8 minute read
Susana Henao
ESCENAS DE LA INFANCIA
[Relato escrito]
Advertisement
Cuando yo tenía nueve años, tal vez diez, vivíamos junto al cuartel del Cuerpo de Bomberos de Quimbaya. Era la última calle del pueblo. Si uno caminaba dos cuadras al fondo de la plaza de mercado, hoy el palacio municipal, encontraba un broche de guadua que marcaba el comienzo del mundo prohibido, el mundo del potrero y de la finca, un lugar casi mítico donde se vivía con reglas diferentes que desde el pueblo no se podían descifrar. La calle era de tierra, pero se dejaba barrer con escoba de iraca y entonces se convertía en el escenario de juego de una cantidad increíble de muchachitos que trepábamos donde fuera, hacíamos el mandado que fuera, metíamos las narices donde fuera. De cada casa surgían tres o cuatro chicos y chicas, para ir armando la pandilla. La primera en salir de mi casa era mi hermana Lucy que llegaba decidida a poner algunos de los otros niños a trabajar para ella, y de las casas vecinas salían los dueños de la caja de tapas y aparecían los dueños de las bolas y las dueñas de las muñecas y las cocinitas. Mi hermano y yo éramos los señores de las revistas de historietas y yo la flamante propietaria de un negocio clandestino donde vendía o cambiaba cuentos de hadas en formato miniatura por mercancía interesante para proyectos de jardinería, de decoración o de adecuación multifuncional. No recuerdo la mirada de los adultos sobre nosotros.
Escenas de la infancia Nos advertían de los peligros, pero sabían que veníamos a la calle a tratar de cumplir sueños: Fabricar una máquina de cartón, tablas y cabuya para rodar sobre ella falda abajo hasta la orilla de la quebrada; traspasar el portal de guadua para ir por naranjas y guayabas con el fin de tener algo para conseguir amigos; o como el de mis hermanos y yo que montábamos todos los viernes un tablado y organizábamos una velada que iba cobrando fama entre los niños de otras calles. Se pagaban cinco centavos por entrar. Imagínese, cinco centavos en los 60´s no era una cantidad despreciable y teníamos responsabilidad para querer ofrecer un espectáculo de cinco la entrada. Fonomímica, dramatizaciones, caracterizaciones de personajes, concurso de belleza y canto. Los niños se iban felices. Algunos vecinitos vendían chancancarina o minisicuís a los asistentes y al final de la tarde otra vez los taburetes para adentro antes de que alguna abuela pegara un grito, telón adentro para que mamá no reclamara la sábana, y la calle volvía a estar despejada. Un día después de una de nuestras veladas vi a una pequeña chica que parecía muy cómoda en la cuadra a pesar de no pertenecer ahí. Había venido de vacaciones mientras sus padres y los hermanos mayores se iban detrás del sueño de una cosecha de café en una hacienda en Calarcá. La niña se llamaba Dalila Jaramillo y tenía unos ocho años, pero se nos acercó como si tuviera más edad. Dijo que le gustaría actuar en la siguiente función, que podía hacer el número de la declamación. Le pregunté si recitaba a Pombo o si le gustaban los poemas religiosos. Dijo que lo que fuera, lo que le pidieran, pero que le gustaba recitar poemas como el de Reír llorando o los del Indio Rómulo. Mi hermano y yo la pusimos a declamar y quedamos sorprendidos. No se le olvidaban los versos ni le quedaban grandes las palabras por difíciles que fueran. Apenas si se notaba una leve alteración cuando pronunciaba la “r”, pero la verdad es que cada
verso le salía del alma con gracia, como si entendiera esos sentimientos de la gente grande. La aceptamos y le prometimos que tendría algo de las entradas. Los premios para los ganadores de los concursos los recogíamos en las tiendas del pueblo porque a la gente le gustaba colaborar, comprar rifas y cosas así, pero además en cada función recogíamos ochenta o noventa centavos, a veces más, y los repartíamos entre los artistas y nosotros los organizadores. Yo sé que no fue por los centavos que Dalila nos acompañó durante tres meses sin falta. Fue por los aplausos y la emoción de los niños porque a nadie dejaba de maravillarle que siendo tan niña tuviera ese talento para la poesía. Como en junio se fue toda su familia de nuestro vecindario. La extrañé porque también yo leía poesía y recopilaba canciones en un precioso cuaderno de ojaletes que soñaba hacer crecer hasta quinientas páginas, pero casi ningún chico de la cuadra compartía la lectura conmigo. No la volví a ver ni supe nada de ella hasta mucho tiempo después, cuando el indio Damelines, yerno del poeta Pareja me la presentó. El indio le dijo, “Mira te presento a Susana Henao, escritora quimbayuna” “Dalila es declamadora y escribe poesía”
-Te hiciste poeta. Te recuerdo con toda claridad. Eras la pequeña declamadora de las veladas. ¿Cómo has estado?
Ella vestía a la moda de los 80, falda larga, mochila, peinado suelto, botas estilo militar, pero a pesar de ellas lucía como toda una intelectual.
-Te ves muy bien -le dije
Conversamos la tarde entera y me contó de sus sueños de publicar. Yo le conté mi experiencia con esa primera novela que escribí y acababa de ganar un premio y que tal vez pronto iba a
¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo
Escenas de la infancia ver la luz. Ese había sido el motivo del mote de escritora que usó el indio cuando hizo las presentaciones.
-Sí, lo de los concursos está bien, pero no sé, intento irme a Roma, mejor. Creo que la poesía respira más cómodamente allá donde los editores tienen fe en la gente joven.
Por lo que puedo recordar, ese día contó que le habían publicado varios poemas en el periódico La Patria y había estado en algunos recitales en Manizales, Marmato y Armenia. Aquella tarde nos leyó unos cuantos poemas cuando ya teníamos algunas cervezas entre pecho y espalda, con lo que se daba valor para leer. Su poesía era melancólica. No creo que su vuelo poético fuera muy alto, pues todavía debía pulir la expresión, ¿cómo decir? Hacerla un poco menos prosaica. No estoy muy segura de mi opinión. Sin embargo, también opino que cada verso de Dalila dejaba ver un alma sensible, preocupada por el mundo íntimo, pero preocupada también por el mundo social. Terminamos cantando en mi casa canciones del festival de San Remo (dizque para practicar el italiano de Dalila) y leímos algo de León de Greiff que hasta ese momento era mi poeta colombiano favorito. Estuvo feliz todo el tiempo y prometió escribirme desde Roma, aunque nunca lo hizo. El indio se la llevó a su casa y no volví a ver a ninguno de los dos. Últimamente, el nombre de ella salió a relucir en varias tertulias literarias en las que la mencionaron como una de las grandes ausentes de la vida cultural del Quindío. Contaba con una publicación propia cuyo título no recuerdo y participación en dos notables antologías de mujeres poetas, que, a pesar de ser buenas, no han trascendido al público lector. Pero eso no es raro. Raro sería que hubiese bombos para celebrar la escritura femenina, pues en un mundo patriarcal como este que hemos tenido desde el comienzo de la Historia, la voz de las mujeres ha
sido apenas un murmullo. Lo peor es que a través de decretos lanzan dos o tres nombres como para acallar el resentimiento de tantas que como Dalila tuvieron el sueño de ser leídas, pero no hay crítica -es decir, críticos- que se dediquen a estudiar lo que hacen y dicen las escritoras. Bueno, pero ese no es el tema de hoy. Mi intención al compartir este recuerdo es mostrar que Dalila se merece un mejor lugar en la historia de las letras y agradezco a Nini Johana la idea de rescatar no sólo la voz, sino la vida de esta poeta, precoz en todo, hasta en su temprana muerte. La sensibilidad de sus creaciones nos sitúa ante una mujer talentosa, que supo explorar el valor de su experiencia y por tanto debe ser tenida por una digna exponente de la literatura quindiana.
¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo
Susana Henao
Nació en Quimbaya. Reside en Pereira des¬de 1971. Se graduó como Tecnóloga Química de la Universidad Tecnológica de Pereira en 1975. Es Licenciada En Filosofía y Magíster en Literatura de la misma universidad, además de Especialista en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Caldas. Fue finalista del concurso de cuento Carlos Castro Saavedra en la ciu¬dad de Medellín en 1990 y ganadora del 8º Concurso Anual de Novela ‘Aniversario de la Ciudad de Pereira’ en 1991 con la novela Los últimos hombres de Gantina Masca. Ganó también los concursos: ‘Risaralda Cultural’ para el Vol. 12 de Escritores Risaraldenses con el libro Antesala del paraíso y otros cuentos (Pereira, 1992); Colección de Escritores Pereiranos del Instituto de Cultura de Pereira con el libro Crónicas de Temis; y nuevamente el 1er puesto en el 20º Concurso Anual de Novela ‘Aniversario de la Ciudad de Pereira’ en 2004 con Crónica Satánica. Susana Henao ha sido una destacada escritora en el campo de la narrativa, particularmente en género del cuento y el relato breve. Su obra se caracteriza por abordar aspectos de género y te¬máticas femeninas a través de las cuales reflexiona sobre los roles sociales y las simbologías culturales construidas alrededor de la figura de las mujeres. Su literatura asume un carácter vanguardista frente a los cánones formales establecidos por la tradición literaria regional y nacional. Esta destacada escritora es docente de literatura y filosofía en su alma mater, donde ha llevado a cabo investigaciones que la han conducido a la publicación de artículos y textos académicos7. Actualmente investiga sobre literatura femenina, tema sobre el cual tiene un libro en proceso de edición.