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Los brillos de la Rosa Mística

María Liliana Arellanos Amares

Las extraordinarias y mágicas historias en torno a las personas que suelen acudir al Mercado de Sonora en La Merced, sorprenden por su valor en la fe y una religiosidad alimentada por un conjunto de elementos y materiales esotéricos, ofrecidos en medio del bullicio: los sahumerios, la infinidad de velas coloridas y los inciensos que abonan hacia una atmósfera mística y misteriosa. El relato que presento ahora, narra el proceso que transforma una vida de creencia que va de la incredulidad y el temor, hacia la fe y la esperanza. Comienzo entonces... A doña Luz Cuautle, una amiga del pueblo de Atlixco, le dijo un día: —¡Comadre! Te estoy viendo en la mejilla una luz brillosa de escarcha, esa es la señal de la Rosa Mística, debes comprar tu velita y pedirle si tienes un apuro de enfermedad. Es milagrosa, si le pones su velita y sus flores, te cuida y protege. No a cualquiera se le aparecen las lucecitas, los brillos…Y yo te los estoy viendo, orita mismo en tus cachetes. Doña Luz, quien vive cerca de La Merced, ahí por la calle de Zoquipa, le quedó la duda y la incredulidad. Por eso se preguntaba: —¿Cómo va a ser posible que me vean brillos en el cachete?—. Por más que se miraba al espejo, no se los veía, aunque su comadre insistía en que los tenía. Un día con las dudas y los temores a cuestas, se fue caminando rumbo al mercado de Sonora a buscar la dichosa veladora de la virgencita. De todo el complejo de La Merced, era el lugar que más temores le provocaba, no sólo por los rateros que pululan, eso era lo de menos, sino por la cantidad de “brujerías” que dicen que ahí hay. —Mire usted— me platica—. Yo nunca había ido a pararme en ese lugar ¡Imagínese! Venden “Santísimas muertes” que la miran por donde usté pase: grandes, chiquitas, unas bien vestidas y enormes, como personas. Dicen que si

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usté no la cuida, no le pone su velita y lo que pide, le empieza a hacer la maldá. ¡Ay, madre purísima!, ¡Virgen del Señor! —decía yo— ¡Protégeme! Y que no se me pegue algún mal en este pasillo tan raro. Vi que la marchanta tenía unas pócimas pa´l amarre, pa´ cuando andan dejando a la mujer y al hombre, una cosa que le llaman “Quita calzón”, el “Ven a mí” (que muy efectiva pa hacer volver al marido o al novio). Hasta me la ofrecieron, yo creo que me vieron cara de que mi viejo me dejó, pero no es así. La verdá me dio tanto miedo caminar por esos pasillos que me regresé, luego luego, a mi casa y no quise volver hasta que sucedió algo que me hizo regresar al mercado. Para todo aquel que no conozca, hemos de decir que los pasillos del mundo esotérico en el mercado de Sonora de La Merced, suelen transportar inmediatamente a un espacio donde, entre hierbas, velas, copales y estatuillas de santitos, se comparte algo mágico, religioso y temerario que a doña Luz, con justa razón le provocaba cierta reticencia y temor. En su relato, me siguió contando lo que la obligó a volver, pero ya en la búsqueda con alguna esperanza para aliviar la difícil situación que atravesaban ella y su familia. Sigue entonces en su relato: —Un día mi viejo se enfermó de una embolia cerebral, estuvo muy grave ¡Uy, cómo sufrió el pobrecito! Lo anduvimos trayendo en los hospitales para que lo atendieran, porque en ese tiempo había pasado el temblor — el de septiembre, hace tres años en 2017—, y no teníamos suerte para encontrar un buen hospital que salvara a mi viejo. Esa vez, durante la noche, nos dijo el doctor que la tenía difícil y que había muchas posibilidades de que muriera; estaba muy débil, le dio un paro respiratorio y entró en coma. Yo estaba desesperada, ponía mi cirio pascual, le rezaba al San Juditas, ya ve que es el santito de los casos difíciles y desesperados. Estando en la noche rezando, me acordé de los brillitos de la virgen y lo que me había dicho mi comadre, de que era bien milagrosa la virgencita de la Rosa Mística. Pus total, que ya ve que yo tenía mucho miedo de andar en el Sonora, pues ni modo, me fui de nuevo. Agarré valor y, ahí, iba yo, caminando por los pasillos, oliendo todo los pachulis, las hierbas pa´ las rameadas que componen de ramitas de pirul, romero, ruda, salvia, albahaca y clavelitos. Una marchanta me las ofrecía, pero yo con el temor, pus les decía que no y, ya de tanto insistir, hasta me regaló el ramo que olía a hierbas frescas y también me regaló un perfumito, como esencia de canela, que dizque pa´ que se la untara a mi marido en el corazón, pa´ que no se le enfriara y que tuviera como su fueguito en su cuerpecito

enfermo. Para mi sorpresa, la misma marchanta me dijo lo mismo que me había dicho mi comadre. Me le quedaba yo viendo como con sorpresa y me dijo: —Tiene sus labios dorados, son las escarchitas de la virgen ¿Usted ya es

devota? Yo le respondí con mucha pena que, con ella, eran ya dos las personas que me los veían. Pero que yo no me había querido acercar a la virgencita. Ella me dijo: —Tus labios tienen las escarchas de color dorado, eso quiere decir que la virgencita puede sanar algo espiritual, algo físico o psicológico que tú tengas, o que tú sufras. Doña Luz cuenta que se había quedado sorprendida porque ya no era casualidad lo de los brillitos. Y me sigue comentando: —Compré entonces una veladora de la Rosa Mística, así de color rosita clarito. Compré una virgencita en bultito y, luego luego que llegué a mi casa, en el altar, comencé a rezar por mi viejito para que se salvara y que la virgencita le diera la oportunidad de vivir más tiempo. Luego, me llamaron mis hijos por la noche para decirme que debía regresar al hospital para decidir si es que lo desconectarían. Les dije que, por favor, le dieran unos días más para tener la oportunidad de que él despertara ¡Va usted a creer, que al quinto día, mi viejito despertó! Lo primero que pidió fue verme para poder contarme. Él me dijo que al despertar, luego de cinco días en coma, había visto una imagen de una virgencita y, alrededor muchas “lucecitas” — dijo él— de un color verde. Fue ahí, cuando yo sentí que la virgencita me había ayudado y había salvado a mi viejito. El verde significa la esperanza, según me dijo la marchanta. Desde entonces, Doña Luz cree fervientemente en el poder de la virgencita de la Rosa Mística porque me dice: —Con todos sus brillitos y toda su luz, pudo salvar a mi viejito. Doña Luz, como nueva devota de la Rosita, como le llama a la virgen, es una clienta más de la marchanta ubicada en el pasillo 34 B del mercado de Sonora, cerca del callejón del Canal, es clienta también de la tienda “Místicos San Miguel” donde suele comprar unos inciensos de aroma a rosa exquisitos para perfumar el altar que, de manera definitiva, instaló en su casa en honor a la virgencita de la Rosa Mística, la de los brillos y las escarchas milagrosas.

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