Relatos y Retratos del Barrio de la Merced, entre puestos, oficios y fiestas

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Este material se realiza en colaboración con el Programa Social “Colectivos Culturales Comunitarios Ciudad de México 2020” Colectivo Múunyal María Guadalupe Nieto Cuevas Jessica Pérez Guerrero Gabriela Pérez Manríquez Juan Ángel Salinas Chávez Fabiola Ramírez Vargas colectivomuunyal.com colectivomuunyal@gmail.com Coordinación editorial María Guadalupe Nieto Cuevas Juan Ángel Salinas Chávez Antonio Nieto Cuevas Jessica Pérez Guerrero Corrección y cotejo Leny Andrade Villa Diseño editorial Antonio Nieto Cuevas Portada y contraportada Antonio Nieto Cuevas Primera edición: 2020 Impreso en México / Printed in Mexico

Este Programa es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por partido político alguno y sus recursos provienen de los impuestos que pagan todos los contribuyentes. Está prohibido el uso de este programa con fines políticos, electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa en la Ciudad de México será sancionado de acuerdo con la ley aplicable y ante la autoridad competente.


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Agradecimientos Mención especial merecen aquellas personas que han apoyado desde un principio al Colectivo Múunyal y al Proyecto: “Yo soy de La Merced”, sin ellos, nada de esto se hubiera pensado y hecho posible. Dejamos aquí unos breves, pero sinceros agradecimientos: Al párroco Gabriel Piña Landa, quien sembró la semilla para iniciar el trabajo dentro de la comunidad y vio nacer al Colectivo. Al párroco Victoriano Martínez, quien ha impulsado las actividades y por darnos un espacio en la parroquia de Santo Tomás Apóstol “La Palma”. A Raúl Eduardo Salcedo por caminar con nosotros desde el comienzo de este proyecto y compartir con generosidad sus fotografías e historias de vida. A don Modesto Samaniego, “El Fotos”, por acompañarnos siempre por los pasillos de los mercados de La Merced, por ser nuestro amigo, maestro y guía. A Miguel Medina, quien siempre nos recibe con los brazos abiertos en la parroquia de Santo Tomás La Palma, por ser nuestro amigo. A Hebert Palafox, “El Supermuñeco”, quien amablemente nos abrió las puertas de su hogar para compartir todas sus experiencias en el barrio de La Merced y en los alrededores de la parroquia de Santo Tomás Apóstol “La Palma”, en donde ha pasado gran parte de su vida. A la familia Roca Olivas: a Alma Delia Olivas, a Javier Roca y a Luis Xavier Roca, por hacer del Café Bagdad un lugar en donde cabemos todos; por su interés en mantener espacios de encuentro, diálogo y trabajo cultural; por ser un punto para detenernos a tomar un cafecito en la Plaza de la Aguilita. Agradecemos a toda la comunidad del barrio y de los mercados de La Merced por su apoyo e interés en este proyecto. A la comunidad parroquial de Santo Tomás Apóstol “La Palma” y a los comerciantes de sus alrededores. A los comerciantes de la Plaza de la Aguilita, de La Soledad, de La Candelaria y del mercado de Sonora. A nuestros autores por compartir de manera escrita sus recuerdos; a quienes nos apoyaron con sus gráficas e ilustraciones; y a quienes dieron seguimiento a este proyecto.


Índice 8 10 13 19 23 27 31 35 39 43 49 51 57 61 67 71

Presentación Introducción Dulce inframundo Ángel Regalado Dulces 100% mexicanos Andrea Vicente García Un dulce recuerdo Juan Ángel Salinas Chávez La manita Luisa Cortés Moreno Los brillos de la Rosa Mística María Liliana Arellano Amares Los santitos de “la manita” Felipe Julián Gutiérrez Domínguez De los ritos eclesiásticos al rito de los bailes Ismael Salinas Chávez Ritual de agasajo Leticia Ramírez Quezada Sonidera en La Merced Joyce Musicolor Reparando mi presente Karina Jarquín Díaz Andanzas de Juancho en el barrio de La Merced Juan Beltrán Arriaga Mi observatorio. Isabel Trejo Martínez Humberto García Contreras El barrio está en mí y yo vivo dentro de él Fabiola Adriana Ramírez Vega La Merced me hizo crecer como persona María Eugenia Vega Morales


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Tripa vacía, corazón sin alegría Haydeth Morales Aldana Por los pasillos del mundo Tania Elizabeth Meza Pérez Un día de compras en La Merced Gabriela Pérez Manríquez Un paseo de sabores, sensaciones y olores en La Merced Luis Fernando Ramírez Jiménez Una tarde otoñal por el mercado José Armando Aguilera Jiménez Alud de recuerdos de mi vida Juan Manuel Dávila Tejeda La Meche. Tan cerca, tan lejos Carlos Ledezma 5a Convivencia Sonidera Antonio Nieto Cuevas Dos crónicas de los bailes sonideros en el barrio de La Merced Pedro Sánchez Súper Muñeco. Una vida de Lucha... Libre María Oventic Galería

María Elena Morales Zea Ilustración digital


Presentación

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úunyal es una palabra maya que significa “nube” y es el nombre que lleva nuestro colectivo. Pequeña palabra, pero con gran significado y con la cual nos identificamos por todo lo simbólico que la rodea, pues hemos aprendido que nuestra formación y rumbo dependen de un proceso en donde la participación comunitaria es indispensable para nutrirnos, avanzar y hacer que la semilla de la memoria y de la colectividad crezca. Este año el Colectivo Múunyal contó con el apoyo del “Programa Social de Colectivos Culturales Comunitarios 2020”, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y con el cual se logró desarrollar el Proyecto: “Yo soy de La Merced”. Como parte de las actividades que se programaron en el marco del Proyecto: “Yo soy de La Merced”, se desarrolló un taller denominado: “Hablemos de mi barrio”, en donde tuvimos oportunidad de coincidir con personas extraordinarias y conocer juntos un poquito del barrio de La Merced: su historia, su convento, sus construcciones antiguas, sus iglesias, sus calles, sus oficios, sus mercados y sus personajes. Este taller se realizó de manera virtual y se convirtió en el pretexto para salir a recorrer las calles de esta gran ciudad, en tiempos de COVID-19, a través de fotografías, fragmentos de novelas, crónicas, cuentos, leyendas y recuerdos de quienes nos acompañaron. Fue en este espacio en donde se escribieron algunos de los textos que se presentan en este libro; otros de los textos que también nacieron en este taller serán publicados en el fanzine Milagritos… Revista de La Merced, los cuales podrán descargar de nuestra página. Además, contamos con los textos ganadores de nuestro 3er. Concurso de crónica, cuento y relato, actividad que intenta recopilar la memoria y la historia en voz propia de las personas del barrio de La Merced, y algunas colaboraciones especiales.

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Al ser un barrio lleno de colores, olores y sabores, este libro también contiene una sección de ilustraciones, grabados y fotografías de diversos artistas y personas, quienes amablemente se sumaron a este esfuerzo; contribuyendo con su obra para ilustrar el libro. Además de incluir las imágenes en los textos decidimos realizar una sección en la que se agregaron fotografías de Rafael Doníz, Raúl Eduardo Salcedo, Antonio Nieto, María Oventic y Xuwá Ángel; grabados de Fito Valencia (Pop Nasty) y Fernando López Enríquez; ilustraciones de Claudia Trejo, María Elena Morales Zea y los collages de Marginal (Antonio Nieto). Esperamos que este libro contribuya a los esfuerzos de todas las personas interesadas en los procesos de identidad y memoria de La Merced.

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Introducción Para deleite de las personas que habitan y construyen la región más transparente de la Ciudad, se encuentra el barrio y los mercados de La Merced, para los amigos y conocidos, “La Meche”. Siempre lleno de luces y sombras, paisajes coloridos y sonoros, con una enorme diversidad de olores, sabores y texturas que siguen deslumbrado a propios, a extraños y a quienes sobreviven de sus entrañas. Barrio y rumbo comercial desde tiempos precolombinos y marginal desde que tenemos memoria, siempre en pie, luchando y todos los días trabajando. Entre polución, gritos y empujones se construyen una infinidad de historias que tratan de dar cuenta del acontecer cotidiano de este populoso barrio de la Ciudad de México. Relatos y retratos del barrio de La Merced. Entre puestos, oficios y fiestas es un libro colectivo y comunitario en donde se recuperan crónicas, cuentos, historias de vida, relatos de ficción, gráfica popular, ilustraciones y fotografías que nos remiten a uno de lo barrios más antiguos de la Ciudad de México, La Merced. Lugar en el que nacieron las palabras más bellas: confitería, muégano, pepitoria, garapiñado y pirulis; palabras que nos transportan a otros tiempos, esos que fueron devorados como dulcísimos merengues y de los que sólo queda el sabor en el memorioso paladar porque, sin duda, sabían a gloria. En las siguientes páginas se encontrarán las diferentes formas que tomaron los recuerdos, las vivencias y los andares por este barrio: crónicas que nos harán “agua la boca” al imaginarnos el sabor de un higo acaramelado, un limón con ralladura de coco, un camote o una calabaza en dulce; dulces tradicionales que continúan siendo elaborados de manera artesanal y atraen al transeúnte como abeja y de tanto ver le llenan la barriga, pero también el alma; otras que son narradas desde los recuerdos de la infancia, desde los ojos inquietos de una niñita que acompaña a su máma a realizar las compras y se sorprende a cada paso que dan; desde las vivencias que “Juancho”, a su corta edad, vivió en una vecindad en Carretones; desde el corazón roto de un niño que perdió en el pasillo de las naranjas su objeto más querido, un reloj de “Pistachón”. 10


También encontraremos algunas crónicas en donde la historia de “La Manita” queda unida con la fábrica de “chocolates y dulces finos” más publicitada a finales del siglo XIX, en donde la especialidad era el chocolate amargo; y aquellas que, en automático, nos remiten a los pasillos de la Nave Mayor y de la Nave Menor del mercado de La Merced, al mercado de Sonora o al de dulces Ampudia y a las calles abarrotadas de comerciantes. Historias de vida que nos hablan de la migración, de oficios que se heredan y, al recordarlas, no nos queda más que sentir gratitud o echar a volar la imaginación en una bicicleta repleta de especias o volar en un cuadrilatero. Relatos de ficción que nos asombrarán por su parecido con la realidad, incluso, imaginaremos el crujir de tripas de pollo. O cuentos en donde los milagros se pueden manifestar en cualquier calle, ya sea en forma de brillos otorgados por la “Rosa Mística” o en el mercado Sonora, en donde además de encontrar juguetes de plástico y herbolaria tradicional, hallaremos un sinfín de santos, veladoras y oraciones para protegernos de cualquier mal. Hasta aquí una probadita de lo que ustedes leerán y veran en este libro, les dejamos para que comiencen a recorrer este barrio en donde más de uno aprendió a luchar y a soñar. Usted se encuentra aquí, en el barrio de La Merced: barrio que se renueva constantemente; rumbo comercial que se desborda, nadie lo detiene, de carácter fuerte y trabajador; un espacio festivo y religioso, lleno de milagritos, de remedios y conjuros, que si para el riñon, para el amor, para el dinero o para estirar el gasto. Aquí encontramos de todo y nos encontramos todos. María Oventic y Xuwá Ángel

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Dulce inframundo Un paseo por la confitería mexicana en el mercado Ampudia Ángel Regalado Otoño de 2020. Nec blandæ uoces icundaque murmura cessent, Nec taceant mediis sensum natura negauit, Dulcia mendaci gaudia finge sono... Arte de Amar, libro III.b Ovidio

Odisea, Libro XIX.a Homero

In a izquixochitl, cacahuaxochitl ma onnemahmaco. ¡Ma huel mani tlalla! Cantares Mexicanosc Ayocuan Cuetzpaltzin Para Arturo Zarate Zavala, por preparar al igual que Pedro y Juan, la mesa del Cordero.

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e adoban ya las mesas con los más exquisitos guisos y sustanciosos platillos, mientras que Hernando Cortés, Pedro de Alvarado y compañía se aprestan para merecer tan suculentas viandas venidas de las manos de América: (...) y cuando el gran Montezuma había comido, luego comían todos los de su guarda e otros muchos de sus serviciales de su casa, y me parecen que sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que dicho tengo: pues jarros de cacao con su espuma, como entre mexicanos se hace, más de dos mil y fruta infinita.1

Entre tanto, sor Juana Inés de la Cruz, transfigurada, con pluma en la diestra y cucharón en siniestra, toma dictado del soldado cronista y Aristóteles con dulce tonoi al oído de la monja bisbisea: 13


A través de lo salado y lo dulce, dualidad constante y principio del gusto, se desplazan las voces, ingredientes, instrucciones, recetarios materializados en postres y confiterías confiadas a las cazuelas, cantaros, lebrillos, metates, cucharas de madera, molinillos, jarritos y platos de tepalcate: alegoría constante, tan propia de la cocina mexicana.3 Aunque cierto es, el eco de aquellos enclaustrados trastos también resuena en los hogares cuya confluencia se haya en los mercados, entre aromas, en el rumor de los fardos, huacales. Estos secretos de sabores pareciesen huir de un funesto destino que se confabula con la indiferencia: antes fue ‘El Parián’, y de allí a la plaza de ‘El Volador’ luego ‘Iturbide’ hasta que en la medianía del siglo XX al oriente de la ciudad y guiados por un dios mexica que no conocemos, se fundará el mercado Ampudia: he allí la tradicional confitería mexicana, dulce inframundo en la parte olvidada del Centro Histórico, donde la vida y la muerte degustan juntas una alegría hecha de la tan apreciada semilla huautli; sabrosos dulces de tan mexicana calabaza, apetitosos merengues, crujientes cocadas y coloridas pepitorias. Quienes asisten a éste nivel del inframundo que el poeta italiano Dante Alighieri visitó a hurtadillas junto con el gran Virgilio y omitió sus andadas, para no causar recelo de su tan bien amada y dulce Beatriz; se apretuja la gente para hacer honor a los deliciosos muéganos entre uno que otro alborotado borrachito sin dejar de lado a los inocentes tarugos. Es así como pervive esta rica tradición entre calaveritas de azúcar, confites y canelones que se resisten a ser devorados por el olvido, el mal gusto, el prejuicio y el mayor de los demonios: la empresa norteamericana con sus dulces industrializados. No es cuestión de progreso, sino sentido pleno de identidad, consuetudinaria muestra de amor. Con los pantalones “arremangados” para que no le salpiquen las malas formas del habla o barbarismos si así se prefiere, mientras que degusta un shot de jugo de maguey o pulque para mayor antojo, nos lo deja ver Salvador Novo mientras camina por la calle de Misioneros Y a los de barrio, sólo concurren los valientes.4

Por alguna extraña razón, le faltaron hojas para describir este apetitoso y dulce lugar en sus Ocasiones de Contento, probablemente por no ser paraíso ante sus amanerados gustos. Como respuesta de Proteo ante Aristeo, de las entrañas de las reses sacrificadas surgen esplendidos enjambres de abejas; así tan similar a otro 14


inframundo dónde las almas infantes revoloteaban en rededor del árbol nodriza, vemos como en esta re-podrida parte de la ciudad, se realizan las proféticas palabras del poeta latino Virgilio: Subitum ac dictum mirabile mostrum!5

A través de lo salado y lo dulce, dualidad constante y principio del gusto, se desplazan los sabores donde los muertos viven y los vivos mueren de tan exquisitos sabores y volvemos a ser niños, y evocamos la muerte en la vida, en esa dialéctica constante que nos determina pues Sólo nos venimos a marchitar, ¡oh amigos!, que ahora desaparezca el desamparo, que haya alegría. ¿Qué comeremos, amigos nuestros? ¿Por qué habremos de alegrarnos?6

Bibliografía 1. Bernal Díaz del Castillo, Cosas de Encantamiento. FCE, Colec, Centzontle, México, 2005. p. 17. 2. Aristóteles, Física. Versión de Ute Schmidt Osmanczik, introducción de Antonio Marino López, Bibliotheca Scriptorvm Graecorum et Romanorum Mexicana, UNAM, México, 2001. p. 74. 3. Josefina Muriel, ‘Los colegios de niñas en el México virreinal’ en: “Una Mirada al Pasado Enseñanza y educación”. Banco Santander Mexicano, 2004. p. 112. 4. Bernardo de Balbuena/Salvador Novo, Ocasiones de Contento. col. Pequeños grandes ensayos, no. 32, UNAM, México, 2006. p. 77. 5. Virgilio, Geórgicas. Introducción, versión rítmica y notas de Rubén Bonifaz Nuño, Bibliotheca Scriptorvm Graecorum et Romanorum Mexicana, UNAM, México, 1963. p. 92. 6. ‘Sólo por breve tiempo’ “Icnocuicatl. Cantares de privación”, en: La tinta Negra y Roja. Antología de poesía náhuatl. Trad. Miguel León-Portilla, selección de Coral Bracho y Marcelo Uribe. ERA, El Colegio Nacional, Galaxia Gutenberg, España, 2008. p. 118-119. 15


Traducción de las citas en griego, latín y mexicano a —Demonio, ¿por qué así con el corazón airado me agredes? ¿Por qué estoy sucio, y malos vestidos me visto en el cuerpo, y mendigo en el pueblo? Me apremia la necesidad. Homero, Odisea. Prologo versión rítmica e índice de nombres propios, Pedro C. Tapia Zúñiga, estudio introductorio de Albrecht Dihle. Bibliotheca Scriptorvm Graecorum et Romanorum Mexicana, UNAM, México, 2014. p. 322, vv. 71-73. b —Ni las blandas voces ni cesen los jocundos murmullos, ni a medios juegos callen, lascivas, las palabras. Tú también, a quien natura negó el sentido de Venus, con sonido mendaz finge los dulces gozos; Ovidio, Arte de Amar/Remedios de Amor. Introducción, versión rítmica y notas de Rubén Bonifaz Nuño, Bibliotheca Scriptorvm Graecorum et Romanorum Mexicana, UNAM, México, 1975. p. 74. vv. 795-798. c —(...)Que se repartan flores de maíz tostado, flores de cacao./¡Que permanezca la tierra! Ayocuan Cuetzpalzin, Trece poetas del mundo náhuatl. Trad. Miguel León-Portilla, IIH- UNAM, México, 1986. p. 202-203. 2 —En otro sentido así: el todo está en las partes, pues aparte de las partes no hay un todo. Aristóteles, Física. v. 16-17. (Vid supra. Bibliografía). 5 —(¡Prodigio súbito y de decirse admirable!) Virgilio, Geórgicas. libro IV, v. 553. (Vid supra. Bibliografía).

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Antonio Nieto Temistitan Collage


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Dulces 100% mexicanos

El mercado Ampudia de La Merced

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Andrea Vicente García

r al mercado de La Merced fue una práctica común en mi infancia, mis padres de origen campesino y comerciantes se encargaron de presentarme junto con mis hermanas, uno a uno sus pasillos. Desde los locales del mercado, pasar frente a la vieja iglesia y persignarnos por orden de mamá, hasta llegar al ambiciado paraíso de los dulces, era un deleite. Nosotros, mamá papá e hijas salíamos de Iztapalapa en un viejo trolebús que partía de la antigua cárcel de mujeres en la avenida Ermita y llegaba hasta el emblemático mercado de Sonora. Era divertido el viaje, dos horas en el camioncito se disfrutaban mascando un chicle motita, al llegar el bullicio era más que perceptible. Nos recibía un letrero visible desde la avenida Circunvalación “Mi Mercado de Sonora”. Lo siguiente era caminar a toda prisa hacia La Merced, mis ojos miraban alegres los colores de ese mercado, mi época favorita: Día de Muertos, y sí, más que Navidad, lo era, lo sigue siendo. Ese olor a copal que tienen los negocios que lo ofertan hacen llegar a un paraíso prehispánico; hoy más de veinte años después, cada que vuelvo al Centro Histórico, me traslado a esos viajes mágicos de la infancia. Si uno se adentra al corazón de la Ciudad con el objetivo de comprar, sin duda, acudir a La Merced es una visita obligada. Una estación del metro de la línea 1 es la opción ideal para acceder con prontitud a un laberinto de mercancías y a ríos interminables de personas transitando con todo tipo de objetos. Mismos que van desde una fila de cajas de cartón, un diablo repleto corriendo a toda velocidad o bolsas gigantes negras en las espaldas de personas apenas visibles. Si hay algo que sobresale en La Merced, es Ampudia, el mercado de dulces cuyo origen se remonta al año de 1949. Y, según datos actuales, cuenta con más de 100 locales que ofrecen una múltiple variedad de dulces típicos mexicanos. Los olores característicos del lugar son de aromas dulces, de confitados, bombones y demás que alcance a distinguir el olfato, en un mundo repleto de colores cristalizados, traen a la memoria los mejores recuerdos de la infancia. 19


Lo que se cuenta sobre el inicio del mercado Ampudia, remite a un grupo de familias asentadas en la actual ubicación, con venta de dulces típicos. Establecidos los fundadores fueron acrecentando el negocio hasta lograr consolidar lo que hoy es un lugar especializado en la venta de dulces y cosas para fiestas: muéganos, alegrías de todo tipo, cocadas, garapiñados, dulces de leche, palanquetas, rollos de guayaba, ate de membrillo, limón con coco rallado, obleas, chocolates, bombones cubiertos, malvaviscos, camotes, merengues; por supuesto no pueden dejar de mencionarse las sabrosas frutas cristalizadas: piñas, higos, manzanas, calabazas, chilacayotes. ¿Qué le podía faltar a este paraíso? Abejas, muchas abejas. Sus vibraciones se pueden sentir desde unos pasillos antes de atravesar los manjares que colindan con la avenida Circunvalación. Estos indispensables insectos rodean los puestos exhibidos de dulces y obligan a nosotros los visitantes, a pasar con cuidado y respeto, pues no son una docena o dos ¡son cientos! Con ánimo les invito a mis conocidos a comprar despensas de dulces mexicanos, a los mejores precios expuestos: dulces cristalizados “de a 4x20”, obleas en cinco pesitos, además una infinidad de palanquetas y alegrías en todas sus formas y colores. Vale la pena el viaje, vale la pena el recuerdo.

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Pirulis exhibidos en el mercado de Ampudia, en La Merced, diciembre de 1968. El Universal 20


Mercado de Ampudia, en La Merced. El Universal

Interior del mercado de dulces en la 1a. Ampudia. Casasola. Mediateca del INAH 21


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Un dulce recuerdo Juan Ángel Salinas Chávez

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endría yo unos 6 años cuando visité por primera vez el mercado de dulces Ampudia, localizado en el populoso barrio de La Merced. El motivo de mi primera visita se debió a que mi mamá emprendió el negocio de la venta de dulces en la ventana de nuestro angosto cuarto de vecindad, allá por el rumbo del Molinito en el municipio de Naucalpan, Estado de México. El negocio inició por influencia de una vecina que animó a mi mamá para que vendiera dulces con el fin de obtener recursos para poder sobrellevar la dura crisis que vivíamos en 1995, crisis económica que dejó a mi papá sin trabajo y sin poder encontrar otro rápidamente. El negocio comenzó bien y, poco a poco, fue floreciendo debido a la enorme demanda que había por parte de los vecinos y transeúntes de la calle, quienes se detenían en la ventana para comprar algún dulce. Por motivos comerciales y en atención a sus clientes, mi mamá comenzó a buscar más y más golosinas para exhibirlas en su pequeña vitrina. La misma vecina le sugirió a mi mamá ir a La Merced para que ampliará sus productos y pudiera comprarlos a un precio más barato, por lo que no dudó en realizar un viaje de exploración por las entrañas de ese barrio a lado de sus hijos. Aun recuerdo el largo trajín en micro, metro y después de esquivar los mares de personas y comerciantes, por fin llegar al mercado de dulces Ampudia, ubicado a un lado de la Iglesia de “La Palmita”. Era tan largo el trayecto de ida y regreso que, en ocasiones, lograba acomodarme en un costado del metro para dormir plácidamente después de recolectar todas las mercancías. Al llegar al mercado, me emocionaba al ver los locales llenos de dulces de todas las texturas, sabores y colores, me causaba sorpresa y felicidad de que existiera un lugar así. En ese momento conocí una buena parte de los dulces mexicanos que eran exhibidos en los pasillos y en las afueras del mercado y que mi mamá me explicaba uno por uno al momento que lo degustábamos. Me sorprendía al ver tanto brillo de limones llenos de coco, futa cristalizada, palanquetas, obleas de todos los tamaños, torres de alegrías, dulces de tama23


rindo de muchos colores. Mi premio, después del extenuante viaje, era saborear los más deliciosos higos cristalizados que mi mamá compraba para el gusto de ambos y así celebrar que salíamos sanos y salvos de La Merced. Mi mamá en un principio estaba temerosa de que algo malo fuera pasar en ese lugar, debido a la mala fama que se carga y algo que yo desconocía e ignoraba a mi corta edad. Mi mayor temor, en ese momento, era pensar en los piquetes de las abejas que brotaban de los dulces que se encontraban ahí expuestos y que, sin temor, los comerciantes y marchantes espantaban para tomarlos. Al entrar al mercado, recuerdo que visitamos los pasillos donde se encontraban puestos de paletas, caramelos macizos, bombones, chicles, frituras, hasta un lugar, donde vendían chile en polvo y líquido para las frutas y verduras. Ese primer viaje provocó en mí una adicción por visitarlo cada vez que iba mi mamá a surtirse. Cada que podía me le pegaba cual abeja se le pega a un dulce. No quería dejar de visitar ese fantástico lugar que era un espectáculo a mi vista y paladar. Hoy en día existen infinidad de tiendas, bodegas y almacenes de dulces en toda la ciudad, pero puedo decir que ninguno iguala la amplitud, variedad, originalidad y precios de los productos que se ofertan en el mercado de los dulces Ampudia de La Merced. Un lugar que, con el paso de los años, sigue apoyando a los pequeños comerciantes de barrios periféricos y de provincia que llegan a surtirse de mercancías para empezar su pequeño negocio y, con ello, paliar las crisis económicas que los aqueja. Cada que paso por el mercado de los dulces no dejo de sentir la misma emoción y gratitud que sentía cuando era niño, debido a que no sólo llenó de alegría mis visitas a La Meche, sino que, además, nos brindó una salida para obtener recursos durante una época llena de carencia. Por eso y por muchas cosas más, siempre tengo un dulce y reconfortante recuerdo de La Meche.

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Fotografía tomada por Felipe Julián Gutiérrez Domínguez

Imagen tomada del diario La Voz de México del 27 de septiembre de 1894, p. 3. Hemeroteca Nacional Digital de México.

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La Manita Luisa Cortés Moreno

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n abril de 1828 sucedió un cuantioso y escandaloso robo en el templo de Nuestra Señora de La Merced. Un desalmado bandido llamado José María Salinas, mejor conocido como “El Negro Salinas” y cinco ayudantes más, entre ellos dos mujeres, se llevaron del primer Sagrario la custodia de oro con todo y la hostia consagrada, misma que consumió de manera irrespetuosa y sacrílega “El Negro Salinas”. Del segundo Sagrario, se llevaron una gran cantidad de piedras preciosas y alhajas pertenecientes a las imágenes religiosas. Francisco Arellano, quien desmontó las piedras y las vendió, fue sentenciado a diez años de cárcel, en el presidio de Acapulco junto con Pablo Ortiz, su ayudante. Juan Prado fue el comprador de las joyas y su esposa, Eligia Vázquez, aceptó uno de los diamantes de la custodia y trató de esconder las alhajas en el hogar de una vecina, esta fue sentenciada a diez años de prisión en la casa de Recogidas, junto con Laureana Lemus, otra copartícipe del delito. Todos ellos presenciaron, junto con una multitud, la ejecución de Juan Prado y “El Negro Salinas”, este último fue sentenciado a sufrir la pena del garrote vil y, además, por profanar la custodia se le cortó la mano derecha, la cual fue clavada en la esquina de la calle de La Merced y Puente de Jesús María, enfrente del templo de Nuestra Señora de La Merced. El juez que dictaminó dicha ejecución fue, en ese entonces, el licenciado Pérez de Lebrija, éste suceso dejó huella en la memoria de los habitantes del barrio.1 Este templo que para la primera década del siglo XIX lucía en su máximo esplendor, pues se decía que era uno de los más fastuosos de la época: con su techo artesonado, sus imágenes estofadas en oro y adornadas con piedras preciosas, para 1861 fue demolido, por decreto de las leyes de Reforma. En ese mismo pre-

1. Este hecho también dejó constancia de manera escrita en obras como Estadística gráfica: progreso de los Estados Unidos Mexicanos, presidencia del Sr. General don Porfirio Díaz, México, 1896, p. 212 y Rivera Cambas, Manuel, México Pintoresco y Monumental, México, Edición 1957, Tomo II, pp. 167-168. 27


dio, se construyó un mercado que tomaría el nombre del templo y rebautizaría la zona como “La Merced”. La gente nombró al sitio en donde colocaron la mano del “El Negro Salinas”, como la esquina de “La Manita”, todavía se pueden apreciar algunas fotos antiguas del mercado, en donde se alcanzan a ver los letreros que decían: «Los mejores vinos y licores sólo aquí, en “La Manita”» y, debajo, una flecha que señalaba hacia el edificio de enfrente. ¿Cómo es que la mano de un ladrón desalmado pasó a convertirse en el nombre de una tienda de licores, como si ese diminutivo lo excomulgara de su insolente pecado?, no se sabe, sin embargo, la historia de “El Negro Salinas” no sólo quedó guardada en archivos históricos, sino en la memoria de los habitantes del barrio. El empresario Alonso Noriega Sámano, utilizaría esta leyenda para dar nombre a la fábrica de chocolates, mandó a pintar en toda la fachada un letrero enorme que decía «La Manita Fábrica de chocolates y dulces finos», registrando el nombre como su propia marca. Fue así como los chocolates se hicieron famosos en todo el país y, de paso, el nombre de “La Manita”. Años más tarde, la fábrica se convertiría en tienda de dulces finos, después en establecimiento comercial de ultramarinos y, por último, en abarrotería, conservándose esta última ya muy entrado el siglo XX. Al edificio se le agregaron más ornamentos para embellecerlo y, en la esquina debajo de la hornacina, se colocó una mano de piedra clavada, seguramente para rememorar lo acontecido en ese lugar, pero muy pocos conocían la historia del “Negro Salinas”. La mano que colocaron era masculina, grotesca, de un aspecto tétrico, como si tratara de bajar por la pared y fuera detenida por el clavo que la dejaba inmóvil y rígida, hoy existe una tienda de ropa y artículos para bebé y el nombre de la tienda ya nada tiene que ver con “La Manita”.

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n la actualidad, esta zona está invadida por el comercio ambulante y el ajetreo de una ciudad en constante movimiento: el vaivén de las personas y el sonido de los carros la convierten en un lugar de caos sonoro y estresante, la gente va de prisa, trata de no detenerse, llevan cargando bolsas, bultos o cajas con diferentes productos. Sólo les preocupa aprovechar el día y no dejarse sorprender por un ladrón, pues en este sitio, todavía se paga con dinero contante y sonante, así que es frecuente que los transeúntes sean presa de asaltos, muchos de ellos imperceptibles, es por esta razón que evitan detenerse y, menos para 28


contemplar la arquitectura de los edificios. Aunque la mano de piedra sigue ahí, para la mayoría pasa desapercibida, los pocos que la descubren casi siempre vienen en grupos, de estos que son turistas en su propia ciudad y también algunos extranjeros que traen su guía, aunque no falta el apasionado de la historia que la encuentra por él mismo. Cuando la ven por primera vez, sus ojos sorprendidos se abren desmesuradamente, una sonrisa de alegría ilumina su rostro y con una gran emoción señalan a sus acompañantes el maravilloso hallazgo, provocando la atención de los paseantes que los voltean a ver intrigados y, sin querer, también se percatan de la existencia de la mano de piedra. Por un momento, la revelación se hace contagiosa: le toman fotos, la comparten en sus redes sociales y la etiquetan como «La esquina de “La Manita”». Es entonces, que el sitio vuelve a recuperar la fama que por muchos años había perdido. Los más curiosos indagarán hasta llegar a la historia de “El Negro Salinas” y otros sólo supondrán que seguro era la mano de un ladrón. Sin embargo, ya no es la única mano, ya que en la acera de enfrente se encuentran muchas otras que la acompañan, pues se ha instalado un tianguis semifijo. Cabe señalar que los espacios tienen memoria y como las aguas vuelven a sus cauces, también las calles a sus oficios, así que, nuevamente, hay otro mercado que poco tiene que ver con el primero que hubo en La Merced y que se instaló en este mismo lugar. Esta vez no es de verduras o abarrotes, ahora son productos de belleza, aunque el principal servicio es el decorado de las uñas. Las modas son extrañas en estos tiempos, pues ahora la novedad son las uñas de gel, decoradas con piedras de cristal y diferentes materiales. Existe un muestrario que exhibe una gran cantidad de manos de hule con los diferentes diseños a escoger. Las manos son pequeñas, apiladas una encima una de otra, de color rosado y que tratan de asemejar la delicadeza de las extremidades femeninas; nada que ver con la otra de piedra que está clavada en la esquina, aquella es tosca y gruesa, en donde las venas resaltan como si la sangre todavía corriera por ella, es una mano que intimida y a pesar de ser sólo una, tiene más presencia que las de hule. Lo absurdo es que, mientras la mayoría de la gente viene a observar esas manos de plástico para elegir un modelo de uñas y adornarlas con piedras artificiales, no se percatan que en lo alto del edificio de enfrente, existe una mano de piedra que cuenta la historia de un hombre, la de “El Negro Salinas”, al cual le cortaron la mano por andar de “uñas”.

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Los brillos de la

Rosa Mística María Liliana Arellanos Amares

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as extraordinarias y mágicas historias en torno a las personas que suelen acudir al Mercado de Sonora en La Merced, sorprenden por su valor en la fe y una religiosidad alimentada por un conjunto de elementos y materiales esotéricos, ofrecidos en medio del bullicio: los sahumerios, la infinidad de velas coloridas y los inciensos que abonan hacia una atmósfera mística y misteriosa. El relato que presento ahora, narra el proceso que transforma una vida de creencia que va de la incredulidad y el temor, hacia la fe y la esperanza. Comienzo entonces... A doña Luz Cuautle, una amiga del pueblo de Atlixco, le dijo un día: —¡Comadre! Te estoy viendo en la mejilla una luz brillosa de escarcha, esa es la señal de la Rosa Mística, debes comprar tu velita y pedirle si tienes un apuro de enfermedad. Es milagrosa, si le pones su velita y sus flores, te cuida y protege. No a cualquiera se le aparecen las lucecitas, los brillos…Y yo te los estoy viendo, orita mismo en tus cachetes. Doña Luz, quien vive cerca de La Merced, ahí por la calle de Zoquipa, le quedó la duda y la incredulidad. Por eso se preguntaba: —¿Cómo va a ser posible que me vean brillos en el cachete?—. Por más que se miraba al espejo, no se los veía, aunque su comadre insistía en que los tenía. Un día con las dudas y los temores a cuestas, se fue caminando rumbo al mercado de Sonora a buscar la dichosa veladora de la virgencita. De todo el complejo de La Merced, era el lugar que más temores le provocaba, no sólo por los rateros que pululan, eso era lo de menos, sino por la cantidad de “brujerías” que dicen que ahí hay. —Mire usted— me platica—. Yo nunca había ido a pararme en ese lugar ¡Imagínese! Venden “Santísimas muertes” que la miran por donde usté pase: grandes, chiquitas, unas bien vestidas y enormes, como personas. Dicen que si 31


usté no la cuida, no le pone su velita y lo que pide, le empieza a hacer la maldá. ¡Ay, madre purísima!, ¡Virgen del Señor! —decía yo— ¡Protégeme! Y que no se me pegue algún mal en este pasillo tan raro. Vi que la marchanta tenía unas pócimas pa´l amarre, pa´ cuando andan dejando a la mujer y al hombre, una cosa que le llaman “Quita calzón”, el “Ven a mí” (que muy efectiva pa hacer volver al marido o al novio). Hasta me la ofrecieron, yo creo que me vieron cara de que mi viejo me dejó, pero no es así. La verdá me dio tanto miedo caminar por esos pasillos que me regresé, luego luego, a mi casa y no quise volver hasta que sucedió algo que me hizo regresar al mercado. Para todo aquel que no conozca, hemos de decir que los pasillos del mundo esotérico en el mercado de Sonora de La Merced, suelen transportar inmediatamente a un espacio donde, entre hierbas, velas, copales y estatuillas de santitos, se comparte algo mágico, religioso y temerario que a doña Luz, con justa razón le provocaba cierta reticencia y temor. En su relato, me siguió contando lo que la obligó a volver, pero ya en la búsqueda con alguna esperanza para aliviar la difícil situación que atravesaban ella y su familia. Sigue entonces en su relato: —Un día mi viejo se enfermó de una embolia cerebral, estuvo muy grave ¡Uy, cómo sufrió el pobrecito! Lo anduvimos trayendo en los hospitales para que lo atendieran, porque en ese tiempo había pasado el temblor — el de septiembre, hace tres años en 2017—, y no teníamos suerte para encontrar un buen hospital que salvara a mi viejo. Esa vez, durante la noche, nos dijo el doctor que la tenía difícil y que había muchas posibilidades de que muriera; estaba muy débil, le dio un paro respiratorio y entró en coma. Yo estaba desesperada, ponía mi cirio pascual, le rezaba al San Juditas, ya ve que es el santito de los casos difíciles y desesperados. Estando en la noche rezando, me acordé de los brillitos de la virgen y lo que me había dicho mi comadre, de que era bien milagrosa la virgencita de la Rosa Mística. Pus total, que ya ve que yo tenía mucho miedo de andar en el Sonora, pues ni modo, me fui de nuevo. Agarré valor y, ahí, iba yo, caminando por los pasillos, oliendo todo los pachulis, las hierbas pa´ las rameadas que componen de ramitas de pirul, romero, ruda, salvia, albahaca y clavelitos. Una marchanta me las ofrecía, pero yo con el temor, pus les decía que no y, ya de tanto insistir, hasta me regaló el ramo que olía a hierbas frescas y también me regaló un perfumito, como esencia de canela, que dizque pa´ que se la untara a mi marido en el corazón, pa´ que no se le enfriara y que tuviera como su fueguito en su cuerpecito 32


enfermo. Para mi sorpresa, la misma marchanta me dijo lo mismo que me había dicho mi comadre. Me le quedaba yo viendo como con sorpresa y me dijo: —Tiene sus labios dorados, son las escarchitas de la virgen ¿Usted ya es devota? Yo le respondí con mucha pena que, con ella, eran ya dos las personas que me los veían. Pero que yo no me había querido acercar a la virgencita. Ella me dijo: —Tus labios tienen las escarchas de color dorado, eso quiere decir que la virgencita puede sanar algo espiritual, algo físico o psicológico que tú tengas, o que tú sufras. Doña Luz cuenta que se había quedado sorprendida porque ya no era casualidad lo de los brillitos. Y me sigue comentando: —Compré entonces una veladora de la Rosa Mística, así de color rosita clarito. Compré una virgencita en bultito y, luego luego que llegué a mi casa, en el altar, comencé a rezar por mi viejito para que se salvara y que la virgencita le diera la oportunidad de vivir más tiempo. Luego, me llamaron mis hijos por la noche para decirme que debía regresar al hospital para decidir si es que lo desconectarían. Les dije que, por favor, le dieran unos días más para tener la oportunidad de que él despertara ¡Va usted a creer, que al quinto día, mi viejito despertó! Lo primero que pidió fue verme para poder contarme. Él me dijo que al despertar, luego de cinco días en coma, había visto una imagen de una virgencita y, alrededor muchas “lucecitas” — dijo él— de un color verde. Fue ahí, cuando yo sentí que la virgencita me había ayudado y había salvado a mi viejito. El verde significa la esperanza, según me dijo la marchanta. Desde entonces, Doña Luz cree fervientemente en el poder de la virgencita de la Rosa Mística porque me dice: —Con todos sus brillitos y toda su luz, pudo salvar a mi viejito. Doña Luz, como nueva devota de la Rosita, como le llama a la virgen, es una clienta más de la marchanta ubicada en el pasillo 34 B del mercado de Sonora, cerca del callejón del Canal, es clienta también de la tienda “Místicos San Miguel” donde suele comprar unos inciensos de aroma a rosa exquisitos para perfumar el altar que, de manera definitiva, instaló en su casa en honor a la virgencita de la Rosa Mística, la de los brillos y las escarchas milagrosas.

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Los santitos de

“la manita”

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Felipe Julián Gutiérrez Domínguez

endría yo como unos 10 o 12 años y ese día acompañé a una tía mía a comprar un remedio al mercado de Sonora, “El mercado de los Brujos”, temido por muchos, un mundo fantástico para otros. Yo siempre fui un niño muy raro y, entre mis rarezas estaba la de juntar “Santitos”, la mayor parte de mi colección la había adquirido en los típicos puestos que se encuentran cerca de la entrada de las iglesias, pero por lo regular siempre vendían las mismas imágenes y oraciones, y que ya estaban en mi repertorio. Así que, cuando descubrí un puesto en el exterior del mercado de Sonora lleno de estampas y oraciones, la mayoría desconocidas para mí, fue como encontrar una nueva veta en una mina que creía agotada. Le dije a mi tía que me dejara echar un ojo a ese puesto y como ya conocía mis aficiones y ya habíamos conseguido su remedio, no puso ninguna objeción. — ¡Pásenle manitos! ¿qué buscaban?— nos dijo la dueña del puesto, una mujer muy amable como de unos 70 años, su cabello entrecano estaba peinado con unas trenzas entrelazadas con listones y tenía un delantal de una tela azul a cuadros. — ¿A cómo da éstas?— me dirigí a ella con unas de esas fabulosas estampas en la mano. —¡Escógele manito y ahorita vemos cuánto es! Yo estaba fascinado con sus maravillosas mercancías, su puesto no era como el de las iglesias, las estampitas no estaban ordenadas por tamaños y con precio a la vista, todas estaban regadas en la mesa de su puesto en un desorden que a mí me pareció encantador. Mientras yo escogía las estampitas, mi tía y la dueña del puesto empezaron a platicar, la verdad no me acuerdo de qué, pero sí me di cuenta de que

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congeniaron porque la plática no cesó durante mi búsqueda de tesoros. Ya tenía yo un bonchesito de estampas y oraciones en la mano cuando le volví a preguntar por el precio, yo sólo disponía de los 20 pesotes de mi domingo y no me podía pasar de mi presupuesto. —¡Escógele manito y ahorita te cobro, mira acá tengo más! —¡No podía ser cierto!—me pasó dos bolsas de plástico polvosas llenas de estampas, en el mismo desorden que tenía su puesto, mi asombro no paraba, pues encontraba desde las oraciones más comunes a la de la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo o El Señor de Chalma y otras que yo jamás había oído: San Ciro, San Pascual Baylón, Santa Librada y otras aún más extrañas como la oración del Ánima Sola, del Ánima de Juan Minero, la del Monicato, la de San Cono para ganar la lotería o la de San Fernando Rey para la suerte rápida ¿Qué diría el muy católico rey de León y Castilla de que su nombre se estuviera utilizando para semejante superstición? Me hubiera gustado llevarme las dos bolsas llenas de estampas, pero mi limitante económica no me lo permitía, así que con toda la pena del mundo, le dije: — Dígame cuanto llevo para ver si sigo escogiendo. —A ver, pásamelas, manito—empezó a repasar las estampas y oraciones para cobrarme. Yo estaba muy nervioso, me daría mucha pena tener que dejar algunas o tener que pedir dinero prestado a mi tía. —Dame 15 pesos. Respiré aliviado y le dije que era todo lo que iba a llevar y buscó una bolsa de plástico, igual de vieja que las bolsas que me había pasado y metió las estampas para dármelas, pero antes de entregarme empezó a meter más oraciones y estampas en la bolsa, mientras nos aconsejaba a mi tía y a mí. — Llévense a San Alejo, es para cuando hay un vecino indeseable, su oración es muy buena, también las alabanzas de las Ánimas del Purgatorio; en fin, yo creo que me dio un bonche de oraciones igual al que yo había comprado, me preocupé porque ya no tendría otros 15 pesos, al final me dio la bolsa y mi tía fue la que preguntó: — ¿Y de estas otras estampitas, cuánto va a ser? —No, manita, llévenselas esas se las regalo yo— y nos llenó de bendiciones para que tuviéramos un camino y nos dijo que volviéramos pronto. Ya en el camión de regreso, mi tía me dijo:

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—Te fue bien con “La manita”— la comenzó a llamar así por la costumbre que tenía de llamar a todos “manito”. Yo iba muy contento con mi nueva adquisición y con muchas ganas de regresar por más de las imágenes que compré con ella. La que más recuerdo fue una en blanco y negro de un Cristo con la cruz a cuestas y su túnica llena de milagritos, no tenía nombre, así que tuvieron que pasar como 15 años hasta que visité Tepeyahualco de Cuauhtémoc, Puebla. Ese día, los habitantes estaban festejando al padre Jesús, ya casi para salir del santuario me di cuenta de que, en las alcancías, tenían unas imágenes iguales a aquella que me vendiera “La manita” Regresé como tres veces más a comprar con “La manita” como la llamaba mi tía, por cierto siempre fui acompañado de ella porque iba a comprar su remedio. A veces pienso que, esas estampas y oraciones, eran la propia colección de “La manita” algunas oraciones estaban medias quemadas o comidas por polillas, había fotos en blanco y negro, algunas coloreadas con plumín, ¿las habría coloreado “La manita” en un rato sin quehacer? La última vez que la vimos, su puesto estaba muy reducido y nos dijo que la iban a quitar de allí porque remodelarían la estación de bomberos de la Viga, contigua al mercado y cerca de donde ponía su puesto, mi tía le preguntó: —¿Y mientras, dónde va a vender? —Pues todavía no sé, manita, pero si quieren les doy el teléfono de mi comadre, ella me pasa los recados para que me localicen. Lejos estaban los tiempos actuales, donde hasta los niños tienen su propio celular. Ella apuntó el número de teléfono de su comadre en un papel y se lo dio a mi tía. —¿Y cómo se llama usted? Para saber por quién preguntar. —Pregunten por la señora Mari. Esa fue la última vez que vimos a “La manita” en su puesto del mercado de Sonora, en el camión de regreso a casa mi tía comentó: —Ay, se me hace que “La manita” ha de tener un nombre de esos medios raros que antes ponían las abuelitas, por eso nos dijo que se llamaba Mari. Yo tenía una compañera en un salón de belleza donde trabajé que se llamaba Saturnina y le daba pena, así que cuando la gente le preguntaba su nombre, siempre decía que se llamaba Mari.

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De los ritos eclesiásticos

al rito de los bailes Ismael Salinas Chávez

o hace mucho, vi en la red social de Facebook a un colectivo llamado Múunyal y que su proyecto “Yo soy de la Merced” se centraba en los estudios, relatos y anécdotas de la fiesta, propiamente de la Virgen de la Merced. Revisé una grabación del Conversatorio: Experiencias y saberes del barrio sobre “La fiesta de la Merced”, en donde señalaron que el origen de este sitio se remite al establecerse el convento de La Merced, el cual fue fundado por la orden mercedaria, sin duda, toda una cátedra. En este texto, quiero referirme, propiamente, al aspecto que tocaron sobre el ambiente de la sonorización urbana, mejor conocidos como los sonideros. Recuerdo mis inicios de sonidero local en el año 1998 y los ruidos del barrio en Naucalpan de un equipo muy modesto, lo único que sabía con relación a este tema era la experiencia en el aniversario del mercado de Tacuba, específicamente del sonido Camarón y el Caimán, quienes amenizaban la fiesta de dicho mercado. Lo curioso de esta fiesta es que no se celebraba en honor a una deidad, o rito religioso, llámese Virgen o Santo, como se hacía en mi barrio, con las imágenes de la Virgen de Guadalupe el día 12 de diciembre o el 28 de octubre, día de San Judas Tadeo. La verdad, me impresionaban esos sonidos del barrio de Tacuba con roperos de 4 bocinas de 18 pulgadas, trompetas y panales fabricados con tweeters de plástico. Cursé el bachillerato en la escuela Wilfrido Masseu, más conocida como la “Voca 11”, allá en el Casco de Santo Tomás, muy cerca del metro Normal. En ese tiempo tuve una novia que era lo que se dice “toda una rebelde sin causa”. En una ocasión, muy temprano como a las 8 de la mañana, me dijo: —Oye, ¡vámonos de pinta y acompáñame por unas flores a mi casa! Voy a ir con mi mamá al puesto— pues su mamá era comerciante de imágenes religiosas— Es que hoy es el aniversario de la Virgen de la Merced, patrona de los

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vendedores y se le hace una ofrenda con flores. Y si gustas, nos quedamos a bailar después de la misa y la comida. —Dijo, emocionada. Ella vivía en el barrio de San Juan, muy cerca del mercado, su mamá vendía hierbas curativas e imágenes de santos, veladoras y otras muchas cosas que no recuerdo. Yo no conocía esos lugares, ni tampoco el nombre de sus colonias. Algunas veces llegué a escuchar a gente que decía: “vivo en el barrio San Juan” y pensaba que era un lugar pequeño. Lo que no me imaginé fue que hubiera tantas calles y vericuetos. Al llegar a una avenida, hoy sé que se llama Ernesto Pugibet, nos dirigimos por las flores a su casa. Era una vecindad de aquellas que sólo había visto en películas de Alfonso Sayas. Entramos y, ya en su hogar, ella recogió un bonito y enorme arreglo con flores muy coloridas, mientras que yo trataba de llevar una canasta grande y tejida de palma que contenía tacos de papa, frijol, mole y chicharrón prensado. Por cierto que estaba muy pesada, ya que era la ofrenda para la Virgen. Era solamente una pequeña retribución por las dádivas recibidas en un año de trabajo y por las buenas ventas. Luego de ahí, caminamos desde el lugar mencionado hasta la estación del metro Salto del agua; luego, al metro Candelaria, ya que la estación Merced estaba cerrada. Mi novia iba muy feliz, no paraba de decir que después de la misa podríamos ir a la calle de Santa Escuela a bailar. Ahí conocí a muchos amigos de su secundaria. Caminamos durante veinte minutos esquivando a personas en las distintas calles y lugares de un barrio bravo, de verdad. Al entrar a la zona de los mercados, observé varias naves de venta, cada una con su propia fiesta, animada por mariachis, gruperos, y entretenimientos. Más al centro de la Nave Mayor, a su alrededor, las calles estaban cerradas con murallas de equipo de audio, en proceso de instalación, sacerdotes ofreciendo misa en los distintos altares, hombres ya muy borrachos, algunos marihuanos caminando taciturnos, de un lado a otro, grupos de personas buscando algo y ríos de gente. Eso me dio bastante miedo. Mi primera impresión fue la de no saber lo que sucedía en ese momento. Llegamos al ritual religioso, escuchamos la liturgia y, como a las dos de la tarde, nos movimos a la calle donde estaba tocando el sonido Disneylandia y el Caribe 66. Luego de terminar de escanear con mi vista lo que sucedía, quedé impresionado con la cantidad de bafles de frecuencia grave, los sistemas de audiodifusión en rangos medios y agudos. Había toda una calle completa llena de audio, bailarines de todos los barrios del Distrito Federal, donde una canción duraba veinte minutos, gente de varios lugares bailando y compartiendo a una buena bailarina o un buen 40


bailarín, heterosexual u homosexual, nada importaba, todos parecían uno solo en esa convivencia, no importaba si eras de Neza, Iztapalapa, Tepito, qué sé yo... La emoción era tan grande, que no sé si mi corazón se sacudía de felicidad o de los decibeles con los que sonaban esas canciones inéditas para mí. Fue impresionante ver los rack´s, llenos de amplificadores, ecualizadores y muchas cosas que desconocía, darme cuenta de que la electricidad era tomada desde los postes del tendido eléctrico de Luz y Fuerza del Centro, muy cerca de los transformadores de alto voltaje, cables demasiado gruesos, suministrando la corriente a esos monstruos de sonoridad. !!!IMPRESIONANTE!!!, supe lo que realmente es un sonido La música quedó impresa en mis recuerdos, ya que desconocía esa festividad. Además de la imagen de las avenidas principales cerradas, como la de Circunvalación o San Pablo, un sonido igual de grande e impactante en cada lugar, en cada calle, sonidos muy reconocidos y con trayectoria desde los años 60’, o los que se escuchaban en la radio AI, en la hora sonidera, con Víctor Pérez, Ramón Rojo, XRHH sonido Rolas de Rolando el rabioso, etcétera. Mi novia, de ese entonces, me comentó que en1991 su familia adquirió un local en el mercado y, año con año, celebraban a la Virgen de la Merced, patrona de los comerciantes. Me comentó que, por ser oriunda del barrio, conocía bien a los chineros, a los “manotas” y a los malandros, y me tranquilizó saber que en ese día se comportaban y sólo se la pasaban bebiendo o drogándose, pero sobre todo, bailando con cada melodía. Ella duró poco tiempo en la vocacional, pero desde esa ocasión, yo regresé a dichos bailes, hasta el año 2014 cuando se ordenó cancelar la fiesta por intereses comerciales. El señor Mancera, arruinó una tradición que conglomeraba a distintos sectores de la sociedad y entidades locales y foráneas que visitaban el Distrito Federal, de aquel entonces, desde los distintos estados de la República Mexicana, que dejaban toda labor y compromiso de cualquier índole para asistir al tibiri, al dancing, al bailongo, de los aniversarios de los mercados de La Merced, y ya no tanto de la fiesta de la Virgen.

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Ritual de agasajo Fiesta y baile en el barrio de La Merced

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Leticia Ramírez Quezada

a Virgen de Nuestra Señora de la Merced es una advocación mariana cuyo origen se encuentra en el siglo XIII y está vinculada con la Orden de la Merced, su festividad es el 24 de septiembre. Su principal característica a nivel devocional es su intercesión compasiva ante cualquier tipo de esclavitud o elemento que impida la libertad, y se recurre a ella para encontrar remedio a las necesidades con la protección y misericordia. La particularidad que existe en la figura de la Virgen es que está relacionada con el barrio y con el mercado de La Merced, principalmente el de la Nave Mayor donde venden frutas y verduras y es en ese lugar donde más de 47 altares son exhibidos por los mayordomos, quienes son dueños de las imágenes que son colocadas en una gran variedad de altares durante la festividad de la Virgen. El barrio de La Merced se encuentra al sureste de la Ciudad de México, donde en su momento estuvieron las orillas de la ciudad. Se convirtió en el barrio español de San Pablo, ocupando la tercera parte del área total de la división de barrios, por lo que fue uno de los más grandes. El barrio ha sido uno de los más concurridos y transitados por indígenas y mulatos, quienes desempeñaron en su momento, un papel esencial en el remo de canoas en los tres canales principales: Xoloco, Real (ahora calle Roldán) y Canal de la Viga que atravesaban conventos, como el de San Francisco, hasta llegar a la puerta del convento de La Merced, razón por la que el barrio fuera llamado con ese nombre. El mercado de La Merced fue construido en 1957 y está formado por dos naves, una es la Nave Mayor y la otra la Nave Menor. La Nave Mayor tiene una longitud de 400 metros y está destinada a la venta de frutas, verduras y legumbres y la Nave Menor es reservada para la venta de abarrotes, carne, aves y pescado. Frente a cada uno de estos almacenes y, entre las banquetas, existen áreas de venta de juguetería popular, como artesanías típicas y dulces, así como también la venta de flores y plantas artificiales para la decoración. El mercado desde sus t

Fotografía de Pedro Sánchez

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inicios es considerado uno de los más importantes de la Ciudad de México por el gran abastecimiento y se ubica en la avenida de Anillo de Circunvalación, entre las calles General Anaya y del Rosario, en el Centro Histórico. En las cercanías se encuentra la estación La Merced de la línea 1 del metro de la Ciudad de México, y a un costado, está la iglesia de Santo Tomás “La Palma”. Y es en esta zona donde los comerciantes festejan a la Virgen de la Merced, y se trata de la celebración más importante del barrio ya que coincide con la inauguración del mercado de La Merced y los comerciantes relacionan el festejo con la obtención de las buenas ventas que obtuvieron durante todo un año. El mercado, que siempre está lleno a todas horas, con vendedores, compradores, carniceros y cocineros, se llena de alegría durante la festividad de la Virgen de la Merced. La Señora Lucero Ramírez platica que: La virgencita es la madre de todos los locatarios y de nuestras familias. Anualmente nos da la oportunidad de festejarla, sabemos que son días perdidos de venta, pero felices porque es un periodo más de vida. Yo vengo a acompañar a mi papá porque él ya tiene más de veinte años vendiendo; de aquí nos dio para la escuela, nos sacó adelante. Con gran orgullo sigo sus pasos porque a mí me gusta estar aquí; ahora yo soy madre soltera con dos hijos, nos mantenemos de las ventas y le doy gracias a la Virgen de la Merced por el milagro.1

Además de los creyentes, que son los mismos comerciantes que realizan rituales entre los pasillos de la zona como agradecimiento a la Virgen su protección y las buenas ventas, se suman muchas personas a visitar el barrio y el mercado, precisamente para presenciar las celebridades y disfrutar de la música en vivo. La celebración de la Virgen de la Merced se realiza los días 23, 24, 25 y 26 del mes de septiembre y es organizada por mayordomías conformadas por los comerciantes, a pesar de que, según la tradición del mercado, cada año debe cambiar la mayordomía, pero no siempre es así, debido a la falta de compromiso por parte de los comerciantes y hay quienes aceptan continuar con el mismo mayordomo porque conocen su honestidad. 1. La señora Lucero Ramírez tiene 27 años y es comerciante del mercado La Merced de la Nave Mayor. Entrevistada el 25 de septiembre de 2019.

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El señor Baltazar García fue uno de nuestros informantes principales. Él tiene dos locales de venta de aguacates en el mercado de La Merced y cuenta con dos o hasta más empleados y es muy reconocido entre los comerciantes por haber sido mayordomo durante dos años continuos (2016-2018). Al respecto, explica que fue mayordomo a lo largo esos años porque no hay quien se comprometa a llevar la responsabilidad tan grande que implica la fiesta de la Virgen. Pero otra de las razones fue que la Virgen le hizo un milagro: En el 2006 tuve un accidente y un percance muy fuerte. Tardé varios años en recuperarme, me operaron el 8 de junio de 2006 y yo vine el 24 de septiembre, de ese mismo año, al aniversario. Vine así, con mi fe, con el propósito de obtener la pura bendición de ella. Yo le pedí, mucho, que me diera la oportunidad de vivir y de estar aquí, en este bendito mercado, porque muchas personas y médicos me dijeron que ya no podría caminar, pero ella es una de las imágenes que me hizo el milagro de estar aquí, a lo mejor eso fue lo que me hizo formar parte de la mayordomía, yo le pedí que me diera una oportunidad y le dije que iba a poner algo de mi parte.2

Así, el señor Baltazar aceptó la gran responsabilidad de permanecer dos años consecutivos como mayordomo dentro del mercado de la Nave Mayor, logrando que toda la organización de la fiesta saliera a la perfección. Sin embargo, su mayor preocupación fue el sismo del 2017, porque ya tenía todo programado (los grupos, las misas, los mariachis, la comida) y, desafortunadamente, se perdió la mitad del pago de los grupos musicales que se habían contratado para la celebración, aunque lo único que no hubo fue el baile, debido a que la Alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México lo prohibió por obvias circunstancias, pero las misas y los mariachis sí se realizaron. Durante su mandato le correspondió la colecta de las puertas 13 y 14 del pasillo central del pabellón mayor, donde hay aproximadamente 150 socios, quienes aportan entre 20 y 30 pesos diariamente para la celebración de la Virgen y el aniversario del mercado. 2. El señor Baltazar García, de 47 años, es comerciante en el mercado La Merced, tiene un local de venta de aguacates en la Nave Mayor, local 1910, pasillo 5, puerta 14 y 15. Entrevistado el 22 de septiembre de 2019.

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Don Baltazar señala que, lo más oportuno, sería saber exactamente cuántas mayordomías hay dentro del mercado, pues considera que hay entre 13 y 15 o hasta más encargados, y son ellos los únicos que recolectan el dinero durante todo un año, no puede ser otra persona quien lo sustituya en ese sentido y tener un control administrativo. De acuerdo con la cantidad de mayordomos que hay dentro del mercado, trece altares grandes son los principales que se observan a simple vista para la festividad de la imagen de la Virgen de la Merced, los cuales cuentan con un gran escenario listo para ser ocupado por grupos musicales reconocidos en la Ciudad de México. Sin embargo, además existen trece altares menores de imágenes de la Virgen que ponen los comerciantes a los que les interesa formar una asociación nueva dentro del mismo mercado e iniciar su propia corporación, pero no llegan a superar la cantidad de socios con los que cuenta una mayordomía fuerte que predomina dentro del establecimiento. Cada uno de los mayordomos se encarga de toda la festividad, de su propia imagen, está al frente de la organización y de la participación en las prácticas rituales a la Virgen de la Merced. Estas personas fungen como administradores y son los que llevan la voz y se encargan de la difusión de los grupos musicales que van asistir en lugares específicos dentro del lugar, es el representante de la celebración de las misas, los encargados de la decoración del altar, la contratación de los grupos, del mariachi, así como de llevar comida a los socios que aportaron económicamente durante un año para la festividad. De esta manera, la celebración a la Virgen en el barrio de La Merced, se logra mediante cargos o mayordomías que toman la función de organizar la fiesta con el financiamiento de los comerciantes que se unen al festejo, pero llegan a surgir desacuerdos entre ellos y se generan más mayordomías, principalmente en el mercado de la Nave Mayor, haciendo que la fiesta de la Virgen sea más privada y se incrementen más altares. El señor Lázaro García Limón, que es comerciante dentro del mercado y uno de los que decidió salirse de su asociación por la falta de honradez de los organizadores, es decir, siempre cooperó económicamente para la fiesta de la Virgen pero no le pareció bien la forma en que actuaron algunos mayordomos, por lo que ahora venera su propia imagen de la Virgen. Comenta que su imagen estaba colocada en el techo del mercado, dentro de un nicho de cristal, en el pasillo 19 y fue ahí donde paró el incendio del 2013, por lo que ahora, junto con otros 46


socios de su mismo pasillo del mercado, formaron su organización propiciando la difusión del milagro hecho por la Virgen. El señor Lázaro explica: Nosotros somos una de las organizaciones más pequeñas que hay dentro del mercado. Hace dos años comenzamos con 18 comerciantes que ayudaron, económicamente, para la celebración de la Virgen, “la pequeña”, después se animaron otros locatarios, son un total de 35 socios los que están con nosotros. Pero como podrás ver, se está remodelando el mercado, tuvimos poco presupuesto, se decía que nos iban a sacar de aquí y les regresamos su dinero, pero ya después vimos que no y únicamente alcanzamos a juntar un poco de capital para ponerle su altar a la Virgen aquí en mi negocio, hacerle su misa, traer los mariachis y hacer la comida que vamos a dar, que son carnitas.3

La festividad es visible durante los cuatro días, se da la bienvenida a las procesiones, ceremonias religiosas, cantos y alabanzas a la Virgen, así como el baile en presencia de los comerciantes. La devoción a la Virgen de la Merced, radica en su eficacia, por eso es que tiene muchos feligreses que son comerciantes en el barrio aunque, en su mayoría, no viven en la zona, pero han establecido un vínculo y una fuerte organización para la celebración de la Virgen, que es tan grande, comunal y muy privada a la vez. Finalmente, los mayordomos demuestran flexibilidad y tratan de satisfacer las acciones que vayan a favor de la convivencia y con el hecho de obrar bien permiten que sus socios permanezcan en su mayordomía. La mayoría de los mayordomos se comprometen con sus miembros para llevar a cabo la celebración de la Virgen, con la finalidad de continuar con su cooperación para los próximos años. Así, encontramos que existe una gran fiesta, principalmente de la Virgen de la Merced en el barrio y la gente que realiza sus compras en el mercado se queda a ver a los cantantes u otros altares que se levantan para esta celebración religiosa.

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3. El señor Lázaro García Limón de 54 años es comerciante de la puerta 19, pasillo central del mercado La Merced, en la Nave mayor. Entrevistado el día 23 de septiembre de 2019.

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Sonidera en La Merced Joyce Musicolor Mx Powercumbiero

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articipar en una de las tradiciones sonideras más emblemáticas del barrio de La Merced es una experiencia que, como sonidera, ha sido muy gratificante, pues me ha hecho valorar, mucho más, el trabajo en este ambiente por la labor de quienes organizan, asisten y disfrutan de esta gran fiesta. En mi caso, el día del aniversario de la Virgen de la Merced, desde que entro a las calles, observo los ríos de gente celebrando y gozando con la música, eso me llena de una emoción que no se puede describir. Entrar a la cabina de sonido y comenzar a preparar la música para el set me genera nervios de principio a fin, pues puedo notar que toda la gente se siente libre y disfruta de las melodías que toco durante toda mi participación. Ver cómo las personas abren las ruedas en medio del baile, para mostrar sus mejores pasos y rutinas al compás de la música tropical, es algo que me llena de regocijo, así como saber que bailan lo que a mi me gusta y llevo preparado. Por supuesto que no pueden faltar los saludos que te hacen llegar a la cabina a través de un papelito o por mensaje de celular, lo cual provoca, entre los presentes que escuchan su nombre desde el micrófono, gran euforia. Como sonidera es de las mejores experiencias porque no sólo es ir a hacer tu trabajo, es vivir y hacer vivir toda una tradición mexicana del barrio de La Merced. Es regresar a las raíces de un pueblo que goza a través de la música y de sus festejos. Disfrutar del alma de mucha gente que fielmente mantiene y se aferra a sus tradiciones.

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Reparando mi presente Karina Jarquín Díaz

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l barrio de La Merced es más que un espacio geográfico, está ubicado al oriente del Centro Histórico de la Ciudad de México y es un lugar que se caracteriza por su historia, su arte, su arquitectura, su cultura y, principalmente, por su actividad comercial desde siglos atrás. A parte de lo ya mencionado, también hay un sin fin de personas que son parte del día a día de este lugar. En particular, me voy a referir a Leonardo Jarquín Santos (+) y a Leonardo Jarquín Díaz, padre e hijo respectivamente, quienes desempeñaron el oficio de albañilería justo en el barrio de La Merced y otros barrios cercanos como el de Tepito, la Candelaria de los patos y el Zócalo de la Ciudad de México. He aquí a Leonardo, quien nos refiere sus vivencias: —Soy Leonardo Jarquín Díaz, me gusta que me digan “Leo” o en diminutivo “Nayo”, en Oaxaca se acostumbra así para los Leonardos. Tengo 57 años, soy del estado de Oaxaca, pero de un poco más de acá del Distrito, bueno, ahora ya de la Ciudad de México. Estudié hasta tercero de secundaria, luego fui empleado en fábricas, aprendí a trabajar el barniz, allá por Tecamachalco, en las Lomas, Bosques y todos esos rumbos. Después lo dejé porque, debido a los tóxicos que contiene, ya me estaba perjudicando un poco los pulmones. Al final, me incliné por la albañilería porque me gusta más, es pesada pero no es tan tóxica como el barniz, por eso me dediqué a ello por completo, principalmente porque este oficio es herencia de mi padre. Todo comenzó cuando mi padre, Leonardo Jarquín Santos y mi madre, Consuelo Díaz Mijangos, originarios del estado de Oaxaca, migraron a la Ciudad de México con 5 hijos pequeños y una en camino, por el año de 1970. Ambos buscaban una vida mejor, un futuro que ofrecerle a sus hijos, tenían esa idea del progreso aprendida de la visión histórica occidental. Llegaron a residir a una vecindad de la colonia de La Villa, otro de los lugares históricos de dicha ciudad, yo era un chamaco que tenía como 5 o 6 años de edad. La verdad no me acuerdo bien de cómo era el sitio al que llegamos a vivir, pero me cuentan Composición gráfica realizada con fotografías de: Gabriela Jarquín Díaz y Karina Jarquín Díaz 51


que había 5 cuartos, 2 lavaderos y 1 baño. Ahí vivíamos mi abuelita materna, María; la señora Victoria, su esposo José Cruz y sus hijos; y la señora Lupe, quien habitaba el último cuarto, al respecto me cuenta mi mamá que era un lugar sucio. Ella me decía: —Hijo, ¿si hubieras visto cómo estaba de sucio ese lugar?, principalmente el baño, ¡no hubieras querido entrar nunca! Siempre lo lavaba, pero con tanto chamaco no me daba tiempo de tenerlo impecable, ni modo, así vivimos un tiempo. No me platican más, siempre me repiten la misma historia. Pero bueno, ahora si les voy a contar sobre quién fui en el barrio de La Merced y algunas de las anécdotas que tengo de por ahí. Me dediqué a esta labor porque lo aprendí por parte de mi padre quien trabajaba el mismo oficio, él me fue enseñando poco a poco, desde joven, como a los 30 años. Esta ocupación es muy bonita, uno conoce mucha gente de todo tipo. Mi lugar favorito para laborar era La Merced, anduve mucho tiempo por todo ese rumbo. Me gustó porque hay mucho ambiente: en los mercados la gente es bien chambeadora, las señoras y muchachas dicharacheras, todo se parecía a la forma de ser que tenía mi papá. Algo que tiene este trabajo es que no hay rutina, pero aun así nosotros éramos muy mañaneros. Recuerdo con mucho gusto y cariño que mi papá y yo llegábamos temprano y nos gustaba pasar a desayunar al mercado de La Merced, lo que nos llamaba la atención era tomar atole, comer tamales y llevarnos unos cocolitos pal´ camino (todo eso lo traían de Toluca) y ya de ahí nos íbamos a trabajar. ¡Hay tantas anécdotas que te puedo contar! Voy a comenzar por decir que me encanta a lo que me dedico, me gusta que la gente quede conforme con el resultado. He hecho trabajos de todo tipo. Por esos rumbos que te mencioné, regularmente abundan las casas viejas, para mí son interesantes porque tienen historia. En un tiempo anterior, fueron bodegas, y luego, las adaptaron como departamentos. Ahí pintábamos, o luego, los techos tenían fisuras y se goteaba o se encharcaba el agua en las lozas y nosotros le echábamos cemento con arena; a eso se le llama escobillado, era lo que más hacíamos, trabajos de pintura y detallitos. Yo lo veía sólo como una reparación, pero se entiende porque las personas, principalmente por su economía, no pueden hacer más. A mí me hubiera gustado que preservaran sus casas en muy buen estado pues, como dije anteriormente, son historia. 52


Uno de los patrones que más nos solicitaba para trabajar era un señor que le decían “El güero”. Vivía ahí en Martín Corona y fue por donde trabajamos más tiempo. Vendía chucherías y cosas de segunda mano al lado del metro San Lázaro, su esposa era una gordita, una señora güera muy simpática, tenían dos hijas en ese tiempo: una de 17 y otra 16 años. La casa donde ellos vivían daba a una de las calles principales y el trabajo que más recuerdo fue cuando le cambiamos unas ventanas muy viejas con vista a la calle, a la señora le preocupaba hacer ese cambio porque era mucho el tránsito de la gente que pasaba, había muchas papelerías, exactamente a un lado de la Plaza de La Aguilita, entonces mi papá y yo le dijimos: —¡Cómprelas y a ver cómo le hacemos nosotros para ponerlas! Las mandó a hacer y nosotros las quitamos con mucho cuidado, pusimos unos hules por la parte de afuera amarrados y colocamos las ventanas nuevas. No hubo problemas de que lastimáramos a alguna persona o algo. Se escucha fácil, pero para nosotros fue toda una travesía, ya que tuvimos que subir las ventanas a la hora de mover las antiguas. Éstas con la maceta y el cincel se deshacían solas, eran ya del siglo pasado, creo. En lo que uno las quitaba, el otro cuidaba abajo para que no le cayeran piedras a las personas y no accidentar a alguien. Además de poner las estructuras con cuidado para que no se estropearan los cristales. En ese trabajo mi papá y yo nos sentimos grandes, lo hicimos y lo hicimos bien. Ahí entendimos por qué “El güero” nos daba chamba y confiaba en nosotros. En La Merced se come muy rico, su gastronomía es amplia, mi papá y yo nos íbamos a comer un chamorrito o a echarnos unos calditos de gallina que están por la Rivero. También por donde estaba el cine Tepito (por cierto que duró mucho ese cine) yendo para allá pa´ la Ciudad Deportiva, se ponía un señor gordito, no me acuerdo bien como se llama, creo que Manuel González o algo así. Era de Puebla y tenía una cocina chiquitita, su especialidad ¿sabes cuál era? puro caldo de res. ¡Pero un caldo de res que vendía ese señor! A mi papá y a su compadre cómo les gustaba seguido ir. Recuerdo que eran unas ollotas las que ponía el señor ¡grandotas, grandotas! Todo el tiempo estaban hirviendo, llegaba el olor bien rico, la carne era buena, te servía muy bien, mucha gente iba, no por la comida corrida si no por el puro caldo de res, era delicioso. Hablando de comida y relacionándolo con mi oficio, para nuestra buena suerte, el trabajo que más me gustó realizar fue el de una cantina que remodelé. Está ubicada en Jesús Carranza, en la colonia Morelos, en Tepito. La hicimos 53


con una pasta de texturi, así se llama el material, me encantó como quedó. Los acabados los hicimos con unas especies de estalactitas. Para lograr el acabado, se utilizó el rodillo lóxico y le fui haciendo las figuras. Quedó muy bonito, para mí fue sumamente especial porque era una cantina del Centro de la Ciudad a la que le volvimos a dar forma y sentido. Yo me sentí como un gran artista. Trabajar por esos rumbos es toda una aventura, hay tantos vestigios que por poco nos encontrábamos con uno ahí en la calle de Argentina, pegado al Zócalo. Estábamos con una señora que se llamaba Margarita, ella tenía un edificio, no me acuerdo el número pero es considerado como un monumento nacional. Fue afectado por el temblor del 85, pero como esas construcciones no las pueden tirar, las dejan como están o las renuevan. Esa señora fue criada de una pareja española por muchos años, por lo cual sus patrones le tenían mucha confianza. Primero murió el señor y luego la señora, cuando ésta falleció le recomendó a doña Margarita, en su lecho de muerte, que tuviera cuidado con la escalera, donde estaba el descanso, porque ahí había algo de dinero para cuando tuviera una necesidad. Pero ella nunca tomó en cuenta esta recomendación, o no se acordó, con la desesperación de ver que su patrona se estaba muriendo. Luego de un tiempo, Margarita nos anduvo buscando. Por ahí nos dijeron: — Estaba una señora preguntando por ustedes. — ¿A poco? — Sí, una señora que se llama Margarita. —¡Aaaah, sí! La de la calle de Argentina. Después la vamos a ver, ahorita tenemos trabajo. Fuimos después, ya cuando estábamos ahí, platicamos con ella. — ¿Qué pasó? ¿Que nos andaba buscando? — Sí, Leos, es que ¿qué creen? quiero que me arreglen el descanso de la escalera de la entrada. — Sí, es lo que vimos cuando subimos. Está sumido el descanso del concreto. —Lo que pasa es que… ¿Qué creen? ¡Miren! ¡Vengan! Nos enseñó una olla como maceta donde estaban, hasta dibujados, unos signos de pesos. En el descanso de la escalera, por la parte de atrás, había una hierbería antigua y los dueños eran dos viejitos que vendían bolsitas de hierbitas, les llaman boticas, me parece. La situación que pasó fue que los señores decidieron irse de vacaciones y dejaron a un sobrino cuidando ahí. Anduvieron lejos unos 15 días 54


o más, entonces ese joven tuvo la idea de meter un aparato para detectar dinero, dicen que lo pasó por una pared. Nosotros nos dimos cuenta que escarbó porque esas paredes son gruesas como de 28 o 30 cm y están hechas de pura piedra con cal, con materiales de antes; porque anteriormente, no había cemento ni nada de esas cosas. Pudimos deducir que la persona escarbó, sacó el dinero y volvió a meter el jarrón pero ya sin nada de valor, sólo con piedras. Todo era reciente, pero al no estar bien colocadas las piezas se fue sumiendo el descanso. La señora Margarita asegura que lo que sacaron eran centenarios. Cuando vio el descanso flojo, investigó todo y sí, se llevó el dinero aquel muchacho. Ahora, cuando a veces paso por ahí, observo que se metieron muchos indigentes, aunque creo que los sacan. Mi duda es ¿si por esos lugares habrá más cosas así? Porque, finalmente, esa zona está cerca del Zócalo y hay indicios prehispánicos, de los antiguos Aztecas, de todo lo que fue la Nueva España. Si hicieran más excavaciones en ese lugar, sería interesante. Por eso, y más cosas, digo que es muy atrayente trabajar y conocer de propia mano todo el contexto con el que se relaciona mi trabajo. De las actividades que nosotros desempeñamos en La Merced y de todo lo que vivimos, fue muy bonito. Haber trabajado con mi papá ha sido algo que marcó mucho mi vida y que nunca voy a olvidar. Nos coordinábamos, íbamos a comer y trabajábamos bien. No cambaría ya de oficio, me gusta y me satisface. No tanto por lo económico, sino porque estoy a gusto con mi trabajo y con lo que hago. Ahora ya no tengo mucha actividad laboral, me enfermé de un riñón y eso me lo impide. Mi papá murió hace 6 años, de cáncer de próstata, de él me quedan muchos recuerdos, pero principalmente, bastante aprendizaje. Trabajar solo no es lo mismo, cuando mi papá recién falleció había patrones que luego me llegaban a hablar para trabajar, yo les decía que no podía porque caí en estado de depresión. Conviví tato con él que llegó el momento en que sentía que me hacía falta, me sentía incompleto. Luego, tuve que adaptarme; ha pasado el tiempo y ya lo he asimilado, al principio fue horrible, ahora lo recuerdo y me sigue doliendo, pero no como antes. La vida es así, lo que haces se te regresa, las personas me necesitaban para reparar sus casas y para sanarlas, pues eran cosas que para ellas eran importantes. Después yo necesité a esas personas para sanarme, repararme y encontrar un refugio en ellas y en los trabajos que me daban.

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Andanzas de Juancho en

El barrio de la Merced Barrio de Santo Tomás La Palma

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Juan Beltrán Arriaga

n el año de 1939, había una vecindad en el barrio de Santo Tomás La Palma, en la calle de Carretores número 50. Estaba formada por tres patios, en ellos existían grandes lavaderos y una pileta central llena de agua, donde acudían las vecinas muy temprano, por la mañana, a lavar su ropa. Al finalizar, la extendían en tendederos que sostenían con una garrocha y, además, era el momento en que ellas intercambiaban historias acerca de los sucesos acaecidos a los moradores de ese lugar. En una de las viviendas, habitaba una familia constituida por la señora Chayito, quien se dedicaba al hogar; el señor Juan, muralista y pintor, formado en la Academia de San Carlos; además de cinco hijos menores de edad. El más pequeño se llamaba Juancho, era muy alegre, juguetón y risueño; a los 3 años ya jugaba con su triciclo, siempre bajo el cuidado de su mamá. Otra niña que radicaba en la misma vecindad y que se llamaba Micatololo hizo mucha amistad con Juancho y cada uno solía frecuentar la casa del otro, con aceptación de sus familias. Un hecho sumamente triste para todo el vecindario fue la muerte de esta pequeña a causa de un cáncer cerebral. Es digno de mencionar que, como sucedía en esa época en las vecindades, los habitantes de Carretores 50, se caracterizaban por su alegría y participación, sobre todo en la época de las posadas y de Nochebuena, siempre organizadas por la señora Coleta que cantaba muy bonito y dirigía el momento de la fiesta, donde los peregrinos pedían hospedaje. Se entonaban las letanías que, previamente repartía esta señora en copias, para que todos participaran: unos solicitando alojamiento, otros interrogando y, al final, darles posada. Con el apoyo de los vecinos, se celebraba la Nochebuena con oraciones y canciones arrullando al niño Dios, distribuyendo colaciones a los asistentes, así como el tradicional ponche de frutas.

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Rompían la piñata, teniendo presente lo que significa cada uno de sus atributos: sus picos, sus adornos, su contenido y sus colores. Se animaba al acto con cánticos como: “Dale, dale, dale no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino…” También se les regalaba a los asistentes sus canastitas con colaciones y bolsitas con fruta de la temporada. Finalmente, venía lo que todos los adultos esperaban: el baile, cada uno buscaba a su pareja, alguien que se moviera bien y llevara buen el ritmo. Juancho y su hermana, que esperaban ese momento, deleitaban a los presentes moviéndose al son de la famosa “raspa”, muy de moda en esa época. Frecuentemente, asistía el señor cura, acompañándolos unos momentos en la celebración, tomaba un rico ponche, un chocolate caliente, su buñuelo y luego se retiraba. Al cumplir Juancho los 7 años de edad fue inscrito en la Escuela Primaria 18 de Marzo, situada en la calle de Uruguay 170, (actualmente, este lugar es conocido como el “ex convento de La Merced”, escenario de muchos hechos sobrenaturales, alrededor del cual se cuentan infinidad de relatos). Ahí se caracterizó por ser excelente alumno, con calificaciones sobresalientes. Desde muy temprano se ponían los puestos que ofrecían múltiples artículos, los comerciantes vendían sus productos no por kilo, como actualmente lo conocemos, sino por rastrillo o medida; que consistía en una pequeña caja cuadrada sin tapa, llena de frutas o verduras. Si la mercancía era mayor, se acomodaba en un huacal. Las anécdotas en torno a esta actividad eran variadas; en una ocasión la abuela de Juancho contrató a un cargador machetero para que le ayudara con la carga y le llevara a su puesto del mercado de La Palma frutas y verduras, pero en un pequeño descuido el cargador huyó con las cosas que transportaba para sorpresa de la abuela, sin que ella pudiera hacer algo. El mercado de La Palma, ubicado cerca del templo de Santo Tomás, era más pequeño que el de La Merced, sin embargo, estaba bien surtido y acudía un número importante de vecinos para hacer sus compras en ese lugar. La abuela tenía instalado un puesto de frutas y verduras; las personas se acercaban, pero nada más manoseaban los productos y no los adquirían, se enojaba y les gritaba: “¡Si no compran no malluguen!”.

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En la calle de Juan Cuaumatzin, hoy Fray Servando Teresa de Mier, casi esquina con La Viga, existía un establo llamado “El Astillero”, en el que los vecinos se daban cita desde las 4 de la mañana, para conseguir leche recién ordeñada. La recolectaban en botes lecheros especiales que, actualmente, es bastante raro encontrar en la Ciudad. La leche estaba caliente y de ahí se extraía una cantidad importante de nata. Juancho y su mamá iban a este lugar diariamente, por lo que eran muy queridos y apreciados por los clientes y las personas que despachaban; incluso los vendedores le decían, cariñosamente, “tía” a su madre. A Juancho le llamaba la atención que, en esa época, más o menos en la década de los 40´s, se iniciaba la pavimentación de la calle Cuautemozín, hoy Anillo de Circunvalación. La obra era realizada por trabajadores que llegaban en camiones con revolvedoras de cemento, efectuaban el aplanado de la calle, que generaba mucho ruido y la expectación de muchos de los vecinos que salían a presenciar el acontecimiento. También existía una nevería en la calle de Carretones, casi esquina con Cabañas, conocida como “El Volcancito”, donde vendían nieves y aguas frescas de diferentes sabores, era muy concurrida por la población, especialmente por los menores de edad. El recuerdo de una panadería llamada la “Quemada”, situada en la esquina de Jesús María y República del Salvador, evoca la imagen de los niños que, al regresar de la escuela, acudían a comprar un pan muy exquisito y recién hecho, los dueños de este establecimiento eran españoles, recién llegados a México. A los hermanos de Juancho los mandaron a la Escuela Primaria conocida como “Las palomas”, iban en el turno vespertino, y era muy famosa por ser catalogada como una buena institución en donde se impartía una rígida disciplina. Actualmente, con la modernización de la zona y la reubicación del mercado de La Merced, el rumbo es diferente, ha cambiado. Sin embargo, lo que aún persiste como testigo de los años pasados, de los tiempos vividos y de la gente que ha pasado por aquí, es el templo Santo Tomás La Palma, que es parte de la historia de este lugar: de un México que se ha ido y que envuelve el recuerdo del ayer; pero que, al mismo tiempo, es el hoy del tiempo presente y de un nuevo porvenir.

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Mi observatorio Isabel Trejo Martínez Humberto García Contreras

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uando somos niños soñamos en grande, jugamos en grande, nuestras ilusiones son alegres y entusiastas, nos imaginamos cosas abstractas que sólo en nuestro pensamiento existen; es decir, somos creativos y creadores de un mundo lleno de colores y de cosas increíbles que, en nuestro razonamiento propio, nos parecen inconcebibles. Por un momento lo vivimos intensamente y así cada día de nuestra vida, despertamos para comenzar un nuevo juego, una nueva ilusión, una nueva creación. Mi niñez la viví en un gran barrio, muy famoso en la Ciudad de México, conocido por muchos como La Merced, todo el colorido de sus productos: frutas, abarrotes, carnicerías, legumbres y entre otros productos que resaltan a la vista en cuanto uno se interna en sus calles y sus pasillos de las diversas naves de las que se compone. Ahí pueden encontrarse a personas de distintos lugares y estados del país que se reúnen para realizar sus compras; otros a trabajar o que deambulan por ese sitio. Los edificios que sobresalen del mercado de la Nave Mayor aparecen como murallas, delimitando el área de comercios. Durante cuarenta y un años he vivido en uno de esos edificios, ahí construí mi “observatorio personal”, desde allí podía mirar el movimiento de todas las personas, objetos y construcciones, admirar el cielo, las estrellas y las nubes; en fin, un sin número de acciones que me parecían increíbles y asombrosas. Recuerdo que me divertía contemplando, desde mi observatorio, una construcción de un pasillo que se situaba en un encuadre de las calles de Rosario, Santa Escuela, General Anaya y Zavala, conocido como “El pasaje de las naranjas”. Hoy puedo comprender que no sólo los seres vivos o los recuerdos mueren, sino también los paisajes y sus construcciones y, aunque éstos no tengan alma y espíritu, nos hacen retornar al pasado y evocar los momentos vividos con gran nostalgia, haciendo que mantengamos respeto y cariño sincero, pues han formado parte de nuestra vida. t

Antonio Nieto Chamaco

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Aquí comienza mi aventura junto a mi observatorio, que me permitía enfocar esa área de la calle, los comerciantes de este pasaje vendían naranjas y toronjas, exclusivamente. Tenían una peculiaridad física: sus dientes de enfrente eran color café con amarillo, como si nunca se los lavaran o no tuvieran la limpieza adecuada. Cada vez que sonreían lo primero que resaltaba de su personalidad era este aspecto de su cara. Yo le preguntaba a mi mamá: —¿Por qué no se lavan los dientes? ¡Qué cochinos son!— exclamaba. Ella reía y, con paciencia, me explicaba que el agua del estado de Aguascalientes, de donde ellos venían era agua dura y contenía un alto porcentaje de sales; motivo por el cual tenían así la dentadura. Al fin de cuentas, yo creí lo que me dijo. Aunque, en esos momentos, me quedé sin entender lo que significaba bien aquello. Ellos eran güeros, pecosos, con sombrero tipo texano, de botas vaqueras y pantalones de mezclilla, cintos piteados y fumadores por excelencia. Mi mamá me contaba que algunos de estos comerciantes eran familiares de una de sus cuñadas y que eran del estado de Aguascalientes, en ese momento supe que, a los habitantes de ese estado de la república, se les dice “Los hidrocálidos”. Recuerdo que podía observar la entrada y salida de las amas de casa con sus bolsas de mandado llenas de naranjas, los comerciantes que compraban por mayoreo llevando su mercancía en los famosos “diablos” jalados por hombres fuertes o por los mecapaleros que, por unas cuantas monedas, sostenían en sus anchas espaldas el gran peso que representaba llevar las arpillas de treinta, cuarenta y hasta cincuenta kilos de peso. Como dato curioso puedo decir que, en aquella época, la compra de naranjas y toronjas se vendía por “gruesas” que representaba ciento cuarenta y cuatro piezas. Cuando acompañaba a mi mamá a comprar las naranjas para que nos hiciera nuestro jugo por las mañanas, antes de irnos a la escuela para que “no fuéramos con la panza vacía”, los vendedores tomaban entre sus manos cinco naranjas y, de esa manera, contaban la cantidad que se les pedía. A la mitad del pasaje, en uno de sus locales, le daban permiso a un señor güerejo, me parece que era de Michoacán, amable y sonriente, de ojos color verde y con sombrero de palma tipo texano, gordito y alto, con su babero de mezclilla y bolsas de cierre. Tenía un cazo gigante en donde cocinaba carnitas, ricas y deliciosas que, nada más de acordarme, se despiertan mis glándulas gustativas y se me hace agua la boca; mejor escupo para que no me salga un granito en la lengua, como era la creencia popular. Cuando a mi mamá le sobraba dinero de su gasto, me invitaba a comer esos ricos taquitos que hasta el día de hoy no he vuelto a encontrar. 62


Saliendo de ese pasaje, estaba otro vendedor de tacos de buche, ¡sólo de buche! con una sin igual salsita roja martajada. De igual manera, cuando mamá tenía posibilidades económicas, me llevaba a saborearlos. Recuerdo que en la salida hacia la calle de Santa Escuela, a mano derecha, se encontraba un pequeño local lleno de vídeo juegos que en esa época le llamábamos “maquinitas”. Eran unos muebles con una televisión en blanco y negro, a la mitad de éste se encontraba la ranura para meterle un peso y, de esa forma, uno tenía acceso a esta diversión. Por cierto que había gran variedad, por ejemplo: Tetris, Pac-Man, Donkey Kong, el de una ranita que cruzaba la calle y tenía que cuidarse de no ser atropellada, Galaxy y otros que nos entretenían durante horas. Al dueño del local le apodaban “El Mamey”, no por que estuviera mamey (fuerte), sino porque era ¡muuuy mamey!, es decir, de muy mal carácter y para no ser groseros le decíamos así. Pues bien, en una ocasión acompañé a un amigo a traer su pollo y, de regreso, nos metimos a jugar. Tan distraídos nos tenía el juego que, cuando nos dimos cuenta ya era muy tarde. Como salimos corriendo del lugar tan preocupados, hasta el pollo se nos olvidó. Casi llegando a casa nos dimos cuenta que no lo traíamos; regresamos al sitio, pero el pollo había volado, le preguntamos al “mamey” y su respuesta fue: “¡Ah, chamacos cabrones, eso les pasa por distraídos!”, espantados y angustiados nos alejamos y, mientras cruzábamos por el pasaje de naranjas, me contaba mi amigo con una cara de espantado que su mamá le iba a pegar por lo del pollo. Llegamos a mi casa y le conté a mi madre lo sucedido; primero el regañó, después sacó de su monedero dinero para comprar la carne que se había perdido y así salvar al amigo de una buena tunda, con la advertencia de que, si pasábamos a jugar otra vez, nos iba a sacar de las greñas y que no le importaba que la gente nos viera o que hiciera el ridículo. También le advirtió a mi amigo que después le repondría ese dinero, sólo que hasta la fecha, no ha recibido mi mamá ni un peso del préstamo realizado. En otra ocasión, un señor me abordó en la entrada de este pasaje, contándome que le había pegado a la lotería nacional y que no tenía tiempo para cobrar los cachitos que adquirió. Me mostró el periódico, señalando los números ganadores remarcados con un plumón negro por el contorno. Ese día, yo llevaba puesto un reloj de manecillas que mi papá me regaló y que traía a “Pistachón Zig - Zag”, el personaje del programa “Odisea burbujas”, ¡cómo me encantaba ese reloj! El señor, que jamás había visto en mi corta vida, me convenció para que le cambiara el reloj por el cachito de lotería; estaba ilusionado pensando que, 63


con el dinero del billete ganador, podía ayudar a mi familia. Le di el reloj, muy contento llegué a casa y le conté a mis papás lo sucedido y, mirándose el uno al otro, suspiraron y me dijeron: —Ya te chamaquearon—. Me pidieron el pedazo de periódico y, con mucho cuidado, fueron despegando el recuadro que señalaba el número ganador y me explicaron que los ladrones recortan el número de otro periódico para que coincida con el número ganador; lo pegan y lo remarcan con plumón negro por el contorno, para que no se vea el truco y, de esta manera, estafan a las personas para sacarles dinero. Se dice que “cada día se aprende algo nuevo”; el perder mi reloj me enseñó a no creer en este tipo de personas que estafan a través de mentiras, era un objeto muy preciado, ¡Cuánto cuestan las enseñanzas! El único testigo mudo de la estafa fue el pasaje de naranjas. Ahora, los sonidos de este corredor han cambiado, sólo se escucha los lunes el Himno Nacional y las indicaciones de las educadoras a los niños para que se metan a sus salones. Veo a las madres tomando de la mano a sus chiquillos para llegar temprano al colegio, han desaparecido las bolsas, las naranjas y las toronjas, los personajes, la construcción y se ha convertido en un colegio. El lugar ha muerto, pero no ha muerto el recuerdo de las aventuras que viví cruzando de una calle a otra y, cada vez que puedo observar este lugar desde mi observatorio, me hace volver a sentir la inocencia de ese niño que aún conservo en mi interior. ¡Gracias, pasaje de naranjas, por ser parte de mi observatorio!

2 Fernando Gregory López Enríquez Canción animal

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El barrio está en mí y yo vivo dentro de él

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Fabiola Adriana Ramírez Vega

n esta ocasión quiero platicarles un poquito de mí, y digo sólo un poquito porque, a pesar de ser una joven de 21 años, creo que tengo mucho que contarle al mundo. Para comenzar, les quiero expresar (y presumir también) que vivir en donde vivo, según mi consideración, es una gran bendición y es que pocos han tenido el privilegio de ver el amanecer, el atardecer y el anochecer en el Zócalo de la Ciudad de México o incluso en la mismísima Alameda central. Pero para ponerlos más en contexto dentro de esta plática que tendremos a lo largo de estas líneas, yo he vivido toda la vida justo en el primer cuadro de la Ciudad, en el meritito Centro Histórico. Y bueno, esa “bendición” de la que hablo, no sólo se limita a ver las partes más especiales del día en estos dos emblemáticos lugares, sino que va más allá. A decir verdad y antes de profundizar más, les quiero confesar algo, pero ¡Shhh…! que únicamente quede entre nosotros. La verdad es que el lugar en donde decidí nacer me genera sentimientos muy ambivalentes, por un lado, agradezco provenir de un lugar tan lleno de vida e historia como este, pero por otro lado, me genera, incluso, cierto fastidio. ¿Saben?, mis pensamientos van del amor a la apatía, del orgullo a la pena; en fin este es el lugar que me tocó y a lo largo de los años he aprendido a disfrutar, valorar y sobrellevar esos detalles que a otros, incluso a mí, me han llegado a desagradar de vivir en un sitio tan alocado como lo es el Centro de la Ciudad de México. Sólo para que se den una idea, yo vivo en un punto medio, en donde a 10 minutos caminando hacia al norte uno se localiza en Tepito, 10 minutos al sur y ya se encuentra en el adorado barrio de La Merced; 10 minutos al oeste ya llegaste al Zócalo capitalino y en otros 10 minutitos al este, estarás pisando La Candelaria de los patos. Ahora ya entienden del por qué el vivir aquí me genera sentimientos tan discordantes. Cuando les platico a mis amigos del lugar en donde vivo, tienen diferentes reacciones. Por un lado, a unos les maravilla la idea de que tengo todo a la 67


mano (transporte, comida, ropa, zapatos, maquillaje, útiles escolares, lugares de esparcimiento, etcétera. Y, por el otro, se encuentran aquellos que se escandalizan e incluso temen visitarme por el miedo a ser golpeados, asaltados o simplemente porque no les agrada la idea de encontrarse con tanta gente y tráfico a su paso. Estoy consciente que no puedo tapar el sol con un dedo y no les voy a negar la existencia de múltiples problemas en estas zonas cercanas al centro, como lo son la delincuencia organizada, la poca cultura vial, la falta de educación en valores y las constantes manifestaciones, pero si hay algo que me ha enseñado a vivir en el ojo del huracán, es que debemos de ser medidos al momento de desplazarnos en estas áreas y, sobre todo, estar constantemente en alerta ante cualquier eventualidad. En fin, sé de muchos que tienen cierto temor de acercarse al Centro de la Ciudad, es la percepción que tienen algunas personas con respecto al lugar en donde habito. Sin embargo, hay muchas cosas en las que quizá ellos y ustedes no se han dado cuenta. Y es que, a pesar de que el Centro Histórico en su esencia se encuentra interconectado por su historia, a medida que se conoce a diferentes personas de las distintas zonas aledañas y se involucra en estas comunidades, se da cuenta que cada una en lo individual tiene algo que destaca, tiene algo que lo hace diferente de lo que se encuentra a sus alrededores. Les explico, cuando me refiero a que cada zona tiene su sello particular es que, por un lado y como muestra, se puede comparar la dinámica de Tepito con La Merced. En ambos casos son lugares comerciales, sin embargo, pueden establecerse diferencias a partir de los productos que se ofrecen. También se aprecia que, en Tepito hay más lugares habitables que en la zona de La Merced. Aquí la mayoría de los comerciantes que conozco viven dentro de la zona a diferencia de los comerciantes de La Merced que, en la mayoría no viven en lugares aledaños y, por lo tanto, en ciertas ocasiones no se siente tan presente la comunidad. Otro contraste que es muy notorio es que Tepito se encuentra más marcado por el narcotráfico y la violencia, mientras que La Merced por la prostitución y la trata de blancas. Y sí, ya sé que son pequeñas diferencias, pero cuando uno está sumergido en estos mares, se da cuenta que las aguas no son iguales. Por ejemplo, en Tepito es más común ver puestos de comida y gente caminando por las noches, a diferencia de La Merced que, después de las siete de la noche, en los alrededores de los mercados, las calles se encuentran casi vacías. Pero, a diferencia de Tepito, en “La Meche” el movimiento empieza muy 68


temprano ya que, desde las 5:30, comienzan a llegar camiones para descargar las mercancías. Para mí, es como si fueran dos mini ciudades distintas, ya que sus dinámicas son diferentes: cuando dicen Tepito, inmediatamente, pienso en la lucha libre, box, futbol callejero, las Gardenias, Juventino Rosas, “El Místico” y hasta en la Santa Muerte; mientras que, cuando dicen “La Meche” pienso en los sonideros, baile, mercados, comida, ajetreo, la iglesia de Santo Tomás y en los diableros gritando a todo pulmón: “¡Ahí va el diablo!” Como ven, a pesar de ser lugares tan cercanos, muestran distintos movimientos en sus comunidades, sin embargo, lo que en particular los hace únicos es su gente, ellos son los que le dan identidad. Yo disfruto del intercambio social que se da en estos dos barrios, ya que he tenido la fortuna de desarrollarme en ambos y les puedo decir que cada una me ha dejado experiencias diferentes y múltiples aprendizajes. Aquí me he dado cuenta de la gran diversidad de costumbres y actividades que se llevan a cabo diariamente no sólo en estas áreas, si no en general, en la Ciudad y en el país. Ver toda esta pluralidad de pensamientos me ha llevado a múltiples conclusiones: La primera, es que sin duda, México no sólo es un país megadiverso en sus recursos naturales, sino también en su cultura, en su gente y en su historia. La segunda, es que no debemos de juzgar a una comunidad o a un grupo de personas por el lugar en donde viven, con esto me refiero a que mucha gente externa generaliza y cree que todos los que viven en barrios o lugares populares, es gente mala, malviviente o es mal llamada “naca”, se dejan llevar por lo que dice la vox populi y no se atreven a acercarse o convivir en estas comunidades y, por lo tanto, no pueden ver que lo que dicen por ahí no es del todo cierto. Y la tercera, pero no menos importante es que, gracias a que he crecido en este ambiente rodeado de cultura e historia y con una gran diversidad de costumbres y pensamientos, soy más consciente de las problemáticas que hay en mi entorno y también sé que no todo en los barrios es drogas, violencia, prostitución y maldad, sino que son mucho más que esas etiquetas y hay mexicanos que, al igual que yo, buscan resaltar lo bueno del lugar que nos vio nacer. Y que, sobre todo, nuestros barrios son cultura, diversidad y pluralidad. Por esto y muchas cosas más: ¡Mi barrio me respalda! Ahora que ya les platiqué un poquito sobre mis alrededores, no me queda más que invitarlos a darse una vuelta por todos estos lugares, de seguro se llevarán una grata sorpresa o ya de perdida un susto. 69


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La Merced

me hizo crecer como persona María Eugenia Vega Morales

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n este pequeño texto quiero dar a conocer mi experiencia en torno a algunas de las vivencias que he tenido en La Merced a lo largo de mis años. Contaré cómo de tener sólo una relación exclusivamente comercial con el barrio y los mercados, este lugar pasó a ser parte de mí y ahora forma parte de los grandes aprendizajes de mi vida. Como tal, La Merced es una zona sumamente cercana a mi domicilio, pero a pesar de ello no solía andar por ahí con regularidad. Me limitaba a asistir a los mercados a surtir mi mandado y se acabó; no me involucraba más allá, como hasta hace apenas unos años. Desde pequeña había acompañado a mi madre a realizar las compras a ese sitio. El principal motivo por el cual voy y consumo productos ahí, es por la accesibilidad de los precios, la variedad en los productos y porque siempre tiene cosas nuevas que ofrecerme. A pesar de esto, anteriormente no había ido más allá y, precisamente, uno de los lugares a los cuales nunca había accedido era a la iglesia de Santo Tomás “La Palma”. Mi acercamiento se dio, debido a un ofrecimiento de trabajo que acepté, ya que no sólo lo necesitaba por motivos económicos, sino porque en ese momento, pasaba por momentos difíciles en mi vida y, el hecho de trabajar me brindaba la posibilidad de distraerme, aunque sea un poco de mis pensamientos. Recuerdo perfectamente el primer momento que entré a la iglesia, desde mi ingreso al atrio mi imaginación comenzó a transportarme a otro lugar, a otra época; conforme avanzaba y me adentraba en el recinto sagrado no dejaba de sorprenderme y, a su vez me preguntaba el por qué nunca había entrado ahí, a pesar de tener tantos años frecuentando sus alrededores. En fin, el trabajo consistía, en un inicio, en servir como apoyo a la secretaria en la oficina parroquial, pero posteriormente me colocaron en la entrada de la iglesia como vendedora de artículos religiosos y, en ese lugar, fue en donde mejor me desenvolví y aprendí un poco más. No sólo sobre mi propia religión, sino también acerca de las personas a las cuales yo recibía cada que ingresaban al templo. 71


Poco a poco me gané la confianza de muchos feligreses que, constantemente visitaban la iglesia, pero también la obtuve de muchos otros que fueron desconocidos y que, a pesar de ello, me abrieron su corazón y compartieron sus historias de vida, que por cierto, muchas de ellas fueron muy impactantes para mí. Voy a atreverme a expresarles algunas de las que más me marcaron, no sé si esto lo puedan leer algún día, pero de antemano les agradezco la confianza que tuvieron para contarme sus problemas. También quiero decirles que encontrarán en mí un pequeño refugio para desahogar sus penas. Les cuento que, en una ocasión, una señora mayor se acercó hacia a mí para platicarme lo que le preocupaba. Ella me dijo que había entrado a la iglesia para pedir por el eterno descanso de su hija y por la salud de uno de sus nietos, ambos fueron atropellados; él quedó mutilado, mientras que la madre falleció de manera instantánea por el impacto de su cabeza contra el concreto. La señora pedía la misericordia de Dios, ya que no tenía los recursos necesarios para el mantenimiento del pequeño que, por desgracia, ahora estaba a expensas de sus cuidados y de lo que ella pudiera conseguir para subsistir. Sin duda, su relato fue tan desgarrador que yo también lloré con ella, sólo la abracé y aquella mujer siguió su camino. Otra de las historias que más me desconcertó fue cuando, cierto día, otra mujer de aproximadamente unos 55 años, se acercó con la finalidad de preguntarme el precio de un producto que se encontraba en el mostrador. Comenzamos a platicar y, poco a poco, me fue contando que había estado en la cárcel por 10 años, debido a que, años antes y tras caer en provocaciones, comenzó un enfrentamiento a golpes con otra mujer. Ambas se pegaban y se tiraban del cabello, hasta que, su adversaria, tomó fuerza y la logró derribar. Ya en el suelo continuó golpeándola a puño cerrado hasta que, con el mismo furor del momento, tomó la cabeza de su contrincante y la estrelló contra el pavimento múltiples veces. Estaba tan ensimismada en la lucha, que no se percató que su rival ya no se defendía, fue ahí cuando se dio cuenta que la había matado. La mujer me contó que ella misma se fue a entregar ante las autoridades y que, tras un largo juicio le dictaron auto de formal prisión, con una condena de 10 años. Ya adentro de la cárcel vivió toda clase de abusos y vejaciones por sus compañeras, su familia la abandonó, sus hermanos decidieron ignorarla, mientras que su esposo se dispuso a formar otra familia con otra mujer, sus hijos crecieron y tuvieron sus propios hogares, como queriendo dejar atrás el pasado de su madre “la asesina”, como la llamaban. Así que, lo único que podía pedirle a Dios, tal y como ella me lo dijo, era que pudiera 72


encontrar al menos un trabajo en el cual poder ganarse la vida y, de esta manera, poder tener un techo en donde alojarse, para dejar de vivir en un refugio. Sólo que esto se le dificultaba pues siempre, tarde o temprano en el trabajo que lograba conseguir, se enteraban de su pasado e inmediatamente la corrían. Ella ya no pedía a su familia de vuelta, lo único que quería era poder tener, al menos, un empleo que le permitiera ganar unos pesos y poder llevarse un pan a la boca. En otra ocasión, un hombre me narró también su historia. Era viudo, padre de tres pequeños, su mujer murió al nacer su tercer hijo. Él no pudo continuar con su trabajo, no tenía familiares con quien dejar a los pequeños, así que decidió abandonar el empleo y dedicarse al cuidado de sus hijos. Para poder subsistir, se dedicaba a hacer flanes y para no dejarlos solos, los niños acompañaban a su padre a realizar la venta de los postres. Lo que le pedía a Dios era poder sacar a sus hijos adelante y que le conservara la salud para seguir viendo por ellos. Algo que tienen en común estas tres historias es la fe y que los tres estaban seguros de que sus plegarias serían escuchadas. Aquí me di cuenta de lo afortunados que somos muchos de nosotros que no tenemos que enfrentarnos a este tipo de pruebas que manda la vida. Así como estas, hay otras historias que otros feligreses decidieron compartir conmigo y que son igual de desgarradoras, aquí no hay anécdotas más o menos dolorosas, porque al fin de cuentas es algo muy subjetivo, no podemos catalogar o jerarquizar el dolor de las personas con base en la cantidad de sus experiencias trágicas, no hay más o menos sufrimiento, todas las historias valen por igual. “Cada quién carga con su propia cruz”, como bien se dice. Además, ¿quiénes somos nosotros para juzgar a los demás? También, cuando estaba en este lugar, veía que ingresaban personas indigentes al templo, unas buscaban un poco de refugio, mientras que otras sólo entraban a saquear las alcancías y a intentar robar objetos de valor que había en la iglesia. Por eso, yo siempre trataba de estar al pendiente y, en cuanto veía actitudes inusuales, me acercaba y los invitaba a retirarse. En una ocasión sorprendí a unas personas haciendo del baño dentro del santuario. En diversas ocasiones, llegué a encontrar objetos de brujería, como por ejemplo: animales muertos, caminos de sal, veladoras preparadas, frascos con contenido extraño, muñecos amarrados, entre otras cosas. Pero no solamente viví momentos tristes o desagradables, también hubo instantes muy felices en la iglesia de Santo Tomás, pues tuve la oportunidad de conocer a mucha gente que, al igual que yo, de alguna u otra manera buscaba 73


ayudar a la comunidad. Además, aprendí más con respecto a la religión, de las biografías de santos y los aspectos de la vida en los que podían interceder por nosotros, así como de la historia de la parroquia. En fin, aquí pude desarrollarme de distintas maneras. Recibí el cariño de muchas personas, mi panorama se amplió completamente con relación a muchos temas. Incluso pude poner a prueba mi nivel de empatía, a tal grado que me llegué a conmover hasta las lágrimas con la muerte de un perro que fue abandonado dentro del templo por un grupo de personas que ingresó por la mañana, dejando ahí al pobre animal, por la tarde nadie regresó por él. Al llegar la noche y ver que el perro no hacía por huir, le dieron refugio, se le compró comida y agua para que pudiera alimentarse esa noche. Al día siguiente y, con la esperanza de que alguien regresara por él, se continuó cuidando del perrito, era manso y se dejaba acariciar por cualquier persona. Ese día me acompañó durante toda mi jornada laboral, echado junto a mis pies, debajo de mi mesa de trabajo, hasta compartí un poco de comida con él. Volvió a llegar la tarde y, entonces el párroco dio la orden que de lo subieran un momento a una parte de la casa parroquial, para que no anduviera deambulando por los espacios públicos y no interrumpiera la misa. Al mismo tiempo, se buscaba protegerlo de la posible lluvia que se veía venir. Terminé mis labores y fui a la oficina para entregar lo vendido y para notificar sobre las cosas que hacían falta cuando, de repente, se escuchó un golpe seco. Los que estábamos cerca, en seguida salimos a ver lo que sucedió y cuál fue nuestra sorpresa, cuando nos dimos cuenta de que el trancazo que habíamos escuchado hacía unos segundos, había sido el choque del cuerpo del perro contra el piso; el animalito se había caído. Todos corrían buscando a alguien que pudiera ayudarlo a sobrevivir, pero los esfuerzos fueron en vano. Yo me acerqué y vi en sus ojos una profunda tristeza, fijó su mirada en mí y, en ese momento, comencé a platicar con él. Le pedí que no tuviera miedo porque lo íbamos a ayudar, le acaricié suavemente su cuerpo y su cabeza cuando, en un suspiro y dejando una lagrimita caer, el perro falleció. Tengo varias historias que compartir, pero me dispuse a contarles las que consideré que más me marcaron y las que más me enseñaron y me hicieron reflexionar. No me queda más que agradecer a Dios y a la vida por darme la oportunidad de vivir esa experiencia, de poder conocer gente, sensibilizarme, adquirir conocimiento e incluso perderle el miedo al barrio de La Merced y a su gente. Gracias porque abandoné los prejuicios que muchos tenemos con respecto a esta 74


zona de la Ciudad; también porque tuve compañeros de trabajo con los que pude convivir y compartir tantas cosas; a mi familia por acompañarme en esta aventura y a ustedes, lectores, por quedarse a leerme hasta aquí. Gracias por todo.

2 Antonio Nieto Estructura ósea Fotografía

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Tripa vacía

corazón sin alegría Haydeth Morales Aldana Luis pregunta: — ¿Qué hora marca el reloj? Le dicen que son las 13:45. Suele comer a las 15:00 de la tarde en punto, pero hoy particularmente tiene mucha hambre porque no pudo desayunar, se pasó toda la noche y parte de la madrugada terminando su proyecto final para la materia de Economía de la empresa. Lleva estudiando dos años en la Escuela Superior de Comercio, la que se ubica en Fray Servando y no quiere perder su beca; actualmente es uno de los estudiantes más comprometidos y aplicados de su generación. Es el último día del ciclo escolar y tiene ganas de comer algo distinto. Los tacos de guisado, las tortas y las quesadillas que prepara la señora Socorro muy cerca de su escuela, conforman el menú de su semana. La profesora elogió su elocuencia en la exposición y quiere celebrar tan preciado halago en un lugar especial. Sus compañeros le dicen que en el mercado de La Merced venden unas tripas de pollo muy codiciadas, incluso, hay quienes ya las consideran todo un manjar. No lo piensa mucho y Alicia, su mejor amiga, lo toma de la mano y lo guía hasta el taxi que los llevará a la calle de Rosario, la cual conduce al último pasillo del mercado donde se encuentra el puesto de doña Estelita. Aprovechan el viaje para decirle al chofer que, según algunos connotados chefs de renombre internacional, esos profesionales de la cocina que saben del buen gusto en el comer, han alabado la receta y el sabor de las tripas de pollo de la cocinera. El taxista promete darse una vuelta ahora que pueda. Luis saca su bastón blanco y busca el pavimento para poder salir del automóvil. Su ceguera es congénita. El mundo para él es olor, textura, sonido y sabor. Jamás ha soñado con ver el mundo de manera distinta. Es un joven alto, de hermoso cabello negro ensortijado, tez clara, manos grandes, cuerpo robusto y de gran sensibilidad para las artes. Hubiera preferido estudiar música, pero le urge poder ayudar económicamente a sus padres. t

Raúl Eduardo Salcedo Fotografía

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Ya en el mercado, Alicia le dice en voz alta a Luis que recorrer los pasillos de La Merced es como entrar al mundo mágico del teatro, nunca sabes el momento exacto en que aparecerá un nuevo personaje o el protagonista de alguna historia fascinante. Los estudiantes caminan rápidamente formando una sola fila, abriéndose paso entre la señora que lleva un canasto de nopales en la cabeza y el hombre maduro de cuerpo correoso que viene avisando: –“¡Ahí va el golpe, ahí va el golpe!” ¬– y lleva quince costales de naranja y va como alma que lleva el diablo. Luis percibe los fuertes olores que despiden las frutas que se venden en la Nave Mayor del mercado y va diciendo en voz alta mientras camina:– guayabas, manzanas, peras, pitahayas guanábanas–; para después identificar el olor de las verduras:– jitomate, zanahoria, apio– y de pronto, se da cuenta que emana de una plancha de comal su olor favorito: el de la cebolla recién acitronada. Sin saber cómo o cuándo, ya estaban frente al escenario esperado: un puesto pequeño, sencillo, pero muy bien surtido y provisto de lo necesario para quien desee preparar comida prehispánica en su casa. En la esquina derecha y, a manera de un montículo arqueológico, están hermosamente ordenadas las famosas tripas de pollo. Doña Estelita no los había visto antes, y dado que no es una vendedora de muchas palabras, sólo los mira esperando que ellos sean quienes pregunten. Alicia, por ser la única mujer del grupo, es quien se apresura a saludar y a comentarle que les habían recomendado mucho su comida tradicional. La anciana no supo cómo reaccionar frente al comentario y sólo pudo asentir con la cabeza y esbozar una tímida sonrisa. Doña Estelita es originaria de Hidalgo, aprendió a cocinar siendo niña con las recetas de la familia. Preparar comida para ella es hacerlo con lo que te regala la naturaleza. Los charales que consume son aquellos que aún sigue pescando la familia de su prima en el Lago de Chapala; el maíz es el que siembra en el terreno que le heredó su padre; las carpas las trae de la presa de Zozea del municipio de Alfajayucan en el estado de Hidalgo y, sí, cocinar sólo es posible a la manera tradicional, al modo de las abuelas, de su linaje, de su tierra. —¿A cómo lo vende? —preguntó Alicia— a veinte pesos el cuartito. Estaban por pagarle dos cuartos, cuando Luis empieza a compartirles una historia de su infancia. Les contó que su abuela le preparó tripas de pollo, sólo una vez, y fue como regalo de su octavo cumpleaños. Recuerda que ha sido uno de los platillos más ricos que ha probado, pero que, desgraciadamente, la receta se 78


la llevó a su tumba porque poco tiempo después murió de un “mal aire”, de ello no tenían duda sus vecinos del pueblo, pues la veían seguido caminar por parajes solitarios, pero la verdad, declara Luis, es que murió de neumonía. La señora Estelita preguntó: —¿Y cómo las preparaba su abuela? Le voy a compartir la receta como pude percibirla, contestó Luis. Lo primero que hacía era lavarlas bien en la tarja de su cocina, se escuchaba una fuerte presión de agua que caía sobre ellas, mi abuela Antolina decía que había que limpiarlas muy bien por dentro, después sacaba de su viejo mueble una olla que llenaba de agua. Ahí se colocaban las tripas. Después me decía: —Luis, acuérdate de agregarles sal, laurel, cebolla y ajo— y las dejaba hervir hasta que se cocían. ¿Cómo sabía ella que ya estaban en su punto? pues agarraba un tenedor, me lo ponía en la mano derecha y me hacía enterrarlo en una de ellas. Si no oponían resistencia es que ya estaban cocidas, entonces las escurría y las empezaba a cortar en trozos, para finalmente freírlas con manteca en una cacerola. Siempre me ha gustado el sonido que producen las tripas cuando se están dorando, al final, me pedía que le acercara el cesto de las tortillas y las comíamos con salsa verde, cilantro y cebolla. Alicia se quedó maravillada de su buena memoria olfativa y, no fue la única, doña Estelita coincide en casi todo de la receta. Fue así que nació un espontáneo afecto entre Luis y ella, un afecto ligado a la añoranza de la comida de las abuelas. Doña Estelita voltea a ver a la señora Inés, su vecina de puesto, y le pide que le permita sentar a los estudiantes en la tabla de madera que comparten para descansar, quiere prepararles un platito que lleve de todo un poco. —Claro que sí, señora Estelita— le contestó. Las dos se apresuran a sacar seis platos de peltre que estaban detrás del colgador de madera, doña Estelita les sirve inmediatamente uno de sus platillos más solicitados: mojarra de agua dulce ahumada, la cual prepara con jitomate, chile y epazote, -este último, apreciado desde la época prehispánica, no sólo por su sabor, sino por sus propiedades medicinales-. Doña Estelita saca de su mandil un billete de cien pesos, y le pide a su hija que vaya a comprar un kilo de tortillas y dos aguacates para que los jóvenes se preparen unos tacos de chapulines y de chinicuiles.

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Luis, Alicia y sus compañeros de clase, se acomodaron como pudieron, colocaron los platos sobre sus piernas y empezaron a comer aquellas delicias que difícilmente encontrarán en restaurantes que dicen preparar comida tradicional mexicana. Mientras comían, a Alicia se le salió decir: —Definitivamente, cocinar hizo al hombre. Todos voltearon a verla con una expresión de confusión en sus caras. — Sí– continuó diciendo –en mis clases de antropología nos explicaron que algunos primatólogos afirman que cocinar los alimentos habría sido el factor clave para convertirnos en humanos. Cocinar tiene múltiples ventajas: mata las toxinas, mejora el sabor de la comida, amplía el abanico de productos comestibles y se pueden obtener calorías para realizar las tareas físicas diarias... Doña Estelita no sabía muy bien a qué se refería Alicia, pero le comentó que hacía poco la habían entrevistado unos señores de un restaurante muy lujoso: que porque querían aprender sobre el proceso de elaboración y de conservación de su comida. —Me dijeron que ahora la cocina mexicana está en la boca y en los ojos del mundo y que, por eso, muchos chefs quieren aprender a cocinar como no-

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sotras, las cocineras tradicionales, lo hacemos ¿A eso te referías, Alicia, cuando hablas de mejorar el sabor en la comida? —Un poco sí, doña Estelita, por eso, sus platillos son tan importantes. Sobre todo porque cocina con especias que, además, tienen un uso medicinal. Los humanos aprendimos a usar especias en la comida porque tienen propiedades antimicrobianas y porque ayudan a conservar los alimentos por más tiempo. —Sí, doña Estelita, la forma en que usted cocina los alimentos es casi medicina para el alma. —¡Ay! ¡Caray, muchacha! ¡Qué cosas tan bonitas dices! —Oye Alicia, le pregunta Luis, ¿tú crees que en el pasado existieron cocineras o cocineros ciegos? —No lo sé, pero seguro que vivieron como tú, conociendo el mundo a través de los olores, del sonido que emiten los alimentos en el sartén, del calor de la leña en el fogón, de la manera en que se sienten las texturas en el paladar. –¿Qué hora es?– preguntó Luis –Son las 5:30 de la tarde– contestaron sus compañeros que estaban terminando de comer el último taco de chapulines. —Ya nos vamos doña Estelita, ¿cuánto le debemos? —A ver hija, haz la cuenta y cóbrales a los muchachos, yo les disparo las tripas de pollo y los refrescos. —Muchas gracias por todo doña Estelita. — Gracias a ustedes muchachos, aquí los espero siempre. —Nos vemos pronto Luis, recuerda que: “Tripa vacía, corazón sin alegría”. —Sí, doña Estelita, por ahora le digo: “Panza llena, corazón contento”. Dios la bendiga.

2 Fito Valencia(Pop Nasty) Merced, 2020 Xilografía sobre papel,

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Por los pasillos del mundo Tania Elizabeth Meza Pérez

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isitar el mercado de La Merced es entrar a uno de los corazones de esta gran urbe. Situado en el extremo oriente del centro histórico, desde la época colonial es un importante centro de venta e intercambio de mercancías de todo el mundo. En sus pasillos, como venas, palpitan los colores, olores y texturas de productos que despliegan historias particulares, desde el local familiar que hereda un oficio o una tradición, hasta de aquellos que llegan de lugares tan distantes para buscar suerte y hacer vida, en la gran ciudad. La entrada principal es la del inframundo: el metro, la cual interrumpe y nutre cada minuto con numerosos visitantes que se adentran a los pasillos de un enorme laberinto en búsqueda de colores y productos cada temporada. Se trata de un lugar etéreo; difícil de describir en su totalidad, todos sus detalles son más que nada una experiencia que se vive en colectivo, pero que se lleva en lo particular. En sus pasillos se desplaza el mundo entero, no hay lugar que no sea invadido por costales de hierbas, semillas, frascos, verduras frescas, montañas de fruta, hojas de plátano, veladoras, ollas, jarros, huacales llenos de productos tan comunes pero que, en algún momento, eran maravillosas “novedades”. Los focos, como si de estrellas se tratara, alumbran la riqueza de la tierra: jitomates, papas, zanahorias, calabazas, brócoli, ejotes, comercio minoritario. Pero el mercado de La Merced se desdobla más allá de sus pasillos físicos y elementales, afuera están comerciantes a la espera de recuperar sus espacios consumidos por el fuego, pero también están aquellos vendedores que sin espacio recorren entre la gente las calles. No importa cómo te desplaces o el ritmo que lleves, caminar por el mercado de La Merced es andar por montes de especies que se apilan en cerros de distintos colores en una categoría de dulce a picoso, pasando por lo salado y ácido. Indescriptible, confuso e increíble para los que no comparten la cultura mexicana, el sabor inexplicable de aquellos “polvos” y “masas” que mezclados se sirven sobre la mesa cada día. Sus techos altos son testigos de todo lo que sucede, del flujo interrumpido, de búsquedas, de invitaciones a checar, a llevar, a probar. 82


Una dinámica con cientos de años que aparece cada día para repetirse y experimentarse. El mercado de La Merced muere y renace cada día porque es un lugar de flujos, de intercambios, de conexiones y de encuentros inagotables.

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Un día de compras en

La Merced Gabriela Pérez Manríquez

—Levántate, tenemos que ir al mercado— con esa frase, cuando era niña, me despertaba los sábados, días de vacaciones o algún día en que se fuera a cocinar algo especial en casa. Para evitar cargar algunas cosas todo el camino de ida y vuelta, siempre iniciábamos de la parte más alejada del mercado hacia la salida. —¿Vamos a ir con Don Chucho?— yo le preguntaba a mi mamá. Ella me respondía: —Sí, tengo que comprar carne molida—. Esa carnicería no estaba dentro del mercado, pero era parte del entorno, siempre había mucha gente comprando para la comida del día. Ese olor a carne fresca, a hueso y el sonido de la sierra cortándolo, además, el olor a aserrín tan característico, permeaban toda la carnicería. Al salir de ahí, nos transladábamos, prácticamente, al otro lado, hacia el “Mercado de Carnes”, como yo lo conocía en aquel entonces, después supe que se trataba de la Nave Menor. Teníamos que caminar por donde estaban todos los freseros, causándome un tremendo antojo: —Mamá ¿me compras fresas? — Ahorita que pasemos de regreso— me contestaba. No es difícil suponer que era rara la ocasión en que regresábamos. No la culpo, había que hacer las compras a tiempo o todo el plan se iría al traste y adiós comida del día. Quizá este sea aún uno de los lugares más emblemáticos del mercado porque ¿quién no ha ido a comprar con “Los Pérez”? Ahí puedes encontrar de todo en cuanto a carnes frías, lácteos, cosas para repostería y otras cosas, pero en ese entonces, sólo había un objetivo en mi mente:— ¡Yey! ¡Yey! ¡Mi conito de yogur!– No sé si en ese entonces lo hacían por cortesía a los clientes o se lo daban sólo a los niños, pero yo era feliz con eso. ¿Qué compraba mi mamá?, a veces no importaba del todo, el conito de yogur era lo importante. t

Raúl Eduardo Salcedo Fotografía

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De ahí pasar a comprar pollo era casi una obligación. Me daba curiosidad ver las piezas de pollo, por mi cabeza nunca pasó la idea de que era un animal muerto, o varios, simplemente era pollo. —Deja ese pollo en paz– escuchaba decir a mi mamá. —Pero, son las plumas que después alguien le va a quitar— le contestaba sin dejar de tocarlo, ¿quién dijo que era aburrido ir al mercado? De ser necesario íbamos por frijol, arroz, azúcar y sopas, ahí mismo en la Nave Menor del mercado. —Este frijol no es de aquí…— se escuchaba que alguién decía. ¿Alguna vez has visto esos enormes sacos o esos grandes botes llenos de frijoles, habas, garbanzos y demás semillas? ¿Te has fijado en cuántos tipos tipos de frijoles hay? Flor de mayo, bayos, negros, pintos, alubias, flor de junio, peruano… ¡Sí, todos frijoles mexicanos! A veces ahí terminaba la visita a esa Nave, otras veces pasábamos por pescado y yo iba preguntando por todo: —¡Mira mamá!, ¿qué es eso?, está moviendo una pata. — Es una jaiba— respondía sin detener el paso. —¡Ugh!… ¿Qué es eso? Parecen gargajos. — Son ostiones y le voy a llevar unos a tu papá, a él le gustan. — Asco…— Y hasta la fecha no he comido uno y no intenten persuadirme. Para cuando llegamos a la Nave Mayor del mercado, o como yo lo conocía “El mercado de las verduras”, las bolsas de mandado ya iban pesadas. Sí, siempre cargué bolsas de mandado. Aún recuerdo que las primeras eran pequeñas, pero conforme fui creciendo, también se fueron haciendo más grandes.— Aún faltan compras, pero ya casi terminan— pensaba en mi interior. En la Nave Mayor hay un pasillo casi oculto, o al menos muchos lo pasan desapercibido, pero ahí venden diferentes tipos de legumbres y verduras. A mi mamá le gusta comprar ahí los nopales y cuando es temporada, también las tunas. Hasta la fecha lo sigue haciendo. El señor que los vende sigue igual, es como si el tiempo no hubiera pasado por él. Más adentro del mercado, había algunas paradas obligatorias, a las cuales no me gustaba ir del todo: —No quiero, cada que compras chiles me pica la nariz.

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Sí, de niña no era mi cosa favorita ir a donde vendían chiles secos. Pero eso sí, aprendí a distinguirlos desde chiquita: morita, pasilla, ancho, cascabel, tantas variedades y cada una en su propio saco con su precio. Ir a comprar fruta es de mis cosas favoritas en el mercado, sobre todo cuando llegas a un puesto donde encuentras frutas que nunca habías visto. —¡Anda!, prueba, es limón real— pregonaban los marchantes —Mira, este se llama “Carambolo”, prueba, ¡está dulce!— después de probar un poco, en mi rostro se pintaba una expresión de sorpresa, mientras decía:— ¡Woooow… parecen estrellas!— Cuando se es niño, uno se sorprende por todo. Comprar jitomates ese día, se convirtió en algo interesante. Mi hermano y yo encontramos una pequeña lagartija entre las “montañas” de jitomate. Queríamos atraparla, pero el señor del puesto nos dijo que era de él. La última parada fue para comprar verduras: zanahorias, chícharos, papas, chayotes, calabazas. Yo pregunté a mi mamá: —¿Por qué llevas calabazas si no me gustan?— y ella me contestó tajantemente:—Porque a los demás sí. Algún día te gustarán— ese día no ha llegado aún y vaya que las he probado. Ir al mercado siempre es una aventura diferente. A veces cargas con muchas bolsas pesadas, a veces no. Quizá tengas que cruzar por el mercado para llegar a la escuela o incluso puede estar dentro del mismo. Quizá fuiste el 24 de septiembre a La Merced, en plena fiesta, y te maravillaron todos los altares que pusieron en honor a la Virgen, Nuestra Señora de la Merced y, en una de esas, te tocó que algún marchante que te reconoció te invitara una rebanada de pastel. A lo mejor te toca ir a comprar una piñata y no sabes ni cuál elegir entre tanta variedad. Quizá solo se te antojó un atolito y vas a comprar pinole. Habrá personas que quizá ahora ya no están, que por diferentes circunstancias ya no ves en el puesto o el local donde solías verlos; habrá otras personas que han cambiado mucho, incluso tú o yo, ya no somos los de antes, el tiempo no perdona. ¿Recuerdas a ese muchachito latoso que iba de un puesto al otro jugando? Ahora es papá y es quién tiene que lidiar con el “muchachito latoso”. Hay tantas cosas que puedes hacer a raíz de una visita al mercado de La Merced y, sin importar la fama del barrio, de algo estoy segura, parte de tu corazón y tu memoria se queda aquí.

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Un paseo de sabores, sensaciones y olores

en La Merced Luis Fernando Ramírez Jiménez

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a primera vez que escuché hablar de La Merced fue en 1992, tenía 5 años. Mi papá decía que los dulces, las botanas, los chiles secos y las especias las compraba en ese lugar. Para mí, sólo eran cartones con bolsitas rellenas de todos esos productos. No pensaba cómo era aquel lugar al que se iba a surtir mi papá para dar sustento al hogar. Tiempo después, como a los 10 años fui a La Merced con mis padres; abordamos una micro, de esas que antes había en muchos puntos de la Ciudad, aún quedan algunas. Recuerdo que eran más pequeñas que las de color verde pistache de ahora, le hicimos la parada con el ademán clásico para que se detuviera y se pagaron tres pesos por cada uno. El chofer escuchaba cumbias, y al fondo, llegaba la música de Poncho Zamudio, el sonidero colombiano: “¡Qué cadencia de cumbia!” Los choferes traían su camisa azul con un bordado de la ruta 71 y su fiel compañero “cacharpo” que gritaba, anunciando el destino:– ¡Aeropuerto, al metro Aeropuerto!–. Cuando veía a alguien que le hacía la parada le decía:– ¡Échaloooo!–. Una vez entrando a la avenida Zaragoza, las pausas eran más esporádicas porque, por lo regular, se hacían en cada estación del metro de la línea A, y así seguíamos nuestro camino hasta “El caballito”, donde se pedía la bajada. En el metro Zaragoza, esperábamos a que llegara el siguiente microbús, a veces comíamos una gelatina de esas que venden en vasito, mientras esperábamos a que se llenara un poco. A diferencia de la otra micro, esta no traía “cacharpo”, se pagaba antes de subir y así el camino continuaba derecho hasta la TAPO, a partir de ahí era otro el ambiente. Desde San Lázaro se daba vuelta a la derecha hasta el Lecumberri, donde mi papá hacía énfasis en explicarnos que fue una prisión. Luego se agarraba por

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Raúl Eduardo Salcedo Fotografía

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Héroe de Nacozari, La Morelos, pasábamos el Eje 1 Norte y así empezaban a tornarse las calles de diversas formas. Las vecindades eran como una cortinilla que separaban las construcciones antiguas de las construidas recientemente, seguían después las calles más angostas y empezaban los locales de cuadros, nos bajábamos en Circunvalación. Ya ahí, escuchaba a mis papás decir nombres como: Regina, Corregidora y Correo Mayor, cuando era niño era muy chistoso oír esas denominaciones, a diferencia de la colonia donde vivo. Para buscar la mercancía había que recorrer algunas calles. Recuerdo que en la de los dulces se encontraban vitrinas y cajones para cada sabor y color de golosina, donde un mimoso ratón hubiera sido muy feliz. Cada que me acuerdo, es como si escuchara esa alegre melodía:– “Dulces y chocolates, chicles y cacahuates, nueces y golosinas, son mi ilusión; pasas y heladitos, crema con pastelitos y toda clase de bombón”–. Así pues, era comprar en las dulcerías de La Meche. Compraba dulces “La Giralda”: peritas, cerezas, perfumados y gajitos. Y otro tanto de botanas: cacahuates, pistaches, pepitas, garbanzos y habas. También los chiles secos entre los que estaban: el mulato, el puya, el de árbol, el guajillo del que pica y del que no pica, el morita, el pasilla y el piquín. Luego, las especias como: carbonato, almidón, royal, anís, comino, clavo, pimienta gorda, chica y molida, canela, ajo molido, comino molido. Este era el conjunto de sabores y olores sobre los que iba aprendiendo. ¡Al llegar a aquellos locales se desprendía la magia!... Había que buscar el cartón, grapas y el papel celofán para envolver la canela. Este papel era muy particular porque venía en rollos, pero a la vez, estampado con marcas conocidas. No sé yo, pero creo que era una táctica que las empresas utilizaban para no desperdiciar el tiraje que les había salido mal, ya fuera por algún pequeño error de calidad en la impresión, lo vendían a diferentes públicos y así mi papá lo compraba para enredar la canela. Lo mismo veía con los cartones: tenían impresiones de marcas sobreexpuestas una tras otra, lo cual me parecía curioso. Para comprar los productos íbamos con unas bolsas de rafia, después de un recorrido salíamos a Mixcalco a tomar la micro de regreso. Nunca comíamos en La Merced, salvo algún refresco si teníamos calor, hasta que llegábamos al metro Aeropuerto, ahí pasábamos a los caldos de gallina “El Patilla”, uno escogía su pieza de carne y la servían con garbanzos y arroz; le poníamos, cebolla picada,

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limón, y chile piquín o unos chiles de árbol; lo acompañábamos con bolillos o tortillas. En fin, así llegábamos a casa, donde preparábamos la mercancía para ser empaquetada. La bolsa de rafia se había impregnado de todos esos perfumes tan exquisitos que el mundo ha aportado. Dependiendo del artículo, primero se embolsaba con una cucharita que era la medida que utilizábamos “a ojo de buen cubero”, se buscaba poner de manera pareja la misma cantidad en cada bolsita. Y, así apiladas y en filas, ya estaban dispuestas a ser colocadas en el cartón, dependiendo de cómo quisiera organizarlas mi papá. A veces, variaba, decía: —Diez de cada lado, y una en medio; o seis de cada lado y una en medio; o seis de cada lado sin bolsa. La presentación cambió a lo largo de los años, dependía de cómo iba cambiando el precio de los productos que compraba. Cambiaba o quitaba los productos, según la demanda y oferta de algo. Por ejemplo, lo que ya tiene mucho que no vende son los dulces. Así, iba aprendiendo los nombres, los sabores, los olores y las texturas de cada cosa. Para poder distinguir el carbonato del royal y del almidón, que son fáciles de confundir por ser de color blanco y que podrían pasar por lo mismo, pero me di cuenta de que, el primero de estos productos, es un poco más granuloso y de sabor salado, por eso es más fácil de diferenciar. En cambio, distinguir entre el royal y el almidón es más complejo, porque el primero rechina y el otro no. Del comino al anís, el primero es sabor intenso y el segundo de sabor dulce. De esta manera, luego de empaquetar y escribir el nombre de la mercancía en cada cartón, los colocaba en un estante para ubicarlos más rápido y que no hubiera confusión. Por cierto que, en alguna ocasión, uno de mis primos tenía antojo de unos cacahuates enchilados y, por travieso, tomó por error el chile piquín ¡La enchilada que se dio! .Llegó con lágrimas en los ojos a pedir agua para acabar con su suplicio. Son muchos los olores y los sabores que hasta hoy me doy cuenta que conozco, a veces hago las cosas por impulso, pero cuando me detengo por breves momentos me asombro. Ya cuando mi papá se dispone a vender las especias se las lleva en una bicicleta con una caja de huevo en la parrilla. Sí, de esas multiusos que sirven para acomodar la maleta, para guardar libros o el itacate. Esa caja llena de cartones, de sabores y de esencias… A veces pienso que es como una caja de pandora, que guarda secretos y que, al destapar, existe 91


la posibilidad de encontrar todo un mundo guardado y, si no se tiene cuidado, uno puede llevarse una gran sorpresa. Así pues, emprende su recorrido, con su bicicleta y con su cajita atrás. No, a él no le gritan, como dice la canción:– “¡Cahuates, pistaches!, ¿a cuánto la bolsa? a diez la bolsita”. A él le dicen: ¡“Canelitas”!, y aunque no es muy bailarín, se inspira con Lorenzo de Montercarlo, Las Hermanas Padilla, Las hermanas Huerta, José Alfredo Jiménez y otros tantos más que le hacen recordar, aunque sea un poquito, la tierra que lo vio nacer. Estos paisajes de los que hablaban las canciones no parecían ser distintos a algunos lugares de la Ciudad de México, allá por los años 70´s, a pesar de que ésta se iba modernizando. Por estos años, mi papá aprendía a andar en bicicleta. Me contó que llegó a ir a Tlaxcala, es decir, casi 84 Km desde la Ciudad de México, y luego, de regreso. Aunque en otro días sí era maratónico, pues los recorridos que hacía por el oriente del Valle de México eran hacia La Zapata, Tlalpizáhuac, San Pablo, Coatlinchán, Chimalhuacán, Texcoco y Chapingo. Una vez le comenté que, en internet, había visto que eran 18 km hasta Coatlinchán y me dijo: —Eso es poquito, no te digo que yo cuando iba a la lavandería era ir hasta la Villa, y regresar el mismo día. Me quedé asombrado también cuando recordé su ida a Toluca y ver que eran 84 km los que había recorrido ¡Qué resistencia y qué condición! No era el único que vendía especias, dice que se encontraba a más gente y entonces era como ver un paisaje del Medio Oriente con caravanas de comerciantes, pero aquí con bicicletas. Algunas veces lo acompañábamos mis hermanos y yo, entonces nos subía atrás del vehículo y, desde ahí montados, admirábamos el paisaje desde arriba. No es lo único que nos ha enseñado, por él aprendí a andar en bicicleta. Compartir y descubrir conocimientos y anécdotas ¡Sí, eso es!... La verdad, nunca pensé en escribir esto, hasta que coincidí con dos cronistas de La Merced, María Oventic y Xuwá Ángel, quienes me platicaron más acerca de este lugar. Aunque yo, inmediatamente, lo relacioné con las especias y una iglesia, recuerdo que mi imaginación se desató al evocar aquellos lugares que tanta gente ha pisado. Así también, me hizo pensar que cada uno de nosotros tiene su historia.

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Una tarde otoñal por

el mercado

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José Armando Aguilera Jiménez

ra tal vez la tercera semana de octubre, a principios de la década de los noventa, cuando por vez primera vi, entre en las fauces de esa peculiar boca de olores enigmáticos, con voces diversas que se fundían en un: —¡“Por acá güerita, pregunte mi reina, acá todo de remate, de remate gente”! Llegamos por el sistema colectivo del metro, saliendo de la estación La Merced entre cientos de espaldas y calzados distintos, iba de la mano de mi tía Lety, que me recomendaba agarrarme fuerte de ella. Salimos a la superficie, era una tarde de poco sol que se tornaría nublada, los semáforos, las calles, los bochos de color amarillo y naranja que en aquellos días fungían como taxis en la ciudad. Avanzábamos con ese ritmo de las capitales de trote apresurado, llegamos por una puerta que no recuerdo cual era, pero, ese umbral estaba custodiado por una vendedora de elotes, junto a unos niños vendiendo chicles. El primer objeto inmóvil que miré fue un saco de cacahuates, levantando la mirada observé que colgaban algunas piñatas de diversas figuras con colores brillantes, era imponente el escenario, me sentía más pequeño de lo que era, se mezcló la alegría y los nervios que representaba estar fuera y mirar otras cosas tan diferentes de todo aquello que a mis escasos 8 o 9 años conocía. Era feliz ciertamente porque mi tía había prometido que si la acompañaba a hacer sus compras me compraría una máscara, una calavera o calabaza de plástico en forma de cesta para que el primero de noviembre saliera a pedir calaverita y, tal vez un obsequio más, pues una semana después del día de muertos es mi cumpleaños. Fuimos de pasillo en pasillo, poco a poco, se llenaron las bolsas que mi abuelita nos había dado, una era de monofilamento de polietileno y la otra de plástico color rojo, tenía una rotulación de una vaquita junto a las letras de la carnicería del barrio (donde una vez a la semana compraban). Así, en el diciembre pasado, en honor a esa fidelidad como cliente le dieron un calendario y esa bolsa que ahora estábamos paseando por el pasillo de los brujos, como cariñosamente mi tía le de95


cía a donde ahora se le ubican a las hierbas medicinales y místicas. Antes, habíamos pasado por el corredor de los animales con la intención de que me entretuviera, pero mi reacción fue de tristeza y asombro, de ver tantas especies enjauladas con el espacio reducido, no fue agradable. Por el contrario, el momento de pasar a comer un delicioso huarache campechano bañado en queso rallado y cebolla blanca, acompañado de un refresco de trébol de limón, mismo que hizo gastar 50 centavos o 1 peso a la hermana de mi mamá para que pasara al sanitario. Con la fatiga entrando por los pies, el peso de las bolsas llenas de frutas, verduras, hierbas, perfume, medias, calcomanías y calcetines, pero con el ánimo despierto de saber que llegaba el momento de mi premio, volvimos por el pasaje de los brujos, pues íbamos por mi calavera de plástico. Es allí donde percibí por primera vez el olor del copal que, conforme acentuábamos nuestros pasos era más intenso, tan suave pero recio, tan sutil pero penetrante que dejó impregnada mi memoria de aquella primera visita al Mercado de Sonora. Dos años después nuestra situación económica era desfavorable, sin embargo, mi tía Lety de sus ahorros y sus ventas (pues es comerciante hasta el día de hoy) nos compró unos disfraces a mi hermana y a mí para poder salir a pedir calaverita con nuestros primos. Han pasado más de 25 años de aquellos días y, siempre que se está terminando el décimo mes del año, el olor del copal llega a mí y me envuelve en el recuerdo de una tarde otoñal por el mercado.

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Antonio Nieto Muerte Florida Fotografía


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Alud de recuerdos de mi vida

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Juan Manuel Dávila Tejeda

gonizo, cierro los ojos… Un alud de desordenados recuerdos cruzan por mi mente: voces, aromas, sabores, rostros, lugares, pregones, historia y recuerdos de mi querido Barrio de La Merced caen sobre mí: “¡Pásele marchantita! ¡Pásele!” “¡Ahí va el golpe! ¡Ahí va el golpe!” “¡Atrás de la raya, que estoy trabajando!” “Aquí nacemos con el comercio en la sangre” “Aquí hay que respetar para que te respeten” “Aquí nos ayudamos y nos cuidamos unos a los otros” “Aquí vales por trabajador, por ser derecho y por tener palabra” “No hay que ser borrega”… “Sólo debes ver, oír y callar”…

Un torbellino de recuerdos atropellados llegan hasta a mí y deslumbran mi mente; imágenes de lo que he vivido en este lugar. Mis recorridos por los mercados de La Merced, el de Mixcalco, el de los Dulces, el de la Comida, el de las Flores… y por qué no decirlo, el de Sonora. También veo con claridad mi peregrinar por Circunvalación, Corregidora, San Pablo, Correo Mayor. Decía mi padre que estas avenidas, eran canales y acequias por donde desde muy temprano venían canoas y trajineras con mercancías de todos los lugares del Valle del Anáhuac. La Acequia de Roldán era la más importante en este barrio, pero sin duda, la más transitada por las embarcaciones que surtían de enseres, alimentos y materias primas, era el Canal de la Viga. En mi nariz se arremolinan los olores entrañables a cebolla, epazote, comida, cempasúchil, incienso, copal, ponche, cuetes, fritangas; fragancias de bellas damas y sexoservidoras; aromas de lociones de caballero, revueltas con el olor a sudor y mugre de los cargadores e indigentes del lugar. En mis oídos se amontona el eco arraigado de la algarabía de las Fiestas de Nuestra Señora de la Merced, de La Candelaria, del Señor de la Humildad. De pronto ciega mis ojos el destello de las imborrables luces de los hoteles de paso 99


y cabarets: El “Siboney”, el “Clave azul”, o el “Buganvilias”. Todo este esplendor surge revuelto con el bullicio de las pasarelas de prostitutas en el callejón de Manzanares o en el de atrás de la Iglesia de La Soledad. No existe un orden en mis recuerdos y visiones, pareciera que se empujaran unos a otros para aparecer con sorprendente nitidez. Jalo aire por la nariz e irrumpe con él el penetrante olor a pulque de las pulcatas que se desborda hasta la calle, junto con las risas y carcajadas de la clientela; Recuerdo con nostalgia esos juegos y modismos propios de estos lugares que añoro en este momento, como son: el “reintoi”, la “rayuela”, la “tongolele”, “los curados de apio, de jitomate, de limón, de cacahuate, de piñón o de ajo”, “el rancho” “los tornillos” “las catrinas”. De pronto me asaltan otros recuerdos e imágenes que parecían olvidados en algún rincón de mi memoria. Ahora veo en las esquinas —desde antes que amaneciera—, señoras bien enrebozadas con sus braceros y sus ollas de barro, vendiendo café negro, tés y canelitas con piquete a los teporochitos o a los del “Escuadrón de la muerte”. “Los indigentes”, “Las Marías” en el piso, con sus vestidos tradicionales y sus montoncitos de frutas en el piso, dándole “chiche” a sus críos. De pronto me gana la melancolía y recuerdo con gratitud las enseñanzas sin palabras de mis padres y abuelos: “Debes saber comprar, regatear, escoger, revender, negociar, convencer” o “Ese es el chiste de este trabajo, pero sobre todo, no engañar a la clientela ni venderles porquerías”... Sé que en cualquier momento me iré de este mundo, sin embargo, me siento feliz porque estoy en paz conmigo mismo y con Dios, porque veo con alegría, que mis familiares respetaron mi última voluntad. Les dije sin quebrarme:–Quiero morir en mi bodega, ahí donde pasé el mayor tiempo de mi vida. Lugar que nos dio lo que tenemos y lo que somos, con la ayuda de Dios y de la Virgen de Guadalupe. Ahí en mi viejo catre, testigo de mis sueños y preocupaciones. En ese barrio que es parte importante del corazón de mi Ciudad, lugar de trabajo de bodegueros, diableros, cargadores, boleros, transportistas, vendedores ambulantes, artesanos, carpinteros, cereros, sastres, relojeros, traileros, rateros, sexoservidoras, narcomenudistas, líderes, padrotes, madrotas, merolicos, ventrílocuos y gritones. La mano de mi esposa sostiene la mía. No quiero que llore, deseo de todo corazón que me deje partir con alegría, como cuando nos conocimos en la Plaza de la Aguilita, pero sé que es difícil para ella… También para mí… –No estés triste —le digo sin articular palabra—, aquí me quedaré en la sangre de 100


mis hijos y nietos, en el amor y recuerdo de mis amigos y familiares… De pronto, sin avisar, vienen a mí mente más recuerdos, imágenes y sensaciones: la alegría y unión de los inquilinos de la vecindad donde vivíamos, las caras y risas de su gente en las fiestas de la vecindad: casamientos, bautizos, salidas de la primaria, de la secundaria, quince años o cumpleaños. Pero también recuerdo los pleitos por los lavaderos, los baños, el agua, las piletas o los tendederos; las desgreñadas por culpa de los chamacos. ¡Sonrío sin que en mi rostro se dibuje gesto alguno!... Ahora me veo con claridad entre la gente que va a escuchar la misa que se hace cada año en la Capilla del Señor de la Humildad, misa dedicada a los rateros del barrio: retinteros, paqueros, chineros, farderas, carteristas y prostitutas, sexoservidoras, alegradoras, ficheras, mujeres de la vida alegre; las del talón, las “Gayas” —como dice la maestra que les decían en tiempos de la Colonia– pero la misa también era para los infiltrados: diableros, cargadores y gente de mi barrio… En estos momentos, en total desorden, llegan más recuerdos: Giros negros: cantinas, cabarets, lonchatas, piqueras, pulcatas, zonas de tolerancia… Las Poquianchis; los olores a marihuana, a piedra, a activo; las imágenes de los puestos de periódicos —donde en mi niñez—, alquilaba cuentos para leer por cinco centavos: “Memín Pingüin”, “Los Súper Sabios”, “Lágrimas y Risas”, “La Familia Burrón”, “La Alerta”, “La Alarma”… La Plaza de la Aguilita, los libaneses, los judíos… De pronto escucho con claridad las palabras de mi padre:–Aquí, en La Merced, somos una familia enorme–. También recuerdo las enseñanzas de mi maestra: –Aquí, en tiempos prehispánicos, era El Barrio de Teopan, uno de los cuatro Calpullis de La Gran Tenochtitlán, aquí se construyó el primer templo dedicado a Huitzilopochtli…Este fue lugar de trajineras, chinampas, tamemes, pochtecas… Afuera: El llanto de mi hija “Meche”, de mis nietos y amigos… Aquí pasé mi niñez, mi juventud; me casé, tuve hijos y nietos… Muchos se han marchado ya, pero aún permanecen vivos en mis recuerdos y en mi corazón, que de pronto, deja de latir... Aquí me quedaré……………………………...... Tenochtitlán, Septiembre del 2020 101


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La Meche

tan cerca, tan lejos Carlos Ledezma

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xtraña la conexión que a veces nos une con lugares que no conocemos tan bien, pero que parecen tan nuestros. Por ahí de los 10, 11 años, mi papá me levantaba temprano los sábados. Desayunábamos sin prisa, eso si, mientras veíamos “Los súper campeones” o escuchábamos “Radio 13”. Caminábamos a la avenida y esperábamos el San Pancho, qué fortuna era agarrar asiento, abrir la ventana para que no me mareara su fabuloso floral y echarse un relax hasta el metro Zaragoza. De ahí a Candelaria, siempre el mismo bullicio, siempre de pie. Ya perdí la cuenta de las veces que he visto la Iglesia de La Candelaria de los Patos, las gorditas de chicharrón que me he comido ahí, o los centenares de sexoservidoras que habré visto recargadas en alguna pared. Nos íbamos al callejón de La Soledad a comprar piratería para el sonido y el negocio de mi papá, a San Pablo a comprar cosas para las bicis, al mercado Sonora a comprar bolsas, a “La Meche” a comprar dulces y, si había espacio, algo de fruta. Para mí, Corregidora siempre ha sido mas turística que Madero y es que cada quien habla de como le va en la feria, pero tampoco puede uno hablar de una feria que no conoce. Nunca me han asaltado en la zona, ni taloneado, ni tranzado, ni nada (y eso que le he jugado al chingón varias veces); yo lo explico fácilmente, el perro no se come al perro, el barrio no roba al barrio. Aunque no es una ley física, si aplica muchas veces y explica muchas cosas: soy el mismo en el barrio de la Unión, en la periferia marginal y exiliada de Ixtapaluca que allá, con el mismo paso al caminar y la misma pinta. Bien podría pasar por un vecino. Hace un par de años me aventuré a revivir un poco de la memoria de mi padre a través de la movida sonidera. Viejo cabrón, mi papá había ganado en el fútbol de barrio, había peleado mil batallas a golpes, palos y navajas, había tocado el güiro en un grupillo y también había sido sonidero. Bailaba ¿tango?, no, cumbia, mascaba chicle, pegaba duro, y pues no tenía viejas de a montón, pero sí le conocimos algunas canitas al aire. Personaje icónico del barrio, de todas las contradicciones inherentes a su masculinidad y a su tiempo, me acerqué, ya sin él, 103


a su legado -minúsculo- de sonidero. Decidí usar la forma primigenia del sound system: el formato análogo, y ya estoy por cumplir tres años en ese camino, lleno de satisfacciones. Pues resulta que logramos colarnos al 63 aniversario de los mercados de La Merced. Gran logro para un chamaco con tres años de experiencia, en un mundito donde las jerarquías pesan tanto. Esperamos y esperamos el permiso, que nunca llegó. Nos chingó la pandemia, sí, pero también la herencia de Miguel Ángel Mancera, que se especializó en criminalizar al barrio, en agarrar los discursos de cero tolerancia y mano dura para crear esa imagen de que si es pobre, debe ser, de menos, escondido, pa que los turistas no los vean, pa que no se note que ellos no hacen su trabajo, para que no se vea la marginación. Había policías desde un día antes, no teníamos el permiso y hubo la necesidad de cancelar. Sí se hicieron pequeños eventos, siempre bajo el recelo de la autoridad (que al menos este año si tuvieron un pretexto), con poco audio y poca gente, pero los grandes eventos simplemente no pudieron ser, otra vez. La graduación de su servidor como sonidero tendrá que esperar. El barrio tendrá que esperar al barrio. Pero siempre nos conectamos, siempre nos encontramos, estamos hechos del mismo maíz, curtidos por los mismos dolores. En el barrio de la Unión, y en el barrio de La Merced, Sarará de la Matancera nos hace mover igual los pies.

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5ª Convivencia Sonidera Antonio Nieto Cuevas Sonidero Marginal

Sonido Retro El Ex Balneario Olímpico, ubicado en la colonia Agrícola Pantitlán, será sede de la gran convivencia sonidera el próximo 17 de marzo. En el marco del tradicional evento se realizaron una serie de actividades en la sede de Sonido Retro ubicadas sobre la calzada Ignacio Zaragoza a unos minutos del metro Guelatao en la unidad habitacional “2 de octubre” número 1715, colonia Ejército Constitucionalista, alcaldía de Iztapalapa. La unidad se encuentra ubicada en las antiguas instalaciones de una preparatoria y es producto de las luchas comunitarias por la vivienda durante la década de los noventa, en la planta baja de uno de sus edificios se presentan, desde el 28 de enero, las actividades previas a la Convivencia Sonidera como la exposición sonidera y una serie de actividades diarias que incluyen conversatorios, presentaciones sonideras y de clubs de baile, todas ellas transmitidas en línea por la página de Sonido Retro. El evento es una iniciativa coordinada por David Mendoza y resultado del trabajo en equipo y el apoyo de Sonido Jazmin, Joyce Musicolor, Producciones Pinocho y Pedro Olvera el Chivo. David Mendoza expresa que el proyecto busca rescatar a una generación de personas que se han dedicado al sonido y han sido fundadores del movimiento sonidero que es una fuente de trabajo, un movimiento social y un medio de difusión musical y cultural. En la exposición se presentan carteles de época, fotografías y objetos característicos de la cultura sonidera. Platicando con sonido Tacuba antes de su presentación nos dice que él empezó a poner música desde muy pequeño en las vecindades de Tacuba, actualmente a sus 71 años ya tiene una carrera de 50 años amenizando fiestas en barrios, colonias y vecindades donde los mexicanos desarrollamos el inusual estilo de bailar la cumbia de a brinquito, resultado en parte del aporte sonidero de bajar la velocidad a los diferentes géneros que se importaban al país como la u

Lizbeth Solís Jazmín Fotografía

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cumbia o la guaracha, logrando así lo que el Chivo llama el “uno, dos y el tres” esa pauta musical que permite a los bailarines mexicanos bailar en su particular estilo. Aunque hay quienes todavía disputan la invención de la cumbia rebajada otorgando el merito al peñón de los baños o a Gabriel Dueñez en Monterrey, es en la Sultana del Norte, en barrios bravos como la Campana o la independencia, donde se ha llevado a algunos extremos generando un público y estilo de baile denominado cholombiano o chuntaro quienes en la rueda de la cumbia, vestigio de los mitotes chichimecas, realizan un baile lento y teatral con pasos como el del gavilán o la motoneta. No sólo surgen preguntas en torno a quién fue el primer sonidero sino también sobre quién comenzó a introducir los diversos géneros tropicales en el ambiente sonidero, si bien durante las primeras décadas del siglo pasado los ritmos cubanos predominaban como el danzón, la guaracha, el son (de la mano del negro Peregrino), el cha-cha-cha, la rumba y el mambo; es durante la década de 1940 que llega a México el colombiano Luis Carlos Meyer y comienza a interpretar la cumbia y el porro junto a los mexicanos Rafael de Paz y Tony Camargo, iniciando así lo que posteriormente se denominaría cumbia mexicana interpretada por Carmen Rivero, Chelo o el gran Mike Laure que utilizaba instrumentos del rock para tocar la cumbia. Tal vez los sonideros no fueron quienes introdujeron estos géneros en el país pero sí se dedicaron a viajar por América Latina para traer al país discos y ponerlos en sus presentaciones, el mérito lo atribuyen a Gregorio Ortega, sonido Jazmín, en ser el primero en viajar por discos a Colombia a quien sonideros como Fascinación o Arcoíris le compraban los discos, posteriormente seguirían el mismo camino otros como Sonorámico o la Timba, es a ellos a quienes sí podemos responsabilizar de la introducción en el país de géneros como la chicha, el huayno, la technocumbia, las gaitas o el san Juanito. Los sonideros logran que en tiempos de la hegemonía cultural estadounidense la cultura latinoamericana siga fluyendo de sur a norte, a contracorriente.

El dancing en méxico A partir de los años veintes, en el México postrevolucionario, el baile se convierte en un estado de ánimo colectivo. La música se divulga mediante el cine, la radio (XEW, 1930), la televisión, rocolas y tocadiscos. Tanto en negocios, antros, salones, casas y vecindades la música servía para amenizar la convivencia y eventos 108


sociales, así los ritmos comienzan a integrarse: guaracha y danzón, son tropical y el bolero ranchero, el blues y el charleston, después de bailar el vals de la festejada seguían el mambo y el cha-cha-cha. El salón México inicia sus actividades en el año de 1920, ahí la nueva pequeña burguesía mexicana, la clase media urbana emergente y el proletariado urbano busca mediante el danzón y otros bailes salir del estado anterior mediante la diversión y el esparcimiento. Surgen sitios como el Club Verde, Waikiki, el siglo XX, el Tivolí, el Lirico, California Dancing Club o el Margo. Ya sea una boda, quince años o graduación las familias de los obreros, albañiles o burócratas deciden festejar alquilando un aparato de sonido, instalando toldos o abriendo cancha en el patio de la vecindad En Santa Julia y la Guerrero se arreglaban los patios de las vecindades con todos los aditamentos posibles (…) que los adolescentes (también encargados del sonido) aprovechaban para iluminar (…), simulando los escenarios vivos que miraron de pasada en los escaparates de las tiendas y en sus primeras incursiones al Tívoli o al Follies”1

En cabarets y salones de baile de “mala nota” surgen los nuevos héroes del barrio, especialistas en determinados ritmos, quienes llegaron a profesionalizarse mediante el espectáculo como Tin Tán, Resortes, Calambres, etc. Alberto Dallal expresa que el dancing liberó mucho antes a las mujeres “aquella que se «atrevía», que entraba y le daba duro al baile, estaba ya del otro lado” y con los sonideros la comunidad gay también encontró un lugar para construir y expresar su identidad. Con la aparición de la televisión, en 1950, se consagran artistas como Pérez Prado; así el cabaret, el teatro frívolo y el teatro de revista son trasladados a los hogares de los sectores medios y es aquí donde continua la lucha de ritmos, blues contra danzón, swing contra el mambo y el jiterbug con el cha-cha-cha. Hombres y mujeres dejan atrás la imitación y comienzan a innovar en los actos dancísticos que les son afines, mientras las clases medias no aceptan la influencia de modalidades populares y se vuelve más receptiva a la música norteamericana las clases bajas realizan las formas más espontaneas de la danza cómo son las rumbas, zambas, congas, tangos, merengues, milongas, cha-cha-cha. 1. Alberto Dallal, El “dancing” mexicano, México, SEP, 1987. 109


Es éste el germen del fenómeno social y cultural denominado sonidero; comenta el escritor Pedro Sánchez que “inicia en las colonias y barrios populares de la ciudad de México en la década de 1940 (circa), con la renta de consolas para amenizar las fiestas de las clases menos favorecidas. Su objetivo era llevar música, diversión, baile y alegría a los patios de las vecindades.” Ernesto Rivera Barrón, creador del proyecto Cultura Sonidera, plantea que esta necesidad da como resultado el nacimiento de un nuevo oficio el de sonidero, “ este movimiento fue bautizado por los usuarios como «el tocadiscos de» (…). Ya para los cincuentas en la colonia Peñón de los Baños el tocadiscos de Don Pablo Perea León es bautizado por el propio don Pablo como «Sonido Arcoiris»”. Juan Ortiz mejor conocido como Okere Dj de Discos La Clave agrega que fue Sonido Rolas el primero en tener apodo y en influenciar a sonideros como La Changa sugiere también que Samuel Gómez, el duro de los discos tropicales de Tepito fue el primero en viajar a colombia por material discográfico. El promotor cultural y activista de derechos humanos, Jesús Cruzvillegas indica que lo sonidero es cultura fundamentalmente porque pertenece a una realidad social y humana, a los barrios y a las personas que se sienten identificadas con el género musical y el modo de bailar. Hay todo un patrimonio sonidero: hay discos, una producción audiovisual, registros de bailes; la gente compra grabaciones de los bailes sonideros.2

De Iztapalapa para el mundo Joyce es originaria de la colonia los Ángeles de Iztapala, empezó su carrera como sonidera hace diez años siendo locutora de un programa tropical en Ritmos Latinos Radio y, posteriormente, como asistente de sonido el Pato. Para ella, la primer sonidera fue la Socia de Tepito, actualmente forma parte del colectivo Mujeres vinileras y se presenta en diversos espacios de la Ciudad, además, imparte el taller Musicolor sobre el oficio de sonidero en el Centro Cultural de España en México, considera que el estilo de trabajar es diferente entre un hombre y una mujer, entre las mujeres sonideras están Ely Fania, Marisol Mendoza de Musas 2 Jesús Cruzvillegas, Pasos Sonideros, Proyecto Literal, México, 2016. 110


Sonideras y Gatubela. Producciones Pinocho ha trabajado con casi todos los sonideros, también destacan personas como Cubaney por su gran colección de discos de vinil. David Mendoza señala que la convivencia sonidera se lleva a cabo desde hace cinco años y buscan de esta manera rescatar el gusto por la música, el baile, resalta que el sonidero es el vehículo para difundir en México la música de centro y Sudamérica y se ha transformado en un movimiento social que ha movilizado a generaciones. Los organizadores se ha dedicado a restaurar un equipo de sonido al estilo antiguo y en las presentaciones en vivo se trabaja con tornamesas Garrard modificados para lograr que las revoluciones bajen su velocidad. Mucha de esta música se escucha en espacios de pobreza y marginalidad y parte del estilo del sonidero es mandar saludos generando así un vínculo social ya que los asistentes se comunican entre si y reconocen su presencia en el evento, así el sonidero pasó de ser un mero programador de música y se convirtió en una parte esencial de la fiesta. Así los sonideros se volvieron grandes empresas que poseen grandes recursos técnicos y equipo que transportan en tráileres y camionetas. Durante los años 90 comenzaron a viajar a Estados Unidos y los saludos que se enviaban llegaban a México mediante grabaciones en cassets de los eventos en vivo. Pedro Olvera tiene su sonido, Sensación tropical, durante muchos años trabajó en la disquera Peerles y junto con Víctor Nanni, seleccionaban temas para editarlos en el país o para ser interpretados por los grupos de cumbia mexicanos como el Grupo Emperador o grupos de estudio como Amazonas y los Aventureros de los Andes. El Chivo destaca la aportación de artistas como Aniceto Molina, Lucho Argain, Policarpo Calle a la cumbia mexicana algunos de ellos olvidados incluso por las mismas agrupaciones a las que tanto apoyaron como es el caso de Poncho Zamudio y los Ángeles azules. Fue en Radio Voz donde los sonideros pudieron entrar a la radio y recuerda el gran baile en el Cortijo donde se realizó un memorable maratón de sonidos. Entre las disqueras mexicanas destacan Latin Record, Toka, Aries, Gabal, Discos Dancing. La gran convivencia sonidera contó con la participación de grandes sonideros como Sonido La Changa, Dandy, Guepaje, Campos, Super Dengue, Condor, Pancho, Stereo Rumba y Batichica. Una actividad destacada es la entrega de premios a lo más destacado del ambiente con una reproducción del Tequendama de oro, clásico emblema de la música sonidera. 111


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Dos crónicas de los bailes sonideros

En el barrio de la Merced Pedro Sánchez

Primera crónica: El 56 aniversario de los mercados de La Merced Mis pasos me conducen a la avenida Anillo de Circunvalación. Como cada 24 de septiembre la imagen urbana del barrio de La Merced es intervenida con tráileres, decenas de estructuras metálicas, cientos de bafles y miles de bailadores. En este día las actividades comerciales y cotidianas se efectúan al ritmo de diversos géneros musicales. En la Nave Mayor los clientes recorren los pasillos adornados y reciben regalos, platos con alimentos, vasos con aguas frescas y dulces, y los comerciantes observan los globos, las flores y las veladoras de los altares, y escuchan con renovada devoción “Las Mañanitas”, mientras que en las calles aledañas se forman las corrientes humanas que desembocan en alguno de los numerosos bailes que festejan el 56 aniversario de los mercados de La Merced. En la calle Abraham Olvera, esquina con Rosario, se presentarán, por cortesía de Paquito Acevedo, los sonidos Pancho y Sonoramico. Apenas son las 12 del día y la marejada ha saturado la pista. Inicia el evento y la cabina del Sonido Pancho, como ya es costumbre, es un desmadre: además de los integrantes del sonido se encuentran los familiares, los amigos, los amigos de los amigos, los conocidos, los cuates de los conocidos, los colados y sus compas. La estructura que rodea la cabina se estremece cada que el público intenta poner sus saludos (algunos utilizan unas singulares cañas de pescar sonideras1) ante los ojos del locutor Jorge Romero. 1. La caña de pescar sonidera es fabricada con palos redondos de madera o plástico (que funcionan como la empuñadura, el mango y las guías) que se unen con cinta canela, cemento, pegamento o silicón. En un extremo se le añade un gancho de ropa (de madera o plástico), con pinzas (el anzuelo) en el que se cuelgan las hojas o las cartulinas en las que se escriben los saludos (el señuelo). La cartulina (o lona) con el saludo (escrito, frecuentemente, con faltas de ortografía y gramática) (escrito, casi siempre, con una letra ilegible) le pica los ojos al DJ, y arruina los peinados del locutor y el staff técnico. Y permanece flotando en la cabina hasta que el locutor (el pez) lo toma (muerde el anzuelo) y lo envía. 113


El Pancho sigue tocando y enviando y enviando saludos: PARA TODA LA BANDA DE ECATEPEC PARA EL NIÑO QUE NACIO GRANDE Y LA ORGANIZACIÓN JOVENES 13 UMO EN LOS PULMONES MOTA EN LA CABESA.. SOMOS “WARNER… BRODERS’’ X NA NATURALEZA EL CHUKI.. EL MOUSTRO EL CHIKILIN Y EL BOFER PARA LOS AMIGOS DE LA PAPELERIA BETOS IZTAPALAPA PARA JAVIER COL. GUERRERO Y SU NOVIA NANCY 100% PANCHO NI DELA PRESA NI DE LA VILLA MANDAME UN SALUDO CON LA VOZ DE ARDILLA EL NEGRO EL GUEY CD, LOKA EL LOQUILLO – COLCHONES BANDA DE LA ESCONDIDA PANAMERICANA

El baile sigue su curso con la primera participación del Sonido Sonoramico… La cumbia, la cumbia va a empezar… Vamos a iniciar señoras y señoras. Como lo ha marcado siempre este sonido en diferentes lugares. Donde usted se pare. Donde usted vaya. Pues nada menos el sello, de la casa, de lo que es la casa de Discos Sonoramico. Las cumbias lindas y hermosas. Para saludar a la familia Reyes Martínez, Reyes Velázquez hasta Acatlán de Osorio Puebla. Hágale bonito Raúl López. La cumbia, la cumbia va a empezar… Hágale bonito Raúl López. La cumbia, la cumbia va a empezar… Mira qué lindo va a bailar el público. Con todo el respeto de punta a punta, porque este es un clásico de la familia Acevedo. Al cual le mando cordialmente un saludo, y con este lindo público este pinche negro feo se pone a trabajar. ¡¡¡¡¡HÁGALE BONITO RAÚL LÓPEZ Y ECHA PA’LANTE!!!!! La música es el alma de todos los pueblos. Un pueblo sin música es un pueblo sin alma. Vamos a bailar, ahí va, ahí va… Cómo dice… ¡Qué bonito Raúl López! ¡Qué bonito! Chulo el acordeón. Chulo el acordeón. Toca bonito 114


el acordeón Sonoramico. Manuel López. Manuel López… Los hijos de Changó están de fiesta. Cabiosile papá. Ashé. Mucho sabor. Mucho sabor. La generación de generación: la banda de San Bartolito… Óscar de la Casa Blaaancaaaaa… El sol se aleja y una fuerte lluvia lustra la pista de baile y los cuerpos de los asistentes. Es la segunda participación del Sonido Pancho. Y los saludos2 siguen flotando en el aire: PARA LA COMBINACIÓN PERFECTA DE LA ZONA SUR… EN TLALPAN DISCO MOVIL MEXICO HNOS: MEDINA Y SONIDO DA VINCE CZPI D. J. 1000% LA MÁQUINA DE LA *SALSA* SONIDO PANCHO ORG… SPERMIK XIKITA MARY GATOS DE LA 23 TOLUCA.. PRESENTE ACTIBOS KA-73. LA CONSTITUCIÓN. TOTOLTEPE . ESE MOSICK. ORGANIZACION CHUPAFUERTES SAN FELIPE DEL PROGRESO EDO MEX MANCHAS GODINEZ CON PROSESADOR PARA BRALLAN. BALE 2.Enviar saludos se ha convertido en un arte. Sus practicantes más devotos invierten dinero para adquirir cartulinas, hojas de colores, plumones, pegamento, brillantina, foamy, impresiones, tijeras, lentejuelas, juegos de geometría y todos los materiales necesarios para construir una caña de pescar sonidera. También emplean una buena parte de su tiempo dibujando los logotipos e imagotipos y creando collages. De igual forma se esmeran para que los saludos se escuchen bien rimados y muy elegantes. Y unos pocos insertan albures, anuncios, declaraciones de amor (y odio), disculpas y comentarios bien vergas. 115


JHOVANI.. PICHOJOS. Y EL PEQUEÑO RAMSES LATINOS KIDS SIEMPRE HOY ENLA MERCED LA BANDA MALDITA BOLAS GUERO TLBM SANTA CRUZ TEPEXPAN UNO, DOS Y TRES TUS SEGUIDORES CONTIGO UNA Y OTRA VEZ PARA: MIGUEL VEGA, MATEO EL FAMOSO CHACAL, EL CARLITO, ESE CHUCHITO Y CHICAS YESTERDEY DESDE HUAMANTLITA LA VELLA PANCHEROS DE CORAZA

De pronto un malentendido (¿un error de planeación?): el Pancho interrumpe el set de Sonoramico. (La versión oficial señala que Raúl López había extendido su participación. La versión no oficial señala que hubo mala leche de ambos sonideros.) El Pancho se escucha más quedito. El Sonoramico se escucha más fuerte (y distorsionado) y su música y sus spots y las palabras y la soberbia de su locutor recorren el barrio de La Merced… Señoras y señores. Bonita la bronca. ¿Verdad? Este buey se me acaba de salvar, eh… Se me acaba de salvar. Dice: “Se necesita pasión para ser sonidero Un chingo de admiración. Hermanos Dinamita”. Un saludo a la gente de lo que es el… Saludo para… la asociación… Pancho vuelve a interrumpir al Sonoramico: Y bueno pues jóvenes ya estamos de regreso. Claro que sí. Hoy por parte y conducto de Sonido Pancho… Y bueno pues vamos a darle música porque esto se trata de que la gente baile y goce… Sonoramico programa (una y otra y otra vez) el inicio de la canción “El Alma De Todos Los Pueblos”, de Tata Guerra y sus Matanceros: La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el 116


alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos…

Un imbécil piensa que es buena idea aventar un envase de caguama. En un instante las cosas se salen de control. Lo hace y la acción se multiplica. Y todo se va a la chingada.

En la cabina del Pancho hay incertidumbre mientras que en la del Sonoramico risas y caras de preocupación. Las botellas surcan el aire y provocan un estruendo cuando se estrellan en el suelo húmedo. El intercambio de botellas dura varios minutos hasta que el locutor del Pancho comienza a hablar: Hey, hey. Ya toda la gente ya tranquila por favor. Por favor. Tranquila ya por favor señores… Hay familias completas aquí. Por favor agarren la onda… Gracias. Gracias. La verdad. Gracias por su apoyo. Esto no se trata de que se peleen… De esto no se trata. Nosotros venimos a chambear… Al contrario, a que ustedes se diviertan. Así es que por favor. A la gente de este lado no se peleen. Por favor no avienten botellas. Por favor si son tan amables. Hay niños aquí. Por favor. Hay niños aquí. Por favor señores. Tranquilos por favor por favor. Seguimos, pero si se calman. Por favor. Si se calman, pero si se calman. Por favor. Sino no podemos seguir… Tranquilos por favor señores… Aquí atrás de la cabina. Por favor están tranquilos. Tranquilos. Tranquilos… Vamos a bailar jóvenes. En esta ocasión. Claro que sí… Vamos rapidísimo con un tema aquí en esta ocasión… Ya tranquilos, pónganse a bailar jóvenes, aquí en el barrio de la Merced. Vámonos con música… Los seguidores de La Máquina de la Salsa se congregan y gritan: ¡Pancho! ¡Pancho! ¡Pancho! ¡Pancho! ¡Pancho! Comienza a sonar el tema “Si Pudiera”, de la Cosa Nostra, el público sale de sus escondites. Unos empiezan a bailar. Otros sonríen. Unos se queda quietos. Otros comenzamos a caminar sobre el suelo lleno de cristales. Mis pasos me regresan a la avenida Anillo de Circunvalación. La avenida ha sido cerrada al tránsito vehicular y el arroyo vial se ha transformado en un gigantesco salón de eventos. Desecho la idea de ir a ver al 117


Súper Dengue y pasó un rato al evento estelarizado por los sonidos Félix y Estrellas de Colombia. Al llegar al baile me refugio en la cabina del Sonido Félix, y desde ahí observo a una pareja que baila bajo el aguacero y platico un rato con don Trinidad López Castro y su hijo. Cuando deja de llover me retiro del baile. El camino a la estación Fray Servando es siniestro (aunque lo más seguro es que la guerra de botellas me haya dejado muy asustado). Los negocios han cerrado sus cortinas y hay varias personas tiradas en el suelo. Unos jóvenes se acercan a pedirme una moneda para poder regresar a su casa (fueron asaltados). Unos ñeros intentan talonearme (sin éxito, pues, no traigo más que un boleto del Metro) mientras que una señora le jala los cabellos y le entierra las uñas a un hombre (que parece ser su esposo). Cerca de la avenida Congreso de la Unión los paramédicos de una ambulancia atienden a dos hombres. Uno que fue apuñalado en un brazo. Otro que quedó inconsciente porque lo chinearon (la especialidad de los rateros que le dan mala reputación al barrio de La Meche). Ingreso al Metro y me recargo en una de las paredes. A lo lejos se ve el gusano naranja que me llevará a mi hogar. En un instante el gusano desaparece y su lugar es ocupado por cinco cabrones que golpean a un adolescente. El infortunado no puede defenderse y ya perdido un tenis. Los pasajeros, los guardianes del orden y sus amigos contemplamos la escena a la que se incorpora una jovencita delgada y de baja estatura. La jovencita intenta defender al agredido con una botella de plástico. La botella golpea la cabeza de uno de los agresores que mira con odio a la delgada jovencita y le grita: “sigue mamando y vas tú hija de tu puta madre”. La gente sigue el ejemplo de la muchachita y les grita a los agresores: “ya estuvo culeros”, “muy vergas mi’jo, déjese venir”, “uno por uno mierdas”. Una anciana les avienta una naranja y los usuarios que están en el andén que va hacia Santa Anita les arrojan monedas y una botella de cristal. Los agresores se desconciertan y dejan a su victima. Llega el tren, lo abordo y observó al adolescente golpeado. Mientras pienso que la teoría del carnaval de Mijail Bajtin (la coronación, el destronamiento y la paliza final) se ha cumplido cabalmente en el 56 aniversario de la Merced, la jovencita se quita su suéter y le limpia la sangre del rostro a su amigo. ¡Ya ves! ¿Para esto querías venir al pinche baile? Ni bailaste. Sólo viniste de baboso y a que te rompieran el hocico. Y ustedes pinches putos. Valen para pura madre. Si no lo iban a defender mejor se hubieran ido a chingar a su madre. Tomé la parte de la mentada que me correspondía y cerré los ojos. Septiembre 25, 2013 118


Adenda 2018

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El jueves 18 de enero de 2018 Producciones Pegasso posteó en su canal de YouTube el video “***EL ANECDOTARIO CON SONORAMICO, LA CHANGA Y BERRACO***”.3 El archivo contiene una entrevista de 21 minutos y 34 segundos de duración. En los primeros segundos Ramón Rojo y Jorge Romero le narran al locutor-entrevistador Martín González una singular anécdota que vivieron, junto con la esposa de Ramón, en los EE. UU. En el minuto 2 con 45 segundos la imagen se desvanece y cuando vuelve a materializarse Raúl López se encuentra sentado a la derecha de Ramón Rojo (de izquierda a derecha: López, Rojo, Romero y González). El locutor, un tanto a trompicones, evoca el conflicto de la Merced, y Raúl López toma la palabra y describe lo acontecido en el siguiente baile de Sonoramico y Pancho. El evento se realizó en la colonia Pensil el lunes 28 de octubre de 2013, y durante el baile, sonorizado por Sonoramico, Jorge se encuentra achicopalado y por esa razón Raúl lo abraza y le dice: “vente, ya olvídate de lo demás, ¿no?, vamos a echarle, ¿no?, ya lo pasado, pasado”. Y toma el micrófono y le dice al público de la Pensil “señores así y asa y una disculpa y esto”. A lo que alguien dice: “hijos de su madre, nosotros rompiéndonos la madre, y hay ustedes ya buscándose el quinto”. Jorge agrega: “exactamente como lo cuenta Raúl, así empieza gritar la gente, y al final ya sabes que la banda es cábula: ‘beso-beso’”. Y continúa: “es un gesto que la verdad así como lo cuenta Raúl exactamente así fue […] tenía prácticamente un mes que había pasado eso, y no habíamos coincidido tocar juntos, y así pasó [Raúl dijo] ‘mira, ya eso pasó buey, vamos dejarlo atrás, y vamos a echarle’, y obviamente él se atrevió entre la gente a decir: ‘sabes qué la onda está así y así’, y la gente pues afortunadamente reaccionó al momento, a lo mejor todos cotorreando, porque así fue, y venos hasta la fecha, pues en donde nos encontramos siempre ahí andamos. El locutor señala: “fíjate que este tema lo platicamos con madurez. ¿No? Porque ustedes son personas públicas, nos exponemos a todo. Como bien dices mucho fue criticado ese evento que ese fue el motivo porque se cancelaran los bailes. Tú vas a escuchar mil versiones. ¿No? Pero la realidad la está aquí. ¿No? Los vemos juntos, los vemos amigos… 3. Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=Zyrf0XEjSmM>. [Acceso 5 de febrero de 2018]. 119


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Segunda crónica: La cancelación de los bailes sonideros de La Merced * Desde el siglo XVII –tal vez un poco antes– los bailes populares eran vistos con malos ojos por la gente acomodada, las autoridades y el clero. La apropiación temporal de las calles de los pueblos y los barrios originarios estaba prohibida en las leyes y bandos municipales de la época. Por ello, en más de una ocasión los organizadores, festejados y gorrones eran remitidos a las autoridades competentes para ser sancionados. Algunas actas de ese siglo –y posteriores– señalan que los festejos y los bailes de los pelados fomentan las malas costumbres, la degeneración de la sacrosanta sociedad, la promiscuidad, el ocio, el crimen y el alcoholismo. Con el paso de los años la religión se integra a las fiestas de las clases menos favorecidas. Lo anterior tiene diversas consecuencias: 1) Le transfiere el control, la calendarización y el cobro de los festejos a los representantes de la Iglesia; 2) Se otorga y reconoce el derecho a la diversión de las clases bajas; 3) Se integran, aunque de forma efímera, las clases sociales en algunos festejos (al grado de que las señoras de guantes blancos y pelucas empolvadas son vistas bailando con los indios calzonudos de pies descalzos y manos ásperas).

* En los capítulos XIII y XIV del primer libro de El Periquillo Sarniento4 se mencionan las principales consideraciones que se deben tener presentes a la hora de organizar un baile: invitar a mujeres honestas, de preferencia casadas; ahuyentar a los jóvenes libertinos; evitar los licores espirituosos; obsequiar a los concurrentes con soletas y nieve de leche, limón y tamarindo; que terminen antes de las doce de la noche. Y los aspectos negativos del jolgorio: el gasto de dinero, las incomodidades, los robos, las habladurías, el escándalo, las lúbricas desenvolturas. La

4. José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, prólogo Jefferson Rea Spell, México, Porrúa (Sepan cuantos… núm. 1), 2016. 121


novela5 de Fernández de Lizardi tiene diversas interpretaciones (señalo sólo algunas): como novela refleja las costumbres de la época; como crónica nos cuenta la vida cotidiana de esos años (tan lejanos como empolvados); como autobiografía narra la odisea picaresca de su personaje principal: Pedro (Periquillo) Sarmiento (Sarniento), y como lección moral muestra la consecuencia de los excesos de los seres humanos.

* En la década de 1950, durante el periodo de bonanza económica del milagro mexicano, regresan los programas urbanísticos que tienen como principal objetivo el saneamiento y ordenación de las colonias que rodean el Zócalo. En uno de estos programas queda integrado el polígono en el que se asienta el barrio de la Merced, el más antiguo de la ciudad. El comercio, formal e informal, de productos perecederos en la zona había crecido de forma considerable, desordenada y con escaza higiene, por esa causa se construyen los mercados (que sustituyen al que se emplazaba en la calle de Manzanares, en donde actualmente se encuentra la Plaza Alonso García Bravo, y que fueron diseñados por el arquitecto Enrique del Moral) que llevan el nombre del barrio y que fueron inaugurados el lunes 23 de septiembre de 1957. Lo anterior fue un acontecimiento sin precedentes para los comerciantes, y por esa razón un año más tarde los locatarios deciden realizar una fiesta para conmemorar la apertura de los mercados, a la virgen de las Mercedes, al barrio y a sus clientes y proveedores.66 Las primeras fiestas se realizan en los pasillos de los mercados, en las bodegas y en los patios de algunas casas y vecindades del barrio. Esos días se recuerdan como “muy bonitos”, y durante las horas del festejo los locatarios y sus familiares, sus compadres, sus clientes, la gente del barrio y de los barrios vecinos, se divertían de lo lindo y comían pollo con mole, arroz, frijoles, ejotes con huevo, tacos de tripa, huevo en salsa roja, tortitas de huauzontle, hígados encebollados, quesadillas de sesos, carnitas, y bebían aguas de sabor, cervezas, pulque y otros licores. Los primeros músicos que alegraron las fiestas fueron los norteños, los 5. Publicada en 1816, y considerada por Sergio Pitol como “la primera novela mexicana”. Al respecto véase El tercer personaje, México, Era, 2013, pp. 45-63. 6. Un festejo similar se efectuó el miércoles 13 de septiembre de 1950 en las instalaciones del mercado de dulces Merced Ampudia. 122


jarochos, los mariachis, las marimbas y unos que otro locatario con su guitarra, y como en los bailes de los siglos XVII, XVIII y XIX los abrazos, los brindis y las risas derivaban (ya subidos los alcoholes) en gritos, sombrerazos y cuchillazos. En la década de 1970 los pasillos de los mercados resultaron insuficientes para albergar al tradicional festejo y a sus invitados, y por esa causa los locatarios deciden sacar la fiesta a la calle (ya sea con el permiso –o con una “mordida” a– de las autoridades). Las marimbas y los mariachis siguen amenizando los eventos, pero de manera gradual son desplazados por las orquestas de música tropical y los cantantes de moda, y a mediados de la década hacen su aparición los equipos de sonido. Los primeros bailes sonideros suceden dentro del mercado. Entre huacales, frutas, verduras, carnes, mariscos, quesos, embutidos y artículos varios se instalaba el equipo, y los bailadores desplegaban sus rutinas en los angostos y resbalosos pasillos. Casi a finales de la década se suscita un zafarrancho que culmina en una guerra de cebollas, papas, jitomates, calabazas, chiles, pepinos, elotes, manzanas y naranjas. El pleito y el festejo se terminan cuando alguien corta el suministro de energía eléctrica. El público abandona el mercado y sale a bailar con el Sonido Caracas, que se encontraba tocando en el puesto de periódicos del señor Juanito. Víctor Pérez, en una entrevista con el Chiva Mayor, recuerda que ese singular evento permite la consolidación del Caracas y la transformación, por petición del propietario del Sonido Caracas Internacional, de su nombre que desde entonces es Amistad Caracas.77 En las décadas de 1980 y 1990 se presenta un crecimiento de la zona comercial y muchos de los nuevos locatarios se suman a un doble festejo: el tradicional que se realiza dentro de los mercados y el sonidero que se despliega en las calles aledañas. La división es la principal causa de que algunas personas crean –confundan o malinterpreten– que los bailes sonideros son la verdadera tradición de los festejos de los días 23 y 24 de septiembre (se dice que el 23 se festeja al mercado y a los comerciantes, y el 24 a la virgen, y también que es un solo festejo que dura dos días). Los bailes sonideros de La Merced se consolidaron de forma underground, como lo han hecho otros movimientos (contra)culturales, y no existe una cifra exacta (anual o histórica) del número de asistentes, ni de los sonidos que partici7. Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=z2E5laRLNk4>. [Acceso 20 de septiembre de 2015]. 123


pan, ni de los puestos que venden objetos sonideros, ni de los puestos de cerveza, ni de delitos que se registran. En el nuevo milenio los bailes sonideros de los mercados del barrio de La Merced son los más importantes del país, y congregan a bailadores, borrachos, candidatos a sonideros, coleccionistas, clubes de baile, dealers, documentalistas, drogadictos, fans, mirones, músicos, periodistas, estudiosos, fotógrafos, rateros, vendedores… Los expertos en la materia afirman que la gran mayoría de los sonidos (pequeños, medianos, grandes, gigantes) (nuevos, consolidados, emergentes, eventuales) y los clubes de baile han asistido (a tocar y bailar) en alguna ocasión a los tíbiris de La Meche.

* En el mes de marzo de 2014 se realizó un diagnóstico para el rescate del barrio de La Merced. Las conclusiones de la investigación, el saldo negativo del baile del 2013 (asaltos, balaceados, fileteados, guerra de envases de caguama, venta de bebidas alcohólicas, drogas y estupefacientes), y las quejas de los vecinos (basura, robos, ruido, daños en sus propiedades) fueron las razones que las autoridades (particularmente los jefes de las delegaciones Cuauhtémoc y Venustiano Carranza) necesitaban para cancelar los bailes sonideros del año 2014 (aunque los festejos tradicionales del mercado y locales aledaños sí se permitieron).8 Ante la cancelación de los bailes sonideros varias personas (bailadoras, estoicas y entusiastas) organizan verbenas sonideras (también llamadas bailes de resistencia, bailes por la tradición, bailes para el barrio) el miércoles 24 de septiembre.9 En las verbenas los equipos de sonido (que se trasladaron previamente) se instalan en las azoteas de los edificios y los bailadores presumen los mejores 8. Otra razón fue la balacera que se registró en uno de los bailes del 55 aniversario de los mercados del barrio de Tepito. El percance sucedió afuera de la Casa Blanca (en la entrada de Jarciería esquina con Panaderos) la tarde del domingo 14 de octubre del 2012 en el evento que fue ambientado por los sonidos: Salsabor, Sin Nombre, Taurus, Wawanco, Alucinación, La Habana, Galé, Arcoíris, Fanfarrón, Son Clave de Oro, San Francisco (El Fugas), Rolly Mix, Pancho y Siboney. El saldo dos muertos, 16 heridos y la cancelación (a través de un fuerte operativo policíaco en la avenida del Trabajo) de los bailes del 56 aniversario. 9. La primera verbena sonidera se realizó en el camellón de la avenida del Trabajo (en la frontera de la colonia Morelos y el barrio de Tepito) el lunes 14 de octubre de 2013 como una respuesta al operativo policíaco referido en la nota anterior. 124


pasos de su repertorio en las calles. La policía llega, los observa y se retira. En las verbenas la gente baila, se divierte, se echa sus tragos, se fuma sus cigarros, y no se registran actos de violencia. Sin lugar a dudas los festejos tradicionales de los mercados de La Merced nos regalan bonitas estampas (el arreglo de los altares, el paseo de las estatuas de la virgen por las calles del barrio, la interpretación de “Las Mañanitas”, los obsequios a los clientes, las comidas, las bebidas), y es evidente que seguirán realizándose (con la anuencia y presencia de las autoridades). Por esa razón queda en las manos de los organizadores, los asistentes y los propietarios de los equipos que los bailes sonideros regresen a complementarlos –y que se vuelvan una tradición. Septiembre 23, 2015

2 Fotografías de Pedro Sánchez

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Fernando López Enríquez Súper Muñeco Linografía

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Súper Muñeco Una vida de Lucha… Libre María Oventic

“Nunca olvidé el barrio… esa raíz, esa gente de lucha y a esos comerciantes que se levantan con las ganas de salir adelante”.

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ebert Palafox nació el 10 de abril de 1962 en el Hospital Juárez de la Ciudad de México. Hijo de Alejandro Palafox y de Guadalupe García y, por qué no decirlo, del barrio que lo vio crecer, La Merced: “el barrio de la lucha, del sudor y de las lágrimas”. Heredero del comercio popular y de la Lucha Libre, actividades que definirían la vida y la carrera profesional de Super Muñeco, el luchador que llegó para quedarse en la memoria de los niños y de los no tan niños, como uno de los personajes más reconocidos y queridos en el mundo de la Lucha Libre y de la fantasía. Super Muñeco creció, como él le llama, en un “habitat” comercial y de gente trabajadora. Recuerda que su abuela Virginia, originaria de Puebla, tenía un puesto en la esquina de la parroquia de Santo Tomás La Palma en donde vendía cazuelas y ollas de barro. En este lugar también trabajaron sus padres y ahí aprendió, desde que era un niño, a defenderse y a abrirse paso en el barrio de La Merced. Con tan sólo diez años de edad le ayudaba a su mamá a vender chamarras, esta experiencia le hizo conocer las satisfacciones de ser comerciante, pero también las dificuldates, pues “a veces vendes, a veces no vendes, hay gente que a veces no se persigna”, pero se tiene que buscar el alimento para la familia. Además, en aquella época los comerciantes que trabajaban en la calle tenían que cuidarse de las camionetas que pasaban para quitarles las mercancias, motivo por el cual siempre tenían que estar al pendiente para guardar todo y correr; una situación que aún resulta familiar en las calles de la Ciudad. En una ocasión, cuando su mamá no estaba en el puesto, él comenzó a escuchar que todo el mundo gritaba: –¡La camioneta!, ¡La camioneta!–, entre el susto, la deseperación y el no saber qué hacer en ese momento, lo único que se le ocu127


rrió fue avalanzarse sobre las chamarras para que no se las llevaran y, de repente, sintió que una persona le jaló el cabello y se lo llevó arrastrando de los tobillos, dejándole dolor e impotencia, pero reconoce que aquel mal momento lo marcaría para convertirlo en “un triunfador” porque, como vendedor ambulante, la vida te va enseñando a defenderte y “te vas haciendo el fuerte con el tiempo”, lo importante es no dejar de soñar. Años más tarde, en ese mismo lugar cercano a La Palma, vendería playeras de “Cepillín”, las cuales salían “como pan caliente: ¡Playeras para niño 2 x 25!” y, para el día de Reyes, capas con máscaras de personajes de la Lucha, como: El Tinieblas, El Solitario, Anibal, El Santo y Blue Demon; quién iba a pensar que años más tarde su propia máscara sería la sensación de una generación de niños que creció con él y de generaciones recientes que han aprendido a distinguir esa íconica máscara que él mismo creó. Después de estar muchos años cerca de la iglesia de Santo Tomás La Palma se cambiaron a la explanada del mercado de La Merced, donde está el metro Merced. En ese momento no había nada, a diferencia de ahora que está lleno de comerciantes, y “ahí había un templete y llegaban los artistas y cantaban cada domingo. Cada domingo se hacía un festival grandísimo”. También, esta explanada era ocupada para vender cohetes para el 15 de septiembre y recuerda que, en una ocasión, una persona dejó caer un cigarro, lo que provocó un gran incendio. Vaya que el paisaje ha cambiado: Circunvalación ya no es lo que era antes, dejaron de pasar los chimecos y quitaron el camellón en donde vendían juguetes para el día de Reyes; desapareció el Taconazo Popis y el cine Sonora; pero de este barrio que ha cambiado tanto, Super Muñeco aún conserva a un amigo de la infancia, Marco Antonio Mundo, “Ricky Boy”, quien también fuera luchador y ahora se dedica al comercio. La Lucha Libre dejó de ser sólo un entretenimiento infantil que lo hacía hojear revistas de luchadores, para convertirse en su trabajo, su vida y su más grande pasión. De la mano de su padre Alejandro Palafox -reconocido en el mundo de la lucha como El Sanguinario- conoció el gimnasio Providencia, ubicado detrás mercado Mixcalco, lugar emblemático que sería cuna de grandes luchadores como: El Pirata Morgan, El Huracán Ramírez, El Matemático, Ray Menoza, Los Villanos, Los destructores y de Super Muñeco. Súper Muñeco comenzó a luchar con tan sólo 14 años de edad, pero cuando su padre se enteró, le dio una “cueriza”, porque sabía que los golpes y 128


fracturas no serían fáciles. Esto ocasionó que se retirara por cuatro años, pero la desición ya estaba tomada y cuando regresó, lo hizo para debutar en la lucha de la fantasía ¡sí, a lo grande! Para luchar a raz de lona y del lado de los técnicos. El 20 de noviembre de 1983 debutó en la lucha profesional en la carpa Pavillón Azteca que se encontraba enfrente del Estadio Azteca y en donde se grababan las luchas para transmitirse por televisión. El sueño se convirtió en realidad, la arena y el cuadrilatero lo esperaban desde siempre porque “si tu sueñas, tu sueño se va a hacer realidad, pero debe de ser con preparación, con fuerza de corazón y con anhelo de ser”. La máscara de Super Muñeco se inspiró en Cepillín y en el payaso tramp (vagabundo) de Estados Unidos, pero el diseño es propio: las estrellas representan los sueños, la naríz roja el amor, lo blanco la pureza de los niños y lo negro las derrotas de la vida. Con esta máscara, Super Muñeco abrió el camino para otros personajes infantiles y se convirtió en la favorita de los niños. Con gran orgullo puede decir: –“¡Arriba La Merced!”–, lo logró, cumplió su sueño de ser luchador y no se le olvida que viene desde abajo, de este barrio que le dio todas las oportunidades que ha tenido.

Sensacional de luchas, Año III, No. 133, Mayo 20 de 1988 Super Muñeco. El triunfador suicida 129


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Galería

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María Elena Morales Zea Ilustración digital 131


Rafael Doníz La fotografía de Rafael Doniz es cercana a la perfección. Al mirar desde su lente, nos descubre el mundo que nos ha tocado. Doniz nació en la Ciudad de México en 1948. Ingresó a la fotografía como ayudante y discípulo de Manuel Álvarez Bravo de 1973 a 1976. Durante casi cuatro décadas, su trayectoria se ha estructurado en diversas series fotográficas, profundas en el sentido de referencia, y algunas extensas en el tiempo: El movimiento popular de Juchitán; los campesinos devotos de Casa Santa; la ya lejana incursión en el mundo de los Nayari-Cora; la serie de los trabajadores y empleados de Jornadas y oficios; sus experimentaciones en Simbología de la forma; además el incesante recorrido por el territorio del país obsesionado con el paisaje y por el fantástico mundo de la vegetación y los insectos. Con frecuencia, ante sus fotografías, uno tiene la sensación de presenciar el nacimiento de la observación. Su obra se ha expuesto en las principales ciudades de América y Europa donde también se ha publicado su trabajo en libros y revistas. Sus fotografías se encuentra en distintas colecciones, entre las que, destacan las del California Museum of Photography en Riverside, Casa de las Américas de La Habana, Fundación Margolis y el Center for Crative Photography de Tucson, Colección Fotográfica de la Fundación Televisa, Galería López Quiroga y Museo Rufino Tamayo en la Ciudad de México, Mexican Fine Arts Center Museum de Chicago y Photographs Do Not Bend Gallery de Dallas. Víctor Muñoz

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Rafael Doníz Lo agarraron de puerquito, Afuera del Mercado de La Merced, Ciudad de México, 1975 133


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Rafael Doníz Cargador en el mercado de la Merced

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Rafael Doníz Los antiguos Reyes Barrio de La Merced, 1973


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Xuwá Ángel

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Xuwá Ángel

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Antonio Nieto Cuevas Mercado Sonora, 2020 140


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Antonio Nieto Cuevas Metro Merced, 2009 143


Marco Antonio Mejía Cortez 144


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Raúl Eduardo Salcedo Raúl Eduardo Salcedo nació, creció y se forjó entre los puestos, las calles y con personas del barrio y de los mercados de La Merced. Con su lente nos transporta a las entrañas de uno los barrios más representativos, importantes y grandes de América Latina. Lo hace de una manera sutil, contundente y desde dentro alza la mirada para mostrarnos un instante de la vida cotidiana de las personas que día a día crean y recrean “La Meche”. En la calle de Carretones 120, probablemente estén sus primeros recuerdos, ahí creció y aún mantiene en la memoria la nostalgia de aquellos juegos junto a su abuelo, quien tenía puestos de jitomates y aguacates en la Nave Mayor del mercado de La Merced. Estos primeros momentos han marcado la visión del autor para tomar fotografías que van acompañadas de historias de vida. En la fotografía callejera ha encontrado la oportunidad para “inmortalizar la expresión de la gente que ha sido olvidada: diableros, personajes callejeros y chalanes que trabajan para llevar el sustento a su casa”, personas que pocas veces nos detenemos a mirar en medio del trajín y del bullicio comercial; lo hace porque para él su vida y su cultura es el barrio y los mercado de “La Meche”. En esta galería no sólo encontramos fotografías aisladas, sino cuadros de la vida cotidiana que nos dejan ver parte del hogar y del barrio por donde, desde hace muchos años, ha caminado Raúl Eduardo. Entre los pasillos, las cajas, los puestos, la basura y las personas, las fotografías del autor nos muestran esa intimidad tan poco vista de los comerciantes, cargadores, feligreses y transeúntes que inventan día a día La Merced. El instante captado nos permite observar las emociones de gente trabajadora, digna y con ganas de dar lo mejor, a pesar de que el barrio cargue una mácula histórica de marginalidad. Sean bienvenidos a esta mirada fotográfica, a este pequeño espacio que nos permite percibir los olores de las verduras, las flores, los dulces, las carnes y las comidas; los colores de los puestos, de las festividades y de las personas; el sentir del trabajo duro, rutinario y honesto de cientos de personas que se enmarcan en la memoria y vida de Raúl Eduardo. Esta serie fotogáfica pretende rendir un homenaje y brindar una pequeña ofrenda, no sólo al barrio y a los mercados de La Merced, sino a los cientos de miles de personas trabajadoras que día a día la habitan, la crean y la construyen. Fotografías de Raúl Eduardo Salcedo-Vecino del barrio de La Merced Pertenece al Club fotográfico del Centro Histórico

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Xuwá Ángel Le apasiona bordar historias de personas, barrios, comunidades y pueblos a partir de pedacitos de voces, experiencias y sentimientos. Su oficio le ha permitido colaborar en diversos proyectos culturales y comunitarios en distintas latitudes del país donde se ha dedicado hilvanar relatos en fotos, textos y videos que han tenido la finalidad reforzar los tejidos sociales dentro de las localidades y tender un puente entre los saberes populares y los conocimientos académicos. Es Licenciado en Historia y Maestro en Estudios Antropológicos en Sociedades Contemporáneas por la Universidad Autónoma de Querétaro.

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María Oventic María Nieto-María Oventic es Licenciada en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y Maestra en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto Mora. Hiladora de historias, oidora de recuerdos y memorias, caminante de la selva de asfalto.

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i padre fue velador en la Merced, un hombre inmigrante de provincia a la ciudad, aprendió a reparar zapatos en Tepito, y durante nuestra niñez lo acompañabamos a la Merced, soliamos sacar los clavos de los huacales para usarlos en su taller de zapatos, mi madre nos acompañaba, ella también mujer migrante. De niño me sorprendia la cantidad de ruido visual y auditivo que había en la ciudad, comparado con el páramo desértico en el que nos encontrabamos en la periferia, donde mis padres decidieron iniciar nuestro hogar. Desde muy pequeño me fascina la gráfica popular, las historietas, la música del barrio; las maneras de vestir, de hablar, de bailar, de comer... de existir que poseemos las diversas personas que habitamos la ciudad y sus periferias. Me resultan sumamente atractivos los rostros de las personas, sus maneras de vestir, sus identidades particulares que traen cargando al llegar a la metropoli y se van transformando con su deriva generacional. En estas obras más que plasmar a la merced me gustaría reflejar esa identidad popular submetropolitana que vamos creando como un collage de rasgos culturales y retazos identitarios que nos hacen ser lo que somos: barrocos, coloridos, abigarrados, surrealistas e imaginativos. Texto y collage Antonio Nieto Cuevas-Marginal

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Antonio Nieto Cuevas-Marginal Yo soy de la Merced, 2020 Collage digital 184


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Claudia Trejo Cempasúchil, 2020 Acuarela sobre papel 23x 34 cm 186


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Claudia Trejo Dulce, 2020 Acrílico sobre papel 23x 30 cm 188


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Claudia Trejo Rosa Mística, 2020 Acrílico sobre papel, 30x23 cm 190


Fito Valencia(Pop Nasty) La lucha sigue, 2020 Linóleo sobre papel, 191


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la

elatos y retrato

erced

del barrio de

entre puestos, oficios y fiestas

Se terminó de imprimir en noviembre de 2020 en los talleres de Fotomecánica digital Yépez, Emilio Carranza No. 140-b, Col. San Andrés Tetepilco, Iztapalapa, Ciudad de México

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