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ESCENAS DE LA INFANCIA
Susana Henao [Relato escrito]
Cuando yo tenía nueve años, tal vez diez, vivíamos junto al cuartel del Cuerpo de Bomberos de Quimbaya. Era la última calle del pueblo. Si uno caminaba dos cuadras al fondo de la plaza de mercado, hoy el palacio municipal, encontraba un broche de guadua que marcaba el comienzo del mundo prohibido, el mundo del potrero y de la finca, un lugar casi mítico donde se vivía con reglas diferentes que desde el pueblo no se podían descifrar. La calle era de tierra, pero se dejaba barrer con escoba de iraca y entonces se convertía en el escenario de juego de una cantidad increíble de muchachitos que trepábamos donde fuera, hacíamos el mandado que fuera, metíamos las narices donde fuera. De cada casa surgían tres o cuatro chicos y chicas, para ir armando la pandilla. La primera en salir de mi casa era mi hermana Lucy que llegaba decidida a poner algunos de los otros niños a trabajar para ella, y de las casas vecinas salían los dueños de la caja de tapas y aparecían los dueños de las bolas y las dueñas de las muñecas y las cocinitas. Mi hermano y yo éramos los señores de las revistas de historietas y yo la flamante propietaria de un negocio clandestino donde vendía o cambiaba cuentos de hadas en formato miniatura por mercancía interesante para proyectos de jardinería, de decoración o de adecuación multifuncional. No recuerdo la mirada de los adultos sobre nosotros.