Revista Tropo a la Uña N. 26

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literatura y arte

Historia y lecturas sobre la pandemia

Año 7 (segunda época) marzo de 2021




S u m a r i o Revista del Centro de Creatividad Literaria, A. C.

ENTREVISTA

Director Miguel Ángel Meza

54 La comida tradicional en el proceso de decolonización Entrevista con Alejandra Cazal Karinna Maich

Consejo directivo José Luis Gaytán Saules (Director) Marcos Constandse Madrazo (Fundador) Carlos Constandse Madrazo (Fundador) Consejo editorial Javier España José Díaz Cervera Wildernain Villegas C. Carlos Torres Marién Espinosa Antonio Leal Elvira Aguilar Angulo Rodolfo Novelo

T R A S LU Z

Norma Quintana Lourdes Cabrera Martín Ramos Lorena Careaga Agustín Labrada David Anuar Ramón Suárez Caamal Jorge Cortés Ancona

16 Louise Glück Premio Nobel 2020 Poemas 33 Gerardo Deniz Congéneres

Asistencia de contenidos en página web y administración de redes Gabriela Ramírez Maldonado

DEVEZENCUENTO

Diseño Mauricio Cejín

20 Un día interminable Carlos González Gualito

Consejo artístico Gena Bezanilla Angélica Mercado Norma Ordieres Jesús Montalvo

LATINTATENTA 5

Corresponsal en Playa del Carmen Ana María Moreno Pérez

12 Albert Camus. Una revisita a La Peste Miguel Ángel Meza

Corresponsal en Felipe Carrillo Puerto Ángel Sulub Corresponsal en Yucatán Svetlana Larrocha

22 Las malas, de Camila Sosa. Travestis en resistencia Vanesa González-Rizzo Krasniansky

Administración Servicios Corporativos de Cancún, S. C. TROPO a la uña es una publicación trimestral del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Oficinas: Av. Contoy 48, SM 17, Esq. Av. Nichupté, Cancún, Quintana Roo. Teléfonos: 01 (998) 887 4374 y 01 (998) 887 4364. No se responde por originales no solicitados. Las opiniones contenidas en los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores. Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos incluidos en TROPO a la uña, siempre que se citen la fuente y el autor. Certificado de licitud y contenido: en trámite. Número de Reserva al título en Derechos de Autor: 042000-032217031500-102. Visítenos en nuestra página web: www.tropoalauna.org Consulte la revista digital en: www.tropoalauna.org issuu.com/centrodecreatividadliteraria Envío de colaboraciones: miguelmeza57@hotmail.com

Historias y lecturas sobre la pandemia Miguel Pickering

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Adrián Figueroa (Adzul Marino) El campo de cempasúchiles Mayo 2020 Técnica: Linografía Medidas: 50 x 70cm

26 Cultura y familia en el siglo XXI: una reflexión impostergable Macarena Huicochea

42 La hija única, de Guadalupe Nettel Nidia Marín

30 ¿Se pueden dar pruebas a favor o en contra de que Dios existe? Héctor Hernández

44 Padura y el nuevo periodismo, de Agustín Labrada Francisco López Sacha

PA PIROS 34 Erdera, de Gerardo Deniz, Los bigotes del poema David Anuar 36 Lo que no he dicho, de Mónica Ojeda Mariel Turrent 38 El monstruo pentápodo, de Liliana Blum Svetlana Larrocha 40 El libro vacío / Los años falsos, de Josefina Vicens Fernanda Montiel 41

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Cuanto más profunda es el agua, más feo es el pez, de Katya Apekina Habib Sánchez

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46 El cementerio de Praga de Umberto Eco Rosa López López 48 Prisionero del rock and roll, de Francisco López Sacha Agustín Labrada 51 La octava plaga, de Bernardo Esquinca Miguel Miranda

TERTULIAS 52 Cuidado con lo que deseas Svetlana Larrocha 59 La fotografía en tiempos de la pandemia Angélica Mercado 62 Portafolio

A r t-T R O P O - d o 64 Carlos Varela

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Historia y lecturas sobre la pandemia Por Miguel Pickering Luego de realizar un recorrido por la presencia de las pandemias que han asolado al planeta a lo largo de su historia, nuestro colaborador Miguel Pickering se plantea las preguntas que aún siguen sorprendiendo a gran parte de los analistas: ¿cómo es que las epidemias nos siguen tomando por sorpresa? ¿Cómo es que no evitamos que se extendiera el contagio en la amplitud de nuestras comorbilidades, genética y carencias inmunológicas? ¿De dónde habrá salido este bicho? ¿Evolución o conspiración? Y ante la imposibilidad de dar repuestas a cabalidad, solo queda en la humanidad la sensación de fatalismo y terror: una diminuta y desconocida entidad infecciosa ha causado el colapso de las sociedades supuestamente más desarrolladas, interrumpiendo cadenas productivas y afectando gravemente la economía mundial.

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lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo, las epidemias han dejado marca en la historia de las culturas. Desde tiempos bíblicos se mencionan la lepra, causada por el bacilo Mycobacterium leprae, y otras pestes. Por ejemplo, el Antiguo Testamento habla de nueve plagas que iniciaron con la irrupción de «ríos de sangre», tal vez a causa de la eutrofización de las aguas por las descargas contaminantes de materia orgánica que ocasionaron la proliferación de dinoflagelados, los cuales son organismos eucariontes protistas planctónicos con plastos fotosintéticos que producen beta-carotenos y ciertas xantofilas que le dan a las aguas un hemático color. A esta calamidad, según el relato del Éxodo, le siguió una explosión demográfica de batracios, seguramente explicada por la alteración que causó la marea roja en los ecosistemas riparios del río Nilo, lo que llevó a una ca-

tástrofe por la mala gestión de los desechos de tanta rana que mataron, haciendo que «se corrompiera la tierra», y pues de aquellos polvos se suscitó entre los egipcios una terrible pediculosis (infestación de ectoparásitos ftirápteros mejor conocidos como piojos). La falta de higiene propició el nicho ecológico idóneo para que se hicieran enjambre los insectos nocivos ocasionando la «peste del ganado», siendo aquella zoonosis muy probablemente la que produciría luego «furúnculos que resultarán en úlceras en los hombres», refiriéndose quizá a una epidemia causada por el protozoo hemoparásito Trypanosoma brucei que ocasiona la enfermedad llamada «nagana» en reservorios animales, mientras que en las personas provoca la «enfermedad del sueño», cuyo vector es Glossina spp., la mosca tse-tse. Después de todo aquello ocurrieron también fenómenos hidrometeorológicos extremos con una tremenda granizada que acabó con el hato ganadero, los recursos forestales y las «cosechas de lino y de cebada», sobreviniendo una consecuente plaga de ortópteros (Anacridium aegyptium) que «se comieron

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Peter Brueghel. Peste negra.

el resto de lo que había escapado», para rematar con las tinieblas suscitadas por sendos bancos de niebla que «opacaron por tres días la luz del sol». Igual abundan las referencias epidemiológicas en la cultura helénica, desde la peste de Atenas descrita en el libro Historia de la Guerra del Peloponeso, donde Tucídides quien fue víctima de esta enfermedad escribía: «simplemente la describiré por su naturaleza y explicaré sus síntomas por los que pueda ser reconocida por el estudioso si alguna vez se vuelve a presentar», tratándose posiblemente de la fiebre tifoidea causada por Salmonella enterica serovar Typhi. Otro relato es el de la peste de Agrigento, causada por los «horribles efluvios» de un pantano que Empédocles hubo de sanear para evitar la proliferación de mosquitos que transmitían la malaria, cuyo agente causal es el protozoario parásito Plasmodium falciparum. En fin, ahí están los tratados hipocráticos, «Liber morborum epidemiorum», y la mitológica peste de Egina, ocasionada por los celos de la diosa Hera, mujer de Zeus, que relata el poeta romano Ovidio en su obra Las Metamorfosis. Sin dejar de mencionar a la enfermedad que mermó a los cartagineses durante el sitio de Siracusa, la peste antonina que arrasó Roma en tiempos del emperador Marco Aurelio, la peste justiniana que duró 60 años durante el imperio bizantino, ni la temida peste negra o peste bubónica que en el medioevo europeo acabó con la vida de millones de personas. En Mesoamérica también se han documentado estos infortunios, como la fiebre amarilla y el vómito de san-

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gre, denominaciones que describen los síntomas asociados a la fiebre hemorrágica ocasionada por un flabivirus cuyos vectores son los mosquitos Aedes aegypti y Haemagogus spp., enfermedad registrada en el Popol-Vuh, libro sagrado de los mayas, igual que en el libro de los conjuros del Chilam Balam de Ixil, donde le llaman «xekik». Asimismo, se tiene registro de la gran devastación ocurrida tras la conquista a causa de la viruela, causada por Variola virus, que resultaba muy común en la Europa de aquellos años pero ante la cual los pueblos originarios de este continente no tenían anticuerpos, por lo que murieron por millones. El Códice Telleriano-Remensis señala que entre «1544 y 1545 hubo gran mortandad entre los indios», igualmente en el Códice en Cruz, el Códice Aubin, el Codex Mexicanus y el Códice Moctezuma se da cuenta de este aciago evento al que nombraron «totomoniliztli», que en castellano se traduciría como la «enfermedad de las ampollas». En la Tira de Tepechpan se le nombra «zahua micohuacon», es decir, la «gran sarna o erupción de granos». También en La visión de los vencidos del maestro Miguel León Portilla destaca la irrupción de la más poderosa arma invasora, la ominosa viruela, a la que llamaron «hueyzáhuatl o hueycocoliztli», vocablos en náhuatl que significan «la sarna de los granos mayores, la gran enfermedad». ¿Y después de tanta historia conocida sobre las epidemias cómo es que nos sigue tomando por sorpresa la tragedia repetida? No hay peor ciego que el que no quiere ver, nos advertía José Saramago en su Ensayo sobre la ceguera publicado en 1995. «Tenemos que avisar a las autoridades sanitarias, al ministerio, es lo más urgente, si se trata realmente de una epidemia hay que tomar providencias, pero una epidemia de ceguera es algo que nunca se ha visto [...] Este tipo es el que tiene la culpa de nuestra desgracia, si tuviera ojos acababa con él ahora mismo […] Calma, dijo el médico, en una epidemia no hay culpables, todos son víctimas […] Volviendo al asunto, el gobierno excluyó la hipótesis inicial de que el país se encontrase bajo la acción de una epidemia sin precedentes conocidos […] Se trataría, pues, de acuerdo con la nueva opinión científica y la consecuente y actualizada interpretación administrativa, de una casual y desafortunada concomitancia temporal de circunstancias, de momento tampoco averiguadas, y en cuya exaltación patogénica ya era posible, acentuaba el comunicado del gobierno, a partir de los datos disponibles, que indican la proximidad de una clara curva descendente, observar indicios tendenciales de agotamiento […] Desgraciadamente, pronto se demostró la inanidad de tales votos, las expectativas del gobierno y las previsiones de la comunidad científica se las llevó el agua». Este mundo es un pañuelo, el cual algunos creen desechable. Pero ¿cómo es que no evitamos la propaga-


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La Peste de Atenas. Michiel Sweerts, c. 1652–1654

ción de la Covid-19, impidiendo que se extendiera el contagio en la amplitud de nuestras comorbilidades, genética y carencias inmunológicas? Debió ser por el silencio asintomático de la despreocupación. En todo el planeta se presentan apesadumbrados políticos que aplazan y reponen sus comparecencias ante la plaza pública, pues no tienen planes ni plazos pertinentes para aplacar a la plaga. Presumen su parsimonia postergando la aplicación de presupuestos para la salud pública, priorizan su participación en la pantalla posando para aparentar que trabajan. Se despreocupan del pueblo empobrecido apostados plácidamente en su despacho pues prefieren hacer prosperar sus propios proyectos. Pobre de mi país y su sistema sanitario tan precario: faltan recursos, faltan medicinas, faltan camas, faltan ventiladores mecánicos invasivos, faltan médicos internistas, especialistas en intubación endotraqueal, urgenciólogos, faltan enfermeras intensivistas, falta el aire. Mientras, se inventan nuevas palabras: covitario, covidencia, covidamiento, covidianidad, covidiotas. Pero el personal sanitario sigue dejándose la vida en la primera línea del combate contra la pandemia, en este nuestro México feminicida, brutal y violento. Debido al temor, a la desinformación, a la exacerbada crispación social y a la supina ignorancia de un sector absurdamente retrógrada de la población, se generalizaron al inicio los ataques dirigidos contra las personas que trabajan por la salud, quienes tuvieron que esconder su uniforme en los traslados para no revelar su profesión

pues en la calle recibían insultos, amenazas, agresiones, les arrojaban cloro, ácido y les pintaban sandeces en sus casas o en sus carros. Hubo intentos de quemar las clínicas en las que laboran, hubo secuestros e inclusive asesinatos. “No es necesario que nos aplaudan, simplemente que nos respeten”, declaraban las víctimas que mayoritariamente han sido mujeres, enfermeras, doctoras, trabajadoras administrativas y de intendencia. «De pronto, su guía se detuvo ante una sala llena de enfermas, en cuya puerta se veía, puesto con grandes letras, este rótulo: “Sifilíticas”. —¿Qué has tenido?— Ella respondió llorando: —Ya lo sabes, ya lo viste; lo dice claro el rótulo de la puerta— […] El capitán prosiguió, confuso, avergonzado: —¿Y cómo has tenido eso?— Ella murmuró: —Los cochinos prusianos. Me violaron y envenenaron mi sangre— […] —No te cuidaste, sin duda—. Irma, con los ojos encendidos, repuso: —No; quise vengarme, aún a riesgo de morir. Y me vengué, pudriendo la sangre de muchos, de los más que pude. Mientras hubo prusianos aquí no me quise poner en cura— […] Por la noche, sus camaradas le preguntaron: —¿Qué le ocurre a Irma?— Él respondió avergonzado: —Tiene un catarro pulmonar, está muy grave—. Pero un teniente joven, sospechando alguna cosa, informóse, y al día siguiente, cuando el capitán entró en el comedor, fue recibido con una descarga de bromas y risas. Todos se vengaban al fin». Quién mejor que Guy de Maupassant para retratar la violenta insensatez de estigmatizar a las víctimas, como lo hace en su cuento La Cama 29 publicado en 1884.

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Médico de la peste negra (siglo XVII) con anteojos y mascarilla con nariz de 15 centímetros, en forma de pico de ave, llena de perfume y con dos agujeros para respirar hierbas colocadas en la punta. El atuendo incluía un abrigo cubierto de cera aromática, sombrero y unos guantes de cuero de cabra, y una vara con la que podían tocar a (o defenderse de) las víctimas.

¿De dónde habrá salido este bicho?, ¿evolución o conspiración? Partiendo de la soberbia no es sencillo explicarse cómo el fenómeno natural de la interacción entre las especies biológicas lleva a una diminuta y desconocida entidad infecciosa a causar el colapso de las sociedades supuestamente más desarrolladas, interrumpiendo cadenas productivas y afectando gravemente la economía mundial, menos cuando en el ágora global pareciera que los únicos virus que realmente preocupan son los informáticos. Pisa el acelerador, métele candela, súbele a la radio, prende el aire acondicionado y espera a que se descongelen en la Antártida los catarros que padecían los pterodáctilos. Hambre y males curables normalizados como causa de muerte, mientras la emergencia de una nueva enfermedad perturba al mundo. ¿Qué ocasiona este mal, cuáles son sus atributos, cómo acabarlo? Es un componente inanimado que se reproduce invadiendo la materia viva, memoria arcaica empaquetada para viajar por el tiempo y la distancia, partícula ubicua y diminuta que se cunde por todos lados pero no se ve, la luz y el viento lo despiden, agua y jabón lo desnaturalizan. ¿Qué busca la humanidad, dónde y a qué costo lo consigue? Mientras más horada la tierra menos comprensión le queda; en la silvestre espesura se torna el ambiente caliginoso cuando la motosierra cercena de la naturaleza un trozo. Cuánta pena del gorila y el okapi que en el Congo vivían (necesito otro teléfono, a éste se le acabó la pila). Años sin avistar a la tortuga laúd y a la carey (en bolsita pa’ llevar pero sin popote por favor). Degradando la ecología con el afán de capitalizar (rellena aquel manglar que allí

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otros 400 cuartos se pueden acomodar). Desdeñando ancestrales saberes de la vida en comunión (para que rinda tu cosecha échale paraquat y malation). Aire, agua, tierra, flora y fauna son ahora mercancía (adquiera su residencia exclusiva donde la selva antes crecía). Por procurar la vida atacan a la autonomía y la sustentabilidad (no te olvides la escopeta cuando salgas a leñar). La gente enajenada suele cargar más de lo que soporta (bolso de cocodrilo, zapatos de avestruz, abrigo de visón). Queriendo comerse al mundo depreda más de lo que necesita (tamal de ajolote, sopa de murciélago, ceviche de caracol). Se olvida de vivir buscando dónde conectar el dispositivo, vaciando su espíritu para descargar una aplicación (nauyaca, cantil, heloderma, alacrán, cascabel, coralillo). Luego para compensar la falta de reciedumbre consumen exóticos productos (pepino de mar, escamas de pangolín, huevos de caguama). Pretensiones de arpías aspirando a seducir la eterna juventud (ungüentos de placenta, zumo de inocentes, adrenocromo). Saña y crueldad para animar alicaídas existencias (aguijón, picadura, tenaza, garra, zarpazo, colmillo y mordedura). Mejor me embarco en la hamaca para divagar en la lectura: «¿Dinero, abuelo? ¿Y qué es? [...] Se metió la mano en una especie de bolsillo interno en la piel de oso y sacó de él, triunfante, un dólar de plata, abollado y deslustrado. Mi vista es mala —murmuró—. Mira tú, Edwin, si puedes descifrar la fecha [...] ¡Dos mil doce! Fue el año en que Morgan V fue elegido presidente de los Estado Unidos por la asamblea de Magnates. Debe ser una de las últimas monedas que se acuñaron, porque la muerte escarlata llegó en el año dos mil trece [...] Aquí se apretujaban cada domingo hombres, mujeres y niños, en vez de osos a la espera de devorarlos [...] Vivían entonces en San Francisco cuatro millones de personas. Y ahora en todo el territorio, no quedan ni cuarenta. El trabajo humano es efímero y se desvanece como la espuma del mar. Sí, eso es, el hombre en este planeta domesticó a los animales útiles y destruyó a los nocivos. Roturó la tierra y la liberó de la vegetación salvaje. Luego, cierto día, desaparece y la marea de la vida primitiva vuelve a subir, barriendo la obra humana. La mala hierba y el bosque invaden los campos, los animales de presa vuelven a atacar a los rebaños, y ahora hay lobos en la playa de Cliff-House». Relata Jack London en su apocalíptica novela La Peste Escarlata, publicada en 1912. ¿Y si resulto infectado?, ¿qué habré de hacer yo si me enfermo? De la desazón por lo que se ignora también se contagia la infodemia, esa locura autoprescrita que nos lleva con golpes de pulgar o del índice, según el estilo de cada quien, para usar el móvil, a navegar por las páginas de la desinformación. De esta manera me sumerjo en las aguas turbias de la red, enterándome de un doctor francés quien afirma que la hidroxicloroquina es el remedio


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Izquierda: Muerte de Cuitláhuac a causa de la viruela. Códice Aubin, f. 44r. FOTO: BIBLIOTECA NACIONAL FRANCIA. Derecha: Epidemia o cocoliztli de viruela de 1520. Códice Florentino, lib. XII, f. 53v. DIGITALIZACIÓN: RAÍCES.

para este padecimiento. También me encuentro con una doctora salvadoreña que ha logrado un tratamiento exitoso suministrando ibuprofeno y naproxeno durante los primeros días que presentan síntomas sus pacientes. En plena ofuscación, igual registro que en otros países suelen recetar antioxidantes: arbidol, avifavir, azitromicina, baricitinib, cloroquina, colchicina, inmunoglobulina intravenosa, interferón, itolizumab, ivermectina, kaletra, lopinavir, molécula TR10, nitazoxanida, oseltamivir, plasmaféresis de personas que se han recuperado de la enfermedad, remdesivir, ritonavir, sarilumab, tocilizumab, un factor de transferencia y hasta dióxido de cloro, sin olvidar a las nanomoléculas de cítricos. Opto por comprar un termómetro y un oxímetro, pero termino consultando a un médico para enterarme de que me infecté solamente de miedo. «Por esto es por lo que no he tenido nada que aprender con esta epidemia, si no es que tengo que combatirla al lado de usted […] cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella. […] Lo que es natural es el microbio. Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere, son un resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe detenerse nunca. El hombre íntegro, el que no infecta a casi nadie es el que tiene el menor número posible de distracciones. ¡Y hace falta tal voluntad y tal tensión para no distraerse jamás! Sí, Rieux, cansa mucho ser un pestífero. Pero cansa más no serlo. Por eso hoy día todo el mundo parece cansado, porque todos se encuentran un poco pestíferos. Y por eso, sobre todo, los que quieren dejar de serlo llegan a un extremo tal de cansancio que nada podrá librarlos de él más que la muerte

[…] Me avengo a ser lo que soy, he conseguido llegar a la modestia. Sé únicamente que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible a estar con las plagas. Esto puede que le parezca un poco simple y yo no sé si es simple verdaderamente, pero sé que es cierto». Estas afirmaciones de La Peste, novela escrita por Albert Camus y publicada en 1947, me devuelven a los límites de mi innocuo aliento. Si al mundo antes lo separaba la Cortina de Hierro, ahora, además de la lucha de clases que persiste, nuestras sociedades se dividen en torno al uso del nasobuco; pero más allá de las discusiones fútiles, lo cierto es que la contención y mitigación de los contagios tendrían que asentarse en el respeto a la salud ajena, para lo cual deberíamos adecuar las medidas de protección en cada microcosmos social. Dime cómo toses y te diré quién eres. Una parte de la humanidad se lava las manos mientras dos mil doscientos millones de personas carecen de acceso al agua potable. Ante la sediciosa marejada que pretende usar al virus para imponer gobiernos más autoritarios, la democracia batalla para no ahogarse bajo el horizonte anegado por la confusión, en un naufragio donde sucumben la ciencia y la cultura. Los años por venir no serán sencillos. En lontananza destacan dos promontorios: nuestra insondable ignorancia y la pertinaz muerte, siendo estas dos antiguas certezas las referencias que habremos de tener en cuenta para trazar el derrotero del porvenir en esta nave zozobrante llamada Planeta Tierra. Además, en medio de la espesa bruma nos presentan la conveniencia de la vacuna como un faro salvador, pero

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quizá porque mi conocimiento en ciencias genómicas es obsoleto no dejan de asaltarme las dudas. Este destacable logro de la ciencia moderna me remite a la carrera espacial en plena Guerra Fría, cuando la humanidad llegó a la luna al mismo tiempo que aseguraba su propia destrucción mediante la proliferación de armas estratégicas. La novedosa biotecnología utilizada en la fabricación de las vacunas puede ser que funcione, pero no dará una solución inmediata ni definitiva, siendo lo más preocupante el omnímodo control que ejercen un puñado de empresas farmacéuticas al acaparar estos productos biológicos para ponerlos en una subasta al servicio del cruel mercado. Ante el desconcierto de las naciones, pocos países salen bien librados, entre ellos Cuba y Vietnam: al parecer, enfrentar y vencer al imperio les ha dado una disciplina social que les permite sortear la epidemia con recursos propios. El resto del mundo no tiene tiempo para detenerse pues la reflexión sobre el bienestar y la salud pública queda constreñida por la imparable inercia del impulso que marca el capital. ¡Alto!, me detengo en el ensueño de las letras con la novela El Último Hombre, escrita por Mary Shelley, publicada en 1826. «Las visiones lúgubres empezaban a resultarme familiares, y si hubiera de relatar toda la angustia y el dolor que presencié, dar cuenta de los sollozos desesperados de aquellos días, de las sonrisas de la infancia, más horribles aún, esbozadas en el pecho del horror, mi lector se echaría a temblar y, con el vello erizado, se preguntaría por qué, presa de una locura repentina, no me arrojé por algún precipicio, logrando así cerrar los ojos para siempre

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ante el triste fin del mundo. Pero los poderes del amor, la poesía y la imaginación creativa habitan incluso junto a los apestados, junto a los escuálidos, a los moribundos». Al despertar de la pesadilla, el microbio seguía aquí, sin visos de remitir. Las agobiantes turbaciones no ceden, lavando los trastes, evadiendo otras tareas domésticas y suspirando por conservar los ingresos pasa el día, mientras en perpetuo insomnio pasa la noche, siendo la lectura un escape para extraviar al tedio: «Imagine, si usted puede, una habitación pequeña, de forma hexagonal, como la celda de una abeja […] Te he llamado antes, madre, pero siempre estabas ocupada o en aislamiento […] Luego ella encendió la luz y el paisaje de su habitación, inundado de brillantez y atiborrado de botones eléctricos, la reconfortó. Había botones e interruptores por todos lados, botones para pedir comida, música, vestido […] Estaba el botón para obtener literatura. Y estaban por supuesto los botones por los cuales se comunicaba con sus amigos. Pese a que la habitación no contenía nada, la ponía en contacto con todo lo que a ella le importaba en el mundo». Así, acompañando a la distancia el confinamiento ajeno me exalto al descubrir que hay alguien más leyendo sobre esto, sorprendiéndose también con la narrativa de E. M. Foster en su novela “La máquina se detiene” escrita en 1909, que planteaba desde entonces el aislamiento social asistido tecnológicamente como la cotidianidad de un futuro distópico, hoy presente. Abrumado por la pertenencia a esta crónica del desamparo impertérrito, los minutos de pronto se me volvieron meses, mientras transcurre la normalidad alterada.


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Contenido en mi interior por paredes invisibles: dudas, congoja, miedo, impotencia y ansiedades, camino en los atribulados círculos de la especulación sin encontrar en este encierro salida al desasosiego, y cada que trepo por las paredes de la perplejidad resbalo, caigo una y otra vez en cuenta de la insuficiencia viendo pasar desde el cautiverio a la angustia y a los días. Ante tanto desconcierto qué sentido tiene la esperanza, pasa la vida y no podemos despedir a nuestros muertos; sin vernos ni tocarnos cómo unir los corazones. Las pantallas reflejan anhelos, ilusiones o deseos, pero es con obras que el amor se constituye. La escucha pasiva es doctrina y no abona a la política. La incertidumbre no justifica la estulticia. No basta contar casos y defunciones para ser gobierno. No vale apuntalar falsedades para exigir ciudadanía. Hay que edificar a la sociedad en espacios ventilados a distancia de 1.5 metros y sin multitudes. El bien común y no la rentabilidad debieran de orientarnos. El distanciamiento no puede terminar en abandono: a los rincones del olvido hay que acercar ayuda, información, medicina, alimentos, educación, agua y jabón. Reciclando plegarias cotidianas para no enfermar — pandemónium capital de los infiernos que prevalezca la vida sobre tu avaricia—, decencia es compartir la escasez con quien nada tiene. Lo que la prudencia alcanza que no lo acabe el consumo. Que las juventudes sepan cuidar a sus mayores y que su vigor derrumbe lo que nosotros no corregimos. Los sacrificios valen cuando brindan resultados pues la pandemia nos pertenece a todos. Ante un enemigo impalpable la confianza nace de los he-

chos, no de las palabras. Aplicando el método científico van cayendo dogmas, las acciones afirmativas no deben dañarnos, pero la terquedad de vivir a un ritmo desenfrenado no permite parar esta vorágine. Minutos, horas, días, semanas, meses, años, generaciones, mientras los continentes se inundan de insensatez quedando solo un archipiélago de cordura en este mundo. ¿De dónde vino? ¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué sigue? Cartilla de vacunación para salir de la alcoba, pasaporte para ir al baño, retén en el pasillo y aduana en la cocina; sueño, disgusto, llanto, ilusión, hastío, así es como se vive el confinamiento en un frasco de vidrio. Tropo Enero del 2021, Cozumel, Quintana Roo.

Miguel Pickering (México D. F., 1974). Biólogo y magíster en Desarrollo Rural. Radica en Cozumel desde 2017. Técnico recolector de pesquisas, extensionista de anécdotas y silvicultor de historias.

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La peste de Albert Camus

Lecciones de un clásico contemporáneo Por Miguel Ángel Meza Aunque las estadísticas varían, lo cierto es que a mediados del año anterior, las librerías digitales consignaron el regreso de La peste, de Albert Camus, a los primeros sitios de sus listas de los más vendidos. La obra, de pronto —cuando el mundo estaba sitiado por el virus—, se convirtió para muchos en libro de cabecera, en “brújula” ética, en “biblia laica”. Por eso, ante su actualidad renacida, resulta pertinente preguntar: ¿qué enseñanzas hay en esta novela publicada en 1947 que pueda orientarnos en estos tiempos desconcertantes y angustiosos, a pesar del breve alivio que supone el arribo de las vacunas? El siguiente ensayo intenta recuperar algunas de las respuestas que ofrece el escritor francés.

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i los clásicos se definen como aquellas obras cuya originalidad y rareza se conserva y renueva en cada generación, ningún libro más rabiosamente actual que La peste, de Albert Camus (1913-1962). La obra, que narra los meses de cuarentena debido a una epidemia en la ciudad portuaria de Orán, en la Argelia francesa, de inmediato se convirtió en un clásico fundamental de la literatura del siglo XX, pese a reparos puntuales de cierta crítica sesgada por la mirada ideológica o por un enfoque de análisis literario posmoderno en cuanto a elementos formales y de estructura. Hoy nadie duda de que esta es una obra maestra que ofrece las relecturas propias de todos los clásicos: son contradictorias, polémicas, pero siempre fascinantes y aleccionadoras, incluso si no gusta. Por eso, vale anticipar de entrada una de las primeras lecciones de Camus para este siglo XXI, que resulta invaluable y actual: "las peores epidemias no son biológicas sino morales." Porque, en las situaciones de crisis, sale a la luz lo peor de la sociedad —falta de solidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad—, pero también lo mejor encarnado en la figura de ciertos ciudadanos que al sacrificar su bienestar para cuidar a los otros —sin buscar ningún tipo de santidad, solo la humanidad desnuda—, encuentran un sentido oculto en la adversidad y advierten para todos que, tras el horror, es posible experimentar el paradójico sentimiento de la alegría de vivir. Al narrar los estragos de una epidemia y su propagación imparable, que obliga a las autoridades a imponer un severo aislamiento, la obra del escritor argelino de origen francés revela también el espíritu de esa sociedad local que puede ser la nuestra a nivel global: el de la velocidad frenética de la vida cotidiana, la indiferencia ante las existencias ajenas y la casi total ausencia del sentido de comunidad. No hay ciudadanos —se dice al inicio de la novela—, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes; porque la prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral. Afirmación que, entre muchas otras, ha originado que la novela haya sido leída también como una especie de "sermón alegórico" o "fábula moral", una de las dos lecturas a que dio pie desde el momento mismo de su aparición, es decir, lecturas alegóricas. La primera de ellas, la ampliamente reconocida y obvia es la que señala que la novela es una alegoría del nazismo. En la pluma de Camus, se ha dicho, “la peste es la peste parda”. Pero, aunque el autor inició la redacción de La peste durante la ocupación alemana de Francia, en 1943 —de hecho, es la fecha en que publicó un libro precedente: Des exiliés de la peste—, la obra también es una reflexión sobre el mal y es la expresión más cabal de su idea del absurdo y el mito que

conlleva. Por eso, "la novela trasciende su marco temporal y geográfico, y adquiere el rango de metáfora universal."

Absurdo y felicidad humana Si bien la obra estaría basada en la epidemia de cólera que sufrió la misma ciudad de Orán durante 1849 y en referencias clásicas que fascinaban a Camus (Tucídides, Lucrecio, Defoe), no hay que perder de vista la principal enseñanza de esta obra emblemática y la reflexión de tipo filosófico a la que obliga: cómo hallar el sentido de la existencia cuando se carece de Dios, cómo enfrentar el sinsentido cuando se carece de una moral universal y cuando se admite que la irracionalidad de la vida es inevitable porque, en última instancia, el hombre no tiene control sobre nada. Varios momentos en la obra ilustran esta idea, pero el que me parece crucial ocurre en la segunda parte, cuando Tarrou le pregunta a Rieux, el médico protagonista, si cree en Dios. Rieux le contesta: “No, pero ¿qué quiere decir eso? Estoy en la oscuridad y trato de ver algo.” Tarrou insiste: “¿Por qué muestra usted tanta abnegación, si no cree en Dios?” Rieux explica que él “creía hallarse en el camino de la verdad, luchando contra la creación tal como estaba hecha”, porque no puede acostumbrarse a la visión continua de la muerte. Y agrega “…ya que el mundo está regido por la muerte, quizá vale más para Dios que no se crea en él y que se luche con

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l a t i n t a t e n t a todas las fuerzas de uno contra la muerte, sin elevar los ojos a ese cielo donde él calla.” “Sus victorias —replica Tarrou— siempre serán provisionales”. “Lo sé —responde Rieux—. Pero no es una razón para dejar de luchar.” Aunque sabe que la peste, para él es “una interminable derrota”. Sin embargo, este desconcierto, al reconocer la ausencia de sentido supremo —este "absurdo" representado por la peste—, es también potencialmente positivo: las nuevas razones de la existencia están ligadas a valorar la vida humana por sí misma, con la comprensión que da la libertad, y no por causas superiores (religiosas, ideológicas o políticas). Esta idea, que desarrolló de manera brillante e inquietante en El mito de Sísifo, hizo que se catalogara a Camus como «profeta del absurdo», creador del pensamiento filosófico conocido como absurdismo, o integrante de una filosofía —el existencialismo—, cuya tradición se remonta a Kierkegaard, Schopenhauer y Heidegger, y que sustentó de manera filosófica y literaria Jean Paul Sartre. Y aunque Camus rechazó todo tipo de filiación, hay que aceptar que, para entender el existencialismo y la idea del absurdo contemporáneo, se debe conocer la obra de Albert Camus, especialmente El mito de Sísifo. En este volumen, Camus narra la historia del mito: Sísifo, quizá por haber despreciado a los dioses, por querer despojarlos de sus prerrogativas en nombre de una vida plena y gloriosa, es castigado y condenado a empujar monte arriba una gran roca muy pesada, y una vez alcanzada la cima, dejarla caer por su propio peso. Y luego, subirla de nuevo… y así, eternamente. Este castigo absurdo, dice el filósofo, es el drama de la vida humana, de una existencia y un mundo que no tienen sentido. Lo hermoso y optimista de su pensamiento surge cuando Camus afirma que, si bien el sentimiento y la razón han descubierto que la vida no tiene sentido, la experiencia nos dice que "la vida es una plenitud que merece ser vivida." Por lo tanto, Sísifo es dichoso a pesar de la condena, vuelve a su roca, hace de ella su destino y encuentra en ello su felicidad. Es decir, "la felicidad y el absurdo no son dos realidades, sino los dos aspectos de la única realidad existente. Y depende de la voluntad del hombre el que se ilumine una u otra cara, para lo cual solo dispone de su libertad." Obras como El mito de Sísifo y El extranjero, El hombre rebelde o La peste recogen la evolución intelectual de Camus en la posguerra y muestran la expresión de un estado de ánimo contemporáneo de desasosiego e incertidumbre existencial tan característico desde esa época hasta nuestros días. El pensamiento de Camus surge en un momento en que, en Europa, la tendencia dominante es nihilista, marxista o existencialista, y cuando la idea del absurdo pasa de ser un estado de ánimo a ser parte de una filosofía: en específico, la existencialista.

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Sin embargo, si bien el Premio Nobel de 1957, a través de las obras mencionadas, explora la condición humana de aislamiento dentro de un universo que llega a parecer ajeno, con el extrañamiento del ser humano hacia sí mismo, el problema del mal y la fatalidad de la muerte, también hay que dejar claro que su obra es fundamentalmente humanista y liberal, y moralista en el sentido de una afirmación implacable de la vida, del mundo en torno al hombre y de la búsqueda de la felicidad teniendo como metas la libertad, la rebeldía y la justicia. Aunque su idea de que el hombre siempre se encuentra en una condición absurda pudiera hacernos pensar que Camus era pesimista o denso o grave, en realidad, su pensamiento se funda en una afirmación de la vida, del gozo y la pasión del vivir pleno. Es justo que, de tarde en tarde —se dice al final de la obra—, “la alegría viniese a recompensar a quienes se conforman con el hombre y con su pobre y terrible amor.”

La problemática formal Formalmente, la novela es una crónica narrada por uno de los personajes cuyo nombre no se conoce, pero que se revela al final. Este cronista, que sigue de cerca la historia del doctor Rieux, resulta poco convincente, porque desde el principio dudamos de su verosimilitud, a pesar de que al inicio este nos dice que vivió de cerca los hechos y que cuenta con declaraciones, confidencias de algunos ciudadanos, testimonios, documentos y diarios. La clave de la duda es el estilo y el tono con que se cuenta la obra. El estilo es ligeramente afectado, con una prosa perfecta y de belleza clásica, pero conscientemente didáctica y, a veces, hasta cierto punto solemne. Y el tono a veces es irónico y elocuente, por lo que siempre sospechamos que el narrador cronista es el propio autor, el propio Camus. Se ha afirmado que este estilo y este tono narrativo —que parecen no ser propios del narrador que se descubre al final— es similar al que usa Kafka, sobre todo, en El proceso, cuyas frases y sentencias tienen potencialmente varios significados, buscando resonancias morales muy puntuales como la alegoría sobre la conciencia de los eventos y la condición humana. Por eso, habría que seguir la recomendación que hacía el propio Camus sobre la obra de Franz Kafka: leer sus libros dos veces: primero para absorber el relato literal, después el figurativo o alegórico. Lo mismo podemos decir de La peste. De hecho, como estamos ante una alegoría, en la novela "solo hay tres personajes principales: el narrador, la ciudad y la peste. Los otros tienen el valor de símbolos y su grado de existencia corresponde a personajes de una obra de significado moralista, aunque también están dibujados con un extraño sentido del humor, algo que puede obser-


l a t i n t a t e n t a varse especialmente en la descripción de Grand y sus ambiciones literarias, tan escrupulosas que caen en lo ridículo."

Orán y la población árabe Se ha dicho que la novela, leída como una alegoría de la ocupación alemana en Francia “exigía la desaparición de los árabes”. Conor C. O´Brien —en su estudio posexistencialista de la obra de Camus—, afirma que Francia, "el territorio metropolitano, y no Argelia, era lo que habían ocupado los alemanes." Para una fábula que simbolizara a los franceses bajo la ocupación alemana, era imposible incluir a los árabes, aunque la fábula se situara en una ciudad como Orán, con una población árabe numerosa. En su simplificación —continúa el crítico—, la ciudad hace desparecer a sus habitantes originales y se vuelve mítica e imaginaria, a pesar de ser uno de los personajes principales, mientras que la peste se vuelve un personaje muy real. "La ciudad es irreal, la peste es muy convincente." En sí mismos, los personajes de la novela no parecen muy humanos literariamente hablando, pero su lucha contra la peste sí es humana. Incluso podría decirse que desesperadamente humana. Por ejemplo, el sacerdote Paneloux, quien intenta en un primer sermón punitivo responsabilizar de la peste a los humanos, por los pecados cometidos, y en un segundo sermón incluso buscar justificar la muerte del hijo del abogado Othón. Tras esa muerte, Rieux se vuelve contra el cura: “¡Este, al menos, era inocente, usted lo sabe bien!” El cura le dice: “Quizá debamos amar lo que no podemos comprender”. Y Rieux le contesta: “No. Yo tengo otra imagen del amor y me negaré hasta la muerte a amar esa creación en la que los niños son torturados.” Paneloux aún se defiende: en esta peste hay cosas que uno podía explicarse a la vista de Dios y otras no. Lo que separa al bien del mal pueden entenderse. Pero la dificultad comenzaba en el interior del mal. Ante la muerte de un niño (el mal) y el horror que ese sufrimiento arrastra, era necesario creer todo o negar todo. ¿Y quién se atrevería a negar todo? Sin embargo, La peste no es una novela de la desesperación, sino de la esperanza. Y sus reflexiones paradójicas acerca del amor frente al deber obligan a encarar el tema de manera diferente, pues “el amor —dice el cronista— exige un poco de porvenir y para nosotros no había ya más que instantes." Y cuando Rambert logra por fin el salvoconducto para salir de la ciudad y reunirse con su novia, y renuncia a ello para unirse a las brigadas sanitarias, dice: “Sé que este es mi sitio, lo quiera o no”. Rieux, desconcertado y agradecido, repite las palabras del propio Rambert al principio: “Nada en el mundo merece que se aparte uno de los que ama. Y, sin embargo, yo también me aparto sin saber por qué.”

Orán, la ciudad mítica de La peste.

Al final, cuando las puertas de la ciudad se abren y las parejas de amantes vuelven a reunirse y lloran, Rieux piensa, sabe, que “un mundo sin amor es un mundo muerto, y que al fin llega un momento en que se cansa uno de la prisión, del trabajo y del valor, y no exige más que el rostro de un ser y el hechizo de la ternura en el corazón.” ¿Qué sentido pudo haber tenido aquel exilio, aquella separación, y aquel deseo de reunión? Rieux no sabía nada: “lo importante no era que las cosas tuviesen o no un sentido, sino la respuesta dada a la esperanza de los hombres.” “Aquellos que, aferrándose a su pequeño ser, no habían querido más que volver a la morada de su amor habían sido a veces recompensados. [...] Sabían, ahora, que, si hay algo que se pueda desear siempre y conseguir a veces, es la ternura humana.” La peste no oculta en las últimas líneas su resonancia trágica ni su advertencia: el bacilo de la peste —entiéndase este como el enemigo político, como el absurdo metafísico o como el mal en la condición humana— puede permanecer durante muchos años escondido en los muebles, en la ropa, y puede algún día “despertar a sus ratas y hacerlas morir en una ciudad feliz.” Y por eso podemos leer el libro en clave contemporánea, no importa si de manera literal, de manera alegórica o desde el punto de vista filosófico: a la luz de la pandemia actual, a la luz de las nuevas pestes políticas que nos invaden (los populismos de izquierda y derecha, y los nuevos fascismos); o del discurso del odio contra el otro, la xenofobia, el racismo, el antisemitismo, o del neocolonialismo antiindígena, la islamofobia y la visión intolerante de la identidad sexual. Es decir, a la luz de todo aquello que expresa el absurdo metafísico, la metáfora del mal inherente a la condición humana abandonada por un Dios indiferente. Tropo REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: —Albert Camus. Obras completas. Tomo 1. Editorial Aguilar (1959). Traducción y prólogo de Federico Carlos Sáinz de Robles. Todas las citas que aparecen en este ensayo están tomadas de esta edición. —Camus. Conor Cruise O´Brien. Colección: Maestros del pensamiento contemporáneo. Ediciones Grijalbo, 1973.

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Premio Nobel de Lirteratura 2020

Poemas de Louise Glück Sutileza, ironía, fervor. Pero también autobiografía y vida cotidiana austera y humana tocada por una tensión lírica casi narrativa, sin invención de lenguaje, sin búsquedas verbales, casi conversacional. Así es la poesía llana y sabia de Louise Glück (1943), Premio Nobel de Literatura 2020. Y esa voz, singular y colectiva a la vez, cuenta una historia siempre: la narración del ser que se cuestiona sobre el amor, sobre la vida y la muerte. Así de simple, así de inmenso. Y el tiempo, detrás, como una presencia atroz, absorbente y enigmática, marcando el latido y la luz, el misterio y la oscuridad. Los poemas —para la poeta norteamericana— “no perduran como objetos, sino como presencias”. “Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”. Escuchemos, pues, la voz humana de una poeta discreta y excepcional. (Miguel Ángel Meza)

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P r e m i o

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Fantasía

El vestido

Les voy a contar algo: la gente muere a diario. Y eso es sólo el principio. Cada día las funerarias están dando a luz nuevas viudas, nuevos huérfanos. Sentados con las manos juntas, tratan de dilucidar esta nueva vida.

Se me secó el alma. Como un alma arrojada al fuego, pero no del todo, no hasta la aniquilación. Sedienta, siguió adelante. Crispada, no por la soledad sino por la desconfianza, el resultado de la violencia.

Luego están en el cementerio, algunos por primera vez. Tienen miedo de llorar, algunas veces de no llorar. Alguien se aproxima, les explica lo que deben hacer ahora, que podría ser dar un breve discurso o arrojar tierra a la tumba abierta. Y tras esto, cada uno retorna a la casa que está de repente llena de visitantes. Imponente, la viuda se sienta en el sillón, por lo que la gente se le va acercando en fila, en ocasiones toman su mano, en ocasiones la abrazan. Ella tiene palabras para todos, les agradece, les agradece su presencia. Aunque en su fuero interno quiere que se larguen. Quiere estar de vuelta en el cementerio, de vuelta en el lecho del enfermo, en el hospital. Ella sabe que es imposible. Pero su deseo de retroceder, es su única esperanza. Y sólo un poquito, no hasta llegar al matrimonio o al primer beso.

El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo, a quedar expuesto un momento, temblando, como antes de tu entrega a lo divino; el espíritu fue seducido, debido a su soledad, por la promesa de la gracia. ¿Cómo vas a volver a confiar en el amor de otro ser? Mi alma se marchitó y se encogió. El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado grande para ella. Y cuando recuperé la esperanza, era una esperanza completamente distinta.

Del libro Vita nova (1999) Pre-Textos, 2014

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Lago en el cráter Entre el bien y el mal hubo una guerra Decidimos que el cuerpo fuese el bien. Eso hizo que el mal fuese la muerte, que el alma se volviera completamente en contra de la muerte. Como un soldado que desea servir a un gran señor, el alma desea cerrar filas con el cuerpo. Se puso en contra de la oscuridad, en contra de las formas de la muerte que reconocía. De dónde viene la voz que dice: y si la guerra fuese el mal, que dice y si fue el cuerpo el que nos hizo esto, nos hizo tener miedo del amor.

Del libro Averno (2006) Pre-Textos, 2011

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Confesión Mentiría si digo que no tengo miedo. Le temo a la enfermedad, a la humillación. Como todo el mundo tengo mis sueños. Pero he aprendido a esconderlos, a cuidarme a mí misma de la plenitud: cualquier felicidad atrae a las Furias del Destino. Son hermanas, salvajes. No poseen ningún tipo de emoción, sólo envidia.


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N o b e l

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Madre e hijo Todos somos soñadores ninguno sabe quién es.

Y antes, células en una gran oscuridad. Y antes de eso, el mundo tras un velo.

Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo, la familia que restringe. Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.

Para esto naciste: para silenciarme. Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento de ser fundamentales, de ser la obra maestra.

Soñamos; no recordamos.

Yo improvisé, nunca recordé. Ahora es tu turno de entrar en acción; tú eres el que pide saber:

La máquina de la familia: pelaje oscuro, selvas del cuerpo de la madre. La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella. Y antes de eso: tierra y aire. Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.

¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante? Células en una gran oscuridad. Alguna máquina nos hizo; es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle: ¿para qué existo? ¿Para qué existo? Del poemario Las siete edades (2011)

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d e v e z e n c u e n t o

Un día interminable Por Carlos González Gualito

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espués de inhalar en demasía, frunció el ceño, cerró los párpados fuertemente para después sacudir la cabeza, girándola en un no repetitivo y violento, y sentir lo que le hacía revivir, haciendo latir más rápido su corazón. Estaba amaneciendo, y la cocaína ardía en sus conductos nasales, secándole la garganta, reduciendo el efecto del whiskey, recorriendo su cuerpo, energizando, sacándolo del somnoliento letargo etílico que le nublaba los pensamientos y la visión. Ahora todo era claro. Sus dilatadas pupilas observaban a su esposa y a su hermano compartir una risa y mirada cómplice que iba más allá de un lazo familiar. Ramsey pudo comprenderlo todo, y en su cabeza quedaba fija la imagen de las dos personas a las que más amaba, tiradas en el suelo en medio de un charco rojo y espeso. En el aire Johnny Cash soltaba sus arpegios y lamentos interpretando la canción “Hurt”. La música se reproducía mientras los estimulantes y estupefacientes eran para Ramsey instrumentos chamánicos de videncia que le permitían interpretar la letra de la canción confirmando sus sospechas de hacía algunas semanas atrás.

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Delirio. Imagen tomada del Rincón de la psicología (rinconpsicologia.com)

Ahora ya era incapaz de reconocer a la Deborah de la que se había enamorado. Su esposa ahora era otra persona —“beneath the stains of time the feelings dissapear, you are someone else I am still right here”—; la traición era imperdonable y no podía sentir por ella sólo más que odio, pero la traición era doble ya que ella lo traicionaba con Leroy, su hermano menor y socio en los asuntos del rancho. Leroy también había sido su compañero de andanzas, y además de ser hermanos presumían ser mejores amigos, pero no importaban ya ni el amor ni la sangre. Ahora con la misma sangre él les cobraría el precio de haberlo traicionado, sin importar convertirse en el asesino de su propia esposa y hermano. “What have I become my sweetest friend? Everyone I know goes away in the end”. Desde la barra los miró con odio, pero ellos ni siquiera se inmutaron, también bebían y estaban tan enfrascados en su conversación que no ponían atención a Ramsey, que vaciaba otra vez su vaso de un gran trago. Se sirvió más hielo, tomó la botella vacía e intentó servirse infructuosamente, lo que originó la sorna de Deborah. También Leroy encontró graciosa la escena y soltó una risa burlona. Los ojos de Ramsey se encendieron, pero contuvo el enojo y dio media vuelta para alcanzar otra botella del estante.


d e v e z e n c u e n t o

Ictus. Imagen tomada de Diario AS (as.com)

Su mirada al pasearse sobre la ostentosa sala desordenada, donde vasos vacíos y ceniceros llenos de colillas estaban por doquier —restos de la fiesta de la noche anterior— divisó en el muro la escopeta que su padre le había heredado. Tomó la botella, la puso sobre la barra con firmeza provocando un sonido seco, lo que originó más risas en la pareja sobre el sofá. Trató de ignorarlos, aunque su odio crecía y también su ansiedad que, paradójicamente, trató de calmar inhalando la última gruesa línea de cocaína sobre la barra. Sus sentimientos se entrelazaron con los recuerdos de niñez cuando jugaba con Leroy con pistolas de juguete. Los recuerdos de juventud con su hermano y su padre disparando a latas y botellas vacías. Los paseos a caballo. También le pasó por la mente cuando vio a Deborah por primera vez entrando en el salón de clases en la preparatoria y cuando en el baile de graduación se besaron; la luna de miel en Cancún. La tristeza lo invadió; después vino el dolor. Quiso estallar, pero contuvo la ira. Salió de la barra. Deborah y Leroy lo observaron con el rostro serio, lo vieron de espaldas caminar hacia el muro donde estaba la escopeta. Llevaba en la mano un banco del bar, que colocó frente a la pared. Se subió, estiró los brazos al frente, escuchó una detonación, después otra y sintió la espalda caliente.

Cuando giró, vio a Deborah a unos cuantos metros sosteniendo la pistola calibre .25 que le acababa de regalar en su cumpleaños y a Leroy tomándola del hombro. Le gritó: “¡¿Trataste de matarme, hija de perra?!” Ellos no le escuchaban ni veían. Mantenían su rostro sin expresión y miraban hacia el suelo. Ramsey bajó también la mirada y se vio tirado en un charco de sangre, frunció el ceño, cerró los párpados fuertemente para después sacudir la cabeza, girándola en un no repetitivo y violento… Después de inhalar en demasía, frunció el ceño, cerró los párpados fuertemente para después sacudir la cabeza, girándola en un no repetitivo y violento, y sentir lo que le hacía revivir, haciendo latir más rápido su corazón. Estaba amaneciendo, se escuchaban las últimas notas de “Ain’t no grave can hold my body down” antes de comenzar “Hurt”, y el mismo día se repetía una y otra vez más por siempre para Ramsey. Tropo Carlos González Gualito (CDMX 1970) radica en Playa del Carmen Q, Roo. Estudió Ciencias Políticas y Administración Pública en la FES, Acatlán de la UNAM. Publicó el libro de poesía Tiempo (Libros en red, 2012). Coautor de la antología poética Aquí y Ahora (Nave de papel, 2015) y de los libros Escrivive Playa “Poemario” y Escrivive Playa “Sueños, Leyendas y Ficciones” (Editorial Greca, 2016). Miembro de la sala de lectura La hojarasca y de Literatos Riviera Maya.

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Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL 2020

Travestis en resistencia Por Vanesa González-Rizzo Krasniansky Las malas es un libro escrito por Camila Sosa Villada, que transmite no sólo su historia personal sino la historia que representa a muchas mujeres travestis, trans y, junto con ellas, las historias de todas las personas reunidas en las disidencias. Allí estamos, reflejadas en la potencia, la poesía y la dolorosa belleza de su escritura.

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on Camila caminamos juntas por la injuria y el dolor de ser otras, de ser quienes “trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo”. Nos acercamos al parque Sarmiento, el lugar en el que esa jauría se reúne cada noche y hacen un solo cuerpo, uno repleto de cicatrices, senos rellenos de petróleo, historias que desgarran y que muestran uno de los grandes problemas de la humanidad:

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la exclusión de lo diferente. Muestra cómo se cuela hasta el tuétano la repulsión por les otres, esos seres que no se parecen a lo que el discurso hegemónico dicta como la norma. Quizá por eso todas las personas que nos colocamos en los márgenes somos Las malas, pero, sin duda, las mujeres trans son “de las peores” desde la perspectiva que dicta el quehacer y etiqueta las conductas de las personas en lugares dicotómicos: “esto está bien y es aceptado y esto está mal y lo rechazamos”. Escrito en primera persona, nos narra los comienzos de su vida en una familia que no aceptaba quién era, ni


Camila Sosa. Cortesía de Planeta (Tomada de La Razón).

cómo se conducía en el mundo. Creció en Mina Clavero, un pueblo pequeño de Argentina, y con muchas circunstancias en contra. Las inclemencias le van a resultar herramientas para la vida, para lo que después vendría, que era vender el cuerpo. Ese miedo que teñía el hogar también fue su alimento. En la lectura encontramos personajes entrañables como La Tía Encarna, que a sus 78 años sigue teniendo fuerza para sostener a su manada; cual abeja reina estipula las reglas del panal en el que acogerá a las travestis del pueblo. Ella, la que lleva la patria en el cuerpo: con sus guerras, desapariciones, torturas. La Tía Encarna pone la piel para mostrar “…el daño sin tregua al cuerpo de las travestis. La huella dejada en determinados cuerpos, de manera injusta, azarosa y evitable, esa huella de odio”. También está María la Muda, sordomuda que cuida al Brillo De Los Ojos y que, de a poco, con una dulzura que sucede como en suspiros, se va transformando en pájaro, le salen plumas, garras, hasta que un día emprende el vuelo. Y La Machi, paraguaya brava y hechicera, que tenía contacto directo con las diosas, lo tomaba en serio, y ninguno de sus rituales sucedía si no se presentaban las condiciones apropiadas. Ella aceptó bautizar al Brillo de Los Ojos, aquel bebé al que rescató Encarna de una noche helada en el parque. El niño en su regreso a un mundo “…parece una lora con la cabeza calva. Cuando intenta sacarlo de su tumba de ramas [La Tía Encarna] se clava espinas en las manos y las pinchaduras comienzan a sangrar, tiñen las mangas de su blusa. Parece una partera metiendo las manos dentro de la yegua para extraer al potrillo…” Ese Brillo que devolverá a

cada una la chispa en la mirada, para Encarna, es un motor de vida, y en el resto de las travestis es el pegamento de la cofradía. Cada una dará algo para que El Brillo De los Ojos crezca con esa sonrisa que le caracteriza. Los personajes de Las malas tienen poderes que les hermanan a lo sobre natural, algunas células de rareza para la “normalidad” y mucha fuerza, de esa que muta, que saca de la entraña las energías para persistir, a pesar de la sombra que se cuela desde niñxs, esas ganas de quitarse la vida. Insiste la perseverancia, repleta de lentejuelas, los labios rojos como armas, la certeza de los perfumes baratos y la merca de mala calidad, dispuestos para la batalla. Natalí, la séptima hija varón, que se convertía en lobizona las noches de luna, la que lloraba lágrimas azules al escuchar a Julio Iglesias, se encerraba con cadenas en un cuarto cada vez que la luna la acompañaba y ella se bestializaba. Es la metáfora de la devastación que sufren las travestis, pues envejecen aceleradamente, como los animales; las perras en las que un año humano son siete para ellas, así Natalí se deterioraba en sus encierros mensuales. Estos pequeños deslices que Camila incluye en el libro, repletos de poesía, llevan consigo denuncias de antaño que las compañeras travestis y trans nos hacen. Ellas que tienen una esperanza de vida no mayor a los 35 años, ponen sus cuerpos como campos surcados no sólo por los disfrutes sino también por los miedos, las ignorancias y las violencias de sociedades que buscan quedarse ciegas y sin recursos, que anulan la belleza de sabernos múltiples, e incluso, que niegan su propia historia, la de tejidos repletos de colores que hacen nuestras culturas. En algunos países, las mujeres travestis y trans recibirán un odio

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Camila nos lleva de la risa al llanto. El libro es una daga dispuesta a abrir los ojos de cualquiera que se resista, afilará la cuchilla de ser necesario y lo logrará con toda la bondad y escozor que hay en Las malas.

desmedido, como en México, pues nuestro país es el segundo que comete mayor número de transfeminicidios, luego de Brasil, en América Latina. Así, Camila nos lleva de la risa al llanto. El libro es una daga dispuesta a abrir los ojos de cualquiera que se resista, afilará la cuchilla de ser necesario y lo logrará con toda la bondad y escozor que hay en Las malas. Las imágenes se recrean con facilidad en quien lo lee. Esa mezcla de sobrenatural y vida cotidiana podría hacernos pensar que la autora está influida por cierto realismo mágico, como el del Gabo en Cien años de soledad, con personajes que viven más de 100 años, o seres al estilo Rebeca Buendía que come tierra y calicanto… Me parece que para hoy nos conviene pensar (en caso de que hubiera alguna influencia) que ella viene del mundo queer, de las disidencias que se permiten resignifi1 2

car la injuria y hacer brillar los duelos en fiestas drag, de quienes salen de la norma para manifestar afectos. David Halperin en Cómo ser gay1 nos ayuda a pensar lo que llama la “dramaturgia heterosexual de los afectos”, y junto a Wittig sitúa lo sexual en un régimen político. La heterosexualidad como el destino hegemónico del mundo afectivo. Camila Sosa también restituye otras vías para el mundo afectivo, a través de personajes que se inscriben en lo queer y pone en acto la vida cotidiana. Hace uso de sus recursos performáticos y muestra la influencia del teatro en sus letras y también en la posibilidad que brinda a los afectos en la trama. Representando al mundo queer, nos plantea una mirada que puede invertir todas las cosas, que no toma nada como dado, que cuestiona lo que se afirma como verdad única e inamovible; se es esto o aquello. Sus personajes podrían ser más cercanos a subjetividades parchadas, llenas de agujeros, hechas de cachos, retazos a manera de Frankensteins, que nos remiten a lo monstruoso2— otro tópico de lo queer—, eso que es llevado a un lugar de extrañeza profunda por resultar extremadamente diferente a lo acostumbrado. Aquí podemos pensar en la patologización que durante muchos años han tenido en la historia de la salud mental las disidencias sexo-genéricas, las manifestaciones de locura y cualquier condición que se salga de la norma dictada. Monstruos que resisten, gozan, ríen y crean. Camila, ella, su historia, la nuestra, la de todas las personas que generan irritación, la historia de quienes somos incómodas. Habrá niveles y grados, y, como en todo, nos encanta acomodar por jerarquías. Para algunos serán las feministas, para otros, las madres solteras. A quienes son más recatados pondrán en la monstruosidad a las adolescentes viviendo su sexualidad, y, sin lugar a dudas, las mujeres travestis, transexuales y transgénero serán la monstruosidad poética más hermosa y más atacada.

Halperin, M David. ¿Cómo ser gay? ed. Tirant. Humanidades, Valencia 2016. Haraway, Donna. Las promesas de los monstruos: una política regeneradora para otros inapropiados/bles. Política y Sociedad N.30, 1999; pp.121-163

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Pareciera que Camila pone en acto a través del texto, lo que comenta en una de las entrevistas que le hacen a propósito del premio Sor Juana, que le otorgó la Feria Internacional del Libro de Guadalajara: “Las travestis somos una nueva especie”. Es así como en su relato, quizá sin quererlo, emergen también las ideas de Haraway, que dan un giro a la noción de naturaleza y a la posibilidad de habitar. Donna Haraway propone salir del produccionismo y asumir la naturaleza como ficción, así como reconocer a los agentes y actores extraños. Plantea incluirles en las narrativas de la vida colectiva, y en la propia conceptualización de la naturaleza. Parafrasea a Simone de Beauvoir cuando dice que los organismos no nacen, sino que se hacen, y agrega: “Escribí que a los organismos los construyen actores determinados y siempre colectivos en tiempos y espacios paniculares como objetos de conocimiento mediante las prácticas continuamente cambiantes del discurso científico. Analicemos más detenidamente esta afirmación con la ayuda del concepto de aparato de producción corporal. Los organismos son encarnaciones biológicas; en tanto que entidades técnico naturales, no son plantas, animales, protistos, etc., pre-existentes con fronteras ya determinadas y a la espera del instrumento adecuado que los inscriba correctamente. Los organismos emergen de un proceso discursivo. La biología es un discurso, no el mundo viviente en sí”3 Acompañemos a los Hombres Sin Cabeza, esos que quizá por no tenerla se permiten no atacar, no estar contaminados por las injusticias. Quienes acuden a cuidar y enamorar a esas monstruas, a esas invisibles que provocan placeres únicos, las que llevan un cuchillo entre las piernas y nos hacen gemir de placer. Son esos hombres, extraños, esos que se enamoran hasta darlo todo y no claudican ni en la última letra. Acompañemos la piel de toda prostituta que se eriza, la que “…debe hacer lo que quiere; no cuenta el deseo del cliente. Una puta que se precie nunca cede. Es el momento de hacer que el cliente se pliegue al deseo de la puta y crea que es su deseo. Y hacerlo pagar por eso.” Leamos Las malas donde “El cielo de las travestis debe ser hermoso como los paisajes deslumbrantes del recuerdo, un lugar donde pasar la eternidad sin aburrirse.” Esquivemos a la muerte, no sólo con tabacos para huir mientras los fuma. Hagámoslo junto a Camila, quien nos dice: “…A duras penas sé vivir al día y siempre en riesgo. No sé todavía que la muerte ha estado siempre a mi lado desde que nací, que lleva mi nombre tatuado en su frente, que me da la mano por las noches, que se sienta conmigo a la mesa y respira a mi compás.”

"Batato Barea". Salvador Walter Barea. Actor performer travesti clown. Puntal del movimiento underground de los años 80 en Argentina. Óleo de Marcia Schvartz.

¿Quién en este mundo se anima a ser tan mala como para vivir su deseo, luchar por su causa, quién es fuego que se lanza a quemar los estigmas, hacer hermandad con las diferencias, dejar las hipocresías y permitirse nombrar lo que le asalta, quién es capaz de vencer la muerte en el instante en el que la estrellas pululan en noches líquidas? Tropo Vanesa González-Rizzo Krasniansky. Psicoanalista con experiencia clínica en el tratamiento de bebés, niños, adolescentes y adultos. Fundadora en 2005 del Espacio de Desarrollo Infantil e Intervención Temprana (EDIIT) en la Ciudad de México. Miembro de la Asociación Mexicana para el Estudio del Retardo y la Psicosis Infantil (AMERPI). Ha sido docente en el Círculo Psicoanalítico Mexicano, la Universidad La Salle Cancún, y la Universidad Marista de Mérida, entre otras instituciones. Vanesa es feminista, activista social, participante y fundadora en diversas organizaciones de la sociedad civil como el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, Balance AC, Decidir Coalición de jóvenes por la ciudadanía sexual. Actualmente es la representante en Quintana Roo de Equidad de Género, Ciudadanía, Trabajo y Familia y de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos en México (Ddeser QRoo). Es presidenta de Derechos, Autonomías y Sexualidades (DAS Cancún). vanegori@gmail.com

Haraway, Donna. “La promesa de los monstruos: Una política regeneradora para otros inapropiados/bles” Trad. Elena Casado. Política y sociedad 30, 1999. pp.124. 3

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Cultura y familia en el siglo XXI: una reflexión impostergable Por Macarena Huicochea

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esde que era niña me he cuestionado ¿para qué sirve una familia? Y aun cuando me considero producto de una familia amorosa, reconozco que hubo relaciones familiares que, sin duda, definieron mi personalidad, mis valores y conducta hasta la fecha; y que, cuando formé mi propia familia, muchos de esos valores y creencias chocaron con la realidad laboral de una mujer intelectual del siglo XX. Y es que esta pregunta no tiene una respuesta única y depende del contexto social, histórico e incluso político. No es lo mismo una familia indígena de la sierra de Oaxaca, sin acceso a educación y servicios públicos, que una familia medieval de la clase alta; o que una familia de clase media en el siglo XXI en plena pandemia y encierro. Me permitiré contar dos anécdotas personales y dos ajenas con las que trataré de fundamentar mi argumentación. Pretendo visibilizar lo que, a pesar de parecer ob-

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Foto: Angélica Mercado. Día de la madre, 2020

vio y evidente, se mantiene encubierto y distorsionado sin que nadie cuestione los evidentes malos resultados de “dar por hecho” y no cuestionar lo que sucede en el ámbito íntimo y familiar con respecto a sus repercusiones públicas y resultados sociales. Son anécdotas de infancia que sólo entendí cuando fui adulta, pero que me mantuvieron con una incertidumbre permanente hasta la adolescencia. Cuando yo tenía diez años, mi madre tuvo algo parecido a una embolia, de la cual jamás se recuperó. Sus lesiones cerebrales le impedían hablar y le causaban mucha frustración al no poder comunicarse con sus hijos o esposo. Esto repercutía en llantos, desesperación y desequilibrios emocionales que la hacían quejarse y reclamar (aun sin lenguaje verbal) todo el tiempo. Por supuesto, yo no entendía nada entonces, pero ahora, a la distancia y con mayores herramientas de conocimiento, comprendo lo terrible de su situación: éramos cuatro hijos pequeños, yo la más grande. A mí nadie me explicó nunca nada. Como suele ocurrir a veces, los


l a t i n t a t e n t a Adrián Figueroa (Adzul Marino). Sierra de Guadalupe. Técnica: Xilografía. Medidas: 52.5x32.5cm

adultos deciden y actúan sin darse cuenta de que los niños están ahí, observando, tratando de entender y aprendiendo “cómo funciona el mundo”. En algún momento, por un mal diagnóstico, mi madre fue internada en un hospital psiquiátrico, así que, desde mi mundo infantil crecí con la idea de que mi madre había enloquecido y de que ser mujer era sinónimo de debilidad, llanto y queja… y yo no quería ser así. Por eso pretendí parecerme a mi papá. Jamás quise ser hombre, pero sí actuar con “mayor fuerza, poder y normalidad”, según yo lo interpretaba (recuerden que tenía sólo 10 años). Aquello me dejó una sensación que, hasta el momento, me cuesta describir. Mientras mi mamá estuvo en el hospital, una hermana de mi madre vino a “ayudar” a mi papá. Era una tía que no me caía bien y que, tras la experiencia que narraré, generó en mí una animadversión que tampoco entendía entonces. Pues resulta que la “caritativa alma de Dios”, crecida quizás en un ambiente distinto al mío, proyectó tal vez sus miedos o vivencias (no lo sé) en mí. Sólo recuerdo que, mientras lavábamos la ropa de mis hermanos, me dijo unas palabras que no entendí, pero la forma en que las dijo y su actitud y emoción se me impregnaron en el cuerpo y el alma de tal modo que, aún ahora que las entiendo, me causan un malestar denso y pegajoso, como de una brea oscura y “viviente” que sigue incomodándome al pensar en cómo los adultos siembran sus propios miedos y traumas en niños que no entienden a qué se refieren y que ellos jamás logran explicar o verbalizar con claridad. Creo que eso sucedió a partir de que tuve mi primera menstruación. Como nadie me había dicho nada al respecto, creí que me iba a morir. No quería preocupar más a mi padre, ya de por sí agobiado con cuatro hijos y una esposa internada en un hospital y sin esperanza de curación. Sin embargo, mi tía descubrió mis improvisadas formas de resolver “yo solita” la situación y, en lugar de hablarme al respecto y explicarme lo que tampoco me habían explicado en mi escuela de monjas, sólo sentenció: “Ten cuidado… te has convertido en una señorita y… tu papá es hombre”. ¿¡¡¡? Juro que no entendí. Pero su miedo o su sombría visión o experiencias con lo masculino me causaron un rechazo instintivo hacia ella. Sentía que no había lógica en sus palabras. ¡Era evidente que mi papá era

hombre! Pero ¿por qué quería hacerme sentir que estaba en peligro? ¿Debía tenerle miedo a mi padre? Años después me quedó claro lo que quiso decir y la odié aún más por no ser capaz de darse cuenta de la calidad humana de mi padre, de su amor y respeto por sus hijos (éramos dos mujeres y dos hombres). Cuando somos niños, crecemos rodeados y moldeados por las creencias, frustraciones, malos entendidos y experiencias que han vivido los adultos que nos “educan”. Pero, como no tienen otros referentes, no se preocupan por entender que hablar a medias, “decir sin decir” o transmitir traumas y prejuicios personales no es educar y puede dañar el desarrollo emocional y la percepción del mundo de un niño o adolescente. Así, con éstas y otras circunstancias, llegué a la adultez con cierta inmadurez emocional y cargando a mi vez mi bolsa de prejuicios y creencias heredadas, que yo daba por “buenas” y que la vida me hizo ajustar, desechar o cambiar a través del choque con la realidad. Me casé y tuve hijos. Pero ni el matrimonio ni la mater-

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Siempre he creído en el poder sanador de las palabras, en la fuerza de la expresión para dialogar y entender al otro. Sin embargo, una y otra vez me encuentro con esta capacidad que se arraiga en los adultos para “disfrazar” la realidad, ocultar emociones, negar fragilidades o reconocer sus errores y limitaciones para buscar ayuda especializada.

nidad eran “como imaginaba” o “como se suponía que debía ser” y me sentí traicionada por la vida. ¿Por qué las cosas no eran como se supone que debían ser? ¿Por qué me resultaba tan difícil hablar con mi pareja de lo que sentía y experimentaba, mientras él, su familia y la mía daban por hecho que “así son las cosas” y que: “una mujer debe dejar de lado su propia vida para vivir para su familia”? En pleno siglo XX descubrí que mi suegra, cuñadas y parientes cercanos consideraban mis afanes de autosuficiencia económica y desarrollo profesional como algo “anormal”. Y eso no fue lo peor. Lo más retador fue descubrir que, a pesar de que la sociedad y el discurso feminista y liberal de mi época planteaban la idea de mujeres “emancipadas”, los horarios laborales no coincidían con las responsabilidades maternas y ante cualquier oportunidad de ascenso laboral siempre me enfrenté a la advertencia de mis jefes (hombres o mujeres, nunca importó el género): si quería un mejor puesto no podía tener vida propia y menos tiempo para atender a mi familia y criar hijos: tenía que estar disponible tiempo completo y si mis niños se enfermaban, si había un festival donde actuaran en la escuela o si tenía que vacunarlos, tendría que hacerlo cuando tuviera tiempo libre, que, por supuesto, no existía. Recuerdo esa época llena de estrés, tratando de ser una “superwoman”, sintiéndome culpable por trabajar o por pensar en sólo dedicarme al hogar. Nada estaba bien para nadie: ni para mi familia, ni para mis empleadores (de la iniciativa pública o privada) y tampoco para la sociedad (integrada por padres de familia de la escuela, vecinos, parientes e incluso “amigos”). Pero como yo creía que tenía que hacerlo todo y no podía lograrlo, en lugar de disfrutar y valorar esos años de

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Álvaro Peña. La espera.

juventud y vitalidad, los viví con el enorme peso de la culpa, la frustración y la sensación de impotencia que caracterizó a muchas de mis amigas y colegas. Esa sensación sigue haciendo “ruido” en algunas generaciones que ya no sueñan con eso de casarse y tener hijitos e incluso consideran la maternidad como un “estorbo” para su desarrollo. Esta reflexión surge de una experiencia como terapeuta de Flores de Bach. Unos padres me pidieron atender a una niña de once años que era “conflictiva”. De acuerdo con mis estudios al respecto, ante un niño conflictivo “hay que dar terapia a los padres”. Así que rechacé el papel de “reparadora de niños” y propuse escuchar a la niña con la intención de incluir posteriormente a los padres. Recibí a la menor de edad sin prejuicios y evitando crearme una imagen negativa de su conducta: quería darle la confianza de hablar y de entender su perspectiva. Confieso que fue desgarrador: hija de padres divorciados y vueltos a casar, la niña no encontraba lugar, pues las nuevas parejas de sus padres la hacían sentir “intrusa”. No se sentía muy cómoda en ningún sitio y parecía ser un estorbo para las nuevas parejas de sus padres que competían con ella por el cariño. Así, el supuesto hogar que


l a t i n t a t e n t a Adrián Figueroa (Adzul Marino). Inicia la primavera en la Sierra de Guadalupe. Técnica: Xilografía. Medidas: 52.5x32.5cm

pretendían ofrecerle los padres era una quimera. Muchas veces, ante un conflicto que no se puede, no se entiende o no se quiere resolver, es más fácil culpar a la menor. Me sorprendió la madurez y claridad de la niña ante el problema: “mis padres prefieren dar la razón a sus nuevas parejas, a las que no quieren dejar, por la situación económica o por dependencia emocional”, me dijo. Por supuesto, la niña no me lo expresó con estas palabras, pero era evidente que tenía mucho más claro lo que sucedía y lo que sus padres no querían aceptar. Lo más interesante: la menor entendía lo que se esperaba de ella. Por supuesto, consideraba injusto tener que someterse, saberse vulnerable e impotente ante su situación, que reflejaba en su conducta, a pesar de hacer esfuerzos titánicos por “obedecer”. Su mayor frustración era no ser escuchada, su voz no importaba, ni sus sentimientos. Sus dos familias estaban angustiadas por la situación económica y no tenían tiempo de atenderla ni estaban dispuestas a dejarse cuestionar la “autoridad de sus conductas” (algunas de ellas francamente inmaduras y mucho menos conscientes que las que nuestra preadolescente era capaz de describir y narrar). Siempre he creído en el poder sanador de las palabras, en la fuerza de la expresión para dialogar y entender al otro. Sin embargo, una y otra vez me encuentro con esta capacidad que se arraiga en los adultos para “disfrazar” la realidad, ocultar emociones, negar fragilidades o reconocer sus errores y limitaciones para buscar ayuda especializada. Comparto esta historia porque la niña fantasea con huir de casa, con preferir la calle y la “libertad” no obstante suponer que conoce los “riesgos”. Sin hacer ningún juicio,

solo quiero dejar la pregunta abierta: ¿cuántos niños así hay en nuestra ciudad, estado y país? ¿Acaso esto podría explicar el crecimiento de los niños adictos, los jóvenes sicarios, la prostitución infantil y tantas otras cosas que los adultos preferimos seguir evadiendo como temas de conversación o que suponemos que sólo les suceden a otros, a los “malos”, los “pobres”, los que no tienen educación? Reconozco que, muchas veces, en esa inmadurez que nos caracteriza, también dije o hice cosas injustas que justifiqué ante mí misma, pero que sabía que estaban mal: hablar mal del padre de mis hijos tras el divorcio; chantajear y comprar su amor con objetos o dejarlos hacer lo que querían ante mi culpa por no dedicarles tiempo en mi afán de desarrollo profesional; mi estrés, mal humor y desesperación porque no tenía tiempo para mí y el agobio ante la falta de horarios adecuados para una sana vida familiar. Niños llave, hijos de la tele, adictos al nintendo y las golosinas. Hijos, sobrinos y nietos que crecemos a la sombra de adultos inmaduros y nos convertimos en adultos inmaduros que normalizan la violencia física o verbal como forma de “educación” ante nuestras ineficientes políticas públicas y falta de habilidades familiares. Y todo ello en un sistema capitalista y de consumo como el que vivimos que da prioridad a la productividad y la explotación al costo de familias disfuncionales e impreparadas para la crianza. No se trata de señalar a otros, sino de invitar a reflexionar y entender que mucha de la violencia social, la inseguridad y la prevalencia del dinero por encima de la vida y la educación podrían ser parte de la problemática que tanto nos incomoda y de la cual sólo vemos la superficie, temerosos de profundizar en sus causas y en nuestra responsabilidad. Tropo

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¿Se pueden dar pruebas a favor o en contra de que Dios existe?

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“Dios está muerto”: Nietzsche. “No, el que está muerto es Nietzsche (1844-1900)”: Dios.

ace tiempo se publicó una noticia acerca de un hombre que se arrojó a la jaula de unos leones en un zoológico ucraniano para probar la existencia de Dios. Dijo: “Dios me salvará, si existe”, pero lamentablemente los leones no cooperaron y no se realizó tal salvación. Obviamente, esta no es una buena forma de probar la existencia (ni la inexistencia) de Dios. En todo caso, si alguien requiere un tipo de intervención milagrosa como prueba, hay otras menos violentas como la que propone Woody Allen: “¡Si Dios tan solo me diera una clara señal! …como hacer un generoso depósito a mi nombre en un banco suizo.” ¿Es posible dar pruebas de la existencia o inexistencia de Dios? No hay una respuesta aceptada por todos o por la mayoría de los científicos ni filósofos, mucho menos por la gente en general. Cada respuesta es polémica y puede ser más o menos persuasiva según la calidad de los argumentos que la apoyen. Antes de dar

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Fotografía: María Isabel Maldonado. Pueblo de Jacala.

mi respuesta, consideremos algunas de las principales soluciones que se han dado a la pregunta. En primer lugar, está quien dice que antes de responder la pregunta es indispensable definir qué se entiende por “Dios”. Se debe dar una definición coherente, que se pueda verificar o refutar de alguna forma. Se examina y cuestiona primero la definición antes de argumentar sobre la probabilidad de la existencia de Dios. Quienes adoptan esta postura se llaman ignósticos (no hay que confundirlos con los agnósticos). Hagamos algo de caso al ignóstico y definamos a Dios como el Ser Supremo, Creador del universo y de la vida. No se requiere agregar cualidades como la omnisapiencia (la capacidad de saberlo todo), la benevolencia u otras. Se puede argumentar a favor o en contra de estos rasgos, pero no es necesario asumirlos desde la definición, ya que en principio el Creador puede ser quien tiene el máximo conocimiento sin tener que saberlo todo, y un Creador no necesariamente tiene que ser benevolente. El filósofo William Lane Craig piensa que Dios sí tiene que ser benevolente para que pueda ser digno de adoración, pero los cultos sa-


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Miguel Ángel. La creación (fragmento). Capilla Sixtina.

tánicos muestran que se puede adorar a una deidad que no es benevolente. Además, están varios dioses griegos con muy malas costumbres como Zeus (vengativo, secuestrador, violador y asesino) y Cronos (que se comía a sus hijos). Es cierto que la mayoría de nosotros no consideramos a estos dioses dignos de adoración, pero es razonable suponer que al menos sus adoradores sí los consideraban así. En suma, un ser Supremo Creador del universo no tiene que ser bueno o malo por definición, su alto poder creativo en principio no necesariamente tendría que venir acompañado de cualidades como la paciencia y la bondad. El científico norteamericano Neil DeGrasse dijo: “No sé si Dios existe o no, pero cuando la gente dice que Dios es bueno… la verdad es que en nuestro universo veo cualquier cosa menos benevolencia. Tenemos asteroides que colisionan contra la Tierra y causan extinciones masivas, así que no hay bondad en el universo que conocemos”. La pregunta sobre si se pueden dar pruebas a favor o en contra de la existencia de Dios parece solo admitir una respuesta afirmativa o negativa, pero los partidarios del agnosticismo, llamados agnósticos, sostienen justo lo contrario. No se puede responder ni que sí ni que no. Los partidarios del agnosticismo débil creen que, aunque es posible para un ser humano saber si Dios existe o no, todavía la humanidad no ha alcanzado ese nivel de avance, por lo que actualmente es imposible dar pruebas a favor o en contra de la existencia de Dios, pero quizás en el futuro se pueda. Otros sostienen un agnosticismo fuerte: por más que avance la ciencia, es imposible para los seres humanos saber si Dios existe o no, así que nunca se podrán dar pruebas al respecto. La verdad es que no todos los agnósticos se sentirían identificados con alguna de estas dos posturas, hay diversas variantes, no solo de agnosticismo, sino prácticamente de todas las posturas que podemos presentar aquí, o con las mismas conclusiones, pero por otras razones.

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Ante la respuesta del agnóstico “no se pueden dar pruebas”, el fideísta respondería “no se deben dar pruebas”. ¿Por qué? Porque si el fundamento de la existencia de Dios fueran las pruebas, no habría fe y solo por la fe se puede llegar a Dios, no por la razón. Así que para el fideísta no solo no puede haber pruebas, sino que no debería haber pruebas. Si Dios concede mérito a quien cree en su existencia solo sobre la base de la fe, no dejaría un universo lleno de pruebas contundentes a favor de su existencia para no boicotear la fe de los creyentes. Aunque el tema de la fe exige una discusión mucho más amplia, baste decir ahora dos puntos: 1) no se debe confundir la fe con la credulidad ciega y 2) el fideísmo no parece atractivo, pero no tanto por la relevancia que otorga a la fe, sino por su rechazo de la razón. No es adecuado rechazar el uso de la razón ni siquiera para la gente de fe, pues si Dios no quería que los seres humanos desarrollaran sus capacidades de raciocinio y la utilizaran en las decisiones importantes, no los habría creado con tanta capacidad mental y con un entorno estimulante. Además, en la tradición judeocristiana se anima a los creyentes a amar a Dios con “toda su mente”, lo cual no sería posible si se coarta el uso de la razón para conocer a Dios. En el lado opuesto está el deísmo, la postura de que por medio de la razón se puede concluir que Dios existe y que creó el universo, pero Dios no interviene en los asuntos humanos haciendo milagros ni dirigiendo una religión en particular. Un deísta sostiene que a través de la ciencia y del estudio de la naturaleza se puede conocer a Dios, no se requiere de una religión o de un libro sagrado. Entre los filósofos deístas más conocidos está Jean Rousseau y Voltaire. Finalmente, están los teístas y los ateos. Los teístas afirman la existencia de un ser supremo que no solo creó el universo y la humanidad, sino que interviene en los asuntos humanos. Mientras que los ateos niegan la existencia de Dios, no solo no creen que existe, sino que afirman que no existe. Woody Allen dijo: “No solo Dios no existe, sino que intenta conseguir un plomero un fin de semana”. Ahora doy mi respuesta. Si entendemos por prueba un argumento con premisas claramente verdaderas para todos, premisas de las cuales se deduce con seguridad la conclusión, entonces lo más probable es que no se puedan dar pruebas ni a favor ni en contra. Pero con esta noción tan estricta de prueba, tampoco se puede probar que la tierra es redonda, ya que actualmente hay varias

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personas (llamadas terraplanistas) que rechazan los argumentos a favor y proveen argumentos en contra de que la tierra es redonda. Si se adopta una definición menos estricta de prueba como por ejemplo un argumento con premisas verdaderas (aunque no sean claramente verdaderas) de las cuales se deduce con seguridad la conclusión, puede ser más probable que alguien presente algunas pruebas en favor de su postura. El problema es que ciertas premisas pueden parecer verdaderas a alguien y falsas o incomprensibles a otras personas. Por ejemplo, se dice que en cierta ocasión, el matemático Leonard Euler estaba en San Petersburgo con la emperatriz Catalina la Grande y se enfrentó al filósofo ateo Denis Diderot en la corte con el siguiente argumento: “x=(a+bn)/n por lo tanto, Dios existe. ¡Responde!” El filósofo no supo que contestar y salió rápidamente de la corte para regresar a Francia. Aunque esta historia posiblemente no sea real, sí ilustra el tipo de argumentos incomprensibles para la gente en general que podrían parecer razonables a ciertos especialistas. El punto que quiero resaltar es que algunos argumentos pueden ser poco persuasivos incluso si tienen premisas verdaderas cuando las premisas no son claras o no parecen verdaderas. El que las premisas parezcan verdaderas hace más persuasivo el argumento, pero eso no significa que no pueda ser refutado. Consideremos un argumento famoso en contra de la existencia de Dios llamado el argumento del mal. Es el siguiente:

1. Si el mal existe, entonces Dios no puede o no quiere eliminarlo. 2. Si Dios no quiere eliminar el mal, no es benévolo. 3. Si Dios no puede eliminar el mal, no es omnipotente. 4. Si Dios existe, es benévolo y omnipotente. 5. El mal existe. Por lo tanto, Dios no existe.

Por la definición que hemos adoptado arriba, la premisa 4 es falsa, pero supongamos que fuera verdadera, ¿sería esta una prueba de la inexistencia de Dios? Lo sería si todas las premisas fueran verdaderas, ya que la conclusión se deduce de las premisas, pero hay al menos una premisa que es falsa: la primera. Yo a veces pregunto a los estudiantes si quieren y pueden tener un título universitario y me responden que sí, y cuando les pregunto “entonces ¿por qué no lo tienen?”, responden cosas como: “estoy en el proceso”, “me falta un año”, etc. De manera que querer

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William Blake. El anciano de los días.

y poder hacer algo no es suficiente para que algo ya esté realizado. Puede ser que en la agenda de Dios la eliminación del mal esté programada para cierta fecha en el futuro. Así que por lo menos la primera premisa es falsa, aunque el argumento parecía ser una prueba a primera vista. De manera similar, hay interesantes argumentos de diversas calidades en favor y en contra de la existencia de Dios (como el argumento del ajuste fino y el argumento cosmológico a favor y la paradoja de la omnipotencia en contra), los cuales pueden ser calificados como pruebas o no, dependiendo de la definición de prueba adoptada y del resultado de su análisis. Pero lo enriquecedor no es el mero reconocimiento de la diversidad de opiniones, sino el conocimiento de las razones que las sustentan y el entendimiento de los argumentos que ha dado origen a las discusiones y reflexiones más profundas. Tropo

Héctor Hernández (México, D. F.). Licenciado en Actuaría y Matemáticas, doctor en Filosofía de la Ciencia y doctor en Educación. Maestro en filosofía del lenguaje y de la mente. h2o_mat@hotmail.com


t r a z l u z

Congéneres Gerardo Deniz Anhelaba salir, sin decírmelo. Tanto, que la alcé en vilo y desde el balcón tras la cocina nos asomamos a la medianoche entre escobas, dos lazos de tender y un quemador de gas. Abrazada a mi cuello, erguía la cabeza para otear lo oscuro, respirar el frescor oloroso a fantasmas recién planchados. Abría grandes ojos pulidos en berilo con pasmo cómplice. Yo sólo le besaba la frente. Me rozaba con orejas cónicas y yertas, pero nada decíamos —hasta que no resistí sin susurrar sus dos sílabas, tres, y al acariciarle la garganta con los dedos sentí vibrar el torno de su dicha. Media hora. Retorné adentro con ella, cerré el balcón sin ruido. Se posó dulcemente, restregó mis tobillos, cola enhiesta, antes de marchar majestuosa hacia nuestra alcoba. —No es común tal riqueza, opulencia sedosa, después de catorce años amándonos, gata mía.

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Gerardo Deniz y los bigotes del poema Por David Anuar

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o he dejado de pensar en Deniz toda la semana; quienes comen conmigo, lo saben. Les he contado de lo jocoso de sus primeros sonetos, de aquellos que fueron postergados como los dípticos en torno a la épica finesa o esa otra épica que es Alfonso Reyes corriendo tras Homero. También he hablado, sin mucha suerte, sobre las estrofas al realismo socialista, las teenagers y el sexo anal, en un tono setentero que recuerda mucho a lo peor del cocodrilo mayor, Efraín Huerta. Y es que he pasado días enteros leyendo su obra completa Erdera (2005), pero sobre todo sus dos primeros libros, Adrede (1970) y Gatuperio (1978). Con el paso de las semanas no son los versos de este poeta los que se han quedado conmigo, sino una

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Erdera Gerardo Deniz FCE 2005

imagen. En ella veo a Juan Almela de vacaciones en Acapulco o Puerto Vallarta, o cualquier mar que vaya hasta Borneo; lo veo viendo el mar y las cosas de los trópicos, las falenas con “su afán incurable de hojas secas en las luces, ahí arriba, con antifaces marcados de polen y ceniza de otra lumbre” (38); lo veo mirando la costa de muchachas huesudas y, resignado, acostar su cabeza sobre la almohada; pero también lo veo en el desquite, sabiendo que navegar es necesario y gozar de la manera más vil en un rectángulo de almidón. Lo que quiero decir es que me gustan los 12 poemas que conforman el apartado “Vacación y desquite” de su primer libro. Me gusta lo narrativo, la secuencia, el ambiente, sobre todo el ambiente, esa atmósfera que recrea y me sabe tan Caribe y cercana. En Deniz todo parece ser un gran carnaval del lenguaje, don-

de los discursos se emborronan para ser escritura, donde lo bajo se combina con lo alto y el doble sentido es la más usual moneda de cambio. Así, la anécdota del poema se desdibuja, queda en segundo plano, se abandona, para tal vez recuperarse pero sobre todo para dar paso al verdadero protagonista de su poesía, ese lenguaje de lenguajes donde jergas disciplinares disímiles se amalgaman en la textura del poema, lo cual insinúa Deniz en estos versos: “y siempre será inútil intentarlo: / amalgamar esto en tu materia todo / […] Luego todo desemboca en mi garganta” (107). Y es cierto, pareciera que la filología, la física cuántica, la química orgánica, la biología, el poliglotismo y una enciclopedia sin límites precisos, cantan una y otra vez en la garganta del poeta. Entre el primer y segundo libro de Deniz, hay un giro de lo filológico a lo científico y una cada vez


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mayor difuminación de lo anecdótico en favor del regodeo lingüístico. Esta transición queda patente desde “Vehículo”, primer poema de Gatuperio, en el cual Deniz crea una analogía entre la física cuántica, específicamente la notación de Dirac, y la estructura del coche en que una familia viaja hacia una ventana encendida, ¿acaso, la dicha del hogar? Quizá lo que más me gusta de la obra de este poeta sean los poemas donde Deniz es menos Deniz, es decir, cuando sus versos tienden hacia la claridad anecdótica y dosifica lo erudito de su escritura, por ejemplo, en el último poema de su obra completa, “Congéneres”, donde lo intelectual ha recortado sus bigotes para ceder lugar a la ternura cotidiana. Y esto me hace cuestionarme la pertinencia de su poesía. Sin duda, en el horizonte de la poesía mexicana, Deniz ha realizado una exploración origina-

lísima para enriquecer los límites del lenguaje poético, pero me pregunto ¿en qué punto este regodeo barroco, estos recursos lingüísticos dejan de servir al poema y se vuelven contra él, como distractores o en el peor de los casos como una sobreintelectualización? Estoy seguro de que Juan Almela, alias Gerardo Deniz, era consciente de los riesgos de su escritura, y desde ahí, desde uno de sus poemas, me responde una y otra vez con una sonrisa juguetona:

“Veo que no entras, princesa, sotto ‘l velame de li versi strani. Dame unas tijeras para que me recorte el bigote. No se me entiende bien” (101).

Tropo BIBLIOGRAFÍA: Deniz, Gerardo (2005), Erdera, Ciudad de México: FCE.

David Anuar (Cancún, Q. Roo, 1989). Licenciado en Literatura Latinoamericana (UADY, 2013) y maestro en Historia (CIESAS, 2018). Becario del PECDA (2012, 2015) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2020). Ha traducido poemas del escritor ghanés Joe de Graft, del caribeño Lasana M. Sekou, así como la Canción de amor de J. Alfred Prufrock de T.S. Eliot. Editor de la antología Contramarea. Breve antología de poesía joven de Quintana Roo (Plataforma Colectiva, 2017), y de la obra completa de Adriana Cupul Itzá, Y mi cuerpo no ha muerto (IMCAS, 2019).

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El tortuoso prejuicio de la felicidad Por Mariel Turrent Lo que no he dicho Beatriz Rivas Alfaguara 2020 392p.

“A través de la escritura encontré la manera de crear un nuevo entramado, de tejer con paciencia mi historia personal que como todas las historias es producto de la ficción creadora”.

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los libros de Beatriz Rivas me asomo como a un espejo. Somos contemporáneas, es escritora; como a mí, la muerte le arrebató a un buen amigo con el que aún platica y al que le gusta sentir “vital e impetuoso”, y, como yo, ella ha tenido una vida feliz. También porque pasó su infancia en el mismo país, en la misma ciudad, en la misma colonia, y jugó, como yo, maratón y memoria —esa de las maracas y las muñecas en la que uno tenía que ir acumulando pares—. Pero "La vida no se trata de hacer pares, pero sí tal vez de acumular recuerdos", dice Beatriz.

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Lo que no he dicho es un libro de recuerdos que empiezan a cimbrar a Irene, la protagonista, al inicio de un sismo. La novela transcurre durante el terremoto y termina con el terremoto. Y en este torrente de recuerdos, el lector —no solo yo— forzosamente se va reflejando porque las preocupaciones de Irene son universales: como a ella, a todos nos preocupa el paso del tiempo, ese que vemos claramente en el espejo; a todos nos persigue la culpa; a todos nos acompañan cada vez más muertos; y todos nos sometemos al amor de los hijos y los endiosamos. Los recuerdos nos llevan a la confesión y de la confesión a la expiación para deshacernos de las culpas y respirar. Tal vez son una necesidad de contar nuestra versión, la razón (verdadera o ficticia) que hemos querido creer de por qué hicimos tal o cual cosa. “Imaginemos que esta novela no es autobiográfica ni autoficción. Que ni siquiera es novela. Que, incluso, podría ser únicamen-

te una serie desordenada de recuerdos, de esos que llegan de pronto, cuando alguien está a punto de perder la vida. Imaginemos que es todo lo anterior al mismo tiempo. O nada. Pensemos que lo que aquí cuento les interesa. ¿Será una especie de Bildung, pero un viaje hacia mi experiencia?” El bildung —que Hegel definió como un desafío de crecimiento personal, una alienación dolorosa de la propia "conciencia natural" que lleva a la reunificación y al desarrollo de uno mismo— es lo que define mejor al libro de Beatriz Rivas. “Decidí reconfigurar mi historia e inventar una ficción deseable y posible para lo que me quedaba de vida” En esta autobiografía novelada, la autora narra en primera persona sus memorias, va desenterrando todo, testimonios de sus abuelas y pasajes


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Beatriz Rivas (Ciudad de México, 9 de mayo de 1965). Es una de las narradoras contemporáneas más prolíficas de nuestro país. Estudió Derecho, Periodismo y una maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana. Participó en los talleres de Edmundo Valadés, Guillermo Samperio, Humberto Guzmán y Miguel Cossío Woodward. Ha dado clases de Geografía política, Radio y Literatura; ha sido coordinadora editorial de Radio Red y editora ejecutiva de la revista Milenio. Ha publicado más de quince libros, entre ellos Dios se fue de viaje, Jamás nadie, Distancia, Todas mis vidas posibles, y otros más en coautoría como Amores adúlteros con Federico Traeger, Doble intención con Ethel Krauze, Fecha de caducidad con Armando Vega-Gil y Eileen Traux, además de tener obra incluida en diversas antologías.

de su historia; una historia subjetiva porque está tocada por la propia experiencia y como tal, se convierte en ficción. Y es que eso es la novela, el único medio que resguarda la historia que la humanidad tiene de sus sentimientos, sus emociones y sus preocupaciones a través de los tiempos. La novela recoge todo eso que no se narra cuando se da fe de los hechos. En este camino por los recovecos de la memoria, la autora va construyendo los puentes que necesita la trama en la que transitan personajes conocidos, desconocidos y ficticios, nombres reales e inventados, fusiones de personalidades, todo amalgamado de manera acuciosa para cumplir con el propósito de narrar con un lenguaje que define a su personaje, y nos permite ubicarlo, sentirlo. Sobre el proceso creador Rivas nos comparte que ella escribe todo lo que le llega a la mente, todo lo que tiene necesidad de ser contado debe salir sin censura, más tarde ya se verá qué funciona para la historia, qué es lo que puede ser interesante para el

lector y qué no. Además, dijo: “También hay que pensar cuando uno escribe una autobiografía, que nuestra vida no es solo nuestra, sino que la compartimos con otras personas a las que no queremos lastimar”. A su vez, los lectores deben siempre tener en mente que la memoria nunca es objetiva, dijo. La autora elige como epígrafe una frase de Jean D´Ormesson: “Aquello que iba a jugar un gran rol a lo largo de toda mi vida: era la felicidad”. Beatriz confiesa que ha sido privilegiada, que ha tenido una vida feliz y dudó si eso que ella tenía que escribir le podía interesar a alguien: “Cuando empecé a escribir la novela empecé a recordar mi vida y pensé que a quién fregados le iba a interesar una vida color de rosa”. Parece que una historia feliz, literariamente hablando, tiene un horrible destino: no se vende. Los que no tenemos tragedias que contar, tenemos un camino más difícil como escritores si queremos hablar de ello. La felicidad no llama la atención. Pero ¿acaso no tenemos un compromiso

con esa felicidad que se nos ha dado? ¿Acaso no tendríamos que reivindicar la felicidad? ¿Podría ser este un mundo mejor si la pudiéramos contagiar y convertir en bestseller? Este libro no es un libro color de rosa (hay suicidios, muertes difíciles, enfermedades dolorosas). La felicidad no es color de rosa. La felicidad es una actitud frente a la vida y eso también tendríamos que explicarlo, tal vez así heredaríamos un mundo mejor. Tropo

Mariel Turrent Eggleton (México, D. F., 1967). Ha publicado los libros “Desde adentro” (aforismos) y “Cajón de muertes y amores” (cuentos), y “La jornada del viento” y “Desnudeces de agua” (poemas). Obtuvo el primer lugar en el segundo Concurso de Cuento Juan Domingo Argüelles (1999). Es autora de la novela Hasta el último vuelo (Malix editores, 2018). Correo-e: marielturrent@gmail.com

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Deseo incontenible y delito Por Svetlana Larrocha Para R. A. “Soy como un depredador enjaulado que observa a sus presas, tan cerca y tan lejos, con el deseo de brincar sobre ellas y saborear todo lo que son.” R. A. El monstruo pentápodo Liliana Blum Editorial Planeta Col. Bordes 2017 268 pp

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aymundo sintió una irreprimible atracción por su hermana desde el nacimiento de ésta, cuando él tenía quince años. Adoraba que el “accidentito” de sus padres le succionara el dedo, y solamente recibía una reprimenda de la madre, quizá por tener las manos sucias... “se va a enfermar”, decía la progenitora. “La sensación era maravillosa...” Esos primeros meses, él se embelesaba mirando “la quesadilla lampi-

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ña y carnosa entre aquellas piernitas regordetas”. Así, con esa naturalidad, Julieta, Julie, amaba a su hermano, y la madre agradecía al hijo mayor que, solícito, bañara a la pequeña. “Una Julie de cinco años de pie, con el agua hasta la mitad de los muslos y la cabeza llena de espuma con olor a uva…” Ese momento —inolvidable— en que los dedos con jabón se internaron en la pequeña vulva, ese momento que se repitió hasta que esos dedos acariciaron “el contorno de la almendrita clitoral una y otra vez”. Al hablar de pedofilia, la pregunta inicial es: ¿qué motiva esta patología/ preferencia sexual? ¿El pedófilo, o pederasta, nace así o se hace? Tema tabú, y, sin embargo, presente “hasta en las mejores familias”, el abuso infantil se encuentra en la historia cotidiana desde tiempos sin memoria. El monstruo pentápodo (Planeta, 2017), de Liliana Blum, es un inquietante intento de penetrar y comprender la mente y la conducta de quien padece esta sicopatía. “En el instante de eyacular por primera vez en su vida, Raymundo había insertado los dedos profundamente dentro de su hermanita, quien había dado un grito lleno de dolor y en segui-

da se dejó caer en el agua.” Todo se repitió, con algunas variantes, hasta que la niña llegó a la pubertad y la relación se terminó “como un contrato que se rompe sin poder dar marcha atrás”. La historia es clara y directa: el secuestro y encierro —por varios meses— de Cinthia, pequeña de cinco años, por Raymundo Betancourt, con la colaboración de su “pareja”, la acondroplásica Aimeé. Raymundo es un hombre común y corriente: soltero cuarentón, profesionista de la construcción, responsable, inteligente, meticuloso, un buen tío con los hijos de su única hermana, e incluso humanitario con los animales, como lo demuestra su relación con Isidro Labrador, su perro-carnada. “No le gustaban demasiado jóvenes: aún eran cabezonas y de extremidades gruesas y suaves, como si no terminaran de superar la etapa de bebés. Larvas. No estaban listas todavía. Tampoco le apetecían las entradas en la pubertad. Les empezaba a cambiar el contorno del cuerpo y no existía nada más repugnante que esos pezones en forma de cono que se levantaban debajo de sus blusas. Su tipo eran las niñas delgadas, atléticas, de fac-


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ciones finas, ni muy blancas ni muy morenas: niñas auténticas, no bebés grandes ni mujercitas en proceso.” A Liliana Blum le gustan los personajes “diferentes”, las mujeres en estado de vulnerabilidad y desesperanza. Recordamos a Pandora (de la novela del mismo nombre (Tusquets, 2015), con su grotesco sobrepeso; e Irlanda, la mujer de labio leporino en Cara de liebre (Seix Barral, 2020). En El monstruo… es Aimeé con su figura pequeña (aunque no tanto como su autoestima) que con tal de recibir un poco de atención y de “amor” se hace cómplice del pedófilo. “No niego lo que sucedió. Admito que hice lo que hice. ¿Por qué no pueden comprender eso? El otro día vino a verme una mujer a hablar conmigo. No recuerdo bien qué era, si abogada o investigadora. Quería saber si yo noté desde el principio detalles anormales sobre él. No me gustó su tono de voz. Se me quedó mirando con los ojos chiquitos, como si quisiera leer mi mente para sacarme la verdad. Le dije que yo había notado que si íbamos a un restaurante él escogía una mesa cerca del área de juegos, o prefería las pe-

lículas infantiles a los éxitos de cartelera. ¿Pero eso qué tiene de malo? Cuestión de gustos.” Cinthia es la segunda de las niñas secuestradas. Ya antes, Raymundo había secuestrado a Norma, Normita, porque “ella había sido muy pequeña o él demasiado rudo”. Lo cierto es que esa vez las cosas se salieron de control y la niña acabó con un disparo y enterrada por un camino carretero. Blum eligió la tercera persona para dar voz a Raymundo (¿un alejamiento consciente?); y para Aimeé, la primera, ya en prisión por su complicidad con el victimario, través de cartas y diarios. La intertextualidad referencial es otra voz: Vladimir Nabókov, John Fowles, Joyce Carol Oates, entre otros, son guías estratégicas e incluso lecturas obligadas para los interesados en el tema. Donde El monstruo pentápodo decae es en la construcción de algunos personajes. Por ejemplo, Susana, madre de Cinthia, aparece débil, flotante. Podría decirse que es un elemento de relleno. Como si la autora considerara necesario decir al lector que la niña es buscada —¿amada?—, y así justificar

que aunque fue secuestrada en un descuido materno, éste está “allí”. Igualmente, algunos pensamientos inverosímiles de Cinthia, repito, de cinco años, que, por momentos, en la narrativa, parece mayor, siendo tan pequeña. Otro punto que le resta excelencia a la novela es: en el centro de la obra, la transformación de Raymundo en “gemelos” a los ojos de Cinthia; y tampoco resulta creíble eso del “contrato” de esclavitud sexual y la violencia manifestada, cuando antes la conducta de Raymundo fue de tolerancia y condescendencia. Como dije al principio, El monstruo… es un intento de adentrarse en la oscuridad de la mente enferma del pederasta secuestrador. Es un intento que no se consigue, a pesar de la prosa pulida, deslumbrante y limpia de Blum, por el elemento conclusivo: el castigo que deben recibir quienes delinquen, una idea romántica y maniquea. Al menos en la realidad. El monstruo pentápodo no es un elogio del crimen: es una obra que hará que el lector se estremezca de repudio y/o asco, al imaginar sangre entre orines y gritos de una niña en un sótano, que podría ser la de cualquier casa. “Raymundo tendió a Cinthia sobre el suelo. Ella giró la cara para poder respirar y la mano de él se posó con fuerza sobre su cuello. Podría romperlo si quisiera, o si ella lo obligaba. No tenía que ponerle palabras a esta idea: estaba seguro de que ella también lo entendía así. La sangre fluyendo por la aorta infantil palpitaba contra sus dedos. La tibieza de la vida: literalmente en sus manos. “Con la otra mano movió las piernas desnudas de Cinthia hasta dejarlas en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Notó cómo los vellitos de su espalda se erguían. El miedo se parece tanto a la excitación. Para fines prácticos es lo mismo., pensó antes de untar lubricante entre los pliegues de la vulva y penetrarla despacio. No quería desgarrarla. Eso sería terrible. Contraproducente, sobre todo.” Tropo

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Reedición de un díptico necesario Por Fernanda Montiel

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l sostener en tus manos la reciente edición (agosto 2020) del díptico literario de Josefina Vicens, al tener contacto con el cuerpo y el contenido (no precisamente con el diseño de la portada), las hojas internas y su característico olor a papel nuevo, podrías tener de inmediato esa sensación del México de los años 50, cuando los logros femeninos eran poco incluidos en las áreas de la sociedad patriarcal y paternal. Las mujeres entre 1950 y 1960 tomando “pala y pico” abren brecha a las nuevas generaciones de chicas liberándose del juicio social por ser ellas mismas y demostrar su fuerza. Así se mira a Josefina Vicens, una activista consagrada, guionista, indexada en los anales de nuestra historia nacional como una de las escritoras más importantes de la literatura del siglo XX. La escritora tabasqueña (1911), junto con todo un movimiento de mujeres “poderosas”, es decir, a la vanguardia del cambio, rompe los paradigmas antiguos, esos que repiten hasta el can-

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El libro vacío / Los años falsos Josefina Vicens FCE 2020 330 pp

sancio los sistemas de control social y la visión de una sociedad en constante cambio; y para romper esas creencias había que disfrazarse, enmascararse para participar en un mundo moderno ideado para y por hombres. Entonces, ella no era Josefina Vicens, era José García, Pepe Faroles o Diógenes García, seudónimos que le dieron renombre a su obra. José García también es el protagonista de su novela El libro vacío (1958) que le otorgara el premio Xavier Villaurrutia y que hoy comentamos en esta edición reciente del Fondo de Cultura económica que incluye su obra Los años Falsos (1982), escrita décadas después, ambas consideradas joyas de nuestra literatura. La lectura de El libro vacío es una especie de desesperación constante: tener en tus manos un libro vacío solo lo pudo haber hecho posible y de manera magistral esta autora. José García es el típico homo, cuyo sapiens está en la burocracia de la vida. Relata la vida cotidiana de una cultura profundamente fantasiosa, y ese diario acontecer nos lleva a un ocio y a un empezar y terminar y empezar y terminar porque el libro no puede

ser escrito ni llevado a un clímax ni a una conclusión. Hay que imaginar un libro que contiene nada, así, nada. Sin principio, sin fin, ¿cómo lograrlo? José García es el personaje ideal para expresar esta necesidad de querer hacer un libro y que termine v a c í o. Su personalidad como una especie de patrón de comportamiento, cuyo rondar termina siempre en el mismo lugar de desidia, de enojo, de intolerancia, de lujuria y desparpajo, y al mismo tiempo de reconocimiento de sus acciones que lo conectan con el amor, la ternura, el agradecimiento y la magia. No hay libro, porque al escribir la vida se delata la distracción, el salirse por la tangente, en letras que salen como una especie de cascada de pensamientos desordenados y al mismo tiempo van teniendo orden al exaltar las características de este personaje que se ve a sí mismo todo el tiempo; como un autoanálisis de su propio yo en un estado de incertidumbre, porque sus emociones e instintos básicos lo conectan con un desorden para llegar a nada, al vacío, a la inutilidad, a la pérdida del tiempo, y en esa polaridad se va llenando el libro de nada. Tropo


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Panorámicas del naufragio Por Habib Sánchez Katya Apekina Cuanto más profunda es el agua, más feo es el pez Alfaguara, 2020 352 pp.

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menudo se dice que la familia debe ser un puerto seguro, un faro, un refugio. Pero qué pasa cuando es la tempestad misma. Cuando es, en realidad, un mar salvaje al que nosotros caímos sin saber nadar. ¿Cómo sobrevivimos a algo así? O, peor aún: ¿alguna vez lo hacemos? Estas preguntas se dejan caer desde las primeras páginas de esta novela y que hasta al final parecen ser contestadas. Después del intento de suicidio de su madre, Edie y Mae se ven obligadas a mudarse con su padre, quien las abandonó hace más de una década y con la cual no tienen comunicación desde dos años atrás. Edie, de 16 años, mantiene desconfianza con el reencuentro; mientras que Mae, un par de años menor, ve una oportunidad para empezar de nuevo. Esa diferencia en las perspectivas de las hermanas marcará el tono de la obra, no sólo en la opinión sobre su realidad, también sobre sus padres y sobre cómo ven su vida en general. Pero en la historia no habrá una visión correcta de las cosas: cada una

carga sus errores y sus aciertos, pero necesitaremos verlas para complementar una panorámica del desastre. Este escenario caótico tiene su origen en la complicada relación de los padres. Dennis, escritor consagrado y sumergido totalmente en su arte, aunque con ello haya ahogado todas sus relaciones personales. Y Marianne, quien sufre ataques psicóticos cuyo origen se desconocen, pero que se pueden rastrear desde su relación con Dennis. Ambos forjan un vínculo de escritor y musa que termina deteriorándolos. Él es un escritor que convierte a sus cercanos en material creativo hasta dejarlos vacíos; y ella, una mujer codependiente que apaga voluntariamente su talento, carcomida por la duda de su potencial. Esa duda potenciará muchas más que pondrán en jaque su estabilidad emocional y psíquica hasta orillarla al suicidio. Aunado a las perspectivas de Edie y Mae tenemos, además, cartas y testimonios de personajes secundarios que ayudan a darle densidad a la historia. Este material puede ser demasiado para algunos lectores, como si fueran obligados a afrontar secretos familiares que uno ya sabe, pero que intenta eludir. Edie y Mae son esquivas con la verdad, pero en algún punto son arrastradas a afrontarla. Si la aceptan o no, es su decisión, pero la negativa a hacerlo solo hará que se vean sometidas a monstruos abisales aún peores. Katya Apekina hace su debut literario con una impactante novela. La sen-

cillez casi melancólica del reencuentro familiar nos sumerge en su narración, y mientras lo hacemos cada vez se va volviendo asfixiante. Y es que la autora aborda de manera minuciosa lo complicado de las relaciones parentales y, además, agrega complejidad con temas como la enfermedad mental, los celos, el proceso creativo, la soledad, la culpa. Edie y Mae —que riñen constantemente y cuyos desacuerdos son tales que parecieran haber sido cridadas en familias distintas—, no se dan cuenta que sólo se tienen la una a la otra, para resistir, para sobrevivir, para no perderse, hasta que la tormenta se les viene encima. Cuando nos hallamos en la tempestad agradecemos la compañía. Al final, seremos testigos de si emergen del caos o si solo son restos de un naufragio. Y ahí quizás nos preguntaremos a qué grupo pertenecemos. Tropo Habib Sánchez. (Mérida, Yucatán. 1993). Ha tomado distintos talleres, incluyendo el de Creación literaria y Laboratorio de poesía del CCL. Participó en la coordinación del Festival de Cultura del Caribe 2017, zona norte. Becado del Festival Interfaz-ISSSTE, 2017. Librero de Gandhi Cancún.

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La sororidad en la maternidad Por Nidia Marín

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La hija única Guadalupe Nettel Ed. Anagrama 2020

ablar sobre la maternidad ha sido siempre un tema con el cual las mujeres tenemos que lidiar día a día con padres, amigos y conocidos. Claro, siempre y cuando decidas no ejercerla inmediatamente después de haberte casado, o bien, excluirla por completo de tu vida. Tal pareciera que por el hecho de ser mujeres estamos destinadas a ser madres. En consecuencia, nuestras progenitoras, preocupadas por nuestra misión, nos atiborran desde muy pequeñas con una serie de artilugios, que van desde juegos o juguetes como la cocinita hasta los muñecos que cuentan con varias funciones que simulan ser recién nacidos.

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A pesar del constante bombardeo al que están expuestas las mujeres para convertirse en madres, han surgido algunas otras que, por diversas circunstancias no desean serlo, y creen que la maternidad no es el único proyecto de vida al que podrían apegarse. Estas son parte de la generación de mujeres NoMo, que surge de la abreviatura en inglés de “Not Mothers”. Hasta hace unos años se ha extendido el término en español no maternidad para asignar el deseo de las mujeres de no tener hijos. Actualmente, el creciente número de mujeres que no quieren convertirse en madres, se debe a diversos factores, que van desde la pobreza y problemas en la salud al momento de convertirse en madres hasta el poco interés que tienen por dedicar su vida al cuidado de un hijo, ya que ponen en primer lugar el desarrollo personal y profesional. O, simplemente, no ha llegado a su vida el mítico y falso instinto materno innato del que todos hablan. Este es el contexto en el que Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 27 de mayo 1973) desenvuelve su quinta

novela La hija única, en la que plasma la maternidad real, sin esos filtros rosas que nos han empañado y modificado la visión del hecho de ser madres. En múltiples ocasiones, se pinta la maternidad como uno de los mejores acontecimientos en la vida de una mujer, sin contar, por el contrario, los crudos momentos por los que ella puede atravesar al momento en que decide ser madre. La hija única, inspirada en la maternidad trágica por la que atravesó una amiga íntima de la autora, cuenta de una manera sencilla y fluida la historia de Alina, quien es la mejor amiga de Laura. Desde el principio de la lectura, aquellas mujeres que se identifican en las innumerables desventajas de la maternidad, sentirán que Laura es su portavoz. Ella es de las personas que “se tensan por completo si en un avión o en la sala de espera de algún consultorio escuchan el llanto de un bebé, y que enloquecen si este se prolonga durante más de diez minutos”. Por otro lado, Alina —que no había incluido la maternidad en su plan de vida y cambia de opinión—


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busca ser madre bajo todos los medios posibles. Sin embargo, experimenta una maternidad diferente y dolorosa: a los ocho meses de embarazo recibe la noticia de que su hija no sobrevivirá al nacimiento. Así, Alina no sólo reconoce que “la maternidad cambia la existencia para siempre”, sino que también le ha sido asignada una maternidad dulce-amarga, en la que conjuntamente experimenta la vida y la muerte en su cuerpo, el cual era “esa masa manipulada y cosida que apenas podía sentir y de la que habían extraído algo precioso”. A través de las líneas de Nettel, el lector es el espectador del viaje interno que recorre Alina en las diferentes etapas de la maternidad, que va desde la felicidad hasta la tristeza, a la impotencia y la desolación. Al mismo tiempo, la autora nos presenta también diferentes formas de maternidad, por ejemplo, la del personaje de Doris quien es madre de Nicolás, un niño que sufre fuertes crisis nerviosas como producto de un accidente de coche en el que su padre falleció.

Es a partir de este momento cuando Laura, a pesar de haber decidido no ser madre y haberse ligado las trompas, empieza una relación con su pequeño vecino Nicolás y, paulatinamente, experimenta lo difícil que puede llegar a convertirse la educación de un hijo. Así que emula el denominado parasitismo de puesta, en el nido de palomas que tiene encima de su balcón: un pájaro ajeno deja sus huevos para que las palomas terminen de criarlos. Este parasitismo lleva al lector a la reflexión sobre la maternidad y las distintas formas o moldes en los que se presenta en la sociedad. Algunas maternidades pueden convertirse de un momento a otro en sucesos no tan afortunados y que requerirán el triple de esfuerzos y recursos. Mientras que habrá maternidades en las que la madre biológica no está dispuesta a criar a los hijos, pero habrá otras mujeres que estarán dispuestas a ello. Considero que esta es una de las más grandes propuestas que Nettel nos brinda como lectoras; practicar una sororidad o una hermandad en los tiempos más difíciles por los que

atraviesa una mujer ante un acontecimiento tan grande como lo es la maternidad. Estar conscientes de que “siempre hemos cuidado a los hijos de otras y siempre hay otras que nos ayudan a cuidar a los nuestros” sin temor alguno. Es así que la maternidad puede ser “permeable”, es decir, el cuidado de un niño puede estar a cargo de adultos mayores que no tuvieron hijos, o bien de madres solteras quienes terminan por formar un clan tal como el de una familia. Sin duda, La hija única es una novela que pone sobre la mesa el tema de la maternidad, el feminismo y la amistad femenina, recordándonos los avances que hemos tenido en las últimas décadas. En la actualidad, las mujeres cuentan con diferentes visiones de la maternidad, lo que les permite reflexionar ante la decisión de ser o no madres. De la misma forma y desde un principio, el lector al ver el nido y el huevo ajeno encontrará algunas pistas que lo guiarán en la lectura. Tropo Nidia Marín Cruz (Ciudad de México, 1982). Cursó la licenciatura en lengua y literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), para posteriormente especializarse en la enseñanza del inglés como segunda lengua. Ha trabajado como profesora y para la editorial Santillana, dentro del área de tutoría virtual como herramienta para la actualización docente. Actualmente, labora dentro del departamento de Recursos Humanos. Es integrante del club de lectura Brujas Literarias.

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Entre la literatura y el periodismo Por Francisco López Sacha Padura y el nuevo Periodismo Agustín Labrada Gaceta del Pensamiento Cuaderno 42 / junio-julio 2019 60 pp

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n el libro Padura y el Nuevo Periodismo, Agustín Labrada Aguilera indaga no sólo en las fuentes históricas del Nuevo Periodismo, sino también en las fronteras entre la escritura literaria y el periodismo de crónica y reportaje. Algunas de esas fronteras están difuminadas en el tiempo y otras están marcadas ya en el siglo diecinueve e incluso a finales del siglo dieciocho por la propia prensa estadounidense, europea y latinoamericana. Son fronteras que se fueron dilatando poco a poco desde el nacimiento del periódico, como suceso e información directa, hasta la convicción de que eran necesarias la crónica, el

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reportaje y los géneros de opinión para dar otra imagen de la noticia. Nosotros tenemos una tradición extraordinaria en José Martí, quien escribió sus crónicas literarias desde Nueva York y las enviaba a más veinte periódicos en América Latina, donde se reproducían, y se ganó elogios extraordinarios de dos grandes autores. Miguel de Unamuno dijo que, en materia de prosa, José Martí era el punto más alto del idioma español en ese instante. Con Domingo Faustino Sarmiento debatió algunos criterios sobre civilización y barbarie. Ambos autores consideraban al periodismo de Martí como una manifestación literaria. ¿Dónde está exactamente la frontera? Agustín investiga en la teoría del Nuevo Periodismo de Tom Wolfe, pero también en las experiencias históricas del periodismo latinoamericano, y llega a algunas conclusiones importantes, donde llama la atención un elemento esencial: la escritura mestiza de Leonardo Padura. Se trata de una escritura temperamental en el uso del cuento literario dentro de la crónica periodística. Las crónicas de Leonardo son cuentos

como también lo son las crónicas de Ernest Hemingway. Cuando recuerdo “El viejo en el puente”, aquella maravillosa crónica escrita por Hemingway después de la salida de los soldados republicanos de Barcelona, estoy pensando en las excelentes crónicas y reportajes que hizo Padura entre los años 1984 y 1988 en el periódico Juventud Rebelde, en Cuba. Estoy pensando también en la idea, necesaria y fundamental, de que el cuento es también una manera de cronicar, es decir, de desarrollar el tiempo dentro de una perspectiva vista por un narrador. La idea de la intertextualidad en Leonardo está presente lo mismo en sus crónicas que en sus novelas. Es un escritor que maneja un grado muy alto de cultura, pero lo va desarrollando sutilmente y, en sus reportajes, las investigaciones históricas y sociológicas son tratadas como suceso estético. Agustín Labrada se refiere a ello y apunta que Padura puede manejar estos elementos sin olvidar que no está escribiendo historia, sino que está usando la factografía de la historia para convertirla en un acto de ficción.


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Fotografía: Agustín Labrada. Horizontes.

Labrada, refiriéndose a los reportajes narrativos de Leonardo, señala también la conversión de personas en personajes. Los personajes de estos textos estudiados ya no son exactamente las personas que tributan a la noticia. Lo mismo tributan a la noticia que pueden tributar a la imaginación metafórica y al recuerdo y la memoria de la Virgen de la Caridad, de Baracoa, de los lugares más exóticos y extraños de nuestra geografía… Todo eso, al final, enrumba hacia el concepto más abierto que ha planteado Padura sobre la identidad cubana, donde se mezclan tradiciones africanas, europeas, asiáticas, indígenas…, y ese enorme reservorio de culturas confluye en la naturaleza del cubano. Esto es importante viéndolo, sobre todo, en personajes que ya son leyendas de la cultura y que Agustín toca en este estudio. Pienso en Chano Pozo, sin el cual el latin jazz no existiría. Chano es quien introduce la percusión cubana en el jazz, crea un sistema de percusión y también una perspectiva para Dizzie Gillespie…

Es la historia terrible de ese genio de la música, un hombre que apenas sabía leer y escribir, pero que traía en su sangre la enorme tradición del mundo afrocubano de una manera extraordinaria, como lo cuenta Leonardo. Estoy pensando en Alberto Yarini, uno de los grandes mitos cubanos, quien fue un político conservador y un proxeneta que tenía un prostíbulo de bellas mujeres, que entonces adornaban las camas de senadores y representantes políticos cubanos en las primeras décadas del siglo veinte, y fue asesinado por su rival francés Louis Lotot. Otra figura entrañable y mencionada en el libro es Mario Bauzá, que es también creador del latin jazz y el puente entre el son y toda la fuerza percutiva y de metales que rodeó la presencia musical cubana en Nueva York, y que más tarde se conoció como el fenómeno de la salsa. Estoy pensando en algo que Agustín toca en su libro y que me gustaría mucho que quienes lo leyeran lo tomaran en cuenta: cómo Padura convierte en narrador parti-

cipante al narrador de sus crónicas y reportajes. Narrador participante porque cuenta y participa. Ésta es una categoría hasta cierto punto novedosa en el periodismo cubano. No es solamente la persona que entra y cuenta, sino que también reflexiona, juzga, anticipa, propone y desarrolla una teoría dentro del propio trabajo periodístico. Igualmente está la conversión del autor en narrador personaje, porque Leonardo entra en el texto y, una vez que pone el pie en él, lo convierte en un hecho de ficción. Creo que estos son factores que están diseminados en los diversos capítulos del libro de Labrada, que abonan en gran medida en la parte todavía menos estudiada de la obra paduriana, pero que, sin duda alguna, marcó a Leonardo como escritor en la década del ochenta e incluso más allá, porque ha seguido haciendo periodismo. Labrada logra situar a Padura entre los grandes creadores del Nuevo Periodismo tanto en Cuba como en América Latina y, a su vez, con su investigación se abre un camino, en el que habría que profundizar hacia dentro de las novelas de Padura, donde hay muchos factores del Nuevo Periodismo colocados como puentes dentro de la escritura ficcional. Agustín Labrada ha logrado en este libro una imagen certera sobre lo que Padura consiguió desde el ámbito de un diario oficial en Cuba, donde no hizo concesiones ni a la banalidad, ni a la chabacanería, ni al mal gusto, ni a las opciones supuestamente políticas de entonces, porque se mostró como un verdadero creador, como fustigador de la realidad y, al mismo tiempo, como un representante genuino de la cultura cubana. Tropo

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Un viaje fascinante y erudito de la mano de Eco Por Rosa López López Tiempo mítico, historia de la filosofía, laberintos de símbolos, investigación policiaca, poesía antigua y mucho humor como legítima defensa, todo esto y más formaba parte del interés intelectual de Umberto Eco, un autor mítico que apreciaba todos los productos de la cultura. A cinco años de su muerte —se cumplieron el 19 de febrero pasado—, nuestra colaboradora Rosy López recuerda una de las emblemáticas novelas de este gran intelectual, cuya ironía puede ser disfrutada universalmente. El cementerio de Praga Umberto Eco Debolsillo, 2010

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n 2010, treinta años después de “El nombre de la rosa”, Uberto Eco publicó su penúltima novela, “El cementerio de Praga”, una obra que versa sobre temas tan cercanos como los amores, las conspiraciones y las noticias falsas. Los capítulos encierran tantos sucesos históricos, que podría escribirse un ensayo sobre cada uno de ellos. En pocas palabras, hay tanto

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derroche de arte y de ciencia, que los lectores deben estar preparados para descubrir fragmentos en varios idiomas sin traducir y para aventurarse en las ciénagas de la academia. Estructurada a la manera de un folletín, la historia se caracteriza por un intenso ritmo, un argumento poco verosímil y una temática envuelta en el misterio con matices propios del siglo XIX y muy al estilo de Dumas. Aderezado con ilustraciones y descripciones minuciosamente realistas, la obra narra el bajo mundo de la época con sus míseras tabernas y sus asquerosos cafés, donde se reunían los maleantes a confeccionar planes delictivos. En este sentido, la novela sacude con inesperados golpes de escena, crueles

asesinatos, personajes paradójicos y toda una delicia de entretenimiento, más apta para mentalidades fuertes. Ambientada en el París de 1897, la trama se centra en torno a un hombre originario de Piamonte, de 67 años, que se dedica a la falsificación de documentos. Desde el principio, el autor revela sus obsesiones: el secreto y la mentira. Ambas conductas dan poder y han sido aprovechadas desde hace mucho tiempo por los dictadores a fin de evitar la crítica y para no responsabilizarse de sus actos. Aterra constatar la actualidad de la manipulación política que plasma esta maravillosa obra. Preocupa ser partícipe de la profunda necesidad que tienen los grupos humanos de reconocerse, de tener una


p a p i r o s identidad y, para ello, construir un enemigo. Atemoriza constatar cómo se cultiva el odio en el corazón de las personas porque desafortunadamente este sentimiento ofrece sentido y unidad a las sociedades. Además de los personajes ficticios, en la narración abundan personajes de la vida real. Por ejemplo: el padre Barruel, un sacerdote jesuita que a finales del siglo XVIII escribió un libro reaccionario contra la Revolución Francesa donde asegura que esta fue organizada por un consorcio entre masones, templarios, los Iluminados de Baviera y los ilustrados de la Enciclopedia. El capitán Simonini, le envió una carta diciéndole que había pasado por alto a los judíos. Barruel entonces difundió la carta y se la envió al Papa Pío XI, por lo cual empezó a circular por toda Europa e incluso llegó a manos de Napoleón. En esta novela, Eco pone sobre la escena al supuesto nieto del capitán Simonini. El abuelo era un hombre de tradición monárquica, todo lo contrario que su hijo, un revolucionario que murió defendiendo sus ideales. La némesis del capitán eran los judíos, según él la fuente de todos los males. A causa de una infancia triste, el joven Simonini creció con un terrible resentimiento. Detesta todo lo que no conoce y se ve inmerso en la fenomenología de la falsificación. Empieza su carrera profesional de pasante, quedándose al final con el negocio del notario. Mientras tanto, en Italia Garibaldi libera de los Borbones al país. Simonini se convierte muy pronto en espía y contraespía del gobierno italiano. El libro está atravesado por estas fibras argumentales que concitan toda clase de emociones. Asombro, furia, pena, terror y aversión. Todo esto mientras se demuestra que el auténtico secreto debe estar vacío y es tanto más poderoso cuanto más vacío. Por esta razón, el espía cuenta sólo cosas que ya se saben y las denuncias a los servicios secretos suelen estar hechas de noticias reales. Si contaran cosas inéditas, nadie

se las creería. Por eso su personaje es tan antipático. Es un malvado, sin escrúpulos ni valores, sin remordimientos. Odia a todos y a todo. Inventa complots, tergiversa los datos, difama y calumnia a los políticos incómodos, enreda a la opinión pública. Así es como estafa y engaña por igual a los rusos, los franceses, los italianos y los alemanes. Trabaja siempre para el mejor postor. Como todos los grandes criminales, tiene rasgos fascinantes que atraen y repelen. Este pillo racista y misógino, que rezuma vilezas, padece un trastorno disociativo de la personalidad, lo que solía llamarse personalidad múltiple. Es decir, se encuentra bajo el control de dos identidades distintas de forma alternativa y tal vez por eso, no puede recordar información importante ni acontecimientos traumáticos. El “alter ego” de Simonini es el Abate Della Piccola, un extraño clérigo. Así, inicia un diario con objeto de recordar los eventos olvidados de su vida siguiendo el consejo de Sigmund Freud. Comienza a escribir sobre el abuelo que lo crio bajo ideas prejuiciosas y subversivas. Menciona textos, como los falaces “Protocolos

de los sabios de Sión”, que fueron atribuidos a los rabinos y en realidad escrito por un antisemita ruso. En ellos supuestamente se detallan sus planes para la conquista del mundo. Es importante enfatizar que en la vida real se han hecho virales junto con otros tópicos anti-semitistas y la paranoia acecha a su alrededor pese a una evidente contradicción interna que escandaliza. ¿A quién se le ocurriría decir: “nosotros somos los malos, queremos destruirlos y controlar el mundo”? Habría que ser un villano muy ingenuo para decir estas cosas en voz alta y muy estúpido para dejarlas por escrito. Sin embargo, curiosamente, en el momento mismo en el que se demostró su falsedad, fue cuando fueron tomadas más en serio por el público. Como era de esperarse, El cementerio de Praga fue considerado irreverente y provocó grandes polémicas y enérgicas protestas en distintas comunidades. Una lectura descuidada o superficial podría atribuirle injustificadamente ambigüedades peligrosas u ofensivas. Por eso les recomiendo que no me crean. Ya saben que hay muchos mentirosos sueltos por el mundo. Mejor júzguenlo ustedes mismos. Tropo

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Rockanroleando con Sacha Por Agustín Labrada Prisionero del rock and roll Frnacisco López Sacha Edicones UNIÓN / ICAIC 2017 207 pp

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l poeta Waldo Leyva Portal recuerda al joven Francisco López Sacha sobre una mesa, ejecutando (a modo de guitarra eléctrica) una vieja escoba mientras cantaba en inglés una pieza de rock, y bailaba al ritmo de su propia melodía, en un tiempo muy aciago, cuando la música de origen anglosajón estuvo filosamente prohibida en Cuba. Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde esos días en que ambos estudiaban en la Universidad de Oriente, y mucho rock —en un principio contra viento y marea y luego con las libertades tardías ganadas con sangre, sudor y lágrimas— ha oído y bailado Francisco

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López Sacha antes de escribir su libro Prisionero del rock and roll. En este volumen, genéricamente híbrido, Sacha funde el ensayo y la crónica (en sus diversas rutas) y se centra en la historia, las características y los personajes del rock hasta lograr una obra perdurable, donde testimonia esa época sediciosa de la cultura universal, desde sus raíces y fusiones hasta su esplendor y su huida hacia otros caminos. Como lectores asistimos aquí a un conjunto de treinta capítulos, donde se reflexiona y se describe uno de los géneros musicales más impactantes, que revolucionó el melódico y textual, y también el baile, el pensamiento y la postura de los jóvenes ante sus escenarios y circunstancias, con trasfondos de campos de batalla. López Sacha recurre a su vocación pedagógica y a su dominio del ensayo para verter erudición y opiniones en torno al rock, a veces de un modo crítico y a veces con un enfoque didáctico, y esto se alía con el aire confesional en primera persona,

inherente a la crónica, y el empleo de algunos recursos estilísticos, propios del arte narrativo. No se trata de un estudio académico, pues la prosa fluye cargada de esas emociones que realzan a la narración testimonial, desde la anécdota, desde el recuerdo y el espíritu, y con ella se abordan las etapas del rock en su periodo de mayor auge como género y también como estandarte de una generación que quiso transmutar su universo. Igualmente, se valoran en estas páginas, con argumentos sólidos y poco divulgados, aportes de la música cubana al rock desde géneros, en apariencia distantes, como el bolero, el son y el chachachá; y cómo el rock fue satanizado por ciertas autoridades que lo juzgaron como diversionismo ideológico y reprimieron su difusión. La epopeya y las semillas del rock, y sus principales protagonistas —en el canto, la composición melódica, la escritura de canciones y la ejecución musical— conforman este regreso al pasado, lleno de poesía y nostalgia, y


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también de saberes musicológicos, que nuestro autor dosifica, con transparencia, para que sean entendidos por sus lectores. Paisajes, nombres de urbes, ríos, títulos de programas radiofónicos, fragmentos de entrevistas, películas… circundan este tópico, donde se dibujan vínculos abarcados desde un prisma profundo, entre Benny Moré y Elvis Presley, entre John Lennon y Michael Jackson, entre la música gringa y la música cubana, y la raíz de África. Llama la atención el capítulo dedicado al rock cubano, donde se destacan la originalidad y los aportes de compositores y músicos isleños al género, que no asumen desde prácticas imitativas, sino desde la alianza melódica y la incorporación de instrumentos y sonoridades presentes en Síntesis, Irakere, Van Van, Silvio Rodríguez… Numerosos son los grupos que se estudian, reseñan y mencionan como Los Beatles, Rolling Stones, Led Zepellin, The Hollies, Who, Pink Floyd, Deep Purple…; o cantantes y

músicos como John Lennon, Elton John, Chuck Berry, Erick Clapton, Jimi Hendricks en ciudades de Europa y Estados Unidos, y en el imaginario eterno. Algunos textos tienen un carácter panorámico, cargados de una impresionante información; en otros, los análisis recaen en canciones específicas, en discos singulares, en modos únicos de cantar, en la filmografía y en la historia del género, en figuras realmente conmovedoras como Billy Preston, John Lennon, Fats Domino o Bob Dylan. ¿En qué entorno Sacha hace sus primeros descubrimientos sobre el rock y se deslumbra? En albergues de estudiantes, en su pueblo natal urdido en la insularidad, en noches de campamento agrícola, en la periferia de la periferia, aún sin conocer entonces a fondo la lengua inglesa, en años en el que rock estuvo proscrito, bajo la oscuridad. Desde esa oscuridad, emerge Sacha como un melómano a prueba de huracanes y asume emocionado sus dos pasiones: la literatura y el rock, y

aunque no se convirtió ni en músico ni en cantante (aunque canta y baila a la menor provocación), sus cuentos, crónicas, ensayos y novelas se entretejen con un ritmo contagiosamente rockero. El autor recodifica la atmósfera de un tiempo reprimido, rescata desde el futuro o cuenta por segunda vez, transgrediendo la historia oficial, los traumas que arrastra la prohibición artística mediante un relato que no se ajusta a la ficción, con el cual se horada sobre territorios dolorosos, y una fuga casi utópica que se traduce en música. Esta exploración en el pasado abarca también la tecnología arcaica y así vemos aparecer tocadiscos checos, radios soviéticos, discos de acetato, sonidos mono estéreos… que tan valiosos fueron entonces, así como la información ganada en revistas y libros de contrabando, conferencias soterradas, programas radiofónicos de ultramar… Hay en este libro un especial énfasis hacia el fenómeno de Los Beatles y sus héroes, sus

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Un hombre baila y agita la melena al ritmo de “La vieja escuela”, una de las bandas que se presenta en el Día Mundial del Rock en Cuba. Foto: Yamil Lage (AFP). Imagen tomada del diario semana.com.

grandes aportes musicales y su hondo impacto generacional, el poder creativo y la rebeldía que caracterizaron a estos artistas, la evolución estética visible en cada disco, sus anécdotas sublimes y el sello vanguardista con que tatuaron el siglo xx. Sacha también se detiene en rockeros que no son ingleses ni norteamericanos como Paul Anka de Canadá, Françoise Hardy de Francia, Carlos Santana de México; recrea y analiza la “Invasión británica”; y rememora sin haberlo vivido el “Verano de amor” y la mística —con perfumes, sonidos y colores— que pueblan el ámbito del rock. En su diálogo con musicólogos y músicos, en su investigación a lo largo de décadas, en su desafío de beberse todo el rock a su alcance y depurar sus aguas más cristalinas, el maestro, a

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veces a ritmo de beat y en otros párrafos casi en la sinfonía, nos teje y nos devela un viaje mágico y misterioso, que siempre nos deslumbra. En ese viaje se va revelando aquello que fue y la leyenda de lo que pudo ser, desde mensajes lanzados al mar (oriundos de otras costas) que se leyeron después con otros ojos, como se lee un tesoro escindido de la escena profana, eternizado en su resplandor, invencible ante el paso del tiempo. Se anula la hojarasca, afloran los rubíes. Una pasión acariciada desde la adolescencia se va erigiendo entre hojas llenas de especulaciones y sabiduría como los performances espontáneos del propio autor, donde lo he visto cantar para públicos invisibles, sobre unos acantilados en Isla Mujeres, en la noche habanera del malecón sin luces o al salir de un McDonald’s en Guadalajara.

Al final de su viaje, así se recuerda Sacha en su adolescencia: “Quería ser un Beatle, no lo niego, o al menos un Rolling Stone. Y no me importaba que Los Beatles ya existieran y se llamaran George, Paul, Ringo, y hubieran compuesto esas canciones que también eran mías, porque yo era un Beatle, un Beatle, y eran ellos y yo.” Tropo Agustín Labrada (Holguín, Cuba, 1964). Poeta, periodista, ensayista y editor. Reside en Cancún. Es autor de los poemarios La soledad se hizo relámpago, Viajero del asombro y La vasta lejanía; la antología poética de la Generación de los Ochenta en Cuba Jugando a juegos prohibidos; los libros de periodismo cultural Palabra de la frontera, Más se perdió en la guerra, Un paseo por el Paraíso, Seis caminos y Ellas están de paso; y los de ensayos Teje sus voces la memoria, y Padura y el Nuevo Periodismo.


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La predicción de lo inaplazable Por Miguel Ignacio Miranda

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La octava plaga Bernardo Esquinca Almadía 2017 232 p.

n estos días de eventos terroríficos a nivel global, la humanidad vive una ansiosa angustia en esta transición milenaria. A finales del siglo XX, se pronosticaba un derrumbe de todos los sistemas con la crisis del Y2K, que se materializó con los demonios del odio el 11 de septiembre. Ahora, a las crisis humanitarias de migrantes que huyen de sus lugares de origen por hambre o por miedo, se agrega una pandemia que ha asolado al mundo por más de un año. Seguramente, Bernardo Esquinca cuando escribió su libro nunca imaginó que más tarde nos enfrentaríamos como especie a otro enemigo invisible. En La octava plaga —donde nos invita a replantear el sentido de la naturaleza—, la amenaza se halla inmersa en el reino de los insectos, en un monstruo implacable que puede ser una marabunta, una plaga, un azote bestial de miles de millones de insectos confabulados contra la humanidad entera. Un entomólogo que descubre una

nueva especie de escarabajo, se convierte en el punto de inicio de una novela construida como un collage, y el lector encontrará el dato como un planteamiento de investigación. De lo particular a lo general, y viceversa, ¿qué relación puede tener un científico que trabaja en el Museo de Historia Natural de Chapultepec con la nota roja? Varias noticias que parecen salidas de periódicos legendarios como el Alarma!, van generando la textura suficiente para que aparezca Casasola, un reportero que, a punto de ser despedido, encuentra refugio en la nota roja del periódico donde trabaja. Deprimido por su reciente divorcio y su inminente fracaso como periodista cultural, tendrá que convivir con su exmujer, a quien sigue amando, trabaja en el mismo periódico y además es asediada por otro reportero. Las inseguridades de Casasola van en aumento mientras va descubriendo el oficio; un reportero de nota roja es un escritor de sociales para un mundo decadente que se alimenta de morbo. Conforme la lectura avanza, el lector se adentrará en una novela policiaca, que cuando menos se lo espera, lo atrapará en una telaraña; aparecen personajes geniales que fortalecen a Casasola dentro de sus propias divagaciones, por ejemplo, el Griego, un fotógrafo retirado de la nota roja que le dará luces a Casasola,

y que está inspirado en Enrique Metinides, aquel legendario fotógrafo que todo lo vio a través de su lente. En este punto, la novela demuestra la mano del escritor, que sigue los parámetros de una novela negra, pero que la unta de locura y "chilangués", como una torta de tamal y champurrado afuera de cualquier estación del metro. Con muchas referencias literarias, algunas un tanto invisibles como la kafkiana, por ser la más obvia, el autor dota de vida literaria a Casasola, que actúa como un náufrago del periodismo cultural, citando a Rubem Fonseca, James Ellroy, DeLillo, Sabato y el infaltable Poe. Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972), bicho raro de la escritura, se adentra sin ningún pudor en la llamada weird fiction o "ficción de lo extraño" y acierta con una novela de tintes oscuros, que nos lleva por el bajo mundo de la Ciudad de México, del crimen, de lo policiaco y las cloacas donde la locura anida sus pupas. Tropo

Miguel Ignacio Miranda (Cd. de México, 1966) Diseñador gráfico, comunicólogo, publicista, editor, escritor. Profesor en la Universidad Anáhuac. Miembro fundador de Malix Editores. Correo electrónico: miguel@malixeditores.com

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Cu idado con lo que deseas

Un guiño al buen cine mexicano de suspenso Por Svetlana Larrocha

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i hemos de ser críticos, el cine mexicano de suspenso/horror no es un ejemplo a seguir para los amantes de estos géneros, especialmente en años recientes. Malas copias del cine estadounidense o italiano, no se acerca para nada al español de este rubro; ni siquiera a otros presentes en Latinoamérica. Sin embargo, existen verdaderas joyas de la cinematografía de nuestro país realizadas en el siglo XX. Por mencionar algunas, Juan Bustillo Oro tiene en su haber Dos monjes (1934), una de las primeras películas mexicanas sonoras. De fotografía expresionista y oscurantista, presenta una clara in-

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fluencia del cine alemán de aquel tiempo. Y en 1957, Fernando Méndez trae al mítico Germán Robles en su una de sus inolvidables caracterizaciones: el Conde Lavud, en El vampiro. En los sesenta, Servando González deja una verdadera pieza del terror (sin fantasmas, brujas o seres de ultratumba): El escapulario (1968), ambientada en la Revolución Mexicana, donde una reliquia familiar es el protagonista de cuatro historias enlazadas. En 1962, de Chano Urueta, El espejo de la bruja trae la obsesión y la necrofilia a la pantalla grande. Cinta de culto, esta película tiene el guion del maestro de maestros del cine mexicano en esta área: Carlos E. Taboada, quien en 1968 presenta uno de sus mejores trabajos y uno de los


mejores del séptimo arte de suspenso, El libro de piedra. Posteriormente, en 1984, Taboada cierra su obra fílmica con Veneno para las hadas, la que logró que finalmente la crítica lo reconociera como el gran director que fue. Son estas dos películas las que me hacen comentar Cuidado con lo que deseas: con las proporciones debidas, por supuesto, se puede observar elementos taboadianos recurrentes: ambientes boscosos, infancias solitarias e influenciables de personajes femeninos, la curiosidad y/o la malicia que causa el entorno aislado, la “amistad” con seres imaginarios de orígenes oscuros y atormentados, entre otros. Cuando Pamela, inteligente pero fantasiosa, va a cumplir ocho años, recibe de su tío Esteban, hermano menor de su padre, Bernardo, un regalo misterioso: un muñeco con imagen de arlequín llamado Hellequin, al igual que un teatro guiñol. El tío explica a la niña que el presente tiene dentro de sí al espíritu de un bufón que años atrás un rey mandó a ahorcar por su incapacidad de hacer reír al monarca. Más tarde puede verse que este juguete cobra vida (o es así ante los ojos de la niña o nosotros espectadores), para ir revelando, a través del pequeño teatro, una serie de secretos, planes, traiciones y venganzas, producto de antiguas envidias y rivalidades —entre los hombres y Nuria, la ma-

dre de la pequeña—, teniendo como marco el sitio a donde van a celebrar, una casa de campo, alejada de la ciudad. Dirigida por Agustín Tapia, y con guion de él mismo, con una coproducción México-España, Cuidado con lo que deseas (2020) viene con una propuesta fresca y bien llevada de suspenso/terror y true crime. El concepto de la película es simple: “ver” con los ojos de un niño lo que los adultos piensan-sienten-hacen, para luego, incluso “censurar” a su manera dichas acciones. El filme, estrenado en plena pandemia, puede disfrutarse en la plataforma Netflix. Ágil, de excelente fotografía y efectos especiales (la figura del arlequín no es macabra; incluso es angelical, pero, a semejanza de Hugo, de El libro de piedra, su presencia marcará la vida de los personajes de manera siniestra. Detractores de la película se han ensañado en aspectos que la hacen cojear. Ciertamente, no vemos actuaciones dignas de ser premiadas en algún festival de renombre. Igualmente, deja que desear la poca afectividad entre madre e hija, o el hecho infrecuente de celebrar el cumpleaños de una niña sólo con adultos, sin la compañía de invitados de su edad, pero en conjunto, el trabajo es un homenaje a ese incomparable cine taboadiano, que tan buen sabor de boca deja a los cinéfilos que lo conocen. Tropo

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Al e j a nd r a Caz al

La comida tradicional en el proceso de decolonización y la soberanía alimentaria de un pueblo Por Karinna Maich Licenciada en Psicología Social por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), con maestría en Medio Ambiente y Desarrollo por el Instituto Politécnico Nacional (IPN), y doctorado en Ciencias Sociales por la UAM, Alejandra Cazal Ferreira perteneció al Sistema Nacional de Investigadores (Conacyt) durante el periodo 2017-2019. Desde el año 2005, cuando arribó a tierras caribeñas, ha laborado en la Universidad del Caribe. En la actualidad, está finalizando su jefatura del departamento de Desarrollo Humano. Cazal Ferreira lleva, con serenidad, la pasión de sus ideas a la concreción de las mismas. Este libro —“Rescate e innovación de recetas tradicionales con productos subutilizados de la zona norte de Quintana Roo: cultura, nutrición y medio ambiente”, recientemente publicado por la Universidad del Caribe— es una clara muestra de ello.

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lejandra Cazal fluye en un hablar pausado pero determinante, tan determinante como su vocación por la defensa de los derechos de las mujeres y su maternidad comprometida. A ella no se le puede responder con lugares comunes cuando pregunta “¿cómo estás?”. Y en su mirada penetrante, matizada con calidez, se percibe el interés genuino por su interlocutor. —El largo título de este volumen publicado en formato impreso y virtual resume ya en sí su objetivo. ¿Cómo surge la idea de su realización? —Desde el año 2010, un grupo de profesoras y profesores investigadores de los departamentos de Turismo, Gastronomía y Desarrollo Humano comenzamos a trabajar una línea de investigación que versa sobre la cultura y el medio ambiente en Quintana Roo. La idea central era hacer investigación de acción que pudiera incidir en otras caras del estado. Cuando se evoca a Cancún, la mayoría de las personas piensa en sol y playa (turismo en general). En este sentido, decidimos trabajar con la zona norte del estado, donde se asientan comunidades mayas dedicadas, principalmente, a las actividades agrícolas. En un primer momento, establecimos contacto con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), con la cual realizamos la investigación sobre agricultura orgánica, una apuesta al desarrollo sustentable desde las comunidades mayas. Este trabajo, que duró dos años aproximadamente, culminó con la instalación del Tianguis del Mayab en la Universidad del Caribe. Este tianguis consiste en que, dos veces a la semana, los productores de varias localidades (Nuevo Durango, Leona Vicario y productores de la zona agrícola de Cancún y, en algunos momentos, productores de Playa del Carmen) ponen a la venta los productos agrícolas y alimenticios a los estudiantes, docentes, personal administrativo y público general. A esto se suma también el proyecto Ecohuertos pedagógicos de la Universidad del Caribe, un proyecto de la universidad para capacitar en huertos orgánicos a la población de Cancún. El tianguis se inauguró en el año 2011, y esto dio paso a cumplir cuatro objetivos para nosotras centrales: 1. Incentivar el comercio justo y solidario entre productores y consumidores; 2. Promover una cultura alimenticia saludable; 3. Cuidar el medio ambiente, pues se respetan las prácticas tradicionales y las de normativa orgánica para la siembra y cosecha de los productos; y 4. Rescatar los saberes y conocimientos tradicionales. En ese sentido, conforme el tianguis fue haciendo presencia semanalmente en las instalaciones de la Uni-

caribe, comenzamos a observar que se ofrecían a la venta productos locales cuyo nombre, sabor, consistencia y modo de preparación desconocíamos. Comenzamos a indagar con los productores sobre dichos productos y consideramos necesario comenzar una nueva investigación que, por un lado, rescatara los productos locales que son subutilizados, es decir, que se están perdiendo porque cada vez se consumen menos y, por lo tanto, se han dejado de sembrar; por otro lado, hacer un registro vivo de recetas tradicionales con los productos y, por consiguiente, una innovación de los mismos. Los objetivos de dicha investigación fueron: 1. Rescatar recetas tradicionales con productos locales subutilizados; 2. Innovar recetas con dichos productos para que las personas de la ciudad puedan conocerlos, probarlos y comprarlos; 3. Fomentar la soberanía alimentaria de nuestro estado; 4. Promover el medio ambiente con prácticas agrícolas sustentables; 5. Generar un catálogo de productos locales subutilizados con información sobre sus características nutrimentales y funcionales; y 6. Rescatar los saberes tradicionales y culturales con respecto a la alimentación y productos de las localidades mayas de la zona norte de Quintana Roo.

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Fue este el inicio de un trabajo que comenzó en 2018 y culminó en el año 2020 y que realizamos una nutrióloga, un chef y yo del área de las ciencias sociales. —En uno de los capítulos abordas la relación comida-cultura. Cito: “La comida se encuentra en una estrecha relación con la cultura y con su gente, por lo que no se trata de tener derecho sólo a la alimentación sino de hacer visible y valer este vínculo que trasciende a toda forma de concebir el entorno, la naturaleza, la vida misma…”. ¿Crees que este libro abona en concientizar este aspecto de la comida? —Es nuestra intención hacer visible la riqueza cultural de las comunidades mayas del estado de Quintana Roo, una cultura viva, de rituales, saberes y conocimientos no reconocidos debido al paradigma occidental que ha impuesto desde hace siglos una forma de hacer y ver el mundo. Para nosotros, es muy importante contribuir con el proceso de decolonización, poner en el centro el proceso y la historia que se narra, como diría Foucault, desde las resistencias: los que aparecen en los márgenes de la historia, esos otros espacios que se yuxtaponen al metarrelato y permanecen en el tiempo. Por esto, el rescate de recetas tradicionales con productos locales subutilizados tiene tanta pertinencia. Hay que revalorizar esos productos que quedaron y persistieron con el paso del tiempo bajo el consumo de las comunidades donde se guardaron las historias y continuaron

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los rituales, ahí, sobre las brasas del fuego y la tierra; productos que dejaron de sembrarse y que quedaron resguardados por la selva esperando ser nuevamente reconocidos e incorporados en la alimentación. Hacer valer este vínculo es muy importante para debilitar la cultura del consumo de alimentos chatarra, procesados y atiborrados de químicos que enferman y poco aportan a una alimentación sana. —¿Con qué objetivo se hizo la actualización de las recetas tradicionales y quién o quiénes estuvieron a cargo de este proceso? —La maestra Ana Victoria Flores, dos estudiantes de gastronomía que realizaron su servicio social en el proyecto, el fotógrafo y yo realizamos esta etapa del trabajo. El objetivo principal fue, en un primer paso, realizar un catálogo de los productos locales subutilizados. Estos productos que se dan en la región y, muchos de ellos, en ningún otro lugar del planeta y se les conoce como endémicos. Una vez hecho esto, decidimos trabajar con Addy Pech, cocinera tradicional que vive en Nuevo Durango, municipio de Lázaro Cárdenas. Luego de identificados los productos, se realizó un calendario agrícola para señalar en que época del año se cosechaban para poder hacer uso de ellos. Durante un año estuvimos trabajando en la cocina de Addy. Hicimos entrevistas en profundidad con la cocinera para determinar, a partir de los productos, cuáles recetas se harían en la medida que evocara un momento de la historia, de un ri-


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tual maya o un producto antiguo que poco se consumiera en la actualidad. Replicamos y registramos las recetas con Addy Pech. Se realizaron 36 recetas en total, de las cuales 15 son de preparaciones saladas, 7 son de dulces, 12 son atoles y dos de agua. Una vez terminado el proceso, nuevamente se realizaron entrevistas en profundidad con la cocinera para indagar más acerca de la historia del producto y la receta, si el producto estaba ligado a un ritual de la cultura. Para la logística de preparación de alimentos: 1. Se determinaban los productos a preparar con Addy quince días antes de ir a Nuevo Durango; 2. La cocinera se encargaba de conseguir los productos, mismos que el equipo de trabajo pagaba terminando la sesión; 3. Se preparaban y registraban las recetas; 4. Se tomaban las fotografías individuales y, al final, de todos los alimentos preparados; y 5. Se hacía la degustación. Esta era la mejor parte. Las anécdotas e historias en la charla final, sin duda, fueron las mejores. —La investigadora de la Universidad de Comahue, Argentina, Lic. Victoria Rodríguez Rey, mencionó en la presentación que “El libro es un corpus teórico exquisito, muy bien bajado para la lectura… una propuesta política concreta de transformación económica, que sienta sus principios en el paradigma de la economía alimentaria… ya que producir y cocinar es una apuesta por la autonomía… una descolonización de los alimentos”. ¿Podrías explicarnos qué es la economía alimen-

taria? ¿Fue pensado el libro como una propuesta para alcanzar esta autonomía o surgió este propósito como un resultado natural de la investigación? —El libro tiene una apuesta clara cuando abordamos el concepto de soberanía alimentaria. Éste marca una diferencia cuando parte de la idea de reconocer y fomentar la economía local por encima y resistiendo a la economía global. Lo importante es apoyar a nuestros campesinos consumiendo sus productos y promoviendo el comercio justo y solidario que permita a ambos, tanto productores como consumidores, mejorar su calidad de vida. El concepto de soberanía alimentaria es diferente al de seguridad alimentaria propuesto por la ONU. Este último habla de que todas las personas deben tener derecho al acceso de alimentos para mitigar la desnutrición y el hambre. La soberanía alimentaria, más que hablar del acceso a los alimentos, centra su atención en la buena calidad de los mismos, que sean productos locales y favorezcan los sistemas de producción local; reconoce los saberes y técnicas tradicionales y también valora una producción que sea respetuosa con el medio ambiente. —Cuéntanos alguna anécdota “sabrosa”, para seguir en la línea gastronómica del libro, del proceso de investigación. —Me gusta siempre platicar una anécdota que se dio cuando, en el laboratorio de la Universidad, se estaban innovando las recetas a cargo del Chef Juan Carbajal y sus estudiantes de servicio social. Cada vez que preparaban recetas,

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e n t r e v i s t a al final se realizaba una degustación con algunas personas a las que se les pedía realizar una evaluación sensorial; es decir, se preguntaba si les gustaba la presentación del alimento, si era agradable el sabor, entre otras preguntas. Era una actividad muy divertida porque se trataba de comer, platicar y comentar la experiencia. En una ocasión que Addy Pech, la cocinera tradicional, participó en la degustación, a la hora de hacer los comentarios, ella arrancó haciendo correcciones en la utilización de ciertos productos y haciéndole mejoras de cómo prepararlo para que tuviera un mejor sabor. Este momento fue celebrado por la mayoría, incluyendo al Chef Carvajal. Esto es lo que queríamos provocar: compartir saberes, reconocer conocimientos. El trabajo intercultural e interdisciplinario como un camino obligatorio para generar conocimiento. Este trabajo transversal, me parece, facilitó y promovió mirar las cosas desde diversas perspectivas. —¿Qué nos puedes decir también de la parte fotográfica y de diseño de la publicación? —Sin las fotografías, el libro no tendría alma. Sin duda, el trabajo del fotógrafo profesional René Ignacio Flores y Almada —que, además, ama la naturaleza— fue esencial para trasmitir, a partir de la imagen, las formas, olores y colores de los productos y los alimentos preparados. El fotógrafo fue cómplice y acompañante incansable de cada una de las actividades que se realizaron en el trabajo de campo que duró dos años. Cada vez que abro el libro y veo las fotografías, mi corazón se alegra. Pieza clave también fue ITACA, la editorial que trabajó con nuestro texto, un trabajo que se agradece por su profesionalismo. Otra anécdota que quisiera comentar fue el trabajo de la mano que se hizo con la editorial. Como consecuencia de la pandemia, se estableció un vínculo muy próximo en el trato, vía WhatsApp, con Maribel, encargada de la corrección de estilo y edición. Tanto fue el acercamiento que me comentó que pocas veces se ha sentido tan cercana a un libro como con el nuestro. Un libro cuidado desde la propuesta de portada, las grecas propuestas para los recetarios, el papel que se usó, la pasta dura. Pienso que el resultado final es muy bueno. —El libro es un eslabón múltiple: pretende innovar recetas tradicionales que utilizan productos propios de esta región para que se vuelvan a cultivar. De esa manera, se rescata la parte cultural de la gastronomía, se impulsa el cultivo de productos que ya no se cultivan —o muy poco— y se revitaliza la economía local. ¿Consideras que este tipo de publicación debería replicarse en otras regiones del país?, ¿ya se ha hecho?, ¿estarían dispuestos los autores a compartir su metodología no solo del libro sino de todo el proyecto? —Por supuesto que se puede replicar en otros lugares. Ojalá pudiera incidir el libro para que se retome la meto-

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dología propuesta y se pueda generar conocimiento sobre los productos locales subutilizados. Si lo vemos a largo plazo, podemos decir que, en un primer momento, se trabajó con las comunidades de Lázaro Cárdenas para que tuvieran un espacio en el Tianguis del Mayab para vender sus productos y contribuir a mejorar su calidad de vida. En un segundo momento, rescatar los productos locales subutilizados y contribuir a la soberanía alimentaria. Actualmente, la maestra Ana Victoria Flores y yo estamos ya en un tercer momento trabajando junto con dos investigadoras de la Universidad Benemérita de Puebla para hacer un proyecto de transferencia de conocimiento de los productos subutilizados con recetas sencillas para niños y niñas. En este sentido, las investigadoras de Puebla están reconociendo los productos locales subutilizados en su zona. El proyecto tiene como intención enseñarles a los y las niñas a reconocer nuestros productos, saber cómo prepararlos. Esperamos que esto tenga repercusión en cerrar el ciclo y comenzar a consumir estos productos, y, por tanto, que también se sigan sembrando. Tropo Todas las fotografías que ilustran esta entrevista son de René Ignacio Flores y Almada.

Karinna Maich. Reside en Cancún desde hace veinticinco años. Es docente de tiempo completo y colaboradora de Tropo (en primera y segunda épocas) con cuentos, ensayos y entrevistas. Cuentos suyos han aparecido en algunas antologías locales.


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Fotografías de este artículo: Angélica Mercado (2020).

La fotografía en tiempos de pandemia Por Angélica Mercado

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stábamos en Paamul cuando se hizo realidad el rumor de la cuarentena. Por un breve momento, ahí mojados en la playa, discutimos la posibilidad de quedarnos, al menos, mientras pasaba el pánico de las compras, los vuelos saturados y todas aquellas lecciones que aprendes en cada huracán. Al día siguiente, se notaba que todos hacíamos lo mismo: atender las noticias desde el celular. Tal cual sucede previo a un huracán, muchos contaban con información detallada sobre el tema y la comunicaban como todos unos especialistas, entre otras acciones que saturaban la señal de nuestro medio de comunicación por excelencia; hasta entonces, todo era familiar. Hicimos paddle, nadamos, hice algunas fotos y caminamos a desayunar al único restaurante de la zona. Los chilaquiles llegaron con la noticia de que iban a cerrar aero-

puertos y de que el personal estaba esperando instrucciones sobre el posible cierre del lugar. Esa noche fue bombardeada de mensajes, noticias, anuncios oficiales y, claro, memes. Por la mañana, se anunció el cierre de las fronteras en Perú, y poco después, un editor me pedía fotos de los grupos que se habían quedado varados en el aeropuerto de Cancún. Las noticias sobre los cambios fluían, las imágenes llegaban en cascada desde todos los rincones del mundo, los rostros protegidos; y los ya lejanos tumultos en tiendas, centrales de autobuses, etc. eran tendencia en redes. Empezaban las preguntas, y con ellas, la incertidumbre y la contradicción. Se empezaba a percibir lo que Wilhelm Reich llamó “La plaga emocional”, cuya característica esencial es que “la acción y la razón dada para ella nunca son congruentes. El verdadero motivo siempre se encubre y se lo reemplaza por un motivo aparente”. Habrá mucha foto, pensé. Esa tarde, me comí el lugar a fotos y el mar a brazadas: quería perpetuar la certeza del momento, antes de

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Si contrastamos fotografías actuales con las realizadas durante la pandemia conocida como gripe española, queda claro que la historia se reconstruye, y que el ser humano, aún con sus hábitos regulares, se reconfigura.

enfrentar lo inevitable. Efectivamente, el aeropuerto estaba lleno, similar a cuando la gente evacúa por huracán, excepto que esta vez, escaparían a lo mismo. Ver tanta gente ansiosa por viajar y las salas de abordaje acordonadas, la sana distancia que dividía las filas como fichas de ajedrez listas para iniciar un juego dirigido por altavoces, el aparente orden, todo en conjunto, provocó que empezara a documentar tratando de entender cómo un tapabocas y un gel antibacterial permitirían penetrar la ya temida convivencia en un aeropuerto internacional y salir avante. A través de la cámara, todos éramos del mismo sitio, íbamos hacia el mismo lugar, aquél descrito en las fotografías que circulaban por montones, todos éramos aquellos con tapabocas. Somos muy afortunados de contar con la fotografía, que ha logrado un mejor entendimiento de lo incomprensible. Nos refiere constantes que pueden aminorar el pánico. Como la fotografía del archivo de Mary Evans (ver Portafolio en p. 63), un testimonio contundente sobre otra pandemia, que, de alguna manera, ya nos es familiar. Lo primero que atrae la atención es lo curioso del tapabocas y su similitud con algunos modelos actuales. Si miramos un poco más, notamos que la pareja está en la calle, con atuendos de salir y en tendencia, lo que refleja una posición económica acomodada que aseguraba el costear ese tapabocas tipo Kn95, el más efectivo, comprobado. Algo similar a la realidad de 100 años después. Vemos también que el distanciamiento social es propio de nuestra época y que el fotógrafo era muy amigable. Las cámaras de la época eran, comúnmente, de formatos grandes que usaban placas de película individuales, es decir, a cada toma, debías cambiar el portaplacas. Eran voluminosas y requerían de un tripié, lo que implicaba disposición de los retratados para posar, entre otras ca-

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racterísticas técnicas visibles en la imagen que reflejan la cercanía física del fotógrafo con los retratados. Sin sana distancia, como la fotografía periodística, que lleva la delantera en circulación porque retrata hechos, nos informa sobre el aquí y el ahora, nos refiere datos específicos que traducen lo desconocido en novedad. El fotorreportero debe involucrarse, mirar hacia lo que más le importe. Hace un siglo, hacer fotografía era tarea de unos cuantos. Actualmente, el periodista gráfico parece enfrentar una de las cualidades inherentes a su labor: la inmediatez. Contar con cámaras integradas en el celular ha democratizado el valor testimonial de una toma, y cualquiera puede tomar una foto de un hecho y difundirla, lo que funciona por un momento. Pero “estar” pocas veces trasciende a documento y puede, fácilmente, desinformar. Uno de los privilegios de la fotografía es transmitir la naturaleza de las cosas, haciendo uso de las facultades artísticas de su autor para vivificar los hechos y comunicar mensajes claros y veraces, una responsabilidad que va más allá de saber manejar la cámara y estar en el momento y lugar adecuados. Elegir lo que entra por los ojos también debería ser medida de seguridad, sobre todo cuando las imágenes se devoran en lugar de contemplarse. Una fotografía puede contener tanta información que impacta y sensibiliza, y a veces, trasciende a documento. El enfoque de la fotografía documental, por ejemplo, es hacer énfasis, hablar con elocuencia en imágenes, transformando el hecho en reflexión, en objeto de estudio o en ejercicio crítico de la historia. Si contrastamos fotografías actuales con las realizadas durante la pandemia conocida como gripe española, queda claro que la historia se reconstruye, y que el ser humano, aún con sus hábitos regulares, se reconfigura. Durante ambas pandemias, vemos imágenes de hospitales, de la calle y la vida cotidiana —que ya no es


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cotidiana— y, entre otros detalles, las controversias, como aquella en el año 1918, protagonizada por la llamada “Liga anti máscara”, un movimiento que surge en San Francisco en defensa de la derogación de la ley de tapabocas. Protestaban por conseguir, al menos, las pruebas científicas que avalaran su uso. La fotografía que retrata a quienes se oponían a la Liga (ver Portafolio en p. 63), muestra esa desconexión entre el libre albedrío y la obediencia en rebaño; otra vez sentí la plaga de Reich “Debemos suponer, entonces, que ningún movimiento libertario tiene probabilidades de éxito a menos de oponerse con veracidad, claridad y vigor, a la plaga emocional organizada”. Ahora agreguemos el distanciamiento social y las nuevas tecnologías y tenemos, los efectos de la pandemia actual. La consigna #quédateencasa nos conectó a otro nivel de colectividad, y las consecuencias se reflejaron muy pronto. La introspección que implica el tiempo a solas tuvo una extraordinaria salida en una oferta virtual de convocatorias, concursos, talleres e iniciativas que invitaban a documentar en fotografía el sentir personal durante la cuarentena. Por un tiempo, abundaron los autorretratos y los paisajes, ambos, ejercicios que revelaban necesidades comunes a todos y que provocaron una avalancha creativa que sepultaría, al menos, las dos primeras cuarentenas. La desolación de las calles vacías, las sombras lentas que se arrastran por los rincones de la casa, las relaciones familiares, entre otros temas, retrataban la pandemia en colectivo. La conciencia de un aislamiento propició también una especie de revalorización de la naturaleza: circulaban fotografías de flores, hojas, aves, el reverdecer de los campos y otros detalles del entorno natural que evocaban un renacer, una nueva promesa de vida que revelaba la necesidad de exteriorizar sentimientos profundos como la añoranza. Ver la

empatía con que se compartían imágenes de éstas, fue como sentir un apapacho grupal-virtual. Por otro lado, estar en casa nos enfrentó a la inevitable limpieza general: esculcamos los cajones, los closets, los archivos digitales, desempolvamos la memoria. La nostalgia de los archivos fotográficos familiares se dejaba ver en las redes, excelente oportunidad para difundir la importancia del patrimonio fotográfico, su rescate, su conservación y su catalogación. Casi todos coleccionamos fotografías; el aspecto sentimental que provocan en tanto recuerdo tangible las ha posicionado entre los tesoros que perpetúan la historia familiar. Tan importante es que, el pasado mes de febrero, My Heritage lanzó al mercado la Deep Nostalgia, una app que, en tan solo una semana, disparó el número de usuarios. Se trata de inteligencia artificial que anima los rostros en fotografías históricas, un poco como revivir a los ausentes con simulación tecnológica, publicitada en frases como “Experimente su historia familiar como nunca antes” o “¡Esto realmente les da vida a sus fotos!” Siendo tiempos extraños, no me extraña que resulten cosas extrañas… La fotografía siempre está sujeta a cambios graduales o, digamos, ingeniosamente drásticos. Su construcción es tan dinámica como la cultura misma y, no importa cuál sea su enfoque o formato, la tecnología que la produzca o la mirada que la interprete, conforma un registro que narra paso a paso nuestra historia social y “revive” la personal. A un año de la primera cuarentena, la nueva normalidad toca el timbre de nuestras casas y se echa a correr, y cada que lo hace, acudo a las fotografías de Paamul, aquellas que hice en un momento de certeza, y al verlas me pregunto, cuándo lanzarán una app que nos sumerja en esa calma del mar. Digo, para ir a hacer más. Tropo

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Ayer y hoy en la pandemia.

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Foto: Angélica Mercado (2020)

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p o r t a f o l i o

San Francisco, Estados Unidos, 1919. Opositores de la Liga Antimáscara.

Fotografía de Mary Evans.

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La fotografía en tiempos de la pandemia

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pages 61-63

Cuidado con lo que deseas

3min
pages 54-55

El monstruo pentápodo

8min
pages 40-42

La octava plaga

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page 53

El cementerio de Praga

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pages 48-49

La hija única

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Prisionero del rock and roll

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Cuanto más profunda es el agua, más feo es el pez

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Padura y el nuevo

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Lo que no he dicho

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Se pueden dar pruebas a favor o en contra de que Dios existe?

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Erdera, de Gerardo Deniz, Los bigotes del poema

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Las malas, de Camila Sosa. Travestis en resistencia

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Albert Camus. Una revisita a La Peste

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Gerardo Deniz

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Cultura y familia en el siglo XXI: una reflexión impostergable

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Historias y lecturas sobre la pandemia

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Un día interminable

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