. Aprecio mucho su confianza, quiero confesarle que brotaron lágrimas de mis ojos al leer la manera como se expresa de su madre, pues en mi caso siento que me estoy alejando cada vez más de la mía. Mi madre fue mi primera maestra, con ella aprendí a leer y a escribir. Ella con un amor poco expresivo, se preocupaba por nuestro futuro, por nuestra educación y lo resolvía como podía. Recuerdo que, a mí, a la edad de 4 años, me sentaba en un taburete junto al fogón de la cocina, me entregaba hojas de periódicos sucios donde venían envueltas las hortalizas –periódicos que mi mamá sacudía antes para limpiarles la tierra–, me pedía unir letras y crear palabras, palabras que luego debía unir con otras y repetir hasta que mi mamá con su paciencia característica me dijera que estaba bien. Esto sucedió antes de entrar a la escuela en la vereda La Montaña, en Quimbaya, seguro usted la debe conocer. Era una escuela rústica y sencilla, con un patio de juegos grande y con un traspatio más grande todavía, que disfruté mucho porque había un árbol de mango donde venían a comer las ardillas. No vivíamos muy cerca de la escuela. Mis hermanas y yo caminábamos casi una hora para llegar hasta allá, por caminos que surcaban cafetales, plataneras y guaduales. También se podía ver un río pequeño en el que antojaba

chapucear. Mi padre nos tenía prohibido bajar hasta el río, y sobre todo cruzar el puente. Con los años entendí que mi padre quería protegernos, no del quebradizo puente, ni de la profundidad del río, ni de la creciente corriente; nos quería proteger de la maldad humana. En esos caminos habían ocurrido algunos acontecimientos dolorosos y particularmente violentos, que aun para campesinos rudos como mi padre eran difíciles de olvidar. Estuve a punto de dejar la escuela en muchas ocasiones, pues mis padres como campesinos andariegos se desplazaban regularmente a otras fincas y regiones en temporadas de cosecha. Cuando terminé la primaria en una de las escuelas del pueblo, mis papás se mudaron a una vereda, y una profesora que se llamaba Mery y que vivía en Manizales, le ofreció a mi mamá llevarme a vivir con ella para iniciar mis estudios de bachillerato. Mi mamá, con mucho recelo, aceptó con la condición de que siempre mantuviéramos la comunicación con ella a través de cartas y de llevarme donde estuviera mi familia en época de vacaciones. Desde entonces, tuve que separarme de mi familia para poder continuar con mis estudios y mi proyecto de seguir educándome. Fueron años duros lejos de casa, siempre quise volver con ellos, aunque no puedo negar que vivir y estudiar en la ciudad me abrió las puertas al mundo, ofreciéndome un futuro distinto, un futuro que adoleció del calor del hogar, y que su carta me hizo rememorar con nostalgia. Espero de nuevo sus cartas, con el deseo de sentirlo cerca. Siempre suya, Dalila

¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo

Las cartas Yo me quedé en Villavicencio un tiempo largo, y a pesar de la ineficiencia de los correos nacionales, seguimos enviándonos las cartas. En una de sus últimas misivas me escribió que cambiaría de trabajo, se pasaría a una librería cerca al centro en Armenia. Yo volví al año y medio, pero ya no la encontré. No tengo fotos de Dalila, porque a ella no le gustaban las fotos. Alguna vez me mostró una foto familiar, solo esa. Me gustaría recordarla con fotos… Con el tiempo, y más si uno no vuelve a ver a las personas, se le van olvidando los rostros. Estas cartas son muy especiales, debe ser por eso que las tenía bien guardadas. Ella escribía muy bien, desde mi humilde opinión. Una cosa era leerla cuando me quería contar algo normal que le estaba ocurriendo; otra cosa era leerla cuando de pronto estaba triste o se sentía sola, porque ella estaba muy sola, no únicamente en Armenia, sino en general, su familia siempre estuvo lejos y ella se tuvo que defender haciendo un poco de todo. Ella escribía poesía y para mí era muy diferente a lo que algunas mujeres que yo había conocido escribían, porque no podemos olvidar que era otra época, que había otras costumbres. Las mujeres estaban confinadas a los oficios de la casa y a los hijos, sobre todo si eran mujeres del campo, porque las que tenían la oportunidad de volverse normalistas para hacerse maestras eran muy poquitas. Yo pienso que ella era distinta, tal vez, porque había vivido en la ciudad y estuvo rodeada de gente instruida y estudiada. Antes de volver de Villavicencio, recibí una de las cartas donde creo que se expresa mejor su manera de escribir y que en particular es una de las más personales y tristes:

Armenia, Quindío 07 de febrero de 1978

Querido José

Aquí las aguas permanecen en calma, como siempre. No cambian mucho los paisajes. Este deambular entre gentes y lugares desconocidos se me hacen cada vez más necesarios. Perderme será, quizás, la única manera de encontrarme a mí misma. Y de olvidarme, después, para no terminar convirtiéndome en una esclava del ego, en una versión petrificada de mi propia historia. A veces me preocupa tanta ausencia, mi aislamiento voluntario de este mundo, pero, ¿qué puedo hacer? A veces olvido...casi siempre. Acepto que es tan importante estar con otros como hundirse en la subjetividad misma. Mi familia cree que soy distante, errabunda, que evito el encuentro y las pocas veces que les visito es como si estuviera en otra parte, con la mirada perdida. Pero es inevitable, no logro conectar mi condición vital con ellos o casi con nadie. Miro las fotos que encuadran nuestros encuentros y solo logro verme como un montón de carne, huesos y pelo que está entre ellos, pero mi ser está en las profundidades interiores, huyendo de mi cuerpo. Las fotografías son pálidos recuerdos congelados por la luz. Pero lo que soy, el ser mismo, no está allí. Así el histrionismo del cuerpo crea reflejarlos, los pensamientos son solo un espejo de recuerdos que no muestra la unidad de mis oscuras emociones, de mis absurdas neuronas metafísicas, de mis rebeldes interrogantes y respuestas. Solo las letras recrean los movimientos incorpóreos que no entiendo…

¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo

Las cartas Es raro, pero creo que por esa razón no me gustan las fotos. Porque nunca logro verme a mí misma reflejada en ellas. No puedo aceptar que la mujer que posa ahí junto a un montón de extraños-conocidos responda al nombre de Dalila.

Siempre suya, Dalila

Leer estas cartas me produce sentimientos encontrados. Me alegra mucho leerlas, ya las había olvidado, han pasado muchos años, para mí son como una reliquia. También me dan nostalgia, en especial esta última. Creo que Dalila estaba bastante sola, no la pude acompañar lo suficiente, sobre todo, es sus momentos más difíciles. Ahora bien, uno como hombre es muy orgulloso y cuando volví al Quindío y no la encontré, me desilusioné. No la busqué, ella me había dejado claro que sólo éramos amigos y para uno eso es un golpe al ego muy duro. Yo sí la quería. Nunca volví a saber de Dalila. Cada cual siguió su camino. Espero que le haya ido bien en la vida. Yo seguí trabajando y viajando hasta jubilarme. Me casé, tuve una casa, hijos y nietos. Vivo contento. Seguí leyendo y escribiendo mis historias. Algunas hasta me las han publicado en un periódico local , porque cuentan anécdotas del pueblo y de su pasado que a la gente le gusta recordar. Recordar es vivir, eso dicen, y es bien cierto. Y si no creen, vean todo lo que me hicieron recordar estas cartas. Por eso, muchas gracias.

José Huber Salazar Ocampo

Nació en Quimbaya, el 21 de enero de 1942, en inmediaciones de la carrilera por donde pasaba el antiguo tren, en el lugar conocido como ‘el puente de la máquina’. Nieto de arrieros, vivió su niñez como campesino, cursando sus estudios prima¬rios en la vereda La Cima, escuela de El Porvenir. Más tarde vivió con su familia en El Silencio, vereda Mesa Baja. En su juventud trabajó como caficultor y se trasladó a la ciudad de Medellín, donde laboró en algunas de las primeras industrias fabriles. Posteriormente ingresó a las filas de la Policía Nacional apro¬vechando una campaña de reclutamiento en el departamento de Caldas. En esa institución permaneció hasta el momento de su jubilación en 1987, perteneciendo a la división de Tránsito y Transporte. Siempre tuvo la escritura como una de sus pasiones, pero sólo se decidió a publicar con la fundación del periódico Diálogos de aquí, medio local en el que colaboró con la columna Pasado y presente, publicada de manera ininterrumpida entre 2004 y 2012, y en la que don Huber Salazar amenizaba a los lectores con anécdotas y reminiscencias de la Quimbaya del siglo pasado.

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