5 minute read

Andanzas de Juancho en el barrio de La Merced

Next Article
Ritual de agasajo

Ritual de agasajo

Barrio de Santo Tomás La Palma

Juan Beltrán Arriaga

Advertisement

En el año de 1939, había una vecindad en el barrio de Santo Tomás La Palma, en la calle de Carretores número 50. Estaba formada por tres patios, en ellos existían grandes lavaderos y una pileta central llena de agua, donde acudían las vecinas muy temprano, por la mañana, a lavar su ropa. Al finalizar, la extendían en tendederos que sostenían con una garrocha y, además, era el momento en que ellas intercambiaban historias acerca de los sucesos acaecidos a los moradores de ese lugar. En una de las viviendas, habitaba una familia constituida por la señora Chayito, quien se dedicaba al hogar; el señor Juan, muralista y pintor, formado en la Academia de San Carlos; además de cinco hijos menores de edad. El más pequeño se llamaba Juancho, era muy alegre, juguetón y risueño; a los 3 años ya jugaba con su triciclo, siempre bajo el cuidado de su mamá. Otra niña que radicaba en la misma vecindad y que se llamaba Micatololo hizo mucha amistad con Juancho y cada uno solía frecuentar la casa del otro, con aceptación de sus familias. Un hecho sumamente triste para todo el vecindario fue la muerte de esta pequeña a causa de un cáncer cerebral. Es digno de mencionar que, como sucedía en esa época en las vecindades, los habitantes de Carretores 50, se caracterizaban por su alegría y participación, sobre todo en la época de las posadas y de Nochebuena, siempre organizadas por la señora Coleta que cantaba muy bonito y dirigía el momento de la fiesta, donde los peregrinos pedían hospedaje. Se entonaban las letanías que, previamente repartía esta señora en copias, para que todos participaran: unos solicitando alojamiento, otros interrogando y, al final, darles posada. Con el apoyo de los vecinos, se celebraba la Nochebuena con oraciones y canciones arrullando al niño Dios, distribuyendo colaciones a los asistentes, así como el tradicional ponche de frutas.

Rompían la piñata, teniendo presente lo que significa cada uno de sus atributos: sus picos, sus adornos, su contenido y sus colores. Se animaba al acto con cánticos como: “Dale, dale, dale no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino…” También se les regalaba a los asistentes sus canastitas con colaciones y bolsitas con fruta de la temporada. Finalmente, venía lo que todos los adultos esperaban: el baile, cada uno buscaba a su pareja, alguien que se moviera bien y llevara buen el ritmo. Juancho y su hermana, que esperaban ese momento, deleitaban a los presentes moviéndose al son de la famosa “raspa”, muy de moda en esa época. Frecuentemente, asistía el señor cura, acompañándolos unos momentos en la celebración, tomaba un rico ponche, un chocolate caliente, su buñuelo y luego se retiraba. Al cumplir Juancho los 7 años de edad fue inscrito en la Escuela Primaria 18 de Marzo, situada en la calle de Uruguay 170, (actualmente, este lugar es conocido como el “ex convento de La Merced”, escenario de muchos hechos sobrenaturales, alrededor del cual se cuentan infinidad de relatos). Ahí se caracterizó por ser excelente alumno, con calificaciones sobresalientes. Desde muy temprano se ponían los puestos que ofrecían múltiples artículos, los comerciantes vendían sus productos no por kilo, como actualmente lo conocemos, sino por rastrillo o medida; que consistía en una pequeña caja cuadrada sin tapa, llena de frutas o verduras. Si la mercancía era mayor, se acomodaba en un huacal. Las anécdotas en torno a esta actividad eran variadas; en una ocasión la abuela de Juancho contrató a un cargador machetero para que le ayudara con la carga y le llevara a su puesto del mercado de La Palma frutas y verduras, pero en un pequeño descuido el cargador huyó con las cosas que transportaba para sorpresa de la abuela, sin que ella pudiera hacer algo. El mercado de La Palma, ubicado cerca del templo de Santo Tomás, era más pequeño que el de La Merced, sin embargo, estaba bien surtido y acudía un número importante de vecinos para hacer sus compras en ese lugar. La abuela tenía instalado un puesto de frutas y verduras; las personas se acercaban, pero nada más manoseaban los productos y no los adquirían, se enojaba y les gritaba: “¡Si no compran no malluguen!”.

En la calle de Juan Cuaumatzin, hoy Fray Servando Teresa de Mier, casi esquina con La Viga, existía un establo llamado “El Astillero”, en el que los vecinos se daban cita desde las 4 de la mañana, para conseguir leche recién ordeñada. La recolectaban en botes lecheros especiales que, actualmente, es bastante raro encontrar en la Ciudad. La leche estaba caliente y de ahí se extraía una cantidad importante de nata. Juancho y su mamá iban a este lugar diariamente, por lo que eran muy queridos y apreciados por los clientes y las personas que despachaban; incluso los vendedores le decían, cariñosamente, “tía” a su madre. A Juancho le llamaba la atención que, en esa época, más o menos en la década de los 40´s, se iniciaba la pavimentación de la calle Cuautemozín, hoy Anillo de Circunvalación. La obra era realizada por trabajadores que llegaban en camiones con revolvedoras de cemento, efectuaban el aplanado de la calle, que generaba mucho ruido y la expectación de muchos de los vecinos que salían a presenciar el acontecimiento. También existía una nevería en la calle de Carretones, casi esquina con Cabañas, conocida como “El Volcancito”, donde vendían nieves y aguas frescas de diferentes sabores, era muy concurrida por la población, especialmente por los menores de edad. El recuerdo de una panadería llamada la “Quemada”, situada en la esquina de Jesús María y República del Salvador, evoca la imagen de los niños que, al regresar de la escuela, acudían a comprar un pan muy exquisito y recién hecho, los dueños de este establecimiento eran españoles, recién llegados a México. A los hermanos de Juancho los mandaron a la Escuela Primaria conocida como “Las palomas”, iban en el turno vespertino, y era muy famosa por ser catalogada como una buena institución en donde se impartía una rígida disciplina. Actualmente, con la modernización de la zona y la reubicación del mercado de La Merced, el rumbo es diferente, ha cambiado. Sin embargo, lo que aún persiste como testigo de los años pasados, de los tiempos vividos y de la gente que ha pasado por aquí, es el templo Santo Tomás La Palma, que es parte de la historia de este lugar: de un México que se ha ido y que envuelve el recuerdo del ayer; pero que, al mismo tiempo, es el hoy del tiempo presente y de un nuevo porvenir.

2

This article is from: