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La manita
Luisa Cortés Moreno
I
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En abril de 1828 sucedió un cuantioso y escandaloso robo en el templo de Nuestra Señora de La Merced. Un desalmado bandido llamado José María Salinas, mejor conocido como “El Negro Salinas” y cinco ayudantes más, entre ellos dos mujeres, se llevaron del primer Sagrario la custodia de oro con todo y la hostia consagrada, misma que consumió de manera irrespetuosa y sacrílega “El Negro Salinas”. Del segundo Sagrario, se llevaron una gran cantidad de piedras preciosas y alhajas pertenecientes a las imágenes religiosas. Francisco Arellano, quien desmontó las piedras y las vendió, fue sentenciado a diez años de cárcel, en el presidio de Acapulco junto con Pablo Ortiz, su ayudante. Juan Prado fue el comprador de las joyas y su esposa, Eligia Vázquez, aceptó uno de los diamantes de la custodia y trató de esconder las alhajas en el hogar de una vecina, esta fue sentenciada a diez años de prisión en la casa de Recogidas, junto con Laureana Lemus, otra copartícipe del delito. Todos ellos presenciaron, junto con una multitud, la ejecución de Juan Prado y “El Negro Salinas”, este último fue sentenciado a sufrir la pena del garrote vil y, además, por profanar la custodia se le cortó la mano derecha, la cual fue clavada en la esquina de la calle de La Merced y Puente de Jesús María, enfrente del templo de Nuestra Señora de La Merced. El juez que dictaminó dicha ejecución fue, en ese entonces, el licenciado Pérez de Lebrija, éste suceso dejó huella en la memoria de los habitantes del barrio.1 Este templo que para la primera década del siglo XIX lucía en su máximo esplendor, pues se decía que era uno de los más fastuosos de la época: con su techo artesonado, sus imágenes estofadas en oro y adornadas con piedras preciosas, para 1861 fue demolido, por decreto de las leyes de Reforma. En ese mismo pre-
1. Este hecho también dejó constancia de manera escrita en obras como Estadística gráfica: progreso de los Estados Unidos Mexicanos, presidencia del Sr. General don Porfirio Díaz, México, 1896, p. 212 y Rivera Cambas, Manuel, México Pintoresco y Monumental, México, Edición 1957, Tomo II, pp. 167-168.
dio, se construyó un mercado que tomaría el nombre del templo y rebautizaría la zona como “La Merced”. La gente nombró al sitio en donde colocaron la mano del “El Negro Salinas”, como la esquina de “La Manita”, todavía se pueden apreciar algunas fotos antiguas del mercado, en donde se alcanzan a ver los letreros que decían: «Los mejores vinos y licores sólo aquí, en “La Manita”» y, debajo, una flecha que señalaba hacia el edificio de enfrente. ¿Cómo es que la mano de un ladrón desalmado pasó a convertirse en el nombre de una tienda de licores, como si ese diminutivo lo excomulgara de su insolente pecado?, no se sabe, sin embargo, la historia de “El Negro Salinas” no sólo quedó guardada en archivos históricos, sino en la memoria de los habitantes del barrio. El empresario Alonso Noriega Sámano, utilizaría esta leyenda para dar nombre a la fábrica de chocolates, mandó a pintar en toda la fachada un letrero enorme que decía «La Manita Fábrica de chocolates y dulces finos», registrando el nombre como su propia marca. Fue así como los chocolates se hicieron famosos en todo el país y, de paso, el nombre de “La Manita”. Años más tarde, la fábrica se convertiría en tienda de dulces finos, después en establecimiento comercial de ultramarinos y, por último, en abarrotería, conservándose esta última ya muy entrado el siglo XX. Al edificio se le agregaron más ornamentos para embellecerlo y, en la esquina debajo de la hornacina, se colocó una mano de piedra clavada, seguramente para rememorar lo acontecido en ese lugar, pero muy pocos conocían la historia del “Negro Salinas”. La mano que colocaron era masculina, grotesca, de un aspecto tétrico, como si tratara de bajar por la pared y fuera detenida por el clavo que la dejaba inmóvil y rígida, hoy existe una tienda de ropa y artículos para bebé y el nombre de la tienda ya nada tiene que ver con “La Manita”.
II
En la actualidad, esta zona está invadida por el comercio ambulante y el ajetreo de una ciudad en constante movimiento: el vaivén de las personas y el sonido de los carros la convierten en un lugar de caos sonoro y estresante, la gente va de prisa, trata de no detenerse, llevan cargando bolsas, bultos o cajas con diferentes productos. Sólo les preocupa aprovechar el día y no dejarse sorprender por un ladrón, pues en este sitio, todavía se paga con dinero contante y sonante, así que es frecuente que los transeúntes sean presa de asaltos, muchos de ellos imperceptibles, es por esta razón que evitan detenerse y, menos para
contemplar la arquitectura de los edificios. Aunque la mano de piedra sigue ahí, para la mayoría pasa desapercibida, los pocos que la descubren casi siempre vienen en grupos, de estos que son turistas en su propia ciudad y también algunos extranjeros que traen su guía, aunque no falta el apasionado de la historia que la encuentra por él mismo. Cuando la ven por primera vez, sus ojos sorprendidos se abren desmesuradamente, una sonrisa de alegría ilumina su rostro y con una gran emoción señalan a sus acompañantes el maravilloso hallazgo, provocando la atención de los paseantes que los voltean a ver intrigados y, sin querer, también se percatan de la existencia de la mano de piedra. Por un momento, la revelación se hace contagiosa: le toman fotos, la comparten en sus redes sociales y la etiquetan como «La esquina de “La Manita”». Es entonces, que el sitio vuelve a recuperar la fama que por muchos años había perdido. Los más curiosos indagarán hasta llegar a la historia de “El Negro Salinas” y otros sólo supondrán que seguro era la mano de un ladrón. Sin embargo, ya no es la única mano, ya que en la acera de enfrente se encuentran muchas otras que la acompañan, pues se ha instalado un tianguis semifijo. Cabe señalar que los espacios tienen memoria y como las aguas vuelven a sus cauces, también las calles a sus oficios, así que, nuevamente, hay otro mercado que poco tiene que ver con el primero que hubo en La Merced y que se instaló en este mismo lugar. Esta vez no es de verduras o abarrotes, ahora son productos de belleza, aunque el principal servicio es el decorado de las uñas. Las modas son extrañas en estos tiempos, pues ahora la novedad son las uñas de gel, decoradas con piedras de cristal y diferentes materiales. Existe un muestrario que exhibe una gran cantidad de manos de hule con los diferentes diseños a escoger. Las manos son pequeñas, apiladas una encima una de otra, de color rosado y que tratan de asemejar la delicadeza de las extremidades femeninas; nada que ver con la otra de piedra que está clavada en la esquina, aquella es tosca y gruesa, en donde las venas resaltan como si la sangre todavía corriera por ella, es una mano que intimida y a pesar de ser sólo una, tiene más presencia que las de hule. Lo absurdo es que, mientras la mayoría de la gente viene a observar esas manos de plástico para elegir un modelo de uñas y adornarlas con piedras artificiales, no se percatan que en lo alto del edificio de enfrente, existe una mano de piedra que cuenta la historia de un hombre, la de “El Negro Salinas”, al cual le cortaron la mano por andar de “uñas”.