E
l creador de series de culto como “Lost” y “The Leftovers”, entregó a finales de 2019 el mejor trabajo televisivo de su carrera: “Watchmen”. Como una suerte de secuela directa de la novela gráfica de culto creada por Alan Moore e ilustrada por Dave Gibbons, la propuesta televisiva “Watchmen” consigue ser una compleja pieza artística de la pantalla chica que funciona tanto como un homenaje al material original como una expansión de su universo. Conformada por nueve capítulos, la trama de la miniserie producida por HBO tiene como centro al personaje de Angela Abar, una detective de la policía encarnada por la sensacional Regina King que oculta su alter ego, Sisten Night, como justiciera nocturna que descubre una conspiración que le atañe completamente. Contando con variados guionistas como Stacy Osei-Kuffour, Christal Henry, Carly Wray y Nick Cuse, la serie, como ya lo había hecho la novela gráfica, procura una deconstrucción de la figura superheroica no como una divinidad todopoderosa, sino como un ente sociopolítico que nace de la marginación y la represión. De manera ingeniosa, con saltos espacio temporales, la serie explora las consecuencias de los hechos plasmados en las viñetas del cómic de culto, a la vez que tiene la osadía de plantear una serie de sucesos que dieron origen a la historia original de Alan Moore. Abriendo con una recreación de los conflictos raciales en Tulsa, Oklahoma, en 1921, la propuesta de Lindelof abona a la mitología una trama mucho más compleja. “Watchmen” comienza de forma poco clara y continuamente nos destroza las expectativas con los acostumbrados giros argumentales que han caracterizado los trabajos televisivos de Lindelof, pero va cobrando sentido conforme los episodios avanzan y las piezas de un rompecabezas cerebral van cayendo en su lugar para permitirnos ver un nítido retrato crítico de la supremacía blanca pretendiendo retomar el poder, dotándola de un discurso que, dolorosamente, resuena con fuerza por la creciente tensión social y el alza de la violencia contra la comunidad afroamericana bajo la administración de Donald Trump. Aunque no es estrictamente necesario conocer el cómic original para disfrutar de la miniserie, es por supuesto mucho más recomendable estar empapado en la obra de Moore y Gibbons para comprender a cabalidad los alcances y la trascendencia de esta propuesta televisiva que se erige como uno de los títulos más destacados de la década pasada al retratar cómo el miedo y el odio, como traumas o enfermedades, pueden estar arraigadas desde los más profundo de las instituciones gubernamentales –en la serie hay un grupo supremacista conformado por oficiales de la policía que se hace llamar Cíclope, quizá una referencia al símbolo ocular de Ozymandias– y heredarse de una generación a otra; con este discurso, y Lindelof retrata a la violencia racial como un legado histórico en la sociedad estadounidense a través de una historia autoconclusiva que termina de manera redonda.
S
abemos que con Netflix pasa un fenómeno raro, es rara la serie que hacen y no pega o no se vuelve tema de conversación al menos las semanas siguientes de su estreno, y cuando no es así es cuando sabemos que a nadie le importó la serie en cuestión. Honestamente cuando vi que el siguiente gran proyecto iba a ser una miniserie sobre una prodigio del ajedrez, supuse que iba a ser una serie más del montón, que a nadie le iba a importar y que, a pesar de ser protagonizada por la gran Anya Taylor-Joy, no sería del todo reconocida. Para mi sorpresa no solo es una serie que habla sobre este prodigio, o sobre las jugadas de ajedrez o el hecho de que es una mujer abriéndose paso en un entorno enteramente masculino, la serie es verdaderamente entretenida y le da un giro muy placentero a las historias de prodigios. Y es que, ¿Cuántas veces hemos visto ya la misma historia individualista del prodigio que por su propia cuenta sale adelante? Como si eso fuera cierto, como si las personas fueran unidimensionales, individuos que por sí mismos logran sus objetivos, eso que nos han enseñado los libros de autoayuda y que a los guionistas les encanta porque consideran que de ello sale una buena historia, la única que vale la pena ser contada, la única que pasará a la historia. En The Queen's Gambit nos encontramos con una historia más realista de éxito (irónicamente no está basada en una historia real), en donde la protagonista es una prodigio, nos queda claro, pero su camino no es construído por ella sola, la serie trata bastante la cuestión social del éxito, en donde las personas logramos nuestras metas dependiendo de aquellos con quienes nos relacionamos, si son personas que aportan algo a nuestras vidas y que están dispuestas a trabajar en conjunto con nosotros, y esto lo tiene la protagonista desde el día en que el conserje del orfanato decide enseñarle a jugar ajedrez. Hay otros temas también interesantes que vale la pena rescatar, uno de ellos lo vemos desde el primer episodio, y es el de la adicción a sustancias desde la niñez, un tema que parece que no sucede, o que no queremos ver como un problema presente pero lo es, a Beth le suministran tranquilizantes que comienza a asimilar como necesarios para poder jugar ajedrez correctamente, cuando el orfanato deja de suministrarlos porque descubren que no le hace ningún bien a las niñas, Beth lo busca desesperadamente, desde ahí sabemos que la adicción puede traer problemas a futuro, y conforme
crece, la protagonista no es capaz de sobrellevar asuntos importantes o estresantes si no toma esas pastillas o bebe alcohol. La escena en la que la vemos tocar fondo es magnífica, no solo por la actuación de Anya, sino que está muy bien montada y podemos ver claramente cómo el personaje ha llegado a un punto verdaderamente oscuro, en el que no sabemos si va a continuar con el ajedrez o no. No solo Taylor-Joy entrega una actuación memorable, Marielle Heller como la madre adoptiva de Beth que no pudo cumplir sus sueños también actúa bastante bien y la química entre ambas es evidente, haciendo un muy buen equipo que lo mismo ayuda a Beth a avanzar como también resulta un freno cuando la inestabilidad emocional de ambos personajes coincide en el mismo lugar. El resto de los actores tampoco hacen mal su trabajo, por un lado tenemos a Isla Johnston interpretando a Beth de niña y a Moses Ingram que interpreta a su personaje desde pequeña hasta que ya es adulta, y lo hace de forma muy creíble. Harry Melling tiene un personaje que considero le tuvieron que meter muchas escenas para que de verdad se viera como alguien de utilidad para Beth, es un actor que gracias a Netflix está encontrando su verdadero potencial histriónico y espero que así continúe, por su lado Thomas Brodie-Sangster tuvo que dejarse el vello facial para que pudiéramos creer que es una persona mayor porque al parecer no está destinado a envejecer, él también tiene una química muy especial con Anya y juntos hacen un trabajo estupendo. El trabajo de vestuario también está increíble, dejando ver a Beth no solo como una prodigio del ajedrez con problemas para socializar o haciéndola ver como un ratón de biblioteca, sino que le dotan de mucho estilo y singularidad que se hace notar cuando entra en escena. El departamento de arte también es muy cuidadoso con la ambientación de la década de los 60's, ya que no sólo muestra cómo era EUA en aquel entonces, sino que también lo hace con Europa y México. Si bien al final suceden las cosas como creeríamos que iban a pasar, sin ninguna sopresa, no podemos evitar emocionarnos por el juego final, y la escena final de la serie deja un muy buen sabor de boca, porque hemos visto que, si bien es importante la meta que nos proponemos, son las personas que están o estuvieron ahí y el camino recorrido, lo que nos dará la verdadera satisfacción.
L
a industria hollywoodense en su época dorada no es muy diferente a como lo es hoy en día , y aunque muchos la añoramos como una era mágica, llena de glamour y de grandes clásicos que nos hicieron soñar, tras bambalinas siempre ha existido un lado oscuro que desvirtúa todo lo que Hollywood simboliza para nosotros los amantes del cine. Encontramos un mundo lleno de misoginia, racismo, homofobia, de violadores, de gente sin escrúpulos que sólo guardaba las apariencias para, de una manera hipócrita, preservar la "moral". ¿Pero qué tal si las cosas hubieran sido diferentes? Así nace Hollywood, miniserie (o primera temporada tal vez) que es uno de los varios proyectos que su creador Ryan Murphy tiene pactados con Netflix en un acuerdo millonario para la creación de contenido exclusivo para la plataforma. La serie nos remonta a mediados de los años 40, cuando la Segunda Guerra Mundial llega a su fin y la industria del cine comienza a renacer. Hollywood se vuelve a convertir en la fábrica de sueños que actores, guionistas y directores anhelan conquistar. Entre algunos de esos tantos casos de aspirantes a estrella está el de Jack Castello (David Corenswet ) un joven que recién regresa de la guerra, que diariamente va a las puertas de los estudios ACE en busca de una oportunidad, y que a pesar de su nula experiencia como actor, su gran atractivo físico es el que le irá abriendo las puertas. También tenemos a Camille Washington (Laura Harrier) , actriz que sueña con su primer estelar, y que pese a su belleza y talento , no puede obtener más que papeles de sirvienta por su color de piel. Con Archie Coleman (Jeremy Pope) pasa una situación similar: es un aspirante a guionista al que nadie quiere filmarle alguno de sus relatos debido a su raza y preferencia sexual. Por último tenemos a Raymond Ainsley (Darren Criss), prometedor director de cine que busca una gran historia para dirigir su primera película. Y es en esa búsqueda que se encuentra con el guión de "Peg", una historia escrita por Archie que habla sobre la trágica historia Peg Entwistle, una actriz que en su desesperación por no obtener buenos papeles en cine termina por quitarse la vida lanzándose del famoso letrero de "Hollywood" ubicado en las alturas del barrio de Tinseltown, en Los Ángeles , California. "Peg" unirá la vida y carreras de estos cuatro personajes en su camino a la fama y juntos harán de este proyecto el más arriesgado y controversial en la historia de los estudios ACE. Ryan Murphy , junto con su colega de tantos éxitos (y fracasos) Ian Brennan, se dan a la tarea de reescribir la historia del Hollywood clásico tomando algunos hechos y personajes reales para mezclar así la realidad con la ficción; algo similar a lo que hizo Quentin Tarantino el año pasado con "Once upon a time... in Hollywood", pero
obteniendo un resultado mucho más rosa. La serie busca reivindicar y homenajear a estrellas del pasado y sobre todos a esas que no tuvieron siquiera la oportunidad comenzar a brillar porque su raza, género o preferencia sexual se los impidió. Como ya es costumbre en las series de Murphy, el elenco es su mayor aspecto a destacar, contando con la colaboración de algunos viejos conocidos : Dylan McDermott, Darren Criss, Pati Lupone, Joe Matello y Jim Parsons (quien deja de lado su papel de Sheldon para sorprendernos con algo totalmente diferente). También presenta nuevos rostros como los antes mencionados Corenswet, Pope y Harrier, y agrega a su lista de colaboraciones nombres como el de Holland Taylor, Queen Latifah y Mira Sorvino, con las seguramente lo veremos colaborando en otras de sus producciones. Sólo un elenco de actores tan diverso podía darnos interpretaciones tan magnificas para personajes tan fascinantes. Desafortunadamente siete episodios no son suficientes para darle un adecuado desarrollo a cada uno de ellos, haciendo que la serie se tome demasiado tiempo en terminar de presentarlos, lo que provoca que esta tarde en arrancar. Tal vez debió concentrarse más en la trama central que es la filmación de "Peg" que en ese desfile de personalidades, porque cuando la historia comienza atraparnos, el guión opta terminar resolviendo cada uno de los conflictos de la manera más fácil, haciendo del desenlace algo precipitado. Como dice el dicho: "el que mucho abarca, poco aprieta". Murphy ya había explorado a Hollywood anteriormente con la estupenda "Feud", por eso se creía que en esta ocasión tendríamos un resultado igual de bueno, pero para tratarse de una historia con temas que siguen siendo muy actuales y los cuales pretende denunciar, la serie muestra estas problemáticas de manera muy superficial sin darle la profundidad necesaria, esta falta de desarrollo hace que este grito a la inclusión se sienta vacío. No obstante, "Hollywood" no dejará de enamorar a los fanáticos del séptimo arte con su impecable recreación de esa época que nos hará viajar a un pasado más esperanzador de lo que en realidad fue. Y mentiría si les digo que no es emotivo ver a un Rock Hudson que no está dispuesto ocultar su homosexualidad, a una Hattie McDaniel abriendo camino a la siguiente gran estrella afroamericana, o la casi desconocida historia de Anne May Wong, a la que se le negó el gran papel de su carrera por tener raíces chinas, pero que aquí se le da la redención que tanto merecía. Así que hasta cierto punto, y con todo y sus grandes fallas, Murphy cumplió con su objetivo, cuestionarnos si la actual lucha por los derechos de las minorías hubiera comenzado desde aquellos tiempos... ¿las cosas serían mejor actualmente?.
U
na de las mejores series de Netflix ha regresado, con una nueva dosis de suspenso y una muerte más para ocultar. La trama inicia justo donde terminó la primera temporada, con el asesinato de Steve y con Jen y Judy volviendo a ser amigas para ocultar el cuerpo de este. Jen parece haber superado la muerte de su esposo, sin embargo tiene un secreto respecto al asesinato de Steve que no le ha contado a Judy y que la hace sentirse culpable. a lo largo de esta temporada vemos como esa culpa vuelve imposible que logre generar ganancias en su trabajo y dificulta que pueda relacionarse con sus hijos de la mejor manera. Judy por su parte no lleva nada bien la muerte de Steve porque todavía estaba enamorada de él, por lo que no se siente capaz de deshacerse del cuerpo de la forma inhumana a como hemos visto que lo hacen en las películas. Laboralmente también le está yendo horrible pero las cosas comienzan a tener un poco de sentido para ella cuando conoce a la hija de una nueva habitante del asilo en el que trabaja. La llegada a la vida de las protagonistas de Ben, hermano gemelo de Steve, complica las cosas por la búsqueda desesperada que hay de este último, ya que no solo la familia lo está buscando, sino también la policía y la mafia griega a quienes les debía dinero, para ellos Steve no está muerto, pero conforme avanza la temporada veremos si Jen y Judy pueden salirse con la suya y deshacerse del cuerpo de Steve sin algún vínculo que las inculpe por lo sucedido. Desde la primera temporada hay algo que debe quedarnos claro, y es el hecho de que Netflix nos la vendió como una comedia cuando en realidad es un drama con uno que otro chiste pero cargado de un muy buen desarrollo de cómo influye el duelo en las personas ante una muerte como la que sucedió. La segunda temporada sigue siendo más dramática que cómica pero esta vez se convierte en un thriller lleno de enredos que vuelve a estos 10 episodios en algo muy emocionante que no querrás dejar de ver. Cristina Applegate y Linda Cardellini se vuelven a lucir con sus actuaciones, esperemos que esta vez si nominen a ambas a los Emmy (el año pasado tanto Emmys como otras entregas de premios solo nominaron a Applegate) porque tienen escenas bastante buenas y lucidoras, es sin duda uno de los proyectos que ayudarán a consolidar la carrera de ambas actrices. Sorprende bastante también James Marsden quien hace un personaje diametralmente opuesto al de la temporada pasada, siendo ahora un personaje muy cálido y agradable. Reitero que me parece una de las mejores series de Netflix, y el final de esta temporada, como la anterior, cierra perfectamente el misterio sobre una muerte y abre paso para lo que podría pasar en una siguiente temporada, la cual sin duda puede llegar a ser igual de buena.
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estworld es una de las series de HBO con mayor número de fans pero también con un gran número de detractores, ahora que finalizó su tercera temporada, no estuvo exenta de recibir lo mismo aplausos que críticas, por una parte viene de dos temporadas anteriores que fueron magníficas, pero también bastante complejas, la primera temporada solo era el parteaguas para todo lo que se venía no solo en la historia sino en la forma de contarla. Ya para la segunda temporada las críticas del público se centraron en lo que compleja que resultaba ya que no tenía una estructura lineal y abarcaba momentos muy importantes para sus protagonistas en distintas líneas temporales que parecía que sucedían al mismo tiempo. En esta tercera temporada decidieron contar la historia un poco más sencilla, la trama se desarrolla linealmente y solo se vale de los flashbacks como apoyo, incluyó más escenas de acción y una trama que se desarrolla en una línea temporal corta, con esto creyeron que se ganarían al público que amenazaba con dejar de ver la serie si continuaba así, pero fue otra vez ese público el que criticó que ahora se perdiera el ritmo al que ya nos había acostumbrado. Esto deja una lección muy importante para los creadores de la serie, considero que la cuarta temporada que veremos en dos años volverá a tomarse libertades narrativas sin importarles ahora las críticas que podrían recibir. En esta temporada los “hosts” han dejado atrás a Westworld y han llegado al mundo de los humanos, Dolores tiene un plan entre manos que busca acabar con los humanos que los esclavizaron y torturaron en el parque y por ello comienza a construir más hosts, sin embargo la pelea no se reduce a máquinas contra humanos porque a ella se une Caleb, un ex militar que poco a poco se irá enterando de todo el mecanismo que hay detrás del orden mundial como lo conoce, y que esto está relacionado con su tratamiento de estrés postraumático cuando regresó de combate. La compañía Delos ve amenazados sus intereses cuando otra compañía liderada por Engerraund Serac planea comprarla junto con toda la información de los parques que fueron destruidos. Serac es dueño de una supercomputadora que ha descifrado un algoritmo que puede predecir el comportamiento humano y lo utiliza para controlar a la sociedad. Debido a que Dolores puede interponerse en sus planes, decide traer al mundo a Maeve, la única host que podría detenerla. Sobra decir que los 8 episodios son emocionantes y que la serie sigue manteniendo sus valores de producción y actuaciones. El integrar a Aaron Paul me parece un gran acierto ya que su personaje nunca parece que esté de sobra, las actuaciones de los demás también resultan satisfactorias, esperemos que los vuelvan a nominar en las entregas de premios futuras. Es también recatable el cómo la serie nunca ha dejado de poner el dedo en la llaga de las personas a las que les gusta jugar a ser Dios, las dos primeras temporadas nos lo demostraron con personas que crearon a otras personas artificiales para sentir que pueden manipular y tienen poder sobre la humanidad. Ahora que la trama se desarrolla fuera del parque vemos que esa misma dinámica se repite con las personas de carne y hueso, pero ahora invirtiendo los papeles y dándole el poder absoluto a la tecnología. Una de las mejores escenas de esta temporada es cuando Dolores logra hackear al sistema de Serac y le envía a toda la humanidad los datos predictivos que la supercomputadora tiene sobre cada persona, incluida la forma en la que morirán. La temporada termina con un cliffhanger muy importante que nos mantendrá al pendiente de la siguiente, la cual creo que seguirá siendo muy buena, precisamente porque sus creadores se dan el suficiente tiempo para planear lo que se viene.
S
i hay una persona dedicada a la televisión cuyo nombre es sinónimo de éxito, ese es Ryan Murphy, quien no se cansa de producir series de muy variadas temáticas y que tienen su público meta asegurado. En este caso ha decidido tomar un personaje icónico de la historia del cine como lo es la enfermera Mildred Ratched de One Flew Over the Cuckoo’s Nest y hacer una serie sobre sus orígenes, no sin antes dejarnos en claro que la serie estaría plasmando su muy particular estilo que desde el trailer ya nos adelantaba que sería algo similar a American Horror Story. Y así es precisamente como se siente esta serie, son 8 episodios que parecen una temporada más de AHS, con sus defectos y virtudes, más que una adaptación de alguna otra fuente. Y no, eso no me molesta, ya que muchas de las críticas que surgieron fueron por salirse completamente del personaje que ya conocíamos y volverlo un personaje más de la galería de Murphy. Mi problema está en que no le veo nada de sentido anunciar la serie inspirada en ese personaje, esperar a que los fans de la película y/o el libro en el que aparece se abalancen a verla y que no haya nada ni en fondo ni forma que nos remita a ella, entonces ¿para qué hacer una serie así? Como si el nombre del mismo Murphy no fuera suficiente para atraer público, para dar de qué hablar y para que podamos disfrutar una serie, bien pudo llamarse enfermera Juana Pérez y no habría ninguna repercusión en lo que estamos viendo. Una vez que se logra poner de lado este descontento nos encontramos con un thriller en el que Mildred acaba de llegar a un hospital psiquiátrico en el que están a punto de transferir a un chico que asesinó a 4 sacerdotes, ahí en el hospital se le evaluará si tiene un trastorno mental o condenarlo a la pena de muerte si no lo tiene. Mildred se presenta como una enfermera con toda la actitud de servir, y a la vez la vemos como una persona manipuladora, que sabe perfectamente qué hilos mover para lograr su objetivo (el cual no contaré porque es un gran spoiler sobre el que gira toda la temporada y al parecer la temporada siguiente). Los otros personajes son un desfile de arquetípicos personajes de Murphy, con excentricidades, móviles
criminales y mucho erotismo para compartir. Tenemos a un doctor que se presume experto en los más grandes avances de la psiquiatría, un político corrupto que ve en el hospital psiquiátrico la catapulta necesaria para impulsar su reelección, una actriz superestrella que está buscando venganza por lo que le hicieron a su hijo, pero quien sobresale en los pocos episodios en los que aparece, es Sopie Okonedo interpretando a una mujer con la entonces llamada personalidad múltiple. De ahí en más, visualmente es bellísima y tiene una producción impecable, con bastante cuidado de los detalles y colores, así como la fotografía que hace lucir también los paisajes naturales, creo que es lo más estilizado que le he visto a Ryan Murphy y espero que la segunda temporada lo siga siendo. Es respecto a esta posible (muy segura) segunda temporada que vuelvo al tema, ¿Para que usar el personaje de Mildred Ratched?, la serie fue muy exitosa, Netflix no ha dejado de presumir que es el estreno más visto en su plataforma este año, fue exitosa a pesar de quienes decían que no era una adaptación fiel del personaje, entonces ¿Por qué empeñarse en hacer como que si? Además, está basada más bien en la conceptualización que a lo largo de la historia se ha tenido del personaje, haciéndola ver como la villana de One Flew Over the Cuckoo’s Nest cuando es todo menos eso, es simplemente una enfermera que estaba haciendo su trabajo, estemos de acuerdo o no con él, tal vez si es la personificación de todo el complejo tema de la salud mental y la ética en la psiquiatría, pero eso no la convierte en un personaje malvado, maquiavélico y controlador como se le ha descrito antes, apareciendo incluso en listas de los mejores villanos cinematográficos de la historia. Si me preguntaran después de haber visto la serie si me gustaría ver la segunda temporada, contestaría que no, me costó mucho trabajo terminar esta primera, llegó a un punto en el que no podía importarme menos lo que pasaba, pero quién sabe si cuando se llegue a estrenar resulte algo atractivo, esperemos que sí, porque Sarah Paulson merece una y mil temporadas más.
C
ada cierto tiempo tenemos la suerte de ser testigos de algún producto audiovisual que funciona como voz de toda una generación. Si bien los millennials ya hemos tenido bastantes series y películas que nos han dado voz, pareciera que después de los 20 años no somos tan importantes si no estamos buscando pareja o queremos formalizar una familia, es por ello que I May Destroy You ha surgido como una serie bastante importante que espero el tiempo le de su lugar. Creada por Michaela Coel, esta serie no se detiene a explorar solamente un tema, que de por sí es importante como lo son las relaciones interpersonales entre los millennials y los límites de la sexualidad consensuada y el abuso, sino que nos adentra en otros tópicos actuales como el problema racial que se vive en los entornos urbanos y la agenda cada vez más importante sobre el cambio climático. A lo largo de sus doce episodios vemos como Arabella, una influencer que está escribiendo un libro sobre sus ya famosos tuits de la vida de los millenials, sufre los efectos psicológicos y emocionales desencadenados de un abuso sexual, del cual ella no recuerda nada porque la drogaron en un bar. Poco a poco iremos viendo quienes de sus amigos realmente fungen como una red de apoyo y cuales prefieren mantenerse al margen. también vemos los problemas cotidianos de sus dos amigos más cercanos, Kwame a quien le gusta hacer cruising (tener sexo con desconocidos en ocasiones en lugares públicos o por medio de aplicaciones conn este mismo fin) y Terry, una actriz que ha tenido menos suerte al conocer sus parejas por una barrera autoimpuesta de inseguridad, misma que se ve reflejada en su vida profesional al no conseguir trabajo fácilmente. Como ya mencionaba antes, lo verdaderamente valioso de esta serie es que podemos ser testigos de todas esas actividades sexuales que se han normalizado y que dejamos de ver como un abuso, ¿Cuántas veces hemos escuchado de personas a las que les gusta quitarse el condón sin que su pareja lo sepa? ¿O personas con las que tenemos solo un encuentro sexual pero cuyas prácticas no son compatibles con las nuestras y nos hacen vernos obligados a aceptar? Y no solo sobre los límites sexuales se aba en esta serie sino sobre la impartición de justicia hacia los abusos sexuales, justicia que depende totalmente del ojo subjetivo de quien se encarga de los procesos judiciales y su interpretación personal de la ley (en un mismo episodio vemos cómo es atendida Arabella por trabajadoras
competentes que le atienden de la mejor manera su caso y con el respeto a sus derechos humanos, y del otro lado vemos a Kwame atendido por sujetos desensibilizados por lo que le está pasando y casi casi burlándose de la forma en la que conoció al sujeto que abusó de él). Hay un par de asuntos que no han dejado de dar vueltas en mi cabeza porque yo no había visto hasta ahora una serie que los abordara así, uno de ellos tiene que ver con la agenda verde con la que muchas personas han comenzado a expresar afinidad, que prumueven un estilo de vida en el que se deje de contaminar pero que a la vez, directa o indirectamente están generando críticas importantes sobre quienes no se apegan a este estilo de vida, y antes de sonar como un boomer gritandole a la “generación de cristal”, la crítica en la serie va en el sentido de los movimientos sociales totalmente blanqueados, que ignoran si el estilo de vida o la racialización de la que han sido víctima las personas influye en que se sumen o no a su movimiento (uno de los personajes hace enfasis en que a las personas de color se les ha privado de facilidades de movilidad, de alimentos y de oportunidades laborales a lo largo de la historia, y ahora que pueden al menos darse un lujo como comprarse un automóvil, los blancos les dicen que está mal que lo usen y que ayudan a contaminar el planeta). Ya hacia el final de esta temporada (aún no sabemos si habrá más pero espero que si) Coel toma a su personaje para desarrollarlo de la manera más íntima posible, en el último episodio no vemos más que el diálogo interno de Arabella tratando de llevar a una conclusión el tema de su abusador y las secuelas que dejó en ella, por su cabeza pasan diversos escenarios en los que ella podría considerar que se hizo justicia, todo esto para ayudarle a concluir su libro de la mejor manera y por fin poder poner su mente en paz, es brillante para uno como espectador ver por todo lo que las personas podemos ser capaces de imaginar con tal de sentirnos bien con nosotros mismos y convencernos de que nuestro actuar y pensar tiene sentido. Justo como el año pasado no se dejó de hablar de Phoebe Waller-Bridge como escritora, considero que este año y a futuro, no debemos de perder de vista lo que haga Michaela Coel, como portavoz de una generación y como voz auténtica en busca de ser escuchada, la serie está hecha de una forma en la que, a pesar de que se sufre o desesperan algunas de las decisiones de sus personajes, se disfruta y uno puede verse reflejado en ella.
H
ace ya 2 años que la serie The Haunting of Hill House nos tomó por sorpresa cuando creíamos que iba a ser otra serie más sobre casas embrujadas y fantasmas, trayendo consigo un contexto de pérdida, duelo, depresión, y una visión sobre la muerte que no habíamos visto antes, o por lo menos no en algo tan popular. Las expectativas por esta nueva serie que otra vez venía de la mano de Mike Flanagan y conservando casi en su totalidad el reparto de Hill House. Esta vez nos trasladan a Reino Unido, a la mansión Bly en donde se requiere una institutriz para dos niños huérfanos, ya que la anterior institutriz murió. Dani, quien es originaria de EUA toma este empleo, y ahí conoce a los niños Flora y Miles quienes se han estado comportando de formas extrañas y todo apunta a que lo hacen por la pérdida de sus padres. Los otros adultos que entran a la casa son el ama de llaves, el cocinero y la jardinera, con quienes Dani lleva una relación cordial pero parecen ignorar un dato importante de la casa: en las noches hay fantasmas rondando por todas partes y no se sabe si son peligrosos o no. Conforme avanzamos en la serie nos vamos enterando de cosas del pasado de varios personajes, y como en Hill House, vamos descubriendo que los fantasmas no son sólo espectros que han decidido aparecerse para asustar, sino que son la personificación de situaciones pasadas que los personajes vivos han dejado inconclusas. Hasta aquí parece que no veremos nada que se aleje de lo que ya nos mostraron en la serie anterior, y creo que por una parte está bien que se mantenga fiel a su sello personal, ya que no hay muchas series que traten así los temas fantasmales y hasta ahora no se ha vuelto cansado este tema (contrario a como ha pasado con la ciencia ficción y sus constantes reminiscencias a Black Mirror). Seguramente seguiremos viendo más de él en próximas temporadas de esta serie y yo estaré a bordo para lo que se venga. La principal diferencia que tiene con su antecesora es que esta vez los fantasmas tienen un papel que los involucra más en la serie y en algunos capítulos vemos las cosas desde su punto de vista, el cual involucra una forma narrativa poco convencional, que juega con el tiempo a manera de recuerdos, los fantasmas ven los sucesos de forma no lineal y repetidamente regresan a un momento de su vida en el que se sintieron bien, incluso cuando poseen un cuerpo hacen que la persona viva haga esto mismo, el problema que resulta de esto es que por 3 episodios no vemos más que eso y se vuelve un recurso repetitivo, que si bien no evita que la trama avance, si da la impresión de que solo quieren alargar las cosas. Por suerte la serie vuelve a buen puerto para los últimos dos episodios los cuales tienen una carga emocional muy fuerte para los personajes, conocemos a un fantasma del pasado de la mansión y el por qué inició la maldición que la aqueja, a la vez que da cierre a la historia de Dani. Si consideramos a la serie en general, si resulta de menor calidad que Hill House, aún así se deja ver y sigue resultando innovadora en cómo juega con los sentimientos y expectativas del espectador. De nuevo nos encontramos con buenas actuaciones, personajes bien escritos (a excepción tal vez del tío de los niños que no pudo importarme menos con cada capítulo en el que salía) y un trabajo de dirección y edición impecable. Me habría gustado ver otro episodio rodado en un una sola toma pero eso iba a hacer las cosas muy repetitivas.
E
n una época en la que los movimientos sociales han logrado ser tema de conversación en los medios de comunicación, no se podía dejar de lado el cómo uno de los movimientos mas importantes como lo es el feminista, tuvo sus problemas en el pasado al enfrentar, por decir ejemplo, al propio congreso en la lucha por la equidad y el reconocimiento de sus derechos. Esta serie está centrada en una mujer que, moviendo toda su influencia a lo largo de EUA, se opuso al movimiento feminista, hablamos de Phyllis Schlafly. La serie inicia presentándonos paralelamente a Schlafly, mujer conservadora y ama de casa con un fuerte interés en la legislación armamentista de su país, ella quiere llegar a los oídos del congreso con las ideas sobre cómo debe intervenir EUA en las guerras y el uso de las armas nucleares, al darse cuenta que ese es un tema de conversación que solo le compete a los hombres, deciden otorgarle otro tema político, el ir en contra del movimiento feminista que amenaza las buenas costumbres de la familia norteamericana, es ahí donde también conocemos al grupo feminista representado por Gloria Steinem y Bella Abzug, grupo que desea verse representado en el congreso para exigir derechos fundamentales para las mujeres que hasta ese momento no se reconocían. Con una estructura similar a Orange is the New Black, cada episodio está centrado en un personaje diferente sin perder de vista el desarrollo de los personajes principales, así podemos conocer la historia de mujeres que desde su muy personal punto de vista luchan por sus derechos o se dan cuenta de que no los tienen aunque creían que si, vemos a feministas con ideas más radicales que el grupo de Steinem que lamentablemente tienen que tratar con hombres que no comprenden su problemática para que ellos voten en el congreso, o mujeres que defienden sus derechos aunque sus ideales políticos estén dentro del partido republicano. Conforme pasan sus 8 episodios vemos que para ninguna lucha es sencillo el apegarse a sus ideales, incluso Phyllis se da cuenta de que su voz, a pesar de ser influyente y tener un gran número de seguidores, tiene que seguir el discurso que los hombres le indiquen, y tiene que callarse cuando ellos quieran hablar. También vemos como dentro de una lucha social, los objetivos no están unificados y hay otras cuestiones por las que también vale la pena luchar y que no todos logran ver, en este caso se menciona el racismo, vemos que para los personajes de por sí es difícil lograr luchar por sus derechos siendo mujeres, lo es aún más siendo afroamericanas. Hay un episodio que resume muy bien la idea central de la serie, el que está centrado en el personaje de Sarah Paulson (el único personaje ficticio de la serie, pero supongo pudo ser inspirado por muchas mujeres que pudieron encontrarse en una situación similar) en el que se da cuenta de que no es favorable y no tiene absoluto sentido que siendo una persona adulta tenga que seguir a merced de lo que diga su esposo solo por ser mujer, ella conoce de cerca a las feministas una noche y se da cuenta cómo feminismos hay muchos y sus ideales no tienen por qué pelearse con exigir sus derechos, es cuando se da cuenta que su vida no puede seguir como iba hasta ese entonces y algo cambia en ella. La serie se disfruta bastante, logrando que empaticemos con los personajes y darnos cuenta de que las situaciones por las que pasan no son tan diferentes a los problemas que vivimos hoy en día, y creo que ese es un elemento muy importante por el que debería verse la serie, para que el público que no esté del todo familiarizado por la lucha feminista, vea y reflexione en carne propia si el no considerar el estado de derecho actual como un problema tiene que ver con el privilegio con el que se vive. Las actuaciones van de lo cumplidor a lo sobresaliente dependiendo mucho el episodio que se vea, Blanchett está como siempre espectacular pero es Sarah Paulson quien se roba la serie, y no solo en el episodio que protagoniza, sino a lo largo de los 8 capítulos, fue una injusticia que no la nominaran al Emmy. Sin duda los personajes de la vida real en los que está basada esta serie dan para una serie por si solos o una película, ya veremos qué es lo que se hace o escribe sobre ellas a futuro o sobre los personajes actuales que luchan por sus derechos o los que impiden que los demás luchen por ellos.
C
uando Netflix anunció su primera producción alemana y reveló su premisa, Dark fue comparada incesantemente con el popular serial televisivo Stranger Things (2016 - ) pues la trama ocurre en un apartado pueblo en el que tienen lugar una serie de desapariciones de niños y adolescentes, tal como los niños desaparecen en misteriosas condiciones en el ficticio pueblo americano de Hawkins. Pero la serie alemana creada por Baran bo Odar y Jantje Friese va mucho, mucho más allá de la nostalgia ochentera; se trata de un trabajo maduro y sofisticado que, además de ofrecer entretenimiento de calidad, nos comparte una historia por demás interesante que plantea cuestiones filosóficas existenciales sobre el origen y el destino del hombre. La trama comenzó con la desaparición de un adolescente en el pueblo de Winden y cómo éste suceso afecta la vida de cuatro familias –Kahnwald, Nielsen, Doppler y Tiedeman– que están relacionadas de una manera mucho más estrecha de lo que jamás hubieran podido imaginar. Con una narrativa fragmentada que demanda la atención y participación activa del espectador, Dark nos ofreció una premisa con viajes espacio-temporales, un misterio que abarca tres líneas de tiempo en su primera temporada –cada una separada por 33 años: 1953, 1986 y 2019–, así como la revelación de las dobles vidas y los secretos más oscuros que guardaban celosamente sus protagonistas. Y es que aunque la serie en realidad no nos ofreció nada nuevo, lo que resultó fascinante de su propuesta es la manera de coleccionar y presentar ideas mitológicas, científicas y filosóficas que han tomado como inspiración de otras propuestas televisivas, cinematográficas y literarias –como las tragedias griegas, las teorías sobre el
tiempo y el espacio, y los postulados de Immanuel Kant sobre conceptos como el bien y el mal, así como la teoría del eterno retorno de Nietzsche– para dar forma a una serie de ciencia ficción y misterio que gracias a su sobresaliente guion resulta fresca y con un nivel de factura impecable; Netflix apostó por serie madura con una propuesta visual atmosférica lograda a partir de las elegantes composiciones postales capturadas por el lente de Nikolaus Summerer y la compañía de la música de Ben Frost junto a algunos éxitos musicales ochenteros y emblemáticos temas indie contemporáneos. En su segunda temporada, la serie mantuvo su calidad técnica y aunque redujo el número de episodios, ocho capítulos fueron suficientes para que muchos más secretos de sus protagonistas salieran a la luz, la trama se enmarañara a niveles insospechados y las paradojas se multiplicaran exponencialmente con la aparición del personaje de Adán y la revelación de su verdadera identidad, además que se añadieron dos líneas temporales más: 1921 y 2052. En la primera conocimos el origen y propósito de la organización secreta Sic Mundus, liderada precisamente por Adán: “Somos lo contrario a una religión. Le hemos declarado la guerra al Tiempo. Al Tiempo y, con él, a Dios. Vamos a crear un mundo nuevo. Sin Tiempo. Sin Dios”. Mientras tanto, en el futuro, nos trasladamos a un mundo apocalíptico donde un grupo de resistencia espera el cumplimiento de la promesa profética de un nuevo inicio que será concebida por la «partícula de Dios». Con un intenso final de su segunda temporada, la serie develó secretos de los cuales ya nos habían dado pistas como la posibilidad de la existencia de mundos alternos, y a partir de esta premisa se desarrolla la tercera y ultima
temporada que, a decir verdad, y a pesar de seguir presentando una factura impecable donde siembre ha sobresalido su fenomenal diseño de arte, tiene muchos altibajos en su desarrollo. Por ejemplo, en sus primeros cuatro episodios la historia avanza con contratiempos y perdiendo mucho más tiempo del debido con subtramas al final resultan no resueltas, y las que sí llegan a cerrar su arco narrativo, resultan irrelevante o incluso innecesarias para los eventos que detonan el desenlace de la historia. Debido a esto, la trama que se va enredando cada vez más hasta alcanzar niveles demenciales se torna más reiterativa, se pierde la conexión emocional y empatía con el viaje personal y las misione de los personajes pues la serie se enfoca más en los saltos espacio temporales entre mundos y sus consecuencias, pero deja de lado el drama humano y el aspecto psicológico de los protagonistas que fue los que, en su momento, hizo de una Dark más que un producto televisivo con tesis científicas sobre viajes en el tiempo y la inalterabilidad del destino. Además, la serie presenta una serie de recursos bastante cuestionables, como explicaciones de situaciones sacadas de la manga cuyo único objetivo era shockear y desconcertar al público con la muerte de algún personaje importante, pero mantenerlo vivo, inexplicablemente y sin sentido, en otra línea temporal y que la serie no sufriera alteración alguna para llegar al punto que querían llevar la historia. La tercera temporada de Dark es la menos lograda al ser la que más fallos argumentales ha presentado; sin embargo, la resolución que presenta en su capítulo final, pese a ser sobre explicativa y tediosa en ciertos momentos, ofrece un desenlace satisfactorio, un cierre digno a la historia de una de las mejores propuestas seriales que ha dado Netflix en su historia.
E
n una época en la que las series de ciencia ficción que obtienen buenas críticas suelen ser profundas y con un montón de matices, resulta agradable encontrarnos con una comedia dramática así de ligera, del creador de "The Office" y "Parks and Recreation" llega una serie ideal para maratonear. "Upload" está situada en el año 2033, en esta época no tan lejana se ha creado una nube que es capaz de almacenar la memoria de las personas que han muerto y mantiene su información trabajando en espera de que en un futuro pueda ser restablecida a las personas y así regresar de la muerte. Para este fin existen varias empresas que trabajan con esto, siendo Lakeview la más exitosa ya que introduce la información de las personas muertas a un exclusivo retiro en un hotel colonial dentro de un bosque. Este es un lujo que solo se pueden permitir las personas con la capacidad de pagarlo, los demás tienen que conformarse con opciones mediocres o simplemente morir y jamás regresar. Dentro de Lakeview conocemos a Nora, quien trabaja como asistente operativo de algunos usuarios, Nora está ahorrando dinero para loguear a su papá que está a punto de morir pero él no quiere ese destino, él quiere morir y descansar en paz para estar junto a su esposa en el más allá. Para que Nora pueda conseguir un préstamo y enviar a su papá a Lakeview, tiene que mejorar la calificación que los usuarios le ponen, esto no es sencillo ya que tiene que lidiar con los problemas personales que los usuarios suelen tener, además de que tiene una jefa que resulta un verdadero dolor de cabeza (al puro estilo de la mediocridad de Michael Scott en "The Office"). Uno de los usuarios con los que trabaja Nora es Nathan, un joven que muere en un accidente de auto manejando un modelo que está diseñado para no fallar, él trabajaba desarrollando software libre y uno de sus sueños era crear una nube como Lakeview que fuera gratuita para que estuviera al alcance de las personas de bajos recursos. Una vez que es logueado, todo archivo de su memoria que tiene que ver con este software queda borrado o dañado, y con la ayuda de Nora, averiguarán si su muerte fue accidental o hay personas detrás de él cuyos intereses se vieron amenazados con la nube gratuita. Tal vez la trama no suene a nada nuevo, confieso que yo tampoco tenía muchas ganas de verla, pero debido a que tuvo buenas críticas fue que me acerqué a ella. Los 10 episodios pasan rapidísimo, y no solo porque duran media hora, sino porque la serie es bastante entretenida, ligera y con una debida dosis de suspenso y romance que la vuelven una de las opciones más amenas que se pueden encontrar en las plataformas de streaming. También es alentador ver que las series de ciencia ficción poco a poco se van deshaciendo del referente cultural que es Black Mirror en la actualidad, porque resultaba muy cansado estar viendo más versiones de lo mismo. En esta serie nos encontramos con temas muy variados alrededor de la muerte, como el creer en el más allá o el pensar si este tipo de alternativas de verdad sirven en algo para superar el duelo (cabe mencionar que al entrar en la nube, los muertos pueden seguir interactuando con sus familiares vivos), también está el hecho de pensar que, una vez que entran a Lakeview ¿Qué van a hacer para el resto de la eternidad? Hay niños que siempre van a ser niños, hay personas de quienes solo existen fotos en blanco y negro y así se la pasan en la nube, hay quienes en vida fueron multimillonarios y seguirán derrochando su dinero por el resto de la eternidad. Como ven, muy ligera en su planteamiento pero sí da lugar a discusiones sobre varias temáticas sobre la muerte.
B
ajo la producción de la exitosa Phoebe Waller-Bridge cualquier proyecto resultaría atractivo, pero había algo en Run que no me convencía, del todo, sin embargo decidí darle una oportunidad, resultó algo muy diferente a lo que esperaba pero no por ello algo bueno. La serie creada por Vicky Jones inicia con Ruby recibiendo un mensaje con la palabra “Run” este mensaje es suficiente para que ella decida dejar a su familia y subirse a un tren que la llevará por todo Estados Unidos, ahí se encontrará con Billy, un antiguo novio (que fue quien le mandó el mensaje) y juntos vivirán esta aventura. En la primera parte vemos un interesante estira y afloja en sus protagonistas, quienes tienen mucho tiempo sin verse y no están del todo convencidos de haber tomado la decisión correcta, aquí vemos la importancia de las expectativas que depositamos en las personas como el principal motor para tomar una decisión así de impulsiva, ya que se vuelven a ver hay inseguridades respecto a sus cuerpos, por ejemplo, pero sobre todo a la vida que dejaron atrás, ya que Ruby era infeliz como ama de casa pero Billy es un escritor de superación personal muy exitoso, lo que nos hace preguntarnos qué lo orilló a escribir el mensaje que detonaría toda la historia. En algunos episodios podemos ver que el mensaje de “Run” no había sido enviado por primera vez ese día que Ruby escapó, sino que ambos en el pasado ya lo habían escrito, cada uno en un momento de mucha presión en su vida pero no hubo respuesta del otro lado, por eso jamás se habían fugado antes. También a lo largo de la serie vemos algun otro personaje que los protagonistas acaban de conocer, pero carecen de interés o son poco llamativos como para dale algún plus a lo que estamos viendo, llega a volverse cansada la dinámica de los protagonistas y no sabemos si por eso mismo en los últimos 3 episodios se decide algo completamente fuera de lugar que da pie a que la serie comience a tratarse de otra cosa. No haré spoiler de qué es lo que sucede pero tiene que ver con un crimen, entonces ahora el título de la serie comienza a hacer referencia a los protagonistas huyendo de ser encontrados por la policía, para este punto la serie ya se ha convertido en algo igual de caricaturezco que los Looney Toones, personalmente aquí ya la serie no podía importarme menos y solo la terminé para no dejarla a medias. Cabe mencionar que para este punto por fin vemos a WallerBridge, haciendo un personaje nada interesante, de hecho todos los personajes que comienzan a aparecer para este punto están entre lo ridículo y lo olvidable, una verdadera lástima. La serie termina con un final hasta cierto punto cerrado, por lo que no me imagino de qué puede tratar una segunda temporada, lo que sí estoy seguro es que si la llegan a cancelar, no habrá casi nadie que se lamente de esa decisión. No todo es malo, por supuesto que tiene sus puntos rescatables, los dos protagonistas actúan muy bien, de hecho hay quienes les ven potencial para estar nominados al Emmy, yo nominaria a muchos otros antes que a ellos, pero lo repito, no me parecieron malas sus actuaciones. El ritmo de la serie tampoco está mal, por lo menos no es aburrida aunque en momentos llegue a ser repetitiva en sus situaciones, además, el hecho de que sean solo 7 episodios puede atraer a algún curioso. Y como curiosidad tampoco creo que sea una mala opción, pero definitivamente hay otras series mucho más atractivas que podría optar por ver en lugar de esta.
N
ever Have I Ever tiene una gran conciencia de las comedias adolescentes que aparecieron antes. Su valiente protagonista tiene una madre dominante, dos mejores amigas, un némesis y un típico boy crush. Todo lo que quiere es triunfar en su segundo año de secundaria, tener nuevas experiencias, equivocarse (lo hace mucho), y lo más importante, ser normal. Es una fórmula familiar usada en varias series de adolescentes, pero Never Have I Ever lo toma de una forma más interesante. Una gran parte del éxito de la nueva comedia de Netflix es gracias a Devi (Maitreyi Ramakrishnan), la protagonista de 15 años y el balance del show. Como lo dijo el consejero de la universidad, su ensayo de admisión puede ser sobre el hecho de que es una indian-american adolescente, cuyo padre cayó muerto en el medio de un concierto de orquestra de su secundaria, lo que llevo a Devi a perder el movimiento de sus piernas por unos meses. Pero Devi y la serie se niegan a la idea de usar este trauma como un punching joke.
Devi es lo que muchos adolescentes de 15 años: una tormenta dormida de contradicciones que no comprende completamente su propio poder en el medio de dejarlo salir. La rabia de Devi, que es una de las características más fascinantes, pero no es toda su personalidad. Es un personaje completo. Uno de los highlights de la serie llega con Andy Samberg narrando uno de los episodios. Al respecto el actor comentó: "Algo que me atrajo mucho más es el hecho de que se le presta atención a los personajes a su alrededor, a la prima que quiere ser una bióloga independiente, pero esta casi atrapada a tener un matrimonio arreglado, su mamá (uno de los mejores personajes) que lucha con ajustarse a poder criarla, empujando su propio dolor. Sus mejores amigas Fab y Eleanor tienen sus propias historias y se les da la oportunidad de mostrarlos. Algo de lo más interesante de Never Have I Ever resulta también la historia de Fabiola, quien se resiste al hecho de ser gay al principio, antes de apropiarse, y esto está especialmente muy bien hecho.
C
omenzaré diciendo que para ser una serie que cuando estrenó su primera temporada, no me interesaba en absoluto, terminó siendo una de mis favoritas. Sí, tuve que esperar un año para que por fin me dieran ganas de adentrarme en este universo creado por Gerard Way y Gabriel Bá en los cómics y por Steve Blackman y Jeremy Slater en Netflix. Pero vaya que lo disfruté, la primera temporada fue genial, bastante digerible para todo público y el precedente de lo que parece, podría ser una de las cartas fuertes de Netflix para crear una fanbase sólida y así evitemos la terrible cancelación pronto. Por lo mismo la espera de la segunda temporada de esta familia disfuncional con superpoderes solo haya sido de una semana. Al principio tenía mis reservas, puesto que, si juzgamos por el tráiler, parecía que otra vez iba a tratar de lo mismo que la temporada anterior, lo cual casi siempre resulta en un mal augurio para las series al dejarnos ver que la creatividad no es su fuerte. El otro detalle viene con la escena inicial que salió a la luz unos días antes del estreno, en la que veíamos otro apocalipsis (lo cual reafirma mi punto anterior) pero que tiene que ver con una supuesta invasión rusa y un viaje al pasado por parte de los personajes, lo cual me hacía pensar que otra vez una serie situada en el pasado estadounidense iba a girar en torno no solo a la guerra fría, sino a dejarnos en claro que los gringos son los buenos y los rusos los malos, argumento bastante tendencioso y cansado cuando sabemos perfectamente que ninguno de los dos países fueron los buenos y el resto del mundo fuimos su campo de juegos. Aún así por supuesto que iba a ver esta nueva temporada, la cual inicia precisamente con otro posible apocalipsis y de nuevo es No. 5 quien tiene que encontrar a sus hermanos y preve-
nirlo. Lo difícil está en que algo salió mal cuando todos viajaron al pasado y aparecieron en el mismo lugar pero en diferentes años de la década de los 60’s, por lo que los protagonistas tuvieron que rehacer sus vidas. Luther se convirtió en un luchador clandestino que trabaja para un mafioso, Diego se ha obsesionado con prevenir el futuro asesinato de John F. Kennedy y es juzgado como un enfermo mental por lo que termina en un manicomio, Allison se ha vuelto a casar y con su esposo forman un grupo de activistas afroamericanos en contra del racismo, Klaus se convirtió en un líder de un culto llamado Destiny’s Children con ayuda del fantasma de Ben y Vanya regresó como el Violín Blanco pero es atropellada y pierde la memoria, por lo que otra vez no sabe que tiene poderes, aunque en realidad, no recuerda nada de sí misma y vive en una granja con una familia que decidió darle asilo. A lo largo de esta muy emocionante temporada veremos una serie de enredos que tienen que ver con No. 5 y su desesperado intento por que sus hermanos al fin se lleven bien y puedan regresar al futuro para evitar el apocalipsis, a la vez que The Handler sigue detrás de él. Sus hermanos se rehúsan a regresar al futuro sin concluir los asuntos personales que han desarrollado a lo largo de su estancia en esos años 60’s. Además de que Diego sigue empeñado en que debe salvar a Kennedy, a pesar de que es un evento que debe de suceder para que el curso del tiempo siga como lo conocemos. Un suceso extraño vuelve a suceder con los poderes de Vanya quien gracias a la pérdida de la memoria puede reanudar el entrenamiento de estos y evitar que las cosas se salgan de control, aunque otra vez el apocalipsis tiene que ver con ella. Al finalizar la temporada definitivamente nos damos cuenta que
tiene un desarrollo muy similar a la primera, lo cual debería de convertirla en una temporada predecible, pero definitivamente no lo es, es decir, tal vez sabemos hacia donde puede ir el desarrollo de los personajes, pero son tantos y tan emocionantes los enredos en los que se meten que en definitiva no tenemos idea de cómo todos los sucesos aislados van a terminar uniéndose, hay uno que otro plot twist bastante interesante que, de ser llevado a buen puerto, nos puede entregar una tercera temporada fascinante, misma que espero ya no tenga el mismo planteamiento de las dos anteriores, porque si bien ha funcionado el hecho de que fuera algo repetitiva, dudo mucho que salve a una tercera temporada igual. El otro elemento que me pareció fascinante y que agradezco que fuera en contra de mis expectativas es que no veremos a los rusos/comunistas/malvados invasores, en lugar de eso vemos como la trama juega más bien con la paranoia de la gente en EUA y su constante miedo a una invasión soviética, por lo que la guerra fría no resulta un recurso argumental cansado o poco interesante, sino que, a manera de cacería de brujas, los protagonistas se tienen que ir con cuidado con sus conocimientos sobre el futuro porque pueden ser acusados de espionaje. Para finalizar creo que está de más decir que la serie va a tener muchas diferencias con el cómic en el que se basa (la serie Dallas de The Umbrella Academy) pero esas diferencias son lo que, a mi punto de vista, han convertido en esta serie tan querida alrededor del mundo. Con conflictos más realistas y con un soundtrack que otra vez está de lujo, se la pasarán bastante bien con esta temporada. Y ahora si, en esta ocasión sí tendré que esperar un año para ver los nuevos capítulos, ni modo, a veces pasa.
D
e Ju-On se ha hecho absolutamente todo lo que se ha podido, tenemos la saga original con sus miles de secuelas, tenemos el remake norteamericano con otras secuelas más, y justo este año salió otro reboot en inglés al que no le fue nada bien ni con crítica ni con el público. Habiendo contado tal vez todo lo que había que contarse, ¿Por qué entonces hacer ahora una serie (o miniserie hasta el momento) contando los orígenes? Siendo honesto, la película de 2002 por la que inició el boom del J-horror no me parece algo tan sobresaliente o memorable, tiene su gran mérito que fue poner el cine oriental de terror en el radar occidental, pero creo que el hecho de haberla visto tan tarde en la vida no me ayudó a apreciarla de la mejor manera. Y es por eso mi duda de cómo funcionaría una miniserie en esta época actual en la que historias así o más aterradoras las podemos ver hasta en youtube. Para empezar, ni siquiera vamos a ver el origen de los fantasmas que aterrorizan a todo aquel que entra en la casa maldita, ni siquiera vamos a ver el origen de esa casa maldita, esto no es un spoiler, es solo para contextualizar a quienes sintieran curiosidad por verla. El origen al que hace alusión el título, es al supuesto caso real del que se inspiraron para hacer la primer Ju-On, esa película de bajo presupuesto del año 2000 (una versión diferente a la que todos conocemos de 2002), el cual, dentro de la trama de la serie, tuvo origen en esa casa. A lo largo de los 6 episodios de media hora vemos diversos casos en diferentes momentos de la historia de personas que estuvieron en contacto con esa casa maldita, algunos solo entraron a ver la casa, otros vivieron ahí, el común denominador es que en sus vidas sucedieron cosas inexplicables una vez que entraron en contacto con ella, venganzas, asesinatos, muertes de otro tipo, vidas destruidas, y todo por haber entrado a esa casa. Las personas sobrevivientes se enteran del caso en el que una familia es masacrada ahí adentro y deciden regresar a investigar, y de paso tratar de deshacerse de la maldición que no los ha dejado en paz. Esto nos lleva al primer acierto que tiene la serie, si bien estamos viendo
una historia de fantasmas, de casas embrujadas, y de espíritus guiados por la ira. Cuando observamos detenidamente lo que mueve a estos casos, nos damos cuenta que detrás de esto hay una denuncia muy importante de crímenes de odio, en específico hacia las mujeres, ya que las víctimas de estos terribles hechos, como en los clásicos del J-horror, suelen ser mujeres, en el caso de la serie son víctimas de crímenes menos sobrenaturales y por ello aterradores también: desapariciones, abuso físico y sexual, violencia intrafamiliar, abandono, entre muchas otras situaciones que nos hacen pensar que los creadores pensaron en cómo darle ese giro especial para que la serie tuviera algo de valor en esta época. El otro acierto viene en los últimos 3 capítulos cuando a la serie le explota la tacha, vemos de manera muy gráfica el caso “origen”, el 4 es un episodio bastante gore, me sorprende que Netflix no haya puesto ningún pero en transmitirlo, y es a partir de ahí que la atmósfera se vuelve muy pesada, haciendo casi imposible que no quieras llegar al final en ese mismo momento, los episodios 5 y 6 mezclan todas las experiencias pasadas de los personajes en la casa y todo se manifiesta en ese momento, es muy inquietante estarlos viendo, y es recomendable que lo hagan con audífonos si es en el celular o la computadora, el sonido es un gran acierto técnico en estos dos en particular. Lo que no me terminó de gustar es que ya viendo a la serie como un todo si le hizo falta más consistencia, tiene muchos momentos que llegan a aburrir, algunos otros no tienen sentido, y como muchas veces pasa con las historias de fantasmas, se supone que están ahí como una manifestación de alguien que hizo algo en vida, pero en realidad no tienen mucho trasfondo, solo se aparecen para asustar, tanto a los personajes como al espectador, y terminan siendo un recurso algo cansado. Si son fans del J-horror es bastante recomendable que la vean, para el resto del público puede funcionar como simple curiosidad, lo mismo para los amantes de ver toda una serie de Netflix en una sentada.
L
a oferta televisiva centrada en los superhéroes se vio refrescada en la década pasada por las producciones de Netflix sobre las figuras de cuatro personajes poco conocidos del universo de Marvel. Títulos como “Daredevil” y “Jessica Jones” llevaron las series de superhéroes a un nuevo nivel, a un terreno más adulto y violento que, además, se tomaba su tiempo para adentrarse psicológicamente en sus protagonista y, en ocasiones, como en el caso particular de “Jessica Jones”, para hablar de problemas sociales como la violencia de género, todo ello por supuesto sin perder su capacidad de emocionante entretenimiento. “The Boys”, la propuesta de Amazon Prime Video que tiene como base los cómics creados por Garth Ennis e ilustrados por Darick Robertson, llegó no solo para elevar la calidad en este subgénero con una propuesta que no sólo presenta a unos personajes complejos que también se desenvuelven en un universo adulto y violento, sino que lo hace desde una perspectiva distinta, desde la critica mordaz e irreverente a la cultura de la ciega devoción a las figuras mediáticas que alcanzan un nivel casi fascista, incluyendo por supuesto a los superhéroes. En este universo creado para la televisión por el showruner Eric Kripke existen los superhéroes que forman el grupo de Los Siete, una suerte de representación alterna de la Liga de la Justicia de DC, pero en sus versiones bastante trastornadas. Y es que más allá de ser vitoreados por sus hazañas al rescatar a personas inocentes de crímenes atroces o fatales accidentes, son idolatrados como celebridades. Pero existe un lado oscuro de esta fama súper heroica, pues en realidad estos seres dotados son fichas de ajedrez creadas por una corporación ultraconservadora llamada Vought, y bajo la presidencia de Madelyn Stillwell, atiende intereses personales que van desde la publicidad de productos para el uso cotidiano, pasando por el control social a través de los medios para crear una homogeneización cultural, hasta llegar al uso militar de sus increíbles habilidades al servicio del gobierno. En este escenario, un chico llamado Hughie (Jack Quaid), pierde a su novia cuando ésta es, literalmente, arrollada por el héroe más veloz del planeta mientras se dirigía a una aparente misión de rescate; ante la insensible respuesta del corporativo Vought, el dolido chico se une a un experimentado grupo de vigilantes formado por Billy Butcher (Karl Urban), Frenchie y Mother’s Milk (Laz Alonso), quienes personalmente también han sido víctimas de otras tantas intransigencias cometidas por estos héroes mediáticos. Juntos deciden detenerlos y desenmascarar su farsa ante la sociedad, sin importar los riesgos que esta misión conlleva, y que por supuesto son bastante elevados, sobre todo porque ellos no poseen ninguna habilidad sobrehumana... aunque siendo sinceros, sus métodos muy poco ortodoxos les dan algunas ventajas y consiguen descubrir una conspiración corporativa mucho más grande de lo que jamas hubieran podido imaginar. En su primera temporada, compuesta por ocho episodios, “The Boys” sobresale por su discurso contestatario sobre temas político-sociales que la vuelve muy cercana a las obras creadas por Alan Moore como “V de Venganza” o “Watchmen”, donde el mítico autor despoja a sus personajes del aura heroica y casi divina con la que la industria promueve a sus superhéroes.
Homelander, la representación de un Superman en este universo, es un maniático egocéntrico con profundos problemas de afecto que llegan a niveles patológicos. Black Noir, así como su ridículo y redundante nombre lo indica, lleva al extremo de lo absurdo todas las características del encapotado de Ciudad Gótica. Queen Maeve, la símil de Wonder Woman, está lejos de ser la amazona fuerte emocionalmente, y por el contrario, es una mujer bisexual que se ha visto forzada a abandonar pasado idealista y su relación con su novia, tanto para guardar las apariencias, como para salvaguardar la integridad física de Elena, su gran amor. A-Train, la versión azul del Velocista Escarlata de DC, es un drogadicto obsesionado por mantener sus poderes, pero sus motivaciones no son las personas a las que con ellos puede ayudar, sino los patrocinadores que podrían retirarle su apoyo y perder su puesto como uno de los Siete héroes de Vought. The Deep, la versión alterna de aquel insulso Aquaman del que todos se burlaban en las caricaturas ochenteras, es un pobre imbécil con problemas de aceptación física que trata de superar sus traumas abusando sexualmente de las mujeres. Translucent posee la capacidad de volverse invisible gracias a su piel cubierta con un metamaterial de carbono, el cual además le da una resistencia a su piel que la vuelven prácticamente impenetrable. Digamos que su personaje es la versión masculina de la conjunción entre Susan Storm y Emma Frost, y su pasatiempo favorito es infiltrarse en los vestidores y en los baños de mujeres. Starlight es la integrante novata del grupo de Los Siete y está reemplazando a un héroe de quien se nos darán más detalles en la segunda temporada. Proviene de una familia ultraconservadora y religiosa que dolorosamente se topará con una nula vocación súperheroica por parte de sus compañeros con una serie de motivaciones personales más mundanas, superficiales y violentas. Por su personalidad y superpoderes podemos decir que es una mezcla de Supergirl, Stargirl y Jubilee de los X-Men. Aquí en “The Boys” estos personajes se presentan mucho más humanos, son víctimas de sus inseguridades y sus deseos; pocas veces pueden controlar sus emociones y tienen que poner su mayor esfuerzo en tratar de ocultar su misoginia, machismo y homofobia; y no es para nada raro ser testigos de sus constantes ataques de ira o de lujuria, o también ser invadidos por la depresión y la frustración. “The Boys” es el nuevo paso en la evolución lógica hacia la deconstrucción de la figura superheroica en el nuevo milenio como una herramienta más de mercadeo, y esto lo consigue retomando el espíritu pesimista de Alan Moore en “Watchmen” y agregándole un alto grado cinismo con un fantástico humor negro y absurdo y con constantes explosiones de violencia explícita. Esta crudeza y sordidez impulsan su discurso de exponer a la cultura de la veneración superheroica como vehículo para el control de masas a través de las corporaciones que resultan mucho más poderosas que los gobiernos, poniendo además sobre la mesa un tema sociopolítico que va mucho más allá de la simplificación de la eterna lucha del bien contra el mal. Actualmente se está estrenando su segunda temporada y te traeremos la reseña de ésta muy pronto.
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ste año regresó una de las series más esperadas: “The Boys”, la serie de Amazon Prime con base en los cómics creados por Garth Ennis e ilustrados por Darick Robertson que se convirtió en todo un éxito para la plataforma de streaming en 2019. Y como ya ha sucedido con exitosas propuestas televisivas como “The Walking Dead” (2010-) o “Game of Thrones” (2011-2019), en esta segunda temporada los creadores deciden alejarse del material impreso y crear su propio sendero... y distanciarse de las historietas de culto, ha tenido sus consecuencias buenas y malas. La nueva temporada da continuidad a la historia personal de cada uno de los personajes: Homelander, luego del asesinar a Madelyn Stillwell (Elisabeth Shue), se enfrenta en una lucha de poder con el muevo presidente de Vought, (Giancarlo Esposito) y sus planes de comercializar con el compuesto V. El personaje encarnado por Anthony Star se muestra aquí nuevamente encerrado en su burbuja de enajenación maniática y egocéntrica cuyos profundos problemas de afecto que llegaban ya a niveles patológicos, cobran aquí tonos mucho mucho más macabros; además que su hambre de poder lo acercan cada vez más al fascismo absoluto. Queen Maeve por primera vez se verá intimidada y atemorizada por Homelander y deberá idear un plan para proteger a su ex novia, sobre todo cuando su relación salga a la luz y quieran explotarla públicamente en una campaña publicitaria sobre inclusión de diversidad sexual. Mientras que Starlight se ha visto forzada a continuar con su relación con Hughie en secreto mientras que espía los movimientos al interior de Vought para darles información al grupo comandado por Billy Butcher. Mientras tanto, A-Train lidia con su inevitable salida de Los Siete y la entrada al equipo de la nueva heroína Stormfront (Aya Cash), una mujer con un fuerte carácter combinado con un gran carisma con el que se gana la confianza muy fácilmente; pero que por supuesto llegará cargada de secretos y con un plan que, involucrando también a Homelander, al que manipulará muy hábilmente, nos recuerda a la misión con ideología supremacista de Magneto y Mystique en “X-Men” (2000) de Bryan Singer. Por su parte, el viaje de redención de The Deep, además de ser irónico e hilarantemente absurdo, funciona para vincularse con el destino de A-Train y para deslizar comentarios sobre el apoyo y la traición a conveniencia entre las corporaciones, incluyendo en este rubro a las religiones como negociantes de la fe, particularmente los cultos como la Cienciología. Aunque narrativamente no se estanca y avanza en las historias de los personajes, sí deja algunos de los arcos argumentales bastante desdibujados o incluso incompletos. Sin embargo, uno de los fallos más graves en esta segunda temporada, es dejarse llevar por la fama e incluir más elementos que hicieron exitosa la temporada inicial, tales como la violencia, el gore y lo absurdo que aquí suben hasta llegar a un nivel innecesario. Y aunque por supuesto que tiene momentos de absoluto fan-service y a veces es obvio que , la serie no se limita a ellos y sigue colocando a los personajes al centro del relato sin dejarse absorber por el espectáculo televisivo, enfrentándolos a nuevos dilemas y manteniendo su ingenioso y afilado humor, resolviendo interrogantes y sembrando detalles que nos hacen esperar con ansias el estreno de su tercera temporada ya confirmada. La serie da un paso más allá en su crítica a la xenofobia, y al ya característico humor irreverente que se convirtió en el sello distintivo de la serie, hay que agregarle que ahora se realiza una crítica más directa a la desmedida explotación de la miseria humana, tanto por parte de los medios de comunicación como por las grandes corporaciones. Aunque resulta un tanto floja en su guion con demasiadas coincidencias de personajes y salidas fáciles de grandes conflictos, la serie mantiene su nivel al explorar facetas de los personajes que pensamos que habían tocado el fondo de sus perversiones. Por supuesto que esto nos recuerda a los cuestionamientos planteados en “The Dark Knight” (2008): ¿tenemos los héroes que merecemos o los que necesitamos? La serie da réplica a esta pregunta pero no con respuestas fáciles y directas, sino indagando en el código superheroico y particularmente en sus fallas. Así, aunque con sus tropiezos y fallas, “The Boys” se mantiene como una de las mejores y más autentica propuesta televisivas del mundo de los superhéroes para un público adulto.
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uego de varios cortometrajes, y bajo el cobijo de Michel Franco como productor, David Zonana debuta en los largometrajes con Mano de Obra, una pieza fílmica muy particular que destaca por la manera inesperada de transformar su historia y a su personaje central: Francisco (Luis Alberti), un albañil que pierde a su hermano tras una mortal caída mientras ambos trabajaban en una lujosa construcción en una acomodada zona de la Ciudad de México, y los encargados de la construcción se niegan a pagarle a su viuda embarazada una pensión por accidente laboral. Francisco comienza a presionar para que su cuñada reciba la compensación económica que le corresponde. Así podríamos describir la premisa de Mano de Obra, pero cuando parece que la cinta seguirá un rumbo de crítica y justicia social, ésta da un giro sorpresivo y se transforma en un sugerente thriller donde las líneas éticas y morales del protagonista se van desdibujando. Francisco, que con sus manos construye las más sofisticadas casas, debe transportarse hasta una colonia marginal y una vivienda que, literalmente, se está cayendo a pedazos, decide no tolerar más su situación de desigualdad e injusticias, por lo que decide brincarse la barda de la obra durante las noches y habitarla durante las
noches. En uno de los tantos giros que toma la trama, a Francisco se le presenta una oportunidad única que no piensa desaprovechar. El halo de pesimismo que comúnmente envuelve cine de Michel Franco está presente también en Mano de Obra, sin embargo, afortunadamente aquí está ausente ese discurso aleccionador que, también comúnmente, caracteriza a su cine, y por el contrario, el debutante David Zonana consigue un relato amoral y un ejercicio que resulta sólido en todos los sentidos, desde la excelente dirección de actores –donde destaca un inmenso Luis Alberti que fue merecidamente reconocido en el Festival Internacional de Cine de Morelia con el premio a mejor actor y las interpretaciones convincentes del resto de los actores no profesionales– hasta su audaz forma de transformar un relato inicialmente presentado comp un justiciero drama social urbano en una calculada metáfora de la sociedad anclada en los códigos del thriller. La opera prima de David Zonana entabla un diálogos con obras como Los Albañiles (1976), del maestro Jorge Fons, y La Zona (2007), de Rodrigo Plá; y es que se trata de un notable ejercicio cinematográfico sobre la lucha de clases con el que se ratifica a un sobresaliente talento en ciernes al que no debemos perderle la pista.
L
uego de su estreno limitado en cines de Estados Unidos, España y México –donde se sigue proyectando en las pantallas de la Cineteca Nacional– la nueva cinta del director David Fincher, llegó a Netflix el pasado viernes 4 de diciembre. “Mank” es un biopic centrado en la figura del dramaturgo, crítico teatral y guionista Herman J. Mankiewicz que escribió el argumento de la célebre cinta “El Ciudadano Kane” (1941) de Orson Welles, quien con tan sólo 24 años entregó la que, hasta hoy en día, es considerada por muchos expertos como la mejor película de la historia, compitiendo por este título contra “Vertigo” (1958) de Alfred Hitchcock. La cinta narra principalmente los seis meses en los que Mank escribió el guion del ya mencionado clásico filme mientras convalecía a causa de un aparatoso accidente automovilístico en una apartada casa en el desierto de Mojave; pero a través de flashbacks, la película también explora la amarga relación del alcohólico guionista con la industria fílmica en general, y con importantes figuras en particular, como con el obsesivo productor David O. Selznick; los desencuentros con Louis B. Mayer, dueño de MGM que orquestó una campaña de desprestigio con spots políticos falsos contra el escritor Upton Sinclair cuando éste se postuló como candidato a la gubernatura de California compitiendo contra Frank Merriam; o los roces con el magnate, empresario y editor con aspiraciones políticas William Randolph Hearst (Charles Dance), quien serviría de inspiración para la historia del auge, decadencia y caída de Charles Foster Kane, personaje protagonista de la obra maestra de Welles.
El guion original de “Mank”, escrito por el padre del cineasta, Jack Fincher, fallecido en el año 2003, estaba basado en el ensayo “Raising Kane” (1971) de Pauline Kael –reconocida crítica de cine de The New Yorker– en el que se asegura que la participación de Welles en la escritura del guion de “El ciudadano Kane” fue menos que mínima y pretende reivindicar a la figura de Mankiewicz como único autor del afamado argumento. Sin embargo, el cineasta realizó cambios sustanciales y transformó lo que originalmente era un estudio de personajes con la problemática relación Welles/Mankiewicz como línea principal, y por el contrario factura con él un personal e íntimo juego de espejos en el que Fincher exorciza rencores y desprecios por la industria fílmica que lo ha tratado de manera amarga desde su debut cinematográfico con “Alien 3” (1988), una superproducción llena de intromisiones por parte del estudio que lo alejó casi por completo de sus intenciones artísticas, aunque logró impregnarla de su recurrente fatalidad. La cinta es un homenaje formal a “El ciudadano Kane”, pues retoma tanto la estética monocromática y las postales evocadoras al estilo del cinefotógrafo Gregg Toland pero ahora bajo el lente de Erik Messerschmidt, como la estructura narrativa del clásico filme con saltos temporales recurrentes que tanto le insistieron a Mankiewicz reconsiderar para ser más complacientes con la audiencia bajo la 'justificación' de que ellos saben más sobre qué quiere ver el público. En la parte sonora, sobresalen las partituras compuestas por Trent Reznor y Atticus Ros, y el diseño sonoro que 'maltrata'
el audio para que dé la impresión de que se trata realmente de una cinta de la primera mitad del siglo XX. Con esta particular propuesta audiovisual, el director sacrifica su ya reconocible estilo en la pantalla para darle prioridad a la deconstrucción de una pretendida época dorada de Hollywood con el fin de exponerla como una industria que desprecia sistemáticamente a los guionistas, profesión a la que busca reivindicar no sólo desde lo argumental sino desde su propuesta narrativa, acudiendo al uso de rótulos en pantalla de los que hacen uso los guionistas para indicar, al inicio de cada escena, el tiempo y el lugar en donde se desarrollará la siguiente secuencia. “Mank” nos propone una mirada crítica y sin concesiones a una industria que se autoproclama como «la fábrica de sueños», pero que es en realidad una factoría de discriminación, desigualdad, explotación laboral y corrupción por parte de los productores sedientos de poder; se trata de una ácida, cínica y desencantada exploración de los claroscuros de la industria fílmica. Esquivando el homenaje nostálgico por los años dorados de Hollywood que comúnmente caracterizan a las «cartas de amor al cine», Fincher se decanta por escribir su carta con amorosa dedicatoria para sumergirnos en las negras aguas de la despiadada maquinaria de la meca del cine donde la creación artística sirve como una vía de liberación, pero también de despiadada venganza contra hipócritas productores y magnates con ambiciones políticas.
I
ncluso aquellos que se habían declarado amantes del estilo surreal e idiosincrático establecido por David Lynch en películas como Eraserhead, como el director Quentin Tarantino, se vieron decepcionados por Twin Peaks: Fire Walk with Me, una precuela fílmica para la serie Twin Peaks, un hito de los años noventa. La cinta tuvo su estreno en Cannes y fue abucheada y casi unánimamente odiada en la crítica; a veinticinco años de su estreno y con Twin Peaks volviendo con una nueva serie/temporada en 2017, ya con Lynch consolidado como unos de los grandes artistas de la época, la película ha sido reevaluada al punto de ser vista por algunos como la obra maestra de Lynch. Desde mi punto de vista, la verdad está en algún punto a la mitad: no es mala, pero tampoco es una obra maestra. Ambas reacciones se me hacen muy emocionales, y la inicial es un producto lógico de la decisión de Lynch de usar el fime para contar la historia que quería sin tener consideración alguna por aquellos que desconocían la serie o para los que esperaban una continuación directa y explícita del cliffhanger de la segunda temporada. Fire Walk with Me es una obra extraña, una precuela con algunos juegos temporales que apuntan al futuro y establecen algunas tramas que iban a ser exploradas en secuelas que, obviamente, jamás sucedieron. Por ello, la estructura es bastante extraña, y demanda mucho de la audiencia: a menos que el espectador siga atentamente el prólogo, lo verá desconectado tanto de la película como de la serie. La investigación del agente Chet Desmond (Chris Isaak) sobre el asesinato de la joven Teresa Banks en el
pueblo de Deer Meadow da inicio al filme, y parece que su única función es invertir toda la imaginería carismática del pueblo de Twin Peaks: las meseras son viejas y antipáticas, la gente es grosera, la policía no es confiable sino corrupta, y el café es amargo. Al parecer, Desmond está investigando a lo que el director del FBI Gordon Cole (David Lynch) le llama un caso de blue rose (roza azul). Encuentra un anillo perteneciente a Teresa, y desaparece. La trama luego brinca hacia las oficinas del FBI, donde Dale Cooper (Kyle MacLachlan), Albert Rosenfield (Miguel Ferrer) y Cole se desconciertan por el regreso de Philip Jeffries (David Bowie), un agente desaparecido por dos años que regresa diciendo incoherencias sobre una tal Judy y “vivir dentro de un sueño”. Cuando finalmente la acción llega a Twin Peaks, este es un lugar diferente. Bueno, es el mismo, pero la perspectiva es diferente: estamos viendo a través de los ojos de Laura Palmer, una muchacha sobre la cual en la serie aprendemos dos cosas: es amada por todo mundo, y al parecer está involucrada en muchas ondas sucias, como drogas y prostitución. Al ver Twin Peaks es bastante fácil juzgarla, incluso de manera inconsciente. Fire Walk with Me la revela como un alma torturada que ha sufrido abuso sexual desde los doce años de parte de su padre, cuyas cicatrices emocionales la han llevado a un infierno hacia el cual no quiere arrastrar a sus amigos. Tomen en cuenta que todos los personajes jóvenes son menores de edad que aún van en preparatoria, y dejen que la gravedad de los eventos de la película y la serie los impacten con toda su fuerza. La actuación de Sheryl Lee es mag-
nífica y resulta desconcertante como es que no se volvió una estrella de cine de talla internacional: cada expresión en su rostro, cada grito, cada lágrima, cada rictus forzado y libidinoso es tan creíble y natural que uno casi se siente voyeurista. Fire Walk with Me es una película muy pesada y difícil de ver, no solo por las imágenes violentas y grotescas y las secuencias de horror, sino por la tragedia de Laura. De esta forma, Twin Peaks adquiere un realismo mágico en el que los demonios que agobian a una muchacha no son solo metafóricos; su padre, Leland (Ray Wise), es también tan creíble en su lucha personal entre su legítimo amor y oscuros deseos sexuales por su hija, que merece una mención. De las escenas eliminadas en The Missing Pieces (la hora y media de escenas eliminadas que fueron reveladas en 2014), las únicas que hubieran mejorado la película son las de la familia Palmer teniendo una buena convivencia, pues añadirían peso emocional y un contraste con la completa disfuncionalidad que se ve en el filme. Twin Peaks: Fire Walk with Me arroja luz y peso emocional a un evento que en la serie parece un mero catalizador. En los últimos siete días de vida de Laura Palmer no hay tiempo para café, pay, ni comedia entre una plétora de personajes coloridos. Esta es una película que se tiene que ver con una mentalidad adulta, y muy en sincronía con el estilo cinematográfico de David Lynch. Varios de los hilos que se pensaban explorar en secuelas serán resueltos en la nueva Twin Peaks, lo cual vuelve a esta película esencial en el canon, a pesar de funcionar por cuenta propia como un drama bastante resonante.
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iete años después de haber presentado su opera prima –la atípica y arriesgada comedia romántica Rezeta (2012)– en el Festival Internacional de Cine de Morelia, el director Fernando Frías de la Parra regresa a la capital michoacana para compartirnos una historia sobre dignidad y autenticidad a partir de una experiencia inmersiva del movimiento musical y contracultural denominado «Kolombia», nacido en Monterrey, Nuevo León, de donde Ulises, el adolescente de 17 años que protagoniza esta ficción, se ve obligado a huir luego de poner en peligro su vida y la de toda su ya fracturada familia al verse accidentalmente envuelto en una violenta guerra de pandillas del crimen organizado, y a refugiarse completamente solo en los Estados Unidos. Ya no estoy aquí tiene a la «cumbia rebajada» –estilo musical que ralentiza el ritmo de las cumbias tradicionales para extender así su duración a la vez que se busca que su conexión emocional sea también más duradera y profunda– como su columna vertebral, y partir de una narrativa fragmentada con saltos espacio-temporales entre el pasado de Ulises en las violentas y marginadas comunidades de Monterrey –la trama se ubica durante el sangriento sexenio de Felipe Calderón-, y el presente del adolescente sobreviviendo en las calles de Jackson Heights, en Queens, el director consigue un relato que es a la vez crudo y entrañable sobre la defensa de la identidad. El director acude a aquella época en la que los cárteles comenzaron a absorber a las pandillas juveniles hasta disolverlas por completo, para reflexionar sobre cómo la violencia también alcanza a lacerar los movimientos contraculturales y la identidad de toda una comunidad de jóvenes que necesitan
de medios y espacios para expresar su sentir sobre su realidad. El cineasta, además, se sirve de la ralentización de las cumbias como una metáfora de los anhelos juveniles de querer hacer eternos los mejores momentos de sus vidas. Y es que lo que antes brindaba a Ulises aceptación e identificación en su barrio, ahora es motivo de burlas, rechazo, discriminación y abuso al otro lado de la frontera. Tomemos como ejemplo el personaje de Lin, quien luego de parecer genuinamente interesada en Ulises como persona, finalmente se revela como una chica superficial y egoísta que utiliza a Ulises sólo como un vehículo para dar autenticidad a su imagen y poder pertenecer a un grupo de adolescentes ‘cool’ que, de otra manera, nunca la hubieran aceptado en su ‘selecto’ grupo social. Porque en un país donde los jóvenes son dejados de lado, a éstos les quedan pocas opciones: o ven cómo su ciudad se convierte en tierra de nadie y terminan por trabajar directa o indirectamente para el crimen organizado, o abandonan su hogar para escapar de la violencia e intentan adaptarse y subordinarse a una sociedad que les exige eliminar hasta el menor rastro de su verdadera identidad. De esta manera, Ya no estoy aquí supone un lamento que entabla diálogo con Esto no es Berlín –también en competencia en el 17° Festival Internacional de Cine de Morelia– donde un adolescente melancólicamente confiesa “ya no sé qué somos”. Ambas propuestas, desde sus respectivas trincheras, y sus propios recursos –por ejemplo aquí destaca la sobresaliente labor histriónica de Juan Daniel García Treviño “Derek”–, apuntan a la importancia de la fidelidad a uno mismo.
E
l brasileño Gabriel Mascaro se ha consolidado como uno de los realizadores más interesantes y comprometidos del cine latinoamericano socialmente responsable. Tras iniciar su carrera como documentalista, su opera prima "Vientos de agosto" (2014) lo colocó como uno de los más auténticos representantes de la cinematografía brasileña contemporánea. En este su debut, fenomenalmente fotografiado por el mismo realizador, se propone una reflexión sobre las relaciones interpersonales en una particular zona costera al verse obligados los amantes protagonistas del relato a enfrentarse a una desestabilidad provocada por la llegada de un investigador que busca registrar los vientos alisios, así como por el descubrimiento de un cadáver en la playa al que las autoridades no toman la importancia necesaria. Con su segunda incursión en los terrenos de la ficción Mascaro propone en “Buey Neón” una película que rompe de una manera elegante y contundente con los estereotipos de género y replantea el significado de los conceptos «masculino» y «femenino». El cineasta nos obsequia una cinta poblada por personajes peculiares que durante el día cuidan, transportan y preparan a los bueyes para los tradicionales espectáculos de rodeo itinerantes conocidos como «vaquejadas», pero que durante la noche se permiten dar rienda suelta a la persecución de sus sueños. Ahora con “Divino Amor”, Mascaro regresa sus intereses por las relaciones interpersonales que ven trastocada su estabilidad por un evento profundamente anhelado pero que no se presenta de la manera como ellos lo esperaban. “Brasil había cambiado, el carnaval había dejado de ser la manifestación más grande del país para dar paso a la fiesta del Amor Supremo, la redención del cuerpo, los sentimientos más puros, el deseo de amor eterno, mientras se espera la llegada del Mesías”. Con estas líneas, Mascaro presenta su película
ambientada en un Brasil distópico del año 2027 donde la laicidad del estado es sólo un decir y la religión y la tecnología comulgan en la vida diaria de la población nacional; la cinta nos presenta a Joana, una empleada de una notaría gubernamental que vive devotamente entregada a su religión evangélica y que utiliza su puesto de contacto directo para extralimitarse en sus acciones y tratar de disuadir a las personas de no proseguir con su proceso de divorcio, sino que por el contrario, busquen ayuda en el grupo religioso que da nombre al filme y que ayuda a las parejas a superar sus problemas maritales, mientras que a la vez busca reforzar su fe de la crisis que la ha provocado sus fallidos intentos por ser madre junto con su esposo Danilo, un hombre que se desarrolla pleno en su trabajo como florista, pero que también comparte la frustración de la paternidad no consumada. La institución eclesiástica a la que están afiliados Joana y Danilo parece no ser tan distinta a otras; pero hay en ella diferencias sustanciales como «raves» evangélicos para sus feligreses o intercambio de parejas... siempre y cuando las descargas seminales estén estrictamente reservadas para sus mujeres legítimas. Sin embargo, cuando la pareja logra su tan ansiado embarazo, éste se da en medio de un evento extraño donde la paternidad del bebé pareciera ser obra de un auténtico milagro. Este enigmático suceso acarrea consecuencias que Joana ni siquiera había imaginado: la institución en la que tanto creía y a la que se había dedicado con devoción absoluta, le da la espalda, la rechaza; mientras que Danilo, con su hombría dañada al no ser él el padre del niño, busca terminar con la relación marital. Con la colaboración del diseño de arte, de la fotografía del mexicano Diego García –con quien ya había trabajado en la estilización visual de “Buey Neón–, y de la música compuesta por Juan Campodónico,
Kenny Santiago Marrero y Otávio Santos, Mascaro logra la creación de este mundo alienado que nos evoca al contexto que propuso George Orwell con su clásico literario “1984”, pero recubierta por una estética audiovisual que alcanza extraordinarios niveles sensoriales con contrastes entre la monocromía más pueril y los destellos neones que nos envuelven en una realidad donde comulgan religión, tecnología y sexo; donde se exaltan los placeres y deseos carnales y que nos recuerdan a la estética también propuesta por Yann Gonzalez en su filmografía. Pero el fascinante y delirante discurso audiovisual que ha conseguido Mascaro con este fenomenal ejercicio de estilo se pone a disposición del subtexto de su guion –coescrito por el mismo cineasta junto a Esdras Bezerra, Rachel Ellis y Lucas Paraizo–, en el cual si bien no toma una radical postura antirreligiosa, sí lanza cuestionamientos hacia los preceptos de estas instituciones como lucrar con la fe de las personas y echar mano de sus reglas para el control social con la ayuda de la tecnología de punta. “Divino Amor” –que cuenta con una producción multinacional de países como Brasil, Uruguay, Chile, Dinamarca, Suecia y Noruega– no pretende dar respuestas definitivas, pero sí cuestionar sin concesiones tanto al fanatismo religioso de los feligreses, como a las instituciones eclesiásticas y su dogmatismo de seguir validando únicamente las uniones entre hombre y mujer, así como la procreación de un hijo como única forma de conseguir un matrimonio exitoso y formar una verdadera familia. Es en cierto sentido un reclamo directo al gobierno de Bolsonaro y su ideología de extrema derecha, a la cual Mascaro responde esgrimiendo un argumento contundente que cierra la cinta y que se enfrenta al rechazo hacia lo distinto por parte del ultra conservadurismo: “Cuando naces sin nombre, creces sin miedo.”
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l joven cineasta ruso Kantemir Balagov, de apenas tiene 28 años al escribir estas líneas, refrenda con su segundo largometraje el talento que lo colocó como una de las promesas a seguir cuando presentó su opera prima, Closeness (Tesnota; 2017), en el Festival de Cannes donde recibió el premio FIPRESCI de la sección 'Una Cierta Mirada'. Ahora con Dylda, un retrato íntimo del lado femenino de la Segunda Guerra Mundial, el director consigue no sólo repetir la hazaña en la Costa Azul al ser reconocido nuevamente en la misma sección y con el premio, sino también con el reconocimiento a la mejor dirección; y por si fuera poco, consiguió también que su filme fuera elegido como represente de Rusia en la competencia por una nominación como mejor película de habla no inglesa en la próxima edición de los premios Oscar. La película nos transporta a Leningrado en el primero otoño posterior a la Segunda Guerra Mundial. La ciudad se encuentra en ruinas luego de haber sobrevivido a un monstruoso asedio: más de novecientos días la comunidad quedó sitiada y miles de personas murieron a causa del frío, el hambre y la inanición. En este terrible ambiente, y a pesar de la victoria en la guerra y del discurso triunfalista de los políticos, la sociedad quedó completamente devastada tanto moral como anímicamente, con secuelas que fueron difíciles o hasta imposibles de superar. Iya (Viktoria Miroshnichenko) es una de las mujeres que pelearon en el frente y ahora se hace cargo de su pequeño hijo Pashka mientras atiende, con otras mujeres, un hospital donde cuidan a otros soldados heridos en batalla; en su particular caso, las secuelas de la guerra se manifiestan en episodios de estrés postraumático que esporádicamente la dejan completamente paralizada, imposibilitada para responder a cualquier estimulo. Por otra parte, Ma-
sha (Vasilisa Perelygina), la mejor amiga de Iya, regresa del frente con un marido muerto y con secuelas físicas que la han despojado de su capacidad para engendrar. Ambas mujeres, entre la soledad, la culpa y el anhelo de maternidad, buscan incansablemente encontrar su lugar en un mundo donde la ominosa sombra de la guerra parece extenderse más allá de lo imaginable. Dylda, que bien podría ser complemento perfecto al libro La Guerra no tiene rostro de Mujer de Svetlana Alexiévich en el que, a través de testimonios femeninos, se muestra reflexionan sobre el sinsentido bélico, se revela como un ejercicio que bien podría ser heredero espiritual de los hermanos Dardenne por ese instinto de supervivencia que impulsa a los protagonistas aún cuando parece que ya nada tiene sentido, y en lo formal a la estética del siberiano Aleksandr Sokurov y a la audacia técnica de Lászlo Nemes en esa obra descomunal de supervivencia en pleno Infierno en la Tierra llamada El Hijo de Saúl (2015). Pero la película, más allá de inspiraciones artísticas, sobresale por méritos propios y no deja lugar a duras del talento formidable de su artífice con una sensacional puesta en cámara mucho más sobria y clásica que la de su experimental debut, así como también revela la autenticidad con la que el cineasta va forjando su estilo personal. Dylda representa la consolidación de Balagov como uno de los mayores talentos jóvenes en la cinematografía europea; además, hablando de las crisis sociales del presente mediante una mirada crítica hacia el pasado, la cinta lo integra a la infame lista negra de directores que se han opuesto, a través de sus obras, al régimen de Putin, una lista en la que podemos encontrar títulos y directores como Leviathan (2014) de Andrey Zvyagintsev y El Discípulo (2016) de Kirill Serebrennikov.
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a comunidad judía tiene muy arraigadas Ias tradiciones y valores familiares; y en nuestro país, por supuesto, no es la excepción. Son un círculo bastante cerrado, sobre todo en la cuestión de adaptarse a los cambios que van surgiendo en la sociedad en la actualidad. Como en la mayoría de las religiones el tema del matrimonio es algo primordial, pero en el caso de los judíos continúa la idea de que lo correcto para alguien judío es casarse con alguien también judío. En la comunidad judía está mal visto que una persona deje la casa de sus padres sin antes casarse, situación que hace que la mayoría de los jóvenes tenga una clase de adolescencia extendida ya que al tardar más en abandonar su hogar continúan con las comodidades de vivir en familia pero también en la mayoría de los casos hace que estos no atraviesen esas experiencias que, buenas o malas, van formando a una persona y ayudándoles a madurar. Y es esto precisamente por lo qué pasa el personaje de Ariela (Leona en hebreo), una joven judía mexicana de clase acomodada que se dedica al diseño gráfico. Ariela vive rodeada de una familia muy unida y siempre al pendiente de ella; pero comienza a sentir la presión social de tener una pareja y casarse, pero eso no es algo que este en sus planes. Sin embargo, todo cambia de forma inesperada cuando conoce a un apuesto chico, Iván, quien la saca de ese círculo social tan cerrado para conocer el mundo fuera de esa burbuja
ideológico-religiosa que encierra a su comunidad. Iván parece ser perfecto para ella, pero tiene el gran defecto de no compartir su religión; Ariela cree poder lidiar con esta situación, y todo va bien, pero las constantes presiones sociales y familiares van complicando las cosas, pero a la vez la van ayudando a darle un giro a su vida. Leona es dirigida por el joven Isaac Cherem, y protagonizada por los actores Naian González Norvind (hija de la actriz Nailea Norvid, hermana de Tessa Ia, y a quien vimos anteriormente en la cinta Todo el Mundo tiene a alguien menos yo) y Christian Vázquez, a quien ya conocemos por cintas como Oveja Negra y I Hate Love. Cherem, quien escribió el guión del filme junto con su actriz protagonista, se en experiencias personales pero quiso representarlas en un personaje femenino ya que considera que este tipo situaciones siempre será más difícil para una mujer que para aún hombre afrontarlas. Leona, si bien es una cinta sobre el convertirse en un adulto, posee también una ligera crítica no sólo a la comunidad judía, sino a cualquier institución religiosa o social que aún se resista a cambiar una ideología de hace cientos de años, que se niegue a aceptar los tiempos cambiantes. La película es un canto a la libertad que deja su mensaje muy claro: el simple hecho de amar ya es por sí mismo complicado como para preocuparse más si a tu círculo social-religioso le parece o no cómo vivas tu vida.
E
n la madrugada del 18 de noviembre de 1901, en la Ciudad de México, una redada policial se hizo presente en la calle de la Paz –ahora Ezequiel Montes–, y terminó con una fiesta donde 42 hombres de aristócratas familias bailaban entre sí. Entre los detenidos del evento que el periódico “El Hijo del Ahuizote” bautizó como «La aristocracia de Sodoma», presuntamente se encontraba Ignacio de la Torre y Mier, el yerno del entonces presidente Porfirio Díaz y esposo de su hija Amada. La presión del presidente –se dice, pues el hecho jamás pudo ser confirmado– hizo que se borrara de los reportes el nombre de su yerno y que el escándalo mediático fuera conocido entonces como “El baile de los 41”, título que ahora adopta el tercer largometraje del cineasta mexicano David Pablos para entregarnos una cinta que se mueve a contracorriente del cine comercial mexicano que abarrota las salas para continuar perpetuando impunemente los más ramplones estereotipos de etnias, clase, género, preferencias e identidades sexuales. Con “El baile de los 41”, estamos en efecto ante un cine industrializado, de entretenimiento más que uno completamente de autor –como sí lo habían sido sus filmes previos: “La Vida Después” (2013) y “Las Elegidas” (2015)–, pero eso en ningún momento vuelve a su propuesta condescendiente con el espectador ni lo trata como un imbécil al que todo hay que entregárselo empaquetado listo para el consumo. La propuesta de David Pablos se centra en la figura de Ignacio de la Torre –encarnado por un estupendo Alfonso Herrera que sigue consolidándose como un histrión serio– y su ambición política con la que pretende pasar de ser diputado a lanzarse como candidato para la gobernatura del Estado de México; y
por supuesto para ello se impulsará de su matrimonio con Amada (interpretada por una estupenda Mabel Cadena). Sin embargo, su secreta homosexualidad y su incipiente romance con Evaristo Rivas (a quien da vid Emiliano Zurita), así como su afiliación a un exclusivo club de gays en su mayoría de la clase aristócrata, se interpondrán en sus aspiraciones políticas e interferirán en su matrimonio cuando las personas den rienda suelta a los chismes de alcoba de la alta sociedad. Las consecuencias del verdadero episodio histórico fueron irreversibles: aunque la lista de los detenidos jamás se hizo pública, el tema de la homosexualidad y el travestismo se habló finalmente y por primera vez en la sociedad porfirista; aunque por supuesto el enfoque siembre fue el de la burla, los comentarios soeces y el señalamiento del flamígero dedo inquisidor del ultraconservadurismo por «faltas a la moral y a las buenas costumbres». Y es muy loable que la película “El baile de los 41” –casi 120 años después de los sucesos ocurridos en la colonia Tabacalera que fueron inmortalizados en la memoria colectiva por una prensa agresiva y las caricaturas de José Guadalupe Posada– busque no sólo visibilizar a la comunidad LGBT en la gran pantalla y humanizar a los personajes homosexuales sin ceñirse a la tradición de la burla y la caricatura. El punto fuerte de la película es la incuestionable calidad en su factura; su atractiva puesta en cámara –que es lograda por un sobresaliente diseño de arte y una cinefotografía limpia a cargo de Carolina Costa– consigue algunas secuencias evocadoras con sus atmósferas capturadas en postales de excelentes composiciones visuales en las que se subliman los deseos reprimidos que apenas pueden conseguirse en el semianonimato que permite la oscuridad de una restrictiva
moral. Sin embargo, la apabullante belleza del filme queda en un mero ornato para acompañar a una anécdota de amor prohibido de época; el guion firmado por Monika Revilla se queda en la superficie de un relato que, si bien afortunadamente no se regodea en el melodrama, tampoco sobrepasa los convencionalismos para indagar más profundo en la sistemática represión machista de la época que subyugaba tanto sobre hombres como a mujeres, consiguiendo que la historia no tenga los alcances necesarios para realmente incomodar y cuestionar las actitudes represoras de la época y que, desafortunadamente, muchas se han perpetuado hasta nuestros días. Aunque hay tomas que nos evocan al autor arriesgado en forma y fondo que conocimos con sus primeros largometrajes –por ejemplo esa secuencia que muestra a los miembros del exclusivo club gay con sus ropas aristócratas en imágenes que nos remiten a los bien conocidos retratos de época para intercalarlas con su trágico destino de humillaciones y castigos en público– y a que desliza con sensibilidad comentarios sobre las expectativas de la masculinidad y la importancia de los juegos de poder en las cúpulas de la aristocracia con ambiciones políticas, la película no consigue alcanzar todo su potencial. Aún así, con estas limitantes en su propuesta, “El Baile de los 41” hace historia en el cine patrio y se inscribe junto a otras cintas como “El lugar sin límites” (1978), de Arturo Ripstein, “Doña Herlinda y su Hijo” (1985) de Jaime Humberto Hermosillo, y “Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor” (2003), de Julián Hernandez, en la lista del cine nacional que, a contracorriente, busca exponer una sociedad que se mantiene corrupta, hipócrita y cruel, y a una minoría que sólo busca amor, respeto y aceptación.
H
ace cuatro años, la película “Estación Zombie: Tren a Busan” sorprendió gratamente a la crítica y al público con una experiencia apocalíptica sustentada en su particular visión de una pandemia zombie en un reducido espacio como los vagones de un tren con destino a la ciudad marcada en el título, y desde la perspectiva de un grupo de personajes finamente trazados y perfectamente identificables en sus personalidades detalladas por sus palabras y actos. Dirigida por el experimentado cineasta Yeon Sang-ho, la película posee el perfecto equilibrio entre los elementos del cine de horror y la crítica políticosocial, con las características del cine de entretenimiento de la más alta calidad y demostró que el cine de zombies, como sus numerosos antagonistas, se niegan a morir para demostrar que aún tienen mucho que ofrecer, convirtiéndose instantáneamente en un título de culto y en un clásico del cine contemporáneo gracias a su frenético ritmo y su discurso en contra de una sociedad cada vez más deshumanizada. Acompañando al descomunal éxito de “Estación Zombie: Tren a Busan”, se presentó en el mismo año la cinta “Seoul Station”, una historia animada escrita y dirigida por el mismo Yeon Sang-ho que funciona como un extenso prólogo a su alabado filme live-action. “Seoul Station" nos coloca justo en el punto de origen de la pandemia zombie: la estación central de Seúl, donde los indigentes se dan cita para pasar la noche, y donde precisamente uno de ellos comienza a
manifestar extraños síntomas que, ante la falta de atención médica, fallece en la calle, tan sólo para resucitar a los pocos minutos como un hambriento y violento ser que ataca a todos los que se cruzan en su camino. Mientras tanto, una chica busca refugio en dicha estación luego de haber terminado la relación con su novio, quien ha comenzado su búsqueda junto al desesperado padre de la chica. Al igual que en "Train to Busan", también dirigida por Yeon Sang-ho, esta precuela animada tomó todos los convencionalismos del género para utilizarlos a su favor y configurarse en torno a una crítica hacia la deshumanización y las injusticias sociales. Su arrolladora recaudación taquillera propició la producción de la secuela live action que hoy nos ocupa, “Estación Zombie 2: Península” llega con el mismo Yeon Sang-ho en la dirección, pero su propuesta toma derroteros opuestos a los explorados en la cinta original. Tiene unas secuencias de inicio extraordinarias al trasladar la acción de los vagones del tren a los camarotes y otros espacios reducidos de un navío militar donde la tripulación y los pasajeros/sobrevivientes de la pandemia en tierra se ven acorralados por un inesperado brote virulento que se propaga velozmente; sin embargo, el encanto dura poco y pronto la trama da un salto cuatro años al futuro. A partir de este punto, la trama se centra en un ex soldado que, junto con su yerno viudo y otros dos temerarios voluntarios, aceptan la misión de
recuperar un camión repleto de billetes verdes americanos que quedó varado en tierra de la península coreana que, por supuesto, está infestada de zombies. La misión falla estrepitosamente y los personajes son separados, bifurcando la trama y presentándonos a una serie personajes desencantados que deambulan entre subtramas absurdas que visitan todos los lugares comunes del cine de zombies y en general del cine apocalíptico. “Estación Zombie 2: Península” está lejos de la frescura y autenticidad que caracterizaron a su antecesora y la convirtieron en el fenómeno global que es. Haciendo la inevitable comparación con su predecesora, esta secuela queda muy lejos de ella, pues no consigue ni siquiera el nivel de calidad en su historia –que aquí parece querer emular a la saga “Resident Evil”, sobre todo en su última y desastrosa entrega–, ni tampoco logra aquel nivel de la conexión con el espectador que se generaba entre los entrañables personajes y sus situaciones personales en “Estación Zombie”, y ni siquiera hablemos de lo niveles técnicos, pues estos convierten a este capítulo en un catálogo de efectos visuales con una calidad bastante cuestionable. Es verdad que se trata de un producto que puede brindar entretenimiento y emoción pasajera, pero innegablemente carece de la atracción que posee su antecesora y de su capacidad de presentar de una manera fresca, original y auténtica una pandemia de muertos vivientes.
E
l nombre de Matteo Garrone destacó en el panorama internacional con la sensacional “Gomorra” (2008), filme ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes que, apostando por una estética más cercana al cine documental y con el respaldo de la investigación periodística contenida en los once capítulos el libro homónimo firmado por el joven periodista Roberto Saviano, propone un acercamiento a los capos napolitanos pero alejándose radicalmente del glamour y la seducción con que Hollywood envuelve a estas figuras criminales en su «cine de mafiosos». Entre droga, violencia, corrupción, y sobre todo, impunidad, cinco historias individuales –presentadas de manera intercalada en su narrativa caleidoscópica– tienen lugar en un barrio de Nápoles, y a través de ellas la película detalla el modus operandi y las costumbres de la «Camorra», aunque sin revelar tantos detalles sobre las identidades de los mafiosos que hicieron que Saviano terminara con protección las 24 horas del día tras ser sentenciado por la mafia napolitana al ver expuestos sus trapos sucios. Luego de explorar los terrenos de las fábulas oscuras con “El cuento de los cuentos” (2015), el director se inspira en el caso real ocurrido en 1988 –el de Pietro De Nigri, que pasó 16 años en prisión– para regresar a la violencia y la sordidez urbana, pero lo hace jugando también con los códigos de la comedia absurda. Marcello (Marcello Fonte), el apocado y compasivo dueño de una estética canina en un barrio napolitano y padre amoroso de una adorable pequeña de 9 años con la que asiste a concursos de belleza canina y a expediciones de buceo. Pero la figura de padre ejemplar contrasta con su amistad con Simone (Edoardo Pesce), un violento pandillero con un pasado pugilístico que tiene aterrado al barrio y con el que
comparte la afición a la cocaína –la cual también distribuye al menudeo– y los picarescos ambientes nocturnos, y al cual ayuda a cometer atracos menores. Tras un golpe criminal en el barrio perpetrado por Simone, Marcello termina en la prisión por proteger a su amigo y se gana el repudio de los comerciantes del barrio; pero a su salida, el único camino que le queda para recuperar el honor, el respeto y cariño de la gente del barrio es el de la venganza. Si bien ahora propone un tono cómico-dramático, el guion firmado por Garronne junto a Ugo Chito, Massimo Gaudioso y Maurizio Braucci, consigue que de forma orgánica se conjugue la exageración caricaturesca del personaje de Marcello con la violencia criminal ya retratada en sus filmes anteriores y a través de esta mezcla explora las inquietudes recurrentes del cineasta como la amistad en medio de l violencia. Como una suerte de mezcla entre la ya mencionada “Gomorra” y “El Taxidermista” (2002), la nueva película de Garrone marca también el regreso del director a una serie de retratos sociales en los que priman los los conflictos humanos, los dilemas éticos y morales a través de las hamponas aventuras de Marcello –con una impecable interpretación de Fonte merecidamente reconocido como mejor actor en Cannes 2018–, convertido en una suerte de antihéroe que comparte destino con varios de los personajes más patéticos pero a la vez entrañables del gran Álex de la Iglesia –el plano final, de gran desolación moral y emocional, recuerda a “El Día de la Bestia” y a “Crimen Ferpecto”. La elegante, audaz, amarga y tragicómica parábola moral del salvajismo social que representa “Dogman”, es el gran retorno de Garrone a su cine más personal, un efectivo thriller construido con una ejemplar manejo del suspenso y ejecutado con el talento autoral que caracteriza al director romano.
A
partir del breve relato homónimo escrito por el veracruzano Jorge López Páez, el cineasta Jaime Humberto Hermosillo dio forma a un legendario filme dentro del cine nacional. Y es que aunque las tensiones homoeróticas ya habían estado presentes en títulos previos de su filmografía –como El Cumpleaños del Perro (1974) y Las apariencias engañan (1978)– es en Doña Herlinda y su hijo donde se exhibe abiertamente la relación afectivo-sexual de una pareja de hombres en la machista y heteronormada sociedad tapatía de mediados de los años 80. La historia tiene como personajes centrales a Rodolfo y Ramón. El primero es un médico soltero que vive con su madre –la Doña Herlinda del título– y sostiene un romance secreto con el segundo, un joven estudiante de música en el Conservatorio. La madre de Rodolfo, aunque acepta silenciosamente el romance de su hijo con el guapo músico, comienza a presionarlo cada vez más para que siente cabeza con una mujer y le dé los nietos que siempre ha deseado; y ante la renuencia de su hijo, ella se empeña en comprometerlo con Olga, una chica feminista que trabaja en Amnistía Internacional. Ro-
dolfo acepta el compromiso pero ocultándoselo a Ramón, quien tras descubrir el secreto se hunde en una profunda depresión hasta que Doña Herlinda le propone una solución para que absolutamente todos puedan vivir juntos y felices. Y es que aunque parece que al final todos obtienen lo que quieren –Rodolfo y Ramón pueden continuar su relación viviendo juntos en casa de Doña Herlinda, quien finalmente puede presumir socialmente a su familia perfecta; mientras que Olga, quien en realidad está más enfocada en su futuro profesional, no puede negar las oportunidades que un “matrimonio bien” le puede brindar–, la realidad es que Doña Herlinda y su hijo es un estudio antropológico de una sociedad hermética ante los asuntos de diversidad sexual, donde todo aquello que se coloque fuera de la heteronorma se ve absolutamente marginado y sólo puede ser obtenido en secreto y manteniendo las apariencias para no molestar la mentalidad retrógrada imperante de la época que se ve reforzada por la ultraconservadora presión religiosa y que guía hacia la internalización de actitudes machistas y misóginas incluso dentro de la comunidad LGBT.
E
l gran James Caan encarna al reconocido escritor Paul Sheldon que, durante sus vacaciones en las montañas, sufre un accidente automovilístico en el que seguramente hubiera perdido la vida de no ser porque 'afortunadamente' –en unos momentos notarán el sarcasmo– es rescatado por una solitaria mujer que vive cerca del lugar del incidente. Annie Wilkes, a quien da vida la fenomenal Kathy Bates, es la mujer lo rescata y traslada hasta su cabaña para cuidar de él mientras se recupera de las graves heridas en sus piernas. Las cosas comienzan a ponerse muy turbias cuando la mujer se declara admiradora del autor y en especial de la serie literaria protagonizada por Misery, una heroína de la cual se considera su más fiel seguidora; sin embargo, la gran emoción inicial por tener en casa a su admirado escritor deviene en enfermiza obsesión cuando no le gusta el
trágico final que el autor ha planeado para el último libro de la saga y que recién ha salido a la venta, amenazando con matarlo si no escribe una historia que altere el destino de la protagonista como ella lo desea. Reiner vio al proyecto como un reto, pues había desarrollado su carrera casi por completo en comedias románticas, y aunque ya había adaptado otro relato de Stephen King –Stand by me–, no poseía las características con las que se identifica al escritor. Misery, en cambio, es un verdadero cuento de terror; es además una magistral lección de cine de suspenso. La fenomenal interpretación de Bates como una mujer que puede ser completamente adorable y en un instante transformarse en una brutal psicópata, resultó un pieza esencial para que la película funcionara; su sobresaliente desempeño fue reconocido con el premio Oscar como Mejor Actriz.
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a realizadora iraní Marjane Satrapi adapta al cine su propia serie de novelas gráficas (editada en cuatro tomos entre los años 2000 y 2003) de carácter autobiográfico en la que retrata la represión que vivió durante su infancia/adolescencia cuando su país se encontraba bajo el régimen de Shah y su posterior paso a la república del Ayatola. En el primer tomo, Marjane nos transporta hasta 1979 para compartirnos su infancia junto con su familia de ideología liberal en el régimen dictatorial del Shah y la revolución islámica que guió hacia el periodo de transición y creó un nuevo régimen islámico. En el segundo libro nos relata su supervivencia durante en el régimen opresor que perseguía a sus opositores y en la guerra de su país con Irak. El tercer número es dedicado a sus experiencias en Viena, a donde fue enviada por sus padres para ponerla a salvo de la guerra y que continuara por sus estudios. El último libro describe su regreso a Irán donde la guerra ha terminado pero la represión del régimen se mantiene con fuerza. La película, que co dirige junto al ilustrador Vincent Paronnaud y que condensa en sólo 95 minutos la historia contenida en los cuatro volúmenes im-
presos, mantiene la estética sencilla y monocromática del original en papel que brinda mayor dramatismo a la dura represión que se vivió en Irán cuando el régimen Ayatola llegó al poder y a la agridulce juventud de Marji durante su estadía en Viena donde continúo con sus estudios entre crisis de identidad, desencantos amorosos y el rechazo y discriminación por provenir de un "país de barbarie"; en otras palabras, la cinta es una tesis que presenta a la intolerancia y la discriminación como características inherentes al ser humano, sin importar razas o credos. El estilo artesanal monocromático la distancian de las propuestas comerciales, mientras que la honestidad y sensibilidad con la que construye el universo femenino de tres generaciones –Marji, su madre y su abuela– y presenta una revisión histórica de Irán desde la experiencia personal con marcada conciencia social de Satrapi a través de una encomiable mezcla de humor y dramatismo hacen de Persepolis una historia poderosamente humana y una de las 30 obras fílmicas esenciales de lo que llevamos del siglo XXI y que logró una nominación a los premios Oscar como Mejor Película Animada y obtuvo el premio del Jurado en el Festival de Cannes.
A
partir de una anécdota que le compartieron sobre una pequeña población costera donde cada Navidad un Santa Claus muy peculiar surcaba el cielo en colorido paracaídas para lanzar bolsas con dulces a los niños, el director Bruno Santamaría –quien ya nos había obsequiado el íntimo y personal ejercicio llamado “Margarita” (2016) sobre el destino de una ex actriz del cine nacional ahora olvidada por el público y que deambula por las calles de la Colonia del Valle– se interesó en la historia de El Roblito para llevarlo a la pantalla a través de “Cosas que no hacemos”, su segundo trabajo documental con el que nos transporta hasta esta pequeña comunidad rodeada de manglares localizada en la costa del Pacífico en los límites de Sinaloa y Nayarit, donde como si se tratase de una suerte de País de Nunca Jamás bordeado por territorios dominados por el crimen organizado, los Niños Perdidos juegan con sorprendente calma en las calles, campos y lagos mientras los adultos abandonan el pueblo para trabajar. Aunque El Roblito está localizada en un territorio dominado por el crimen organizado, la violencia en el lugar es mínima y responde a tensiones y pleitos aislados entre civiles, no entre carteles. Los factores que golpean a la población son la escasez de agua y la explotación laboral; pero el objetivo documental no es sobre la violencia, sino que nace de la necesidad de reflexionar sobre el proceso de maduración, y en este caso en
particular, sobre cómo los niños y adolescentes hacen frente a este inevitable rito de paso en una comunidad remota. En el documental, como en la vida cotidiana de El Roblito, hay poco espacio para los adultos; el espacio casi en su totalidad pertenece a los lúdicos juegos infantiles y al autodescubrimiento adolescente donde destaca Arturo –aunque todos le llaman Ñoño–, un chico asumido como gay frente a sí mismo y su familia, pero que aun guarda el secreto de su mayor sueño: maquillarse y vestirse de mujer. De la misma forma en que “Margarita” se convirtió en un trabajo personal para el realizador por la relación de amistad que sostuvo con la protagonista más allá de ser el objeto de su estudio, el documental “Cosas que no hacemos” es un filme personal que le sirvió como catarsis para la aceptación de su homosexualidad llevándolo a la salida del clóset con sus padres. Pero más allá de ser un ejercicio de reconocimiento y aceptación personal –y de contar con un nivel de producción de primer nivel gracias a la participación de Tomás Barreiro en la composición musical y Zita Erffa como sonidista– “Cosas que no hacemos” es un documento cinematográfico que encuentra su mayor virtud en la historia de emancipación de Ñoño con una de las frases más hermosas que puede escuchar un hijo, pues proviene de un padre que incita y refuerza su espíritu de libertad: “Si es tu sueño, pues realízalo”.
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a directora francesa Céline Sciama se traslada a los dramas de época para continuar con sus estudios sobre la feminidad, base principal sobre la que se sostienen sus primeros tres largometrajes: Naissance des pieuvres (2007); Tomboy (2011) y Bande de filles (2014). En Portrait de la Jeune Fille en feu, nos transporta a finales del siglo XVIII para acompañar a Marianne (Noémie Merlant), una talentosa pintora que es contratada por una Condesa (Valeria Golino) para viajar a una pequeña isla de la bretaña francesa con el fin de elaborar el retrato de bodas de su hija Héloïse (Adèle Haenel), una joven a la que han traído de regreso del convento en el que se encontraba para que cumpla con el destino de su hermana recién fallecida: unirse en un matrimonio por conveniencia con su prometido italiano. Habiéndose Héloïse negado a posar para todos los artistas que ha contratado su madre para pintar el retrato, Marianne no revela su verdadera tarea y debe cazar furtivamente las expresiones de la enigmática prometida para descifrarla como si de un acertijo se tratase y plasmar de memoria en el lienzo los trazos y colores con los que capturará perpetuamente su esencia; sin embargo, la convivencia entre ambas va auspiciando una cercanía cada vez más íntima hasta que deviene en un intenso romance. Aunque con no pocas semejanzas con Call me by your name (2017) –su
inicio anecdótico que da pie a una tormenta emocional, el escenario campestre, el/la visitante que llega a una gran casa contratado/a por el padre/la madre, el intenso pero fugaz romance sumergido en el mundo del arte, el miedo que termina por provocar la pérdida de tiempo valioso y retrasa la confesión de sentimientos que a su vez demora el inicio de la relación, el inevitable desenlace y por supuesto la temida incertidumbre ante el futuro–, Sciamma supera el trabajo de Guadagnino al explorar más en el crecimiento personal de las protagonistas ante este breve pero incandescente romance y además funciona como retrato histórico-social. Con el trágico mito de Orfeo y Eurídice –narrado en la pantalla por Marienne a Héloïse– funcionando como alegoría de este amor, Sciamma ofrece un sensual retrato de lo femenino principalmente a través de las pareja protagónica, aunque ocasionalmente también lo hace mediante la sirvienta Sophie (Luàna Bajrami) y la Condesa. Necesario es aquí subrayar la impecable labor histriónica de la dupla Merlant-Haenel, pues tanto juntas como en solitario ofrecen interpretaciones inmejorables y que llegan a un clímax en su última escena juntas y en la fenomenal secuencia final con una hipnotizante Haenel en uno de los mejores planos de la década. Entretejiendo una serie de anécdotas, la directora captura no solo la esencia de la feminidad sino de toda
una sociedad y una época en la que dominaba la culpa y la represión por sobre la razón. La búsqueda de libertad –o por lo menos pequeños trozos de ella– en el dominio patriarcal de la Francia de 1770, es capturada en este sublime y sensual ejercicio de estilo presentado como un extenso flashback –Marienne, como profesora de pintura, rememora su romance con Héloïse cuando una de sus alumnas saca del almacén del taller el cuadro que bautiza al filme. La directora francesa demuestra un dominio formal sofisticado, especialmente cuando se apoya en la fotografía de Claire Mathon cuyas postales sacan el mayor provecho del extraordinario diseño de arte y evocan a otros clásicos de época como La Edad de la inocencia (1993) y particularmente Barry Lyndon (1975) por el uso exclusivo de velas como iluminación en ambientes cerrados, y gracias a su notable conocimiento del lenguaje cinematográfico consigue evadir los clichés y plagar al filme de símbolos de ese imbatible fuego interno que se aviva con las ansias de emancipación del subyugante mundo masculino. Retrato de una Mujer en llamas es un nostálgico relato de (auto) descubrimiento y amor lésbico de incandescente belleza estética y magistral contención emocional con el que su directora refrenda su compromiso personal con la representación y visibilización de la mirada femenina en el cine internacional.
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e pese a quien le pese, Christopher Nolan es uno de los grandes de la industria hollywoodense hoy en día. En sus ya once largometrajes ha construido una coherencia estilística y narrativa entre todos ellos, y ha ido depurando cada vez más su estilo con una impronta que se ha vuelto inconfundible particularmente por su autenticidad y en ocasiones incluso también por su originalidad; y esto va más allá de explorar distintos géneros como la ciencia ficción y los thrillers, pasando además por el cine de superhéroes en donde elaboró una de las mejores películas de este tan popular subgénero. Luego de su muy ambicioso blockbuster bélico en el que exploró el desastroso episodio histórico conocido como «El Milagro de Dunkerque» a través de una estructura fragmentada que jugaba con el transcurrir del tiempo, el director británico regresa a la ciencia ficción con el que quizá sea su más ambicioso y arriesgado proyecto hasta la fecha: “Tenet”, cuya trama sigue los pasos de un espía anónimo de la CIA que, luego de frustrar un golpe terrorista durante un concierto de ópera, es reclutado por la organización que dan nombre a la película, y que tiene la misión de prevenir la futura tercera guerra mundial, de la cual se cree que han sido encontrados vestigios en el presente a través de una tecnología que e capaz de invertir la entropía tanto en objetos como en personas. Así es como da inicio este juego de espías que refrescan el género combinando elementos de los thrillers contemporáneos como el de los filmes de James Bond encarnado por Daniel Craig, o el de las misiones del Jason Bourne de Matt Damon, pero añadiendo elementos de ciencia ficción y física cuántica entre los planes del villano en turno que toma la identidad del millonario ruso Andrei Sator, encarnado por el actor Kenneth Branagh, con quien Nolan vuelve a trabajar luego de su colaboración en “Dunkerque”. Robert Pattinson y Elizabeth Debicki completan el reparto como Neil y Kat, respectivamente, el primero es otro agente espía al que recurre el protagonista para llevar a cabo su misión, mientras que ella da vida a la esposa casi rehén del magnate antagonista. Christopher Nolan es un cineasta hábil que sabe conjugar el entretenimiento para las masas con una demanda y desafío intelectual para el espectador que es muy poco común en el cine industrializado; sin embargo, y pese a que aquí se repite esta tendencia, en este caso en particular el guion de la película es su talón de Aquiles. Y es que sin importarle la exactitud científica –algo que para nada es algo malo por si sólo–, el director se empeña en sobreexplicar las cosas bajo la lógica de su película con el aparente afán de hacer parecer mucho más complejo lo que ya guarda una complejidad inherente.
“No intentes comprenderlo”, le dice una científica rusa (interpretada por Clémence Poécy), al protagonista de “Tenet”, encarnado por John David Washington; sin embargo, este consejo que hace el mismo Nolan a la audiencia a través de la científica Barbara, no lo toma en consideración para él mismo y presenta, durante toda la película, una serie de diálogos redundantes que explican una y otra vez los conceptos, las posibilidades, los efectos y las consecuencias de la inversión de la entropía no sólo en la historia de la humanidad sino a nivel físico personal, y esto sólo hace que el desconcierto en el espectador sea aún mayor. Otro punto débil es la creación de sus personajes, pues ninguno de ellos resulta interesante por su falta de matices, pese a que los actores se entregan completamente; desde el virtuoso héroe intachable hasta el despreciable villano caricaturesco, todos toman decisiones de forma arbitraria que sólo funcionan para la lógica de la película y para que la trama llegue a los puntos que, a conveniencia, debe alcanzar durante el trayecto hacia su desenlace. Tan sólo por detrás de “Dunkerque”, estamos aquí frente al trabajo más simplista y elemental de Nolan en cuanto a desarrollo de personajes. No obstante estas fallas, que resultarán graves en mayor o menor medida dependiendo de cada espectador y lo que sea que busque en la película, no consiguen que su propuesta pierda ni un ápice de su capacidad de entretenimiento, pues sus dos horas y media de duración no se sienten pasar gracias a su habilidad para envolvernos en una experiencia de acción trepidante e intriga. Con el despliegue técnico más grande y complejo de su carrera que se refleja en la impecable elaboración de secuencias donde los tiempos fluyen hacia distintas direcciones al mismo tiempo –sobresaliendo la impresionante secuencia final con una batalla en el desierto–, Nolan consigue un filme bajo un estilo visual que resulta más sofisticado que nunca, un logro alcanzado con el apoyo en la fotografía de Hoyte van Hoytema y la extraordinaria música de Ludwig Göransson. Además, es justo señalar esa libertad argumental y narrativa que consigue ser equiparable a la de autores literarios como James Joyce o Marcel Proust, y con la cual lleva a su protagonista a una odisea personal equiparable a la del Ulises de Homero, a aventurarse en un viaje que, aunque navegará y se extraviará durante su travesía a través del tiempo y el espacio, alcanzará su ineludible destino.
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ener una cámara en las manos aumenta las posibilidades de recrear una realidad y hacer que esta permanezca a través del tiempo, para apreciarla una y otra vez, en busca de fortalecer la imagen en la mente o simplemente volver a vivir ese momento en específico. Para un director de cine como Carlos Reygadas, esta es la razón de ser de su cine de contemplación. El filme Post Tenebras Lux, aporta imágenes que pueden producir desesperación, cansancio, enfado…pero también algunas que hablan de esperanza, de emoción desbordada y en algunos casos de simple complicidad. El discurso, sin embargo, no es fácil, pues resulta como tratar de conectarse a una mente cuyos varios pensamientos se sobreponen o contraponen o simplemente exponen lo que va surgiendo, sin un orden lógico, pero sí con el entendimiento de quien los emula: es como hacer visual esa imagen acústica de los pensamientos que arbitrariamente llegan a converger en un momento, sin puntuación ni jerarquía. Ya lo hacía José Saramago en sus historias, ya lo expresa también Arturo Pérez-Reverte en sus novelas, sólo faltaba alguien que no quisiera ser propiamente explicativo sino más bien demostrativo visualmente en el cine, sin un relato coherente y mucho menos literario. Curiosamente y a pesar de su título, primero se aprecia un atardecer, bueno, un obscurecer que pareciera una contradicción de su título: en lugar de avanzar en la historia, pareciera que se estanca en ese momento, lentamente, con algo de temor quizás, pero de igual forma no pareciera que deseara avanzar hacia la luz. Como un velado telegrama para el público apto sólo para películas de acción o menos pensante. Pareciera que ofrece una trama familiar, su contexto, sus altibajos y hasta sus miedos u oscuros episodios que permanecen en la memoria y salen a relucir cuando el estrés de otros pensamientos exalta los nervios. A pesar de la calma enfáticamente contempla-
tiva de las escenas, las situaciones expresadas son fuertes, descaradas, descabelladas al punto en que identificamos claramente malas intenciones, frustraciones y hasta un asesinato, un suicidio e incluso a ese demonio que se mete en la habitación de cualquier pareja, en algún punto de su matrimonio, con todo y caja de herramientas. El uso de una lente que reverbera la imagen en los extremos de la toma, de pronto dimensiona la historia en otro lugar, en una realidad distante cuando está tan cerca (por lo menos de los provincianos) pero no es notoria: el talamontes, las historias del círculo de autoayuda masculino, los peones, los caciques, la relación entre ellos como parte de una comunidad y con alguien que busca adaptarse pero simplemente lo único en común que encuentra es el lugar donde está situada la casa. Convergencia de personalidades que en otra historia veríamos como posibles criminales, abusivos o de plano gente nada grata para convivir. Y todos hemos tenido acercamiento alguna vez con personas que fácilmente se confundirían con gente mala…cada quien habla de la feria como le va en ella. El uso de niños en las películas dramáticas siempre busca un efecto conciliador con la naturaleza humana, de modo que Post Tenebras Lux, sin tener esta clasificación bien aprovecha la inserción de la pareja de pequeños, hijos reales de Reygadas, para enfatizar emociones, para encausar esfuerzos, para justificar acciones. De cualquier modo resultan el toque de ternura en la historia, pues incluso el equipo de rugby que se prepara en los vestidores y luego se muestra motivándose en el campo, tiene la verdad velada de la lucha por el bien que todos, en algún momento, intentamos: no dejar que otros vean nuestro miedo y aprovechar esa fortaleza contra quienes buscan nuestro mal. La imagen del cabrío rojo, animación que bien nos recuerda al diablo de Alex de la Iglesia (El Día de la Bes-tia, 1995), resulta un elemento inesperado luego de la franqueza presentada (que
no pareciera historia ficticia sino completamente salida del vecino o el primo del amigo de la novia), un juego mental que hace pensar si efectivamente aquello que mueve nuestros pasos es el bien o es el mal y en qué dimensión. De igual modo, el hecho de que el electricista-amigo-ladrón-talamontesasesino se arrancase la cabeza, toma por sorpresa a los espectadores. Luego de todo lo sucedido a este personaje secundario, es una salida poco honorable o estética, pero no es algo impensable, sobre todo en las personas cuyas crisis existenciales buscan ese tipo de soluciones, poco creativas pero efectivas. Ahora bien, la desnudez apacible en la que seguramente se cree es una vorágine de pasión, como lo es el interior de un baño francés, más allá de mostrar un lado pervertido, muestra la resolución de quienes no se limitan a cierta convención sexual, sino a la desinhibida complejidad del ser humano con respecto a sus relaciones y su búsqueda de ir más allá de lo conocido o superado. No se puede hablar de una pureza del desnudo, pero la iluminación indica que no busca el morbo, sino su natural aceptación. En fin que el propio Reygadas no quiere una interpretación de sus imágenes a lo largo de esta hora y media de proyección, sino que haya algo memorable de su mosaico mental en los espectadores. A mí me queda claro que “el orden de los factores no altera el producto” y que si buscas la luz después de la obscuridad, no significa que sea un proceso lineal, sino como las nubes de las tormentas, a veces se posan en una zona, a los pocos minutos se alejan y pueden volver a cerrarse sobre el mismo lugar, sin dejar caer gota. Reygadas lo hace manifiesto en aquella feliz mañana familiar, arruinada por una perrita desobediente, pero sobre todo, con un segundo grupo familiar disfrutando de la playa, observando el sol y mostrándose serenos ante el espectáculo. El reto es alcanzar a ver la luz.
E
ste diálogo aparentemente sencillo corresponde al primer encuentro telefónico entre el poderoso líder sindicalista Jimmy Hoffa y el matón de la mafia Frank 'El Irlandés' Sheeran. Sin embargo, es sólo hasta desentrañar su significado que podemos comprender la verdadera magnitud de estas palabras. «Pintar casas» es el eufemismo para referirse a «asesinar»; la pintura es la sangre salpicada en la pared luego de dispararle a la víctima en turno. El «trabajo de carpintería» es la referencia a la desaparición del cuerpo y de las evidencias del crimen. Así fue como se selló el pacto de trabajo y camaradería entre Sheeran y Hoffa, pero que inesperadamente terminaría en traición bajo las órdenes del poderoso capo de la mafia Russell Buffalino; esto de acuerdo a lo contenido en el libro de investigación Jimmy Hoffa: Caso Cerrado de Charles Brandt –cuyo título original en inglés es precisamente I heard you paint houses, es decir, Escuché que pintas casas– en el que se basa la película El Irlandés de Martin Scorsese. El maestro neoyorquino regresa al cine de mafiosos que él mismo ayudó a construir –y escribir sus reglas– durante las primeras décadas de su carrera y lo hace con una cinta que, además de convertirse en otra piedra angular para el género, supone también un punto de inflexión en su filmografía; y es que a diferencia del libro –en el que el autor busca arrojar luz al panorama general de las evidencias y desentrañar la desaparición del líder del sindicato de camioneros– la película coloca como personaje central a Frank Sheeran, y a partir de él elabora en un estudio sobre el paso del tiempo, la memoria, la soledad, el poder y el legado. A partir del guion adaptado por Steve Zaillian, y con el apoyo del mexicano
Rodrigo Prieto en la fotografía, su colaboradora de cabecera Thelma Schoonmaker en la edición y Robbie Robertson como encargado de la composición sonora, el director recrea en pantalla las cinco décadas de vida criminal de Frank 'El Irlandés' Sheeran (interpretado en todas sus etapas Robert De Niro con ayuda de una técnica de rejuvenecimiento digital), un matón que trabajó para el capo de la mafia de Filadelfia, Russell Buffalino (un Joe Pesci excepcional), y explora su vínculo con la desaparición de Jimmy Hoffa (Al Pacino en su primera colaboración con Scorsese). Desprovista de toda romantización por el mundo criminal, el filme deconstruye el género y juega con sus códigos para exponer la sensibilidad humana de estos personajes, particularmente diseccionando a Frank Sheeran al verse enfrentado no sólo a dilemas éticos que lo llevan a traicionar a figuras que quería, admiraba y respetaba, sino también a encarar la profunda decepción moral que le ha causado a su hija mayor cuando ésta, desde pequeña, intuía el verdadero oficio de su padre. Cuando tu vida criminal se ha encargado de alejar a todos aquellos a quienes amas, ¿cuál es entonces el verdadero sentido de hacerse de un legado construido sobre la violencia y la sangre? No es casualidad que la película explore cinco décadas en la vida de su protagonista, las mismas décadas que lleva en actividad su artífice; cargada de auto referencias, es una obra doblemente crepuscular en tanto que Scorsese hace uso de ella para reflexionar sobre su propia vida y obra a sus 77 años de edad. El Irlandés es además una carta de despedida de un género y un testamento fílmico de uno de los maestros más grandes del mundo del celuloide.
V
arios años como locutor de radio comenzando en 1984 en la estación WFM-, el mediometraje para la televisión Detrás del Dinero -rodado en 1995 y protagonizado, ni más ni menos, que por Miguel Bosé- y una innumerable cantidad de comerciales -fruto de desarrollarse en el mundo de la publicidad por ocho años-, era el respaldo que tenía Alejandro González Iñárritu cuando presentó su ópera prima: Amores Perros (2000). El filme, galardonado en la Semana de la Crítica dentro del marco del Festival de Cine de Cannes en el año 2000, rompió paradigmas dentro del cine nacional, era algo nunca visto en el cine mexicano, tenía una narrativa compleja, fragmentada, alternaba secuencias de las tres historias que se atrevían a converger con inusitada frecuencia durante sus 154 minutos -metraje tan poco común para nuestro cine-, una suerte de narrativa que indudablemente bebía de influencias cinematográficas internacionales como Vidas Cruzadas (Short Cuts; 1993) de Robert Altman y Tiempos Violentos (Pulp Fiction; 1994) de Quentin Tarantino, y que se apoyaba en la sofisticada fotografía de Rodrigo Prieto, aunque sin perder por ningún instante la sordidez necesaria para la historia, era un relato sobre el dolor y la culpa en la sociedad mexicana del nuevo milenio, era cine cosmopolita. Una aparatosa colisión es el punto de partida de la historia -escrita por Guillermo Arriaga- que entreteje las vidas de Octavio (Gael García), Valeria (Goya Toledo) y el Chivo (Emilio Echevarría). El primero es un entrenador de perros de pelea que se ha enamorado de una mujer prohibida, Susana (Vanessa Bauche), la esposa de su hermano Ramiro (Marco Pérez); entre Octavio y su cuñada surge una relación pasional que terminará en traición: planear la huida juntos con el dinero que obtendrán pelando a su perro El Cofi. Valeria es una modelo exitosa que se ha mudado con Daniel (Álvaro Guerrero), un hombre que ha abandonado a su esposa y sus hijas para iniciar una vida a su lado, pero un accidente y el aferrarse a rescatar a su pequeño perrito Richi -que ha quedado atrapado bajo el parquet de su departamento-, hacen que las cosas cambien de manera definitiva en sus vidas. Fi-
nalmente, el Chivo, es un ex guerrillero ahora pordiosero- alejado por propia voluntad de su hija -quien no lo conoce-, y que busca un poco de redención recogiendo perros de la calle para albergarlos, alimentarlos y protegerlos en su casa, aunque es preciso señalar que también es asesino a sueldo, pues el último de sus 'trabajos por encargo', así como la recuperación del último perro que rescató de las calles -el 'Negro'- y que se ha convertido en su único y más leal compañero, le permite regresar a la luz... en más de un sentido. La gran efectividad de la 'universalidad' que finalmente adopta el relato de Amores Perros se debió también -y en gran medida- al estupendo y contenido guión de Guillermo Arriaga, su -entonces- recurrente guionista con el que, al cabo de unos años -y antes de su escandalosa ruptura laboral-, lograría conformar una triada de cintas a las que se les denominaría como 'la trilogía de la muerte', complementada por las cintas 21 Gramos (21 Grams; 2003) y Babel (Babel; 2006), dos películas de carácter internacional que jamás hubieran podido realizarse sin el precedente que estableció Amores Perros, una cinta ambiciosa, con grandes aspiraciones, rodada con una asombrosa seguridad por parte del entonces novato Iñárritu, el mexicano que irrumpió en la industria con el pie derecho, con una historia sobre las decisiones, sus consecuencias y la posibilidad de alguna redención, sobre aceptar el dolor y asumirlo como un aprendizaje; es un filme que retrata esos momentos en los que nuestra naturaleza -tan salvajemente humana al final de cuentas- termina por superarnos, por devorarnos, y acaba imponiéndose ante nuestros propios planes... porque no es a Dios al que hacemos reír cuando contamos nuestros planes, es nuestra propia naturaleza la que ya tiene planes para nosotros. La traición, el deseo, la ambición, la venganza, la redención, el egoísmo, las pérdidas, el éxito, la belleza, el desencanto y la desesperanza, son sólo algunos de los tópicos de los que hace eco la ópera prima de Iñárritu, una cinta a la que vale la pena recurrir de vez en cuando para descubrir cuáles son nuestros amores perros.
R
esulta increíble lo que sentí al ver este film, y para ser sincero, esta es la primer película del reconocido director que yo veo. La cinta está basada en el libro de Georges Bernanos, que retrata la desgraciada vida de una niña, en este caso Mouchette una adolescente de aproximados 13 años. Para comenzar el film, el director muestra una secuencia que resume todo lo que la niña padecerá tras la muerte de su madre, y de forma inmediata, vemos a los adultos involucrados en el inicio del fin de la vida de esta niña. Mouchette tiene que cargar en sus hombros tareas que son inimaginables e indeseables para cualquier niña de sus edad, cuidar a su hermano casi recién nacido, cuidar en todo a su convaleciente madre y tener que soportar los malos tratos de su alcohólico padre. Con esos problemas en mente y tener que sufrirlos día tras día, el carácter de la niña se torna difícil y muy rudo hacia sus compañeras de escuela y el resto de la gente del pueblo -no se molesta en insultar desde quienes la fastidian hasta quienes le ofrecen ayuda-; podría decirse que todo su odio, rencor e ira se ve descargado con sus semejantes. Un día decide no irse directo a su casa tras terminar la escuela, lo que resulta en una noche donde la 'inocencia' de Mouchette se verá alterada y definitivamente perdida. El trabajo de Bresson al llevar esta obra a la pantalla, se puede calificar de magistral, siguiendo con el ya clásico estilo del cine francés, al mostrar lo desgarrador que puede ser la vida de un ser inocente (niños y adolescentes), y enfrentarse a las adversidades (duras pero reales) de la vida, una vida donde los padres (guías nuestros) no pueden o no muestran el afecto y atención debidos; todo lo anterior llevado con un excelente respeto y creo yo, con una habilidad tremenda por este director. Su dirección, acompañada de la muy bien realizada fotografía hacen de Mouchette otro gran clásico del cine mundial digno de aplaudirse, respetarse y reconocerse como lo que es, un clásico total. No puedo terminar sin antes mencionar el gran trabajo de la joven que encarna a Mouchette, sin duda ella logra transmitir ese 'algo' que hace que uno como espectador se sienta desgarrado y con mucho dolor o tristeza. ¡GRAN PELÍCULA!