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Ricardo Campos
DALILA JARAMILLO, POETA EN PENUMBRAS
[Reseña crítica]
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Supe de la existencia de Dalila Jaramillo gracias a una investigación comisionada por la Biblioteca Nacional de Colombia en el año 2010, con motivo del Bicentenario de la Independencia. El objetivo era compilar y publicar un catálogo exhaustivo de la literatura colombiana, por regiones, en una antología que tendría unos quince tomos. A mí me correspondió coordinar la curaduría del Tomo XIII, dedicado a la producción literaria del Eje Cafetero. Más allá de unas pocas referencias a obras como Risaralda, de Bernardo Arias Trujillo; Hombres trasplantados, de Jaime Buitrago; y Suenan Timbres, de Luis Vidales; mis conocimientos de la literatura del Viejo Caldas eran a todas luces exiguos, por lo que me vi en la tarea de iniciar una pesquisa más exhaustiva sobre la literatura regional de la zona cafetera, que comprende los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda. En esa tarea me ayudaron obviamente investigadores locales, cultores de las letras y académicos de las universidades públicas de los tres departamentos que componen el llamado ‘triángulo de oro del café’. Durante el proceso fueron apareciendo las figuras de algunos autores destacados como Rafael Arango Villegas, Baudilio Montoya, Carmelina Soto, Bernardo Pareja, Adel López Gómez, Otto Morales Benítez, Juan Bautista
Dalila Jaramillo, poeta en penumbras Jaramillo Mesa, Baudilio Montoya Botero, Luis Vidales, Elías Mejía, Eduardo Jaramillo López, Maruja Vieira White, Alonso Aristizábal Escobar, Jaime Echeverri Jaramillo, y una larga lista de autores y autoras reconocidos por el canon de la literatura regional como parte del parnaso cafetero (entre ellos varios de los llamados greco-caldenses y algunos piedracielistas). Ahora bien, no contento con esta lista representativa del patrimonio de las letras del Viejo Caldas, en el que predominaban autores de Manizales con una trayectoria más o menos amplia y reconocida, me dispuse a indagar fuentes menos conocidas con el objetivo de encontrarme algunos escritores y escritoras marginales que hubieran quedado excluidos –por razones estéticas, académicas o políticas– de este panteón de las letras cafeteras, pues quería hacer un catálogo lo más representativo e incluyente, que diera cuenta de una diversidad significativa de voces que seguramente componen el patrimonio literario del Eje Cafetero y que por lo tanto debían hacer parte de tan importante antología que terminaría en una publicación conmemorativa con motivo del Bicentenario de la República, y que además delinearía un panorama para las siguientes generaciones de escritores y escritoras regionales. No me sentía, por ende, conforme con los escasos nombres que salían a relucir en la más trivial conversación con cualquiera de los eruditos versados en la literatura del Viejo Caldas. Necesitaba que fuera un catálogo representativo, en el que cupieran distintas voces, temas, estilos y formas; y no solo los más adeptos al canon o aceptados por los convencionalismos de la academia. Creé entonces un plan de trabajo y me dispuse a recorrer archivos, rebujar en bibliotecas, desempolvar actas y conversar en los cafés de los pueblos con gentes de todos los pelambres. Fue así como empezaron a aparecer escritores por todos los rincones, especialmente poetas, abundantes donde los haya.
Surgió entonces el problema opuesto: los criterios de delimitación, el papel de la crítica literaria, cómo definir quién era y quién no un escritor o escritora digno de ese nombre y por lo tanto de formar parte de una compilación de la Biblioteca Nacional de Colombia, financiada con recursos públicos del Ministerio de Cultura. Solicité entonces el apoyo de una comisión de expertos y creamos una rúbrica de evaluación que nos permitiera adoptar unos criterios claros y coherentes para la conformación del catálogo, que no se limitaran únicamente a los conceptos reducidos que redundaban en los nombres de aquellos que habían alcanzado la fama –o los capitales sociales y culturales necesarios– para publicar. Nos basamos entonces en la calidad y representatividad de la obra; en la originalidad e innovación del estilo; en la creación de nuevas voces y la renovación de las formas; en la diversidad de los temas abordados y la pertinencia, tanto local como regional, de la escritura de los autores y autoras que nos fuimos topando en medio de las pesquisas y los desafíos a los que nos expusimos en esa especie de Arcadia en busca de las gemas ocultas de la literatura del Eje Cafetero. Dispusimos incluso buscar en las librerías de viejo que fuimos encontrando por los diferentes municipios de la zona, con el ansía de encontrar tesoros escondidos en medio de los arrumes de libros y cartapacios de segunda mano sobre los que se había ido acumulando el polvo de los años. En una desvencijada librería de Manizales nos esperaba Púrpuras angustias publicado por El Áncora Editores y firmado por la muy desconocida Dalila Jaramillo. Inmediatamente el título atrajo mi atención y compré el último ejemplar que quedaba por escasos cinco mil pesos. Esa noche, en el Hotel Escorial, mientras me solazaba de los trajines del día, comencé a recorrer las páginas del enigmático poemario. Poco a poco, a medida que avanzaba por los
¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo
Dalila Jaramillo, poeta en penumbras versos y remontaba las páginas, fui quedando atrapado por la potencia de una voz que parecía gritar desde el papel. Escuché la voz de una muchacha campesina, algo bucólica, convertirse en el alarido de una mujer irreverente y hasta un poco árida. Anduve las montañas agrestes de su infancia, los montes al otro lado de las cañadas, donde se ocultaban espantos y fantasmas; recorrí, con el asombro de una niña, las calles deslumbrantes de una comarca cosmopolita, de autos brillantes y señoras con abrigos de piel. Caminé también por las angustias de una joven desamparada, que sentía en sus entrañas la orfandad del mundo y se ufanaba soberbia de su soledad. Vi de cerca el hambre morderle la garganta, sentí el rechazo y al desamor quemándole la piel. Descubrí poco a poco una poeta condenada al exilio de su cuerpo, sometida al imperio de su sensibilidad. Entreví la mujer madura, huraña por las calles de un mundo viejo absolutamente nuevo para ella. Adiviné el temor en su mirada, la rabia en sus dientes apretados, el dolor en sus carnes prematuramente magulladas. Husmeé en sus letras la ilusión de un futuro promisorio, la pasión de muchas rebeldías inconclusas, los estertores del amor que sacuden el espíritu y hacen bailar a la vida una danza de locas armonías. Dalila Jaramillo, oscura poeta de Quimbaya, añejada en los barriles de roble del estilo grecocaldense, es un vino que rompe los odres viejos de las formas alambicadas, fugándose por desagües de nuevos paisajes. Su búsqueda es la de una mujer cuya imaginación sobrepasa la estrechez del terruño, el confinamiento de la vida doméstica, la palidez de la sociedad provinciana. Su poética escudriña espacios desconocidos, rompe viejos esquemas, anuncia un mundo que está por venir. Sus versos se arman con la violencia de un volcán dormido, con el caudal ancho de un río sereno, con la majestuosidad de una
montaña en silencio. Su voz es imponente y profunda, un mar en calma, fuego fatuo en las noches sigilosas. Decidí entonces, pese a la reticencia de algunos críticos y asesores, y al recelo de ciertos miembros de la academia, incluir a Dalila y a otras autoras como Margel Londoño y Carmelina Soto en la antología que estaba preparando para el Tomo XIII del Bicentenario correspondiente al capítulo del Eje Cafetero comisionado por la Biblioteca Nacional. Escogí, pues, algunos de los poemas de esta ignota escritora quindiana, haciendo la respectiva curaduría crítica para incluirlos en la compilación que sería editada por el Ministerio de Cultura en un ejemplar conmemorativo que circularía por distintas bibliotecas públicas del país, con todo el despliegue y la difusión que ameritaba una obra de estas características. Regresé a Bogotá con la satisfacción del deber cumplido e ilusionado con los resultados del trabajo que iría a exponer ante el equipo editorial encargado de la curaduría de esta ‘Biblioteca del Bicentenario’. Sin embargo, en esa reunión de concertación entre las distintas comisiones encargadas de cada uno de los tomos distribuidos por regiones, la directora de la Biblioteca Nacional nos comunicó la noticia de que el Ministerio había desistido del proyecto por falta de recursos, por lo que ya no se publicarían los quince tomos de la antología literaria, sino que la ministra publicaría unas memorias de su gestión que iría repartiendo por ciudades y municipios del país en un fastuoso tour en el que se gastaría el dinero de lo que habría podido ser una completa compilación de la literatura nacional. Devastado, regresé a mi apartamento con el consuelo de retomar la lectura de Dalila Jaramillo, que de seguro me seguiría transmitiendo algo de su rabia y desencanto –la misma rabia y el mismo desencanto que sentía en ese momento– y fue tal mi sorpresa al descubrir que me había dejado el libro en el avión que me trajo de Manizales a la fría capital de Colombia. Así
¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo
Dalila Jaramillo, poeta en penumbras transcurrió, en resumidas cuentas, mi caótico encuentro con esta autora de la que me alegra saber ha sido recientemente redescubierta gracias a unas cartas que, como ella, han sido por azar rescatadas del olvido y que han vuelto a traer al presente una obra a la que todavía le quedan muchas posibilidades.
Ricardo Campos
Bogotá, 1979. Crítico literario y magíster en escrituras creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Se ha desempeñado como director de la Gerencia de Literatura del Instituto Distrital de las Artes (IDARTES). Ha sido profesor de la Universidad Javeriana y de la Universidad Central. Fue curador de las colecciones de ‘Libros raros y manuscritos’ de la Biblioteca Luis Ángel Arango e investigador del Archivo General de la Nación. Actualmente se encuentra escribiendo una novela biográfica que tiene por protagonista a Hans Magnus Enzesberger, autor de El Hundimiento del Titanic.
ANEXOS
¦¦¦ Biografía Dalila Jaramillo