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Reparando mi presente
Karina Jarquín Díaz
El barrio de La Merced es más que un espacio geográfico, está ubicado al oriente del Centro Histórico de la Ciudad de México y es un lugar que se caracteriza por su historia, su arte, su arquitectura, su cultura y, principalmente, por su actividad comercial desde siglos atrás. A parte de lo ya mencionado, también hay un sin fin de personas que son parte del día a día de este lugar. En particular, me voy a referir a Leonardo Jarquín Santos (+) y a Leonardo Jarquín Díaz, padre e hijo respectivamente, quienes desempeñaron el oficio de albañilería justo en el barrio de La Merced y otros barrios cercanos como el de Tepito, la Candelaria de los patos y el Zócalo de la Ciudad de México. He aquí a Leonardo, quien nos refiere sus vivencias: —Soy Leonardo Jarquín Díaz, me gusta que me digan “Leo” o en diminutivo “Nayo”, en Oaxaca se acostumbra así para los Leonardos. Tengo 57 años, soy del estado de Oaxaca, pero de un poco más de acá del Distrito, bueno, ahora ya de la Ciudad de México. Estudié hasta tercero de secundaria, luego fui empleado en fábricas, aprendí a trabajar el barniz, allá por Tecamachalco, en las Lomas, Bosques y todos esos rumbos. Después lo dejé porque, debido a los tóxicos que contiene, ya me estaba perjudicando un poco los pulmones. Al final, me incliné por la albañilería porque me gusta más, es pesada pero no es tan tóxica como el barniz, por eso me dediqué a ello por completo, principalmente porque este oficio es herencia de mi padre. Todo comenzó cuando mi padre, Leonardo Jarquín Santos y mi madre, Consuelo Díaz Mijangos, originarios del estado de Oaxaca, migraron a la Ciudad de México con 5 hijos pequeños y una en camino, por el año de 1970. Ambos buscaban una vida mejor, un futuro que ofrecerle a sus hijos, tenían esa idea del progreso aprendida de la visión histórica occidental. Llegaron a residir a una vecindad de la colonia de La Villa, otro de los lugares históricos de dicha ciudad, yo era un chamaco que tenía como 5 o 6 años de edad. La verdad no me acuerdo bien de cómo era el sitio al que llegamos a vivir, pero me cuentan
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Composición gráfica realizada con fotografías de: Gabriela Jarquín Díaz y Karina Jarquín Díaz
que había 5 cuartos, 2 lavaderos y 1 baño. Ahí vivíamos mi abuelita materna, María; la señora Victoria, su esposo José Cruz y sus hijos; y la señora Lupe, quien habitaba el último cuarto, al respecto me cuenta mi mamá que era un lugar sucio. Ella me decía: —Hijo, ¿si hubieras visto cómo estaba de sucio ese lugar?, principalmente el baño, ¡no hubieras querido entrar nunca! Siempre lo lavaba, pero con tanto chamaco no me daba tiempo de tenerlo impecable, ni modo, así vivimos un tiempo. No me platican más, siempre me repiten la misma historia. Pero bueno, ahora si les voy a contar sobre quién fui en el barrio de La Merced y algunas de las anécdotas que tengo de por ahí. Me dediqué a esta labor porque lo aprendí por parte de mi padre quien trabajaba el mismo oficio, él me fue enseñando poco a poco, desde joven, como a los 30 años. Esta ocupación es muy bonita, uno conoce mucha gente de todo tipo. Mi lugar favorito para laborar era La Merced, anduve mucho tiempo por todo ese rumbo. Me gustó porque hay mucho ambiente: en los mercados la gente es bien chambeadora, las señoras y muchachas dicharacheras, todo se parecía a la forma de ser que tenía mi papá. Algo que tiene este trabajo es que no hay rutina, pero aun así nosotros éramos muy mañaneros. Recuerdo con mucho gusto y cariño que mi papá y yo llegábamos temprano y nos gustaba pasar a desayunar al mercado de La Merced, lo que nos llamaba la atención era tomar atole, comer tamales y llevarnos unos cocolitos pal´ camino (todo eso lo traían de Toluca) y ya de ahí nos íbamos a trabajar. ¡Hay tantas anécdotas que te puedo contar! Voy a comenzar por decir que me encanta a lo que me dedico, me gusta que la gente quede conforme con el resultado. He hecho trabajos de todo tipo. Por esos rumbos que te mencioné, regularmente abundan las casas viejas, para mí son interesantes porque tienen historia. En un tiempo anterior, fueron bodegas, y luego, las adaptaron como departamentos. Ahí pintábamos, o luego, los techos tenían fisuras y se goteaba o se encharcaba el agua en las lozas y nosotros le echábamos cemento con arena; a eso se le llama escobillado, era lo que más hacíamos, trabajos de pintura y detallitos. Yo lo veía sólo como una reparación, pero se entiende porque las personas, principalmente por su economía, no pueden hacer más. A mí me hubiera gustado que preservaran sus casas en muy buen estado pues, como dije anteriormente, son historia.
Uno de los patrones que más nos solicitaba para trabajar era un señor que le decían “El güero”. Vivía ahí en Martín Corona y fue por donde trabajamos más tiempo. Vendía chucherías y cosas de segunda mano al lado del metro San Lázaro, su esposa era una gordita, una señora güera muy simpática, tenían dos hijas en ese tiempo: una de 17 y otra 16 años. La casa donde ellos vivían daba a una de las calles principales y el trabajo que más recuerdo fue cuando le cambiamos unas ventanas muy viejas con vista a la calle, a la señora le preocupaba hacer ese cambio porque era mucho el tránsito de la gente que pasaba, había muchas papelerías, exactamente a un lado de la Plaza de La Aguilita, entonces mi papá y yo le dijimos: —¡Cómprelas y a ver cómo le hacemos nosotros para ponerlas! Las mandó a hacer y nosotros las quitamos con mucho cuidado, pusimos unos hules por la parte de afuera amarrados y colocamos las ventanas nuevas. No hubo problemas de que lastimáramos a alguna persona o algo. Se escucha fácil, pero para nosotros fue toda una travesía, ya que tuvimos que subir las ventanas a la hora de mover las antiguas. Éstas con la maceta y el cincel se deshacían solas, eran ya del siglo pasado, creo. En lo que uno las quitaba, el otro cuidaba abajo para que no le cayeran piedras a las personas y no accidentar a alguien. Además de poner las estructuras con cuidado para que no se estropearan los cristales. En ese trabajo mi papá y yo nos sentimos grandes, lo hicimos y lo hicimos bien. Ahí entendimos por qué “El güero” nos daba chamba y confiaba en nosotros. En La Merced se come muy rico, su gastronomía es amplia, mi papá y yo nos íbamos a comer un chamorrito o a echarnos unos calditos de gallina que están por la Rivero. También por donde estaba el cine Tepito (por cierto que duró mucho ese cine) yendo para allá pa´ la Ciudad Deportiva, se ponía un señor gordito, no me acuerdo bien como se llama, creo que Manuel González o algo así. Era de Puebla y tenía una cocina chiquitita, su especialidad ¿sabes cuál era? puro caldo de res. ¡Pero un caldo de res que vendía ese señor! A mi papá y a su compadre cómo les gustaba seguido ir. Recuerdo que eran unas ollotas las que ponía el señor ¡grandotas, grandotas! Todo el tiempo estaban hirviendo, llegaba el olor bien rico, la carne era buena, te servía muy bien, mucha gente iba, no por la comida corrida si no por el puro caldo de res, era delicioso. Hablando de comida y relacionándolo con mi oficio, para nuestra buena suerte, el trabajo que más me gustó realizar fue el de una cantina que remodelé. Está ubicada en Jesús Carranza, en la colonia Morelos, en Tepito. La hicimos
con una pasta de texturi, así se llama el material, me encantó como quedó. Los acabados los hicimos con unas especies de estalactitas. Para lograr el acabado, se utilizó el rodillo lóxico y le fui haciendo las figuras. Quedó muy bonito, para mí fue sumamente especial porque era una cantina del Centro de la Ciudad a la que le volvimos a dar forma y sentido. Yo me sentí como un gran artista. Trabajar por esos rumbos es toda una aventura, hay tantos vestigios que por poco nos encontrábamos con uno ahí en la calle de Argentina, pegado al Zócalo. Estábamos con una señora que se llamaba Margarita, ella tenía un edificio, no me acuerdo el número pero es considerado como un monumento nacional. Fue afectado por el temblor del 85, pero como esas construcciones no las pueden tirar, las dejan como están o las renuevan. Esa señora fue criada de una pareja española por muchos años, por lo cual sus patrones le tenían mucha confianza. Primero murió el señor y luego la señora, cuando ésta falleció le recomendó a doña Margarita, en su lecho de muerte, que tuviera cuidado con la escalera, donde estaba el descanso, porque ahí había algo de dinero para cuando tuviera una necesidad. Pero ella nunca tomó en cuenta esta recomendación, o no se acordó, con la desesperación de ver que su patrona se estaba muriendo. Luego de un tiempo, Margarita nos anduvo buscando. Por ahí nos dijeron: — Estaba una señora preguntando por ustedes. — ¿A poco? — Sí, una señora que se llama Margarita. —¡Aaaah, sí! La de la calle de Argentina. Después la vamos a ver, ahorita tenemos trabajo. Fuimos después, ya cuando estábamos ahí, platicamos con ella. — ¿Qué pasó? ¿Que nos andaba buscando? — Sí, Leos, es que ¿qué creen? quiero que me arreglen el descanso de la escalera de la entrada. — Sí, es lo que vimos cuando subimos. Está sumido el descanso del concreto. —Lo que pasa es que… ¿Qué creen? ¡Miren! ¡Vengan! Nos enseñó una olla como maceta donde estaban, hasta dibujados, unos signos de pesos. En el descanso de la escalera, por la parte de atrás, había una hierbería antigua y los dueños eran dos viejitos que vendían bolsitas de hierbitas, les llaman boticas, me parece. La situación que pasó fue que los señores decidieron irse de vacaciones y dejaron a un sobrino cuidando ahí. Anduvieron lejos unos 15 días
o más, entonces ese joven tuvo la idea de meter un aparato para detectar dinero, dicen que lo pasó por una pared. Nosotros nos dimos cuenta que escarbó porque esas paredes son gruesas como de 28 o 30 cm y están hechas de pura piedra con cal, con materiales de antes; porque anteriormente, no había cemento ni nada de esas cosas. Pudimos deducir que la persona escarbó, sacó el dinero y volvió a meter el jarrón pero ya sin nada de valor, sólo con piedras. Todo era reciente, pero al no estar bien colocadas las piezas se fue sumiendo el descanso. La señora Margarita asegura que lo que sacaron eran centenarios. Cuando vio el descanso flojo, investigó todo y sí, se llevó el dinero aquel muchacho. Ahora, cuando a veces paso por ahí, observo que se metieron muchos indigentes, aunque creo que los sacan. Mi duda es ¿si por esos lugares habrá más cosas así? Porque, finalmente, esa zona está cerca del Zócalo y hay indicios prehispánicos, de los antiguos Aztecas, de todo lo que fue la Nueva España. Si hicieran más excavaciones en ese lugar, sería interesante. Por eso, y más cosas, digo que es muy atrayente trabajar y conocer de propia mano todo el contexto con el que se relaciona mi trabajo. De las actividades que nosotros desempeñamos en La Merced y de todo lo que vivimos, fue muy bonito. Haber trabajado con mi papá ha sido algo que marcó mucho mi vida y que nunca voy a olvidar. Nos coordinábamos, íbamos a comer y trabajábamos bien. No cambaría ya de oficio, me gusta y me satisface. No tanto por lo económico, sino porque estoy a gusto con mi trabajo y con lo que hago. Ahora ya no tengo mucha actividad laboral, me enfermé de un riñón y eso me lo impide. Mi papá murió hace 6 años, de cáncer de próstata, de él me quedan muchos recuerdos, pero principalmente, bastante aprendizaje. Trabajar solo no es lo mismo, cuando mi papá recién falleció había patrones que luego me llegaban a hablar para trabajar, yo les decía que no podía porque caí en estado de depresión. Conviví tato con él que llegó el momento en que sentía que me hacía falta, me sentía incompleto. Luego, tuve que adaptarme; ha pasado el tiempo y ya lo he asimilado, al principio fue horrible, ahora lo recuerdo y me sigue doliendo, pero no como antes. La vida es así, lo que haces se te regresa, las personas me necesitaban para reparar sus casas y para sanarlas, pues eran cosas que para ellas eran importantes. Después yo necesité a esas personas para sanarme, repararme y encontrar un refugio en ellas y en los trabajos que me daban.