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La Merced me hizo crecer como persona

La Merced

me hizo crecer como persona

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María Eugenia Vega Morales

En este pequeño texto quiero dar a conocer mi experiencia en torno a algunas de las vivencias que he tenido en La Merced a lo largo de mis años. Contaré cómo de tener sólo una relación exclusivamente comercial con el barrio y los mercados, este lugar pasó a ser parte de mí y ahora forma parte de los grandes aprendizajes de mi vida. Como tal, La Merced es una zona sumamente cercana a mi domicilio, pero a pesar de ello no solía andar por ahí con regularidad. Me limitaba a asistir a los mercados a surtir mi mandado y se acabó; no me involucraba más allá, como hasta hace apenas unos años. Desde pequeña había acompañado a mi madre a realizar las compras a ese sitio. El principal motivo por el cual voy y consumo productos ahí, es por la accesibilidad de los precios, la variedad en los productos y porque siempre tiene cosas nuevas que ofrecerme. A pesar de esto, anteriormente no había ido más allá y, precisamente, uno de los lugares a los cuales nunca había accedido era a la iglesia de Santo Tomás “La Palma”. Mi acercamiento se dio, debido a un ofrecimiento de trabajo que acepté, ya que no sólo lo necesitaba por motivos económicos, sino porque en ese momento, pasaba por momentos difíciles en mi vida y, el hecho de trabajar me brindaba la posibilidad de distraerme, aunque sea un poco de mis pensamientos. Recuerdo perfectamente el primer momento que entré a la iglesia, desde mi ingreso al atrio mi imaginación comenzó a transportarme a otro lugar, a otra época; conforme avanzaba y me adentraba en el recinto sagrado no dejaba de sorprenderme y, a su vez me preguntaba el por qué nunca había entrado ahí, a pesar de tener tantos años frecuentando sus alrededores. En fin, el trabajo consistía, en un inicio, en servir como apoyo a la secretaria en la oficina parroquial, pero posteriormente me colocaron en la entrada de la iglesia como vendedora de artículos religiosos y, en ese lugar, fue en donde mejor me desenvolví y aprendí un poco más. No sólo sobre mi propia religión, sino también acerca de las personas a las cuales yo recibía cada que ingresaban al templo.

Poco a poco me gané la confianza de muchos feligreses que, constantemente visitaban la iglesia, pero también la obtuve de muchos otros que fueron desconocidos y que, a pesar de ello, me abrieron su corazón y compartieron sus historias de vida, que por cierto, muchas de ellas fueron muy impactantes para mí. Voy a atreverme a expresarles algunas de las que más me marcaron, no sé si esto lo puedan leer algún día, pero de antemano les agradezco la confianza que tuvieron para contarme sus problemas. También quiero decirles que encontrarán en mí un pequeño refugio para desahogar sus penas. Les cuento que, en una ocasión, una señora mayor se acercó hacia a mí para platicarme lo que le preocupaba. Ella me dijo que había entrado a la iglesia para pedir por el eterno descanso de su hija y por la salud de uno de sus nietos, ambos fueron atropellados; él quedó mutilado, mientras que la madre falleció de manera instantánea por el impacto de su cabeza contra el concreto. La señora pedía la misericordia de Dios, ya que no tenía los recursos necesarios para el mantenimiento del pequeño que, por desgracia, ahora estaba a expensas de sus cuidados y de lo que ella pudiera conseguir para subsistir. Sin duda, su relato fue tan desgarrador que yo también lloré con ella, sólo la abracé y aquella mujer siguió su camino. Otra de las historias que más me desconcertó fue cuando, cierto día, otra mujer de aproximadamente unos 55 años, se acercó con la finalidad de preguntarme el precio de un producto que se encontraba en el mostrador. Comenzamos a platicar y, poco a poco, me fue contando que había estado en la cárcel por 10 años, debido a que, años antes y tras caer en provocaciones, comenzó un enfrentamiento a golpes con otra mujer. Ambas se pegaban y se tiraban del cabello, hasta que, su adversaria, tomó fuerza y la logró derribar. Ya en el suelo continuó golpeándola a puño cerrado hasta que, con el mismo furor del momento, tomó la cabeza de su contrincante y la estrelló contra el pavimento múltiples veces. Estaba tan ensimismada en la lucha, que no se percató que su rival ya no se defendía, fue ahí cuando se dio cuenta que la había matado. La mujer me contó que ella misma se fue a entregar ante las autoridades y que, tras un largo juicio le dictaron auto de formal prisión, con una condena de 10 años. Ya adentro de la cárcel vivió toda clase de abusos y vejaciones por sus compañeras, su familia la abandonó, sus hermanos decidieron ignorarla, mientras que su esposo se dispuso a formar otra familia con otra mujer, sus hijos crecieron y tuvieron sus propios hogares, como queriendo dejar atrás el pasado de su madre “la asesina”, como la llamaban. Así que, lo único que podía pedirle a Dios, tal y como ella me lo dijo, era que pudiera

encontrar al menos un trabajo en el cual poder ganarse la vida y, de esta manera, poder tener un techo en donde alojarse, para dejar de vivir en un refugio. Sólo que esto se le dificultaba pues siempre, tarde o temprano en el trabajo que lograba conseguir, se enteraban de su pasado e inmediatamente la corrían. Ella ya no pedía a su familia de vuelta, lo único que quería era poder tener, al menos, un empleo que le permitiera ganar unos pesos y poder llevarse un pan a la boca. En otra ocasión, un hombre me narró también su historia. Era viudo, padre de tres pequeños, su mujer murió al nacer su tercer hijo. Él no pudo continuar con su trabajo, no tenía familiares con quien dejar a los pequeños, así que decidió abandonar el empleo y dedicarse al cuidado de sus hijos. Para poder subsistir, se dedicaba a hacer flanes y para no dejarlos solos, los niños acompañaban a su padre a realizar la venta de los postres. Lo que le pedía a Dios era poder sacar a sus hijos adelante y que le conservara la salud para seguir viendo por ellos. Algo que tienen en común estas tres historias es la fe y que los tres estaban seguros de que sus plegarias serían escuchadas. Aquí me di cuenta de lo afortunados que somos muchos de nosotros que no tenemos que enfrentarnos a este tipo de pruebas que manda la vida. Así como estas, hay otras historias que otros feligreses decidieron compartir conmigo y que son igual de desgarradoras, aquí no hay anécdotas más o menos dolorosas, porque al fin de cuentas es algo muy subjetivo, no podemos catalogar o jerarquizar el dolor de las personas con base en la cantidad de sus experiencias trágicas, no hay más o menos sufrimiento, todas las historias valen por igual. “Cada quién carga con su propia cruz”, como bien se dice. Además, ¿quiénes somos nosotros para juzgar a los demás? También, cuando estaba en este lugar, veía que ingresaban personas indigentes al templo, unas buscaban un poco de refugio, mientras que otras sólo entraban a saquear las alcancías y a intentar robar objetos de valor que había en la iglesia. Por eso, yo siempre trataba de estar al pendiente y, en cuanto veía actitudes inusuales, me acercaba y los invitaba a retirarse. En una ocasión sorprendí a unas personas haciendo del baño dentro del santuario. En diversas ocasiones, llegué a encontrar objetos de brujería, como por ejemplo: animales muertos, caminos de sal, veladoras preparadas, frascos con contenido extraño, muñecos amarrados, entre otras cosas. Pero no solamente viví momentos tristes o desagradables, también hubo instantes muy felices en la iglesia de Santo Tomás, pues tuve la oportunidad de conocer a mucha gente que, al igual que yo, de alguna u otra manera buscaba

ayudar a la comunidad. Además, aprendí más con respecto a la religión, de las biografías de santos y los aspectos de la vida en los que podían interceder por nosotros, así como de la historia de la parroquia. En fin, aquí pude desarrollarme de distintas maneras. Recibí el cariño de muchas personas, mi panorama se amplió completamente con relación a muchos temas. Incluso pude poner a prueba mi nivel de empatía, a tal grado que me llegué a conmover hasta las lágrimas con la muerte de un perro que fue abandonado dentro del templo por un grupo de personas que ingresó por la mañana, dejando ahí al pobre animal, por la tarde nadie regresó por él. Al llegar la noche y ver que el perro no hacía por huir, le dieron refugio, se le compró comida y agua para que pudiera alimentarse esa noche. Al día siguiente y, con la esperanza de que alguien regresara por él, se continuó cuidando del perrito, era manso y se dejaba acariciar por cualquier persona. Ese día me acompañó durante toda mi jornada laboral, echado junto a mis pies, debajo de mi mesa de trabajo, hasta compartí un poco de comida con él. Volvió a llegar la tarde y, entonces el párroco dio la orden que de lo subieran un momento a una parte de la casa parroquial, para que no anduviera deambulando por los espacios públicos y no interrumpiera la misa. Al mismo tiempo, se buscaba protegerlo de la posible lluvia que se veía venir. Terminé mis labores y fui a la oficina para entregar lo vendido y para notificar sobre las cosas que hacían falta cuando, de repente, se escuchó un golpe seco. Los que estábamos cerca, en seguida salimos a ver lo que sucedió y cuál fue nuestra sorpresa, cuando nos dimos cuenta de que el trancazo que habíamos escuchado hacía unos segundos, había sido el choque del cuerpo del perro contra el piso; el animalito se había caído. Todos corrían buscando a alguien que pudiera ayudarlo a sobrevivir, pero los esfuerzos fueron en vano. Yo me acerqué y vi en sus ojos una profunda tristeza, fijó su mirada en mí y, en ese momento, comencé a platicar con él. Le pedí que no tuviera miedo porque lo íbamos a ayudar, le acaricié suavemente su cuerpo y su cabeza cuando, en un suspiro y dejando una lagrimita caer, el perro falleció. Tengo varias historias que compartir, pero me dispuse a contarles las que consideré que más me marcaron y las que más me enseñaron y me hicieron reflexionar. No me queda más que agradecer a Dios y a la vida por darme la oportunidad de vivir esa experiencia, de poder conocer gente, sensibilizarme, adquirir conocimiento e incluso perderle el miedo al barrio de La Merced y a su gente. Gracias porque abandoné los prejuicios que muchos tenemos con respecto a esta

zona de la Ciudad; también porque tuve compañeros de trabajo con los que pude convivir y compartir tantas cosas; a mi familia por acompañarme en esta aventura y a ustedes, lectores, por quedarse a leerme hasta aquí. Gracias por todo.

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Antonio Nieto Estructura ósea

Fotografía

Tripa vacía corazón sin alegría

Haydeth Morales Aldana

Luis pregunta: — ¿Qué hora marca el reloj? Le dicen que son las 13:45. Suele comer a las 15:00 de la tarde en punto, pero hoy particularmente tiene mucha hambre porque no pudo desayunar, se pasó toda la noche y parte de la madrugada terminando su proyecto final para la materia de Economía de la empresa. Lleva estudiando dos años en la Escuela Superior de Comercio, la que se ubica en Fray Servando y no quiere perder su beca; actualmente es uno de los estudiantes más comprometidos y aplicados de su generación. Es el último día del ciclo escolar y tiene ganas de comer algo distinto. Los tacos de guisado, las tortas y las quesadillas que prepara la señora Socorro muy cerca de su escuela, conforman el menú de su semana. La profesora elogió su elocuencia en la exposición y quiere celebrar tan preciado halago en un lugar especial. Sus compañeros le dicen que en el mercado de La Merced venden unas tripas de pollo muy codiciadas, incluso, hay quienes ya las consideran todo un manjar. No lo piensa mucho y Alicia, su mejor amiga, lo toma de la mano y lo guía hasta el taxi que los llevará a la calle de Rosario, la cual conduce al último pasillo del mercado donde se encuentra el puesto de doña Estelita. Aprovechan el viaje para decirle al chofer que, según algunos connotados chefs de renombre internacional, esos profesionales de la cocina que saben del buen gusto en el comer, han alabado la receta y el sabor de las tripas de pollo de la cocinera. El taxista promete darse una vuelta ahora que pueda. Luis saca su bastón blanco y busca el pavimento para poder salir del automóvil. Su ceguera es congénita. El mundo para él es olor, textura, sonido y sabor. Jamás ha soñado con ver el mundo de manera distinta. Es un joven alto, de hermoso cabello negro ensortijado, tez clara, manos grandes, cuerpo robusto y de gran sensibilidad para las artes. Hubiera preferido estudiar música, pero le urge poder ayudar económicamente a sus padres.

Ya en el mercado, Alicia le dice en voz alta a Luis que recorrer los pasillos de La Merced es como entrar al mundo mágico del teatro, nunca sabes el momento exacto en que aparecerá un nuevo personaje o el protagonista de alguna historia fascinante. Los estudiantes caminan rápidamente formando una sola fila, abriéndose paso entre la señora que lleva un canasto de nopales en la cabeza y el hombre maduro de cuerpo correoso que viene avisando: –“¡Ahí va el golpe, ahí va el golpe!” ¬– y lleva quince costales de naranja y va como alma que lleva el diablo. Luis percibe los fuertes olores que despiden las frutas que se venden en la Nave Mayor del mercado y va diciendo en voz alta mientras camina:– guayabas, manzanas, peras, pitahayas guanábanas–; para después identificar el olor de las verduras:– jitomate, zanahoria, apio– y de pronto, se da cuenta que emana de una plancha de comal su olor favorito: el de la cebolla recién acitronada. Sin saber cómo o cuándo, ya estaban frente al escenario esperado: un puesto pequeño, sencillo, pero muy bien surtido y provisto de lo necesario para quien desee preparar comida prehispánica en su casa. En la esquina derecha y, a manera de un montículo arqueológico, están hermosamente ordenadas las famosas tripas de pollo. Doña Estelita no los había visto antes, y dado que no es una vendedora de muchas palabras, sólo los mira esperando que ellos sean quienes pregunten. Alicia, por ser la única mujer del grupo, es quien se apresura a saludar y a comentarle que les habían recomendado mucho su comida tradicional. La anciana no supo cómo reaccionar frente al comentario y sólo pudo asentir con la cabeza y esbozar una tímida sonrisa. Doña Estelita es originaria de Hidalgo, aprendió a cocinar siendo niña con las recetas de la familia. Preparar comida para ella es hacerlo con lo que te regala la naturaleza. Los charales que consume son aquellos que aún sigue pescando la familia de su prima en el Lago de Chapala; el maíz es el que siembra en el terreno que le heredó su padre; las carpas las trae de la presa de Zozea del municipio de Alfajayucan en el estado de Hidalgo y, sí, cocinar sólo es posible a la manera tradicional, al modo de las abuelas, de su linaje, de su tierra. —¿A cómo lo vende? —preguntó Alicia— a veinte pesos el cuartito. Estaban por pagarle dos cuartos, cuando Luis empieza a compartirles una historia de su infancia. Les contó que su abuela le preparó tripas de pollo, sólo una vez, y fue como regalo de su octavo cumpleaños. Recuerda que ha sido uno de los platillos más ricos que ha probado, pero que, desgraciadamente, la receta se

la llevó a su tumba porque poco tiempo después murió de un “mal aire”, de ello no tenían duda sus vecinos del pueblo, pues la veían seguido caminar por parajes solitarios, pero la verdad, declara Luis, es que murió de neumonía. La señora Estelita preguntó: —¿Y cómo las preparaba su abuela? Le voy a compartir la receta como pude percibirla, contestó Luis. Lo primero que hacía era lavarlas bien en la tarja de su cocina, se escuchaba una fuerte presión de agua que caía sobre ellas, mi abuela Antolina decía que había que limpiarlas muy bien por dentro, después sacaba de su viejo mueble una olla que llenaba de agua. Ahí se colocaban las tripas. Después me decía: —Luis, acuérdate de agregarles sal, laurel, cebolla y ajo— y las dejaba hervir hasta que se cocían. ¿Cómo sabía ella que ya estaban en su punto? pues agarraba un tenedor, me lo ponía en la mano derecha y me hacía enterrarlo en una de ellas. Si no oponían resistencia es que ya estaban cocidas, entonces las escurría y las empezaba a cortar en trozos, para finalmente freírlas con manteca en una cacerola. Siempre me ha gustado el sonido que producen las tripas cuando se están dorando, al final, me pedía que le acercara el cesto de las tortillas y las comíamos con salsa verde, cilantro y cebolla. Alicia se quedó maravillada de su buena memoria olfativa y, no fue la única, doña Estelita coincide en casi todo de la receta. Fue así que nació un espontáneo afecto entre Luis y ella, un afecto ligado a la añoranza de la comida de las abuelas. Doña Estelita voltea a ver a la señora Inés, su vecina de puesto, y le pide que le permita sentar a los estudiantes en la tabla de madera que comparten para descansar, quiere prepararles un platito que lleve de todo un poco. —Claro que sí, señora Estelita— le contestó. Las dos se apresuran a sacar seis platos de peltre que estaban detrás del colgador de madera, doña Estelita les sirve inmediatamente uno de sus platillos más solicitados: mojarra de agua dulce ahumada, la cual prepara con jitomate, chile y epazote, -este último, apreciado desde la época prehispánica, no sólo por su sabor, sino por sus propiedades medicinales-. Doña Estelita saca de su mandil un billete de cien pesos, y le pide a su hija que vaya a comprar un kilo de tortillas y dos aguacates para que los jóvenes se preparen unos tacos de chapulines y de chinicuiles.

Luis, Alicia y sus compañeros de clase, se acomodaron como pudieron, colocaron los platos sobre sus piernas y empezaron a comer aquellas delicias que difícilmente encontrarán en restaurantes que dicen preparar comida tradicional mexicana. Mientras comían, a Alicia se le salió decir: —Definitivamente, cocinar hizo al hombre. Todos voltearon a verla con una expresión de confusión en sus caras. — Sí– continuó diciendo –en mis clases de antropología nos explicaron que algunos primatólogos afirman que cocinar los alimentos habría sido el factor clave para convertirnos en humanos. Cocinar tiene múltiples ventajas: mata las toxinas, mejora el sabor de la comida, amplía el abanico de productos comestibles y se pueden obtener calorías para realizar las tareas físicas diarias... Doña Estelita no sabía muy bien a qué se refería Alicia, pero le comentó que hacía poco la habían entrevistado unos señores de un restaurante muy lujoso: que porque querían aprender sobre el proceso de elaboración y de conservación de su comida. —Me dijeron que ahora la cocina mexicana está en la boca y en los ojos del mundo y que, por eso, muchos chefs quieren aprender a cocinar como no-

sotras, las cocineras tradicionales, lo hacemos ¿A eso te referías, Alicia, cuando hablas de mejorar el sabor en la comida? —Un poco sí, doña Estelita, por eso, sus platillos son tan importantes. Sobre todo porque cocina con especias que, además, tienen un uso medicinal. Los humanos aprendimos a usar especias en la comida porque tienen propiedades antimicrobianas y porque ayudan a conservar los alimentos por más tiempo. —Sí, doña Estelita, la forma en que usted cocina los alimentos es casi medicina para el alma. —¡Ay! ¡Caray, muchacha! ¡Qué cosas tan bonitas dices! —Oye Alicia, le pregunta Luis, ¿tú crees que en el pasado existieron cocineras o cocineros ciegos? —No lo sé, pero seguro que vivieron como tú, conociendo el mundo a través de los olores, del sonido que emiten los alimentos en el sartén, del calor de la leña en el fogón, de la manera en que se sienten las texturas en el paladar. –¿Qué hora es?– preguntó Luis –Son las 5:30 de la tarde– contestaron sus compañeros que estaban terminando de comer el último taco de chapulines. —Ya nos vamos doña Estelita, ¿cuánto le debemos? —A ver hija, haz la cuenta y cóbrales a los muchachos, yo les disparo las tripas de pollo y los refrescos.

—Muchas gracias por todo doña Estelita. — Gracias a ustedes muchachos, aquí los espero siempre. —Nos vemos pronto Luis, recuerda que: “Tripa vacía, corazón sin alegría”. —Sí, doña Estelita, por ahora le digo: “Panza llena, corazón contento”. Dios la bendiga.

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Fito Valencia(Pop Nasty)

Merced, 2020 Xilografía sobre papel,

Por los pasillos del mundo

Tania Elizabeth Meza Pérez

Visitar el mercado de La Merced es entrar a uno de los corazones de esta gran urbe. Situado en el extremo oriente del centro histórico, desde la época colonial es un importante centro de venta e intercambio de mercancías de todo el mundo. En sus pasillos, como venas, palpitan los colores, olores y texturas de productos que despliegan historias particulares, desde el local familiar que hereda un oficio o una tradición, hasta de aquellos que llegan de lugares tan distantes para buscar suerte y hacer vida, en la gran ciudad. La entrada principal es la del inframundo: el metro, la cual interrumpe y nutre cada minuto con numerosos visitantes que se adentran a los pasillos de un enorme laberinto en búsqueda de colores y productos cada temporada. Se trata de un lugar etéreo; difícil de describir en su totalidad, todos sus detalles son más que nada una experiencia que se vive en colectivo, pero que se lleva en lo particular. En sus pasillos se desplaza el mundo entero, no hay lugar que no sea invadido por costales de hierbas, semillas, frascos, verduras frescas, montañas de fruta, hojas de plátano, veladoras, ollas, jarros, huacales llenos de productos tan comunes pero que, en algún momento, eran maravillosas “novedades”. Los focos, como si de estrellas se tratara, alumbran la riqueza de la tierra: jitomates, papas, zanahorias, calabazas, brócoli, ejotes, comercio minoritario. Pero el mercado de La Merced se desdobla más allá de sus pasillos físicos y elementales, afuera están comerciantes a la espera de recuperar sus espacios consumidos por el fuego, pero también están aquellos vendedores que sin espacio recorren entre la gente las calles. No importa cómo te desplaces o el ritmo que lleves, caminar por el mercado de La Merced es andar por montes de especies que se apilan en cerros de distintos colores en una categoría de dulce a picoso, pasando por lo salado y ácido. Indescriptible, confuso e increíble para los que no comparten la cultura mexicana, el sabor inexplicable de aquellos “polvos” y “masas” que mezclados se sirven sobre la mesa cada día. Sus techos altos son testigos de todo lo que sucede, del flujo interrumpido, de búsquedas, de invitaciones a checar, a llevar, a probar.

Una dinámica con cientos de años que aparece cada día para repetirse y experimentarse. El mercado de La Merced muere y renace cada día porque es un lugar de flujos, de intercambios, de conexiones y de encuentros inagotables.

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Un día de compras en La Merced

Gabriela Pérez Manríquez

—Levántate, tenemos que ir al mercado— con esa frase, cuando era niña, me despertaba los sábados, días de vacaciones o algún día en que se fuera a cocinar algo especial en casa. Para evitar cargar algunas cosas todo el camino de ida y vuelta, siempre iniciábamos de la parte más alejada del mercado hacia la salida. —¿Vamos a ir con Don Chucho?— yo le preguntaba a mi mamá. Ella me respondía: —Sí, tengo que comprar carne molida—. Esa carnicería no estaba dentro del mercado, pero era parte del entorno, siempre había mucha gente comprando para la comida del día. Ese olor a carne fresca, a hueso y el sonido de la sierra cortándolo, además, el olor a aserrín tan característico, permeaban toda la carnicería. Al salir de ahí, nos transladábamos, prácticamente, al otro lado, hacia el “Mercado de Carnes”, como yo lo conocía en aquel entonces, después supe que se trataba de la Nave Menor. Teníamos que caminar por donde estaban todos los freseros, causándome un tremendo antojo: —Mamá ¿me compras fresas? — Ahorita que pasemos de regreso— me contestaba. No es difícil suponer que era rara la ocasión en que regresábamos. No la culpo, había que hacer las compras a tiempo o todo el plan se iría al traste y adiós comida del día. Quizá este sea aún uno de los lugares más emblemáticos del mercado porque ¿quién no ha ido a comprar con “Los Pérez”? Ahí puedes encontrar de todo en cuanto a carnes frías, lácteos, cosas para repostería y otras cosas, pero en ese entonces, sólo había un objetivo en mi mente:— ¡Yey! ¡Yey! ¡Mi conito de yogur!– No sé si en ese entonces lo hacían por cortesía a los clientes o se lo daban sólo a los niños, pero yo era feliz con eso. ¿Qué compraba mi mamá?, a veces no importaba del todo, el conito de yogur era lo importante.

De ahí pasar a comprar pollo era casi una obligación. Me daba curiosidad ver las piezas de pollo, por mi cabeza nunca pasó la idea de que era un animal muerto, o varios, simplemente era pollo. —Deja ese pollo en paz– escuchaba decir a mi mamá. —Pero, son las plumas que después alguien le va a quitar— le contestaba sin dejar de tocarlo, ¿quién dijo que era aburrido ir al mercado? De ser necesario íbamos por frijol, arroz, azúcar y sopas, ahí mismo en la Nave Menor del mercado. —Este frijol no es de aquí…— se escuchaba que alguién decía. ¿Alguna vez has visto esos enormes sacos o esos grandes botes llenos de frijoles, habas, garbanzos y demás semillas? ¿Te has fijado en cuántos tipos tipos de frijoles hay? Flor de mayo, bayos, negros, pintos, alubias, flor de junio, peruano… ¡Sí, todos frijoles mexicanos! A veces ahí terminaba la visita a esa Nave, otras veces pasábamos por pescado y yo iba preguntando por todo: —¡Mira mamá!, ¿qué es eso?, está moviendo una pata. — Es una jaiba— respondía sin detener el paso. —¡Ugh!… ¿Qué es eso? Parecen gargajos. — Son ostiones y le voy a llevar unos a tu papá, a él le gustan. — Asco…— Y hasta la fecha no he comido uno y no intenten persuadirme. Para cuando llegamos a la Nave Mayor del mercado, o como yo lo conocía “El mercado de las verduras”, las bolsas de mandado ya iban pesadas. Sí, siempre cargué bolsas de mandado. Aún recuerdo que las primeras eran pequeñas, pero conforme fui creciendo, también se fueron haciendo más grandes.— Aún faltan compras, pero ya casi terminan— pensaba en mi interior. En la Nave Mayor hay un pasillo casi oculto, o al menos muchos lo pasan desapercibido, pero ahí venden diferentes tipos de legumbres y verduras. A mi mamá le gusta comprar ahí los nopales y cuando es temporada, también las tunas. Hasta la fecha lo sigue haciendo. El señor que los vende sigue igual, es como si el tiempo no hubiera pasado por él. Más adentro del mercado, había algunas paradas obligatorias, a las cuales no me gustaba ir del todo: —No quiero, cada que compras chiles me pica la nariz.

Sí, de niña no era mi cosa favorita ir a donde vendían chiles secos. Pero eso sí, aprendí a distinguirlos desde chiquita: morita, pasilla, ancho, cascabel, tantas variedades y cada una en su propio saco con su precio. Ir a comprar fruta es de mis cosas favoritas en el mercado, sobre todo cuando llegas a un puesto donde encuentras frutas que nunca habías visto. —¡Anda!, prueba, es limón real— pregonaban los marchantes —Mira, este se llama “Carambolo”, prueba, ¡está dulce!— después de probar un poco, en mi rostro se pintaba una expresión de sorpresa, mientras decía:— ¡Woooow… parecen estrellas!— Cuando se es niño, uno se sorprende por todo. Comprar jitomates ese día, se convirtió en algo interesante. Mi hermano y yo encontramos una pequeña lagartija entre las “montañas” de jitomate. Queríamos atraparla, pero el señor del puesto nos dijo que era de él. La última parada fue para comprar verduras: zanahorias, chícharos, papas, chayotes, calabazas. Yo pregunté a mi mamá: —¿Por qué llevas calabazas si no me gustan?— y ella me contestó tajantemente:—Porque a los demás sí. Algún día te gustarán— ese día no ha llegado aún y vaya que las he probado. Ir al mercado siempre es una aventura diferente. A veces cargas con muchas bolsas pesadas, a veces no. Quizá tengas que cruzar por el mercado para llegar a la escuela o incluso puede estar dentro del mismo. Quizá fuiste el 24 de septiembre a La Merced, en plena fiesta, y te maravillaron todos los altares que pusieron en honor a la Virgen, Nuestra Señora de la Merced y, en una de esas, te tocó que algún marchante que te reconoció te invitara una rebanada de pastel. A lo mejor te toca ir a comprar una piñata y no sabes ni cuál elegir entre tanta variedad. Quizá solo se te antojó un atolito y vas a comprar pinole. Habrá personas que quizá ahora ya no están, que por diferentes circunstancias ya no ves en el puesto o el local donde solías verlos; habrá otras personas que han cambiado mucho, incluso tú o yo, ya no somos los de antes, el tiempo no perdona. ¿Recuerdas a ese muchachito latoso que iba de un puesto al otro jugando? Ahora es papá y es quién tiene que lidiar con el “muchachito latoso”. Hay tantas cosas que puedes hacer a raíz de una visita al mercado de La Merced y, sin importar la fama del barrio, de algo estoy segura, parte de tu corazón y tu memoria se queda aquí.

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Un paseo de sabores, sensaciones y olores en La Merced

Luis Fernando Ramírez Jiménez

La primera vez que escuché hablar de La Merced fue en 1992, tenía 5 años. Mi papá decía que los dulces, las botanas, los chiles secos y las especias las compraba en ese lugar. Para mí, sólo eran cartones con bolsitas rellenas de todos esos productos. No pensaba cómo era aquel lugar al que se iba a surtir mi papá para dar sustento al hogar. Tiempo después, como a los 10 años fui a La Merced con mis padres; abordamos una micro, de esas que antes había en muchos puntos de la Ciudad, aún quedan algunas. Recuerdo que eran más pequeñas que las de color verde pistache de ahora, le hicimos la parada con el ademán clásico para que se detuviera y se pagaron tres pesos por cada uno. El chofer escuchaba cumbias, y al fondo, llegaba la música de Poncho Zamudio, el sonidero colombiano: “¡Qué cadencia de cumbia!” Los choferes traían su camisa azul con un bordado de la ruta 71 y su fiel compañero “cacharpo” que gritaba, anunciando el destino:– ¡Aeropuerto, al metro Aeropuerto!–. Cuando veía a alguien que le hacía la parada le decía:– ¡Échaloooo!–. Una vez entrando a la avenida Zaragoza, las pausas eran más esporádicas porque, por lo regular, se hacían en cada estación del metro de la línea A, y así seguíamos nuestro camino hasta “El caballito”, donde se pedía la bajada. En el metro Zaragoza, esperábamos a que llegara el siguiente microbús, a veces comíamos una gelatina de esas que venden en vasito, mientras esperábamos a que se llenara un poco. A diferencia de la otra micro, esta no traía “cacharpo”, se pagaba antes de subir y así el camino continuaba derecho hasta la TAPO, a partir de ahí era otro el ambiente. Desde San Lázaro se daba vuelta a la derecha hasta el Lecumberri, donde mi papá hacía énfasis en explicarnos que fue una prisión. Luego se agarraba por

Héroe de Nacozari, La Morelos, pasábamos el Eje 1 Norte y así empezaban a tornarse las calles de diversas formas. Las vecindades eran como una cortinilla que separaban las construcciones antiguas de las construidas recientemente, seguían después las calles más angostas y empezaban los locales de cuadros, nos bajábamos en Circunvalación. Ya ahí, escuchaba a mis papás decir nombres como: Regina, Corregidora y Correo Mayor, cuando era niño era muy chistoso oír esas denominaciones, a diferencia de la colonia donde vivo. Para buscar la mercancía había que recorrer algunas calles. Recuerdo que en la de los dulces se encontraban vitrinas y cajones para cada sabor y color de golosina, donde un mimoso ratón hubiera sido muy feliz. Cada que me acuerdo, es como si escuchara esa alegre melodía:– “Dulces y chocolates, chicles y cacahuates, nueces y golosinas, son mi ilusión; pasas y heladitos, crema con pastelitos y toda clase de bombón”–. Así pues, era comprar en las dulcerías de La Meche. Compraba dulces “La Giralda”: peritas, cerezas, perfumados y gajitos. Y otro tanto de botanas: cacahuates, pistaches, pepitas, garbanzos y habas. También los chiles secos entre los que estaban: el mulato, el puya, el de árbol, el guajillo del que pica y del que no pica, el morita, el pasilla y el piquín. Luego, las especias como: carbonato, almidón, royal, anís, comino, clavo, pimienta gorda, chica y molida, canela, ajo molido, comino molido. Este era el conjunto de sabores y olores sobre los que iba aprendiendo. ¡Al llegar a aquellos locales se desprendía la magia!... Había que buscar el cartón, grapas y el papel celofán para envolver la canela. Este papel era muy particular porque venía en rollos, pero a la vez, estampado con marcas conocidas. No sé yo, pero creo que era una táctica que las empresas utilizaban para no desperdiciar el tiraje que les había salido mal, ya fuera por algún pequeño error de calidad en la impresión, lo vendían a diferentes públicos y así mi papá lo compraba para enredar la canela. Lo mismo veía con los cartones: tenían impresiones de marcas sobreexpuestas una tras otra, lo cual me parecía curioso. Para comprar los productos íbamos con unas bolsas de rafia, después de un recorrido salíamos a Mixcalco a tomar la micro de regreso. Nunca comíamos en La Merced, salvo algún refresco si teníamos calor, hasta que llegábamos al metro Aeropuerto, ahí pasábamos a los caldos de gallina “El Patilla”, uno escogía su pieza de carne y la servían con garbanzos y arroz; le poníamos, cebolla picada,

limón, y chile piquín o unos chiles de árbol; lo acompañábamos con bolillos o tortillas. En fin, así llegábamos a casa, donde preparábamos la mercancía para ser empaquetada. La bolsa de rafia se había impregnado de todos esos perfumes tan exquisitos que el mundo ha aportado. Dependiendo del artículo, primero se embolsaba con una cucharita que era la medida que utilizábamos “a ojo de buen cubero”, se buscaba poner de manera pareja la misma cantidad en cada bolsita. Y, así apiladas y en filas, ya estaban dispuestas a ser colocadas en el cartón, dependiendo de cómo quisiera organizarlas mi papá. A veces, variaba, decía: —Diez de cada lado, y una en medio; o seis de cada lado y una en medio; o seis de cada lado sin bolsa. La presentación cambió a lo largo de los años, dependía de cómo iba cambiando el precio de los productos que compraba. Cambiaba o quitaba los productos, según la demanda y oferta de algo. Por ejemplo, lo que ya tiene mucho que no vende son los dulces. Así, iba aprendiendo los nombres, los sabores, los olores y las texturas de cada cosa. Para poder distinguir el carbonato del royal y del almidón, que son fáciles de confundir por ser de color blanco y que podrían pasar por lo mismo, pero me di cuenta de que, el primero de estos productos, es un poco más granuloso y de sabor salado, por eso es más fácil de diferenciar. En cambio, distinguir entre el royal y el almidón es más complejo, porque el primero rechina y el otro no. Del comino al anís, el primero es sabor intenso y el segundo de sabor dulce. De esta manera, luego de empaquetar y escribir el nombre de la mercancía en cada cartón, los colocaba en un estante para ubicarlos más rápido y que no hubiera confusión. Por cierto que, en alguna ocasión, uno de mis primos tenía antojo de unos cacahuates enchilados y, por travieso, tomó por error el chile piquín ¡La enchilada que se dio! .Llegó con lágrimas en los ojos a pedir agua para acabar con su suplicio. Son muchos los olores y los sabores que hasta hoy me doy cuenta que conozco, a veces hago las cosas por impulso, pero cuando me detengo por breves momentos me asombro. Ya cuando mi papá se dispone a vender las especias se las lleva en una bicicleta con una caja de huevo en la parrilla. Sí, de esas multiusos que sirven para acomodar la maleta, para guardar libros o el itacate. Esa caja llena de cartones, de sabores y de esencias… A veces pienso que es como una caja de pandora, que guarda secretos y que, al destapar, existe

la posibilidad de encontrar todo un mundo guardado y, si no se tiene cuidado, uno puede llevarse una gran sorpresa. Así pues, emprende su recorrido, con su bicicleta y con su cajita atrás. No, a él no le gritan, como dice la canción:– “¡Cahuates, pistaches!, ¿a cuánto la bolsa? a diez la bolsita”. A él le dicen: ¡“Canelitas”!, y aunque no es muy bailarín, se inspira con Lorenzo de Montercarlo, Las Hermanas Padilla, Las hermanas Huerta, José Alfredo Jiménez y otros tantos más que le hacen recordar, aunque sea un poquito, la tierra que lo vio nacer. Estos paisajes de los que hablaban las canciones no parecían ser distintos a algunos lugares de la Ciudad de México, allá por los años 70´s, a pesar de que ésta se iba modernizando. Por estos años, mi papá aprendía a andar en bicicleta. Me contó que llegó a ir a Tlaxcala, es decir, casi 84 Km desde la Ciudad de México, y luego, de regreso. Aunque en otro días sí era maratónico, pues los recorridos que hacía por el oriente del Valle de México eran hacia La Zapata, Tlalpizáhuac, San Pablo, Coatlinchán, Chimalhuacán, Texcoco y Chapingo. Una vez le comenté que, en internet, había visto que eran 18 km hasta Coatlinchán y me dijo: —Eso es poquito, no te digo que yo cuando iba a la lavandería era ir hasta la Villa, y regresar el mismo día. Me quedé asombrado también cuando recordé su ida a Toluca y ver que eran 84 km los que había recorrido ¡Qué resistencia y qué condición! No era el único que vendía especias, dice que se encontraba a más gente y entonces era como ver un paisaje del Medio Oriente con caravanas de comerciantes, pero aquí con bicicletas. Algunas veces lo acompañábamos mis hermanos y yo, entonces nos subía atrás del vehículo y, desde ahí montados, admirábamos el paisaje desde arriba. No es lo único que nos ha enseñado, por él aprendí a andar en bicicleta. Compartir y descubrir conocimientos y anécdotas ¡Sí, eso es!... La verdad, nunca pensé en escribir esto, hasta que coincidí con dos cronistas de La Merced, María Oventic y Xuwá Ángel, quienes me platicaron más acerca de este lugar. Aunque yo, inmediatamente, lo relacioné con las especias y una iglesia, recuerdo que mi imaginación se desató al evocar aquellos lugares que tanta gente ha pisado. Así también, me hizo pensar que cada uno de nosotros tiene su historia.

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Una tarde otoñal por el mercado

José Armando Aguilera Jiménez

Era tal vez la tercera semana de octubre, a principios de la década de los noventa, cuando por vez primera vi, entre en las fauces de esa peculiar boca de olores enigmáticos, con voces diversas que se fundían en un: —¡“Por acá güerita, pregunte mi reina, acá todo de remate, de remate gente”! Llegamos por el sistema colectivo del metro, saliendo de la estación La Merced entre cientos de espaldas y calzados distintos, iba de la mano de mi tía Lety, que me recomendaba agarrarme fuerte de ella. Salimos a la superficie, era una tarde de poco sol que se tornaría nublada, los semáforos, las calles, los bochos de color amarillo y naranja que en aquellos días fungían como taxis en la ciudad. Avanzábamos con ese ritmo de las capitales de trote apresurado, llegamos por una puerta que no recuerdo cual era, pero, ese umbral estaba custodiado por una vendedora de elotes, junto a unos niños vendiendo chicles. El primer objeto inmóvil que miré fue un saco de cacahuates, levantando la mirada observé que colgaban algunas piñatas de diversas figuras con colores brillantes, era imponente el escenario, me sentía más pequeño de lo que era, se mezcló la alegría y los nervios que representaba estar fuera y mirar otras cosas tan diferentes de todo aquello que a mis escasos 8 o 9 años conocía. Era feliz ciertamente porque mi tía había prometido que si la acompañaba a hacer sus compras me compraría una máscara, una calavera o calabaza de plástico en forma de cesta para que el primero de noviembre saliera a pedir calaverita y, tal vez un obsequio más, pues una semana después del día de muertos es mi cumpleaños. Fuimos de pasillo en pasillo, poco a poco, se llenaron las bolsas que mi abuelita nos había dado, una era de monofilamento de polietileno y la otra de plástico color rojo, tenía una rotulación de una vaquita junto a las letras de la carnicería del barrio (donde una vez a la semana compraban). Así, en el diciembre pasado, en honor a esa fidelidad como cliente le dieron un calendario y esa bolsa que ahora estábamos paseando por el pasillo de los brujos, como cariñosamente mi tía le de-

cía a donde ahora se le ubican a las hierbas medicinales y místicas. Antes, habíamos pasado por el corredor de los animales con la intención de que me entretuviera, pero mi reacción fue de tristeza y asombro, de ver tantas especies enjauladas con el espacio reducido, no fue agradable. Por el contrario, el momento de pasar a comer un delicioso huarache campechano bañado en queso rallado y cebolla blanca, acompañado de un refresco de trébol de limón, mismo que hizo gastar 50 centavos o 1 peso a la hermana de mi mamá para que pasara al sanitario. Con la fatiga entrando por los pies, el peso de las bolsas llenas de frutas, verduras, hierbas, perfume, medias, calcomanías y calcetines, pero con el ánimo despierto de saber que llegaba el momento de mi premio, volvimos por el pasaje de los brujos, pues íbamos por mi calavera de plástico. Es allí donde percibí por primera vez el olor del copal que, conforme acentuábamos nuestros pasos era más intenso, tan suave pero recio, tan sutil pero penetrante que dejó impregnada mi memoria de aquella primera visita al Mercado de Sonora. Dos años después nuestra situación económica era desfavorable, sin embargo, mi tía Lety de sus ahorros y sus ventas (pues es comerciante hasta el día de hoy) nos compró unos disfraces a mi hermana y a mí para poder salir a pedir calaverita con nuestros primos. Han pasado más de 25 años de aquellos días y, siempre que se está terminando el décimo mes del año, el olor del copal llega a mí y me envuelve en el recuerdo de una tarde otoñal por el mercado.

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 Antonio Nieto

Muerte Florida

Fotografía

Alud de recuerdos de mi vida

Juan Manuel Dávila Tejeda

Agonizo, cierro los ojos… Un alud de desordenados recuerdos cruzan por mi mente: voces, aromas, sabores, rostros, lugares, pregones, historia y recuerdos de mi querido Barrio de La Merced caen sobre mí:

“¡Pásele marchantita! ¡Pásele!” “¡Ahí va el golpe! ¡Ahí va el golpe!” “¡Atrás de la raya, que estoy trabajando!” “Aquí nacemos con el comercio en la sangre” “Aquí hay que respetar para que te respeten” “Aquí nos ayudamos y nos cuidamos unos a los otros” “Aquí vales por trabajador, por ser derecho y por tener palabra” “No hay que ser borrega”… “Sólo debes ver, oír y callar”…

Un torbellino de recuerdos atropellados llegan hasta a mí y deslumbran mi mente; imágenes de lo que he vivido en este lugar. Mis recorridos por los mercados de La Merced, el de Mixcalco, el de los Dulces, el de la Comida, el de las Flores… y por qué no decirlo, el de Sonora. También veo con claridad mi peregrinar por Circunvalación, Corregidora, San Pablo, Correo Mayor. Decía mi padre que estas avenidas, eran canales y acequias por donde desde muy temprano venían canoas y trajineras con mercancías de todos los lugares del Valle del Anáhuac. La Acequia de Roldán era la más importante en este barrio, pero sin duda, la más transitada por las embarcaciones que surtían de enseres, alimentos y materias primas, era el Canal de la Viga. En mi nariz se arremolinan los olores entrañables a cebolla, epazote, comida, cempasúchil, incienso, copal, ponche, cuetes, fritangas; fragancias de bellas damas y sexoservidoras; aromas de lociones de caballero, revueltas con el olor a sudor y mugre de los cargadores e indigentes del lugar. En mis oídos se amontona el eco arraigado de la algarabía de las Fiestas de Nuestra Señora de la Merced, de La Candelaria, del Señor de la Humildad. De pronto ciega mis ojos el destello de las imborrables luces de los hoteles de paso

y cabarets: El “Siboney”, el “Clave azul”, o el “Buganvilias”. Todo este esplendor surge revuelto con el bullicio de las pasarelas de prostitutas en el callejón de Manzanares o en el de atrás de la Iglesia de La Soledad. No existe un orden en mis recuerdos y visiones, pareciera que se empujaran unos a otros para aparecer con sorprendente nitidez. Jalo aire por la nariz e irrumpe con él el penetrante olor a pulque de las pulcatas que se desborda hasta la calle, junto con las risas y carcajadas de la clientela; Recuerdo con nostalgia esos juegos y modismos propios de estos lugares que añoro en este momento, como son: el “reintoi”, la “rayuela”, la “tongolele”, “los curados de apio, de jitomate, de limón, de cacahuate, de piñón o de ajo”, “el rancho” “los tornillos” “las catrinas”. De pronto me asaltan otros recuerdos e imágenes que parecían olvidados en algún rincón de mi memoria. Ahora veo en las esquinas —desde antes que amaneciera—, señoras bien enrebozadas con sus braceros y sus ollas de barro, vendiendo café negro, tés y canelitas con piquete a los teporochitos o a los del “Escuadrón de la muerte”. “Los indigentes”, “Las Marías” en el piso, con sus vestidos tradicionales y sus montoncitos de frutas en el piso, dándole “chiche” a sus críos. De pronto me gana la melancolía y recuerdo con gratitud las enseñanzas sin palabras de mis padres y abuelos: “Debes saber comprar, regatear, escoger, revender, negociar, convencer” o “Ese es el chiste de este trabajo, pero sobre todo, no engañar a la clientela ni venderles porquerías”... Sé que en cualquier momento me iré de este mundo, sin embargo, me siento feliz porque estoy en paz conmigo mismo y con Dios, porque veo con alegría, que mis familiares respetaron mi última voluntad. Les dije sin quebrarme:–Quiero morir en mi bodega, ahí donde pasé el mayor tiempo de mi vida. Lugar que nos dio lo que tenemos y lo que somos, con la ayuda de Dios y de la Virgen de Guadalupe. Ahí en mi viejo catre, testigo de mis sueños y preocupaciones. En ese barrio que es parte importante del corazón de mi Ciudad, lugar de trabajo de bodegueros, diableros, cargadores, boleros, transportistas, vendedores ambulantes, artesanos, carpinteros, cereros, sastres, relojeros, traileros, rateros, sexoservidoras, narcomenudistas, líderes, padrotes, madrotas, merolicos, ventrílocuos y gritones. La mano de mi esposa sostiene la mía. No quiero que llore, deseo de todo corazón que me deje partir con alegría, como cuando nos conocimos en la Plaza de la Aguilita, pero sé que es difícil para ella… También para mí… –No estés triste —le digo sin articular palabra—, aquí me quedaré en la sangre de

mis hijos y nietos, en el amor y recuerdo de mis amigos y familiares… De pronto, sin avisar, vienen a mí mente más recuerdos, imágenes y sensaciones: la alegría y unión de los inquilinos de la vecindad donde vivíamos, las caras y risas de su gente en las fiestas de la vecindad: casamientos, bautizos, salidas de la primaria, de la secundaria, quince años o cumpleaños. Pero también recuerdo los pleitos por los lavaderos, los baños, el agua, las piletas o los tendederos; las desgreñadas por culpa de los chamacos. ¡Sonrío sin que en mi rostro se dibuje gesto alguno!... Ahora me veo con claridad entre la gente que va a escuchar la misa que se hace cada año en la Capilla del Señor de la Humildad, misa dedicada a los rateros del barrio: retinteros, paqueros, chineros, farderas, carteristas y prostitutas, sexoservidoras, alegradoras, ficheras, mujeres de la vida alegre; las del talón, las “Gayas” —como dice la maestra que les decían en tiempos de la Colonia– pero la misa también era para los infiltrados: diableros, cargadores y gente de mi barrio… En estos momentos, en total desorden, llegan más recuerdos: Giros negros: cantinas, cabarets, lonchatas, piqueras, pulcatas, zonas de tolerancia… Las Poquianchis; los olores a marihuana, a piedra, a activo; las imágenes de los puestos de periódicos —donde en mi niñez—, alquilaba cuentos para leer por cinco centavos: “Memín Pingüin”, “Los Súper Sabios”, “Lágrimas y Risas”, “La Familia Burrón”, “La Alerta”, “La Alarma”… La Plaza de la Aguilita, los libaneses, los judíos… De pronto escucho con claridad las palabras de mi padre:–Aquí, en La Merced, somos una familia enorme–. También recuerdo las enseñanzas de mi maestra: –Aquí, en tiempos prehispánicos, era El Barrio de Teopan, uno de los cuatro Calpullis de La Gran Tenochtitlán, aquí se construyó el primer templo dedicado a Huitzilopochtli…Este fue lugar de trajineras, chinampas, tamemes, pochtecas… Afuera: El llanto de mi hija “Meche”, de mis nietos y amigos… Aquí pasé mi niñez, mi juventud; me casé, tuve hijos y nietos… Muchos se han marchado ya, pero aún permanecen vivos en mis recuerdos y en mi corazón, que de pronto, deja de latir... Aquí me quedaré……………………………......

Tenochtitlán, Septiembre del 2020

La Meche

tan cerca, tan lejos

Carlos Ledezma

Extraña la conexión que a veces nos une con lugares que no conocemos tan bien, pero que parecen tan nuestros. Por ahí de los 10, 11 años, mi papá me levantaba temprano los sábados. Desayunábamos sin prisa, eso si, mientras veíamos “Los súper campeones” o escuchábamos “Radio 13”. Caminábamos a la avenida y esperábamos el San Pancho, qué fortuna era agarrar asiento, abrir la ventana para que no me mareara su fabuloso floral y echarse un relax hasta el metro Zaragoza. De ahí a Candelaria, siempre el mismo bullicio, siempre de pie. Ya perdí la cuenta de las veces que he visto la Iglesia de La Candelaria de los Patos, las gorditas de chicharrón que me he comido ahí, o los centenares de sexoservidoras que habré visto recargadas en alguna pared. Nos íbamos al callejón de La Soledad a comprar piratería para el sonido y el negocio de mi papá, a San Pablo a comprar cosas para las bicis, al mercado Sonora a comprar bolsas, a “La Meche” a comprar dulces y, si había espacio, algo de fruta. Para mí, Corregidora siempre ha sido mas turística que Madero y es que cada quien habla de como le va en la feria, pero tampoco puede uno hablar de una feria que no conoce. Nunca me han asaltado en la zona, ni taloneado, ni tranzado, ni nada (y eso que le he jugado al chingón varias veces); yo lo explico fácilmente, el perro no se come al perro, el barrio no roba al barrio. Aunque no es una ley física, si aplica muchas veces y explica muchas cosas: soy el mismo en el barrio de la Unión, en la periferia marginal y exiliada de Ixtapaluca que allá, con el mismo paso al caminar y la misma pinta. Bien podría pasar por un vecino. Hace un par de años me aventuré a revivir un poco de la memoria de mi padre a través de la movida sonidera. Viejo cabrón, mi papá había ganado en el fútbol de barrio, había peleado mil batallas a golpes, palos y navajas, había tocado el güiro en un grupillo y también había sido sonidero. Bailaba ¿tango?, no, cumbia, mascaba chicle, pegaba duro, y pues no tenía viejas de a montón, pero sí le conocimos algunas canitas al aire. Personaje icónico del barrio, de todas las contradicciones inherentes a su masculinidad y a su tiempo, me acerqué, ya sin él,

a su legado -minúsculo- de sonidero. Decidí usar la forma primigenia del sound system: el formato análogo, y ya estoy por cumplir tres años en ese camino, lleno de satisfacciones. Pues resulta que logramos colarnos al 63 aniversario de los mercados de La Merced. Gran logro para un chamaco con tres años de experiencia, en un mundito donde las jerarquías pesan tanto. Esperamos y esperamos el permiso, que nunca llegó. Nos chingó la pandemia, sí, pero también la herencia de Miguel Ángel Mancera, que se especializó en criminalizar al barrio, en agarrar los discursos de cero tolerancia y mano dura para crear esa imagen de que si es pobre, debe ser, de menos, escondido, pa que los turistas no los vean, pa que no se note que ellos no hacen su trabajo, para que no se vea la marginación. Había policías desde un día antes, no teníamos el permiso y hubo la necesidad de cancelar. Sí se hicieron pequeños eventos, siempre bajo el recelo de la autoridad (que al menos este año si tuvieron un pretexto), con poco audio y poca gente, pero los grandes eventos simplemente no pudieron ser, otra vez. La graduación de su servidor como sonidero tendrá que esperar. El barrio tendrá que esperar al barrio. Pero siempre nos conectamos, siempre nos encontramos, estamos hechos del mismo maíz, curtidos por los mismos dolores. En el barrio de la Unión, y en el barrio de La Merced, Sarará de la Matancera nos hace mover igual los pies.

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5ª Convivencia Sonidera

Antonio Nieto Cuevas

Sonidero Marginal

Sonido Retro

El Ex Balneario Olímpico, ubicado en la colonia Agrícola Pantitlán, será sede de la gran convivencia sonidera el próximo 17 de marzo. En el marco del tradicional evento se realizaron una serie de actividades en la sede de Sonido Retro ubicadas sobre la calzada Ignacio Zaragoza a unos minutos del metro Guelatao en la unidad habitacional “2 de octubre” número 1715, colonia Ejército Constitucionalista, alcaldía de Iztapalapa. La unidad se encuentra ubicada en las antiguas instalaciones de una preparatoria y es producto de las luchas comunitarias por la vivienda durante la década de los noventa, en la planta baja de uno de sus edificios se presentan, desde el 28 de enero, las actividades previas a la Convivencia Sonidera como la exposición sonidera y una serie de actividades diarias que incluyen conversatorios, presentaciones sonideras y de clubs de baile, todas ellas transmitidas en línea por la página de Sonido Retro. El evento es una iniciativa coordinada por David Mendoza y resultado del trabajo en equipo y el apoyo de Sonido Jazmin, Joyce Musicolor, Producciones Pinocho y Pedro Olvera el Chivo. David Mendoza expresa que el proyecto busca rescatar a una generación de personas que se han dedicado al sonido y han sido fundadores del movimiento sonidero que es una fuente de trabajo, un movimiento social y un medio de difusión musical y cultural. En la exposición se presentan carteles de época, fotografías y objetos característicos de la cultura sonidera. Platicando con sonido Tacuba antes de su presentación nos dice que él empezó a poner música desde muy pequeño en las vecindades de Tacuba, actualmente a sus 71 años ya tiene una carrera de 50 años amenizando fiestas en barrios, colonias y vecindades donde los mexicanos desarrollamos el inusual estilo de bailar la cumbia de a brinquito, resultado en parte del aporte sonidero de bajar la velocidad a los diferentes géneros que se importaban al país como la

 Lizbeth Solís

Jazmín

Fotografía

cumbia o la guaracha, logrando así lo que el Chivo llama el “uno, dos y el tres” esa pauta musical que permite a los bailarines mexicanos bailar en su particular estilo. Aunque hay quienes todavía disputan la invención de la cumbia rebajada otorgando el merito al peñón de los baños o a Gabriel Dueñez en Monterrey, es en la Sultana del Norte, en barrios bravos como la Campana o la independencia, donde se ha llevado a algunos extremos generando un público y estilo de baile denominado cholombiano o chuntaro quienes en la rueda de la cumbia, vestigio de los mitotes chichimecas, realizan un baile lento y teatral con pasos como el del gavilán o la motoneta. No sólo surgen preguntas en torno a quién fue el primer sonidero sino también sobre quién comenzó a introducir los diversos géneros tropicales en el ambiente sonidero, si bien durante las primeras décadas del siglo pasado los ritmos cubanos predominaban como el danzón, la guaracha, el son (de la mano del negro Peregrino), el cha-cha-cha, la rumba y el mambo; es durante la década de 1940 que llega a México el colombiano Luis Carlos Meyer y comienza a interpretar la cumbia y el porro junto a los mexicanos Rafael de Paz y Tony Camargo, iniciando así lo que posteriormente se denominaría cumbia mexicana interpretada por Carmen Rivero, Chelo o el gran Mike Laure que utilizaba instrumentos del rock para tocar la cumbia. Tal vez los sonideros no fueron quienes introdujeron estos géneros en el país pero sí se dedicaron a viajar por América Latina para traer al país discos y ponerlos en sus presentaciones, el mérito lo atribuyen a Gregorio Ortega, sonido Jazmín, en ser el primero en viajar por discos a Colombia a quien sonideros como Fascinación o Arcoíris le compraban los discos, posteriormente seguirían el mismo camino otros como Sonorámico o la Timba, es a ellos a quienes sí podemos responsabilizar de la introducción en el país de géneros como la chicha, el huayno, la technocumbia, las gaitas o el san Juanito. Los sonideros logran que en tiempos de la hegemonía cultural estadounidense la cultura latinoamericana siga fluyendo de sur a norte, a contracorriente.

El dancing en méxico

A partir de los años veintes, en el México postrevolucionario, el baile se convierte en un estado de ánimo colectivo. La música se divulga mediante el cine, la radio (XEW, 1930), la televisión, rocolas y tocadiscos. Tanto en negocios, antros, salones, casas y vecindades la música servía para amenizar la convivencia y eventos

sociales, así los ritmos comienzan a integrarse: guaracha y danzón, son tropical y el bolero ranchero, el blues y el charleston, después de bailar el vals de la festejada seguían el mambo y el cha-cha-cha. El salón México inicia sus actividades en el año de 1920, ahí la nueva pequeña burguesía mexicana, la clase media urbana emergente y el proletariado urbano busca mediante el danzón y otros bailes salir del estado anterior mediante la diversión y el esparcimiento. Surgen sitios como el Club Verde, Waikiki, el siglo XX, el Tivolí, el Lirico, California Dancing Club o el Margo. Ya sea una boda, quince años o graduación las familias de los obreros, albañiles o burócratas deciden festejar alquilando un aparato de sonido, instalando toldos o abriendo cancha en el patio de la vecindad

En Santa Julia y la Guerrero se arreglaban los patios de las vecindades con todos los aditamentos posibles (…) que los adolescentes (también encargados del sonido) aprovechaban para iluminar (…), simulando los escenarios vivos que miraron de pasada en los escaparates de las tiendas y en sus primeras incursiones al Tívoli o al Follies”1

En cabarets y salones de baile de “mala nota” surgen los nuevos héroes del barrio, especialistas en determinados ritmos, quienes llegaron a profesionalizarse mediante el espectáculo como Tin Tán, Resortes, Calambres, etc. Alberto Dallal expresa que el dancing liberó mucho antes a las mujeres “aquella que se «atrevía», que entraba y le daba duro al baile, estaba ya del otro lado” y con los sonideros la comunidad gay también encontró un lugar para construir y expresar su identidad. Con la aparición de la televisión, en 1950, se consagran artistas como Pérez Prado; así el cabaret, el teatro frívolo y el teatro de revista son trasladados a los hogares de los sectores medios y es aquí donde continua la lucha de ritmos, blues contra danzón, swing contra el mambo y el jiterbug con el cha-cha-cha. Hombres y mujeres dejan atrás la imitación y comienzan a innovar en los actos dancísticos que les son afines, mientras las clases medias no aceptan la influencia de modalidades populares y se vuelve más receptiva a la música norteamericana las clases bajas realizan las formas más espontaneas de la danza cómo son las rumbas, zambas, congas, tangos, merengues, milongas, cha-cha-cha.

1. Alberto Dallal, El “dancing” mexicano, México, SEP, 1987.

Es éste el germen del fenómeno social y cultural denominado sonidero; comenta el escritor Pedro Sánchez que “inicia en las colonias y barrios populares de la ciudad de México en la década de 1940 (circa), con la renta de consolas para amenizar las fiestas de las clases menos favorecidas. Su objetivo era llevar música, diversión, baile y alegría a los patios de las vecindades.” Ernesto Rivera Barrón, creador del proyecto Cultura Sonidera, plantea que esta necesidad da como resultado el nacimiento de un nuevo oficio el de sonidero, “ este movimiento fue bautizado por los usuarios como «el tocadiscos de» (…). Ya para los cincuentas en la colonia Peñón de los Baños el tocadiscos de Don Pablo Perea León es bautizado por el propio don Pablo como «Sonido Arcoiris»”. Juan Ortiz mejor conocido como Okere Dj de Discos La Clave agrega que fue Sonido Rolas el primero en tener apodo y en influenciar a sonideros como La Changa sugiere también que Samuel Gómez, el duro de los discos tropicales de Tepito fue el primero en viajar a colombia por material discográfico. El promotor cultural y activista de derechos humanos, Jesús Cruzvillegas indica que lo sonidero es cultura

fundamentalmente porque pertenece a una realidad social y humana, a los barrios y a las personas que se sienten identificadas con el género musical y el modo de bailar. Hay todo un patrimonio sonidero: hay discos, una producción audiovisual, registros de bailes; la gente compra grabaciones de los bailes sonideros.2

De Iztapalapa para el mundo

Joyce es originaria de la colonia los Ángeles de Iztapala, empezó su carrera como sonidera hace diez años siendo locutora de un programa tropical en Ritmos Latinos Radio y, posteriormente, como asistente de sonido el Pato. Para ella, la primer sonidera fue la Socia de Tepito, actualmente forma parte del colectivo Mujeres vinileras y se presenta en diversos espacios de la Ciudad, además, imparte el taller Musicolor sobre el oficio de sonidero en el Centro Cultural de España en México, considera que el estilo de trabajar es diferente entre un hombre y una mujer, entre las mujeres sonideras están Ely Fania, Marisol Mendoza de Musas

Sonideras y Gatubela. Producciones Pinocho ha trabajado con casi todos los sonideros, también destacan personas como Cubaney por su gran colección de discos de vinil. David Mendoza señala que la convivencia sonidera se lleva a cabo desde hace cinco años y buscan de esta manera rescatar el gusto por la música, el baile, resalta que el sonidero es el vehículo para difundir en México la música de centro y Sudamérica y se ha transformado en un movimiento social que ha movilizado a generaciones.

Los organizadores se ha dedicado a restaurar un equipo de sonido al estilo antiguo y en las presentaciones en vivo se trabaja con tornamesas Garrard modificados para lograr que las revoluciones bajen su velocidad. Mucha de esta música se escucha en espacios de pobreza y marginalidad y parte del estilo del sonidero es mandar saludos generando así un vínculo social ya que los asistentes se comunican entre si y reconocen su presencia en el evento, así el sonidero pasó de ser un mero programador de música y se convirtió en una parte esencial de la fiesta. Así los sonideros se volvieron grandes empresas que poseen grandes recursos técnicos y equipo que transportan en tráileres y camionetas. Durante los años 90 comenzaron a viajar a Estados Unidos y los saludos que se enviaban llegaban a México mediante grabaciones en cassets de los eventos en vivo. Pedro Olvera tiene su sonido, Sensación tropical, durante muchos años trabajó en la disquera Peerles y junto con Víctor Nanni, seleccionaban temas para editarlos en el país o para ser interpretados por los grupos de cumbia mexicanos como el Grupo Emperador o grupos de estudio como Amazonas y los Aventureros de los Andes. El Chivo destaca la aportación de artistas como Aniceto Molina, Lucho Argain, Policarpo Calle a la cumbia mexicana algunos de ellos olvidados incluso por las mismas agrupaciones a las que tanto apoyaron como es el caso de Poncho Zamudio y los Ángeles azules. Fue en Radio Voz donde los sonideros pudieron entrar a la radio y recuerda el gran baile en el Cortijo donde se realizó un memorable maratón de sonidos. Entre las disqueras mexicanas destacan Latin Record, Toka, Aries, Gabal, Discos Dancing. La gran convivencia sonidera contó con la participación de grandes sonideros como Sonido La Changa, Dandy, Guepaje, Campos, Super Dengue, Condor, Pancho, Stereo Rumba y Batichica. Una actividad destacada es la entrega de premios a lo más destacado del ambiente con una reproducción del Tequendama de oro, clásico emblema de la música sonidera.

Dos crónicas de los bailes sonideros En el barrio de la Merced

Pedro Sánchez

Primera crónica: El 56 aniversario de los mercados de La Merced

Mis pasos me conducen a la avenida Anillo de Circunvalación. Como cada 24 de septiembre la imagen urbana del barrio de La Merced es intervenida con tráileres, decenas de estructuras metálicas, cientos de bafles y miles de bailadores. En este día las actividades comerciales y cotidianas se efectúan al ritmo de diversos géneros musicales. En la Nave Mayor los clientes recorren los pasillos adornados y reciben regalos, platos con alimentos, vasos con aguas frescas y dulces, y los comerciantes observan los globos, las flores y las veladoras de los altares, y escuchan con renovada devoción “Las Mañanitas”, mientras que en las calles aledañas se forman las corrientes humanas que desembocan en alguno de los numerosos bailes que festejan el 56 aniversario de los mercados de La Merced. En la calle Abraham Olvera, esquina con Rosario, se presentarán, por cortesía de Paquito Acevedo, los sonidos Pancho y Sonoramico. Apenas son las 12 del día y la marejada ha saturado la pista. Inicia el evento y la cabina del Sonido Pancho, como ya es costumbre, es un desmadre: además de los integrantes del sonido se encuentran los familiares, los amigos, los amigos de los amigos, los conocidos, los cuates de los conocidos, los colados y sus compas. La estructura que rodea la cabina se estremece cada que el público intenta poner sus saludos (algunos utilizan unas singulares cañas de pescar sonideras1) ante los ojos del locutor Jorge Romero.

1. La caña de pescar sonidera es fabricada con palos redondos de madera o plástico (que funcionan como la empuñadura, el mango y las guías) que se unen con cinta canela, cemento, pegamento o silicón. En un extremo se le añade un gancho de ropa (de madera o plástico), con pinzas (el anzuelo) en el que se cuelgan las hojas o las cartulinas en las que se escriben los saludos (el señuelo). La cartulina (o lona) con el saludo (escrito, frecuentemente, con faltas de ortografía y gramática) (escrito, casi siempre, con una letra ilegible) le pica los ojos al DJ, y arruina los peinados del locutor y el staff técnico. Y permanece flotando en la cabina hasta que el locutor (el pez) lo toma (muerde el anzuelo) y lo envía.

El Pancho sigue tocando y enviando y enviando saludos:

PARA TODA LA BANDA DE ECATEPEC PARA EL NIÑO QUE NACIO GRANDE Y LA ORGANIZACIÓN JOVENES 13

UMO EN LOS PULMONES MOTA EN LA CABESA.. SOMOS “WARNER… BRODERS’’ X NA NATURALEZA EL CHUKI.. EL MOUSTRO EL CHIKILIN Y EL BOFER

PARA LOS AMIGOS DE LA PAPELERIA BETOS IZTAPALAPA PARA JAVIER COL. GUERRERO Y SU NOVIA NANCY 100% PANCHO

NI DELA PRESA NI DE LA VILLA MANDAME UN SALUDO CON LA VOZ DE ARDILLA EL NEGRO EL GUEY CD, LOKA EL LOQUILLO – COLCHONES BANDA DE LA ESCONDIDA PANAMERICANA

El baile sigue su curso con la primera participación del Sonido Sonoramico… La cumbia, la cumbia va a empezar… Vamos a iniciar señoras y señoras. Como lo ha marcado siempre este sonido en diferentes lugares. Donde usted se pare. Donde usted vaya. Pues nada menos el sello, de la casa, de lo que es la casa de Discos Sonoramico. Las cumbias lindas y hermosas. Para saludar a la familia Reyes Martínez, Reyes Velázquez hasta Acatlán de Osorio Puebla. Hágale bonito Raúl López. La cumbia, la cumbia va a empezar… Hágale bonito Raúl López. La cumbia, la cumbia va a empezar… Mira qué lindo va a bailar el público. Con todo el respeto de punta a punta, porque este es un clásico de la familia Acevedo. Al cual le mando cordialmente un saludo, y con este lindo público este pinche negro feo se pone a trabajar. ¡¡¡¡¡HÁGALE BONITO RAÚL LÓPEZ Y ECHA PA’LANTE!!!!! La música es el alma de todos los pueblos. Un pueblo sin música es un pueblo sin alma. Vamos a bailar, ahí va, ahí va… Cómo dice… ¡Qué bonito Raúl López! ¡Qué bonito! Chulo el acordeón. Chulo el acordeón. Toca bonito

el acordeón Sonoramico. Manuel López. Manuel López… Los hijos de Changó están de fiesta. Cabiosile papá. Ashé. Mucho sabor. Mucho sabor. La generación de generación: la banda de San Bartolito… Óscar de la Casa Blaaancaaaaa… El sol se aleja y una fuerte lluvia lustra la pista de baile y los cuerpos de los asistentes. Es la segunda participación del Sonido Pancho. Y los saludos2 siguen flotando en el aire:

PARA LA COMBINACIÓN PERFECTA DE LA ZONA SUR… EN TLALPAN DISCO MOVIL MEXICO HNOS: MEDINA Y SONIDO DA VINCE CZPI D. J. 1000% LA MÁQUINA DE LA *SALSA* SONIDO PANCHO

ORG… SPERMIK XIKITA MARY GATOS DE LA 23

TOLUCA.. PRESENTE ACTIBOS KA-73. LA CONSTITUCIÓN. TOTOLTEPE . ESE MOSICK.

ORGANIZACION CHUPAFUERTES SAN FELIPE DEL PROGRESO EDO MEX MANCHAS GODINEZ CON PROSESADOR PARA BRALLAN. BALE

2.Enviar saludos se ha convertido en un arte. Sus practicantes más devotos invierten dinero para adquirir cartulinas, hojas de colores, plumones, pegamento, brillantina, foamy, impresiones, tijeras, lentejuelas, juegos de geometría y todos los materiales necesarios para construir una caña de pescar sonidera. También emplean una buena parte de su tiempo dibujando los logotipos e imagotipos y creando collages. De igual forma se esmeran para que los saludos se escuchen bien rimados y muy elegantes. Y unos pocos insertan albures, anuncios, declaraciones de amor (y odio), disculpas y comentarios bien vergas.

JHOVANI.. PICHOJOS. Y EL PEQUEÑO RAMSES LATINOS KIDS SIEMPRE HOY ENLA MERCED LA BANDA MALDITA BOLAS GUERO TLBM SANTA CRUZ TEPEXPAN

UNO, DOS Y TRES TUS SEGUIDORES CONTIGO UNA Y OTRA VEZ PARA: MIGUEL VEGA, MATEO EL FAMOSO CHACAL, EL CARLITO, ESE CHUCHITO Y CHICAS YESTERDEY DESDE HUAMANTLITA LA VELLA PANCHEROS DE CORAZA

De pronto un malentendido (¿un error de planeación?): el Pancho interrumpe el set de Sonoramico. (La versión oficial señala que Raúl López había extendido su participación. La versión no oficial señala que hubo mala leche de ambos sonideros.) El Pancho se escucha más quedito. El Sonoramico se escucha más fuerte (y distorsionado) y su música y sus spots y las palabras y la soberbia de su locutor recorren el barrio de La Merced… Señoras y señores. Bonita la bronca. ¿Verdad? Este buey se me acaba de salvar, eh… Se me acaba de salvar. Dice: “Se necesita pasión para ser sonidero Un chingo de admiración. Hermanos Dinamita”. Un saludo a la gente de lo que es el… Saludo para… la asociación… Pancho vuelve a interrumpir al Sonoramico: Y bueno pues jóvenes ya estamos de regreso. Claro que sí. Hoy por parte y conducto de Sonido Pancho… Y bueno pues vamos a darle música porque esto se trata de que la gente baile y goce… Sonoramico programa (una y otra y otra vez) el inicio de la canción “El Alma De Todos Los Pueblos”, de Tata Guerra y sus Matanceros: La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el

alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos. La música es el alma de todos los pueblos… Un imbécil piensa que es buena idea aventar un envase de caguama. En un instante las cosas se salen de control. Lo hace y la acción se multiplica. Y todo se va a la chingada. En la cabina del Pancho hay incertidumbre mientras que en la del Sonoramico risas y caras de preocupación. Las botellas surcan el aire y provocan un estruendo cuando se estrellan en el suelo húmedo. El intercambio de botellas dura varios minutos hasta que el locutor del Pancho comienza a hablar: Hey, hey. Ya toda la gente ya tranquila por favor. Por favor. Tranquila ya por favor señores… Hay familias completas aquí. Por favor agarren la onda… Gracias. Gracias. La verdad. Gracias por su apoyo. Esto no se trata de que se peleen… De esto no se trata. Nosotros venimos a chambear… Al contrario, a que ustedes se diviertan. Así es que por favor. A la gente de este lado no se peleen. Por favor no avienten botellas. Por favor si son tan amables. Hay niños aquí. Por favor. Hay niños aquí. Por favor señores. Tranquilos por favor por favor. Seguimos, pero si se calman. Por favor. Si se calman, pero si se calman. Por favor. Sino no podemos seguir… Tranquilos por favor señores… Aquí atrás de la cabina. Por favor están tranquilos. Tranquilos. Tranquilos… Vamos a bailar jóvenes. En esta ocasión. Claro que sí… Vamos rapidísimo con un tema aquí en esta ocasión… Ya tranquilos, pónganse a bailar jóvenes, aquí en el barrio de la Merced. Vámonos con música… Los seguidores de La Máquina de la Salsa se congregan y gritan: ¡Pancho! ¡Pancho! ¡Pancho! ¡Pancho! ¡Pancho! Comienza a sonar el tema “Si Pudiera”, de la Cosa Nostra, el público sale de sus escondites. Unos empiezan a bailar. Otros sonríen. Unos se queda quietos. Otros comenzamos a caminar sobre el suelo lleno de cristales. Mis pasos me regresan a la avenida Anillo de Circunvalación. La avenida ha sido cerrada al tránsito vehicular y el arroyo vial se ha transformado en un gigantesco salón de eventos. Desecho la idea de ir a ver al

Súper Dengue y pasó un rato al evento estelarizado por los sonidos Félix y Estrellas de Colombia. Al llegar al baile me refugio en la cabina del Sonido Félix, y desde ahí observo a una pareja que baila bajo el aguacero y platico un rato con don Trinidad López Castro y su hijo. Cuando deja de llover me retiro del baile. El camino a la estación Fray Servando es siniestro (aunque lo más seguro es que la guerra de botellas me haya dejado muy asustado). Los negocios han cerrado sus cortinas y hay varias personas tiradas en el suelo. Unos jóvenes se acercan a pedirme una moneda para poder regresar a su casa (fueron asaltados). Unos ñeros intentan talonearme (sin éxito, pues, no traigo más que un boleto del Metro) mientras que una señora le jala los cabellos y le entierra las uñas a un hombre (que parece ser su esposo). Cerca de la avenida Congreso de la Unión los paramédicos de una ambulancia atienden a dos hombres. Uno que fue apuñalado en un brazo. Otro que quedó inconsciente porque lo chinearon (la especialidad de los rateros que le dan mala reputación al barrio de La Meche). Ingreso al Metro y me recargo en una de las paredes. A lo lejos se ve el gusano naranja que me llevará a mi hogar. En un instante el gusano desaparece y su lugar es ocupado por cinco cabrones que golpean a un adolescente. El infortunado no puede defenderse y ya perdido un tenis. Los pasajeros, los guardianes del orden y sus amigos contemplamos la escena a la que se incorpora una jovencita delgada y de baja estatura. La jovencita intenta defender al agredido con una botella de plástico. La botella golpea la cabeza de uno de los agresores que mira con odio a la delgada jovencita y le grita: “sigue mamando y vas tú hija de tu puta madre”. La gente sigue el ejemplo de la muchachita y les grita a los agresores: “ya estuvo culeros”, “muy vergas mi’jo, déjese venir”, “uno por uno mierdas”. Una anciana les avienta una naranja y los usuarios que están en el andén que va hacia Santa Anita les arrojan monedas y una botella de cristal. Los agresores se desconciertan y dejan a su victima. Llega el tren, lo abordo y observó al adolescente golpeado. Mientras pienso que la teoría del carnaval de Mijail Bajtin (la coronación, el destronamiento y la paliza final) se ha cumplido cabalmente en el 56 aniversario de la Merced, la jovencita se quita su suéter y le limpia la sangre del rostro a su amigo. ¡Ya ves! ¿Para esto querías venir al pinche baile? Ni bailaste. Sólo viniste de baboso y a que te rompieran el hocico. Y ustedes pinches putos. Valen para pura madre. Si no lo iban a defender mejor se hubieran ido a chingar a su madre. Tomé la parte de la mentada que me correspondía y cerré los ojos. Septiembre 25, 2013

Adenda 2018

El jueves 18 de enero de 2018 Producciones Pegasso posteó en su canal de YouTube el video “***EL ANECDOTARIO CON SONORAMICO, LA CHANGA Y BERRACO***”.3 El archivo contiene una entrevista de 21 minutos y 34 segundos de duración. En los primeros segundos Ramón Rojo y Jorge Romero le narran al locutor-entrevistador Martín González una singular anécdota que vivieron, junto con la esposa de Ramón, en los EE. UU. En el minuto 2 con 45 segundos la imagen se desvanece y cuando vuelve a materializarse Raúl López se encuentra sentado a la derecha de Ramón Rojo (de izquierda a derecha: López, Rojo, Romero y González). El locutor, un tanto a trompicones, evoca el conflicto de la Merced, y Raúl López toma la palabra y describe lo acontecido en el siguiente baile de Sonoramico y Pancho. El evento se realizó en la colonia Pensil el lunes 28 de octubre de 2013, y durante el baile, sonorizado por Sonoramico, Jorge se encuentra achicopalado y por esa razón Raúl lo abraza y le dice: “vente, ya olvídate de lo demás, ¿no?, vamos a echarle, ¿no?, ya lo pasado, pasado”. Y toma el micrófono y le dice al público de la Pensil “señores así y asa y una disculpa y esto”. A lo que alguien dice: “hijos de su madre, nosotros rompiéndonos la madre, y hay ustedes ya buscándose el quinto”. Jorge agrega: “exactamente como lo cuenta Raúl, así empieza gritar la gente, y al final ya sabes que la banda es cábula: ‘beso-beso’”. Y continúa: “es un gesto que la verdad así como lo cuenta Raúl exactamente así fue […] tenía prácticamente un mes que había pasado eso, y no habíamos coincidido tocar juntos, y así pasó [Raúl dijo] ‘mira, ya eso pasó buey, vamos dejarlo atrás, y vamos a echarle’, y obviamente él se atrevió entre la gente a decir: ‘sabes qué la onda está así y así’, y la gente pues afortunadamente reaccionó al momento, a lo mejor todos cotorreando, porque así fue, y venos hasta la fecha, pues en donde nos encontramos siempre ahí andamos. El locutor señala: “fíjate que este tema lo platicamos con madurez. ¿No? Porque ustedes son personas públicas, nos exponemos a todo. Como bien dices mucho fue criticado ese evento que ese fue el motivo porque se cancelaran los bailes. Tú vas a escuchar mil versiones. ¿No? Pero la realidad la está aquí. ¿No? Los vemos juntos, los vemos amigos…

3. Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=Zyrf0XEjSmM>. [Acceso 5 de febrero de 2018].

Segunda crónica: La cancelación de los bailes sonideros de La Merced

Desde el siglo XVII –tal vez un poco antes– los bailes populares eran vistos con malos ojos por la gente acomodada, las autoridades y el clero. La apropiación temporal de las calles de los pueblos y los barrios originarios estaba prohibida en las leyes y bandos municipales de la época. Por ello, en más de una ocasión los organizadores, festejados y gorrones eran remitidos a las autoridades competentes para ser sancionados. Algunas actas de ese siglo –y posteriores– señalan que los festejos y los bailes de los pelados fomentan las malas costumbres, la degeneración de la sacrosanta sociedad, la promiscuidad, el ocio, el crimen y el alcoholismo. Con el paso de los años la religión se integra a las fiestas de las clases menos favorecidas. Lo anterior tiene diversas consecuencias:

1) Le transfiere el control, la calendarización y el cobro de los festejos a los representantes de la Iglesia; 2) Se otorga y reconoce el derecho a la diversión de las clases bajas; 3) Se integran, aunque de forma efímera, las clases sociales en algunos festejos (al grado de que las señoras de guantes blancos y pelucas empolvadas son vistas bailando con los indios calzonudos de pies descalzos y manos ásperas).

En los capítulos XIII y XIV del primer libro de El Periquillo Sarniento4 se mencionan las principales consideraciones que se deben tener presentes a la hora de organizar un baile: invitar a mujeres honestas, de preferencia casadas; ahuyentar a los jóvenes libertinos; evitar los licores espirituosos; obsequiar a los concurrentes con soletas y nieve de leche, limón y tamarindo; que terminen antes de las doce de la noche. Y los aspectos negativos del jolgorio: el gasto de dinero, las incomodidades, los robos, las habladurías, el escándalo, las lúbricas desenvolturas. La

4. José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, prólogo Jefferson Rea Spell, México, Porrúa (Sepan cuantos… núm. 1), 2016.

novela5 de Fernández de Lizardi tiene diversas interpretaciones (señalo sólo algunas): como novela refleja las costumbres de la época; como crónica nos cuenta la vida cotidiana de esos años (tan lejanos como empolvados); como autobiografía narra la odisea picaresca de su personaje principal: Pedro (Periquillo) Sarmiento (Sarniento), y como lección moral muestra la consecuencia de los excesos de los seres humanos.

En la década de 1950, durante el periodo de bonanza económica del milagro mexicano, regresan los programas urbanísticos que tienen como principal objetivo el saneamiento y ordenación de las colonias que rodean el Zócalo. En uno de estos programas queda integrado el polígono en el que se asienta el barrio de la Merced, el más antiguo de la ciudad. El comercio, formal e informal, de productos perecederos en la zona había crecido de forma considerable, desordenada y con escaza higiene, por esa causa se construyen los mercados (que sustituyen al que se emplazaba en la calle de Manzanares, en donde actualmente se encuentra la Plaza Alonso García Bravo, y que fueron diseñados por el arquitecto Enrique del Moral) que llevan el nombre del barrio y que fueron inaugurados el lunes 23 de septiembre de 1957. Lo anterior fue un acontecimiento sin precedentes para los comerciantes, y por esa razón un año más tarde los locatarios deciden realizar una fiesta para conmemorar la apertura de los mercados, a la virgen de las Mercedes, al barrio y a sus clientes y proveedores.66 Las primeras fiestas se realizan en los pasillos de los mercados, en las bodegas y en los patios de algunas casas y vecindades del barrio. Esos días se recuerdan como “muy bonitos”, y durante las horas del festejo los locatarios y sus familiares, sus compadres, sus clientes, la gente del barrio y de los barrios vecinos, se divertían de lo lindo y comían pollo con mole, arroz, frijoles, ejotes con huevo, tacos de tripa, huevo en salsa roja, tortitas de huauzontle, hígados encebollados, quesadillas de sesos, carnitas, y bebían aguas de sabor, cervezas, pulque y otros licores. Los primeros músicos que alegraron las fiestas fueron los norteños, los

5. Publicada en 1816, y considerada por Sergio Pitol como “la primera novela mexicana”. Al respecto véase El tercer personaje, México, Era, 2013, pp. 45-63. 6. Un festejo similar se efectuó el miércoles 13 de septiembre de 1950 en las instalaciones del mercado de dulces Merced Ampudia.

jarochos, los mariachis, las marimbas y unos que otro locatario con su guitarra, y como en los bailes de los siglos XVII, XVIII y XIX los abrazos, los brindis y las risas derivaban (ya subidos los alcoholes) en gritos, sombrerazos y cuchillazos. En la década de 1970 los pasillos de los mercados resultaron insuficientes para albergar al tradicional festejo y a sus invitados, y por esa causa los locatarios deciden sacar la fiesta a la calle (ya sea con el permiso –o con una “mordida” a– de las autoridades). Las marimbas y los mariachis siguen amenizando los eventos, pero de manera gradual son desplazados por las orquestas de música tropical y los cantantes de moda, y a mediados de la década hacen su aparición los equipos de sonido. Los primeros bailes sonideros suceden dentro del mercado. Entre huacales, frutas, verduras, carnes, mariscos, quesos, embutidos y artículos varios se instalaba el equipo, y los bailadores desplegaban sus rutinas en los angostos y resbalosos pasillos. Casi a finales de la década se suscita un zafarrancho que culmina en una guerra de cebollas, papas, jitomates, calabazas, chiles, pepinos, elotes, manzanas y naranjas. El pleito y el festejo se terminan cuando alguien corta el suministro de energía eléctrica. El público abandona el mercado y sale a bailar con el Sonido Caracas, que se encontraba tocando en el puesto de periódicos del señor Juanito. Víctor Pérez, en una entrevista con el Chiva Mayor, recuerda que ese singular evento permite la consolidación del Caracas y la transformación, por petición del propietario del Sonido Caracas Internacional, de su nombre que desde entonces es Amistad Caracas.77 En las décadas de 1980 y 1990 se presenta un crecimiento de la zona comercial y muchos de los nuevos locatarios se suman a un doble festejo: el tradicional que se realiza dentro de los mercados y el sonidero que se despliega en las calles aledañas. La división es la principal causa de que algunas personas crean –confundan o malinterpreten– que los bailes sonideros son la verdadera tradición de los festejos de los días 23 y 24 de septiembre (se dice que el 23 se festeja al mercado y a los comerciantes, y el 24 a la virgen, y también que es un solo festejo que dura dos días). Los bailes sonideros de La Merced se consolidaron de forma underground, como lo han hecho otros movimientos (contra)culturales, y no existe una cifra exacta (anual o histórica) del número de asistentes, ni de los sonidos que partici-

7. Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=z2E5laRLNk4>. [Acceso 20 de septiembre de 2015].

pan, ni de los puestos que venden objetos sonideros, ni de los puestos de cerveza, ni de delitos que se registran. En el nuevo milenio los bailes sonideros de los mercados del barrio de La Merced son los más importantes del país, y congregan a bailadores, borrachos, candidatos a sonideros, coleccionistas, clubes de baile, dealers, documentalistas, drogadictos, fans, mirones, músicos, periodistas, estudiosos, fotógrafos, rateros, vendedores… Los expertos en la materia afirman que la gran mayoría de los sonidos (pequeños, medianos, grandes, gigantes) (nuevos, consolidados, emergentes, eventuales) y los clubes de baile han asistido (a tocar y bailar) en alguna ocasión a los tíbiris de La Meche.

En el mes de marzo de 2014 se realizó un diagnóstico para el rescate del barrio de La Merced. Las conclusiones de la investigación, el saldo negativo del baile del 2013 (asaltos, balaceados, fileteados, guerra de envases de caguama, venta de bebidas alcohólicas, drogas y estupefacientes), y las quejas de los vecinos (basura, robos, ruido, daños en sus propiedades) fueron las razones que las autoridades (particularmente los jefes de las delegaciones Cuauhtémoc y Venustiano Carranza) necesitaban para cancelar los bailes sonideros del año 2014 (aunque los festejos tradicionales del mercado y locales aledaños sí se permitieron).8 Ante la cancelación de los bailes sonideros varias personas (bailadoras, estoicas y entusiastas) organizan verbenas sonideras (también llamadas bailes de resistencia, bailes por la tradición, bailes para el barrio) el miércoles 24 de septiembre.9 En las verbenas los equipos de sonido (que se trasladaron previamente) se instalan en las azoteas de los edificios y los bailadores presumen los mejores

8. Otra razón fue la balacera que se registró en uno de los bailes del 55 aniversario de los mercados del barrio de Tepito. El percance sucedió afuera de la Casa Blanca (en la entrada de Jarciería esquina con Panaderos) la tarde del domingo 14 de octubre del 2012 en el evento que fue ambientado por los sonidos: Salsabor, Sin Nombre, Taurus, Wawanco, Alucinación, La Habana, Galé, Arcoíris, Fanfarrón, Son Clave de Oro, San Francisco (El Fugas), Rolly Mix, Pancho y Siboney. El saldo dos muertos, 16 heridos y la cancelación (a través de un fuerte operativo policíaco en la avenida del Trabajo) de los bailes del 56 aniversario. 9. La primera verbena sonidera se realizó en el camellón de la avenida del Trabajo (en la frontera de la colonia Morelos y el barrio de Tepito) el lunes 14 de octubre de 2013 como una respuesta al operativo policíaco referido en la nota anterior.

pasos de su repertorio en las calles. La policía llega, los observa y se retira. En las verbenas la gente baila, se divierte, se echa sus tragos, se fuma sus cigarros, y no se registran actos de violencia. Sin lugar a dudas los festejos tradicionales de los mercados de La Merced nos regalan bonitas estampas (el arreglo de los altares, el paseo de las estatuas de la virgen por las calles del barrio, la interpretación de “Las Mañanitas”, los obsequios a los clientes, las comidas, las bebidas), y es evidente que seguirán realizándose (con la anuencia y presencia de las autoridades). Por esa razón queda en las manos de los organizadores, los asistentes y los propietarios de los equipos que los bailes sonideros regresen a complementarlos –y que se vuelvan una tradición.

Septiembre 23, 2015

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Fotografías de Pedro Sánchez

Fernando López Enríquez Súper Muñeco

Linografía

Súper Muñeco

Una vida de Lucha… Libre

María Oventic

“Nunca olvidé el barrio… esa raíz, esa gente de lucha y a esos comerciantes que se levantan con las ganas de salir adelante”.

Hebert Palafox nació el 10 de abril de 1962 en el Hospital Juárez de la Ciudad de México. Hijo de Alejandro Palafox y de Guadalupe García y, por qué no decirlo, del barrio que lo vio crecer, La Merced: “el barrio de la lucha, del sudor y de las lágrimas”. Heredero del comercio popular y de la Lucha Libre, actividades que definirían la vida y la carrera profesional de Super Muñeco, el luchador que llegó para quedarse en la memoria de los niños y de los no tan niños, como uno de los personajes más reconocidos y queridos en el mundo de la Lucha Libre y de la fantasía. Super Muñeco creció, como él le llama, en un “habitat” comercial y de gente trabajadora. Recuerda que su abuela Virginia, originaria de Puebla, tenía un puesto en la esquina de la parroquia de Santo Tomás La Palma en donde vendía cazuelas y ollas de barro. En este lugar también trabajaron sus padres y ahí aprendió, desde que era un niño, a defenderse y a abrirse paso en el barrio de La Merced. Con tan sólo diez años de edad le ayudaba a su mamá a vender chamarras, esta experiencia le hizo conocer las satisfacciones de ser comerciante, pero también las dificuldates, pues “a veces vendes, a veces no vendes, hay gente que a veces no se persigna”, pero se tiene que buscar el alimento para la familia. Además, en aquella época los comerciantes que trabajaban en la calle tenían que cuidarse de las camionetas que pasaban para quitarles las mercancias, motivo por el cual siempre tenían que estar al pendiente para guardar todo y correr; una situación que aún resulta familiar en las calles de la Ciudad. En una ocasión, cuando su mamá no estaba en el puesto, él comenzó a escuchar que todo el mundo gritaba: –¡La camioneta!, ¡La camioneta!–, entre el susto, la deseperación y el no saber qué hacer en ese momento, lo único que se le ocu-

rrió fue avalanzarse sobre las chamarras para que no se las llevaran y, de repente, sintió que una persona le jaló el cabello y se lo llevó arrastrando de los tobillos, dejándole dolor e impotencia, pero reconoce que aquel mal momento lo marcaría para convertirlo en “un triunfador” porque, como vendedor ambulante, la vida te va enseñando a defenderte y “te vas haciendo el fuerte con el tiempo”, lo importante es no dejar de soñar. Años más tarde, en ese mismo lugar cercano a La Palma, vendería playeras de “Cepillín”, las cuales salían “como pan caliente: ¡Playeras para niño 2 x 25!” y, para el día de Reyes, capas con máscaras de personajes de la Lucha, como: El Tinieblas, El Solitario, Anibal, El Santo y Blue Demon; quién iba a pensar que años más tarde su propia máscara sería la sensación de una generación de niños que creció con él y de generaciones recientes que han aprendido a distinguir esa íconica máscara que él mismo creó. Después de estar muchos años cerca de la iglesia de Santo Tomás La Palma se cambiaron a la explanada del mercado de La Merced, donde está el metro Merced. En ese momento no había nada, a diferencia de ahora que está lleno de comerciantes, y “ahí había un templete y llegaban los artistas y cantaban cada domingo. Cada domingo se hacía un festival grandísimo”. También, esta explanada era ocupada para vender cohetes para el 15 de septiembre y recuerda que, en una ocasión, una persona dejó caer un cigarro, lo que provocó un gran incendio. Vaya que el paisaje ha cambiado: Circunvalación ya no es lo que era antes, dejaron de pasar los chimecos y quitaron el camellón en donde vendían juguetes para el día de Reyes; desapareció el Taconazo Popis y el cine Sonora; pero de este barrio que ha cambiado tanto, Super Muñeco aún conserva a un amigo de la infancia, Marco Antonio Mundo, “Ricky Boy”, quien también fuera luchador y ahora se dedica al comercio. La Lucha Libre dejó de ser sólo un entretenimiento infantil que lo hacía hojear revistas de luchadores, para convertirse en su trabajo, su vida y su más grande pasión. De la mano de su padre Alejandro Palafox -reconocido en el mundo de la lucha como El Sanguinario- conoció el gimnasio Providencia, ubicado detrás mercado Mixcalco, lugar emblemático que sería cuna de grandes luchadores como: El Pirata Morgan, El Huracán Ramírez, El Matemático, Ray Menoza, Los Villanos, Los destructores y de Super Muñeco. Súper Muñeco comenzó a luchar con tan sólo 14 años de edad, pero cuando su padre se enteró, le dio una “cueriza”, porque sabía que los golpes y

fracturas no serían fáciles. Esto ocasionó que se retirara por cuatro años, pero la desición ya estaba tomada y cuando regresó, lo hizo para debutar en la lucha de la fantasía ¡sí, a lo grande! Para luchar a raz de lona y del lado de los técnicos. El 20 de noviembre de 1983 debutó en la lucha profesional en la carpa Pavillón Azteca que se encontraba enfrente del Estadio Azteca y en donde se grababan las luchas para transmitirse por televisión. El sueño se convirtió en realidad, la arena y el cuadrilatero lo esperaban desde siempre porque “si tu sueñas, tu sueño se va a hacer realidad, pero debe de ser con preparación, con fuerza de corazón y con anhelo de ser”. La máscara de Super Muñeco se inspiró en Cepillín y en el payaso tramp (vagabundo) de Estados Unidos, pero el diseño es propio: las estrellas representan los sueños, la naríz roja el amor, lo blanco la pureza de los niños y lo negro las derrotas de la vida. Con esta máscara, Super Muñeco abrió el camino para otros personajes infantiles y se convirtió en la favorita de los niños. Con gran orgullo puede decir: –“¡Arriba La Merced!”–, lo logró, cumplió su sueño de ser luchador y no se le olvida que viene desde abajo, de este barrio que le dio todas las oportunidades que ha tenido.

Sensacional de luchas, Año III, No. 133, Mayo 20 de 1988 Super Muñeco. El triunfador suicida

Galería

t María Elena Morales Zea Ilustración digital

Rafael Doníz

La fotografía de Rafael Doniz es cercana a la perfección. Al mirar desde su lente, nos descubre el mundo que nos ha tocado. Doniz nació en la Ciudad de México en 1948. Ingresó a la fotografía como ayudante y discípulo de Manuel Álvarez Bravo de 1973 a 1976. Durante casi cuatro décadas, su trayectoria se ha estructurado en diversas series fotográficas, profundas en el sentido de referencia, y algunas extensas en el tiempo: El movimiento popular de Juchitán; los campesinos devotos de Casa Santa; la ya lejana incursión en el mundo de los Nayari-Cora; la serie de los trabajadores y empleados de Jornadas y oficios; sus experimentaciones en Simbología de la forma; además el incesante recorrido por el territorio del país obsesionado con el paisaje y por el fantástico mundo de la vegetación y los insectos. Con frecuencia, ante sus fotografías, uno tiene la sensación de presenciar el nacimiento de la observación.

Su obra se ha expuesto en las principales ciudades de América y Europa donde también se ha publicado su trabajo en libros y revistas. Sus fotografías se encuentra en distintas colecciones, entre las que, destacan las del California Museum of Photography en Riverside, Casa de las Américas de La Habana, Fundación Margolis y el Center for Crative Photography de Tucson, Colección Fotográfica de la Fundación Televisa, Galería López Quiroga y Museo Rufino Tamayo en la Ciudad de México, Mexican Fine Arts Center Museum de Chicago y Photographs Do Not Bend Gallery de Dallas.

Víctor Muñoz

p Rafael Doníz

Lo agarraron de puerquito,

Afuera del Mercado de La Merced, Ciudad de México, 1975

p Rafael Doníz

Cargador en el mercado de la Merced

 Rafael Doníz

Los antiguos Reyes

Barrio de La Merced, 1973

t Xuwá Ángel q Xuwá Ángel

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Antonio Nieto Cuevas Mercado Sonora, 2020

Antonio Nieto Cuevas Metro Merced, 2009

Marco Antonio Mejía Cortez

Raúl Eduardo Salcedo

Raúl Eduardo Salcedo nació, creció y se forjó entre los puestos, las calles y con personas del barrio y de los mercados de La Merced. Con su lente nos transporta a las entrañas de uno los barrios más representativos, importantes y grandes de América Latina. Lo hace de una manera sutil, contundente y desde dentro alza la mirada para mostrarnos un instante de la vida cotidiana de las personas que día a día crean y recrean “La Meche”. En la calle de Carretones 120, probablemente estén sus primeros recuerdos, ahí creció y aún mantiene en la memoria la nostalgia de aquellos juegos junto a su abuelo, quien tenía puestos de jitomates y aguacates en la Nave Mayor del mercado de La Merced. Estos primeros momentos han marcado la visión del autor para tomar fotografías que van acompañadas de historias de vida. En la fotografía callejera ha encontrado la oportunidad para “inmortalizar la expresión de la gente que ha sido olvidada: diableros, personajes callejeros y chalanes que trabajan para llevar el sustento a su casa”, personas que pocas veces nos detenemos a mirar en medio del trajín y del bullicio comercial; lo hace porque para él su vida y su cultura es el barrio y los mercado de “La Meche”. En esta galería no sólo encontramos fotografías aisladas, sino cuadros de la vida cotidiana que nos dejan ver parte del hogar y del barrio por donde, desde hace muchos años, ha caminado Raúl Eduardo. Entre los pasillos, las cajas, los puestos, la basura y las personas, las fotografías del autor nos muestran esa intimidad tan poco vista de los comerciantes, cargadores, feligreses y transeúntes que inventan día a día La Merced. El instante captado nos permite observar las emociones de gente trabajadora, digna y con ganas de dar lo mejor, a pesar de que el barrio cargue una mácula histórica de marginalidad. Sean bienvenidos a esta mirada fotográfica, a este pequeño espacio que nos permite percibir los olores de las verduras, las flores, los dulces, las carnes y las comidas; los colores de los puestos, de las festividades y de las personas; el sentir del trabajo duro, rutinario y honesto de cientos de personas que se enmarcan en la memoria y vida de Raúl Eduardo. Esta serie fotogáfica pretende rendir un homenaje y brindar una pequeña ofrenda, no sólo al barrio y a los mercados de La Merced, sino a los cientos de miles de personas trabajadoras que día a día la habitan, la crean y la construyen.

Xuwá Ángel

Le apasiona bordar historias de personas, barrios, comunidades y pueblos a partir de pedacitos de voces, experiencias y sentimientos. Su oficio le ha permitido colaborar en diversos proyectos culturales y comunitarios en distintas latitudes del país donde se ha dedicado hilvanar relatos en fotos, textos y videos que han tenido la finalidad reforzar los tejidos sociales dentro de las localidades y tender un puente entre los saberes populares y los conocimientos académicos. Es Licenciado en Historia y Maestro en Estudios Antropológicos en Sociedades Contemporáneas por la Universidad Autónoma de Querétaro.

María Oventic

María Nieto-María Oventic es Licenciada en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y Maestra en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto Mora. Hiladora de historias, oidora de recuerdos y memorias, caminante de la selva de asfalto.

Mi padre fue velador en la Merced, un hombre inmigrante de provincia a la ciudad, aprendió a reparar zapatos en Tepito, y durante nuestra niñez lo acompañabamos a la Merced, soliamos sacar los clavos de los huacales para usarlos en su taller de zapatos, mi madre nos acompañaba, ella también mujer migrante. De niño me sorprendia la cantidad de ruido visual y auditivo que había en la ciudad, comparado con el páramo desértico en el que nos encontrabamos en la periferia, donde mis padres decidieron iniciar nuestro hogar. Desde muy pequeño me fascina la gráfica popular, las historietas, la música del barrio; las maneras de vestir, de hablar, de bailar, de comer... de existir que poseemos las diversas personas que habitamos la ciudad y sus periferias. Me resultan sumamente atractivos los rostros de las personas, sus maneras de vestir, sus identidades particulares que traen cargando al llegar a la metropoli y se van transformando con su deriva generacional. En estas obras más que plasmar a la merced me gustaría reflejar esa identidad popular submetropolitana que vamos creando como un collage de rasgos culturales y retazos identitarios que nos hacen ser lo que somos: barrocos, coloridos, abigarrados, surrealistas e imaginativos.

Texto y collage

Antonio Nieto Cuevas-Marginal

Antonio Nieto Cuevas-Marginal

Yo soy de la Merced, 2020 Collage digital

Claudia Trejo

Cempasúchil, 2020 Acuarela sobre papel 23x 34 cm

Claudia Trejo

Dulce, 2020 Acrílico sobre papel 23x 30 cm

Claudia Trejo

Rosa Mística, 2020 Acrílico sobre papel, 30x23 cm

Fito Valencia(Pop Nasty)

La lucha sigue, 2020 Linóleo sobre papel,

elatos y retrato del barrio de la erced

entre puestos, oficios y fiestas

Se terminó de imprimir en noviembre de 2020 en los talleres de Fotomecánica digital Yépez, Emilio Carranza No. 140-b, Col. San Andrés Tetepilco, Iztapalapa, Ciudad de México

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