Dalila Jaramillo. Biografía. Libro de testimonios

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DALILA JARAMILLO

BIOGRAFÍA ¦ ¦ LIBRO DE TESTIMONIOS

NINI JOHANA OSPINA LOAIZA EDITORA


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DALILA JARAMILLO

BIOGRAFÍA ¦ ¦ LIBRO DE TESTIMONIOS


Esta investigación se desarrolló en el marco del proyecto de Maestría en Estética y Creación de la Universidad Tecnológica de Pereira, y tuvo como propósito promover el reconocimiento de la producción literaria del departamento del Quindío. Los testimonios orales y escritos de amigos, amigas y colegas son publicados con su consentimiento. Dalila Jaramillo. Biografía. Libro de testimonios Nini Johana Ospina Loaiza [Editora] Primera edición 2021 Editorial Carteros de la Noche Web: www.carterosdelanoche.com Facebook: carterosdelanoche Instagram: @carterosdelanoche Calle 15 No. 3-23 Quimbaya, Quindío Teléfono: 313 689 7079 Email: njopsina@uniquindio.edu.co ISBN: 978-000-0000-00-0 D.R. ©️ Textos: Todos los autores D.R. ©️ Fotografías: Archivos privados Fotografía de portada: Archivo personal de Margarita Rosa Tirado Mejía Revisión de estilo: John Jairo Osorio Giraldo Diseño y diagramación: Catherine Rendón Todos los textos y materiales incluidos en este libro pueden ser reproducidos libremente siempre y cuando se cite la fuente. Hecho en Colombia


DALILA JARAMILLO

BIOGRAFÍA ¦ ¦ LIBRO DE TESTIMONIOS

NINI JOHANA OSPINA LOAIZA EDITORA



AGRADECIMIENTOS

Especialmente a José Huber Salazar por permitirme entrar en su vida personal a través del hallazgo de las cartas de Dalila Jaramillo. Asimismo, un agradecimiento fraterno a la artista Margarita Rosa Tirado Mejía, al poeta, ensayista y traductor Carlos Castrillón, a mi entrañable amiga Pilar Pareja Martínez, y a la narradora, ensayista y pedagoga Susana Henao, a la escritora Catherine Rendón y al crítico literario Ricardo Campos, quienes me brindaron su tiempo, recuerdos y testimonios y sin cuya colaboración no habría sido posible la publicación de este libro. Agradezco también a los escritores quindianos Juan Manuel Acevedo, José Nodier Solorzano, Martha Usaquén, Ángel Castaño y Juan Aurelio García. Y por supuesto, inmensos agradecimientos al ensayista, novelista y profesor Rigoberto Gil, que inspiró desde su cátedra la creación de este proyecto y asesoró conceptual y bibliográficamente esta investigación literaria. Agradecimiento infinito a la fundación cultural Carteros de la Noche, en especial a Alfonso Quintero Bedoya por su y apoyo incondicional, y a su editorial, que confió en este proyecto y posibilitó la publicación de este libro.



A Dalila Jaramillo In memoriam



CONTENIDO

PRÓLOGO....................................................................................13 RESEÑA BIOGRÁFICA.............................................................17 TESTIMONIOS Las cartas José Hubert Salazar.......................................................................25 Jugando a la maestra Pilar Pareja Martínez....................................................................37 Escenas de la infancia Susana Henao.................................................................................55 El exilio de una poeta Margarita Rosa Tirado..................................................................61 Lo que ocultan las bibliotecas Catherine Rendón.........................................................................79 Dalila Jaramillo, poeta en penumbras Ricardo Campos............................................................................83 ANEXOS Cartas a editoriales colombianas.................................................93 EPÍLOGO......................................................................................99



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PRÓLOGO

Meses antes del inicio de la investigación que concluye con la publicación de este trabajo, mientras me encontraba catalogando los libros de la biblioteca de la fundación cultural Carteros de la Noche, de la que soy codirectora, hallé dentro de la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, unas cartas firmadas con el nombre de Dalila. En ellas, una mujer le describía su vida a quien parecía ser un amigo entrañable del que la vida la había distanciado por circunstancias que no alcanzaban a comprenderse muy bien en los relatos de las misivas. Las cartas iban dirigidas al señor José Hubert Salazar, columnista y cronista quimbayuno, quien un par de años atrás había donado a la Fundación el archivo completo del periódico Diálogos de aquí, junto con una buena parte de su biblioteca personal. Curiosa por conocer un poco más del personaje que firmaba las cartas, por la facilidad con la que se desenvolvía en la escritura, e intrigada por la figura de esa mujer, que se adivinaba tan libre y adelantada para su época, me dispuse a devolverle las cartas al señor José Huber, además porque intuí que tendrían para él un enorme valor sentimental. Fue así como me enteré de la existencia de Dalila Jaramillo, e inquieta por la historia de esta mujer, comencé a indagar sobre su vida y a explorar diversas fuentes que me pudieran dar más pistas sobre su trayectoria. De esta manera inició la pesquisa que me conduciría a la historia de una mujer excepcional, que rompía con muchos de


Prólogo

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los estereotipos que recaían sobre el sexo femenino en su época. Me interesaba, entre otras cosas, porque era poco común que una mujer de su época sostuviera un intercambio epistolar tan íntimo con un hombre que no era ni su esposo ni un miembro de su familia (si no es que ya era extraño que supiera leer y escribir en un período en el que el analfabetismo era la norma en Colombia, especialmente entre las mujeres, confinadas a los quehaceres del hogar). Tiempo después, mientras entrevistaba a algunas personas que la habían conocido, supe que había vivido parte de su adolescencia en la casa del poeta quimbayuno Bernardo Pareja, donde además de ayudar en el servicio doméstico y aprender a teclear en una máquina de escribir, había realizado sus primeras lecturas, poniéndose en contacto con la literatura universal. En la casa de Pareja, la joven Dalila se convirtió en asidua de las tertulias literarias organizadas frecuentemente por el escritor, llamando la atención en ese y otros círculos literarios, por su sorprendente talento y facilidad para la declamación, así como por su notable imaginación poética y su prematuro interés por la creación narrativa, según el testimonio de otras personas que tuvieron contacto con ella en esa época. Este libro es el resultado de una indagación meticulosa en la vida y la figura de Dalila Jaramillo, escritora quindiana nacida en el año 1959 y cuya notable –aunque escasa– producción literaria ha sido hasta ahora casi completamente desconocida (a no ser por unos cuantos amigos y conocidos que compartieron con ella en su juventud). Este es un relato construido a partir de la compilación de documentos y anécdotas que me han permitido urdir una historia a partir de indicios para así darle sustancia al nombre de una mujer con la que la vida me contactó mediante uno de los tantos juegos del azar. Esta compilación ata distintos cabos con el fin de presentar al público quindiano la vida de la escritora Dalila Jaramillo,


basada en una reconstrucción preliminar en la que se destacan diversas textualidades: los testimonios orales y escritos de amigos, amigas y colegas, que constituyen la primera parte del texto; las cartas y fotografías que estuvieron en manos de familiares y conocidos de Dalila y que fueron suministrados por ellos con el fin de ampliar la información que se pudiera ofrecer de la escritora; las fuentes escritas encontradas en archivos de diarios y en colecciones privadas, donde aparecen artículos de prensa, cartas y manuscritos de la autora. Cabe aclarar que esta publicación no constituye una investigación exhaustiva ni tiene la última palabra sobre la memoria de Dalila Jaramillo, de quien seguramente habrá indagaciones posteriores que complementen la exigua información que poseemos sobre su vida y obra. Este libro tampoco pretende competir con las investigaciones de otros estudiosos de la literatura regional, aunque sí podría generar rupturas y suscitar polémicas frente al tardío descubrimiento –cuando no la ignorancia intencionada– de una escritora completamente desplazada del canon de la literatura quindiana.

Dalila Jaramillo ¦¦¦ Biografía

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RESEÑA BIOGRÁFICA

Dalila Jaramillo nació en Quimbaya (Quindío) el 16 de diciembre de 1959, a una década del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y en pleno auge de la violencia bipartidista en Colombia. Hija de campesinos andariegos, heredó de sus padres ese espíritu nómada que la mantuvo alejada de su familia durante buena parte de su vida. Aprendió a leer, escribir, sumar y restar bajo la tutela de su madre Pureza, en hojas de periódicos que servían de envoltura para las cebollas, las zanahorias y otras hortalizas, que paradójicamente llegaban de la ciudad al campo, pues eran cultivadas en regiones más frías del país. En dichas hojas de periódico, Dalila leyó la vastedad y la barbarie del mundo que la rodeaba, así como algún poema de Rafael Pombo en la sección literaria. Fue en la pequeña escuela de la vereda La Montaña donde transcurrieron los primeros años de su vida escolar. Allí aprendió Dalila a declamar poemas de José Asunción Silva. En el año 1970 ya había cursado su formación primaria, y cuando afloraba su adolescencia se encontraba estudiando la secundaria en el Colegio Oficial La Quiebra-Santa Bárbara en la vereda La linda en Manizales, al amparo de una profesora que la adoptó temporalmente con el fin de que continuara sus estudios, frecuentemente interrumpidos a consecuencia de las obligadas migraciones y desplazamientos de sus padres andariegos a otras regiones cafeteras. En este colegio combinaba sus estudios con actividades lúdicas y la recitación. Su distanciamiento familiar generó en ella la necesidad de escribir continuamente


Reseña biográfica

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cartas para mantener informada a su madre, especialmente, del transcurrir de su vida. Tuvo que regresar sin terminar sus estudios de secundaria a Quimbaya, Quindío, en el año 1974, a causa de la muerte de su abuelo paterno, suceso que marcaría su vida emocional de manera radical. A los 14 años, conmocionada por la tragedia que había cobrado la vida de varios familiares, víctimas de la injusticia social que se reflejaba en todos los rincones del campo colombiano, Dalila se sustrajo de las doctrinas de la iglesia católica, a la que consideraba cómplice de la barbarie, decisión que se haría visible en su manera de escribir y generaría en ella un carácter transgresor frente a las costumbres de la época. Desplazada a la casa de su tía materna Celina Loaiza, en la vereda Palermo en su tierra natal, trabajó en los oficios caseros y jardinería en la finca La Amerindia, propiedad del reconocido escritor greco caldense Bernardo Pareja. Allí, en el transcurso de un par de años, se regocijó entre lecturas de autores desconocidos para ella hasta el momento, que se encontraban en la vasta biblioteca del señor Bernardo, la cual ocasionalmente le dejaba explorar. Dicha actividad la alternaba con el hábito ya establecido de escribir cartas. En tardes de tertulia improvisada, con las eventuales visitas en la finca del escritor, conoció al novelista y poeta Iván Cocherin, quien intuyó en Dalila una habilidad particular en su manera de declamar poesía, al escucharla recitar de memoria los versos de Jorge Zalamea y de Jorge Mistral. En época de vacaciones escolares, junto a Pilar Pareja Martínez, hija del escritor, aprendió a escribir a máquina y acarició el sueño de culminar su bachillerato y recorrer de nuevo la ciudad para descubrir los paisajes que su imaginación le producía al leer novelas europeas, pues su espíritu en continuo desenraizamiento la hacía sentir atrapada en un solo lugar.


Por recomendación del poeta Bernardo Pareja, Dalila trabajó con Luis Quintero, quien se dedicaba a la labor de tinterillo , en la redacción de cartas en la oficina ambulante que éste ubicaba en la hilera de puestos de escribanos sobre las calles 2o y 21 con carrera 17 de Armenia. Allí, Dalila tipiaba a máquina y de manera sencilla pero especial redactaba cartas y descubría su habilidad de escribir homologando voces y sentimientos de otros que hacía suyos. Pudo así pagar un lugar cómodo donde vivir mientras retomaba sus estudios de bachillerato en el colegio oficial Santa Teresa en Armenia. En las estancias nocturnas conocería a Luis Fernando Molina García, librero reconocido en Armenia por su pasión por la literatura y su acogedora librería, que abría sus puertas y estanterías a todos aquellos que quisieran sumergirse en profundas tardes de lectura. Fernando fue su segundo aliado en el encuentro con la literatura y con una cultura bohemia y amante de las artes que surgía en contados espacios de la ciudad de Armenia y del Quindío a inicios de los ochenta y que, a mediados de la misma década, consolidaría a una generación de estudiosos escritores, publicaciones de revistas literarias, cine clubes, salas culturales para el disfrute de la música y el teatro, entre otros. En la Librería Universitaria, propiedad de Fernando, mientras Dalila trabajaba como librera, dio en una ocasión con El día del odio de José Antonio Osorio Lizarazo, libro que le revivió las memorias trágicas del bipartidismo e inspiró en ella un ejercicio literario muy poco conocido en el Quindío, incluso después de su muerte. El periódico La Patria de Manizales fue el primer espacio en el que Dalila publicó, firmando con seudónimo, uno de sus textos más leídos. Su decisión para publicar con seudónimo se basó en la escasa oportunidad que las mujeres tenían en el

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Reseña biográfica

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campo de la literatura en el Quindío (y en general en Colombia), en el que las mujeres se convertían en mera “decoración” de tertulias literarias y cuyas expresiones artísticas y opiniones políticas eran muy poco estimadas. No obstante, algunas mujeres participaron en otras expresiones del arte y la cultura para la época, aunque en numerosas ocasiones dicha participación estuvo mediada por la anuencia de algunos hombres. Durante los años ochenta, desilusionada de este panorama, Dalila desató su estética agónica y se abrió paso en otros escenarios literarios reconocidos principalmente en el departamento de Caldas, gracias a la amistad y apoyo incondicional que le ofreció la artista, reconocida declamadora para la época, Margarita Rosa Tirado Mejía, con la que colaboró en un extinto periódico llamado El colador, del que se publicaron pocos números, conservándose apenas retazos de algunas páginas. Con Margarita Rosa era convocada por su especial forma de declamar y frecuentaba diferentes escenarios artísticos. Dalila participó en algunos concursos de declamación, pero no se tiene evidencia de si alguna vez se hizo acreedora de algún premio. En el año 1981, Dalila participó en el primer Encuentro de Mujeres de América Latina y del Caribe, con sede en Bogotá, el cual fue determinante para su posterior participación en los escenarios de creación y divulgación artística y cultural en el departamento del Quindío. Este congreso feminista marcaría la obra posterior de Dalila, contribuyendo a la consolidación de un estilo novedoso, irreverente, destacado por una voz potente y un marcado acento político, que la convierten en renovadora de las estéticas modernistas, dejando ver claras influencias de poetas tan importantes para ella como Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. Pese a ello, la obra poética de Dalila Jaramillo no alcanzó la trascendencia que hubiera merecido, no solamente por el lugar de subordinación y desconocimiento que enfrentaban las


mujeres de su época, por la dificultad para acceder a espacios culturales y políticos, absolutamente cooptados por los hombres; sino también por su origen campesino y su posición socioeconómica, que la ubicaban lejos de los círculos intelectuales y las redes de poder, pese a los escasos contactos que logró hacer a través de algunos escritores, que sin embargo no le representaron el capital social suficiente para darse a conocer entre las élites de la cultura. Su único libro publicado en Colombia lo editó El Áncora Editores en el año 1993, con un tiraje de cien números, del cual al término de esta investigación, no se conocía ningún ejemplar. En el año 1995, con algunos de sus ahorros y las escasas regalías que le había generado el contrato de publicación de su obra con El Áncora, Dalila vio en un viaje a Italia la oportunidad de buscar nuevos referentes artísticos y de creación, así como con la esperanza de hallar escenarios más propicios para el desarrollo y la difusión de su poética personal. Fue allí donde produjo la parte ulterior de su obra literaria, perdida de forma póstuma luego de su prematura partida. Dalila Jaramillo murió en Roma en el año 1998, a la edad de cuarenta años, aquejada de un cáncer invasivo. Al momento de su deceso no se conoció de ningún pariente cercano interesado en la repatriación del cadáver. La embajada de Colombia en Italia tampoco colaboró con los trámites necesarios para la inhumación de la escritora en su tierra natal. Su cuerpo permanece sepultado en el Cementerio Flaminio de la ciudad eterna, donde sus restos descansan en el casi absoluto anonimato.

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PRIMERA PARTE. LA TESTIMONIOS TRAGEDIA DE BIRLSTONE

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LAS CARTAS

José Huber Salazar [Transcripción]

En mi carrera policial, que duró un poco más de veinte años, tuve que moverme por diferentes regiones del país, en puestos veredales y ciudades como Manizales, Bogotá, Villavicencio, Valledupar, y los departamentos del Quindío, Valle y Risaralda, con repetición en algunos de ellos por traslados institucionales. Entre todo ese trasegar policial, yo me desempeñé en varias especialidades: carabinero, policía de control (PC), policía de tránsito urbano, y mi última especialidad, de policía vial o de carreteras, por trece años, hasta mi retiro. En aquellos aconteceres de los gajes del oficio trabajando en Quimbaya como agente de tránsito, viajaba al comando de Armenia a llevar documentación. Un día de esas diligencias pasé por las calles 20 y 21 con carrera 17 donde se ubicaban los tinterillos, me acerqué a uno de los puestos donde un señor don Luis que, se notaba, era el más solicitado, pero quien para ese entonces tenía una ayudante, una muchacha de nombre Dalila, cuya labor era transcribir cartas a máquina. Recuerdo muy bien que era un viernes, yo necesitaba mandar un oficio a Villavicencio para un tema de unos permisos, porque yo era al que solían mandar a hacer diligencias


Las cartas

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oficiales. Don Luis le dijo a la muchacha, Dalila, que me colaborara, y me dispuse a entregarle lo escrito a mano. Bastante ágil hizo lo que le pidieron. Me pareció muy amable, además de inteligente y bonita. Mientras ella hacía su trabajo fui a la tienda. Ese día le traje un pandebono y un pintadito porque estaba haciendo mucho frío, y aproveché para sentarme a hablarle y conocerla un poco. Cada vez que iba a Armenia pasaba por esa calle a visitarla y llevaba variedad de frutas. A ella le gustaban mucho los mangos por el color y porque el olor le recordaba una de tantas veredas de Quimbaya donde había vivido durante la niñez con sus padres. Dalila, como yo, era de Quimbaya, aunque no nos vimos nunca en el pueblo, nos conocimos en la ciudad. Sin embargo, coincidimos con nuestras raíces campesinas. Coincidimos también en conocer al poeta Bernardo Pareja. Me contó que fue el poeta quien la había recomendado para trabajar en Armenia, con el fin de que pudiera terminar sus estudios de bachillerato. Ella le tenía mucho aprecio. Él vivía en la finca Amerindia y era vecino de su tía, que vivía al lado en la casa de los agregados, en la vereda Palermo. Dalila le ayudaba a la esposa de don Bernardo desde por la mañana en los destinos de la casa y en la tarde se quedaba por gusto leyendo libros que el poeta le prestaba. Durante las estancias de una de sus hijas, ella pudo mejorar su escritura y también aprendió a escribir a máquina. Después de muchas visitas y charlas, un día me contó que ese año cumpliría sus dieciocho primaveras. Para infortunio mío, pues para esa época –ella cumplía en diciembre– salía trasladado a otro departamento: Villavicencio, precisamente. Le prometí que a pesar de la distancia le escribiría para felicitarla y para que tuviera noticias de mí, pues ya nos habíamos acostumbrado a que, si yo no podía subir a Armenia por más de una semana, nos enviábamos cartas. La amistad epistolar que se fue


tejiendo era muy bonita y yo por lo menos abrigaba esperanzas de que pudiéramos ser algo más que amigos. Una de las cartas que recibí en Villavicencio es ésta, en la que ella me resuelve algunas preguntas que yo le había hecho personalmente y que, por sus ocupaciones, que eran estrictamente vigiladas por don Luis, no había alcanzado a responderme: Armenia, Quindío 12 de junio de 1977 Querido José La última vez que hablamos personalmente no pude responder a tantas preguntas que me hacía. Usted me preguntaba por qué terminé redactando cartas ajenas. Las cartas han sido durante mucho tiempo la única posibilidad de comunicación que mantengo con mi madre y en general con mi familia. Mi formación académica se encuentra en el momento interrumpida, y escribir cartas se ha convertido en la oportunidad de vivir en Armenia y poder retomar mis estudios en un colegio nocturno. Ya le conté que había vivido cerca de un poeta que me dejaba leer los libros de su biblioteca y me ayudaba a corregir las palabras mal escritas con sus lecciones de gramática y ortografía. Leer me ha ayudado a conocer lo que no puedo ver, imaginarme personas, lugares y situaciones que aparecen descritas en las historias que cuentan los libros. No me aburro escribiendo cartas para desconocidos, cartas por encargo, porque me puedo imaginar las personas, lugares y sentimientos que precisan ser expresados. Todos los días llegan mujeres y hombres que necesitan

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enviar una misiva a un ser amado; comunicar la muerte de un familiar cercano; solucionar un problema legal o cerrar un negocio mal hecho. Me cuentan parte de su vida, yo los escucho atentamente y trato de imaginármelo todo, como si el dolor, la felicidad, o la necesidad, las viviera en carne propia, o al menos así lo hago parecer, lo intento, sobre todo para que parezca más real. No sé si lo logro, pero la gente vuelve a mí y sigo escribiendo cartas por encargo. A veces son solo razones cortas, o cartas oficiales que se escriben en pocos minutos. No me aburro, me divierto. Creo que me entero de más cosas que las que cuentan los periódicos censurados por burócratas inescrupulosos. Me imagino también recibiendo a las personas en un confesionario como los que hay en las iglesias. La gente va a esos lugares y cuenta a los curas sus penas, sus pecados, cuentan sus más íntimos secretos, y los curas, generalmente, no hacen nada más que mandarlos a rezar. Yo quisiera estar en un confesionario para que la gente me pueda contar sin pena lo que realmente quiere que escriba. Pero como no lo puedo hacer, me toca inventar el resto, poner las palabras adecuadas, las bonitas y las feas, e imaginarme luego el rumbo de cada historia. Como sabe, aún trabajo con don Luis, el tinterillo, y vivo en una habitación de la casa que comparte con su esposa e hija. Les estoy muy agradecida por el apoyo, pero pronto me iré a vivir sola, pues pienso encontrar otro trabajo que me dé la oportunidad de ganarme unos pesos extra, aunque sin descuidar mis estudios ni dejar de escribir, que se me ha convertido en una verdadera afición. Seguiré enviando cartas para contarle los nuevos acontecimientos. Siempre suya, Dalila


De todos modos, sabía que éramos muy diferentes. Yo era un policía convencional y, aunque viajaba mucho, fui muy estable y mi propósito era conseguir la pensión y comprarme una tierra en Quimbaya. En cambio, ella era una joven muy soñadora, inteligente y con muchos propósitos a futuro y nunca hablaba de formar un hogar, establecerse, o algo así. Dalila me gustaba porque era muy sencilla y amante de la lectura como yo, porque hablábamos de las cosas que aparecían en los libros, compartíamos autores y nos identificábamos con personajes. El gusto mío por leer y escribir corre por mi sangre desde niño. En mis primeros años de escuela aprendí a leer en la Historia Sagrada, en el Catecismo del padre Gaspar Astete, en el Manual de Urbanidad de Carreño y la infaltable cartilla Alegría de leer. Y ya grande, en mi trabajo, leía de todo, empezando por el Código de Tránsito que era para mí como otra Biblia. Dalila me contaba que su mamá le había enseñado a leer con los periódicos que envolvían las cebollas y las zanahorias que llegaban cada ocho días a la finca con la remesa, siendo las secciones de caricatura y la separata literarias sus lecturas favoritas. Por eso la falta de libros en la niñez no fue problema en su juventud. Con don Bernardo Pareja pudo conocer libros y escritores que en la escuela y en el colegio no se enseñaban, sumergiéndose de esa manera en la literatura universal. Tiempo después, trabajó también en una librería, donde tuvo a su disposición los libros que se le antojaran. Además, allí tuvo la oportunidad de escuchar tertulias literarias y debates intelectuales, porque, aunque era un poco tímida a veces, los eruditos la tenían en buena estima por su espíritu inquieto y su agudeza a la hora de recomendar autores o hacer algunos breves comentarios. En esta carta me contaba lo importante que había sido su familia para ella y lo triste que se sentía de tenerla tan lejos:

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Armenia, Quindío 15 de noviembre de 1977 Querido José Me alegro mucho de que haya podido visitar a su familia y ayudar a su querida y enferma hermana en los momentos difíciles. Aprecio mucho su confianza, quiero confesarle que brotaron lágrimas de mis ojos al leer la manera como se expresa de su madre, pues en mi caso siento que me estoy alejando cada vez más de la mía. Mi madre fue mi primera maestra, con ella aprendí a leer y a escribir. Ella con un amor poco expresivo, se preocupaba por nuestro futuro, por nuestra educación y lo resolvía como podía. Recuerdo que, a mí, a la edad de 4 años, me sentaba en un taburete junto al fogón de la cocina, me entregaba hojas de periódicos sucios donde venían envueltas las hortalizas –periódicos que mi mamá sacudía antes para limpiarles la tierra–, me pedía unir letras y crear palabras, palabras que luego debía unir con otras y repetir hasta que mi mamá con su paciencia característica me dijera que estaba bien. Esto sucedió antes de entrar a la escuela en la vereda La Montaña, en Quimbaya, seguro usted la debe conocer. Era una escuela rústica y sencilla, con un patio de juegos grande y con un traspatio más grande todavía, que disfruté mucho porque había un árbol de mango donde venían a comer las ardillas. No vivíamos muy cerca de la escuela. Mis hermanas y yo caminábamos casi una hora para llegar hasta allá, por caminos que surcaban cafetales, plataneras y guaduales. También se podía ver un río pequeño en el que antojaba


chapucear. Mi padre nos tenía prohibido bajar hasta el río, y sobre todo cruzar el puente. Con los años entendí que mi padre quería protegernos, no del quebradizo puente, ni de la profundidad del río, ni de la creciente corriente; nos quería proteger de la maldad humana. En esos caminos habían ocurrido algunos acontecimientos dolorosos y particularmente violentos, que aun para campesinos rudos como mi padre eran difíciles de olvidar. Estuve a punto de dejar la escuela en muchas ocasiones, pues mis padres como campesinos andariegos se desplazaban regularmente a otras fincas y regiones en temporadas de cosecha. Cuando terminé la primaria en una de las escuelas del pueblo, mis papás se mudaron a una vereda, y una profesora que se llamaba Mery y que vivía en Manizales, le ofreció a mi mamá llevarme a vivir con ella para iniciar mis estudios de bachillerato. Mi mamá, con mucho recelo, aceptó con la condición de que siempre mantuviéramos la comunicación con ella a través de cartas y de llevarme donde estuviera mi familia en época de vacaciones. Desde entonces, tuve que separarme de mi familia para poder continuar con mis estudios y mi proyecto de seguir educándome. Fueron años duros lejos de casa, siempre quise volver con ellos, aunque no puedo negar que vivir y estudiar en la ciudad me abrió las puertas al mundo, ofreciéndome un futuro distinto, un futuro que adoleció del calor del hogar, y que su carta me hizo rememorar con nostalgia. Espero de nuevo sus cartas, con el deseo de sentirlo cerca. Siempre suya, Dalila

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Yo me quedé en Villavicencio un tiempo largo, y a pesar de la ineficiencia de los correos nacionales, seguimos enviándonos las cartas. En una de sus últimas misivas me escribió que cambiaría de trabajo, se pasaría a una librería cerca al centro en Armenia. Yo volví al año y medio, pero ya no la encontré. No tengo fotos de Dalila, porque a ella no le gustaban las fotos. Alguna vez me mostró una foto familiar, solo esa. Me gustaría recordarla con fotos… Con el tiempo, y más si uno no vuelve a ver a las personas, se le van olvidando los rostros. Estas cartas son muy especiales, debe ser por eso que las tenía bien guardadas. Ella escribía muy bien, desde mi humilde opinión. Una cosa era leerla cuando me quería contar algo normal que le estaba ocurriendo; otra cosa era leerla cuando de pronto estaba triste o se sentía sola, porque ella estaba muy sola, no únicamente en Armenia, sino en general, su familia siempre estuvo lejos y ella se tuvo que defender haciendo un poco de todo. Ella escribía poesía y para mí era muy diferente a lo que algunas mujeres que yo había conocido escribían, porque no podemos olvidar que era otra época, que había otras costumbres. Las mujeres estaban confinadas a los oficios de la casa y a los hijos, sobre todo si eran mujeres del campo, porque las que tenían la oportunidad de volverse normalistas para hacerse maestras eran muy poquitas. Yo pienso que ella era distinta, tal vez, porque había vivido en la ciudad y estuvo rodeada de gente instruida y estudiada. Antes de volver de Villavicencio, recibí una de las cartas donde creo que se expresa mejor su manera de escribir y que en particular es una de las más personales y tristes:


Armenia, Quindío 07 de febrero de 1978 Querido José Aquí las aguas permanecen en calma, como siempre. No cambian mucho los paisajes. Este deambular entre gentes y lugares desconocidos se me hacen cada vez más necesarios. Perderme será, quizás, la única manera de encontrarme a mí misma. Y de olvidarme, después, para no terminar convirtiéndome en una esclava del ego, en una versión petrificada de mi propia historia. A veces me preocupa tanta ausencia, mi aislamiento voluntario de este mundo, pero, ¿qué puedo hacer? A veces olvido...casi siempre. Acepto que es tan importante estar con otros como hundirse en la subjetividad misma. Mi familia cree que soy distante, errabunda, que evito el encuentro y las pocas veces que les visito es como si estuviera en otra parte, con la mirada perdida. Pero es inevitable, no logro conectar mi condición vital con ellos o casi con nadie. Miro las fotos que encuadran nuestros encuentros y solo logro verme como un montón de carne, huesos y pelo que está entre ellos, pero mi ser está en las profundidades interiores, huyendo de mi cuerpo. Las fotografías son pálidos recuerdos congelados por la luz. Pero lo que soy, el ser mismo, no está allí. Así el histrionismo del cuerpo crea reflejarlos, los pensamientos son solo un espejo de recuerdos que no muestra la unidad de mis oscuras emociones, de mis absurdas neuronas metafísicas, de mis rebeldes interrogantes y respuestas. Solo las letras recrean los movimientos incorpóreos que no entiendo…

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Es raro, pero creo que por esa razón no me gustan las fotos. Porque nunca logro verme a mí misma reflejada en ellas. No puedo aceptar que la mujer que posa ahí junto a un montón de extraños-conocidos responda al nombre de Dalila. Siempre suya, Dalila Leer estas cartas me produce sentimientos encontrados. Me alegra mucho leerlas, ya las había olvidado, han pasado muchos años, para mí son como una reliquia. También me dan nostalgia, en especial esta última. Creo que Dalila estaba bastante sola, no la pude acompañar lo suficiente, sobre todo, es sus momentos más difíciles. Ahora bien, uno como hombre es muy orgulloso y cuando volví al Quindío y no la encontré, me desilusioné. No la busqué, ella me había dejado claro que sólo éramos amigos y para uno eso es un golpe al ego muy duro. Yo sí la quería. Nunca volví a saber de Dalila. Cada cual siguió su camino. Espero que le haya ido bien en la vida. Yo seguí trabajando y viajando hasta jubilarme. Me casé, tuve una casa, hijos y nietos. Vivo contento. Seguí leyendo y escribiendo mis historias. Algunas hasta me las han publicado en un periódico local , porque cuentan anécdotas del pueblo y de su pasado que a la gente le gusta recordar. Recordar es vivir, eso dicen, y es bien cierto. Y si no creen, vean todo lo que me hicieron recordar estas cartas. Por eso, muchas gracias.


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José Huber Salazar Ocampo Nació en Quimbaya, el 21 de enero de 1942, en inmediaciones de la carrilera por donde pasaba el antiguo tren, en el lugar conocido como ‘el puente de la máquina’. Nieto de arrieros, vivió su niñez como campesino, cursando sus estudios prima¬rios en la vereda La Cima, escuela de El Porvenir. Más tarde vivió con su familia en El Silencio, vereda Mesa Baja. En su juventud trabajó como caficultor y se trasladó a la ciudad de Medellín, donde laboró en algunas de las primeras industrias fabriles. Posteriormente ingresó a las filas de la Policía Nacional apro¬vechando una campaña de reclutamiento en el departamento de Caldas. En esa institución permaneció hasta el momento de su jubilación en 1987, perteneciendo a la división de Tránsito y Transporte. Siempre tuvo la escritura como una de sus pasiones, pero sólo se decidió a publicar con la fundación del periódico Diálogos de aquí, medio local en el que colaboró con la columna Pasado y presente, publicada de manera ininterrumpida entre 2004 y 2012, y en la que don Huber Salazar amenizaba a los lectores con anécdotas y reminiscencias de la Quimbaya del siglo pasado.



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JUGANDO A LA MAESTRA

Pilar Pareja Martínez [Transcripción]

Yo estudié en la escuela de la vereda hasta segundo de primaria, porque no había sino primero y segundo en la escuelita de Palermo. Mi papá donó ese terreno y se construyó la escuela. En ese momento la profesora que venía de Manizales y vivía ahí en la escuela, se llamaba doña Eladia, no recuerdo el apellido. La escuela tenía un aula y al otro lado un espacio de vivienda, dos cuartos y una cocineta. La gente de la vereda la fue construyendo de a poco. Entre todos empezaron a hacer rifas, mingas y eventos para recoger fondos y terminar de construir la escuela. Yo fui a estudiar desde tercero a Montenegro. Como éramos tan pequeñitas, mis hermanas y yo -en esa época una entraba muy pequeñita a estudiar- era muy complejo para mandarnos solas a estudiar a la escuela de Quimbaya. Mi mamá hubiera tenido que madrugar para llevarnos y volver a traernos en la tarde. Por eso yo hice desde tercero de primaria y todo el bachillerato en Montenegro. Mi mamá iba por nosotras cada fin de semana, por Julia mi hermana y por mí, a la casa de mi tía, una hermana de ella, María Cristina. Le decían Maruja Martínez. Ella vivía en el pueblo, pueblo.


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Un fin de semana, al volver a Amerindia, me encontré con una muchacha casi de la misma edad mía que estaba, según supe, ayudando a mi mamá en los oficios de la casa. Se llamaba Dalila y cuando la conocí yo estaba terminando once, ya tenía como 16 años, y ella tenía como 14 y acababa de terminar octavo en Manizales. Resultó que había venido a vivir en la finca de aquí, en Amerindia, en la casa de los agregados. Ella era sobrina de doña Celina y de don Arturo. No había terminado el colegio porque su familia se trasladaba constantemente, por lo que pasaba a quedarse con otras personas para poder continuar sus estudios. Dalila sí estudió la primaria aquí en Quimbaya. Vivía en la vereda La Montaña y ya terminando la primaria subía a estudiar al pueblo. Estudió en varias escuelas, porque los papás se movían mucho de vereda, de pueblo, de hecho, de departamento, buscando la cosecha. Ella a fuerza de lidia terminó la primaria, pero estaba a punto de quedarse sin estudiar el bachillerato y alguna vez me contó que la profesora le ofreció a la mamá llevársela y darle estudio, porque Dalila tuvo años que no estudió, igual que sus hermanas, por eso tenía 14 años y estaba apenas en octavo. La profesora le prometió a la mamá que la traería frecuentemente y que la mantendría al tanto escribiéndole. Hasta que murió el abuelo y Dalila tuvo que devolverse para Quimbaya.


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Casa de los agregados en Amerindia, donde vivió Dalila Fotos tomadas y cedidas por Pilar Pareja Martínez


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Dalila también tenía varias hermanas y pues para los papás era una ayuda que le dieran estudio a una de sus hijas. Eso era muy común en esa época, familiares, los compadres o comadres, vecinos o profesoras, en este caso, se hacían cargo de la educación de niños y niñas mientras pudieran. Yo venía cada ocho días y el juego de cada ocho días era “la maestra”. Yo estaba un poco grande, pero a mí no me molestaba jugar a la maestra, de hecho, a muchos de los niños amigos de aquí de la vereda, los Ibarra, a Martha, Lucy, Malva, Mery, Gallo y por supuesto a Dalila, yo les enseñaba, pero ya no les gustaba jugar conmigo porque yo me lo tomaba muy en serio. Yo era la maestra y ellos tenían que quedarse quietos hasta el descanso y yo les enseñaba varias horas, entonces ya no se amañaban. Dalila era más bien tímida al principio, ella vivió mucho tiempo en casa ajena, conoció la ciudad, estudió allá, pero seguía siendo muy introvertida.


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De izquierda a derecha: Claudia Pareja Martínez, Dalila Jaramillo, Pilara Pareja Martínez Recorte de periódico (sf), archivo personal de Pilar Pareja


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Claudia, mi hermana, que es dos años menor que yo, ella siempre estuvo acá, ella sí pudo estudiar aquí en la escuelita y parte del bachillerato en el pueblo. Como Claudia iba a estudiar en las mañanas, y ninguna de nosotras se quedaba aquí, Dalila le colaboraba en los oficios a mi mamá, ayudando entre la casa de los agregados y mi casa. En las tardes, Dalila se entretenía aquí leyendo, repasando cosas que yo le compartía de mis tareas, literal, como si yo fuera la profesora. Dalila y yo éramos más afines porque las dos habíamos vivido por fuera de la casa materna mucho tiempo. Claudia, mi hermana, a pesar de estar aquí en Quimbaya y viéndose más en semana con Dalila, era menos amigable, porque era muy consentida. Claudia no era tan extrovertida y tenía un gravísimo problema y es que era muy apegada a mi mamá, su mundo era mi mamá y no tenía tanta facilidad de hacer amiguitas por estar con ella. Dalila leía en las tardes y a veces se arrimaba donde Bernardo, y él, siendo tan quisquilloso, le prestaba libros y le conversaba y le ayudaba con cosas que ella le preguntaba. Ella le preguntaba por un poeta que él escuchaba declamar, Dalila se aprendió todos los poemas y declamaba muy bien, eran unos poemas del poeta Jorge Zalamea Borda en unos discos que ponía Bernardo, en las tertulias. En la finca eran muy comunes las visitas de amigos de mi papá, algunos escritores, otros no. En las tardes, mi papá recibía a sus amigos y a veces les entraba la noche en tertulias interminables. Un frecuente visitante y huésped era el escritor y poeta Iván Cocherín . Él podía llegar una tarde e irse dos semanas después. Hacían unas tertulias absolutamente maravillosas y a cualquier hora del día, porque a ellos no les importaba, venían todos sus amigos de Pereira, entre ellos un pintor famoso, Rubén Jaramillo, que yo recuerde. De hecho, hay varios cuadros de él acá en la casa, esta acuarela que hay allá del rostro de Bernardo,


es de Rubén Jaramillo y un cuadro que hay en la biblioteca de la India Soratama es de Rubén Jaramillo. Ellos fueron muy amigos y venían con mucha frecuencia, se emborrachaban aquí o en cualquier parte, no importaba, generalmente se estaban todo el día, básicamente como en época de diciembre. Se reunían con Bernardo, él tenía un horno de barro. Hacían unas cosas maravillosas en ese horno, mi mamá era la encargada de hacer todos los preparativos antes de un gran asado. Mataban chivo o mataban guagua o mataban conejo, lo que quisieran y todo era hecho en ese horno. Yo recuerdo esto porque yo venía de vacaciones en esa época de diciembre. Cuando venía de Montenegro y mi papá tenía esas visitas, Dalila y yo aprovechábamos para parar oreja a los temas de los que hablaban, pero siendo muy discretas. Cuando Cocherín venía era básicamente el mundo Bernardo-Cocherín. No entrábamos nosotras. Si mucho, el único momento que teníamos para conversar y eso, era el momento cuando nos sentábamos a comer, o a la hora del desayuno o a la hora del almuerzo que estábamos todos juntos, porque de resto era Cocherín y Bernardo quienes interactuaban.

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Máquina de escribir de Bernardo Pareja Foto: Pilar Pareja Martínez - archivo personal

Mi papá no es que dejara coger la máquina de escribir, a él realmente no le gustaba mucho que otra persona la usara, pero yo sí hacía mis trabajos para el colegio en ella. Y con Dalila a veces cogíamos la máquina cuando él estaba ocupado con otros quehaceres, pero a escondidas. Él era bastante quisquilloso con todo lo suyo. De hecho, no se podía limpiar el escritorio que usaba, porque él escribía en cualquier pedacito de papel o servilleta y colocaba lo escrito


debajo de otra cantidad de cosas, él sabía dónde estaban sus apuntes; entonces si una se iba a limpiar corría el riesgo de botar algo para él importante, y eso era gravísimo. De manera que una medio sacudía por encima. Sin embargo, en esa máquina yo le enseñé a escribir a Dalila, cuando estábamos solas, o cuando yo estaba haciendo mis trabajos para el colegio. Ella se entusiasmaba mucho y se veía a futuro como una escritora, pero como no había terminado el colegio, se frustraba un poco, entonces yo la animaba y la ponía a escribir mis tareas y le dejaba tareas en la semana para que no perdiera el impulso de leer, sobre todo. Mi papá fue el que la recomendó con un tinterillo para que se fuera a vivir a Armenia y pudiera estudiar, aunque fuera en la nocturna, y terminar el bachillerato. Dalila ya tenía quince años y Bernardo le daba como pesar que ella se quedara sin estudio, porque el deseo de superación de Dalila era impresionante. Mi papá también pudo ver lo curiosa e inteligente que era y notó que escribía muy bien. Escribió todas las cartas que quiso para la mamá. Él tenía un conocido en Armenia, don Luis, que era tinterillo, entonces con él le ayudó a conseguir trabajo a Dalila, además porque ya nosotras estábamos terminando el colegio y nos veníamos para la finca, así que ella ya no tenía mucho en qué ayudar aquí. Su tía estaba un poco enferma y las niñas más pequeñas de ella ya estaban creciendo y la responsabilidad ya era mayor. Dalila alcanzó a vivir aquí en la casa de los agregados con la tía como dos años. Pero después que se fue para Armenia, no venía mucho a la finca. Es que a la pobre no le quedaba mucho tiempo, y para venir de Armenia a Quimbaya uno siempre se demoraba mucho; en ese entonces se hacía la ruta por la carretera vieja. Si venía, tenía que quedarse y madrugar al otro día. Lo que sí hizo siempre fue mandarnos cartas a la tía y a mí.

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Un día en una carta me contó que había terminado el bachillerato. Hizo dos años en uno en un colegio nocturno y estaba trabajando en una librería. Las cartas llegaban al almacén La Cigarra en Quimbaya y a Bernardo se las empacaban con la prensa, cada ocho días. Yo le seguía ayudando en los estudios y le corregía a veces lo que escribía, porque yo para ese entonces era corresponsal del periódico La Patria de Manizales en Montenegro. Cocherín era columnista de La Patria y mi papá también escribía en ese periódico.

Foto del carnet de Pilar Pareja Fotos: Pilar Pareja Martínez - archivo personal


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Foto del carnet de Bernardo Pareja Fotos: Pilar Pareja Martínez - archivo personal

Un día Bernardo me llevó a Armenia y yo me quedé en la librería con Dalila. Eso fue uno de esos martes que él tenía sagrados para reunirse con la poeta quindiana Carmelina Soto. Carmelina y Bernardo se amaron, de hecho, tenían una cita impajaritable todos los martes en Armenia en el apartamento de Carmelina. Habían pasado por ahí cuatro años desde que Dalila salió de aquí de la finca, ya tenía una vida, un trabajo que le gustaba y conocía a más gente. En esa época era un poco menos introvertida. En una ocasión mi papá me contó que había visitado a Dalila en la librería junto con Cocherín, y terminaron en una tertulia en la casa de un amigo en Armenia. También estaba Carmelina y seguro otros intelectuales.


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Mi papá la invitó a un reconocimiento que le harían a él en Manizales y Cocherín le dijo que se podía quedar en la casa de él su esposa Mery en Chipre. Fue un evento de reconocimiento a Bernardo y a doce poetas más, denominado el grupo Las trece pipas, no recuerdo en qué año, porque fueron muchos los reconocimientos que a mi papá le hicieron a lo largo de su trayectoria como escritor. Y aunque él era tímido para esas cosas y decía: “de los homenajes líbrame señor”, la verdad es que le encantaban. Cuando Bernardo tenía que ir a Manizales a un evento de esos, era tétrico, porque él tenía que estar en Manizales a las ocho de la mañana, por ejemplo: entonces se levantaba a la una de la mañana, porque él siempre fue nervioso en ese sentido, que lo fuera a dejar el bus, que fuera a llegar tarde. Mi papá usaba casi siempre el mismo estilo de zapatos, pero de diferente color: negro, azul oscuro, y de pronto café.


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Reconocimiento a Las Trece Pipas Foto: Archivo privado de Bernardo Pareja


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Reconocimiento a Las Trece Pipas Foto: Archivo privado de Bernardo Pareja


En ese momento, a la una de la mañana no había quien prendiera la planta, porque era una planta de encendido manual; se alumbraba con vela o con una lámpara o con la linterna. Entonces él se vestía y se podía quedar listo horas esperando que fueran las 4 de la mañana y que pasara el bus, para irse para Manizales. Hay una anécdota muy cómica que Dalila me relata en una carta después: Dalila va a Manizales para ver a Bernardo porque ella le tiene un gran aprecio y agradecimiento. Ella me cuenta que después de terminado el evento se van para la casa de Cocherín en Chipre, y allá con Mery que es la esposa de Cocherín y sus hijos, están sentados conversando y hablando sobre el evento, cuando de pronto Dalila mira a Mery y las dos no pueden musitar palabra porque no paran de reír y solo señalan al piso por donde está sentado mi papá, todos las miran y se preguntan: ¿y a estás dos qué les pasa? Es que se dan cuenta que mi papá tiene un zapato de un color y otro de otro color, y todo el mundo comienza a reír y ni Cocherín ni mi papá se dan por enterados, porque eran igual de elevados, y para ellos eso no tenía ninguna importancia.

Iván Cocherìn y Bernardo pareja junto a otros escritores grecocaldeseces en el Primer Encuentro nacional por la literatura en Ibagué. 1980 Fotos: Pilar Pareja - Archivo personal

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Iván Cocherín era de Marmato. Un tiempo después él le contó a Bernardo que había invitado a Dalila a declamar en el lanzamiento de la casa de la cultura de Marmato, y allí fue uno de los primeros espacios públicos donde Dalila debutó como poeta. Al parecer Dalila también escribió para La Patria en Manizales, porque ella se radicó allá. Buscando las cartas de Dalila, que nunca encontré, me topé con varias cartas de Iván Cocherín a Bernardo Pareja. Ellos tenían una bonita amistad. Dalila podría, seguramente, dar fe de que fue así, porque la vivió de cerca y de alguna manera se nutrió de ella. Bernardo y Cocherín, escritores y poetas de provincia, ávidos lectores, le permitieron descubrir un mundo diferente y la enamoraron de la literatura, como lo hicieron conmigo y después con otras personas. Cocherín era andariego y muy conocido por escritores, políticos y medios de comunicación de Caldas, principalmente. Bernardo se movía en medio de la literatura y la música de la región. Estar cerca de ellos, en especial de Bernardo a temprana edad, fue estimulante para Dalila y para otros muchachos y muchachas de Quimbaya que en diferentes épocas y en vida de mi papá, se leyeron sus poemas y vinieron muchas veces a conversar con él, seguro con el fin de aclarar sus dudas. Él siempre los recibió. Un día le dije a Bernardo que debíamos hacer una especie de glosario para esas palabras tan difíciles de entender para algunos lectores que, o se acercaban a sus textos con recelo, o se alejaban completamente de ellos. Él al principio se negó, pero un día me dijo que sí. Antes de que mi papá muriera, empecé a hacer ese trabajo con él. Gracias a esta sacudida de memoria, recordé que no lo terminamos pero que vale mucho la pena continuar con esa tarea.


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Pilar Pareja Martínez La segunda en nacer de tres hijas de Bernardo Pareja y Julia Martínez. En palabras de Pilar, su padre y su madre fueron seres maravillosos que, entre otras cosas, enseñaron a sus hijas la importancia de desarrollar la vida bajo los principios de la ética, la justicia, la solidaridad, la autonomía, el amor por el campo y el respeto profundo por todos los seres vivos. Pilar es ingeniera civil de la universidad del Quindío. Durante un buen número de años, se dedicó a construir obras de ingeniería y hoy día es muy feliz construyendo al lado de su familia un terruño amable con el entorno, donde disfruta de los sabores, aromas, colores y sonidos que solo el campo puede brindar.



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ESCENAS DE LA INFANCIA

Susana Henao [Relato escrito]

Cuando yo tenía nueve años, tal vez diez, vivíamos junto al cuartel del Cuerpo de Bomberos de Quimbaya. Era la última calle del pueblo. Si uno caminaba dos cuadras al fondo de la plaza de mercado, hoy el palacio municipal, encontraba un broche de guadua que marcaba el comienzo del mundo prohibido, el mundo del potrero y de la finca, un lugar casi mítico donde se vivía con reglas diferentes que desde el pueblo no se podían descifrar. La calle era de tierra, pero se dejaba barrer con escoba de iraca y entonces se convertía en el escenario de juego de una cantidad increíble de muchachitos que trepábamos donde fuera, hacíamos el mandado que fuera, metíamos las narices donde fuera. De cada casa surgían tres o cuatro chicos y chicas, para ir armando la pandilla. La primera en salir de mi casa era mi hermana Lucy que llegaba decidida a poner algunos de los otros niños a trabajar para ella, y de las casas vecinas salían los dueños de la caja de tapas y aparecían los dueños de las bolas y las dueñas de las muñecas y las cocinitas. Mi hermano y yo éramos los señores de las revistas de historietas y yo la flamante propietaria de un negocio clandestino donde vendía o cambiaba cuentos de hadas en formato miniatura por mercancía interesante para proyectos de jardinería, de decoración o de adecuación multifuncional. No recuerdo la mirada de los adultos sobre nosotros.


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Nos advertían de los peligros, pero sabían que veníamos a la calle a tratar de cumplir sueños: Fabricar una máquina de cartón, tablas y cabuya para rodar sobre ella falda abajo hasta la orilla de la quebrada; traspasar el portal de guadua para ir por naranjas y guayabas con el fin de tener algo para conseguir amigos; o como el de mis hermanos y yo que montábamos todos los viernes un tablado y organizábamos una velada que iba cobrando fama entre los niños de otras calles. Se pagaban cinco centavos por entrar. Imagínese, cinco centavos en los 60´s no era una cantidad despreciable y teníamos responsabilidad para querer ofrecer un espectáculo de cinco la entrada. Fonomímica, dramatizaciones, caracterizaciones de personajes, concurso de belleza y canto. Los niños se iban felices. Algunos vecinitos vendían chancancarina o minisicuís a los asistentes y al final de la tarde otra vez los taburetes para adentro antes de que alguna abuela pegara un grito, telón adentro para que mamá no reclamara la sábana, y la calle volvía a estar despejada. Un día después de una de nuestras veladas vi a una pequeña chica que parecía muy cómoda en la cuadra a pesar de no pertenecer ahí. Había venido de vacaciones mientras sus padres y los hermanos mayores se iban detrás del sueño de una cosecha de café en una hacienda en Calarcá. La niña se llamaba Dalila Jaramillo y tenía unos ocho años, pero se nos acercó como si tuviera más edad. Dijo que le gustaría actuar en la siguiente función, que podía hacer el número de la declamación. Le pregunté si recitaba a Pombo o si le gustaban los poemas religiosos. Dijo que lo que fuera, lo que le pidieran, pero que le gustaba recitar poemas como el de Reír llorando o los del Indio Rómulo. Mi hermano y yo la pusimos a declamar y quedamos sorprendidos. No se le olvidaban los versos ni le quedaban grandes las palabras por difíciles que fueran. Apenas si se notaba una leve alteración cuando pronunciaba la “r”, pero la verdad es que cada


verso le salía del alma con gracia, como si entendiera esos sentimientos de la gente grande. La aceptamos y le prometimos que tendría algo de las entradas. Los premios para los ganadores de los concursos los recogíamos en las tiendas del pueblo porque a la gente le gustaba colaborar, comprar rifas y cosas así, pero además en cada función recogíamos ochenta o noventa centavos, a veces más, y los repartíamos entre los artistas y nosotros los organizadores. Yo sé que no fue por los centavos que Dalila nos acompañó durante tres meses sin falta. Fue por los aplausos y la emoción de los niños porque a nadie dejaba de maravillarle que siendo tan niña tuviera ese talento para la poesía. Como en junio se fue toda su familia de nuestro vecindario. La extrañé porque también yo leía poesía y recopilaba canciones en un precioso cuaderno de ojaletes que soñaba hacer crecer hasta quinientas páginas, pero casi ningún chico de la cuadra compartía la lectura conmigo. No la volví a ver ni supe nada de ella hasta mucho tiempo después, cuando el indio Damelines, yerno del poeta Pareja me la presentó. El indio le dijo, “Mira te presento a Susana Henao, escritora quimbayuna” “Dalila es declamadora y escribe poesía” -Te hiciste poeta. Te recuerdo con toda claridad. Eras la pequeña declamadora de las veladas. ¿Cómo has estado? Ella vestía a la moda de los 80, falda larga, mochila, peinado suelto, botas estilo militar, pero a pesar de ellas lucía como toda una intelectual. -Te ves muy bien -le dije Conversamos la tarde entera y me contó de sus sueños de publicar. Yo le conté mi experiencia con esa primera novela que escribí y acababa de ganar un premio y que tal vez pronto iba a

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ver la luz. Ese había sido el motivo del mote de escritora que usó el indio cuando hizo las presentaciones. -Sí, lo de los concursos está bien, pero no sé, intento irme a Roma, mejor. Creo que la poesía respira más cómodamente allá donde los editores tienen fe en la gente joven. Por lo que puedo recordar, ese día contó que le habían publicado varios poemas en el periódico La Patria y había estado en algunos recitales en Manizales, Marmato y Armenia. Aquella tarde nos leyó unos cuantos poemas cuando ya teníamos algunas cervezas entre pecho y espalda, con lo que se daba valor para leer. Su poesía era melancólica. No creo que su vuelo poético fuera muy alto, pues todavía debía pulir la expresión, ¿cómo decir? Hacerla un poco menos prosaica. No estoy muy segura de mi opinión. Sin embargo, también opino que cada verso de Dalila dejaba ver un alma sensible, preocupada por el mundo íntimo, pero preocupada también por el mundo social. Terminamos cantando en mi casa canciones del festival de San Remo (dizque para practicar el italiano de Dalila) y leímos algo de León de Greiff que hasta ese momento era mi poeta colombiano favorito. Estuvo feliz todo el tiempo y prometió escribirme desde Roma, aunque nunca lo hizo. El indio se la llevó a su casa y no volví a ver a ninguno de los dos. Últimamente, el nombre de ella salió a relucir en varias tertulias literarias en las que la mencionaron como una de las grandes ausentes de la vida cultural del Quindío. Contaba con una publicación propia cuyo título no recuerdo y participación en dos notables antologías de mujeres poetas, que, a pesar de ser buenas, no han trascendido al público lector. Pero eso no es raro. Raro sería que hubiese bombos para celebrar la escritura femenina, pues en un mundo patriarcal como este que hemos tenido desde el comienzo de la Historia, la voz de las mujeres ha


sido apenas un murmullo. Lo peor es que a través de decretos lanzan dos o tres nombres como para acallar el resentimiento de tantas que como Dalila tuvieron el sueño de ser leídas, pero no hay crítica -es decir, críticos- que se dediquen a estudiar lo que hacen y dicen las escritoras. Bueno, pero ese no es el tema de hoy. Mi intención al compartir este recuerdo es mostrar que Dalila se merece un mejor lugar en la historia de las letras y agradezco a Nini Johana la idea de rescatar no sólo la voz, sino la vida de esta poeta, precoz en todo, hasta en su temprana muerte. La sensibilidad de sus creaciones nos sitúa ante una mujer talentosa, que supo explorar el valor de su experiencia y por tanto debe ser tenida por una digna exponente de la literatura quindiana.

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Susana Henao Nació en Quimbaya. Reside en Pereira des¬de 1971. Se graduó como Tecnóloga Química de la Universidad Tecnológica de Pereira en 1975. Es Licenciada En Filosofía y Magíster en Literatura de la misma universidad, además de Especialista en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Caldas. Fue finalista del concurso de cuento Carlos Castro Saavedra en la ciu¬dad de Medellín en 1990 y ganadora del 8º Concurso Anual de Novela ‘Aniversario de la Ciudad de Pereira’ en 1991 con la novela Los últimos hombres de Gantina Masca. Ganó también los concursos: ‘Risaralda Cultural’ para el Vol. 12 de Escritores Risaraldenses con el libro Antesala del paraíso y otros cuentos (Pereira, 1992); Colección de Escritores Pereiranos del Instituto de Cultura de Pereira con el libro Crónicas de Temis; y nuevamente el 1er puesto en el 20º Concurso Anual de Novela ‘Aniversario de la Ciudad de Pereira’ en 2004 con Crónica Satánica. Susana Henao ha sido una destacada escritora en el campo de la narrativa, particularmente en género del cuento y el relato breve. Su obra se caracteriza por abordar aspectos de género y te¬máticas femeninas a través de las cuales reflexiona sobre los roles sociales y las simbologías culturales construidas alrededor de la figura de las mujeres. Su literatura asume un carácter vanguardista frente a los cánones formales establecidos por la tradición literaria regional y nacional. Esta destacada escritora es docente de literatura y filosofía en su alma mater, donde ha llevado a cabo investigaciones que la han conducido a la publicación de artículos y textos académicos7. Actualmente investiga sobre literatura femenina, tema sobre el cual tiene un libro en proceso de edición.


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EL EXILIO DE UNA POETA

Margarita Rosa Tirado Mejía [Transcripción]

Quien me relacionó con Dalila fue Iván Cocherín*. Un día me dijo: Tú me recuerdas a tu versión campesina, yo conozco tu versión campesina en una vereda en Quimbaya, Quindío, la conocí en la casa de Bernardo Pareja. Ella también como tú, recitaba a solas poesías. No me dijo más. Yo tampoco le pregunté nada. Otro día, un tiempo después, en el año 78, no recuerdo bien, vine a Armenia un fin de semana y me vi con Iván Cocherín. Siempre que llegaba de Manizales iba al almacén de telas donde una amiga de mi mamá, que siempre le mandaba cortes y retazos. Nos dimos cita con Cocherín en el Dombey, en el centro de Armenia, un café que frecuentaba. Me invitó a la casa de José Ramírez, en la carrera 17, entre 20 y 19 por donde quedaba el almacén Don Mario, en un segundo piso. Subiendo las escaleras, Cocherín me dijo: “vamos a ir a saludar a José y a su esposa, Bernardo Pareja nos está esperando también, él me dijo que iba a venir”. Había una tertulia o una reunión de esas que a veces eran muy planeadas y a veces muy improvisadas. Allí estaba Carmelina Soto, y efectivamente estaba Bernardo Pareja junto a una joven de casi la edad mía, yo tendría como 20 años.


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Esa joven era Dalila. Ni ella ni yo hablamos en casi toda la noche, la palabra la tenían ellos. En esos contextos la palabra no era siempre permitida para las mujeres. Carmelina era la poeta, pero hasta ella tenía una manera de relacionarse un poco seca ante ellos, que eran los varones. ¡Cómo íbamos a abrir la boca Dalila y yo! Pasaron dos meses y volví a verme con Cocherín, en Chipre, Manizales, donde él vivía. Yo estaba estudiando psicología en la Coofis, Cooperativa para el fomento de la educación superior. Él como poeta se la pasaba cerca de la Universidad. Cocherín me preguntó: “¿Te acuerdas que quería que conocieras a una muchacha que recita como tú?” Le respondí: sí me acuerdo. Me dijo: “Esa noche que estábamos donde José, ella estaba ahí, pero ninguna de las dos abrió la boca para declamar”. Recuerdo que el ambiente era un poco intimidante. Yo era como la muñequita de mostrar de Cocherín: joven, recitaba poesía, estudiante de psicología. Pero absolutamente intimidada por la imagen de Carmelina. Ese día cantó José Ramírez, él era músico y compositor. Estaba algo enfermo. Hablé por primera vez con Dalila esa noche. Ella estaba buscando el baño y le mostré dónde era, ahí le pregunté con quién había llegado. Me dijo que con Bernardo Pareja. Supe que se trataba de la muchacha que declamaba y no me despegué de ella en toda la noche. Éramos las mujeres más jóvenes que estábamos allí. Conversamos como íntimas. Las dos teníamos una pasión por la poesía. Las dos escribíamos, pero no nos atrevíamos a mostrar, y queríamos publicar, aunque fuera como anónimos, porque ese mundo era un poco hostil con las mujeres. Cuando le hablé de Cocherín, me dijo que lo conoció en la casa del poeta Bernardo Pareja, que siempre le había parecido muy atento, muy preguntón, pero que le caía bien porque era el que siempre la escuchaba declamar y le hablaba del mundo de la poesía como si fuera algo alcanzable para ella. Le parecía muy


curiosa la forma de vestir de Cocherín: vestía con sombrero gris o negro, usaba pipa, traje verde limón en leche, blanco y gris, caqui, y un moño corbatín granate.

Iván Cocherin. Por: Leonardo Quijano

Le llevaba como dos años a Dalila, estaba estudiando en Manizales y ella apenas estaba introduciéndose a la ciudad y al mundo de la literatura. Sin embargo, gracias a ese primer encuentro -y a la obsesión de Cocherín que decía que éramos como dos lados de un espejo de la poesía recitada, una el espejo rural y otra el espejo citadino- comenzamos una amistad que se mantuvo mucho tiempo, a pesar de la distancia. Cuando venía a Armenia me la encontraba y en ocasiones ella viajaba a Manizales. Casi siempre nos escribíamos cartas. Cuando la conocí ella estaba haciendo el bachillerato en la nocturna en Armenia, mientras trabajaba en la Librería Universitaria.

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Alguna vez me contó que compartió correspondencia con una persona que conoció haciendo cartas por encargo. Nunca me habló de él como si le gustara. A ella no le interesaba tener nada con nadie, pero su deseo de devorarse el mundo la impulsaba a hacer amigos y a conocer personas. Él era policía. Le hablaba de los lugares que recorría gracias a su trabajo, mientras ella le describía los lugares que no conocía, pero que mencionaban en los libros que leía. En un primer poema que escribió Dalila -conservo algunos- dejaba ver heridas que a pesar del tiempo no habían cerrado. Creo que esas heridas eran tan profundas que la hacían reticente a relaciones amorosas, tal como yo: [Sin título] ...y así continuó el día hasta que… Empezará el fin. El miedo, la rabia, el hastío, provocaron la explosión. 1- El traje sobrio, perfecto para la ocasión bajo el frío de la madrugada, sin sentir pudor, sino la benévola intención del que guarda un as bajo la manga. 2- Un lugar cualquiera era preciso para el incesto una vez queriendo respiración, fingió estar ahogándose bajo su cama. 3- El tiempo que ya no quería detenerse irrumpió en su cabeza, enloqueciendo, con los recuerdos a cuestas.


4-Un libro empezó sutilmente leyendo sobre su estómago pero su desesperación hizo que se fueran cayendo las hojas. Terminando el ciclo sacó del baúl más apropiado un corta uñas que durante años estaba propuesto. El ruido sordo, el estruendo, el grito enloquecedor, el cabello enredado en las ramas. Solo quedó ella con lágrimas de satisfacción, cuando descubrió en su víctima el rostro familiar del verdugo. En el año 1979 iba a participar de la inauguración de la Casa de la cultura en Marmato, Caldas. Allí, Cocherín había invitado a Dalila a recitar poesía. Recitamos a Luis Vidales y a Nicolás Guillén, quienes estaban presentes. Recité un poema de Alfonsina Storni, Tú me quieres alba, y ella recitó un poema de Jorge Zalamea, La queja del niño negro, que se sabía de memoria, entre muchos otros, pues los escuchó muchas veces de los discos de acetato que Bernardo Pareja ponía en tardes de tertulia.

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La queja del niño negro -Las tortillas de maíz no me saben a nada, madre. Los níqueles no me sirven de nada, madre. El traje nuevo no me alegra nada, madre. Nada me sirve de nada porque soy un niño negro. -¡Pero si estás hecho de miel y leche, hijo! -¿De miel negra, madre? -¡No! De miel... -¿De leche negra, madre? -¡No! De leche... -Aprendí a leer y de nada me sirve, madre. Aprendí a escribir y de nada me sirve, madre. Aprendí a contar y de nada me sirve, madre. Nada me sirve de nada porque soy un niño negro. -¡Pero si estás hecho de carne y hueso, hijo! -¿De carne negra, madre? -¡Ay! -¿De huesos negros, madre? -¡No! De huesos... -Lo que tengo no me sirve de nada, madre. Lo que doy no me sirve de nada, madre. Lo que sueño no me sirve de nada, madre. Nada me sirve de nada porque soy un niño negro. -¡Pero si estás hecho de sangre, hijo! -¿De sangre negra, madre? -¡No! De sangre roja... Mira, como ésta... ¡Mírala! ¡Quieras o no, tienes que mirarla!


Conseguía recitales caminando el territorio y tocando puertas. Participábamos de las fiestas de los pueblos, en las plazas de Pueblo Rico, Risaralda, y Anserma, Caldas, donde ya me conocían y yo invitaba a Dalila. Generalmente en estos eventos se integraba la poesía, la pintura, la música... En una ocasión gestioné con unas mecenas en el estadero Las vegas, en Supía, para pintar mi primer mural. Era miniaturista hasta ese momento. Pasé de pintar miniaturas a pintar un mural de 20 metros de largo por 2.40 metros de altura. Ese día hubo recital de poesía y Dalila narró un poema suyo por primera vez: El grito del pueblo El grito del pueblo debe ser ondeado puesto al descubierto del velo intimidante de los imperios solapados que se oculta en discursos clientelistas, demagógicos ausentes de lógica incluyente, fingiendo libertad. Secuelas de dos partidos políticos y una sola guerra Dos colores de bandera y una sola guerra Se desangra el campo y sus trabajadores en una sola guerra Se desmoraliza al pueblo en una sola guerra Qué desolación de país, qué ausencia de patria La iglesia da la espalda y se vende al mejor postor, peor aún, se licencia para sobornar el alma en nombre de la moral y crucificar a los de abajo con la patente de la impunidad divina que, así como la justicia, está ciega.

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Los marginados de la sociedad “esos residuos sociales” que se atrincheran en sus cuatro latas de madera para no ser mordidos por la indiferencia de un estado arrogante y despreocupado, son las mismas gargantas de protesta que quieren arrinconar, desplazar y minimizar. Pero las insurrectas no callarán. Dalila trabajaba en el Quindío y se la conocía por ser ayudante de librero, un poco inquieta y lectora, pero al parecer nadie conocía su habilidad para declamar y mucho menos que había empezado un ejercicio de escritura. Ella se fue para Manizales motivada por escribir. Yo tenía más conocidos en Caldas porque me la pasaba allá, entonces la invité a que viviera conmigo. Frecuentábamos el Teatro Manizales, el Teatro de Chipre, el Café Kien, Bellas artes, y algunos espacios de la Universidad de Caldas donde nos convocaban para declamar. Juntas colaboramos en un periódico hecho en esténcil y a mano, llamado “El colador”, que no publicó más de diez números. Ella más o menos a los 20 años empezó a transformar los rasgos de su personalidad, su forma de vestir, su postura; con una apariencia andrógina, ocultando su feminidad. A pesar de que estaba motivada, fascinada por ese mundo que conocía, que le permitió involucrarse en los círculos literarios y artísticos, que para ella era un nuevo ambiente, tenía una constante insatisfacción y queja por el mundo.


[Sin título] Las calles ya son tenues también el bar lo está, por su condición de intimidad no permitida por el día y por la poca luz de sus bombillas parecidas a faroles. Un par de grupitos enardecen en diálogos competitivos de quién sabe más acerca de tal o cuál tema, al parecer sin importancia alguna. Tras el mostrador, el cantinero intercambia vinilos para la preferencia musical de sus clientes y en la esquina, que queda cerca del baño, un hombre y una mujer susurran a corta distancia el uno del otro. Estas escenas se repiten noche a noche en medio de la turbiedad del bar. Luces dialécticas estrepitan como universo inquieto un poco antes del big bag, en la punta del tabaco. Son esas noches en las que nuestros cuerpos en medio del avispero de lo insondable y de aberrantes emociones que creíamos caducas, escapan del humo del tedio, y transforman la luz de la vela en una nueva llama desordenada, que termina en el incendio de los ríos. Dejaré que mi cuerpo muera como todas las noches, para el otro día, en el día, ser un sonámbulo más…

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Dalila publicó en el diario La Patria de Manizales. Era muy ambiciosa y arriesgada. Tanto, que un día le escribió al director del diario, que había conocido en un evento social, pero él nunca le respondió. Ella, al no tener eco, decidió enviar un decálogo de escritor para la sección literaria del diario, pero con el seudónimo de Braulio Garzón: DECÁLOGO DE ESCRITOR I Es increíble cómo un verso después de muchas correcciones logra destruir un poema y mostrar un universo oscuro donde todo lo que habita allí, es fugaz. II Es sorprendentemente placentero cómo después de muchas correcciones, un verso logra ser destruido y deja ver el universo obscuro y fugaz que habitaba. III La poesía captura del ser, lo que la cámara fotográfica intenta con sus diminutos espejos figurativos. IV El primer poema terminado, es precisamente el momento justo para empezar una búsqueda tormentosamente infinita, de las imágenes poéticas, del ejercicio literario. V Si eres poeta, mujer, negra, homosexual, aborigen, extranjera y de provincia, o compaginas con una o más de una de las mencionadas características,aprende a gritar fuerte.


VII Escribir es colateral a todo… he ahí el temblor del cuerpo cuando la tinta moja el papel en conjugación con el pensamiento. VIII Las onomatopeyas son el más fiel reflejo de los gritos del ser que es incomprendido, en un poema radicalmente subjetivo. IX La poesía es una actitud frente a la vida. Existen escritores que, como poetas, son buenos jardineros. X Utiliza siempre tu voz a menos que quieras ser un poeta farsante, es fácil impostar otras voces, pero alguien en algún momento se dará cuenta.

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Página interior del diario La Patria, donde se encuentra el Decálogo del escritor, firmado por Braulio Garzón


Bogotá fue otro encuentro inspirador para Dalila. En su único viaje a la capital del país tuvo la oportunidad de conocer otras mujeres que se encontraban en búsquedas y exploraciones similares a las suyas, que se estaban haciendo las mismas preguntas a través de diversos lenguajes artísticos: la música, la poesía, la pintura, la narrativa. Pero también fue su primera ocasión de contacto con el mundo, con una metrópolis populosa y caótica, con las primeras señales de la globalización. Bogotá se le reveló a Dalila como una memoria del futuro: museos, bibliotecas, galerías, calles y lugares bohemios donde el arte, la memoria y las tertulias eran protagonistas de una modernidad intelectual y cultural para ella hasta entonces desconocida. Viajé a Roma en agosto del año 1991 y a los cuatro años Dalila se me unió en Europa. Ese viaje se había convertido en una meta inaplazable para ella. El manejo del idioma no era nada bueno en Dalila, pero ensayábamos viendo películas de Vittorio de Sica, Federico Fellini, de Paolo Passolini y cómo no enamorarse de Italia con las canciones de San Remo y No tengo edad de la bella Gigliola Cinquetti. Yo estuve en Italia más o menos doce años y recorrí gran parte de Europa en esos mismos años, luego regresé a Colombia. Dalila algunas veces viajó conmigo, pero se le dificultaban más los idiomas, entonces prefería estar en Roma. Allí no se preocupaba tanto por hacer amigos, no le importaba caminar sola la ciudad, decía que la inspiraba y que en las noches solitarias y de invierno se sentía segura. Hablaba mucho de ellas. Roma le fascinó a Dalila. Sin embargo, se sintió siempre lejos, siempre desarraigada, desenraizada, sola... siempre extraña. Tenía momentos de profunda nostalgia, o por lo menos eso dejan entrever algunos textos que conservo. Mientras vivimos juntas en Roma, ella aprovechaba cualquier excusa para quedarse sola y escribir sin parar. Hay un poema, del que me contó estaba inspirado en una noche de desvelo, de esas en las

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que solía asomarse a la ventana del edificio donde vivíamos y dejar que pasaran las horas. Dalila era una mujer profundamente observadora, se podía quedar viendo cualquier objeto insignificante y generalmente le daba trascendencia: El humo se desvanece cada vez que ya lo tengo en el estand Noche fría, no tan fría… Las luces amarillentas que penden de las paredes o volados de las casas alumbran mi objetivo, que no es otro, que ir al encuentro con un par de tragos y la bohemia situación con que puedo saciar la ansiedad nocturna. La puerta suena tras mi espalda mientras en la mitad de la callejuela percibo el suave, frágil y grisáceo hilo de humo… humo que se desprende de un cigarro casi sin empezar a fumar. Esta visión crea una profunda inquietud en mí, pues las calles de lado a lado se encuentran totalment vacías y ¿dónde está el artífice de este cigarro encendido? No debe estar muy lejos ¿Qué sucedió que lo dejó abandonado en media calle? ¿Qué ocasionó que no lo terminara? ¿Cuál es su afán, si es que lo hay? ¿Por qué desaparece como fantasma por la noche sin que su humeante tabaco esté calcinado por completo?


Saco mi cajetilla de cigarrillos y enciendo el mío, que no dejaré hasta que haya fenecido y no quede más lumbre en él. Doy pasos largos hasta la esquina donde espero ver el cuerpo callejero que lo dejó allí, pero este plano cartesiano de la urbanidad no presenta testigo alguno para mi inquietud. Dalila tenía también manifestaciones depresivas, solitarias y lunáticas, como se puede evidenciar en algunos de sus poemas: [Sin título] Han pasado muchos milenios y la evolución prometida en sus extensas teorías, no son más que papeles atestados de palabras rotas que fingen la verdad. Y nosotros aquí como mensajeros absortos, nos revolcamos en nuestra propia mierda y felices gritamos de emoción que somos la especie superior de la escala animal, cada vez más decadentes con propuestas repetidas siglo tras siglo. Y yo, como sujeto impávido esperando el aniquilamiento sutil y sucesivo de un cuerpo que no quiero, un cuerpo que es asfixiante, monótono y tortuoso, que no logro que entienda la vida.

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Cuerpo testarudo que se resiste a todos los oprobios que le genero y sigue ahí, inmutable, marmolado… sin reaccionar… Los poemas que conservo son parte de un manuscrito que me envió y que luego sería publicado en Colombia por El Áncora Editores. A Patricia y Felipe, de Áncora, los había conocido, según me contó, en el café Osiris, donde fue presentada por Pablo Correa, entonces tipógrafo de una litografía famosa de Manizales.

Publicidad en Magazine Dominical de El Espectador, mayo de 1985 Fuente: fotografía tomada por Paula Marín Colorado al ejemplar de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.


Ella me pidió que hiciera la carátula. Luego supe que el libro se publicó con otro nombre: Púrpuras angustias, me gustó más que el que tenía inicialmente, creo que se llamaba Luz de luna negra. Conservo esos recuerdos como muchas otras cosas que tengo de mi ejercicio literario y de los grandes amigos y amigas con los que me he encontrado en el mundo maravilloso del arte…

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Margarita Rosa Tirado Mejía Nació en Barranquilla el 28 de noviembre del 1957. Vivió con su familia en Medellín y Armenia. Inició su desprendimiento e independencia al ingresar al programa de Sicología en la Coofis, Cooperativa para el fomento de la educación superior en el año 1976. Poeta, artista plástica y multidisciplinar, defensora de derechos humanos y de la naturaleza, ambientalista, feminista, creadora y directora de la Reserva natural Rosa de los vientos ubicada en la vereda Boquìa en Salento, Quindío.


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LO QUE OCULTAN LAS BIBLIOTECAS

Catherine Rendón [Relato escrito]

Cuando trabajé en la Red de bibliotecas del Quindío creamos un proyecto que se llamó La ruta literaria. Este proyecto tenía dos objetivos principales: uno, que se establecieran en las bibliotecas públicas los centros literarios locales en donde los usuarios y lectores encontraran las ediciones hechas en las regiones y las publicaciones de los autores locales, y dos, que se identificaran, apropiaran y difundieran, desde las bibliotecas, los autores regionales. El proyecto tenía varias fases; iniciaba con escoger un autor o autora que el pueblo reconociera o identificara como parte de las narrativas del municipio, es decir, eran los habitantes del pueblo (docentes, gestores culturales, lectores, usuarios recurrentes en la biblioteca, estudiantes, entre otros) los que postulaban y elegían un autor o autora; luego un artista le hacía un mural-retrato en la biblioteca y con ese mural, como identificación de los autores de la región, se iniciaban proyectos de recopilación bibliográfica de ese autor primeramente y luego de los demás autores locales, además de iniciar la creación de clubes de lectura a partir de esas obras. Yo trabajé hasta la primera fase, que fue ir a los municipios, congregar a la gente en las bibliotecas, escuchar los listados de nombres que cada persona postulaba para el mural, votar, elegir el autor o autora y acompañar la realización de los murales. En toda esa primera fase me


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impactó la cantidad de autores que había y de los que no se tenía información ni libros en las bibliotecas, además que tampoco eran conocidos por las personas de otros municipios. En este proceso también me impactó la falta de mujeres autoras postuladas, por cada cinco nombres de hombres había una mujer, y cada vez que en las postulaciones relucía el nombre de alguna, ésta me suscitaba mucho interés. Tengo que decirlo con mucha tristeza y pena: cuando terminó la primera fase y se pintaron todos los murales, no hubo uno solo de alguna mujer escritora, aunque sí hubo varias mujeres que estuvieron postuladas. Ahí fue cuando escuché por primera vez, en mi visita a Quimbaya, el nombre de Dalila Jaramillo. Cuando me topaba con algún autor no conocido (fueron varios) yo trataba de buscar información sobre ellos e incluso revisaba con mucha minucia en distintos catálogos de otras bibliotecas si había libros publicados. Mi fuente casi siempre, cuando me encontraba con autores sin mucha información, era el profesor Carlos Castrillón, quien tiene casi todos los libros que se han publicado en la región de manera independiente o por autoedición y además se ha empeñado en estudiar con mucha dedicación la literatura de la región. Supongo que le pregunté por Dalila Jaramillo. La verdad, no recuerdo si él me habló de ella o fue quien me dio los poemas que luego leí; el caso es que si recuerdo conservar algunos poemas que obtuve y fue una sorpresa muy grata encontrarme con la poesía de Dalila Jaramillo, como también fue muy grato encontrarme con otras muchas autoras. De la poesía de Dalila me cautivó la fuerza de su voz. Había en ella una rabia contra el mundo, con la sociedad y las formas de entrar en ella. Y a la vez, había poemas muy íntimos, coloquiales, cercanos a la vida cotidiana de los pueblos. También tenía poemas muy comprometidos con su tiempo como ese de “El grito del pueblo”, que evidencia que no estaba


distanciada de los acontecimientos políticos del país. No sé si ella fue comprometida políticamente, es decir si militó, pero ese poema y otro que no tenía título o no lo recuerdo ahora, en medio de otros tantos que leí que tenían una carga íntima de la vida y la forma del mundo, me impactaron mucho porque pensaba en Dalila como una mujer que encontró en la poesía el medio para desatar toda su furia y dolor de mundo.

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Catherine Rendón Editora y promotora de lectura. Fue directora del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales y de la Red Departamental de Bibliotecas Públicas del Quindío, en Colombia. Ha participado en la realización de diversas ferias, festivales y proyectos de literatura y promoción de la lectura tales como: la I Feria del Libro de Armenia, el Concurso de cuento Circasia es otro cuento, el proyecto Voces de paz y libertad AIC, la creación de las colecciones literarias para la promoción de la lectura y la oralidad: Espresso Literario y Cafeto Cartonera. Ha publicado textos en la revista La Palabra y el Hombre de la Editorial de la Universidad Veracruzana, la revista iibi del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de Información de la Universidad Autónoma de México UNAM, los diarios Maremoto Maristain, El espectador, La crónica del Quindío y El Quindiano. Actualmente es editora de la revista digital Corónica.


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DALILA JARAMILLO, POETA EN PENUMBRAS

Ricardo Campos [Reseña crítica]

Supe de la existencia de Dalila Jaramillo gracias a una investigación comisionada por la Biblioteca Nacional de Colombia en el año 2010, con motivo del Bicentenario de la Independencia. El objetivo era compilar y publicar un catálogo exhaustivo de la literatura colombiana, por regiones, en una antología que tendría unos quince tomos. A mí me correspondió coordinar la curaduría del Tomo XIII, dedicado a la producción literaria del Eje Cafetero. Más allá de unas pocas referencias a obras como Risaralda, de Bernardo Arias Trujillo; Hombres trasplantados, de Jaime Buitrago; y Suenan Timbres, de Luis Vidales; mis conocimientos de la literatura del Viejo Caldas eran a todas luces exiguos, por lo que me vi en la tarea de iniciar una pesquisa más exhaustiva sobre la literatura regional de la zona cafetera, que comprende los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda. En esa tarea me ayudaron obviamente investigadores locales, cultores de las letras y académicos de las universidades públicas de los tres departamentos que componen el llamado ‘triángulo de oro del café’. Durante el proceso fueron apareciendo las figuras de algunos autores destacados como Rafael Arango Villegas, Baudilio Montoya, Carmelina Soto, Bernardo Pareja, Adel López Gómez, Otto Morales Benítez, Juan Bautista


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Jaramillo Mesa, Baudilio Montoya Botero, Luis Vidales, Elías Mejía, Eduardo Jaramillo López, Maruja Vieira White, Alonso Aristizábal Escobar, Jaime Echeverri Jaramillo, y una larga lista de autores y autoras reconocidos por el canon de la literatura regional como parte del parnaso cafetero (entre ellos varios de los llamados greco-caldenses y algunos piedracielistas). Ahora bien, no contento con esta lista representativa del patrimonio de las letras del Viejo Caldas, en el que predominaban autores de Manizales con una trayectoria más o menos amplia y reconocida, me dispuse a indagar fuentes menos conocidas con el objetivo de encontrarme algunos escritores y escritoras marginales que hubieran quedado excluidos –por razones estéticas, académicas o políticas– de este panteón de las letras cafeteras, pues quería hacer un catálogo lo más representativo e incluyente, que diera cuenta de una diversidad significativa de voces que seguramente componen el patrimonio literario del Eje Cafetero y que por lo tanto debían hacer parte de tan importante antología que terminaría en una publicación conmemorativa con motivo del Bicentenario de la República, y que además delinearía un panorama para las siguientes generaciones de escritores y escritoras regionales. No me sentía, por ende, conforme con los escasos nombres que salían a relucir en la más trivial conversación con cualquiera de los eruditos versados en la literatura del Viejo Caldas. Necesitaba que fuera un catálogo representativo, en el que cupieran distintas voces, temas, estilos y formas; y no solo los más adeptos al canon o aceptados por los convencionalismos de la academia. Creé entonces un plan de trabajo y me dispuse a recorrer archivos, rebujar en bibliotecas, desempolvar actas y conversar en los cafés de los pueblos con gentes de todos los pelambres. Fue así como empezaron a aparecer escritores por todos los rincones, especialmente poetas, abundantes donde los haya.


Surgió entonces el problema opuesto: los criterios de delimitación, el papel de la crítica literaria, cómo definir quién era y quién no un escritor o escritora digno de ese nombre y por lo tanto de formar parte de una compilación de la Biblioteca Nacional de Colombia, financiada con recursos públicos del Ministerio de Cultura. Solicité entonces el apoyo de una comisión de expertos y creamos una rúbrica de evaluación que nos permitiera adoptar unos criterios claros y coherentes para la conformación del catálogo, que no se limitaran únicamente a los conceptos reducidos que redundaban en los nombres de aquellos que habían alcanzado la fama –o los capitales sociales y culturales necesarios– para publicar. Nos basamos entonces en la calidad y representatividad de la obra; en la originalidad e innovación del estilo; en la creación de nuevas voces y la renovación de las formas; en la diversidad de los temas abordados y la pertinencia, tanto local como regional, de la escritura de los autores y autoras que nos fuimos topando en medio de las pesquisas y los desafíos a los que nos expusimos en esa especie de Arcadia en busca de las gemas ocultas de la literatura del Eje Cafetero. Dispusimos incluso buscar en las librerías de viejo que fuimos encontrando por los diferentes municipios de la zona, con el ansía de encontrar tesoros escondidos en medio de los arrumes de libros y cartapacios de segunda mano sobre los que se había ido acumulando el polvo de los años. En una desvencijada librería de Manizales nos esperaba Púrpuras angustias publicado por El Áncora Editores y firmado por la muy desconocida Dalila Jaramillo. Inmediatamente el título atrajo mi atención y compré el último ejemplar que quedaba por escasos cinco mil pesos. Esa noche, en el Hotel Escorial, mientras me solazaba de los trajines del día, comencé a recorrer las páginas del enigmático poemario. Poco a poco, a medida que avanzaba por los

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versos y remontaba las páginas, fui quedando atrapado por la potencia de una voz que parecía gritar desde el papel. Escuché la voz de una muchacha campesina, algo bucólica, convertirse en el alarido de una mujer irreverente y hasta un poco árida. Anduve las montañas agrestes de su infancia, los montes al otro lado de las cañadas, donde se ocultaban espantos y fantasmas; recorrí, con el asombro de una niña, las calles deslumbrantes de una comarca cosmopolita, de autos brillantes y señoras con abrigos de piel. Caminé también por las angustias de una joven desamparada, que sentía en sus entrañas la orfandad del mundo y se ufanaba soberbia de su soledad. Vi de cerca el hambre morderle la garganta, sentí el rechazo y al desamor quemándole la piel. Descubrí poco a poco una poeta condenada al exilio de su cuerpo, sometida al imperio de su sensibilidad. Entreví la mujer madura, huraña por las calles de un mundo viejo absolutamente nuevo para ella. Adiviné el temor en su mirada, la rabia en sus dientes apretados, el dolor en sus carnes prematuramente magulladas. Husmeé en sus letras la ilusión de un futuro promisorio, la pasión de muchas rebeldías inconclusas, los estertores del amor que sacuden el espíritu y hacen bailar a la vida una danza de locas armonías. Dalila Jaramillo, oscura poeta de Quimbaya, añejada en los barriles de roble del estilo grecocaldense, es un vino que rompe los odres viejos de las formas alambicadas, fugándose por desagües de nuevos paisajes. Su búsqueda es la de una mujer cuya imaginación sobrepasa la estrechez del terruño, el confinamiento de la vida doméstica, la palidez de la sociedad provinciana. Su poética escudriña espacios desconocidos, rompe viejos esquemas, anuncia un mundo que está por venir. Sus versos se arman con la violencia de un volcán dormido, con el caudal ancho de un río sereno, con la majestuosidad de una


montaña en silencio. Su voz es imponente y profunda, un mar en calma, fuego fatuo en las noches sigilosas. Decidí entonces, pese a la reticencia de algunos críticos y asesores, y al recelo de ciertos miembros de la academia, incluir a Dalila y a otras autoras como Margel Londoño y Carmelina Soto en la antología que estaba preparando para el Tomo XIII del Bicentenario correspondiente al capítulo del Eje Cafetero comisionado por la Biblioteca Nacional. Escogí, pues, algunos de los poemas de esta ignota escritora quindiana, haciendo la respectiva curaduría crítica para incluirlos en la compilación que sería editada por el Ministerio de Cultura en un ejemplar conmemorativo que circularía por distintas bibliotecas públicas del país, con todo el despliegue y la difusión que ameritaba una obra de estas características. Regresé a Bogotá con la satisfacción del deber cumplido e ilusionado con los resultados del trabajo que iría a exponer ante el equipo editorial encargado de la curaduría de esta ‘Biblioteca del Bicentenario’. Sin embargo, en esa reunión de concertación entre las distintas comisiones encargadas de cada uno de los tomos distribuidos por regiones, la directora de la Biblioteca Nacional nos comunicó la noticia de que el Ministerio había desistido del proyecto por falta de recursos, por lo que ya no se publicarían los quince tomos de la antología literaria, sino que la ministra publicaría unas memorias de su gestión que iría repartiendo por ciudades y municipios del país en un fastuoso tour en el que se gastaría el dinero de lo que habría podido ser una completa compilación de la literatura nacional. Devastado, regresé a mi apartamento con el consuelo de retomar la lectura de Dalila Jaramillo, que de seguro me seguiría transmitiendo algo de su rabia y desencanto –la misma rabia y el mismo desencanto que sentía en ese momento– y fue tal mi sorpresa al descubrir que me había dejado el libro en el avión que me trajo de Manizales a la fría capital de Colombia. Así

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transcurrió, en resumidas cuentas, mi caótico encuentro con esta autora de la que me alegra saber ha sido recientemente redescubierta gracias a unas cartas que, como ella, han sido por azar rescatadas del olvido y que han vuelto a traer al presente una obra a la que todavía le quedan muchas posibilidades.


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Ricardo Campos Bogotá, 1979. Crítico literario y magíster en escrituras creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Se ha desempeñado como director de la Gerencia de Literatura del Instituto Distrital de las Artes (IDARTES). Ha sido profesor de la Universidad Javeriana y de la Universidad Central. Fue curador de las colecciones de ‘Libros raros y manuscritos’ de la Biblioteca Luis Ángel Arango e investigador del Archivo General de la Nación. Actualmente se encuentra escribiendo una novela biográfica que tiene por protagonista a Hans Magnus Enzesberger, autor de El Hundimiento del Titanic.



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CARTAS A EDITORIALES COLOMBIANAS

CARTA 1 A Patricia Höher (Borrador desde Roma, 1989) Muy querida y respetada Patricia: Me tomará por impaciente, pero su ofrecimiento en el café italiano en el verano, mientras le compartía un borrador de mis poemas, me ha motivado a escribir sin parar y quisiera tomar su consejo de publicar. ¿Podría yo contar con publicar mis poemas en El Áncora Editores? Llevo ya escribiendo seis meses aquí en Roma y estoy a punto de terminar mi manuscrito. Calculo que me quedan aún dos semanas de trabajo, acaso más. Pero, de todos modos, puedo prometerle que estará listo dentro de un mes, y podrá tenerlo en su poder dentro de ese plazo, sin falta. Hasta donde yo puedo juzgar, este número de poemas no desentona en modo alguno con la tendencia de su editorial; antes, por el contrario. Algunas reflexiones, por así decirlo, están muy relacionadas con los propósitos editoriales de su empresa.


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Sobre todo, hay un poema en especial que quisiera compartirle a través de esta carta, y que le ruego muestre a su querido esposo, pues sé por la vez que nos conocimos que es él quien se encarga de escoger los escritos y hablar con los autores: Poema para reconciliarse con un seudónimo 6:18 p.m., tras haber leído unas cuantas páginas de su autor preferido pone con un ritual movimiento el separador, para mañana encontrarse nuevamente con él. El azul del día empieza a monocromatizar la visión del agónico atardecer, permitiendo que ella active su cuerpo para lo que vendrá. Su rostro pálido se fulgura con el polvo compacto que acentúa la tez sin llegar a exagerar la belleza natural que su cuerpo mortal le provee. El vestido largo que ha escogido para hoy acentúa perfectamente en ese largo trasegar de huesos y piel, de pies a cabeza. Calza sus zapatos de tacón corto que le permitirán sortear los múltiples altibajos de las calles, no sin antes haber tomado el peine tieso que le dará los movimientos que desea en su semi-ensortijado cabello, que ya en todo su conjunto le dará la personalidad que no oculta. Riega un poco de perfume sobre esa piel ajena que cree no pertenece a su ser, pero que aun así la mantiene unida a la tierra.


Ella mira a través de la ventana que la refresca. La puerta se cierra y sus pasos la conducen a algún lugar que abordará para deshidratar su cuerpo y humedecer la imaginación. Tenga Ud. la bondad de extenderle mis saludos al señor Escobar y de recibir mis mejores deseos por todo lo suyo, alma y cuerpo, negocios y familia. Como siempre afma., Dalila Jaramillo.

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CARTA 2 Al diario La Patria Señor director: (Borrador desde Manizales, 1982) Estimadísimo, Conociendo las vicisitudes que acechan a nuestro país y al ejercicio del periodismo, y que el diario ha sabido sortearlas con entereza, prudencia y tino, y que en la defensa de sus convicciones políticas no han primado jamás el sectarismo político ni las ciegas pasiones partidistas; me dirijo a usted de escritora a escritor, y le ruego muy respetuosamente que considere la posibilidad de publicar este poema que le envío. Usted es también escritor, cultiva usted las bellas letras, de modo que confío en que lo apreciará y dará su opinión ecuánime y especializada. Ya sabía yo que usted era también de una calidad personal invaluable, pero fue hasta el evento social en el mes de noviembre que tuve el gusto de conocerlo a fondo. Perdone usted le escriba para sobre decir las cualidades que vastamente se le han reconocido y que desde los comienzos de esta publicación se instauraron. Valga mencionar la gran calidad intelectual de sus colaboradores, y su respeto por los lectores. De nuevo le ruego tome en cuenta mi solicitud. Sinceramente, Dalila Jaramillo.


EPÍLOGO Dalila Jaramillo ¦¦¦ Biografía

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En estas páginas se escucha el eco de una potente voz que toma cuerpo con cada testimonio. Un cuerpo de una mujer sencilla, rural, que se deslumbra con cada calle, libro, conversación, paisaje o poema. Un cuerpo que poco a poco se va convirtiendo en mujer madura, sola, desencadenada, un poco perdida, con muchos deseos, pero sin rumbo fijo. Una poeta que no deja de asombrarse, cuya capacidad de observación y resiliencia le llevaron a moverse por mundos intrincados, a la vez que retadores; ajenos, a la vez que fraternales; áridos, a la vez que fascinantes. Dalila Jaramillo, su forma poco tradicional de ser, su pasión por la poesía y sus modestas manifestaciones de irreverencia y trasgresión, le aseguraron el tránsito por no lugares. Le acompañaron las ausencias, el olvido, lo inédito, lo marginado, lo que hace que su vida, dibujada en estas páginas, sea enigmática e inconclusa. A través de esta biografía, Dalila Jaramillo, nos invita a reflexionar sobre las experiencias de una mujer atravesada por condiciones de género, sexualidad y clase particulares. Nos incita a analizar diferentes circunstancias que hubieran posibilitado su visibilización y reconocimiento. Nos estimula a hacer un ejercicio de memoria y a poner en discusión los relatos oficiales en relación a la presencia y el valor de las mujeres escritoras. Nos promueve la necesidad de una reconstrucción y deconstrucción de la historia y una mirada crítica del ambiente literario y cultural del Quindío.

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Dalila Jaramillo. Biografía. Libro de testimonios, se terminó de escribir en mayo de 2021 en Quimbaya, Quindío. Para su composición se usó la funte Minion Pro de Robert Slimbach.


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“Últimamente, el nombre de ella salió a relucir en varias tertulias literarias en las que la mencionaron como una de las grandes ausentes de la vida cultural del Quindío”. Susana Henao “De la poesía de Dalila me cautivó la fuerza de su voz. Había en ella una rabia contra el mundo, con la sociedad y las formas de entrar en ella. Y a la vez, había poemas muy íntimos, coloquiales, cercanos a la vida cotidiana de los pueblos. También tenía poemas muy comprometidos con su tiempo”. Catherine Rendón “Dalila Jaramillo, oscura poeta de Quimbaya, añejada en los barriles de roble del estilo grecocaldense, es un vino que rompe los odres viejos de las formas alambicadas, fugándose por desagües de nuevos paisajes. Su búsqueda es la de una mujer cuya imaginación sobrepasa la estrechez del terruño, el confinamiento de la vida doméstica, la palidez de la sociedad provinciana. Su poética escudriña espacios desconocidos, rompe viejos esquemas, anuncia un mundo que está por venir. Sus versos se arman con la violencia de un volcán dormido, con el caudal ancho de un río sereno, con la majestuosidad de una montaña en silencio. Su voz es imponente y profunda, un mar en calma, fuego fatuo en las noches sigilosas”. Ricardo Campos


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