Washington Cucurto vs. Leonardo Oyola

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PERIFÉRICOS PERO NO OUTSIDERS. DOS ESCRITORES NACIDOS EN EL CONURBANO BONAERENSE HABLAN SOBRE LAS DISTANCIAS GEOGRÁFICAS Y “EL PORTEÑISMO DE LA LITERATURA NACIONAL”. LA PEOR PARTE DE SU OFICIO, SUS RUTINAS DE TRABAJO Y CÓMO ES PUBLICAR EN PAPEL EN TIEMPOS DE INTERNET. Producción: Cecilia Filas

WASHINGTON CUCURTO versus LEONARDO OYOLA

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¿EL CONURBANO ES ESTIGMATIZADO EN LAS LETRAS?

¿SE CONSIDERA UN OUTSIDER DE LA LITERATURA?

¿ALGUNA RUTINA CREATIVA?

WC: No creo, es una zona más del país. Lo que pasa es que no se puede mirar todo con ojos porteños. Aunque la cultura pasa mucho por el porteñismo, en realidad, si te vas a Salta o a Neuquén, el Conurbano ni existe. Me parece que es, más que nada, una mirada porteña de los medios de comunicación antes que una realidad. Además, ¿qué es el Conurbano? Es algo tan grande, tan indefinido. No me parece un lugar que merezca mayor atención que otro. Eso de creer que los demás no nos miran, no nos prestan atención Es el álter ego literario de Santiago Vega, o que estamos des“exrepositor de supermercado quilmeño”, como se valorizados ante presenta. Debutó con Zelarayán (1998) y publicó La el mundo es máquina de hacer paraguayitos (1999), Veinte pungas contra una idea un pasajero (2003), entre otras. Pero fue la novela Cosa de demasiado negros (Interzona, 2003) su pase directo al reconocimiento de pobre. la crítica y los lectores. Autoproclamado “rey del realismo atolondrado”, fue traducido al inglés, portugués y alemán. Desde 2001 dirige Eloísa Cartonera, editorial cooperativa LO: No, no me parece. A mí me que produce libros hechos a mano con materia cuesta usar la prima que le compran a colectivos de palabra Conurbano. Lo recicladores urbanos. que creo es que muchos escritores que somos nacidos y criados allá sí hemos tenido una oportunidad de mostrar un poco qué es lo que nos tocó en suerte y cómo son las vidas allá. Uno necesita, en serio, una distancia para poder escribir sobre eso. Porque cuando estás allá te parece que no tenés la cosa objetiva como para poder transformar eso en literatura. Si uno está allá, por ahí lo que tiene que hacer es ayudar desde otro lado, más desde lo social. Ya tengo una edad importante y mi compromiso absoluto pasa por leer y escribir. Phs: Antonio

Pinta

CUCURTO

WC: No, para nada. Mi literatura es clásica, tradicional, no es algo extravagante o raro sino que es algo que se viene practicando hace muchos años. Pertenezco a una tradición de escritores como Roberto Arlt, el realismo caribeño, José Lezama Lima, Reynaldo Arenas, Néstor Perlongher, Roberto Echevarren. Son todos escritores que aparecen en mis libros y en base a los que escribí mi obra. Es como el barroco clásico español traspasado a América Central y después al Río de la Plata. No, más que un outsider creo que soy un escritor clásico, porque mi obra entra en diálogo con todo ese mundo que he leído y me gusta. LO: Para nada. Me parece que lo que quiero retratar en lo que escribo es una temática que elegí. Pero no me considero un outsider porque he tenido la suerte de haber tenido una educación, de haber leído mucho, de haber estado en un lugar fundamental como el taller de mi maestro, (Alberto) Laiseca, y de tener una oportunidad editorial, frente a muchas voces que están esperando poder mostrar esos mundos. Vengo laburando hace bastante, pero soy un privilegiado porque me publican y ya tengo unos cuantos lectores. Entonces, asumir el término outsider –en cualquiera de sus acepciones– sería una pose en mi caso.

WC: No, escribo cuando puedo, cuando tengo tiempo. LO: Básicamente, escribo de noche. Antes le quitaba horas al sueño porque me acostaba muy tarde o me levantaba mucho más temprano de lo ya bien temprano que me tenía que levantar para poder escribir. A veces me voy a dormir más frustrado, otras menos. Siempre está esa sensación de que hiciste algo que está buenísimo y al otro día, después de que te levantás, te bañás y corregís, te das cuenta de que le falta mucho... Es como la película de Bill Murray, El día de la marmota: es así la vida de los que escribimos. El tema básico con la noche es que no hay nadie que esté buscándote, tenés más capacidad de concentración. A mí me cuesta mucho ese tema, por eso en el celular no tengo Whatsapp. ¡Ya fue todo un asunto poner banda ancha en mi casa! Y otra cosa, que más que rutina la tomo como cábala, es que armo mi banda de sonido y escucho esas canciones previo a escribir, ya sea un relato o una novela.

4 EL LENGUAJE DE LA WEB, ¿AMIGO O ENEMIGO DEL ESCRITOR? WC: La literatura no tiene amigos ni enemigos. La literatura es también eso, ya está incorporado. En el lenguaje de los mensajitos de textos, a veces, ves cosas que son literatura también. Y si no lo son, ¿qué importa? No hay algo que defina qué es la literatura. La literatura es Basquiat pintando sus cuadros; nuestro personaje literario más


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grande es (Diego) Maradona; Lilita Carrió, sin dudas, trabaja con el lenguaje, es una gran comunicadora. No creo que pase tanto por la forma de escribir. Lo más importante es la forma de comunicar. LO: Amigo, totalmente. Porque es un nuevo lenguaje. Yo no lo voy a desarrollar o, por lo menos, a mí no me genera nada porque no crecí con eso. Pero entre la generación que me sigue hay un autor que me gusta muchísimo, Tao Lin, que realmente conmueve y utiliza todo este tipo de lenguaje, esa comunicación que tiene que ver con las redes. Así y todo, la esencia de lo que está contando logra tocar a un cavernícola en tecnología como yo. Creo que tiene que ver con cómo uno crece y lo va incorporando. Así como nosotros, con esto que denominan ‘literatura del Conurbano’, apelamos a nuestra memoria emotiva, a nuestra experiencia de vida, me parece que hay algo que pasa por las redes sociales. No sé si es bueno o malo, pero sí sé que es un signo de estos tiempos y que está forjando a los futuros escritores.

5 ¿CÓMO LE LLEGAN LAS HISTORIAS? WC: Simplemente escribo. Quizás teniendo en cuenta alguna cosas, no muchas, y después me largo a jugar, a delirar un poco. Y a tratar de pasarla bien... No voy a decir “ser feliz”, pero algo así, cercano a la plenitud. No me sentaría para sufrir o presionarme si el cuento no está buenísimo, porque si no no escribiría nada. Imaginate: me siento, me paralizo, me quedo ahí medio muerto y me deprimo. Por eso a mí me gusta mucho Lilita Carrió: siempre la han criticado, pero me parece que ella es libre en su locura, y me gusta eso. No está en el mismo nivel de los políticos, que son todos muy caretas y se cuidan en sus modos: ella me gusta porque es como una adolescente, de alguna manera, y está bueno.

LO: Cada novela es un mundo aparte, sea su origen, mientras la

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escribís, y ni hablar cuando se publica y a quién llega. Creo en uno de los axiomas de Stephen King: donde uno hace cruzar dos cosas que aparentemente no tienen nada que ver, ahí arranca una historia. Mi novela Kryptonita termina teniendo algo de una conocida mía y de las experiencias que tuve en el Hospital Paroisienn, con el tema de los superhéroes. Y en ese cruce nació una historia que terminó funcionando. Me pongo a pensar y todas las novelas mías tienen esos cruces.

6 ¿UN LIBRO QUE LO HAYA MARCADO? WC: Hay muchos libros. Uno va leyendo y descubriendo. No tengo un predilecto. Según el momento de la vida, los gustos van cambiando, la influencia y la importancia también. Como en la vida misma: lo que pensás a los 20, a los 30 ya no lo pensás; a los 40 cambiaste de opinión y a los 50, que es mi caso, ya vas reflexionando todo de nuevo. Ahora me gustan algunas cosas de Roberto Bolaño, muchos autores que edito en La Carto (NdR: Su editorial, Eloísa Cartonera), como algunos poetas chilenos. LO: La naranja mecánica, de Anthony Burgess. Tenía 16 años y fue alucinante por varios motivos. Primero, encontrar ahí desarrollado lo que era un himno de esa época: la canción de Los Violadores, Uno, dos, ultraviolento. Después, lo que uno creía, porque la jerga que aparece en el libro, el nasdat –después me enteré que la inventó Burgess– yo pensaba que era como se hablaba donde se crió este tipo y para mí era un flash porque pensaba “nosotros también tenemos nuestra jerga”. Había como un juego de espejos en eso. También, cuando sos adolescente, el tema de las barras, de alguna compañía que no está piola o bancar a algún amigo que no está haciendo las cosas bien, todo eso me parecía que era una locura y algo que estaba magnificado pero lo podía entender.

7 ¿QUÉ DETESTA DE SU OFICIO? WC: A veces hay cosas que escribo que al principio me gustan pero después no, y viceversa, como a todo el mundo. No hay muchas reglas con esto porque te da un campo de libertad y de reflexión muy grande y, cuando uno tiene eso, seguramente se equivoca, se deja llevar por las emociones. Quiero decir que no hay nada que sea muy definitivo. No es una ciencia exacta donde uno sabe que 2+2 es 4 irremediablemente. Siempre, cuando uno se sienta, piensa: “Hay que escribir bien”. Y, con el tiempo, uno se va dando cuenta de que las cosas no funcionan porque son buenas o porque son malas, que no hay ningún valor en uno o en el otro. Son cosas como más naturales.

8 ¿EL CONURBANO ES PARTE DE SU IDENTIDAD COMO ESCRITOR? WC: Como persona, y como escritor, también. No ha sido algo determinante, sí importante. Pero mi identidad como escritor tiene que ver con los libros: si no hubiese leído no hubiese escrito.

LO: Sí, totalmente. Sería un escritor muy diferente de haberme criado en otro lado. Creo que hubiera terminado siendo escritor pero, obviamente, mi búsqueda o lo que hubiera querido narrar se hubiera visto más signado por esos otros lugares en donde me hubiera tocado crecer.

LO: Todo lo referido a burocracia. Odio eso. Ahí es cuando digo que trabajo de dos cosas: de escribir y de cobrar. Realmente no me gusta ese manoseo, no me gusta eso de que te necesiten para ahora y después cobrar a los cuatro, cinco, 6 meses o no terminar cobrando nunca. Que siempre falte algún papelito para algo... Realmente, todo lo referido a la burocracia es lo único que odio: me parece una falta de respeto enorme a lo que hacemos. Después, de verdad, estoy muy feliz de ser escritor y poder vivir de la escritura.

OYOLA Se autodefine “del Oeste”, de Isidro Casanova, más precisamente. Cultor de los policiales, su primera novela Siete y el tigre harapiento (Gárgola Ediciones, 2005) le valió el Hammet, premio internacional del género negro, en 2008. Le siguieron Chamamé (Salto de Página, 2007) y Santería (Aquilina, 2008). Pero fue Kryptonita (Mondadori, 2011) la novela que lo consagró. Ese éxito editorial ya tuvo su versión cinematográfica –con Diego Capusotto y Pablo Rago– y en septiembre se estrenaría una miniserie, producida por Turner, basada en esa historia.


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