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Para la Cooperación Española, cultura ES desarrollo

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Cristina Andreu

Cristina Andreu

Dirección de Relaciones Culturales y Científicas

Las instituciones, como los seres humanos, evolucionan con el paso del tiempo, y terminan configurando una personalidad casi siempre única, fruto de lo que fueron y de lo que quisieron ser, y desde luego de lo que la terca realidad les dejó finalmente que fueran. Y eso ha pasado con los Centros Culturales de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), cuya evolución ha terminado por conferirles también una personalidad única, que ha ido trazando morosa las líneas de un perfil; y ahora, como les sucede a las personas cuando llegan a la madurez, pueden mirarse en el espejo y ver quiénes son, en qué se han convertido. Un modelo distinto. Un modelo nuevo. La Red de Centros Culturales de la AECID se ha ido configurando con el tiempo como un nuevo modelo de centro cultural, con unas características propias. No son centros dedicados solo a la promoción de la cultura española, sino destinados a apoyar a los creadores y a las industrias culturales locales, formando parte de ese tejido y constituyéndose en un polo de desarrollo para el país. Son también centros dedicados a fomentar la cooperación cultural entre los países en que están presentes, a acercar sus culturas y a sus creadores. Y el origen de todo tiene que ver mucho con la evolución, ahí está el germen de cuanto vino después. Porque el hecho de que la Dirección de Relaciones Culturales y Científicas, a la que pertenece la Red de Centros, se integrara en la AECID, implicó que España fuera de los primeros países que consideraron la cultura como un elemento clave del desarrollo, que elaborara una estrategia de cultura y desarrollo, y que entendiera esos centros culturales como uno de los principales instrumentos para la implementación de sus programas. Por eso han servido también como vehículos de otras políticas de desarrollo no estrictamente culturales, incorporando las cuestiones de género, medioambiente, LGBTI, o pueblos indígenas, a sus programaciones, desbordando muchas veces las fronteras de lo que entendemos por un centro cultural, ensanchando sus objetivos y sus actividades. Y al hacerlo desde la cultura, desde la perspectiva cultural, han sido útiles también para implementar esas políticas que forman parte del núcleo duro de la Cooperación Española, desde otro ángulo, con otra mirada. La Red de Centros ha hecho además honor a su nombre, trabajando en red con los otros, sirviendo también de puente entre los sectores culturales de los países en los que trabaja, tejiendo, en todos estos años, un tupido entramado de contactos entre profesionales españoles y de los lugares donde los centros están, creando trama.

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El libro que el lector tiene entre las manos pretende mostrar este modelo, dar a conocer a la sociedad española ese devenir que ha terminado configurando un paradigma. Y, en su versión inglesa, quiere servir asimismo de tarjeta de presentación para organismos e instituciones internacionales con los que trabajamos. Para ello empezamos mostrando una reflexión reciente sobre lo que queremos construir a partir de ahora, un punto de partida para lo por venir, para que se entienda bien de qué estamos hablando. Después, presentamos en desfile y perfecto estado de revista, cada uno de esos centros, como en la foto de graduación, para que sepamos quiénes son y dónde están. Y ahí, en vez de contar nosotros las bondades de los mismos, que siempre suena a apologia pro vita sua, porque lo es, hemos pedido a otras personas que hablen de ellos, que sean otros quienes los describan. Primero, a quienes han sido usuarios de esos centros, contrapartes locales que han colaborado con los centros, se han apropiado de sus espacios, los han nutrido de contenidos y han podido vivir de cerca su evolución. Y, finalmente, a personalidades de la cultura latinoamericana que los han conocido, que han llevado su arte y su saber a otros países, y han enseñado tanto como han aprendido de ellos. Junto a ello, mostramos dos ejemplos concretos que han salido de estos laboratorios de experimentación que son nuestros centros, dos criaturas que han tomado vida propia y que sirven de muestra de lo que hacemos: La Casa Tomada en El Salvador y el Laboratorio de Ciudadanía Digital en México. Queda solo agradecer a todas las personas que en estos largos años han contribuido de alguna manera a que el modelo se fuera configurando, cada una de ellas es responsable de ese perfil que ahora tienen. Empezando, cómo no, por todos los que lo han hecho desde distintas responsabilidades en la sede de la AECID, y desde luego al personal, español y local, de todos y cada uno de los centros. Pero, sobre todo, a los usuarios, a las contrapartes, ellos son quienes se han apropiado de esas instalaciones, los que han ido mostrándonos el camino, los que han hecho que los centros sean cuanto son. Y ese, no debemos olvidarlo, era al fin y al cabo el objetivo, para eso nacieron, sin esa apropiación literalmente no tendrían un sentido. Larga vida pues a esta Red, que necesariamente evolucionará, como lo ha hecho hasta ahora, pero que esperamos mantenga algo que la ha definido siempre, otro elemento que forma parte indispensable de este modelo. Hablamos de un intangible y por tanto algo difícil de definir, pero que resulta contagioso; quien trabaja o se acerca a los centros termina enganchado, remedando a Lope, diremos que quien lo probó lo sabe. Porque algo impregna esta Red que hace que ese trabajo, el de todos los que han tenido relación con los centros a lo largo de su carrera profesional, no se parezca nunca al estricto cumplimiento de la tarea encomendada, y sí casi siempre al compromiso y al entusiasmo. Que no decaiga.

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