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FAVORECIDAS POR LOS AVANCES DE LA TECNOLOGÍA Y ALENTADAS POR LAS ESTRATEGIAS DE MARKETING, LAS NEUROCIENCIAS SON UN FENÓMENO EDITORIAL. DOS ESPECIALISTAS REVELAN LA DIFERENCIA ENTRE HACER Y HABLAR DE CIENCIA EN LA ARGENTINA, EL IMPACTO DEL CONOCIMIENTO DEL CEREBRO EN LA VIDA COTIDIANA Y EL RIESGOS DE CONFUNDIR CONSEJOS CON AUTOAYUDA. Producción: Cecilia Filas
ESTANISLAO BACHRACH versus MARIANO SIGMAN
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¿CÓMO SE ACERCÓ A LA CIENCIA?
¿CONOCER MÁS EL CEREBRO IMPACTA EN LO COTIDIANO?
¿POR QUÉ TANTO INTERÉS POR LAS NEUROCIENCIAS?
¿HABLAR DE CIENCIA ESTÁ DE MODA?
¿LA TECNOLOGÍA CONTRIBUYÓ AL BOOM?
MS: Empecé Física pensando que era una manera de hacer Matemáticas aplicada a problemas de la vida, y después me di cuenta que los problemas tradicionales no me entretenían tanto, en realidad. Ahí caí en algo que en aquel momento no existía como campo, que era un abordaje más empírico y científico de la Psicología, vinculado con el estudio del pensamiento humano. Fue un viaje largo que empezó con una motivación que tenía clara: hacer algo cuantitativo, pero alrededor de problemas de las ciencias humanas. Lo fui haciendo como en cuotas, de a poco.
MS: Creo que la ciencia ha mejorado nuestra vida social en un montón de dominios. Es la razón por la que trabajo. Un ejemplo concreto: estudio el problema de la corrupción desde distintas escalas: la psicológica (cómo una persona puede corromperse y vivir con ello), luego trato de llevarlo al plano social para saber por qué hay sociedades más corruptas que otras. Obviamente, es un problema tremendamente complejo que incluye factores económicos, políticos, históricos, coyunturales... Pero trabajo sobre la premisa de que, entendiéndonos como personas y comprendiendo cómo nos agregamos en sociedades, podemos identificar algunos de esos problemas.
MS: El interés es el mismo de siempre: la gente quiere conocerse. Pero, de repente, hay una herramienta que permite saber un poco más. Estudiamos la mente y descubrimos cosas sobre cómo funcionamos que a todo el mundo le interesan porque tienen que ver con lo que nos preocupa y motiva. También es cierto que a la gente le interesa el cerebro: genera mucho confort intelectual cuando se le puede asignar un lugar a algo, eso le da una explicación y lo vuelve tangible. Si digo que la creatividad está en el hemisferio derecho no cambia nada, pero uno siente que entendió algo y que, por lo tanto, es más capaz de poder manipularlo. Pero eso es una ilusión, una impostura del marketing.
MS: El intento por entendernos es ancestral: cómo podemos hacer para sufrir menos, para comprendernos mejor unos a otros o para ser más felices. En algún punto, las religiones o el cine fueron soluciones a ese problema. Lo más coyuntural es que una manera de acercarse al problema sea a través del ejercicio científico. Hace 20 años cambió la capacidad científica de observar el cerebro en tiempo real y de manera no invasiva, algo que no tiene antecedentes en la historia de la Humanidad. Ahí hay una buena razón para que las neurociencias o la psicología experimental estén de moda. Pero, como toda moda, vino con muchísimo abuso y mal uso.
MS: Hubo un cambio tecnológico clave. La discusión de café está bien: podemos hablar sobre cómo son las cosas y eso sirve para armar teorías, concepciones. Pero hay un momento en el cual la ciencia, cuando tiene las herramientas, puede dirimir entre distintas posibilidades. Es como una nave que te lleva a lugares que antes eran inaccesibles: te permite ver lo más pequeño del mundo, lo más grande, lo más lejano. Lo que pasa es que también hay mucha improvisación y gente que abusa de la imagen cerebral para decir cosas que, en realidad, ya pensaban. Muchas veces el cerebro se utiliza como una impostura innecesaria. Y soy muy crítico de eso.
EB: No sé si diría que la ciencia está de moda, porque las modas pasan y la ciencia no va a pasar. Todo lo contrario: cada vez va a tener más influencia en cómo elegimos. Que esté de moda el cerebro en la Argentina es gracias a una serie de divulgadores que han aparecido y que cuentan las cosas de una forma amena que a la gente le gusta y son lo suficientemente serios a la hora de divulgar.
EB: Sí, claro. El avance de la tecnología ayudó mucho, acerca mucho a la ciencia, sobre todo a los chicos.
EB: Me acerqué a la ciencia, fundamentalmente, más por un deseo de mis padres que personal. Ellos planteaban lo interesante que era ser un científico... Y, bueno, viviendo con ellos, en el secundario iba captando esa información y compré todo eso. Fui el hijo que estudió el deseo de los padres. Luego, obviamente, al entrar en la carrera de Biología, en Ciencias Exactas, me fui apasionando por la combinación entre razón y creatividad.
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EB: Conocer más tiene un impacto en la vida cotidiana dependiendo de lo que hagas con ese conocimiento: si lo aplicás, lo usás o tratás de mejorar tu vida con eso. Tener un conocimiento adquirido sí tiene un impacto, pero no necesariamente eso genera bienestar ni satisfacción garantizada.
EB: El interés por las neurociencias se despertó porque el cerebro es un órgano muy misterioso, complejo, y que todos tenemos. Creo que Hollywood, las películas y las series contribuyeron un poco. El avance de la tecnología también, para hacer de la divulgación de las neurociencias algo más ameno, más divertido. Hay períodos en lps cuales la gente se cansa de las recetas clásicas de qué hacer y cómo con tu vida. Y cuando aparecen otras, se aferra a ellas. Por lo cual hay que tener mucho cuidado: que esos datos provengan de las neurociencias –o de cualquier ciencia– no significa que sean una fórmula mágica.
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¿CÓMO DIVULGAR SIN TECNICISMOS?
¿LA CIENCIA TIENE QUE SER APTA PARA TODO PÚBLICO?
¿HAY UNA FACETA DE AUTOAYUDA EN ESTOS LIBROS?
MS: Desde que empecé, vivo en los dos mundos: uno en el que produzco y hago ciencia y otro en el cual la cuento. Siempre es difícil tener un pie en cada uno porque poseen reglas distintas. La paradoja es cómo uno puede simplificar sin faltar a la verdad: ese es el ejercicio más difícil de la divulgación. Además, hay un asunto de responsabilidad: una persona solo puede decidir libremente respecto a una cantidad de cosas si tiene la información adecuada. Como científicos, tenemos que ser efectivos para comunicar esa información a la sociedad y que pueda tomar decisiones responsables.
MS: Creo que es accesible para todo el mundo, pero también hay una falsa ilusión de pensar que, cuando uno comunica algo sencillo, todos lo reciben de la misma manera. Uno tiene que hacer esto muy llano y fácil. Yo, por ejemplo, trato de no usar ninguna jerga. Pero sé que no todo el mundo se va a llevar exactamente lo mismo. Hay una especie de falso mensaje: que uno puede leer un libro e iluminarse de todas las verdades. El objetivo de estos libros no es que una vez que los leíste seas una gran neurocientífico, sino que hayas descubierto cosas, que algunas te sirvan y que puedas, sobre todo, ir a un lugar que sea distinto de donde estabas... Y un poquito mejor.
MS: La autoayuda tiene una acepción muy mala. Es como esas cosas populares que a la gente le gusta criticar desde un lugar intelectual. No veo nada malo en que un descubrimiento científico sea útil para que una persona pueda mejorar su calidad de vida. No hago autoayuda, pero tampoco le veo nada de malo porque es algo que todos buscamos. Lo que sí veo mal es que la gente haya confundido las neurociencias o la psicología experimental con la autoayuda. Lo que distingue un libro científico de otro es si los argumentos tienen que ver con observaciones concretas de la realidad o con un “a mí me parece que...”. Eso lo separa de la ciencia.
EB: Sí, es real que ciertos tecnicismos o lenguaje complejo técnico de la ciencia a veces es difícil de llevar al lenguaje del ciudadano común. El divulgador puede usar metáforas, analogías e imágenes para tratar de hacer entender o transferir esa jerga en un lenguaje cotidiano, que cualquiera pueda entender.
EB: ¡Recontra apta para todo público! En mi caso, leen mis libros chicos de 15 años y señoras de 70.
EB: La autoayuda es una categoría de las editoriales o de las revistas. Yo no sé si hay algo de autoayuda en esto. Si una persona lee mi libro, o cualquier otro de neurociencia, y lo ayuda a tener una vida mejor, a arreglarse con su mujer o estar mejor con su laburo y eso se llama autoayuda, entonces sí.
SIGMAN
BACHRACH
Es licenciado en Física por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Neurociencias por la Rockefeller University (Estados Unidos). También obtuvo un posdoctorado en Ciencias Cognitivas en el College de France (Francia). Es director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa, profesor en la Universidad Torcuato Di Tella y la UBA e investigador del Conicet. Al centenar de artículos que publicó en revistas científicas, se suma La vida secreta de la mente (Debate), lanzado en octubre pasado, que ya lleva más de 15 mil ejemplares vendidos al cierre de esta edición.
Ph: Alejandra López (Gentileza Sudamericana)
Ph: Antonio Pinta
Es doctor en Biología Molecular por la Universidad de Buenos Aires y por la Universidad de Montpellier (Francia). Luego de cinco años como profesor e investigador en la Universidad de Harvard (Estados Unidos), cambió el laboratorio por la divulgación. Sus libros ÁgilMente y En cambio (ambos, Sudamericana) son dos exponentes pioneros del fenómeno editorial de las neurociencias, que llevan vendidas 350 mil y 250 mil copias respectivamente. Además, es especialista en liderazgo e innovación y profesor en la carrera de Dirección de Empresas de la Universidad Torcuato Di Tella.
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