Revista La Unidad Socialista - 10/12/2013
DEMOCRACIA:
UNA CONQUISTA DEL PUEBLO
30 AÑOS DE NUESTRA JOVEN DEMOCRACIA Para un socialista, que abreva en los orígenes históricos de los fenómenos sociales en el esfuerzo de comprenderlos y dirigir su práctica política en un sentido emancipatorio, decirle a este régimen político democracia es decirle mucho, por lo que aún le falta para serlo: empoderamiento popular; soberanía alimentaria; soberanía energética; interés público de la propiedad; eliminación de la sobrerepresentación política; defensa irrestricta del medioambiente; ingreso ciudadano universal; desmercantilización en los derechos de educación, salud, cultura, transporte y vivienda. Sin embargo, como entendemos que la democracia no es una cosa en sí, que no existe como abstracción formal en la vida histórica, sino que la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines y dentro de determinados procesos históricos, es que entendemos que estos 30 años de continuidad ininterrumpida del Estado de Derecho (salvando los ocasionales estados de sitio) y sus libertades civiles y sufragio universal sin proscripciones, son una conquista importantísima del Pueblo en un país que en su corta historia estuvo signado por oligarquías y autoritarismos cívico-
militares incluyendo el terrorismo de estado. Lejos de la estatolatría a la que debe ser crítico todo socialista consecuente, compartimos el hecho de fortalecer los resortes institucionales del Estado en pos de una mejora en las condiciones de existencia de los trabajadores. Más aún si estas instituciones hoy se presentan como una clara herramienta para poner freno a un capitalismo mundial cada vez más concentrado y por ende más fuerte, capaz así de arrebatarles la autonomía a los Estados y la soberanía a los Pueblos, armando subordinadas republiquetas plutocráticas rendidas a sus intereses. Festejamos que ese mismo andamiaje institucional, que en otros períodos fue utilizado para implantar algo muy diferentes a lo que hoy vivimos los argentinos, sea en la actualidad sinónimo de un país más independiente y soberano. No nos olvidamos que el período alfoncinista fue tibio en la recuperación de algunos resortes estatales y sucumbió a la presión de las corporaciones. El “menemato”, como lógica principal, logró construir una hegemonía política para instaurar plenamente el dominio del mercado sobre lo público, con características que grandes sectores de la sociedad
parecen haber olvidado en sus consecuencias sociales: privatizaciones, pobreza e indigencia masivas, desguace de las facultades públicas, cultura extranjerizante, aumento de la deuda externa, reprimarización de la economía y, lamentablemente, muchos etcéteras más. El colapso social al que llevó el modelo neoliberal, muy bien representado en la fenomenal crisis del 2001 y la huída del claudicante presidente De La Rúa, no fue sin embargo su propio colapso, como el posterior advenimiento a la presidencia del mafioso Eduardo Duhalde lo certifica. No somos tan ingenuos para no darnos cuenta que fue una determinada voluntad política la que, entroncada en un particular elenco de funcionarios políticos pero con grandes fuerzas sociales a su espalda, logró restaurar el andamiaje institucional del Estado con políticas que dignifican la nación y generan soberanía, bregando por los derechos humanos, la inclusión social, la redistribución del ingreso, disciplinando a los más reaccionarios capitales nacionales y luchando contra la injerencia de los organismos multinacionales de crédito (verdaderos grilletes en los pies de los pueblos que luchan por su libertad), en el marco de una política exterior de solidaridad y coope-
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ración con los hermanos países y pueblos vecinos. Efectivamente el Kirchnerísmo ha ganado una década, pero no para sí mismo (como parecen entenderlo sus más furibundos enemigos y sus más acólitos fanáticos) sino para la democracia, entendiéndola no sólo como continuidad del Estado de Derecho como forma jurídico-institucional (ciertamente liberal), sino como un paso importante, un atajo quizás, para
aquel horizonte posible y etimológicamente certero: el autogobierno efectivo de las masas populares y su consecuente construcción de un nuevo tipo de estado. De nosotros, hombres y mujeres de izquierda, depende que los resortes estatales y públicos sigan construyendo ciudadanía y ampliando derechos, para que el movimiento político del que formamos parte coyunturalmente, y
estratégicamente, continúe por la senda de favorecer los intereses populares superando sus limitaciones de clase y sus contradicciones internas. Es decir, radicalizando la democracia, socavando las bases económicas y culturales de este orden capitalista que ya ha demostrado con creces su total desprecio hacia el Hombre.
REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA
Entrevista a Pablo Llonto.
POR FACUNDO BAÑOS
Pablo Llonto es un comprometido periodista y abogado, que durante toda su carrera se mantuvo cerca de las causas populares. Durante muchos años fue delegado sindical de los trabajadores del Grupo Clarín. En la década del ochenta, cuando el golpe militar aún estaba fresco, él fue uno de los jóvenes abogados que colaboró desinteresadamente con el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), aportando a la búsqueda de Justicia. Cumpliendo nuestro pueblo 30 años de vida democrática sin interrupciones, repasamos junto a él el derrotero de este período histórico de estabilidad institucional.
Pocos meses después de las elecciones del ’83, la ilusión que se había generado con el giro hacia la democracia viró en decepción, ¿con qué hechos lo vinculás? La cuestión social era prioritaria.
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Los sindicatos se rearmaban y, en ese marco de recuperación, había que retomar las conquistas perdidas: recuperar el tema salarial, el convenio del ’75 que había dado de baja la dictadura. Pero enseguida vino el choque y la confrontación: se reclamaba a las empresas, las empresas decían que no; se iba al Ministerio de Trabajo. Uno pensaba que, como era el Ministerio de Trabajo de la democracia, ahí se iba a estar a favor de los trabajadores y se iba a intimar a las empresas, y eso no ocurrió nunca. La CGT empezaba a convocar los primeros paros generales, que reflejaban ese fastidio. Si hacemos un paneo de los ochenta, ¿nos encontramos con un gobierno que no estuvo a la altura de las circunstancias?
Era un gobierno que pintaba para la socialdemocracia. No era la revolución pero uno esperaba que se mejorara un poco el hu-
mor de la gente con recuperación de conquistas, y no las hubo. Había un pueblo dispuesto a terminar con el tema de la deuda, a suspender esos pagos. El pueblo lo hubiese apoyado. Siempre las mismas explicaciones, que no estaban dadas las condiciones. Increíble que se dijera eso. Cuando fueron los levantamientos de Semana Santa estaban dadas las condiciones para que el pueblo apoyara y resistiera: casi todos estábamos convencidos de que los milicos no se iban a animar a tirar con el pueblo movilizado. Había una bronca juvenil muy importante. Fue una marcha atrás muy cobarde de Alfonsín, porque esa excusa de que “no había otra” carece de lógica: sí había otra, que era convocar al pueblo a Campo de Mayo. Hubieran ido centenares de miles de personas a apoyarlo, porque estaban todos dispuestos. ¿Cómo se entronca ese proceso de los primeros años de democracia en la década neo-
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liberal de los noventa?
Ya era palpable la desilusión democrática, contagiada también de otros países latinoamericanos, y eso generó que viniera un gobierno como el de Menem. En ese movimiento pendular que tienen los pueblos, se apostó a sostener la democracia pero con gente que no fuera del palo de la política porque estaba muy bastardeada: vino una década de traer empresarios y figuritas del deporte, y también algunos milicos. Se mantiene una clase política pero había de todo, un cambalache: Palito Ortega arreglando las cosas en Tucumán, Scioli que aparecía… gente que no venía de la militancia, porque el menemismo vendía que lo que servía era lo exitoso: si eran exitosos en lo suyo, lo serían en la política. Enseguida se lanzan las privatizaciones, otra derrota democrática fuerte: vengan los empresarios, llévense esto, el Estado no sirve. Tenía que ver con que la democracia de Alfonsín, en lugar de valorizar al Estado, lo había destrozado. Él tuvo la responsabilidad de haber generado una ilusión en la democracia y luego haberla evaporado. Que su gobierno haya terminado antes, con saqueos y todo eso, fue la clara demostración de que no escucharon el sentir popular. ¿Cuánto de todo aquello que se perdió pudimos recuperar en estos últimos diez años?
Se ha recuperado mucho de esa cultura democrática, se ha recuperado la valorización del Estado como herramienta de la democracia para resolver problemas, pero no es que la gran mayoría de la sociedad argentina piensa eso. Hay un sector importante que lo piensa, y entonces se da la gran discusión de final de este gobier-
no. Eso que había dicho Alfonsín durante su campaña, que con la democracia “se come, se cura y se educa”, sonaba muy lindo porque lo que quería decir era que el Estado se iba a meter a hacer todo eso: era la política lo que lo resolvía, y la política se expresa en los estados. Luego eso no sucedió, y en estos años tenemos una disputa vigente que tiene que ver con aquella idea democrática. Todavía falta inyectar democracia por mil poros. La Ley de Medios es una conquista así chiquita; falta en el tema sindical, en el tema laboral. Tantos lugares donde el kirchnerismo debe hacer eso: inyectar más participación democrática. Si hubiera un concepto clave de estos últimos diez años, ¿lo relacionás con este reverdecer de la cultura democrática?
Creo que los argentinos tenemos, como balance de estos 30, una de las culturas más democráticas del mundo, y eso no quiere decir que tengamos la democracia perfecta ni más avanzada… pero la cultura democrática predomina mucho acá. Los argentinos, por ejemplo, somos de ganar mucho la calle en relación a lo que sucede en otros países. Todavía hay sectores que se quejan, y aún esos sectores ganan la calle. Acá pasa algo, cualquier cosa, y la gente sale de sus casas. Ganar la calle es parte de la cultura democrática y la Argentina tiene ese ejercicio, maravilloso. Ese es un ejemplo. Otro, que le molesta a todo el mundo, es el de las pintadas, los afiches y los carteles: eso, en otros países, ¡horror! Acá está ganado y eso no se cede, y ojalá que no se ceda nunca. En las calles, en nuestras facultades, en todos lados. Eso que otros ven como mugre es una maravillosa conquista democráti-
ca, que quiere decir “pegá lo que quieras”. Pasa en muy pocos países, semejante nivel de libertad de expresión, con pintadas, afiches, pegatinas… de todo. Entonces, todas esas se van sumando y son expresiones de una cultura democrática muy fuerte. Hay que pulirla, hay que recontra mejorarla. Pero está.
¿Cuál será la batalla más dura de esta lucha vigente que tiene que ver con el avance democrático en favor de los pueblos? El último frente a disputar, pensando en avanzar hacia una cultura democrática, seguramente será el de los sectores de poder económico y financiero. Ahí necesitás elementos del control popular que, evidentemente, casi no existen y que -por más que el gobierno hizo algún intento tibio con el tema del control de precios, etcétera- lo tenemos que ejercitar de otra manera. Creo que será el último lugar, donde la democracia va a tener que entrar más a los codazos, imponiéndose en esos terrenos. Todavía estamos en una etapa de seguir apuntalando la conciencia democrática, que es muy importante. Antes pensábamos que eso lo hacía un partido, que crecía, engordaba, tomaba el poder y dirigía. Pero eso ya fracasó. Ahora, algunos creemos en otra etapa que es el desarrollo de la conciencia: para hacer una revolución democrática tiene que haber conciencia revolucionaria, y conciencia democrática, y esas conciencias hay que ganarlas, es decir que la gente tiene que estar convencida de que hay que arrancar conquistas democráticas. Bueno, estamos en eso.
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LAS LOCAS SIGUEN DE PIE
Encuentro con Taty Almeida.
Los periodistas Gabriel Montoya y Martín Candio reproducen para RLUS la conversación que mantuvieron con Taty Almeida, integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea fundadora, a raíz de un trabajo documental sobre testimonios de la crisis de 2001 y la década kirchnerista. Uno recuerda aquellos años, 2000 y 2001, que fueron terribles. Esos “saqueos” tremendos que hizo la gente para poder comer. Muchos otros también sacaron partido de esta situación, desvirtuando esa tremenda necesidad de trabajo, de comida. Cuando nosotras decidimos, desde ese 30 de abril de 1977, con un grupo de mujeres bajo la idea de Azucena Villaflor de Vicenti, ir para gritar por nuestros hijos, ese jueves de 2001, también fuimos a la Plaza con Laura Conte (Madre de Plaza de Mayo), el juez Hugo Cañón y Adolfo Pérez Esquivel, porque nos enteramos que estaba la policía, y no dejaban pasar. Para entrar fue tremendo. Hicimos la ronda, pero por el ambiente, honestamente parecía que estábamos en plena dictadura. Estaba toda la policía montada amenazando. Ya habían corrido al grupo de Hebe de Bonafini. Nosotros empezamos a hacer la ronda con la gente que se nos acercaba. En un momento viene un chico corriendo, que lo estaba persiguiendo un caballo y nosotros nos tiramos encima de él y le pedimos a la policía que pare. Ahí continuaron tirando gases a mansalva. Tuvimos que salir porque nos asfixiábamos, pero por lo menos pisamos la Plaza de Mayo ese jueves, como todos los jueves desde 1977. Fue tremendo, las corridas en la plaza. Y ni hablar de las muertes de tanta gente joven, que como siempre parece que es un pecado ser joven, manifestarse, exigir lo
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que es justo. En ese momento el repudio al accionar de la policía y el Gobierno fue total. Hicimos varios comunicados a los Medios condenando la represión desde todos los organismos como Madres, Abuelas, Familiares, HIJOS, el CELS. Nunca nos imaginamos que iban a reprimir de tal manera. Y justo un jueves en la Plaza de Mayo y a la hora que hacemos siempre la ronda, con todo lo que eso significa. Más que vergüenza, nos dio una tristeza muy grande por las vidas que se perdieron. Pero además por cómo era posible que después de tantos años de dictadura, de horror, que costaron 30 mil vidas, se atacara nuevamente de esa manera cruel y sin piedad a la gente. Esto sucedió porque había un Estado que no estaba presente. Un Estado al que se le fue de las manos todo, porque no tenía una presencia real. Lo que me llamó la atención de esa jornada es que no había miedo. No sólo las Madres fueron, estaba el pueblo allí. Fue realmente conmovedor. De la Rúa anuncia que decretó el estado de sitio, en ese momento fue la represión más grande. Ahí fue que la gente se volcó masivamente a la calle diciendo basta de represión. Cuando nos enteramos que De la Rúa había renunciado y se había escapado en un helicóptero pensé “qué tristeza que un presidente renuncie porque el país se le fue de las manos”. Y se encontró con un
pueblo que dijo: ¡estado de sitio, basta! Eso fue genial, fue la resistencia del pueblo la que lo hizo renunciar. Después de tantos años de pedir Justicia, llegamos al 2003 donde nos encontramos con nuestro querido “otro hijo”, porque así lo sentimos a Néstor Kirchner, y así lo manifestó él. Fue el primer presidente que nos escuchó, que tomó los Derechos Humanos como política de Estado. No un gobierno presente, sino un Estado presente. Se pudieron anular las leyes (de Obediencia Debida y Punto Final), se declararon inconstitucionales, y se llegó a los juicios que seguimos llevando adelante a lo largo y ancho del país. Realmente, después de 10 años de kirchnerismo, porque Cristina Fernández continúa con las mismas políticas, y sin hacer partidismo, nosotras defendemos este proyecto de país y a la Presidenta. Los jóvenes son nuestra tranquilidad, nuestra esperanza. Realmente las Madres estamos tranquilas porque sabemos que cuando ya no estemos, va a quedar esa juventud estupenda, militante. Y no hay que tenerle miedo a la palabra militancia. Militancia es compromiso, y eso es lo que está haciendo la juventud. Y nosotras de a poquito le estamos pasando la posta. Pero todavía, a pesar de los carritos, de los bastones, de las sillas de ruedas, todavía las locas seguimos de pie.
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