E
n sus primeros dos largometrajes, la cineasta Chloé Zhao se ha encargado de dilucidar el significado y el sentido de ser americano hoy en día. En “Songs my brothers thaught me” (2015) nos compartió un sencillo pero evocador retrato sobre el fuerte vínculo fraternal que se forja entre una niña y su hermano mayor en la reserva india de Pine Ridge, mientras ambos van construyendo su propia identidad y descubren cuál es el significado del concepto hogar, recorriendo cada uno sus respectivos caminos de vida personales. Durante el rodaje de su ya mencionada opera prima, la directora de ascendencia china conoció al joven jinete Brady Jandreau y éste le inspiró para dar forma a su segundo largometraje: “The Rider” (2017), un western contemporáneo que gira en torno a las caídas y ascensos de un vaquero moderno; todo un ejemplo de cine en estado puro en el que la realidad y la ficción se funden en una sola experiencia tan devastadora como inspiradora. La trilogía americana cierra ahora con “Nomadland”, un drama protagonizado por la gran Frances McDormand, quien en esta ocasión da vida a Fern, una mujer de mediana edad que lo pierde todo; primero su estabilidad económica por la terrible recesión que golpeó a su pequeña ciudad cuando la compañía más importante de una zona rural de Nevada cerró sus puertas tras la bancarrota, y luego con la muerte de su marido. Fern emprende entonces un viaje hacia el Oeste Americano para unirse a una caravana nómada, comenzando a manejarse bajo los preceptos de este estilo de vida comunitaria. A bordo de su camioneta, la mujer pone en marcha su misión de convertirse en una nómada moderna y explorar la vida fuera de los convencionalismos sociales en lo profundo de Norteamérica mientras sobrevive gracias a empleos provisionales como empacadora de Amazon o auxiliar en la cocina de un restaurante.frutable– que es muy difícil despegar los ojos de ella. “Nomadland” es una cinta crepuscular en más de un sentido: como película es el último capítulo de la trilogía de su artífice, y es también un relato sobre la resilencia ante la pérdida. Como ya lo hizo en sus dos anteriores largometrajes, por un lado retoma elementos del western y traslada parte de sus convenciones narrativas al contexto actual, y por el otro, realiza una mimetización de la ficción
con la realidad para conseguir una road movie con una belleza visual sobrecogedora que, aunque inicialmente parecería que la cinta tomaría el rumbo de crítica al sistema capitalista –o sobre “la tiranía del dólar”, según las propias palabras de uno de los personajes–, la película pronto deja claro que su discurso se encamina hacia la exploración de la soledad, pero no desde una perspectiva miserabilista o derrotista, sino que la aborda desde la empatía que permite realmente replantear el significado de la pérdida absoluta y encontrar en la dignidad el verdadero valor de uno mismo. No es gratuito que “Nomadland” sea, hasta este momento, la front runner en la carrera al Oscar en varias de las categorías principales como película, dirección, guion adaptado y actriz. La película, basada en el libro "Nomadland: Surviving America in the 21st Century" de Jessica Bruder, nos permite aproximarnos, con algo de nostalgia, a la extraordinaria y genuina camaradería que nace entre estos nómadas modernos que sólo se tienen a ellos mismos. Con respecto a Frances McDormand, estamos frente a la gran interpretación de su carrera: con gran sutileza y menos cinismo que con la también laureada interpretación en “Tres anuncios por un crimen”, la actriz hace de la resilencia de su personaje su principal herramienta para dilucidar sobre el significado y el sentido de ser americano con pulso, acidez y filo. Rodeando a la protagonista de actores no profesionales, es decir, de verdaderos nómadas contemporáneos como Linda May, Bob Wells y Swankie, quienes funcionan como sus camaradas y/o mentores que se abren emocionalmente ante la cámara de una manera sobrecogedora para compartir sus experiencias con base en la improvisación de escenas sin excesivos artificios melodramáticos. Y es que la película no critica ni idealiza el estilo de vida, sino que lo expone como una plausible vía de escape para no someterse a las ataduras sociales o familiares, para no rendirse ante lo preestablecido y dar un salto de fe hacia la incertidumbre, hacia una forma de vivir que no ofrece lujos pero sí brinda caminos directos hacia la verdad, que ofrece la posibilidad infinita de movimiento, pero no para huir como ya lo hizo a los 18 años cuando dejó el hogar de sus padres, sino para reencontrarse con uno mismo.
D
aniel Kaluuya acaba de ganar el Golden Globe por su actuación en esta película, en la que interpreta a Fred Hampton, un importante líder del grupo Panteras Negras a quien el FBI le sigue la pista y planean detenerlo antes de que su poder sea tal que pueda iniciar una revolución en EUA. A simple vista podría tratarse de un drama más sobre temas raciales, temas que son muy importantes, claro está, pero que al trasladarlos al cine y televisión han estado viciados por mucho tiempo por un punto de vista y estilo muy poco creativos, influidos por directores como Lee Daniels, que antepone el melodrama y victimización de los personajes antes que contar una historia o servir como una voz política como intenta ser. Sin embargo, con esta cinta podemos estar seguros de que veremos lo contrario, es un drama, sí, pero también se vale de los elementos propios del thriller mediante la historia de Bill O´Neal, un ladrón que solía hacerse pasar por miembro del FBI y que al ser atrapado por esta misma dependencia le dan la oportunidad de quedar libre si hace trabajo de espionaje para ellos dentro de las Panteras Negras. Es por medio de este personaje que vamos conociendo la dinámica que vive dicho movimiento, uno de los movimientos afroamericanos más radicales y con mayor difusión en EUA (en gran parte fue difusión proveniente del miedo de las personas blancas hacia lo radicales que fueron). Gracias a O´Neal nos vamos enterando cómo la idea principal de las panteras es el afirmar que efectivamente como población estaban en guerra y bajo amenaza, y que responder de forma pacífica no era la respuesta, vemos cómo realizan actividades para mejorar su propia comunidad y son una especie de autodefensa ante la brutalidad policiaca, y si ellos reciben un golpe, se encargarán de regresarlo tal vez con la misma intensidad o al menos dejando en claro que mensaje llegue a quienes tiene que llegar. No me voy a detener mucho en hacer la comparativa entre esa época y la actualidad porque evidentemente las cosas no han cambiado mucho, la brutalidad policiaca sigue existiendo, la segregación racial también y las voces que se alzan en contra de esto siguen siendo reprimidas.
Sin embargo hay un elemento que si quiero rescatar bastante y es el hecho de que las panteras no se quedaron con la idea de que su lucha era la única, o de que no necesitaban de otros grupos para vencer a un poder tan grande como el gubernamental y el policiaco, sino que, con la astucia y enorme habilidad de oratoria de Fred Hampton, pudieron unir a sus filas a otros grupos, desde los mismos afroamericanos que podrían pertenecer a grupos antagónicos, pasando por los latinos que viven en EUA, llegando incluso a unirse con los rednecks, (sí, esos que de seguro estuvieron en la manifestación por el supuesto fraude electoral hacia Trump hace unas semanas), estrategia importante que si los movimientos sociales actuales también replicaran, su voz llegaría a más oídos. Para esto no podíamos esperar poco del actor que fuera a interpretar a Hampton, tenía que ser alguien que llegara a ser así de convincente y que al interpretar sus discursos lo hiciera con la misma energía y coraje que el Hampton de la vida real. Kaluuya lo logra con creces, me atrevería a decir que es una de las mejores actuaciones que se verá en la próxima década, su interpretación merece todos los premios a los que lo han nominado (solo basta ver el tráiler para darse cuenta la capacidad actoral de Daniel), solo espero que continúe con esas buenas actuaciones porque después de Get Out se salió un poco del camino con una que otra interpretación. LaKeith Stanfield tampoco lo hace mal, él y Kaluuya hacen muy buena dupla y su actuación también es convincente, lamentablemente él si tiene más competencia en esta temporada de premios porque las categorías de actor protagónico tienen sus claros favoritos. El resultado final es magnífico, la película funciona como una fiel recreación histórica de una lucha, sus protagonistas y sus antagonistas; involucra de forma activa al espectador con el buen ritmo que lleva en sus dos horas de duración, y el epílogo no hace más que ahondar en el enorme problema de desigualdad e impunidad que la población afroamericana viene arrastrando desde mucho tiempo atrás. Solo espero que esto le sirva a Shaka King para hacer películas más seguido, porque esta es apenas la segunda y no desearía que se quede ahí.
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ape and revenge” es un subgénero cinematográfico surgido en los últimos años de la década de los 60 con premisas elementales sobre mujeres que son brutalmente torturadas y abusadas sexualmente para luego ser abandonadas para morir, pero que milagrosamente logran sobrevivir para llevar a cabo su venganza. El problema con la gran mayoría de las propuestas de este subgénero era que la violencia, expuesta desde y para la complacencia mirada masculina, era extremadamente explícita en el acto de la violación, haciendo del sufrimiento femenino un argumento de venta, es decir, haciendo de la tortura femenina un objeto de consumo que hacía que terminara por ser un producto misógino y machista, sin importar la venganza concretada finalmente en la pantalla en el último acto del filme. “Promising Young Woman”, el primer largometraje de la británica Emerald Fennell, a quien en su faceta de actriz pudimos ver como Camila Parker Bowles en la serie “The Crown” y que participó como guionista en la segunda temporada de la serie “Killing Eve”, se inscribe en la lista de este subgénero, pero de igual manera que lo hizo la cineasta australiana Coralie Fargeat con “Revenge” en la que se reivindica a la figura femenina sin explotar su sufrimiento, enfoca sus esfuerzos en la búsqueda de justicia y venganza por parte de la protagonista Cassantra Thomas (Carey Mulligan), una mujer que, cuando era estudiante de medicina vio truncado su prometedor futuro a causa de un atroz suceso. Diez años después, ahora a sus 30 años, continúa viviendo con sus padres y trabaja en una cafetería donde lleva una agradable relación de camaradería con su jefa Gail (encarnada por Laverne Cox); sin embargo, pronto se
revela su oculta doble vida, pues acostumbra visitar bares y clubes nocturnos para emborracharse hasta que le cuesta trabajo mantenerse en pié, y cuando los atentos hombres que se autodenominan como «chicos buenos» se la llevan a su departamento para aprovecharse de ella, revela su fingida ebriedad para encararlos por sus acciones. El actor Bo Burnham –quien hace un par de años también debutó en la dirección con el honesto y entrañable relato sobre la adolescencia femenina “La vida de Kayla” (Eight Grade; 2017), protagonizado por la revelación Elsie Fisher– encarna aquí a Ryan, un encantador ex compañero de Cassandra con quien estudió en la universidad y con quien un casual y divertido reencuentro en la cafetería donde trabaja, la hace confiar nuevamente en los hombres y considerar dejar de lado para siempre su cruzada de justicia y venganza. Sin embargo, Cassandra se entera que uno de los responsables del acto que la marcó en el pasado ha regresado a la ciudad, y con un detalladísimo plan, intentará vengarse de él y otros involucrados. La directora ha declarado que para escribir el guion de “Promising Young Woman” se vio inspirada por las expresiones y excusas del juez Aaron Persky cuando dictó una leve sentencia al estudiante blanco universitario de Stanford y estrella de la natación Brock Turner luego de ser sorprendido por dos testigos cuando estaba violando sexualmente a una chica inconsciente detrás de un contenedor de basura. La liviandad de la sentencia, de acuerdo con el juez, fue porque consideró que una sentencia mayor podría tener un grave impacto sobre la prometedora carrera deportiva de Turner.
En México, la película llevará por nombre “Hermosa Venganza”, el cual no sólo es una traducción errónea que despoja al nombre original de la cinta de su carácter irónico por la anécdota narrada en el párrafo anterior, sino un título simplista y genérico que nos remite al cine protagonizado por figuras de acción que se han convertido casi en un género en sí mismos como Liam Neeson o Jason Statham, lo cual es todo lo opuesto a lo que en realidad es “Promising Young Woman”, pues no es un trabajo fílmico que se queda en la venganza que viene desde lo visceral y lo gratuitamente violento, sino que ésta está ejecutada de forma compleja y profunda para exponer los mecanismos de violencia y represión hacia las mujeres. Sin maniqueísmos, la película intenta abarcar lo más posible el amplio abanico de actitudes y conductas misóginas y machistas a las que se enfrentan las mujeres día con día en los distintos entornos en los que se desenvuelven, y que no sólo padecen por parte del sector masculino, sino también por parte de otras mujeres que están en una situación de poder y privilegio por sobre sus congéneres; y aunque éstas no violentan a las mujeres de forma física, perpetúan el status quo por jugar sin cuestionarse bajo las normas de un sistema y un entorno social eminentemente masculino. El personaje de Cassandra está estupendamente trazado desde el guion –escrito por la misma directora– y excepcionalmente encarnado por Mulligan; y por supuesto que tampoco es gratuito que la protagonista lleve el nombre de Cassandra, quien en la mitología griega fue la sacerdotisa de Apolo, pero luego que éste se sintiera traicionado, la maldijo para que nadie creyera en sus profecías aún cuando éstas fueran verdaderas, lo cual podemos vincular a los casos donde las autoridades y la sociedad en general minimizan o desestiman las declaraciones de las víctimas de violación, tal como lo vimos en el caso de Cecilia (Elisabeth Moss), la protagonista de “El Hombre Invisible”, la nueva versión de la novela de H.G.
Wells a cargo del director Leigh Whannell, quien dio forma a un relato donde la sociedad se niega a ver o aceptar el problema de la violencia hacia la mujer, teniendo así al machismo, la misoginia y la masculinidad frágil como parte de un discurso que la vuelven novedosa, relevante y pertinente. Aunque la pantalla nunca se ve saturada de colores neón, sí se percibe la influencia de Nicolas Winding Refn en su propuesta visual estilizada que se ve acompañada de una banda sonora que por momentos se vuelve satíricamente melosa y que también ofrece desquiciantes composiciones originales o reinterpretaciones de temas célebres como “Toxic” de Britney Spears. Y es que tampoco es gratuito que la cinta tome elementos de la cultura pop como las canciones de la ya mencionada cantante o que deliberadamente utilice un tema musical de Paris Hilton para una hiperedulcorada secuencia romántica. Ambas estrellas, fueron figuras mediáticas sometidas al escarnio público; actualmente la primera de ellas incluso está siendo reivindicada por sus seguidores y por algunos medios que han aceptado que explotaron descaradamente la imagen de la celebridad desequilibrada que perpetuaba el estereotipo de la psicopatía femenina. “Promising Young Woman” es una comedia negra salpicada de elementos de thriller que recurre por momentos al tono casi macabro mostrado en la serie “Killing Eve” y que sobresale por la extraordinaria interpretación de su protagonista y por su pertinente comentario social. Si bien la película no descubre el hilo negro de las cintas sobre abusos y acosos sexuales, la película no pierde oportunidad de ridiculizar a los hombres abusivos que no son más que tipos patéticos y asustadizos que temen a la determinación de una mujer. El tercer acto que sin duda alguna resultará controversial, y aunque su propuesta cinematográficamente no resulta nada excepcional, es un filme que resulta relevante por poner la conversación sobre la mesa y hacerlo de una manera fresca, entretenida, auténtica y muy efectiva.
L
uego de su estreno limitado en cines de Estados Unidos, España y México –donde se sigue proyectando en las pantallas de la Cineteca Nacional– la nueva cinta del director David Fincher, llegó a Netflix el pasado viernes 4 de diciembre. “Mank” es un biopic centrado en la figura del dramaturgo, crítico teatral y guionista Herman J. Mankiewicz que escribió el argumento de la célebre cinta “El Ciudadano Kane” (1941) de Orson Welles, quien con tan sólo 24 años entregó la que, hasta hoy en día, es considerada por muchos expertos como la mejor película de la historia, compitiendo por este título contra “Vertigo” (1958) de Alfred Hitchcock. La cinta narra principalmente los seis meses en los que Mank escribió el guion del ya mencionado clásico filme mientras convalecía a causa de un aparatoso accidente automovilístico en una apartada casa en el desierto de Mojave; pero a través de flashbacks, la película también explora la amarga relación del alcohólico guionista con la industria fílmica en general, y con importantes figuras en particular, como con el obsesivo productor David O. Selznick; los desencuentros con Louis B. Mayer, dueño de MGM que orquestó una campaña de desprestigio con spots políticos falsos contra el escritor Upton Sinclair cuando éste se postuló como candidato a la gubernatura de California compitiendo contra Frank Merriam; o los roces con el magnate, empresario y editor con aspiraciones políticas William Randolph Hearst (Charles Dance), quien serviría de inspiración para la historia del auge, decadencia y caída de Charles Foster Kane, personaje protagonista de la obra maestra de Welles. El guion original de “Mank”, escrito por el padre del cineasta, Jack Fincher, fallecido en el año 2003, estaba basado en el ensayo “Raising Kane” (1971) de Pauline Kael –reconocida crítica de cine de The New Yorker– en el que se asegura que la participación de Welles en la escritura del guion de “El ciudadano Kane” fue menos que mínima y pretende reivindicar a la figura de Mankiewicz como único autor del afamado argumento. Sin embargo, el cineasta realizó cambios sustanciales y transformó lo que originalmente era un estudio de personajes con la problemática relación Welles/Mankiewicz como línea principal, y por el contrario factura con él un personal e íntimo juego de espejos en el que Fincher exorciza rencores y desprecios por la industria fílmica que lo ha tratado de manera amarga desde su debut cinematográfico con “Alien 3” (1988), una superproducción llena de intromisiones por parte del estudio que lo alejó casi por completo de sus intenciones artísticas, aunque logró impregnarla de su recurrente fatalidad. La cinta es un homenaje formal a “El ciudadano Kane”, pues retoma tanto la estética monocromática y las postales evocadoras al estilo del cinefotógrafo Gregg Toland pero ahora bajo el lente de Erik Messerschmidt, como la estructura narrativa del clásico filme con saltos temporales recurrentes que tanto le insistieron a Mankiewicz reconsiderar para ser más complacientes con la audiencia bajo la 'justificación' de que ellos saben más sobre qué quiere ver el público. En la parte sonora, sobresalen las partituras compuestas por Trent Reznor y Atticus Ros, y el diseño sonoro que 'maltrata' el audio para que dé la impresión de que se trata realmente de una cinta de la primera mitad del siglo XX. Con esta particular propuesta audiovisual, el director sacrifica su ya reconocible estilo en la pantalla para darle prioridad a la deconstrucción de una pretendida época dorada de Hollywood con el fin de exponerla como una industria que desprecia sistemáticamente a los guionistas, profesión a la que busca reivindicar no sólo desde lo argumental sino desde su propuesta narrativa, acudiendo al uso de rótulos en pantalla de los que hacen uso los guionistas para indicar, al inicio de cada escena, el tiempo y el lugar en donde se desarrollará la siguiente secuencia. Mank nos propone una mirada crítica y sin concesiones a una industria que se autoproclama como «la fábrica de sueños», pero que es en realidad una factoría de discriminación, desigualdad, explotación laboral y corrupción por parte de los productores sedientos de poder; se trata de una ácida, cínica y desencantada exploración de los claroscuros de la industria fílmica. Esquivando el homenaje nostálgico por los años dorados de Hollywood que comúnmente caracterizan a las «cartas de amor al cine», Fincher se decanta por escribir su carta con amorosa dedicatoria para sumergirnos en las negras aguas de la despiadada maquinaria de la meca del cine donde la creación artística sirve como una vía de liberación, pero también de despiadada venganza contra hipócritas productores y magnates con ambiciones políticas.
E
l juicio de los 7 de Chicago” es un filme que tardó años para llegar a materializarse y ver finalmente la luz en la gran pantalla, tanto así que muchos lo consideraban como un proyecto maldito en Hollywood. Su historia está basada en el turbio proceso judicial al que se sometieron a siete personas tratadas como terroristas que presuntamente amenazaban la seguridad nacional luego de ser acusados de conspiración e incitación al desorden durante la Convención Nacional Demócrata en Chicago en 1968. Reenie Davies (Alex Sharp) y Tom Hayden (Eddie Redmayne), líderes del movimiento de estudiante por una sociedad democrática; Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y Jerry Rubin (Jeremy Strong), líderes del Partido Internacional de la Juventud; David Dellinger (John Carroll Lynch), líder pacifista del Comité Nacional de Movilización para poner fin a la Guerra de Vietnam; los agitadores sociales John Froines (Daniel Flaherty) y Lee Weeiner; y el presidente del movimiento Panteras Negras, Bobby Seale (Yahya AbdulMateen II) fueron presuntos terroristas llevados a juicio con un caso armado por los fiscales Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt) y Thomas Foran (J.C. MacKenzie). Durante el proceso con el inescrupulosamente parcial juez Julius Hoffman (encarnado en la ficción por un magnífico Frank Langhella), los acusados fueron defendidos por los abogados William Kunstler (Mark Ryllance) y Leonard Weinglass (Ben Shenkman). Con “El juicio de los 7 de Chicago”, Aaron Sorkin reitera su compromiso con los temas sociopolíticos y demuestra una vez más ser un genio de los dramas judiciales con su característica narrativa que gana audacia con su montaje y sus diálogos filosos; pero como director, también una vez más, demuestra que no tiene la autenticidad ni la impronta necesaria para una propuesta formal de autor. Y es que este drama judicial socialmente relevante que se emparenta en sus propósitos con “Una noche en Miami” (el debut tras las cámaras de Regina King), pese a contar con un discurso a favor del activismo y de levantar la voz en contra de las injusticias del estado, y de que son valiosos los paralelismos que consigue trazar entre los disturbios que retrata la película y la convulsa era Trump, no puede evitar ser fácilmente reconocible como un cinta proveniente de un modelo prefabricado para complacer a la Academia y al público en general con un mensaje edulcorado y una complejidad absolutamente diluida.
E
l dramaturgo francés Florian Zeller se encarga de adaptar para la gran pantalla y dirigir la versión cinematográfica de su exitosa obra teatral “Le Père”. Con Anthony Hopkins y Olivia Colman en los roles centrales, su debut como cineasta le ha granjeado varias nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película, mejor actor y mejor actriz de reparto. La película nos presenta a Anthony (Hopkins) y Anne (Colman), padre e hija que se enfrentan a la paulatina pérdida de la memoria del primero a causa de la demencia senil. Su incapacidad para valerse por si mismo ha hecho que su hija contrate a enfermeras para su cuidado, pero el carácter cada vez más difícil del octagenario ha causado que la última de ellas renuncie, obligando a Anne a cuidarlo; sin embargo, su carga de trabajo y su inminente viaje a París para vivir con su nuevo novio la fuerzan a buscar a un reemplazo lo antes posible. La primera adaptación fílmica de “Le Père” se produjo en 2015 bajo la dirección de Philippe Le Guay y el nombre “Floride”, pero “El Padre” se destaca porque no se toma tantas libertades como su primera versión. Aquí, partiendo de una idea sencillísima y aunque está presente su espíritu teatral en su puesta en escena, es gracias al montaje, a los diálogos y a las impresionantes interpretaciones de Anthony Hopkins y Olivia Colman en estado de gracia, que su propuesta alcanza un notable nivel cinematográfico, haciendo de su estilo narrativo y su desarrollo en espacios interiores determinados su principal herramienta para transmitir el desconcierto, el agobio y la desesperación de quienes padecen demencia senil. Inscribiéndose en la lista de cintas sobre enfermedades degenerativas en donde encontramos “Lejos de ella” (“Away from her”; 2006), la opera prima de Sarah Polley y “Siempre Alice” (“Still Alice”; 2014), de Richard Glatzer y Wash Westmoreland, la opera prima de Florian Zeller es un notable primer ejercicio que consigue un drama intimista en el que derecho a vivir nuestra propia vida de forma digna se ve enfrentado a los trágicos estragos del deterioro psicológico; el director consigue un doloroso tratado sobre la pérdida de la memoria, el sacrificio, el abandono y el amor paterno-filial.
L
a explosiva descarga de las cuerdas vocales de una cantante de heavy metal y la potente ejecución del baterista de la banda (y también novio de la chica) nos dan la bienvenida a “El sonido del metal”, la opera prima del director canadiense Darius Marder, quien escribió también el guion del filme junto con su hermano Abraham Marder. Presentada por primera vez en el Festival Internacional de Cine de Toronto en septiembre de 2019, la película tiene como protagonista al gran actor Riz Ahmed, quien encarna al ya mencionado baterista de una banda de heavy metal y que se ve inesperadamente golpeado por la súbita y casi total pérdida de su capacidad auditiva de una forma irreversible. La noticia, por supuesto, es avasalladora, y más luego de aquella potente y rabiosa escena inicial que nos mostró la pasión compartida y casi simbiótica entre Ruben, su novia y la música a la que se han entregado toda su vida como sólo es posible entregarse a esos impulsos que nos arrastran, nos elevan y nos golpean contra el piso. La situación provoca aún más frustración en Ruben cuando, luego de acudir a un grupo de ayuda para personas que han perdido la capacidad auditiva, se encuentra con que la meta para ellos no es curarse, y no sólo porque la mayoría de ellos padezcan casos con daños irreversibles, sino porque no ven a la discapacidad auditiva repentina como una enfermedad sino como una condición con la que se debe aprender a ser funcional; para ellos no es el fin de nuestra vida, sino una nueva forma de experimentarla. “El sonido del metal” propone una dolorosa odisea de autoaceptación y nos recuerda a “The Rider” (2017) de Chloé Zhao por su retrato de un hombre que inesperadamente se ve incapacitado para desenvolverse en el ambiente que le daba sentido a su vida. Pero la propuesta de Marder sobresale no sólo por la impresionante labor de contención histriónica ofrecida por Riz Ahmed, quien mantiene bajo control las emociones de frustración, desesperación e ira, sino también por utilizar magistralmente los recursos narrativos audio visuales como una cámara inquieta de carácter nervioso a cargo del cinefotógrafo Daniël Bouquet, y un impresionante diseño de sonido –en el que participaron los sonidistas mexicanos Michelle Couttolen, Carlos Cortés y Jaime Baksht– cuya amplificación o supresión absoluta del sonido nos coloca continuamente en el mundo externo para después transportarnos al estado incapacitado de Ruben, quien repentinamente se ve inevitablemente acompañado sólo por el tan temido silencio, ese ante el cual quedamos solos con nosotros mismos... y con nuestros pensamientos, que muchas veces pueden ser nuestros mayores enemigos. Aunque anclado a los códigos del drama de superación personal “El sonido del metal” no es un filme que apele al sentimentalismo fácil y nunca recurre a la explotación de la miseria y la desgracia; es una película profundamente honesta en su discurso sobre pérdida y el duelo, así como también su estudio de personaje enfrentado a las adversidades tanto íntimas como circunstanciales.
L
a filmografía del cineasta estadounidense de ascendencia coreana Lee Isaac Chung se ha desarrollado en el género del drama en sus variantes románticas, sociales y familiares; su más reciente largometraje, el cuarto dirigido el solitario, posee fuertes ecos autobiográficos y lo ha llevado a posicionarse como una de las películas que comparten 6 nominaciones a los premios Oscar en las principales categorías. Inspirada por sus recuerdos de la infancia, la película nos convierte en acompañantes de una familia coreana que, en la década de los 80, busca establecerse en una zona rural de Arkansas con el anhelo de alcanzar el sueño americano del padre de abrir su propia granja de vegetales coreanos, para así poder brindar sustento a su esposa, sus dos hijos, y a su suegra que pronto se reunirá con ellos, a la vez que busca mantener las tradiciones culinarias de su tierra en Estados Unidos. El nombre de la película hace referencia a la manera en que se le conoce a la planta Oenanthe javanica –conocida popularmente también como apio chino o perejil japonés–, la cual forma parte de la tradición culinaria asiática y que tiene como peculiaridad la capacidad de crecer en cualquier tipo de suelo y de renacer, en su llamada segunda temporada, de una forma más fuerte que en su primera etapa. Y es que la conexión de la planta con la cinta se establece ya que ésta habla de la capacidad de echar raíces, de crecer en cualquier lugar pese a las adversidades y del poder de renacer o reinventarse y presentarse incluso con más fuerza que en el pasado. Pero la cualidad poética de la cinta no sólo se limita a la alegoría con el vegetal asiático, sino también se deja ver en su factura, con postales en movimiento que nos remiten a clásicos del Western dirigidos por John Ford donde se retrataba la otra conquista de los territorios de la Norteamérica profunda. La impecable fotografía de Lachlan Milne y las notas de Emile Mosseri llenas de melancolía, nos evocan al cine clásico pero sobresale por eludir la excentricidad en el retrato de otras culturas, a la vez que también evita mensajes demagógicos. Porque “Minari” es, antes que todo, un filme sobre la supervivencia y la resistencia de la identidad del ser humano cuando se ve obligado a vivir en una sociedad en la que resultan antagónicas sus formas de ver el mundo. No obstante las virtudes del filme, por momentos es inevitable sentir que el director ha decidido evadir los violentos choques entre culturas y otros aspectos no tan agradables con respecto a la inmigración con el fin de llegar a un público comercial más amplio, lo cual sin duda alguna conseguirá al ser un drama correcto y complaciente que posee, sin embargo, calidez, ternura y autenticidad en su propuesta.
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on El Infiltrado del KKKlan (2018), el sexagenario cineasta Spike Lee se reveló en plena forma con un mordaz ejercicio que mezclaba la comedia negra con los códigos del thriller sociopolítico. Ahora, tras la cancelación del Festival de Cannes en mayo pasado a causa de la contingencia sanitaria provocada por el COVID-19, la película 5 Sangres que tendría su estreno mundial en la Costa Azul, se lanza de forma internacional bajo el cobijo de Netflix y consigue un nuevo trabajo mayúsculo en su filmografía. La trama del filme gira en torno a Paul, Otis, Eddie y Melvin, cuatro veteranos de guerra que combatieron en Vietnam y que ahora, más de cuatro décadas después regresan al país para recuperar el cuerpo del líder de su batallón Stormin’ Norman, cuyas circunstancias de muerte se nos irán revelando poco a poco, y de paso también planean recuperar un cargamento millonario en lingotes de oro que, casi cinco décadas atrás, enterraron cerca del cuerpo de su hermano en armas con el fin de volver un día y utilizar el dinero para ayudar a la comunidad afroamericana.
5 Sangres se presenta como una mezcla entre la épica bélica de Apocalipsis Ahora de Francis Ford Coppola y las aventuras de El Tesoro de la Sierra Madre de John Huston. Se trata de un lúdico ejercicio narrativo que combina el panorámico HD con el formato análogo de 4:3 y las imperfecciones que en el celuloide crea el paso del tiempo; y con la ayuda de la partitura de Terence Blanchard y algunas canciones del legendario Marvin Gaye, el director de Do the right thing da forma a una cinta sobre el honor y la lealtad, la codicia y las traiciones, la culpa y la redención. Pero debajo de esta historia de camaradería masculina, está agazapada la nueva rabiosa carta contra la sistemática represión de la comunidad afroamericana que el cineasta logra con base en mordaces comentarios sobre el penoso episodio de Vietnam por su particular componente racista, así como con la campaña de colonización capitalista posterior a la guerra. Y es que 5 Sangres no sólo habla de lo que ocurrió en Vietnam, sino que muestra el paralelismo de aquellos sucesos con lo que ocurre actualmente en la convulsa sociedad estadouniden-
se y nos remite de inmediato al potente resurgimiento del movimiento Black Lives Matter tras el infame asesinato de George Floyd. No es casualidad que el prólogo y el epílogo –con las palabras de Muhamed Ali y Martin Luther King Jr. respectivamente– funcionen como una suerte de juego de espejos con dos de los protagonistas del filme: Paul y Stormin’ Norman, y sus radicalmente distintas filosofías sobre el combate al racismo; el primero con una actitud beligerante mientras que el segundo se decanta siempre por el mensaje de paz y esperanza. Como muchos ya lo hicieron con El Infiltrado del KKKlan, seguramente habrá quienes se sentirán ofendidos por su presunto discurso “anti-blancos” o por su espíritu didáctico, pero la verdad es que para muchos más resultará una experiencia reveladora sobre este vergonzoso episodio histórico norteamericano. Y aunque no supera a su brillante trabajo previo, sí consigue el mismo nivel, y con su espíritu revisionista, Spike Lee da forma a un ejercicio fílmico contundente y con un valor social y cultural relevante, necesario y extremadamente urgente.
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ace 14 años, el actor y comediante Sacha Baron Cohen se hizo acompañar del director Larry Charles con el fin de exponer el racismo, la misoginia, la homofobia, el antisemitismo y la xenofobia que seguía vigente de forma velada en la sociedad estadounidense a través de “Borat: El segundo mejor reportero del glorioso país Kazajistán Viaja a América”, una suerte de mezcla de falso documental/performance cómico en el que el periodista del título se interna en el territorio de nuestro vecino país del norte con una pedagógica misión: realizar un documental en el que recogerá las mejores enseñanzas de la sociedad norteamericana con el fin de aprovecharlas por su país. En “Borat: Siguiente película documental” se nos revela el destino del periodista en su natal Kazajistán: es un preso condenado por avergonzar a su país con el documental original, pero que ahora tiene la oportunidad de restaurar la reputación de su país al ser enviado a los Estados Unidos con un regalo muy para el Vicepresidente Mike Pence; sin embargo, inesperadamente se ve acompañado por Tutar (Maria Bakalova), su adolescente hija de 15 años que los acompañará en este viaje de redención. Con algunos segmentos de la película filmados cuando recién comenzaba a golpear la pandemia provocada por el COVID-19 al territorio estadounidense, Sacha Baron Cohen se ve apoyado ahora por el director Jason Woliner y la revelación actoral de Maria Bakalova, con quienes realizan un experimento similar al de la cinta original pero del que sorprenden sus inesperados resultados, pues resulta muy interesante ver cómo las ideologías de ultraderecha, la discriminación y la violencia hacia las minorías están más vigentes que cuando este milenio iba comenzando.
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e acuerdo con la tesis propuesta por el psiquiatra noruego Finn Skarderud, el ser humano posee un déficit de 0.05 de alcohol en la sangre, pero con una o dos copas de vino al día se le puede hacer frente a esta carencia; y es a partir de esta teoría clínica que el cineasta Thomas Vinterberg plantea la premisa de su más reciente cinta: “Otra ronda”, en la cual cuatro profesores de preparatoria llevan a cabo un experimento sociológico para comprobar dicha tesis y registrar los cambios presuntamente positivos que tendrán tanto en su vida laboral como profesional. Sin embargo, aunque originalmente buscaban motivación y alcanzar una mayor productividad, el experimento se sale de control cuando rebasan la dosis sugerida por el psiquiatra. El cineasta, junto con su coguionista Tobias Lindholm, aprovecha también los temas como las personalidades adictivas, la crisis de la mediana edad y las encrucijadas existenciales sobre nuestra verdadera vocación para dar forma a una reflexiva tesis sobre el consumo del alcohol, pero cuya lectura se puede extrapolar al consumo de cualquier otra sustancia. Protagonizada por Mads Mikkelsen, uno de los mejores actores de su generación, Vinterberg propone un relato que evade todo juicio moralino sobre el consumo del alcohol de forma recreativa, y aunque quizá podamos considerar a esta cinta como la más accesible y ligera de la su filmografía, no pierde ni un ápice de su espíritu contestatario. “Otra ronda” es un filme que, aunque sin originalidad pero sí con mucha frescura, lanza un discurso socialmente relevante y profundamente humanista que en ningún momento pretende ser aleccionador; la propuesta de Vinterberg no es ni libertina ni puritana, ni crítica ni demagógica, no toma bando alguno sino que se dedica a abrir el debate sobre el consumo responsable de sustancias, y lo logra lanzando incisivos e inteligentes comentarios sobre el tema.
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ando continuidad de manera congruente a una carrera cinematográfica destacada por proyectos socialmente comprometidos con discursos sobre los problemas de la comunidad afroamericana, la actriz Regina King debuta tras las cámaras con un interesante ejercicio cinematográfico que toma como base la premisa de la obra escrita por el dramaturgo Kemp Powers: la narración especulativa de la reunión en un cuarto de hotel en Miami donde se dieron cita el activista Malcolm X, la superestrella del futbol americano Jim Brown, el reconocido cantante de soul Sam Cooke y el boxeador Cassius Clay, la misma noche en que éste último derrotó sobre el ring a Sonny Liston, arrebatándole así el campeonato mundial de los pesos pesado, el 24 de febrero de 1964. La propuesta de la debutante se filma casi por completo en un solo set, pero fácilmente supera las limitantes de un escenario casi teatral y demuestra con el resultado un sobresaliente conocimiento del lenguaje cinematográfico. La película propone un extraordinario aprovechamiento cada rincón del espacio y de las personalidades de los protagonistas para dar fuerza y dinamismo a una cinta que, en manos menos expertas, hubiera podido resultar un gran desastre en cuanto a su puesta en cámara. Pero más allá de sus grandes logros en cuanto a su forma, están sus no pocas virtudes en su fondo. Apoyándose en el estupendo guion adaptado por el propio Powers –también autor de Soul, la más reciente cinta animada de Disney/Pixar–, la opera prima de la protagonista de la estupenda miniserie Watchmen (2019) hace de esta mítica reunión una suerte de debate sobre los compromisos y contradicciones personales en la lucha contra la explotación y segregación racial, en la búsqueda de los derechos civiles; y todo ello lo consigue de una forma orgánica sin que la exposición de información e ideas se sienta didáctica o aleccionadora.
Desde las primeras secuencias de One night in Miami, donde se nos plantea los distintos contextos sociales en los que se desenvuelven cada uno de los protagonistas, Regina King propone una discusión sociopolítica urgentemente necesaria, y lo hace explorando la personalidad, el entorno y las circunstancias de estas grandes figuras afroamericanas; de esta manera, rinde cuenta no sólo de sus éxitos, sino también revela cómo, para haber obtenido éstos, han tenido que jugar bajo las reglas puestas por las corporaciones y la industria del entretenimiento, y por supuesto que ambas están dominadas por el hombre blanco. Ya sea por ceguera causada por la sed de fama o necesidad de aceptación, unos han tenido que «blanquear» su arte para ser consumidos por un público masivo, mientras que otros han tenido que afiliarse a una comunidad religiosa para acceder a un sentido de pertenencia; y por su parte, los deportistas alcanzaron el estrellato al servir como espectáculo para los blancos. One Night in Miami, que en más de un sentido nos recuerda al clásico Insignificancia (1985) –ese experimento a cargo de Nicolas Roeg en el que se intentó ingeniosamente establecer un juego de espejos entre el encuentro de cuatro personajes/celebridades de la década de los 50 y las consecuencias de la Guerra Fría en el estilo de vida de mediados de la década de los 80–, supera con creces la prueba de trasladar a la pantalla grande una historia creada para los escenarios, pues no se limita a una simple representación teatral filmada sino que aprovecha al máximo los recursos que brinda la gramática cinematográfica para lanzar un discurso relevante a nivel mundial.
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sta nueva producción original de Netflix se grabó en tan solo 29 días, además la actriz Vannesa Kirby preparó su personaje con base a las experiencias de perdida de madres reales, y si fuera poco el plano secuencia cobra un nuevo sentido de dolor en el cine. Dirigida por el cineasta húngaro Kornél Mundruczó, escrita por Kata Wéber y producida por Martin Scorsese. Esta cinta se estrenó en septiembre de 2020, siento aclamada por la critica en el Festival de Cine de Venecia, donde mismo la actriz Vannesa Kirby obtuvo la Copa Volpi por su magnífica actuación. Han sido innumerables cintas donde Hollywood nos quiere enseñar a los humanos a sobrellevar el dolor de una perdida de una manera “correcta”, y es ahí donde Fragmentos de una Mujer, se vuelve una reconstrucción del perdón a la vida misma. Primer fragmento, la perdida: El plano secuencia se ha usado en repetidas ocasiones con famosos directores de cine, este no es un recurso nuevo, pero gracias a esta cinta se puede asociar este plano como una herramienta definitiva para reflejar el dolor íntimo de un ser humano. En un aproximado de 24 minutos somos parte de un parto en casa que se complica y termina con una perdida de una bebé. Una buena reflexión para saber que ser mujer no es una tarea fácil. Segundo fragmento, las metáforas: Las metáforas siempre han permitido contar el dolor de una
persona de una forma más poética. Una de ellas es ese puente en construcción es la perfecta metáfora para describir la ruptura de una pareja que se consideraba un equipo perfecto se convierte en dos seres totalmente distanciados. ¿Cómo se compara la germinación de la manzana con un embarazo?, muy fácil, ambos son difíciles de lograr por la cuestión de cuidado y tiempo, he ahí donde este segundo fragmento cobra vida constantemente en la cotidianidad de nuestra protagonista, esas señales de postparto como el sangrado y la lactancia que se manifiesta en cada mujer después de la gestación son un pequeño recordatorio para nuestra protagonista, y si esto no fuera poco se nos presenta una madre que le importa más lo que piensa el mundo entero que su propia hija y un esposo en total decadencia. Este es un punto clave para recordarnos que no dejamos vivir a la mujer, el luto de forma propia, todo el mundo se vuelve experto en buscar soluciones para superar el primer fragmento. Al final del día, el duelo es eternamente propio. Tercer fragmento, la mujer: La mujer es el fragmento más roto de todos, es gracias a la actriz Vannesa Kirby que nos muestra la gama de emociones que puede vivir una mujer después de perder el fragmento más deseado de su vida para darnos la lección de que el perdón a la vida misma es el mejor luto de todos.
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olfwalkers: Espíritu de Lobo, la producción animada del estudio irlandés Cartoon Saloon, se presentó en nuestro país en la selección del Festival Internacional de Cine de Los Cabos previo a su estreno en streaming el pasado 11 de diciembre en la plataforma Apple TV+. Ambientada a mediados del siglo XVII, la película nos transporta a Kilkenny, una comunidad irlandesa amurallada gobernada por el general inglés Oliver Cromwell, el Lord Protector de la región que está siendo invadida por los ingleses, y donde abundan las creencias supersticiosas sobre la magia y la hechicería; es a esta villa medieval a la que se han mudado Robyn y su padre Will Goodfellowe, dejando atrás Inglaterra luego de la muerte de la madre de la pequeña. Buscando ser aceptados en la comunidad, el padre de la heroína del filme aprovecha su experiencia como cazador y se pone a las órdenes de Lord Protector, quien comanda una campaña de dominación y explotación de la naturaleza que rodea la villa de acuerdo con una presunta voluntad divina y por supuesto también la voluntad de la corona británica que busca cambiar los bosques por terrenos agrícolas y obtener con ello valores económicos. Intentando ganarse el reconocimiento de su padre para que le permita acompañarlo en la cacería de los lobos en el bosque, la inquieta Robyn –en quien podemos encontrar rastros de personajes como Merida (Valiente; 2012) y Pocahontas (1995)– se pierde en el bosque y entabla una inesperada amistad con Mebh MacTire, una de las últimas
«wolfwalkers», seres ancestrales que tienen la misión de proteger a la naturaleza de la civilización y que poseen la capacidad de cambiar su forma: cuando duermen se transforman en lobos, mientras que cuando están despiertos tienen apariencia humana. Wolfwalkers: Espíritu de Lobo tiene implicaciones económicas, políticas y sociales muy adecuadas a nuestros tiempos, uniéndose así a lista de filmes animados con discurso de resistencia ambientalista, de empatía y de tolerancia en donde también se encuentra La Princesa Mononoke (1997), de Hayao Miyazaki. Con una imaginación desbordada y un sensacional diseño de arte que bordea lo estéticamente conceptual, la película sobresale por la calidez y belleza de su peculiar estilo, el cual provoca el efecto visual de vitrales cobrando vida mágicamente bajo el bellísimo ritmo de las composiciones celtas de Bruno Coulais, para compartirnos así la riqueza cultural de Irlanda en un entrañable drama familiar sobre las brechas generacionales, los marcados roles de género, la amistad y el miedo a lo desconocido. El director de las también estupendas El Secreto del Libro de Kells (2009) y La Canción del Mar (2014) –películas nominadas al Oscar y que también están inspiradas por el ancestral folklore irlandés–, codirige aquí junto a Ross Stewart una pieza cinematográfica que demuestra que la animación tradicional con espíritu artesanal puede ser más arriesgada y propositiva que la animación por computadora más sofisticada de Pixar o DreamWorks. Estamos sin duda alguna ante la mejor propuesta animada del año.
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e pese a quien le pese, Christopher Nolan es uno de los grandes de la industria hollywoodense hoy en día. En sus ya once largometrajes ha construido una coherencia estilística y narrativa entre todos ellos, y ha ido depurando cada vez más su estilo con una impronta que se ha vuelto inconfundible particularmente por su autenticidad y en ocasiones incluso también por su originalidad; y esto va más allá de explorar distintos géneros como la ciencia ficción y los thrillers, pasando además por el cine de superhéroes en donde elaboró una de las mejores películas de este tan popular subgénero. Luego de su muy ambicioso blockbuster bélico en el que exploró el desastroso episodio histórico conocido como «El Milagro de Dunkerque» a través de una estructura fragmentada que jugaba con el transcurrir del tiempo, el director británico regresa a la ciencia ficción con el que quizá sea su más ambicioso y arriesgado proyecto hasta la fecha: “Tenet”, cuya trama sigue los pasos de un espía anónimo de la CIA que, luego de frustrar un golpe terrorista durante un concierto de ópera, es reclutado por la organización que dan nombre a la película, y que tiene la misión de prevenir la futura tercera guerra mundial, de la cual se cree que han sido encontrados vestigios en el presente a través de una tecnología que e capaz de invertir la entropía tanto en objetos como en personas. Así es como da inicio este juego de espías que refrescan el género combinando elementos de los thrillers contemporáneos como el de los filmes de James Bond encarnado por Daniel Craig, o el de las misiones del Jason Bourne de Matt Damon, pero añadiendo elementos de ciencia ficción y física cuántica entre los planes del villano en turno que toma la identidad del millonario ruso Andrei Sator, encarnado por el actor Kenneth Branagh, con quien Nolan vuelve a trabajar luego de su colaboración en “Dunkerque”. Robert Pattinson y Elizabeth Debicki completan el reparto como Neil y Kat, respectivamente, el primero es otro agente espía al que recurre el protagonista para llevar a cabo su misión, mientras que ella da vida a la esposa casi rehén del magnate antagonista. Christopher Nolan es un cineasta hábil que sabe conjugar el entretenimiento para las masas con una demanda y desafío intelectual para el espectador que es muy poco común en el cine industrializado; sin embargo, y pese a que aquí se repite esta tendencia, en este caso en particular el guion de la película es su talón de Aquiles. Y es que sin importarle la exactitud científica –algo que para nada es algo malo por si sólo–, el director se empeña en sobreexplicar las cosas bajo la lógica de su película con el aparente afán de hacer parecer mucho más complejo lo que ya guarda una complejidad inherente.
“No intentes comprenderlo”, le dice una científica rusa (interpretada por Clémence Poécy), al protagonista de “Tenet”, encarnado por John David Washington; sin embargo, este consejo que hace el mismo Nolan a la audiencia a través de la científica Barbara, no lo toma en consideración para él mismo y presenta, durante toda la película, una serie de diálogos redundantes que explican una y otra vez los conceptos, las posibilidades, los efectos y las consecuencias de la inversión de la entropía no sólo en la historia de la humanidad sino a nivel físico personal, y esto sólo hace que el desconcierto en el espectador sea aún mayor. Otro punto débil es la creación de sus personajes, pues ninguno de ellos resulta interesante por su falta de matices, pese a que los actores se entregan completamente; desde el virtuoso héroe intachable hasta el despreciable villano caricaturesco, todos toman decisiones de forma arbitraria que sólo funcionan para la lógica de la película y para que la trama llegue a los puntos que, a conveniencia, debe alcanzar durante el trayecto hacia su desenlace. Tan sólo por detrás de “Dunkerque”, estamos aquí frente al trabajo más simplista y elemental de Nolan en cuanto a desarrollo de personajes. No obstante estas fallas, que resultarán graves en mayor o menor medida dependiendo de cada espectador y lo que sea que busque en la película, no consiguen que su propuesta pierda ni un ápice de su capacidad de entretenimiento, pues sus dos horas y media de duración no se sienten pasar gracias a su habilidad para envolvernos en una experiencia de acción trepidante e intriga. Con el despliegue técnico más grande y complejo de su carrera que se refleja en la impecable elaboración de secuencias donde los tiempos fluyen hacia distintas direcciones al mismo tiempo –sobresaliendo la impresionante secuencia final con una batalla en el desierto–, Nolan consigue un filme bajo un estilo visual que resulta más sofisticado que nunca, un logro alcanzado con el apoyo en la fotografía de Hoyte van Hoytema y la extraordinaria música de Ludwig Göransson. Además, es justo señalar esa libertad argumental y narrativa que consigue ser equiparable a la de autores literarios como James Joyce o Marcel Proust, y con la cual lleva a su protagonista a una odisea personal equiparable a la del Ulises de Homero, a aventurarse en un viaje que, aunque navegará y se extraviará durante su travesía a través del tiempo y el espacio, alcanzará su ineludible destino.