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El fin de los tiempos

SÁBADO, 3 DE DICIEMBRE, 2022

Por David Zic

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En medio a la agonía de la cruz, Cristo clamó: “Consumado es” (Juan 19:30). Todas las profecías dadas a lo largo de los siglos que señalaban a este momento habían llegado a su fin. Todo lo que el universo vio fue que Aquel que no tuvo pecado “herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él”; y aun así fue un evento glorioso para la humanidad porque “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). “Consumado es” fue para los malvados una declaración espantosa. Habían perdido en su intento de derrotar al Salvador y huyeron de la escena de la cruz. “Consumado es” no fue para el pueblo de Dios una declaración terrible. Era una declaración que hacía posible el acceso a la gracia a todo aquel que deseara la salvación.

Una vez más, Cristo está a punto de declarar un final. Una vez más, las profecías dadas a lo largo de los siglos están a punto de llegar a su cumplimiento. Las últimas advertencias dadas a un mundo inmerso en el pecado llegarán a su conclusión. Al igual que cuando dijo “Consumado es” en la cruz, habrá dos grupos en esta proclamación final de Cristo. “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Apocalipsis 22:11–13).

Ahora mismo, al acercarnos a esta declaración de Cristo, todos estamos eligiendo en qué grupo estaremos. Las señales predichas en la profecía se están cumpliendo cada vez con mayor rapidez. Los pecados de la humanidad se practican ahora audazmente desafiando al Creador. Nuestra avaricia, nuestra indulgencia, nuestro deseo de supremacía, están matando tanto a nuestros cuerpos como al mundo que nos rodea. A medida que la humanidad aleja al Creador, su misericordia se retira del mundo y lo que sigue es una devastación a una escala sin precedentes. Ha habido desastres naturales a lo largo de los milenios, pero los que estamos experimentando hoy van más allá de cualquier cosa del pasado, y sólo empeorarán. “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37). Creyendo que sabe más que Dios, la humanidad ha arrojado sobre sí misma plagas, pandemias y catástrofes de su propia creación.

Llega el momento en que los pecados son demasiado grandes para que el Señor los soporte, “porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades” (Apocalipsis 18:5). Cuando Cristo haga esa declaración final indicando que su obra de intercesión por la humanidad está concluida, ¿de qué lado te encontrarás tú? De niño recuerdo haber escuchado este mensaje predicado en mi pequeña iglesia en Puslinch, Canadá. Las profecías fueron presentadas claramente. Las fechas, los imperios y las naciones, los gráficos que representaban visualmente las profecías, eran todos importantes porque hoy, cuando veo que estas profecías se están cumpliendo ante mis ojos, puedo reconocerlas como lo que realmente son. Estoy muy agradecido a todos los que compartieron las profecías y los mensajes de advertencia. Muchos de nosotros hemos estudiado las profecías, pero ahora somos testigos oculares de su cumplimiento.

EL FIN DE LOS TIEMPOS Y LOS JUSTOS

Para aquellos que han aceptado el poder transformador del Evangelio de Cristo, el fin de los tiempos les trae un gozo incomprensible. Han reconocido que su propia justicia no es más que “trapo de inmundicia” (Isaías 64:6) y han aceptado a Cristo y su justicia como propia. El poder de Cristo ha transformado sus vidas y los ha colocado en una condición de armonía con la voluntad del Creador. Se deleitan en hacer la voluntad de Dios, y su ley está en su corazón (Salmos 40:8).

El pueblo de Dios ha aceptado la salvación por su gracia y la transformación mediante su poder. El mismo Juan al que le fueron dadas las profecías de la revelación para que las compartiera con nosotros nos dice que su poder proviene de su fuente, Jesucristo. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31). El Apocalipsis no es más que una extensión de las buenas nuevas de la salvación. Después de todo, las profecías registradas en el último libro de las Escrituras se declaran como “La revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1:1). Las profecías del fin de los tiempos revelan el poder de un Dios poderoso para salvar a su pueblo. “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis 1:3).

El fin de los tiempos no asusta al pueblo de Dios. Nuestro Salvador nos ha dicho cuando veamos cumplirse las señales del fin: “Levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lucas 21:28). Esperamos ansiosamente ver a nuestro Señor cara a cara. Deseamos alabar y dar gracias a nuestro Salvador, que todo lo sacrificó por nosotros. Aunque no lo merezcamos, él preparó una vía de escape para nosotros. El registro profético dice que en ese gran día el pueblo de Dios mirará hacia arriba, mientras todos los terrores del pecado están consumiendo al mundo y a sus habitantes, y exclamará: “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación” (Isaías 25:9).

El interés adventista de comprender la profecía no es para hallar momentos de fuego y azufre, sino para obtener una relación más profunda, una revelación, de Jesucristo. Indignos como somos, sabemos que no hemos hecho nada para obtener esta salvación: “Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10). Reconocemos que “debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Únicamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraer ésta a Dios, a la santidad.” 1

En la visión profética, la sierva del Señor ve al pueblo de Dios en su viaje a través de los últimos tiempos. Mientras los terrores del fin suceden a su alrededor, ellos se han separado más y más de este mundo hasta llegar a depender plena, total y completamente de Dios. Fueron mostradas en la visión cuerdas provenientes de lo alto y el pueblo de Dios se aferraba firmemente a estas cuerdas.

“Cuando escuchamos las risas y el bullicio que parecían venir del abismo nos estremecimos. Escuchamos canciones de guerra y canciones de danza. Escuchamos música instrumental y fuertes risas, mezcladas con maldiciones, gritos de angustia y amargos lamentos, y nos sentimos más ansiosos que nunca de seguir en nuestro angosto y difícil camino. Gran parte del tiempo nos veíamos obligados a suspender todo nuestro peso de las cuerdas, que aumentaban de tamaño a medida que avanzábamos…

Debido a que abunda la iniquidad, se enfría el amor de muchos. Esto no tiene por qué ser así si todos acuden a Jesús y se fían de él con confianza y fe. Si su mansedumbre y su humildad son apreciadas, traerán paz, descanso y poder moral a todas las almas.

“Por un momento vacilamos antes de aventurar una respuesta. Luego exclamamos: ‘Nuestra única esperanza consiste en confiar plenamente en la cuerda. Hemos dependido de ella durante todo el difícil trayecto. Ahora no nos fallará’. Aún la duda nos angustiaba. Entonces escuchamos las palabras: ‘Dios sostiene la cuerda y no hay por qué temer’. Luego los que venían detrás repitieron las mismas palabras y agregaron: ‘Él no nos fallará ahora, puesto que hasta aquí nos ha traído a salvo’.” 2

Dependiendo totalmente de Dios, el final de los tiempos es para los justos el cumplimiento de las profecías y una expectativa segura del encuentro con nuestro Salvador. Los terrores que tienen lugar a nuestro alrededor son el resultado de la retirada de la gracia protectora de Dios. Pero hemos confiado en él y él nos ha dado la promesa de que nuestro pan y nuestra agua serán seguros. (Isaías 33:16.)

EL FIN DE LOS TIEMPOS Y LOS IMPÍOS

Desprovistos de la gracia salvadora de Cristo, los impíos tienen una experiencia muy diferente durante los últimos tiempos. No pueden entender por qué el pueblo de Dios vive como nosotros. La salvación es un misterio para ellos. “A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). Contemplan con horror cómo el mundo que les rodea se deshace ante sus ojos.

El nombre del último libro de la Biblia es diferente, según el idioma al que se haya traducido. En las lenguas germánicas y eslavas, por ejemplo, es una “Revelación”, pero en muchas lenguas latinas se denomina “Apocalipsis”. Es el mismo libro, pero tu experiencia personal con Cristo determina si las profecías contenidas en él, y su cumplimiento, son una revelación de tu Salvador o tu horrible apocalipsis. Mientras se desarrollan los acontecimientos finales, los impíos recuerdan a un pueblo que había compartido los mensajes de advertencia de esas profecías. En los momentos finales, justo antes de la declaración de que todo ha terminado —cuando todavía permanecen los últimos rayos de misericordia—, algunos aceptan el mensaje del Evangelio y se unen a los justos para agradecer su salvación en la revelación. Lamentablemente, muchos rechazan el mensaje final de advertencia y el apocalipsis se derrama sobre ellos.

Las escenas proféticas muestran el retiro de la misericordia de Dios, pero en realidad no es Dios el que se ha retirado, sino la humanidad la que lo ha alejado. El ser humano se ha vuelto contra la creación por su propia voluntad. El ser creado le dice ahora a su Creador que ya no es bienvenido entre ellos. No necesitan a Dios. Creen que saben más que Dios.

La magnitud del pecado ha ido creciendo exponencialmente. “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:1–4).

En estos versículos, el apóstol Pablo describe una situación al final de los tiempos en la que la sociedad se ha divorciado tan completamente de Dios que la misma naturaleza comienza a desmoronarse bajo el peso de la corrupción. El cuerpo humano se convierte en una perversión, en algunos casos por la enfermedad y en otros por la corrupción intencionada del cuerpo. La propia naturaleza del mundo que nos rodea, agobiada por la codicia humana, comienza a desmoronarse. Y aun así, conociendo y viendo el derrumbe de la sociedad, siguen adelante. Los impíos declaran que se han liberado de las restricciones impuestas por el Creador. “Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Pedro 2:19).

Pero ahora Cristo dice: “Consumado es”. Con horror, los impíos se dan cuenta de que no hay nada que puedan hacer. Han rechazado la salvación y sucumben plenamente al control del mal. Lucharán por los restos de recursos que les quedan. La sociedad se derrumba a su alrededor, y buscan a alguien a quien culpar, ya que no pueden admitir que sus propios pecados les han vencido.

La Palabra ya ha registrado para nosotros lo que le sucede a la sociedad y a la misma naturaleza cuando un pueblo rechaza la voluntad de su Creador. “He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus moradores… La tierra será enteramente vaciada, y completamente saqueada; porque Jehová ha pronunciado esta palabra. Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra. Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno. Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los hombres” (Isaías 24:1, 3–6).

Cualesquiera que sean los desastres y los horrores que se hayan registrado en la historia, no pueden compararse con lo que está a punto de ocurrir en este mundo. Ya estamos viendo cómo surgen los problemas. La propagación de enfermedades pandémicas, los fenómenos meteorológicos distorsionados, el aumento de los conflictos violentos y la destrucción de la naturaleza, son sólo el comienzo de lo que está por venir. Para los impíos, el tiempo del fin es realmente un “apocalipsis”.

UN TIEMPO DE MISERICORDIA

Ahora, mientras permanecen los últimos momentos de la misericordia de Dios, nos es dado a cada uno de nosotros un último llamamiento para que nos aferremos a la gracia. “Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18:4). Salir de este mundo y separarse de él, significa simplemente aferrarse de la gracia. Nuestro Creador desea fervientemente darnos los mejores dones y llenarnos de la justicia de Cristo. “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:17, 18).

“Estamos haciendo el viaje de la vida en medio de los peligros de los últimos días. Debemos vigilar cuidadosamente cada paso, y asegurarnos de estar siguiendo a nuestro gran Líder. El escepticismo, la infidelidad, la disipación y el crimen están en todas partes. Sería fácil soltar las riendas del dominio propio y lanzarse por el precipicio hacia una destrucción segura. ¡Qué grande es la misericordia que nos rodea y nos preserva en todo momento!” 3

El pueblo de Dios ha aceptado su don de la justicia en Cristo: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1–3).

Entonces, habiendo recibido el don —y habiendo sido transformados por él—, ¿no lo compartiremos con los demás? El nuestro no es un mensaje de terror. No predicamos fuego y azufre. Los acontecimientos se registran proféticamente para que tú y yo conozcamos el tiempo en que vivimos. Ahora más que nunca, necesitamos compartir la justicia de Cristo con un mundo que necesita desesperadamente una transformación.

“Vivimos en una época cuando prevalece la maldad. Los peligros de los últimos días se acumulan a nuestro alrededor, y debido a que abunda la iniquidad, se enfría el amor de muchos. Esto no tiene por qué ser así si todos acuden a Jesús y se fían de él con confianza y fe. Si su mansedumbre y su humildad son apreciadas, traerán paz, descanso y poder moral a todas las almas.

“Se nos señala la brevedad del tiempo para estimularnos a buscar la justicia y convertir a Cristo en nuestro Amigo. Pero éste no es el gran motivo. Tiene sabor a egoísmo. ¿Es necesario que se nos señalen los terrores del día de Dios para compelirnos mediante el miedo a obrar correctamente? Esto no debería ser así. Jesús es atractivo. Está lleno de amor, misericordia y compasión. Se propone ser nuestro Amigo, caminar con nosotros en todos los ásperos caminos de la vida. Nos dice: Yo soy el Señor tu Dios; camina junto a mí y llenaré de luz tu camino. Jesús, la Majestad del cielo, se propone elevar a su compañerismo a los que acuden a él con sus cargas, sus flaquezas y sus preocupaciones. Los hará sus amados hijos, y finalmente les dará una herencia de mayor valor que el imperio de los reyes, una corona de gloria más preciosa que cualquiera que haya ceñido la frente del más exaltado monarca terrenal.” 4

Referencias:

1 El Camino a Cristo, p. 18.

2 Christian Experience and Teachings of Ellen G. White, pp. 182, 184.

3 The Signs of the Times, 26 de enero, 1882.

4 The Review and Herald, 2 de agosto, 1881.

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