PORTADA
1
Este material se realiza en colaboración con el Programa Social “Colectivos Culturales Comunitarios Ciudad de México 2020”
Este Programa es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por partido político alguno y sus recursos provienen de los impuestos que pagan todos los contribuyentes. Está prohibido el uso de este programa con fines políticos, electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa en la Ciudad de México será sancionado de acuerdo con la ley aplicable y ante la autoridad competente.
2
CONTENIDO
Presentación ¿Quiénes somos?………………………………………………………………..
4
¿Quiénes escriben esta obra?...................................................................... 9
Un título que ayuda a navegar en tiempos de pandemia……..………..……
10
Carta de navegación…………………………………………………..……..….. 12 Poesía, vida e imagen…………………………………………………………….… 16 Remembranzas………………………………………………………………………. 19 Historias de besos, intimidades y amores…………………….……………….. 20 Heroínas cotidianas ………………………………………………………..………. 30
A quien pueda interesar……………………………………………………………. 45 Relatos de muerte, intriga y develamiento ……………………………….……. 49
3
PRESENTACIÓN
¿QUIÉNES SOMOS? Foco Educativo es una iniciativa social que nace en el 2016, integrada por un grupo de pedagogas que buscamos colocar el acento
de nuestra acción en contribuir con el fortalecimiento de espacios educativos de diversa naturaleza. Interesadas en atender los problemas más sensibles del ámbito educativo y apoyar en su resolución, uno de nuestros focos es la prevención de la violencia. Por esta razón, en enero de 2020 iniciamos varias actividades para
estudiantes
de
secundaria
en
Iztapalapa,
una
de
las
delegaciones de mayor densidad de la CDMX. Nuestra propuesta de trabajo buscaba promover la lectura y escritura como recursos clave que ofrecen a niños, niñas y adolescentes alternativas de crecimiento como seres humanos. Prueba de ello han sido los escritos en los que, de forma simbólica, redactaron sus “Cartas de despedida a la violencia”. Los resultados fueron a la vez conmovedores y alentadores. No obstante, con la llegada la pandemia sólo concluimos el 30% de las actividades previstas originalmente. En esas circunstancias, la Secretaría de Cultura de Ciudad de México apoyó nuestra iniciativa, a través del Programa Colectivos Culturales. Con algunas adecuaciones al nuevo contexto, logramos 4
diversificar
la
población
con
la
que
tendríamos
contacto
y
desarrollamos el programa de manera virtual. Nuestra iniciativa se convirtió en un Taller de Lectura y Escritura que culminó con la sistematización de lo elaborado durante las 35 sesiones, realizadas entre julio y noviembre de 2020. Este libro es el producto del esfuerzo colaborativo de las y los participantes de nuestro Taller.
5
¿QUIÉNES ESCRIBEN ESTA OBRA? El grupo de participantes en el Taller de Lectura, Escritura y Sistematización produjo los textos que conforman esta publicación, cada uno de ellos durante la realización de los ejercicios propuestos. A continuación, presentamos la semblanza de las y los autores para que se acerquen mejor a la comprensión de sus líneas.
Perla Belinda Vargas Hilarión Soy una chica de 15 años, muy especial: aventurera, arriesgada, apasionada, tímida en ocasiones, muy bonita y con muchos sueños. Deseo estudiar en España y publicar mi propio libro. Me encanta pensar que hay más cosas de las que se ven a simple vista, que hay un mundo más allá del nuestro y que todo se puede lograr.
Dalia Ivonne Velasco Crisóstomo Nací en Oaxaca y tengo 17 años. Pienso que uno de los rasgos que más me definen es que soy muy optimista y trabajadora. Mi sueño más grande es ser una excelente ingeniera industrial y una gran danzante de folclore. Carla Bravo Escobar
Soy una adolescente, alegre, extrovertida. Mi sueño es ser una gran bailarina profesional y tener una carrera en diseño de interiores. Me apasiona el baile, la música y el arte. YOLIA es para mí una casa y una segunda familia.
6
Carla Paola Martínez Ortiz Soy una adolescente muy difícil de comprender, pues me enojo rápido. Sin embargo, también sé que tengo un corazón bonito y que ayudo a las personas cuando lo necesitan. Tengo el sueño de terminar la preparatoria con un buen promedio, quiero ir a la universidad y ser abogada penalista. Quiero agradecerle todo a aquel que me ayudó y además sacar a mi mamá a adelante.
María Isabel Bravo Escobar Tengo 17 años, me gusta el fútbol, bailar y ayudar a los demás. Soy una persona amable, alegre, talentosa y perseverante. Quiero terminar la preparatoria con un buen promedio para entrar después a la Universidad Iberoamericana o al Tecnológico de Monterrey. Quiero tener un buen trabajo, viajar mucho y tener una familia.
Yuriadna Martínez Silva Suelo ser seria, aunque también demasiado sensible. Sé escuchar y respetar las opiniones. Mi más grande sueño es ser cantante y estudiar algo relacionado a la comunicación audiovisual. Tengo mucho potencial para cumplir con mis metas. Me gusta hacer las cosas bien, no a medias. Carlos Viso Fajardo Profesor
e
investigador
en
universidad
encuentra en la escritura cómo contarse la vida. Rocío Oñate Carlin
7
venezolana
que
Soy una mujer apasionada y abuela con alma de escritora a los 60 años. Disfruto del enigma y pienso en modo de novela policiaca. Lizette Martínez Willet Profesora y especialista en literatura latinoamericana. Lectora de la vida y de grandes obras. Heryca Natalia Colmenares Sepúlveda Mujer que ha encontrado en la escritura una forma de leer la
vida, de interpretarla para poderla transitar.
Equipo de Foco Educativo y coordinadoras del libro Heryca Natalia Colmenares Sepúlveda Educadora en la búsqueda constante de democratizar la cultura y de desarrollar las capacidades de las escuelas ubicadas en sectores vulnerables. Paula Elvira Hernández de Gómez Maestra que sueña con la equidad, la justicia y la paz; madre que esparce sus raíces y cosecha frutos rojos, tiernos y amorosos como las fresas. Isabel Coromoto Gómez Hernández Mujer, amante de letras traviesas que forman historias que invitan a soñar, viajar, desvanecerse entre rejas de una jaula de miedo, miedo vencido por rimas y coplas. 8
Liliana Godoy Ruiz Espectadora activa que intenta comprender y aportar lo mejor de sí a los mundos que le ha tocado transitar, que parecen ya de varias vidas. Mariana Medina Gómez Admiradora incansable del arte y más cuando viene de fuentes inesperadas. Fiel creyente de que la educación es un puente real
hacia cambio social.
9
UN TÍTULO QUE AYUDA A NAVEGAR ENTRE LA PANDEMIA
10
Paz, cielo y viento: letras para vencer el encierro El título del libro nació de la lluvia de ideas de todos los escritores que participaron y muestra una vibrante descripción de lo que ha sido la experiencia del taller. Escribir ha representado la Paz, la misma que implica soltar los pensamientos a las palabras. Fue un ejercicio que permitió a los
escritores despojarse de las cargas durante el tiempo de crisis. Escribir también representa el Cielo, símbolo de la libertad. Su sensación nos encuentra con un mundo en el que se puede ser y estar sin condiciones. Es una inmensidad, donde, sin reservas, los escritores se convirtieron en creadores de textos maravillosos. Durante la experiencia fluyó el Viento de las ideas. Esa motivación no se ve, pero sí se siente. Así son sus ráfagas, no se pueden tocar, aunque impulsan el vuelo hacia sitios insospechados. Escribir se volvió la danza del viento entre letras. Paz, cielo y viento abrieron un camino para vencer el encierro. Un aislamiento que surgió como consecuencia de circunstancias globales, liberando a los ángeles y demonios de cada escritor.
¡Sí, se han liberado hacia la inmensidad!
Foco Educativo
11
Carta de navegación Este ha sido un año del siglo XXI especialmente complicado para el mundo. En el calendario global, será recordado porque marcó un antes y un después en la vida de los que habitamos el planeta. Así empezó nuestro viaje. Un martes, a mediados de julio, un grupo de personas nos encontramos la primera de unas cuantas veces echados al vuelo o al agua, para mirar la carta de navegación que seguiríamos a través del cielo-océano de las palabras. Con la magia de las letras intentábamos sortear la cuarentena impuesta por un invisible bicho esférico con corona de rey, salido de quién sabe qué cofre o qué botella embrujada, o debajo de qué piedra o de qué bosque oscuro y encantado. La capitanía de este viaje estuvo en manos de Foco Educativo, organización que con ambición de la buena y mucha constancia cubrió
las labores organizativas del trabajo a bordo: la planificación, coordinación y supervisión de los cálculos necesarios para mantener todo a punto, gracias al apoyo financiero de la Secretaría de Cultura de la CDMX. Como primera oficial a cargo estuvo la profesora Lizette Martínez, quien con su experiencia en letras y palabras bien dichas elaboró los pedidos necesarios para el mantenimiento, guardia y correcta operación de nuestra nave. El viento y la marea a favor permitieron hacer equilibrio entre un grupo de jóvenes adolescentes, mujeres navegantes y un marinero escribidor venido del norte del sur. La primera parte del trayecto duró cuatro semanas. Fue un recorrido para repasar lugares maravillosos
12
construidos con el decir de autores interesantísimos y formas diferentes de expresión. Estas escrituras nos llevaron a sitios y vidas inexploradas, nos pasearon por historias fantásticas de pequeñas y grandes heroínas y héroes, de acá y de allá, personajes todos complejos y sencillos que realizaron grandes aportes. Cruzamos el país de la narración, el cuento y la novela, y conocimos a Julio Cortázar que, con su voz grave, nos hizo estremecer un poco al entrar a La casa tomada, quizá, por misteriosos personajes que no llegamos a conocer. Ellos nos abrieron las puertas a otros mundos. Allí oímos también a Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe –él nos contó Los crímenes de la Calle Morgue–, y Gabriel García Márquez, el que vivió para contarla y para revelarnos que sí es posible encontrar El amor en los tiempos del cólera. Al final del trayecto, estaba Horacio Quiroga que nos regaló parte de sus secretos en su Decálogo del Perfecto Cuentista. Para dejar claras las diferencias entre prosa y verso, Betsymar Sepúlveda, desde la costa atlántica colombiana, nos recibió en la tierra de su poesía y nos alimentó la inspiración con sus palabras. Pronto volvimos a la novela, que luce como todo un continente, y supimos que Cuarta de Forros es otro de los nombres de las contraportadas de los
textos, también es la parte más importante de una publicación –el “agujero de la cerradura por el que se vislumbra el libro”– y en México constituye además “un grupo de lectores y contadores de historias, profesionales de la edición y de la literatura”, encabezado por las Teresas, Bernal y Vázquez, que nos dieron 7 miradas de Juárez y las tristes y oscuras historias sobre la violencia contra las mujeres. 13
Todas y cada una de las paradas en nuestra ruta fueron formando parte de la conspiración de las lectoras, con nuevas provisiones y experiencias que nos conducirían hasta los astilleros de la escritura. Así fue como el segundo tramo de nuestra travesía nos llevó a aguas más profundas, a cielos por volar con letras propias para perderle el miedo a la escritura, como nos propusieron las compañeras de la Asociación Civil Documentación y Estudio de Mujeres (DEMAC),
dedicadas a rescatar y difundir sus historias. Junto a ellas conocimos en esa parte del trayecto a la Princesa Ameyhale “quien supo tallar los signos mágicos de La Escritura con hebras de un hilo hasta entonces desconocido, con el que habrá de tejer la trama de su vida”. Tejiendo nuestras propias tramas y con nuestros propios hilos, dimos puntadas a cartas de despedida, poemas, relatos policiacos, narraciones breves y hasta toques coloridos de pequeños universos,
mandalas girando alrededor de las palabras como centro, de la mano de Mariana. Estos dibujos acercarán aún más al lector a la obra, harán suya sus letras pero también darán color a sus páginas con su imaginación. Todo es parte de esta bitácora, que no es más que el testimonio de lo vivido durante un viaje que, en realidad, apenas empieza, Los que lo emprendimos juntos seguiremos nuestro propio rumbo hasta el fin de los días, gracias al cielo-océano de las palabras,
dichas, leídas, dibujadas y escritas. Esta embarcación de papel ha sido bautizada PAZ, CIELO Y VIENTO: LETRAS PARA VENCER EL ENCIERRO, con amorosa portada de acuarelas de Norma, nuestra pintora de viaje, en hojas voladoras. Este es el libro que lanzamos al agua, contra el viento y la 14
marea de estos tiempos difíciles, en búsqueda de lectores para navegar por sus páginas, fruto de nuestra imaginación narrativa, construida, como ya hemos dicho, en los astilleros de Foco Educativo.
15
POESÍA, VIDA E IMAGEN
16
Seis palabras poéticas Lizette Martínez 1 Tal vez, la vida no sea más que una mezcla de olores, sabores, colores y texturas que, constantemente, nos recuerda su sentido: lo simple.
2
Recordar es una forma de revivir, de repensar, de rearmarnos, de reconducirnos, de reconsiderar o considerar otra vez el significado de algo que hemos perdido. Recordar es, de alguna forma, reescribirnos a diario.
3 Palabras que nos concilian con la vida: experiencia-enseñanza,
familia-amigo, esperanza-amor, fe-gratificación. 17
4 La justicia cesa el dolor asfixiante, lo aminora. No lo extingue del todo, pero sí alcanza a neutralizarlo. La justicia detiene la caída abrumadora del dolor. Ser justos es otra forma de buscar la unión, la protección y la paz.
5 La tarde lo inunda todo con su aroma sutil, con su retahíla de imágenes, lentas, armoniosas, serenas. Es la melodía de violín que apacigua la jornada. Huella del día que se extingue. Urdimbre de experiencias vividas.
6 Con sus relieves multiformes, la naturaleza escribe, con lenguaje divino, la alegría y la paz.
18
REMEMBRANZAS
Urdimbres de la vida Carlos Viso La brisa sutil sobre las huellas en la arena destilaba la memoria de su aroma. El violín, con cada nota lenta, acariciaba el ambiente en donde se hizo aquella retahíla que contaba las urdimbres íntimas de la vida.
Recuerdos Rocío Oñate Carlin Recordar esos gratos momentos vividos con los seres queridos, ahora en estos tiempos de aislamiento, nos hace valorar todo aquellos que teníamos.
Aventura Gloria Martínez La vida es una aventura que nos brinda experiencias, acompañada siempre de enseñanzas. La compartimos con la familia, incluyendo a los amigos, y así crecemos en esperanza, amor y fe.
19
HISTORIAS DE BESOS, INTIMIDADES Y AMORES
20
Beso de amor Dalia Ivonne El primer beso de amor, aquel beso que, por primera vez me hizo sentir amada y protegida. Ese beso, ese beso que me hizo sentir cálida y segura de mí, ese beso era de mi madre.
Preludio Gloria Martínez
Lo miraba, pero mis ojos huían de sus ojos. Mis labios se entreabrían alegres, invitándolo a que diera el primer paso. Él seguía jugueteando con mi cabello. Pasaba sus manos y mi corazón latía acelerado, no lograba detenerse. Pensaba: "Ya… hazlo pronto, quiero sentir tus labios sobre mí". Finalmente, me tomó la barbilla y sentí su aliento, suave y dulce, y sus labios posaron los míos. Sí, al fin Luis me había tomado por la cintura, mientras aproximaba su cuerpo al mío. Sí, sentí también su nerviosismo y también su masculinidad. Ese fue el beso que unió nuestro sentir.
21
Poemas confidenciales Belinda Vargas
El sentir Cualquiera puede escribir, pero no sentir. Sentir lo que se escribe no es un acto individual, también sirve a los demás: ayuda a ayudar. Escribir refleja algún pensamiento o el sentimiento que no se puede ocultar. Pero si no se intenta, destroza, quita la tranquilidad. Si nos expresamos, en cambio, escribir no solo será un amigo,
será un aliado de la vida para encontrar la paz y algo en qué continuar. Significa Quien dice que comprende el amor solo habla sin saber lo que dice. No lo siente, no lo percibe. Amar es luchar sin lastimar.
¿De qué sirve? De qué sirve escribir, si no se puede revivir. De qué sirve describir, 22
si no se puede percibir.
Aparentar A veces veo tu sonrisa y veo que eres feliz. Pero ¿cómo?, ¿cómo puedes aparentarlo cuando no es así? Esa no es la realidad. No puedo evitar sentir tristeza al ver tu reflejo, en el espejo consternada, y pienso cómo seguir confrontando tu mal genio, tus angustias y temores.
Sin embargo Hay cosas que no son fáciles de decir,
sin embargo, un día las sacamos y nos liberan como al perro al que le cortan la cadena. Hay muchas cosas inexplicables en la vida, sin embargo, siempre encontramos una excusa para decir falsos descubrimientos. Hay cosas que no existen y, sin embargo, seguimos creyendo en ellas. Confiamos en las personas, aunque nos fallen. Mantenemos la esperanza de volver a creer, soñar, imaginar y confiar, a pesar de los sin embargos. 23
Confusión I Para qué, Para qué nacimos, Para qué hablamos, Para qué reímos, si seguimos agonizando.
Es para algo Tal vez, para lograr nuestras metas, para soñar e imaginar, para pensar y dialogar. Ser alguien maravilloso,
Tal vez, cueste mucho, pero hay que empezar por algo.
La maldad Aburrida en mi soledad, me siento como en una tempestad, llena de mucha maldad y demasiada enemistad. No hay ejemplo de algo bueno, o algún intento de mejoramiento. Es un lugar sin algo que esperar, solo es hipocresía y nada de alegría.
24
Locura Locura de amistad, pero con lealtad. Sonrisa natural en espiral. Como la verdad, si sabes descifrar, guarda siempre la sincera amistad.
Lastimas Dejas mi cariño en la soledad, junto a tu corazón que ya no sabe amar. Lastimas mis sentimientos, me dejas en tormento, sin nada de aliento para poder continuar. Llenas mi vida de demasiada hipocresía, te llevas mi alegría y me dejas sin esperanza.
Confusión II El amor es complicado: a veces erróneo y confuso, pero siempre arriesgado. ¿Por qué me arriesgo para demostrarlo?
Es mi forma de comprobar si es amor o confusión.
Frena El tiempo pasa, los años se van, los años corren, 25
el tiempo vuela, el corazón acelera, y el cuerpo frena, se deshoja y marchita. Luchas y te lastimas, sin conseguir algo a cambio.
Más allá Más allá del más allá, ¿qué existirá?, ¿qué habrá?, ¿quién lo habitará? Existirá algo o se extinguió con los años.
Decir algo Sentir de repente ganas de llorar, sin saber por qué. Será que el alma quiere decir algo, algo que no se puede en palabras, sino en suspiros, agonías, lugares y sonares.
Infeliz Carezco de normalidad, y eso me encanta porque no soy robot ni “monedita de oro”. Si lo fuera lo cambiaría, porque no está bien mostrarse como los demás quieren solo para satisfacerlos. Sentirte excluido es feo, pero más ser infeliz.
26
Carente ¿El mundo es parte de mí o yo soy parte de él? ¿Será un misterio o aceptamos que lo conformamos, aunque a veces pensemos que no es así? Porque es grande casi siempre gana, aunque al final carezca de las cosas con sentido y alma.
Casualidad o destino Para ti Fer, espero te guste. Cuando la veo no me desespero, simplemente me esfuerzo y comparto. Me pongo seria en el momento del impacto.
La conocí sin saber que iba a ser parte de mi día a día, la conocí por casualidad o destino. De la forma que sea, lo agradezco inmensamente Mi vida fue un fracaso, morí en la adolescencia y luego reviví. Lo hice como Jesús, pero él ya había cumplido su misión. Yo no, aún no la empezaba. Vivía con miedo de vivir, de morir, de hablar, de la soledad. A veces me cuestionaba ¿para bien o para mal? Solo mi corazón lo sabe, solo la verdad amará.
27
Extrañas relaciones Yuriadna Martínez Silva Nuestra relación es rara y anormal: destrúyeme y te destruiré, te abrazaré y me abrazarás.
Vida adolescente en clases y en pandemia
Isabel Bravo No me viene nada a la cabeza, me duele el estómago y estoy cansada. Comida, estoy zafada del cerebro. Ah. Hambre, colores, risas, desesperación.
Soledad Heryca Natalia Colmenares Sepúlveda Te han puesto la medalla de abandono, tristeza y melancolía, cuando en realidad eres un regalo divino. No saben que detrás de tu nombre se esconde la luz y el tiempo que da sabiduría. Te han descalificado tanto, pero no pierdes la compostura ni la humildad al
saberte espejo del alma.
28
Siempre acompañas con compasión y empatía, pero reniegan tu trabajo. Tu labor no acaba nunca porque no nos permitimos ser felices, no reconocemos que te necesitamos para caminar junto a otros. Soledad, te amo. De vez en cuando me gusta verte.
Besos de mi padre Heryca Natalia Colmenares Sepúlveda La historia de un beso sería sobre los besos de mi padre. Porque los tuve hasta los 13. Eran siempre en la frente, acompañados de cosquillas. Besos tibios que me daban seguridad, que me decían que sí podía y que creía en mí. Sensación que hasta hoy me acompaña.
29
HEROÍNAS COTIDIANAS
30
Mi sexagésimo aniversario Rocío Oñate Carlin
Estoy increíblemente asombrada de haber llegado a mi sexagésimo aniversario con vitalidad y habitando un pensamiento lúcido, juvenil, lúdico y apasionado. Amo la vida por lo que me ha dado: una familia generosa, amigos y amores entrañables y hasta un cambio de siglo… Me abracé sabiendo que iba a perder y salté sin red. Soñé, reí, lloré. Soy una apasionada de la vida y me encanta ser así. No miro hacia atrás para no volverme estatua de sal. Tengo los amigos amorosos. Algunos ya emprendieron el camino a donde algún día también llegaré. Allí volveremos a acompañarnos amigos y familiares entrañables. Por eso, no me pesa lo vivido. Ahora veo en retrospectiva una niñez mágica, una adolescencia
inquieta, mi juventud apasionada y mi madurez cálida y serena. He logrado lo que me he propuesto, tengo lo que mi esfuerzo me ha dado y no necesito más. Como diría Joan Manuel Serrat: “A mi trabajo acudo, con mi dinero pago”. Me he comido la caja de bombones y a pesar de que se encuentra semi vacía, no me arrepiento. Cuantas vivencias por demás aleccionadoras, hermosas y, por qué no decirlo, también tristes he vivido, pero todo es parte de la existencia. No conoceríamos el blanco si no hubiera negro. En alguna ocasión, Germán Dehesa escribió: “Es urgente que los hombres
entendamos
que
las
mujeres
son
insumergibles
indestructibles”. Es decir, no solo poseemos las aromáticas 31
e
características de una flor sino además la enorme resistencia del metal. Doy gracias a la vida por haber nacido MUJER. Entre tantos pasos dados, entre tantos trayectos andados mi suela ya está muy desgastada, las enseñanzas que me deja la vida son estas: Perdonar errores casi imperdonables, sustituir personas insustituibles, olvidar personas inolvidables y,
Actuar siguiendo mi instinto. También debo decir que me decepcioné de algunas personas y del mismo modo decepcioné a alguien más. Me enferma la estupidez, la frivolidad, la languidez. Abracé para proteger, para amar y para llorar. Reí cuando no podía, hice amigos eternos, amé y fui amada, grité y
salté de felicidad. Viví por amor e hice juramentos eternos, lloré escuchando música y viendo fotos, llamé solo para escuchar una voz. Me enamoré con una sonrisa y, en algún momento, pensé que iba a morir de tanta nostalgia... y no pasó nada. Sigo caminando por la vida. He llegado a la edad en que empiezo a dar consejos, y por eso les digo: Es bueno ir a la lucha con determinación, 32
abrazar la vida y vivir con pasión. Perder con clase y vencer con humildad, porque el mundo pertenece a quien se atreve, y la vida es mucho más para no ser vivida.
MA. LUISA LAZCANO ESPINOZA. “La Jefa” Rocío Oñate Carlin
Mi historia es muy sencilla y comenzó el 11 de octubre del siglo pasado. Soy la quinta hija de seis hermanos, cuatro varones y dos hembras. Me tocó en suerte vivir eventos históricos que marcaron mi vida: la Revolución Mexicana me apartó de mi padre, quien fue tenedor en una hacienda y asesinado en el camino al trasladarse a pagar los salarios de sus peones. Su cuerpo jamás nos fue entregado. Pasamos por muchas vicisitudes cuando alguna de las tropas, villistas
o
carrancistas, entraba al poblado. Éramos escondidas en la troje. El dinero de curso legal no existía, solo teníamos “bilimbiques” que dejaban de tener valor con cada cambio de poder. La vida fue muy dura: nos robaron los pocos animales de corral, dos de mis hermanos se fueron a la bola, otro partió con los villistas y dos se enlistaron en el ejército, así que entre ellos se convirtieron en enemigos. Pese a que pasaron los años, no se volvieron a frecuentar. Yo me convertí en su intermediaria para hacerles saber a cada uno el estado de los demás.
33
Mi hermano, el villista, nos contaba sus experiencias en la “bola”. Sus narraciones estaban cargadas de emoción y picardía. Era muy mal hablado, pero esto no hacía que su plática fuera vulgar, todo lo contrario, quedaba aderezada de ese ambiente revolucionario que seguramente vivió. Mi madre con muchos esfuerzos nos sacó adelante. Mi pueblo se llamaba Otumba. Era un lugar dedicado a la producción pulquera básicamente. Ahí transcurrió mi infancia, pese a las carencias económicas, y el cariño de mi madre y la compañía de mis hermanos que siempre mitigaron mi dolor de panza. Ya en mi adolescencia aparecieron los muchachos interesados en tener una relación conmigo. Después de varios años, di el “sí” a un chico guapo y alto, que trabajaba para los ferrocarriles nacionales
como maquinista. Procreamos dos hijos, el primogénito se llamaba como su padre, Enrique, y el segundo llevó por nombre José Luis. Como las necesidades crecían, nos trasladamos a la capital buscando mejores oportunidades para la familia. En un principio y con mucho esfuerzo, logramos rentar un departamentito en una vecindad en la colonia Guerrero. Yo me dedicaba a cuidar a la familia, los chicos crecían alegres y siempre muy juguetones. Guardo muchas anécdotas
de las bromas que mis hijos acostumbraban a hacer, son tantas que no pueden reunirse todas en este relato, pero créanme que eran muy ingeniosas y superaban cualquier imaginación. Pasados algunos años nos tuvimos que enfrentar con la terrible pérdida de mi esposo. La falta de educación básica me obligó a buscar trabajo solo de sirvienta. Esos años fueron muy difíciles, debido que 34
acudía a cumplir mis deberes con zapatos de tacón alto, los únicos que tenía. Esto hacía mis tareas más pesadas y me sacaron un par de juanetes muy dolorosos. La carga económica me agobiada, ya que no solo estaba apoyando a mis dos hijos, sino a tres sobrinos que estaban pasando circunstancias todavía peores a las que nosotros vivíamos y no me sentí con el corazón para echarlos a la calle. Con muchos esfuerzos y cansancio, todos los días les procuraba alimento y techo, así como una educación, a veces, precaria. A pesar de nuestra situación, ellos se obligaron a salir adelante, cada uno aprendió un oficio y poco a poco la situación económica se volvió más holgada. Ahora puedo decir que los cinco se convirtieron en hombres de bien: uno fue periodistas, otro taquimecanógrafo, el otro fue a probar suerte en el extranjero, Antonio fue mecánico y al último, por desgracia, le ganó el alcohol; sin embargo, cuando lo abandonaba el vicio era un excelente pintor de brocha gorda. La vida me recompensó este esfuerzo dándoles a cada uno sus familias. Ellos pudieron vivir con la estabilidad económica que no tuve por muchos años y, a pesar de las duras vivencias que tuvieron que enfrentar, pudieron brindar a sus hijos un buen ejemplo y darles el amor del cual –por lo menos tres de ellos– carecieron en su infancia. Cada uno sacó adelante a su familia, mis nietos son hombre y mujeres de bien. Me visitan frecuentemente lo que hace que mis días sean más agradables, es el mejor pago que me pudo dar la vida al esfuerzo hecho.
35
Para ellos soy “La Jefa”, mote con el que cariñosamente me llaman, mostrándome con ello su respeto y gratitud. Tal vez, no sea la heroína de una novela, pero me siento satisfecha con lo que pude hacer, fue una prueba que la vida me mandó y espero haber cumplido con ella.
Mi vida, haciendo camino en familia Beatriz Quintero
Nació el 7 de octubre de 1991 en la Ciudad de México. Sus padres son Margarita y Hermenegildo, es la segunda de dos hijos.
Vivió su infancia en la capital del país hasta los 7 años, allí cursó el preescolar y el primer grado de primaria. Después, se mudó al Estado de México, en donde estudió el resto de la primaria, la secundaria y la preparatoria. Durante su adolescencia se unió a un grupo católico que trabajaba con niños, niñas y adolescentes de la comunidad en la que residía. En este grupo, dirigió algunos talleres y juegos infantiles. Esta labor siguió durante 10 años. A los 18 años de edad, ingresó a la licenciatura en Psicología Social de la Universidad Autónoma Metropolitana. En este periodo inició su experiencia laboral como ayudante a una docente, y a finales de la carrera entró como becaria de investigación en el Hospital General de México, en el área de Reumatología. 36
Transcurridos 4 años, terminó sus estudios con una tesina titulada “La religiosidad como recurso para afrontar la enfermedad”. Al término de este periodo obtuvo su título y cédula profesional. Seis meses después tuvo la opción de entrar a trabajar en una Asociación civil que brindaba apoyo a niñas y adolescentes en situación vulnerable y en riesgo de calle, y que, además, era un poco similar a la labor que realizó años antes. Por eso, decidió entrar a
trabajar a ese lugar.
Mi vida al servicio de la educación
Angélica Gutiérrez
Me llamo Angélica Ledesma. Nací el 29 de septiembre de 1974, en la Cuidad de México. Actualmente, tengo 45 años. Estudié la preparatoria en el instituto “Marillac” con las Madres de San Vicente de Paúl. Cursé la primaria y secundaria en el colegio “Vandyck” con las Madres del Divino Pastor. Terminé la prepa en el 1992, tiempo en el que también realicé mi examen para la universidad. ¡Qué nervios! Imagínense pasar de la prepa a la universidad tan rápido y, pues, qué les digo… pasé mi examen y quedé en la Universidad Autónoma de México, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sin embargo, al salir de la prepa (tenía 15 años) mi mamá decidió que trabajara porque yo era bien tímida. Me convertí entonces en la secretaria de una iglesia hasta el 2005. Igual, estudié Pedagogía 37
y terminé en el 1996. Pronto obtuve mi primer trabajo en el “Consejo Auxiliar Tutelar Para Menores Infractores”. Ustedes se han de preguntar qué eso, pues era un lugar en la Delegación Álvaro Obregón, en Avenida Toluca, en donde se detenían a los menores infractores, es decir, a los menores de 18 años que cometían faltas administrativas y delictuales (adicciones, prostitución, daño
al
patrimonio público).
En 1999, di por primera vez clases en una primaria, solamente al primer y segundo grado. Lo hice por seis años. En el 2007, me casé cuando tenía 31; luego, me divorcié en el año 2015. Tengo una hija de 10 años que nació en el 2010, la tuve cuando tenía 35. En el año 2005, ingresé a “Yolia Niñas de la Casa A.C.”, en donde estuve como educadora por 15 años. Además, fui coordinadora del Centro Infantil en el que se les da atención a los bebés de 9 meses a 6 años. Todo esto terminó con el temblor del 2017. Ahora estoy estudiando una licenciatura de educación en la universidad UTEL. Así ha sido la mayor parte de mi vida.
Mónica Rábago González: de la ciencia al corazón de mujer Isabel Bravo
¡Hola!, ¿Cómo están?, ¿Alguna vez han escuchado sobre mí?.
Mi nombre es Mónica Rábago González, nací el 27 de septiembre de 38
1970, en la Ciudad de México. Tiempo después me fui a vivir a Ecatepec, Estado de México. Fui scout en los Boys Scouts y me formé como animadora salesiana en el Centro Juvenil de Coacalco. A los 18 años entre al IPN, en donde estudié la carrera de Química, Bacteriología y Parasitología. Luego de culminar mis estudios, busqué trabajo e hice una solicitud para ser maestra en un colegio. Cuando fui a la entrevista, les hablé sobre mi experiencia con los salesianos. Ellos quedaron muy felices y conformes de saber esto, ya que también conocían a esta gran congregación y sabían que tenían valores sólidos y enseñanzas. Así que, pronto, me contrataron como docente. En la institución, fui maestra de secundaria e impartí la materia de Física. Durante ese año, pude dictar mis clases con alegría y agrado, pues me gustaba mucho hacerlas dinámicas y creativas. Gracias a mis iniciativas logré que me nombraran subdirectora de la escuela para el siguiente año. Más tarde junto a mis amigos Yolanda y Gustavo, a los cuales conocí en la época del Centro Juvenil, advertí la existencia de un grave problema en la sociedad: había muchos jóvenes en drogas y, aparte, vivían en las calles. Nosotros no íbamos a quedarnos sin hacer nada. Decidimos ayudar a las niñas de forma especial, debido a que ya existían unos cuantos internados para la recuperación de los a chicos y casi ninguno que apoyara a las mujeres. Nosotros teníamos la idea de crear una casa hogar para las niñas que vivían en situación de calle, pero no teníamos suficientes recursos para llevar a cabo el proyecto que teníamos en mente. Por 39
esta razón, acudimos a los salesianos para contarles nuestros planes y ver si podían colaborarnos. Ellos no se veían tan convencidos de que pudiéramos alcanzar tal cosa, pero aun así nos tendieron la mano. Nos comentaron que había una casa de niños en el Olivar del Conde y que cuidaba una señora ya de tercera edad. La idea era que nosotros fuéramos al sitio a apoyarla (sufría un tipo de demencia senil) y a cuidar a los niños.
Los salesianos nos dijeron que, si nosotros respondíamos a lo que nos habían encargado, ellos nos darían esa misma casa para empezar nuestro proyecto. Cuando fuimos por primera vez a ver el lugar nos dimos cuenta de que no estaba en buen estado, porque el edificio lo había construido la señora con los materiales que tenía. Al principio no fue fácil; los niños no estaban bien educados y tampoco nos hacían mucho caso, además, la señora también era muy
problemática por su demencia, había veces en las que mandaba a dormir a los niños a las cinco de la tarde o no se acordaba de nosotros y nos preguntaba quiénes éramos, qué hacíamos allí. Pese a todo, no nos dimos por vencidos y logramos que nos dieran la casa. La señora se fue a un asilo y los niños a Nazaret, a un internado para varones. A la casa hogar le pusimos “Yolia” que, en náhuatl, significa corazón de mujer. También, buscamos a alguien que nos apoyara para reacomodar el espacio, de esta manera podríamos llevar a las niñas. Conforme pasó el tiempo, nos dimos cuenta de que ellas no siempre querían dejar la calle o la vida que llevaban, por lo que en varias ocasiones se nos escaparon. Por ese motivo, decidimos que la
40
casa también sería para las chicas que vivían en familias de escasos recursos y para las jóvenes de calle que en verdad quisieran estar ahí. La cantidad de niñas fue creciendo y también el personal de trabajo. Tiempo después ofrecimos un servicio de medio internado para las muchachas que quisieran regularizar su situación, realizar las tareas de la escuela y hacer algunos talleres. También se abrió un oratorio para los niños y niñas de la comunidad que quisieran cumplir con sus sacramentos, aprender nuevas cosas y recibir talleres
formativos. En la actualidad, tengo 49 años, soy la directora de la “Casa Hogar Yolia Niñas de la Casa, A.C.” y cooperadora laica de los salesianos. Estoy muy contenta de todo lo que he logrado hasta hoy.
Christel DeHaan: legado educativo Carla Bravo
Nació en Alemania en 1941 y fue hija de Adolf Stark, un soldado Alemán, y Anna Stark. Christel no recibió apoyo de sus padres, pues quedó huérfana durante la posguerra. Ella partió de su casa a los 16 años y se mudó a los Estados Unidos, en donde se casó con Jon DeHaan. Christel DeHaan podía llevar una vida de lujo, pero dedicó toda su energía a los niños de bajos recursos. Ella fundó la escuela
41
“Christel House”, primero en México y luego en otros países: India, Sudáfrica, Estados Unidos y Venezuela. Finalmente, Christel murió el 06 de junio de 2020. Ella me dio la oportunidad de estar en esa escuela y seguir creciendo para tener un futuro mejor.
Florina Crisóstomo Gálvan Dalia Ivonne
Preguntas por qué trabajo tanto. Bueno… si no me la paso ocupada, me aburro o no tengo el dinero para los gustos y gastos de la casa. Como dice el título del texto, mi nombre es Florina Crisóstomo Gálvan. Nací el 19 de julio de 1984, en un pequeño rancho del estado de Oaxaca. Mi familia hizo todo lo que pudo para que saliera adelante junto a mi hermano Efraín. Han pasado los años y me siento con la obligación de ganar más ingresos para ellos y para mí. En Monterrey, empecé a trabajar como ama de casa. Después
de un largo tiempo regresé al pueblo y conocí a hombre con el que me enamoré y casé. A nuestra primera hija la llamamos Paula.
42
Hortencia Hilarión Cayetano Belinda Vargas
Mi nombre es Hortencia Hilarión Cayetano, pero me gusta más que me llamen “Carmen” en honor a mi abuelita, que en paz descanse. Nací el 11 de enero de 1979 en Oaxaca, mi padre fue Ricardo Hilarión Celis y mi madre, Aurelia Cayetano Bernal. Desde pequeña, mi vida ha sido dura, trabajé a muy corta edad. Aún recuerdo ese tiempo y siento que lo revivo. A los doce años, salí de mi pueblo San Juan Cotzocon, mejor conocido como “San Juanito”, a trabajar como doméstica en Ciudad de México de forma honrada. Luché y cada vez que podía les mandaba dinero a mis padres. Pronto me hice muchacha, luego una señorita y me empezaron a gustar cosas diferentes a las que buscaba de niña. Cuando tenía 18, conocí a Gerardo Vargas Pascual, él era militar. Salimos, nos enamoramos y a los 19 me embaracé. Mi primer hijo se llamó Gerardo Vargas Hilarión. Después de su nacimiento, nos fuimos a Estados Unidos a trabajar, queríamos darle un mejor futuro. Sin embargo, la “migra” nos regresó al cabo de un tiempo, y Gerardo y yo volvimos a Oaxaca, a buscar a nuestro hijo. Aunque lo habíamos dejado al cuidado de mis padres, ellos no quisieron regresármelo. Se suponía que solo iban a criarlo de manera temporal, pero me lo quitaron. Entonces, seguí enfrentando la vida.
43
Más tarde, tuve a una niña, Perla Belinda Vargas Hilarión. Es muy inteligente y maravillosa, pese a ciertas decepciones y errores que ha intentado enmendar. Por ella, casi salté al abismo y estuve a punto de caer. Yo solo quiero verla bien. Perla es adicta y está en un proceso de recuperación. Ella quiere mejorar, hace lo que puede y sé que lo logrará. Todavía recuerdo cuando decía que quería ser doctora, maestra, literata, psiquiatra y hasta militar. Espero que haya
descubierto su vocación y que todos mis esfuerzos hayan valido la pena, porque necesito verla íntegra… necesito saber que tiene metas y las prioriza. No quiero que acabe como su supuesta mejor amiga, en la calle, pobre chica. Eso es lo que hacen las drogas. Mi tercer hijo se llama Edward Vargas Hilarión y, actualmente, vive en Oaxaca con mi esposo Gerardo y conmigo. El mayor se quedó con sus abuelos y mi hija, la mediana, vive en una casa hogar llamada
“Yolia” con 24 niñas y sus educadoras y educadores. Gracias a Dios todos están bien. Quizás se pregunten ¿por qué hablo más de ella?, pues, porque me preocupa y no se trata de que le dé mayor importancia a Perla, sino de que ella no tiene aún una guía clara. El más grande tiene su vida hecha y al menor le falta mucho, a él lo educaré de una manera diferente, porque a mi niña no le enseñé el rumbo que debió tomar. Su bienestar me punza el corazón. El amor de
una madre es inalcanzable, por eso, pienso que soy una persona valiente, precavida, arriesgada, astuta, protectora, con sentido y alma.
44
A QUIEN PUEDA INTERESAR
45
Carta de despedida a la violencia Rocio Oñate Carlin
Desde pequeña tengo la costumbre aprendida de saludar siempre y dar los buenos días o buenas tardes a las personas, no importando si son o no conocidas. Gracias a este hábito, en alguna ocasión, pude librarme de ser asaltada. Una mañana muy temprano iba rumbo a la panadería cuando dos rufianes me salieron al paso para arrebatarme el monedero, sin
que
yo pudiera
ofrecer
resistencia. De pronto,
apareció un tercero en escena que los detuvo y algo les susurró, pues aceptaron devolverme el dinero y partir sin hacerme daño. Con mucho asombro y algo de temor, detuve a este tercer personaje,
salvador de mi integridad y mi billetera, primero, para agradecer su oportuna aparición y, segundo, para preguntarle ¿por qué lo había hecho? Él, que apenas mostraba los ojos bajo su cachucha, me dijo que era uno de los chicos que todas las mañanas limpiaba parabrisas en el crucero de la avenida y que yo siempre que pasaba le sonreía y le daba los buenos días. Para él, no era frecuente recibir ese tipo de atenciones. Escuchar su respuesta me dejó un tanto pensativa, pues
un solo gesto de gratitud o un simple saludo puede
cambiar el
momento de las personas. Eso me sucedió a mí: un saludo cambió mi vida. ¿Será tan difícil que podamos retomar esta práctica? Ahora las personas ya no se saludan, entre más alejadas unas de otras es mejor, evitan todo 46
contacto. Esto nos hace vulnerables e impide que sintamos la empatía que antes nos permitió tener una mejor convivencia. Definitivamente,
pequeñas
acciones
mueven
grandes
montañas.
Carta a la pandemia Rocio Oñate Carlin
Llegó en forma inesperada. Nadie imaginaba vivir esta amarga experiencia que nos ha mantenido aislados. Su abrupta aparición no nos permitió digerir a qué nos enfrentábamos. Tuvieron que pasar
varias semanas, y luego meses, para darnos cuenta de que el ser humano no está habituado al aislamiento. Somos seres sociales y a pesar de que en mi caso disfruto la soledad, siempre le he arropado con la cotidianidad del trabajo, la reunión con los buenos amigos, las charlas en los cafés, los festejos, las idas al gimnasio y, en fin, innumerables actividades que se detuvieron de repente. Bien lo dice el dicho: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ver perdido”. Sin embargo, este proceso de casi seis meses me ha hecho valorar, en su justa dimensión, lo que tengo: salud, un techo, comida y amistades, y que estas posesiones no tienen precio. Muchos se han adelantado en el camino a pesar de contar con recursos, amistades y familia, pues perdieron lo más valioso: la vida. Ahora y por el tiempo que me reste, aprovecharé y disfrutaré cada momento, amistad. Haré lo que disfruto. “¡La vida es bella!”, reza una 47
cada
frase, así que de lo malo siempre se saca una experiencia, y esta fue la lección que me dejó el confinamiento.
48
RELATOS DE MUERTE, INTRIGA Y DEVELAMIENTO
49
La terapia Rocio Oñate Carlin Muchas veces me pregunto ¿qué tanto puede una persona cambiar su destino al entablar una relación? Esta interrogante siempre merodea mi mente. ¿Qué habría pasado si no hubiera conocido a…? Esto viene a colación del caso de mi vecino. Él era un hombre entrado en años que, a pesar de su madurez –casi rayaba los 64–, aún mostraba el atractivo de su juventud. Además de educado y de mirada penetrante, siempre estaba pulcro, correctamente vestido y el pelo canoso bien peinado. Se sabía que era el único heredero de la fortuna amasada por su familia, dedicada desde hace un tiempo a la fabricación de vinos en su natal Baja California. Ahora él, abandonando la noble tradición, solo buscaba disfrutar la vida. Sus pasos lo habían llevado por el camino de la viudez. Hacía varios años que su esposa había fallecido a causa del cáncer, lo que lo sumió en una gran soledad. Sin embargo, su ánimo no se debilitaba. Luego de la irremediable pérdida de su mujer, se había mudado justo al lado una chica mucho más joven, quizá 40 años, que se había cambiado de ciudad en busca de mejores oportunidades de trabajo. Al
parecer era soltera, de buenas proporciones, muy risueña, pero con poca educación. Era habitual verla vestida de forma llamativa. En alguna ocasión, muy cerca de su casa, a la recién llegada se le atoraron los tacones en el pavimento, lo que le provocó una fuerte caída. Para su suerte, mi vecino iba pasando y, sin pensarlo, corrió a 50
auxiliarla. El golpe fue tan contundente que la mujer no podía apoyar uno de sus pies, él tuvo que llevarla hasta su puerta. Sin dudas, este encuentro lo animó a sentirse nuevamente vivo. Conforme transcurrieron los días, sus visitas cotidianas a la casa de la chica pronto tornaron su afecto en un sentimiento más profundo. En mi vecino se había despertado otra vez el deseo y el amor. Ella, por el contrario, solo podía verlo como un hombre preocupado por su salud, que nada más le inspiraba agradecimiento. Desde su caída, había
gastado mucho dinero y sus fondos estaban casi agotados. Por eso, decidió aceptar la propuesta que él le había hecho: casarse En una ceremonia muy íntima, se realizó el matrimonio. Finalmente, ella se mudó con él. La casa era de dos pisos con todas las comodidades y, lo mejor, no tendría nunca más limitaciones económicas. Después de su convalecencia, el médico le indicó tomar terapia de rehabilitación para evitar problemas con el tobillo. Su marido
aceptó y de inmediato le pagó a uno de los mejores terapeutas. Las sesiones se dieron los días previstos, aunque con una duración que, inexplicablemente, se prolongaba cada vez. A la pregunta expresa de su marido por las horas invertidas, ella solo respondía que así era el tratamiento. Como la duda anidó en su pecho, en una oportunidad la siguió. De esa forma, con sorpresa, alcanzó a ver que su esposa no se dirigía a la clínica sino a un motel acompañada de su terapista. A pesar de su coraje, su carácter y educación le impidieron hacer algún reclamo en ese momento, pero al llegar a casa la enfrentó airadamente. Ella lo negó todo. Le decía que sus sospechas eran 51
infundadas, sin embargo, no tuvo más remedio que aceptar la infidelidad cuando él reveló que la había visto entrar junto a su amante al motel. Él estalló en ira y le pidió el divorcio, mientras que ella, al sentirse acorralada, subió a la recámara para encerrarse. No tuvo tiempo. El hombre la había alcanzado y la sujetaba del brazo buscando una respuesta. En el forcejeo, mi vecino perdió el equilibrio y rodó por las escaleras hasta quedar en el piso desnucado.
A ella solo se le ocurrió llamar a su amante en ese momento. Los dos acordaron no avisar a la policía porque no iban a creer que se trataba de un accidente. Ya varias vecinas se habían dado cuenta de sus encuentros clandestinos. La pareja envolvió el cuerpo con unas sábanas y lo arrumó en una cava, ambiente oscuro y controlado que servía para sus propósitos. Ellos bajaron la temperatura al máximo para evitar la descomposición del cadáver, en tanto que pensaban cómo deshacerse de él. A los días, la mujer reportó la desaparición de su esposo y las indagaciones comenzaron. La policía acudió a la casa y, al interrogarla, su nerviosismo era evidente, a pesar de que ella fingía
estar
angustiada. Para ese momento, los amantes ya se habían deshecho de mi pobre vecino: lo había arrojado a los basureros de Ecatepec la noche anterior. Ante tantas inconsistencias, enseguida surgió la duda. Las autoridades giraron una orden de cateo para revisar el domicilio y, aunque se escudriñó cada rincón, no encontraron nada. No obstante, las sospechas se agudizaron al instante cuando un investigador encontró una pequeña marca como un rayón en el barandal de las 52
escaleras. El agente recogió los rastros sobre la madera con un hisopo y también una blusa tirada en el bote de la ropa sucia. La prenda estaba ligeramente rasgada en la manga. Todas las pruebas fueron llevadas al laboratorio para su revisión. A pesar de los indicios, no se pudo concluir que el esposo había sido asesinado en su hogar, por lo que fue clasificado como “desaparecido”. Más tarde supe que los días en esa casa empezaron a ser
insufribles. El gemido de la caída no dejaba de resonar en la cabeza de aquella mujer. Los ojos crispados del rostro de su marido se le aparecían por las noches, por lo que su razón empezó a flaquear y dejó de comer. Su amante no acudió a verla nunca más, pese a que lo llamaba constantemente. Una noche sentada en la orilla de la cama y con las luces apagadas creyó ver a su esposo acercarse al lecho para reclamarle su infidelidad. Ella salió corriendo, tropezó con la alfombra y
rodó por las escaleras. Al igual que mi vecino quedó tendida al pie de la escalera con la cabeza desnucada.
53
La taza de té Isabel Bravo En una ciudad de Londres, se encontraba un apareja de varios años de casados. Su amor había empezado cuando se conocieron en una cafetería. Él tenía 59 y ella 36. Pronto, quedaron locamente enamorados, aunque con el tiempo su pasión se apagó. La mujer, llamada Sara, no tenía interés alguno en Francisco, su marido. Pese a que él la seguía queriendo, esta tenía un amante de nombre Felipe. Se trataba de un hombre más joven, de su misma edad. Ellos se conocieron en una fiesta. Sara no sabía cómo decirle esto a su esposo, así que decidió quedarse callada. La mujer se veía con Felipe todos los jueves a las 5:30 pm en la misma calle. Ella le decía a Francisco que iba a una reunión con sus amigas o se inventaba algo más para poder salir. Sara estaba harta de tener que fingir amor por su esposo. Ella no lo quería, pero sabía que si se lo decía este no la dejaría ir tan fácil. Su única solución fue envenenarlo. A la hora de la cena le preparó un té, le puso una sustancia y se lo dio. Horas después, Francisco se empezó a sentir muy mal hasta que murió. Enseguida, Sara llamó a la policía para informar que su esposo había fallecido. Cuando llegaron los agentes le preguntaron cómo habían ocurrido los hechos. Ella les contestó que no sabía, que había salido y al llegar a su casa lo encontró de esa forma. La detective que investigaba el caso le hizo una serie de preguntas a la ahora viuda y notó su indiferencia por su marido. No se 54
notaba que estuviera triste o que tuviera algún dolor por la muerte de Francisco, por lo que la detective comenzó a sospechar de ella. Sin dejarse llevar por las apariencias, siguió investigando. Al sentarse para descansar un rato, la detective vio la taza de té que había sobre la mesa, esta no tenía mucho líquido, pero sí lo suficiente como para mandar examinar su contenido. Cuando llegaron los resultados de las pruebas, se enteraron de que el té contenía cierta cantidad de veneno y la detective lo asoció con el desinterés que había de parte de la esposa por la muerte de su marido. De este modo, la detective llegó a la conclusión de que Sara lo había matado.
Xoxos y corazones .Mi propio libro Belinda Vargas Prefacio Cuando llegué a ese lugar (Casa Hogar), pensé que mi pasado había quedado atrás, sin embargo, volvió a repetirse, no de la misma manera, eso es obvio, pero sí había algo similar y escalofriante de lo
que antes era mi vida. Creo que llegó la hora de enfrentar la verdad con todo y sus consecuencias, es hora de revelarla. ¿Por qué soy así? me preguntan muchas personas, unas de buena y otros de mala manera. Cuál es la mala, lo dejo a tu criterio.
55
Cuando lo conocí, no era más que un simple extraño, solo lo veía en la escuela y rara vez llegué a verlo fuera; creó que así era mejor. Pronto, llegó un punto en que no podía más y cada vez que salía deseaba encontrarlo y verlo, aunque fuera por un segundo. Puede que me estuviera volviendo loca, pero ese no era ni es el caso. La vida me puso un reto y pienso que lo superé. Salí con rasguños, rupturas, dolores, amores olvidados y con gente que me odia, aunque ellos y sus malos comentarios para desestimarme, en estos momentos, no me preocupan. No sé si sea lo correcto, pero de todas las cosas que hice, solo me
arrepiento
de
algunas.
Reflexionar
sobre
ellas,
pues
constantemente me cuestiono, me permite encontrar verdades que me ayuden a continuar. Todavía no las encuentro, pero sé que voy por el
buen camino, aunque de repente se me va el pie. Bienvenida Llegué a la Casa Hogar con miedo y ganas de salir corriendo. Mi familia –tíos, prima y abuela de mis primos– se despidió de mí aconsejándome que me cuidara, que ahora era mi responsabilidad, ya que era como estar sola. Sí, tenían mucha razón. Estaba físicamente allí, pero mi corazón salía desbocado cada vez y tomaba diferentes rumbos. Enseguida, observé cómo la camioneta recorrió el mismo camino por el que habíamos llegado, solo que esta vez no iba como pasajera. Se me salió una lágrima. Después, todo perdió sentido, no sé por qué, ni cómo, solo que así me sentí.
56
Aún recuerdo el olor de la primera comida en ese lugar. Recuerdo qué pensé de cada una de las personas presentes y no imaginaba que llegarían a ser tan importantes para mí. Por algo pasan las cosas y que bueno que sucedieron de esa manera. Ahora pienso en el primer abrazo, las risas, inseguridades, angustias y en otras tantas cosas que me sacaron una sonrisa, aunque solo quedan, eso, recuerdos y más recuerdos de lo que un día
fue. Creo que el destino lo decidió así, a pesar de mis miedos, pues siempre los he tenido, unas veces más que otras. Estoy convencida de mi futuro y de lo que deseo, pese a que muchos no lo crean por mi corta edad, sin embargo, es así. Hoy siento una fuerte atracción por lo que quiero. Sí tengo ciertas dudas, pero qué serían de nuestras decisiones si no las tuviéramos. Su encanto se iría, quién sabe a dónde, solo nos queda recordar. Ante mi situación, solo me queda esforzarme y esperar. Llegué a la escuela con miedo y nervios, pues claro, era la primera vez que iba a ese sitio. Me embargaba una sensación de soledad. Me senté en un rincón y todos parecían observarme, unos de manera discreta y otros con los ojos saliéndoseles de las órbitas. ¿Acaso nunca habían conocido a alguien serio? La verdad, no lo soy,
pero tampoco esperaba desenvolverme como un tamal. Mi cubierta es más dura y no se conforma con lo simple. Ese día no establecí ningún tipo de contacto, solo el que me impuso la rutina de la presentación. Parecían lobos hambrientos de nuevas víctimas, pero les falló, yo no caí. Al salir de la escuela, sonreí
57
falsamente y a los que me preguntaron sobre mi “primer día”, obviamente les mentí, me había sentido como de otro planeta. El tiempo me permitió conocer varias personas. Logré llevarme bien con la mayoría de mis compañeros, aunque algunos eran muy odiosos y por más que lo intenté no pude ser su amiga. Como dice el dicho: “El zapato que no te queda, ni a la fuerza te entra”. Más tarde, una chica de la Casa Hogar vino a la escuela conmigo. Al principio fue “súper padre”, pues ya no estaría sola,
haríamos las cosas juntas. Pero al poco tiempo nos metimos en problemas, aunque todos tuvieron su beneficio. Claro, todo era “súper”. Salíamos antes que las demás chicas y visitábamos un rato el parque, la laguna, Coppel y otros lugares. Siempre tratábamos de divertirnos, como la vez que saltamos en un charco y se nos mojaron los zapatos y al otro día tuvimos que llevar tenis. Cuando llegamos el director nos preguntó por qué los traíamos y nos excusamos diciendo que los habíamos lavado. No creo que llegue a olvidar momentos así. Lo mismo ocurrió cuando casi me caigo en la laguna y si no hubiera sido por ella, mi mejor amiga, me hubiera ido con el agua y convertido en pescado. Día de muertos El día de muertos es una celebración que conmemora de forma
especial a las personas que en este momento no están con nosotros. Ese día, mi amiga y yo nos adornamos muy bonito. Aún recuerdo que estaba lloviendo y nosotras íbamos pintadas de catrinas y llevábamos vestidos a pesar de todo el frío que hacía. Nuestro educador, a quien aprecio mucho por su gran carisma y su personalidad, nos llevó. Aun 58
me divierto al pensar que entré a la escuela con falda como de monja y salí con un vestido bastante corto. Llegué y fui a mi salón. La mayoría de mis compañeras comentaron que me veía muy bonita y, la verdad, era cierto. El rato se nos fue platicando y caminando de un aula a otra. Instantes después, lo vi. Él se había vestido increíble, estaba de traje y con la cara pintada de catrín. Me acuerdo de que nos tomaron una foto y nos bautizaron la catrina y el catrín, "La pareja perfecta". Al principio solo me burlé,
luego, lo reconsideré. Ese fue el día en que él y yo empezamos a llevarnos mejor. Más tarde, me enteré de que le gustaba, sin embargo, en ese momento no estaba interesa en mantener una relación. Entonces, decidí pasarlo de largo y continuar centrada en mi proceso. En las típicas historias de amor, los enamorados luchan hasta estar juntos, pero eso no sucedió esta vez. A pesar de que no terminó mal, tampoco
quedamos juntos. Esa es una larga historia que espero pronto concluir. No sé muy bien cómo empezar, no recuerdo las circunstancias exactas. Solo permanecen en mi memoria los momentos más importantes entre él y yo. Uno de ellos fue cuando me robó un beso. No le dije nada, ha de ser porque me tomó desprevenida. Además, jamás lo hubiera esperado de él, creo que lo subestime. Me acuerdo también de que cada vez era más era adorable y todo el tiempo me hacía corazones con los dedos. Le encantaba mucho uno de mis suéteres porque era de peluchito, muy suave. Él se
59
dejaba maquillar y hacía todo lo posible por complacerme. Sin embargo, a veces me hostigaba, tanto cariño era empalagoso. Un día, en la escuela, me dio una carta. Parecía un testamento, pero me gustó mucho: “Hola. Seguro ya estás harta de mí. No quiero que te sientas presionada. Sé que necesitas tiempo, pero cada vez que te miro es como si se hubiese acabado.
Todos tenemos pros y contras, aunque tú no tienes desperfectos. Muchos compañeros me dicen que eres muy bonita físicamente, pero a mí no me gusta fijarme en eso, pues me miro al espejo y no soy perfecto. Quiero pedirte perdón por hostigarte, perdón por besarte, perdón por todo y más,
perdón por enamorarme... Si yo busco una relación es para que esa persona me apoye, de la misma manera en que yo lo haré con ella. Si te quedas conmigo no te faltará el amor incondicional, los abrazos, las clases particulares de un tema que no entiendas, protección y que te saque una sonrisa. Por último, estoy para todo lo que tú quieras. Quiero aprender a
amarte y si me das tu confianza voy a hacer todo lo posible por mantenerla. Con cariño, él”.
60
Desafortunadamente, yo me alejé por mi bien y el de él. Seguí con mi vida, aunque todavía lo veía llorar por mí. Incluso, cuando fuimos al cine, quería que me sentara a su lado, pero le dije que no podía, que me iba a sentar con otros chicos. Terminé sentándome con unas chicas y me enteré de que estaba llorando. Me sentí muy mal. Entonces, tenía dos opciones: o me quedaba sentada con mis amigas o iba con él. Escogí lo segundo y estuvimos juntos, tomados de la
mano, muy cerca y abrazados. Su cara me rozaba, sus ojos tenían todo lo que yo quería y me encantó. El lugar estaba oscuro y mi corazón latía muy fuerte, él se acercó y rozó mis labios. Traté de pensar y en ese momento me alejé, yo no podía hacer eso, lo quería, pero no era correcto, en especial, porque le daría falsas esperanzas. Por eso, me aparté quitándole la luz que había encontrado en la oscuridad. Quizá, me consideren despiadada,
lo hice por su bien. Nada es seguro conmigo. No seremos novios, sino amigos. El 13 de febrero me regaló un cuadro con una foto de los dos. Me gustó mucho y fui corriendo a mostrársela a mi educador. Aún conservo todo lo que me regaló y en este momento estoy decidida a conservarlos. Un día, él me dijo que yo era de las pocas chicas que lo había hecho llorar. Solo lo miré, sin saber que decirle. Me dio un abrazo y se fue. Antes de que cruzara la esquina, le contesté: “Y tú eres uno de los pocos chicos que me ha hecho pensar”. Y no me refería a pensar en alguna pregunta o asunto de la escuela, sino a pensar en por qué traté
61
de alejarlo, pensar en su bien, pensar en el cariño que mucha gente me demostraba y yo no observaba. Solo sé que esta historia seguirá, aunque no de la misma forma, ni en el mismo sitio, ni en las mismas personas. Solo sé que como yo muchas chicas están en busca del "sentido de su vida".
Rastros de una memoria Carlos R. Viso F. Venezuela
“(...) para contarse la vida”. Esto fue lo primero que sentí cuando terminé de leer aquellos cuadernos deteriorados por el tiempo, que se salvaron del fuego por la lluvia que caía aquella tarde invernal. Los regresé al bolso donde estaban cuando Sebastián me los entregó hace un par de semanas. Recuerdo la última vez que nos tomamos un café haciendo memoria de otros tiempos, entre risas y silencios, entre cada una de las retahílas que hacíamos en nuestra infancia. Hacía el camino sin prisa hasta la casa cuando vibró el teléfono móvil en el bolsillo de la chaqueta. Me tomó tiempo reconocer la voz de aquel chico que hacía años no veía. Se marchó del país en medio de una hemorragia migratoria que comenzó hace cuatro años. Sí... es cierto... un académico reprochará el término hemorragia para lo que designan con elegancia “movilidad humana forzada”. ⎯
“¡Padrino, es Sebastián!”.
⎯
“Ah, ¡Dios te bendiga!”, le contesté sorprendido. 62
No disponía de mucho tiempo porque debía entrar a una reunión de la empresa internacional que lo había comisionado a venir al país para realizar unos trámites. Acordamos encontrarnos en la plaza del pueblo al día siguiente. El trayecto hasta el refugio estaba iluminado por la “luna azul”. Así llaman a esta segunda luna llena del mes de octubre, que marca un antes y después. Así como las cronologías en los libros de historia
indican un antes y después de Cristo –“AC” y “DC” –, ahora será “AP” y DP” para evocar una pandemia. ¡Joder!, el Maestro legó una sabiduría afectiva y misteriosa que ni las propias sectas, iglesias o agrupaciones fanáticas han sabido reabsorber. En fin, ocurrencias de caminante que ahora entraba a la casa. La temperatura descendía y un buen café entona lo que ronronea desde hace rato, después de la sorpresiva llamada de Sebastián. Encendí un cigarrillo y ensimismado
sentí el roce de una nostalgia y añoranza que me devolvió su rostro, mirada, sonrisa y voz ronca y pausada. “Anselmo: ¿dónde carajo andas?”, me pregunté en silencio mientras sorbía el último trago del café con papelón. Cinco años sin noticias, señales, mensajes o algo que indicara su paradero. “Persona desaparecida”, así luce la etiqueta del expediente que recoge el reporte policial, nada más. Ahora aparecía Sebastián urgiendo un encuentro. El gesto de Anselmo fue inolvidable cuando me dijo: “Tú serás mi compadre, el próximo sábado bautizaremos a Sebastián”. Pero ¡coño compadre, no me dijiste nada antes de desaparecer! Al día siguiente, me encontré con Sebastián.
63
“Abrir este surco con el silencio que aprendían a dibujar los murmullos. La frase quedó inconclusa, suspendida en el encabezado de aquel cuaderno de improvisaciones. Sentir el tiempo, así traduce la expresión de los indios guaraní ‘Arandú’, que designa a la sabiduría. En algún cuento de Augusto Roa Bastos lo leí en medio de aquella voracidad de lecturas”. Este era el mensaje escrito con la letra manuscrita
de
Anselmo,
inconfundible.
Recuerdo
que
en
la
preparatoria le hacían bromas porque tenía letra de señorita. Anselmo no se inmutaba. Gracias a su caligrafía convenció a más de un profesor en la universidad para que le permitieran entregar los trabajos a mano. Sebastián llegó diez minutos tarde de la hora prevista. Era el vivo retrato de Anselmo cuando tenía 33 años. Ahora mi ahijado los tiene, es un muchacho buenmozo y cordial. Era conversador como la madre,
con la sonrisa pícara del padre y la mirada transparente. Sebastián colocó sobre la mesa un bolso grande: “Padrino, aquí tienes la tarea”, dijo y lo acercó hasta mis manos: “(...) la tierra llena de silencio, soledad y ausencias se embarazó con el tiempo, preñada de un sueño nuevo, fecundada por lo inédito. Arrojó los fantasmas hacia tierras desconocidas y se dejó colonizar por un tiempo libertario, asumiendo los nuevos riesgos y retos que le insinuó la historia por venir”. Este era
uno de los fragmentos que se leía entre aquellos cuadernos quemados en las esquinas, que todavía conservaban las tapas gruesas asimétricas. Páginas borrosas por la humedad, sobre todo, en las que Anselmo escribió con lápiz. En otras la tinta estaba corrida o firme, según el daño que habían sufrido.
64
“Padrino, estos cuadernos están mejor en tus manos. Se salvaron del fuego por una lluvia oportuna. Los encontró Francisco, aquel señor que barría las calles de la urbanización. Estaban en una pila como si hubieran querido hacer una hoguera”, me dijo enseguida. Los curioseó y leyó en una de las tapas: “Anselmo París. Entre los chamuscados salvó estos manuscritos y los guardó en una bolsa de plástico.”
“Quizás
era
necesario
manchar
muchas
libretas
más.
Incendiarlas como una recapitulación que dejara limpio el almacén hasta encontrar el pasaje que revelaría la navegación en otras aguas, del otro lado del verbo frío y calculador. Ahora era necesario reír, convertir en sátira, comedia y burla el gesto que nos podría devolver la mirada ingeniosa, aguda y serena para componer otro domicilio. Metió la libreta en el bolsillo húmedo por la lluvia, y sintió cómo se
evanescían las letras por la superficie del pantalón. El amanecer podía encargarse del resto”. Eso leía mientras escuchaba la encomienda de Sebastián. La página tenía surcos de las quemaduras en la orilla y manchones amarillentos de humedad. Eran fragmentos inconexos, improvisaciones de líneas inacabadas. Sebastián deseaba tener alguna pista o clave para descifrar qué estaba escribiendo Anselmo. Siguió sacando del bolso otras piezas, de los cuadernos y hojas sueltas. Sebastián ordenó el almuerzo mientras yo seguía sin entender aquellos trazos que iba mirando al vuelo del instante: “Sí... cada amanecer sería un movimiento de caricias que instalaran una ternura de larga duración, despertando sin prisa, sin apremios y disolviendo tensiones para que despertaras con la serenidad creadora que fragua 65
una jornada inédita. Así, descubriendo el encanto para sentir el tiempo como oportunidad para hacerle un domicilio a los sueños, a los deseos, a la irrealidad que nos libera de los límites y las condiciones”. Sebastián interrumpió lo que leía: “No tengo la menor idea de lo que papá hacía en esos cuadernos. Recuerdo que, unas semanas antes de que mamá dejara ser posible, me dijo que andaba muy ensimismado, silencioso, la mirada fija siempre hacia algún lugar
remoto. Él sabía que quedaba poco tiempo para la inexorable partida de mamá. Le pregunté cómo se sentía. Se quedó en silencio unos segundos y solamente dijo con voz baja: ‘esperar lo que ha de llegar y como ha de llegar''. Seguí en silencio leyendo otro fragmento de los papeles: “La libreta fue buena idea. Podía nutrirla en cualquier momento o circunstancia. Un medio para hacer memoria de papel a los sentidos, a los adentros, a las voces que todavía no sabía cómo entrevistar. No logro componer esa historia. Es delicioso encontrar ese tiempo para domiciliar la intimidad”. Los cuadernos quedaron resguardados en el bolso. Sebastián debía acudir a otra cita de trabajo de la empresa. Dentro de varios días regresaría al norte. Sentí su abrazo largo en silencio. Su mirada estaba empañada ligeramente: “Padrino, esos papeles de papá quedan en tus manos. No sé si podrás descifrar qué escribió. Ninguna señal de él hasta ahora. No sé cuándo pueda tener una nueva oportunidad para vernos, pero mantendré la comunicación contigo”. Ahí quedó el bolso sobre la mesa de la sala. La madrugada me sorprendió sumido en lo que podría haber ocurrido con Anselmo y en 66
lo que expresaban ahora estos manuscritos inesperados. Mi chaqueta estaba cerrada porque el frío de la madrugada montó su cerco en este solitario refugio de montaña urbanizada. El vecindario estaba sumido en oceánico silencio. Saqué una de las páginas de los cuadernos mientras buscaba acomodo bajo la luz de la lámpara del recibo. «Mañana continuaremos. Ahora voy a descubrirte en los sonidos del silencio de esta joven madrugada que me seduce con sus secretos. Un beso y un abrazo demorados en tu sueño. Pedro Salinas es mi amable interlocutor mientras velo tu descanso: “La voz a ti debida” y “Razón de amor” se solapan desde hace días en estas vigilias de madrugada: “¿Serás, amor, un largo adiós que no se acaba?”. Podrían mezclarse, juntarse, empalmarse los versos del poeta español. Hasta conjugar la “razón de amor” con “la voz a ti debida”. Se desordenan estos papeles, no importa, igual aquí lo había copiado de otro poeta que no recuerdo su nombre, pero que me dejó resonando la memoria: “No sabemos si vivir es una debilidad o una fuerza, pero sí sabemos que es una escritura. Y esa escritura solo tendrá sentido al bajar el cielo a la tierra. Además, la tierra no sabe qué hacer con los muertos, y bajar el cielo a la tierra podría servir por lo menos para corregir a la muerte”. El libro estaba extraviado. Sí, ahora lo recuerdo: Juarroz... Roberto Juarroz”». ¿Escribía un diario? ¿Apuntaba en desorden lo que pasaba por su mente? Anselmo copiando versos de poetas. No recuerdo que hiciera algún comentario de los libros que tenía en una pequeña biblioteca en el fondo de la casa. Estaba pendiente de las crónicas que
67
gustaba leer en la prensa. Amanecía en el quiosco casi al mismo tiempo que llegaban los repartidores de los periódicos. Dejé la hoja junto a los otros cuadernos. ¿Qué haría con estos manuscritos que se interrumpen por cualquier parte? Era difícil encontrar el hilo o la costura oculta detrás de esas líneas. No parecen tener destinatarios. Tal vez, hubiera sido mejor que se calcinaran en el fuego y no incurrir en “los testamentos traicionados”. Anselmo los dejó para que se quemaran, pero no esperó hasta verlos vueltos cenizos.
«La rutina inventada cada mañana se ha convertido en un juego serio y divertido a la vez, en medio de este naufragio colectivo. Hay que saber a qué atenerse y con qué contar para minimizar y burlar la desorientación, la desesperación y la exasperación que transpira entre la plaza pública y la alcoba, donde inexorablemente se hace la vida. Como decía Ortega y Gasset, entre el ensimismamiento y la alteración, aprender a esperar lo que ha de llegar y cómo ha de llegar, fluyendo
como el manantial que no pregunta por el camino. Esto ha
sido
grabado en mi memoria desde hace más de 10 años, cuando aquella amable interlocutora lo comentó al vuelo de sus ocurrencias: “El wuwei está entre las líneas de quienes hicieron memoria del viejo Lao Tse”. El viejo Pereira es una caja de sorpresas. ¿Y cómo lo sé? Pereira buscó el viejo librito debajo de la caja registradora de la sastrería, lo abrió y me dijo: “Lee aquí Anselmo, ‘La enseñanza sin palabras, wuwei. No significa la inmovilización, sino una actitud de prudencia y respeto hacia el desenvolvimiento natural y espontáneo de
cada
situación y de cada ser. Comprendiendo cómo fluye la corriente es posible seguirla’. Eso dice Arturo Garbizu en la “Introducción”, 68
Anselmo. Lao Tse dice: “El Maestro actúa sin hacer y enseña sin palabras. Lo más blando del mundo desgasta lo más duro del mundo. Lo sin sustancia penetra lo que no tiene espacios ni fisuras”. ¡Qué vaina con Pereira! ¿De dónde saca este sastre la…»? Busqué con cierta ansiedad dónde seguía esta página, una de las más enteras de los cuadernos. Sobre la mesa del comedor había ido colocando las hojas sueltas y a un lado los cuadernos que todavía
mantenían las tapas quemadas. Wu-wei, así lo escribió en la servilleta mientras desayunábamos una mañana en la cafetería de la plaza. Cuando le pregunté qué significaba eso solamente dijo: “La enseñanza sin palabras”, y cambió la conversación rápidamente para contarme emocionado lo que le había acontecido el día anterior cuando cruzaba la plaza a mitad de la mañana. Había escuchado las risas y la algarabía de un grupo de chicas en uno de los bancos. Una de ellas sostenía un ordenador portátil. Anselmo dijo que caminó más lento hasta aproximarse al grupo. Las conocía porque la Casa Hogar contaba con el apoyo de varios miembros de la comunidad. Lo saludaron entre risas cómplices y se atropellaron disputando la palabra para contarle que sus poemas, narraciones y cuentos iban a salir en un libro. Por casi tres meses, participaron en un taller de lectura y escritura para jóvenes adolescentes. Julia sostenía entre sus piernas el pequeño ordenador móvil y así fueron mostrando los borradores para el texto que pronto sería publicado. Ellas mostraban euforia total porque no imaginaban que eso era posible, que sus historias, sus versos, los relatos y
69
cuentos pudieran salir en un libro con sus nombres. Discutían sobre el título y las ilustraciones. Anselmo sonreía mientras alargaba la mano hasta la taza del café: “Compadre –señaló–, a esta generación le ha tocado hacer la vida en medio de una crisis histórica de largo aliento. En la tormenta riegan con sus risas y esfuerzo, esta obra de teatro donde unos entran y otros salen en medio del drama, de la tragedia y la hazaña o la heroicidad, como le gustaba decir a Ortega y Gasset. Parece una
caravana en donde se solapan y empalman, en convivencia polémica o conflictiva, los que andamos en edades sociales distintas. Arturo, ¿te has dado cuenta de que vamos de salida? ¿Te has fijado en que hasta en la estadística somos invisibles? El otro día lo advertí viendo unos indicadores en una escala en la prensa: en la escala de edad señalaba entre 0-5; 5-10...y así hasta que al final decía 65 o ‘más’. ¡Coño compadre somos ‘más’, pero no llegamos al 7% de la población –soltó
entre risas”. “Hasta el inmenso globo, sí, y cuanto en él descansa se disolverán... y no quedará rastro de ello... Estamos hechos de la misma sustancia que los sueños y nuestra corta vida se cierra en un sueño. ¿Qué quiso decir Shakespeare a través de Próspero en ese acto IV, hacia el final, en La tempestad?”. Han transcurrido tres días y se ha hecho familiar lo que al principio lucía extraño. La incertidumbre y el misterio siguieron latentes detrás de cada fragmento o trozo de papel que hemos ido ordenando en la mesa. Contrastan las líneas manuscritas entre sí.
70
«Podrán los encantadores quitarme la ventura, el ánimo y el esfuerzo es imposible. Lleva razón Julián Marías cuando medita sobre el espíritu cervantino del Quijote. Ese librito se las trae: “Cervantes, clave española”. Tal vez, Pereira pueda». “Anselmo, amigo del mirar”. Así me comentó que le gustaba que le dijera la otra tarde sentados en una de las mesitas externas a la panadería. Y después mucho más, desde que compró y comenzó a
leer aquel librito grueso y usado, con tapa verde oscura, El espectador, con el nombre del autor en una esquina: José Ortega y
Gasset.
«Compadre, lo revisé y me sorprendió que era un libro con ocho libros reunidos en un solo volumen. “El origen deportivo del
Estado”;
“Abenjaldún nos revela el secreto”; “Sobre la muerte de Roma”; “Notas de andar y ver”. Esos son algunos de los subtítulos que vi en el índice y me cautivaron. Pagué lo equivalente a tres panes. Los panes me los
como en tres desayunos y se acaban. Este libro no se acaba, sino que enseña a mirar y a seguir pensando porque hay que vivir». La risa nos asaltó en concierto. Las vainas de Anselmo. Unos años antes había comprado otro librito escrito en 1914, Meditaciones del Quijote, el mismo año en que comenzó la carnicería estúpida de la Primera Guerra de Europa. Ortega y Gasset tenía 31 años. Recuerdo ahora que Anselmo tuvo un razonamiento similar para decidirse a comprarlo. Le pareció un libro con otro librito escrito en paralelo, por las notas a pie de página que hizo en 1958 Julián Marías a esa obra temprana de su maestro y amigo. “Sí Arturo”, me dijo cuando lo escuché y sonreí. «Ya sé lo que dicen tu mirada y sonrisa, que soy anacrónico leyendo en el siglo XXI un librito de hace 100 años 71
–subrayó–. Te diré que esos dos autores son nobles y amables interlocutores, que siguen conversando al ritmo de cada página con el lector. Además, la semana pasada dejé de comprar unas caraotas para poder llevarme Cervantes, clave española; “un Cervantes para lectores”, así dice Julián Marías en la “Introducción”, cuando lo publicó en 1990 a sus 76 años». “Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y que es ahora todos los hombres y que no veremos. Ya somos en la tumba las dos piedras del principio y del término la caja, la obscena corrupción y la mortaja, los ritos de la muerte y las endechas. No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre, pienso con esperanza en aquel hombre que no sabrá que fui sobre la tierra. Bajo el indiferente azul del cielo. Esta meditación es un consuelo. Gracias a Héctor Abad Facciolince por esas novelas familiares, El olvido que seremos y Las traiciones de la memoria, que hicieron posible dar con ese poema de Jorge Luis Borges que llevaba manuscrito tu padre en el bolsillo del saco cuando cayó asesinado por los esbirros de la estupidez. Conocer, sentir y pensar quién fue Héctor Abad Gómez en Colombia, en la salud pública, en la defensa de los 72
derechos humanos, ha sido posible con ese libro que tardó 16 años para encajarlo en la memoria afectiva”. Sebastián llamó desde el aeropuerto. Conversador y cariñoso como la madre, dijo que se iba antes de lo previsto. Lucía había comenzado a tener contracciones más seguidas y podía anticiparse el parto. “Espero que puedas encontrar algo en esos manuscritos de papá. Inés no sabe de esos papeles. Anda con Andrés y mis dos sobrinos en Santiago de Chile. Le contaré sobre nuestro encuentro”,
indicó. Inés es la síntesis de Anselmo y Mariangela: silenciosa como el padre y con la ternura y delicadeza en la mirada de quien la albergó durante nueve meses, tejiendo su cobija. “Sí, Arturo, espíritu cervantino para reabsorber la circunstancia”, dijo. Otra vez, como un relámpago de la memoria, las palabras de Anselmo cayeron en aquella cita vespertina. Volvió a leer a Cervantes a través del Quijote: «“Podrán los encantadores quitarme la ventura, el
ánimo y el esfuerzo es imposible”. Así es compadre, así es. Desde el fondo íntimo insobornable, desde donde hacemos la vida en la doble reabsorción de y por la circunstancia, se me ocurre resumir así lo que he meditado con ese par de españoles nobles, Julián Marías y Ortega y Gasset, a través de sus libros». Pocas veces Anselmo soltaba una retahíla tan densa como esa. Luego se quedó en silencio mirando en lejanía con los ojos achinados, quizá, por el sol intenso o por lo que seguía rumiando en su laberinto interior. Los golpes le vinieron en emboscadas que lo pusieron contra las cuerdas del ring circunstancial de la vida. Fue una andanada de situaciones que lo acorralaron para recibir toda la metralla de los 73
puñetazos. Anselmo encajó los golpes en silencio, uno tras otro. Primero fue la partida de Rita Elena, la madre conversadora. Después fue Miguel, uno de los hermanos menores que lo aleccionó sin saberlo en cada conversación, cada dos o tres días por semana. Ocho horas de vuelo comercial los separaban. Él dejó de ser posible una madrugada de enero. Los dos sabían que las oportunidades se cerraban con una sentencia inexorable.
“Compadre, me siento en paz y hago memoria de cada uno para recordar cómo vivieron, para qué, qué amaron y esperaron”. Desde entonces lo vi con menos frecuencia. Respondía con una sonrisa y un ligero comentario sobre el naufragio prolongado en que anda el país. «Arturo: somos náufragos y la tarea es nadar con espíritu cervantino para mantener la línea de flotación. Aprender a “marear”, como decían los viejos manuales del arte de la navegación de hace unos siglos. El
cielo es la brújula celeste para hacer las singladuras reabsorbiendo las circunstancias». El último testimonio recogido en el informe de los criminalistas fue el de Joaquín Montes, quien en la entrevista siempre mantuvo los brazos cruzados sobre el viejo mesón de la carpintería, que todavía está a orilla de la carretera El camino de los burros: “Anselmo hacía ese trayecto para estirar las piernas, oxigenar los adentros y comprar los huevos en una pequeña granja a dos kilómetros”. Joaquín contó que lo vio venir mientras abría el taller. Traía un pequeño morral en la espalda. Una bolsa negra grande colgaba de su mano derecha; en la otra, un libro con la que lo saludó en alto, como si se lo ofreciera. Caminaba lento. Se detuvo unos minutos para conversar. «Recuerdo 74
que sostenía el libro contra el pecho, el título era algo sobre lo que seríamos, como un olvido. Hice un gesto para ayudarlo con la bolsa negra para echarla en el pipote del taller. “Tranquilo Joaquín –me dijo– son unos restos de comidas para los perros de la granja”. Su mirada destilaba un brillo extraño, entrecerrado. Con una sonrisa entre sutil y pícara entre los labios, me dijo en voz baja: “Ella me convidó para tomar un café y contarnos la vida”. Guiñó el ojo y siguió caminando sin
prisa. No, no lo vi venir de regreso». --------“El oficio de la palabra, más allá de la pequeña miseria y la pequeña ternura de designar esto o aquello, es un acto de amor: crear presencia. …
La palabra: ese cuerpo hacia todo. La palabra: esos ojos abiertos.” Desde hace treinta años conservo este amable libro de Roberto Juarroz. Se ha ido desencuadernando con el tiempo y la frecuencia de las visitas. Como ahora, para salvar en la página lo que mejor sabe contarnos el poeta, se aproxima la reconciliación después de tantos años: ese café para seguir contándonos la vida”. “¡Arturo!
–me,
gritó
mientras
me
tomaba
de
un
brazo
bruscamente y apretando con fuerza–. No incurras en las memorias traicionadas. Tú sabes qué tienes que hacer con esos rastros encuadernados. Que se consuman hasta el final”.
75
Salí de golpe del sueño. “¡Qué vaina contigo Anselmo!”. El corazón se serenó. Las paraulatas y cristofués instalaron su concierto mientras abría la puerta del refugio. Recordé aquella montaña solitaria donde algunas veces caminé con el compadre, el aire mañanero y las calles vacías. Me retiré el tapaboca para inhalar despacio. El ángulo de la luminosidad cambiante en esta época del año daba un toque acorde con la tarea. Al principio chispeó un poco. La brisa se encargó de animar el fuego. Las cenizas se iban dispersando en el aire como delgadas hojuelas negras, flotaban como plumas hasta encontrar su sitio en la ladera. Así es compadre, ya te escucho citando a tu amigo el español: “El hombre es novelista de sí mismo, original o plagiario” (Ortega y Gasset).
76
Como todas las noches Liliana Godoy Ruiz
Como todas las noches, estaba camino a encontrarme con él en el lugar de siempre. Bajé muy apurada los catorce escalones porque yo iba con más de 20 minutos de retraso y temí que pudiera haberse ido, iba a llover. Era tan tarde, que ya no encontré a nadie en el camino. Después de hacer todos los ruidos anunciando mi llegada (el tintineo de las llaves, los pasos de la carrera, la sombrilla abriéndose), al fin lo llamé; varias veces, pero nada, no estaba. Caminé de un lado a otro, siempre tintineando mis llaves; dando tiempo a que saliera de alguna esquina, de alguno de los matorrales, de detrás de los coches aparcados, o tal vez acompañando a alguno de los vecinos que estuviera por allí a esa hora… Porque si de pronto
aparecía, sería que sólo estaba jugando y no que se había ido, o simplemente que no había llegado, que no regresaría. ¿Será que le pasó algo malo? Pasé la noche entera escalones arriba, tratando de dormir un rato y escalones abajo, tintineo de llaves, vuelta por aquí, vuelta por allá, esperando encontrarlo, pero nada. De vuelta para arriba, con la angustia subiendo también. Así amaneció. Justo cuando casi me quedaba dormida, salté para bajar una vez más los escalones, con el temor de no saber o tal vez de descubrir lo que le habría pasado. Lo encontré sentado en el mismo muro donde cada mañana, juntos escapamos de todos, del
77
encierro, y disfrutamos un rato de sol. Allí muy tranquilo, estaba Tino, mi gatito güero.
La foto rota Rocío Oñate Clarín
Después de mucho tiempo, vengo a darme cuenta de lo afortunada que fui al tener un padre comprensivo, cumplidor y amoroso con cada una de sus hijas. A pesar de no tener estudios universitarios, su formación estuvo en las calles y con su familia –más bien con su madre–, la bien llamada “la Jefa”. Ella, dentro de sus posibilidades, le dio los recursos y estudios para ser un hombre de bien. ¿Por qué digo lo de mi padre? Muchos niños no tienen esa fortuna y a sus vidas llega un padre golpeador, irresponsable, abusivo e incluso pedófilo. Esto viene a cuento porque a mi mamá no le tocó la suerte de vivir con sus padres y, por lo que nos contaba, un tiempo tuvo que irse a vivir a casa de su tía, quien estaba casada con un hombre abusivo y machista. Aunque el señor había cursado estudios
universitarios, demostraba sus frustraciones y aberraciones hacia las mujeres a cada momento. En ese tiempo mi mamá estaba por cumplir sus quince años, un festejo “inmoral”, según decía su tío. Antes ya habían sucedido otros eventos que, al conocerlos, me hicieron enojar e indignarme. El tipo era de los que para reprenderla se valía de 78
castigos corporales humillantes y dolorosos. Era un sádico. Si cometía algún error o hacía algo que no le parecía, le pedía que se pusiera tres pasos adelante, luego, con voz militar le ordenaba dar media vuelta e inclinarse. Finalmente, con una vara de membrillo le golpeaba el trasero para castigarla. A la hora de la comida, si quería un bistec, le ordenaba que fuera a la cocina, prendiera el fuego y pusiera una sartén. Le indicaba cuánto de aceite debía ponerle, y con reloj en
mano, pasado unos minutos, señalaba colocar la carne. Un minuto después, a la orden de “¡Ya!”, debía voltearla. De no hacerlo a tiempo, mi madre sabía que le tocaría una dotación de varazos. Esto se los cuento para que más o menos sepan con qué clase de ambiente se enfrentó mi madre. Para ella su cumpleaños era muy importante. Su ilusión era festejar esa fecha anhelada, en la que una se convierte en mujer ante
la sociedad, un acontecimiento que debía ser festejado con bombos y platillos.
Sin
embargo,
mi
madre
tenía
muy
claro
que,
desgraciadamente, no podía llevar a cabo su deseo. Su tía –una mujer pequeña, muy delgada, de piel blanca y amplios lentes– era la fiel imagen de las sumisas de todos los tiempos. Pese a su fragilidad, y por el amor que le tenía a mi mamá, a escondidas de su marido, mandó a diseñar un vestido de fiesta para que ella pudiera estrenarlo
en su cumpleaños. De esta forma, festejaría una fecha tan significativa. Muy emocionada, su tía se levantó temprano y de puntillas fue a su cuarto para darle la gran sorpresa. La quinceañera estaba hasta las lágrimas, se sobrepuso el vestido y agradecida le dio un fuerte abrazo. Ella sabía que era todo lo que iba a recibir en ese día, pero era más de lo que hubiera esperado. La tía le dijo al oído 79
que, en cuanto se fuera el tío a su consultorio, saldrían para tomarse una foto con su vestido de quince años y así conservar un recuerdo de ese día. Ellas esperaron hasta ver salir al hombre. Mi madre ya arreglada y feliz salió a toda prisa de mano de su tía. Fueron al estudio fotográfico que se encontraba a
varias cuadras de su casa. El fotógrafo tenía agendada la cita. Hasta allí todo había salido según lo planeado. Mi madre estaba realmente contenta, al parecer la vida no le era tan ingrata. Pronto, satisfechas, recorrieron el camino de
regreso. Al
llegar, encontraron al tío
vociferando y rojo de coraje porque no las encontraba. Para su desgracia, ese día no hubo agua en el consultorio y tuvo
que
regresar.
Con
los
ojos
desorbitados, la mandíbula apretada y los cabellos desordenados, insultó a la tía y la trató de alcahueta. Sin explicaciones, se volteó hacia mi madre y rasgó su vestido, dejándola con la crinolina expuesta y el dorso descubierto. Entre los forcejeos, a mi madre se le cayó la foto que llevaba en la mano y que corrió la misma suerte que su vestido. Lo único que logró fue a recoger los trozos esparcidos en el piso.
80
Las lágrimas se dejaron sentir. Mi madre corrió a su cuarto y ahí terminó el festejo de sus cumpleaños. Su único recuerdo de esos tiempos fueron los pedazos de la foto que atesoraba en un sobre manila, guardado en el fondo de un cajón. Desdichadamente, los avances tecnológicos no eran como hoy, y los costos para restaurar la foto eran muy altos. Así, la imagen siguió durmiendo el sueño de los justos.
Hace pocos años, retomando las charlas de su infancia, vino a nuestra plática ese suceso y me mostró, con cierta nostalgia, los restos de la fotografía que tanto adoraba. Le pedí que me la diera para ver si podía restaurarse, y en sus ojos asomaron algunas lágrimas esperando que ocurriera ese milagro. Me di a la tarea para que la foto retomara la vida que le había sido arrebatada hace tantos años. Por suerte, encontré quien realizara ese trabajo de forma magistral.
Después de sesenta y tantos años, nuevamente la foto regresó a sus manos. Ella conmovida la llevó a su regazo agradeciendo a la vida por regresarle aquel regalo que con tanto amor y celo le dio su querida tía. Yo doy gracias a la vida por haberme permitido cerrar ese círculo y que mi madre pudiera partir de este mundo llevándose en su corazón el recuerdo de aquel día en que alguien le demostró su amor.
81