CELULOIDE DIGITAL - ESPECIAL FICM2015

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omo cada año desde 2003, la capital michoacana volvió a ser el punto de encuentro de cinéfilos, directores, productores, actores, actrices, críticos, y todos aquellos inmersos en el actual universo celuloidal, y ni siquiera el cabalístico número de esta edición -relacionado con la mala suerte-, ni la repentina cancelación de la visita de Guillermo del Toro por conflictos de agenda para presentar su más reciente obra -La Cumbre Escarlata, película de apertura-, ni la llegada del huracán Patricia -presuntamente el más violento en la historia de las costas mexicanas que súbitamente bajó de categoría hasta degradarse como tormenta tropical- pudo opacar el brillo de una edición más del mejor festival de cine de México. Con programas de mano arrugados y con las proyecciones elegidas marcadas con plumas o marcadores, el público nuevamente se acercó a las distintas sedes céntricas del festival para una sobredosis de cine durante diez jornadas, y de paso tener la oportunidad de intercambiar palabras con algunos de los invitados de honor como Tim Roth, Isabelle Huppert o Peter Greenaway, para pedirles un autógrafo, una foto o compartir una charla en las master class que estas celebridades ofrecieron este año. Como es costumbre, la formidable curaduría que caracteriza al FICM gracias al convenio que tiene con el Festival de Cannes, permitió a la comunidad cinéfila la oportunidad de ver el cine de la Semana de la Crítica -Mediterranea de Jonas Carpignano, Paulina de Santiago Mitre, Sleeping Giant de Andrew Cividino, Krisha de Trey Edward Schults, Dégradé de Tarzan Abunasser y Arab Abunasser, entre varias más-, y gracias a la asociación con la Filmoteca UNAM, la Cineteca Nacional y Fundación Televisa, pudo realizarse el Ciclo de Cine Gótico Mexicano que proyectó clásicos imprescindibles nacionales como El Vampiro (1957, Fernando Méndez), El misterio del rostro pálido (1935, Juan Bustillo Oro), Drácula (1931, George Melford), El esqueleto de la señora Morales (1959, Rogelio A. González) y Cronos (1993, Guillermo del Toro). Con el apoyo del British Council se llevó a cabo el Ciclo UK-MX en el que el programa especial de cine de ciencia ficción británica permitió ver en pantalla grande -como debe serclásicos del género como 2001: Odisea del espacio (1968, Stanley Kubrick) y Blade Runner: el corte final (1982-2007, Ridley Scott).


Y por supuesto, los estrenos nacionales e internacionales nos dieron la oportunidad de ver los próximos lanzamientos fílmicos con varios meses antes de su llegada a los cines comerciales y también nos permitió ver las nuevas obras de directores legendarios como Arturo Ripstein y Peter Greenaway, de quienes pudimos ver La Calle de la Amargura y Eisenstein en Guanajuato. Desierto de Jonás Cuarón, Las Elegidas de David Pablos, Desde Allá de Lorenzo Vigas, Chronic de Michel Franco, 600 Millas de Gabriel Ripstein, Las Aparicio de Moisés Ortiz Urquidi, Anomalisa de Charlie Kaufman y Duke Johnson, El Apóstata de Federico Veiroj, Early Winter de Michael Rowe, Carneros de Grímur Hákonarson, The Lobster de Yorgos Lanthimos, Macbeth de Justin Kurzel, Magical Girl de Carlos Vermut, La Asesina de Hou Hsiao-Hsien, Mia Madre de Nanni Moretti, People Places Things de James C. Strouse, Louther than bombs de Joachim Trier y Love de Gaspar Noé -en una proyección especial casi a la media noche en 3D y con cervezas obsequiadas previo a la entrada a la sala nos brindaron una experiencia única con todo y eyaculación al rostro- son sólo algunos de los títulos de la gran oferta fílmica que obligaron al público a debatirse sobre a cuál función asistir y cuál dejar pasar.


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Desde luego, el Festival no olvidó que su principal objetivo es el apoyo al cine mexicano en su Selección Oficial en Competencia, y pese a que la Sección de Largometraje Mexicano fue bastante desigual -apenas la mitad de las películas se colocaron por encima de la media- y a la polémica generada por la cuestionable decisión del jurado de otorgar el premio principal del certamen a una película con bastantes deficiencias como lo es Yo de Matías Meyer -algo que daría para debatir durante un muy largo rato-, las secciones de Documental Mexicano, Cortometraje Mexicano y Sección Michoacana, por su parte, sobresalieron por ofrecer trabajos mucho más sólidos y valiosos que fueron bien reconocidos durante la ceremonia premiación, ya fuese con menciones o premios especiales -El Paso de Everardo González (Documental Mexicano) se llevó el Premio Especial Ambulante y Yo también, de Porfirio López Mendoza (Sección Michoacana) recibió una Mención Especial- o con la entrega de las preseas: Los reyes del pueblo que no existe de Betzabé García (premio a mejor documental mexicano); Bosnian Dream de Sergio Flores Thorija (premio a mejor cortometraje de ficción); El buzo de Esteban Arrangoiz (premio a mejor cortometraje documental) y Donde nunca morirás de Héctor Alexis Estrada García (premio de la Sección Michoacana). Cine clásico, cine de estreno, cine experimental, cine comercial, cine documental, cine de ficción, largometrajes y minifilmes; el FICM volvió a tener espacio para todo el cine, y con proyecciones gratuitas, alfombras rojas, exposiciones, un gran número de invitados de honor, master classes y encuentros con los realizadores, entre muchos eventos más, el Festival Internacional de Cine de Morelia sigue imponiéndose sobre otros eventos fílmicos de este tipo con una agenda sobresaliente y difícil de superar.



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a aspirante a escritora feminista Edith Cushing, protagonista de la nueva película de Guillermo del Toro, La Cumbre Escarlata (Crimson Peak), no está de acuerdo con que su primer manuscrito sea considerado como "una historia de fantasmas" sino como una historia con fantasmas en ella. Esta misma descripción aplica a la más reciente obra fílmica del realizador tapatío, no se trata de una historia de fantasmas y tampoco es una película de terror al uso, sino un homenaje al cine inspirado en la literatura del género de romance gótico, al cual violentamente salpica de sangre y horror, por lo que encontramos elementos de historias de Mary Shelley, Jane Austen, Charlotte Brontë, Emily Brontë, Horace Walpole, Edgar Allan Poe, e incluso del detectivesco Sir Arthur Conan Doyle a los que les añade elementos fantásticos y sobrenaturales propios de sus historias como los fantasmas atormentados o los insectos de los cuales es profundo admirador confeso -en esta ocasión las mariposas y las polillas son las elegidas por el mexicano para hacer una analogía de la angelical protagonista y los antagonistas de la historia-. La trama sigue a la ya citada Edith (Mia Wasikowska), una joven que aún lidia con el profundo trauma infantil que significó la muerte de su madre -así como su visita macabra durante la noche posterior a su fallecimiento- y que ahora se ve atraída por un hombre enigmático llamado Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston) sin casi notar que su gran amigo de la infancia, el ahora doctor Alan McMichael (Charlie Hunnam), siente una profunda devoción hacia ella. El atractivo Sir Thomas es un aristócrata inglés heredero de una ruinosa mansión encumbrada en una montaña de tierras color sangre que busca explotarlas al máximo para devolverle el esplendor a su casona y el honor al nombre de su familia, pero para ello necesita maquinaria especializada que no puede costear solo, por lo que está en busca de apoyo económico de varios socios, entre ellos Carter Cushing (Jim Beaver), el padre de la protagonista. Los planes de obtener ayuda financiera fracasan pero Edith y Thomas contraen nupcias y él la lleva a vivir a su mansión donde también vive Lucille Sharpe (Jessica Chastain), la solterona y perturbada hermana de Sir Thomas. Pronto, nuestra heroína descubrirá que tras las paredes se ocultan muchos secretos, que su esposo no es lo que aparenta y que sus intenciones son mucho más macabras de lo que imaginaba.




Después de que cancelara el Apocalipsis con la megaproducción Titanes del Pacífico (Pacific Rim, 2013), el cineasta mexicano regresa a sus orígenes fílmicos con La Cumbre Escarlata, una eficaz mixtura de géneros en la que dentro de la trama romántica gótica central se hacen presentes los elementos fantásticos y sobrenaturales que invariablemente nos remiten a El Laberinto del Fauno y El Espinazo del Diablo, solo que con una propuesta visual más elegante y sofisticada. Se trata de un trabajo de autor al 100% y su impronta se nota en cada fotograma marcado por sus peculiaridades artísticas como artífice, logrando con astucia construir enrarecidas atmósferas y captar los macabros espectros que acechan a la protagonista. Lamentablemente, pese a ser un universo personal totalmente reconocible en la pantalla y que técnicamente no se le pueda reprochar absolutamente nada, esta vez del Toro flaquea en el guión de su historia, pues es absolutamente predecible, deja un poco que desear en cuanto a su originalidad y no alcanza la trascendencia de sus dos icónicas cintas citadas en los renglones superiores. Y es que si bien es cierto que el director de Cronos siempre ha antepuesto la forma al fondo, nunca había dejado de ofrecer una alta calidad en este último apartado; y no es que estemos comparando su nueva película con la ola de una basura yanqui que comúnmente llena la cartelera del cine comercial, sino que la calidad de la historia está muy lejos de equipararse a la que nos tiene acostumbrados, aquí los personajes no quedan detallados del todo y sus acciones no quedan completamente justificadas a pesar del desempeño solvente del reparto que en ocasiones se limita a replicar diálogos reiterativos. Tenemos también una trama que avanza lento y a la que, como público, ya hemos podido anticiparnos a su desenlace, robándonos de esta manera toda la emoción que sus anteriores propuestas nos habían brindado precisamente por ser hasta cierto punto impredecibles o no saber de qué manera se resolvería el conflicto. La Cumbre Escarlata es uno de los trabajos menos afortunados de Guillermo del Toro, pero pese a sus graves tropiezos argumentales es una cinta que se sitúa sobre la media de las producciones estadounidenses y por su propuesta visual es una digna opción para disfrutarse en cines.




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omo su cuarto largometraje, el director Matías Meyer presenta Yo (2015), un relato narrado en primera persona adaptado de una historia breve de Jean-Marie Le Clézio Premio Nobel de Literatura- que sigue a un joven con retraso mental en su salida de la burbuja en la que ha vivido toda su vida para asomarse al mundo adulto. El protagonista del relato (Raúl Silva) es un hombre joven de corpulenta complexión y con gran fuerza física cuyo retraso mental le hace pensar que se llama Yo y que tiene quince años de edad -aunque es evidente que tiene varios más-. Su condición mental lo mantiene en una suerte de infancia perpetua con todas las características de un niño común: inocente, tierno, inmaduro, etc.. Yo vive con su madre (Elizabeth Mendoza) en el poblado de Aculco en el Estado de México donde se encargan de un restaurante al borde de la autopista; mientras ella atiende el lugar, él le ayuda a matar los pollos que serán cocinados para los comensales. La llegada al restaurante de una nueva trabajadora y su hija Elena, de once años, con quien tomará largos paseos por el bosque para disfrutar del bosque y el río que la naturaleza regional les ofrece, así como la decisión de la nueva pareja de su madre de comprar una máquina para matar pollos y enviar a Yo a trabajar como albañil en una empresa constructora, revelarán al joven un mundo de camaradería, afecto, sensualidad y erotismo. El retrato de un joven entre iluminado e idiota en la provincia mexicana que

se enfrenta al despertar sexual y a la perversión del mundo adulto ya fue ejecutado hace unos pocos años y con mucho mayor acierto por Jaime Ruiz Ibañez en la sobresaliente La mitad del mundo (2009). En cambio, la propuesta de Matías Meyer es por demás dispareja en todos los sentidos. Desde la falta de una trama atractiva y de un personaje central interesante -o que por lo menos se vea enfrentado a situaciones que sí lo sean o que no terminen siendo abordadas con la injusta superficialidad como es el caso-, hasta una narrativa limitada que abusa de las divagaciones con imágenes poco atractivas, pasando también por su nula concisión en aspecto alguno abarca mucho, aprieta muy poco-, y sobre todo los toques de melodrama que quedan fuera de lugar. Meyer realiza un relato bordado de manera burda y torpe cuyo capricho de volver a recurrir a actores no profesionales juega también en detrimento de la obra y hace que los textos y situaciones guarden distancia con el espectador al sentirse muy poco naturales, inverosímiles y en ocasiones casi rozando lo ridículo. Yo es una desafortunada propuesta que pone en evidencia la carencia en la capacidad narrativa de su artífice; un trabajo naturalista dispar que termina por ser fallido en su pretensión de ser un análisis que ilumine aspectos que socialmente se mantienen en la oscuridad como la soledad, el aislamiento social, la discriminación y los obstáculos hacia la felicidad de las personas con déficit psicológico.



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ras ganar el Premio Horizontes en San Sebastián con su opera prima Gasolina (2008) y haberse consolidado como reconocido cineasta con Las Marimbas del Infierno (2010), el director Julio Hernández Cordón autodenominado como mesoamericano por su crianza en México, Guatemala y Costa Rica- presentó en Morelia Te Prometo Anarquía (2015), su más reciente largo de ficción que gira en torno a una joven pareja de amantes dedicada al negocio de tráfico de sangre que se enfrenta a un nuevo destino cuando una transacción a gran escala se les escapa de las manos. Miguel y Johnny son los protagonistas del relato, dos mejores amigos desde la infancia que se conocieron cuando la mamá del último entró a trabajar como sirvienta en la casa del primero. Con el tiempo se volvieron amantes, aunque su relación es sólo un secreto a voces ya que Johnny no quiere aceptar públicamente su amorío con Miguel y se empeña en mostrar una imagen heterosexual. Además de pasar el tiempo patinando, fumando mota y aspirado la mona con sus amigos, la pareja se dedica al tráfico de sangre, vendiendo la suya y consiguiendo también "donadores" para el demandante mercado negro. El último encargo que tienen de Gabriel, el camillero de un hospital con pretensiones histriónicas que sirve de 'conecte' entre Miguel y Johnny y los miembros del narcotráfico que utilizan la sangre para sus clínicas clandestinas, es de varias decenas de unidades de sangre, por lo que reúnen a cincuenta personas entre amigos del skate y conocidos del barrio para que donen y reciban un pago de mil pesos por unidad. Pero las cosas

no salen como lo planearon, el juego da un giro inesperado y la pareja se ve obligada a huir: Johhny, junto con su madre, se refugian con unos familiares a las afueras de la Ciudad de México, mientras que la madre de Miguel decide que lo mejor es sacarlo del país. Hernández Cordón toma una anécdota sucedida a un familiar y con base en ella escribe el guión y desarrolla un contundente retrato generacional en el que juega con elementos de cine negro y ecos de tragedia griega que invariablemente alcanzan a sus protagonistas: dos jóvenes incapaces de escapar a su destino -encarnados con sorprendente naturalidad por los debutantes Diego Calva (Miguel) y Eduardo Martinez (interpretando a Johnny)-. Gastadas patinetas, poéticas letras de rap, sexo juvenil pasional -aunque secreto-, homenajes a Buñuel y sus Olvidados y una profunda división de clases son los elementos principales con los que el director da forma a este relato de hipnóticos planos sobre un par de vampiros sociales posmodernos -estupendamente retratados de manera metafórica por los colmillos plásticos que uno de ellos lleva colgados al cuello- y su trágica historia de amor que recurre a las agresivas calles del Distrito Federal como escenario en el que, al igual que lo hace Jorge Hernández Aldana con Los Herederos, expone la hipocresía y doble moral de una clase acomodada que utiliza el poder que otorga el dinero para influenciar su escape y evadir responsabilidades. Un alegórico epílogo con desoladora melancolía cierra -a través de un final abierto- esta historia destinada a convertirse en una cinta referencial del cine mexicano.



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a realizadora mexicana Lucía Carreras hace mancuerna con la guatemalteca Ana V. Bojórquez para la realización de La casa más grande del mundo (2015), la historia de crecimiento de Rocío, una pequeña niña maya mam que vive con su madre y abuela en las montañas del altiplano guatemalteco donde subsisten gracias al pastoreo de ovejas, y que debido al avanzado embarazo de su madre, se ve obligada a hacerse cargo del rebaño sola por primera vez en su vida; pero lo que en un comienzo parece que será una emocionante aventura por los pastos montañosos, se convierte en una amarga odisea al enfrentarse a la búsqueda de una oveja perdida y al escape del resto del rebaño. Rocío entonces debe encontrar la manera de hacerle frente a este reto a la vez que enfrenta sus peores miedos. La sencillez de la premisa podría haber dado como resultado una propuesta tediosa, sin embargo es una de las experiencias más satisfactorias del año en el cine patrio debido a su extraordinario guión -escrito a cuatro manos por la propia Bojórquez y Edgar Sajcabún- que va engarzando la historia con secuencias de gran carga alegórica Rocío cruzando el puente en medio de la niebla, por ejemplo, representando la superación de sus miedos- que retratan la metamorfosis de la heroína bajo

la talentosa lente de Álvaro Rodríguez quien nos regala poderosas postales en movimiento acompañadas por los también remarcables acordes de Pascual Reyes. La propuesta de Carreras y Bojórquez es profundamente femenina, no sólo por el hecho de que dos mujeres están detrás del proyecto como realizadoras, sino porque la heroína del filme -interpretada con soltura por la pequeña Gloria Lopez-, así como los roles centrales de la cinta -su amiga, su madre y su abuela- son también mujeres. Aquí los hombres tienen una presencia meramente anecdótica a través de dos personajes -un niño travieso y un anciano solitario- que hacen acto de presencia por breves momentos claves pero que desaparecen de la narración rápidamente. La casa más grande del mundo es una película con una historia de corte "coming of age" en la que no puede faltar por supuesto la exploración de la pérdida de la inocencia y el relevo generacional con la entrada al mundo de las responsabilidades de los adultos: el lidiar con la pérdida del patrimonio familiar -las ovejas- en los sinuosos caminos del altiplano guatemalteco cuando todavía se quiere solamente jugar todo el día. Una entrañable cinta con toques de fábula imprescindible.



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l señor Lino, un encargado de un gran almacén perteneciente a la compañía de fabricación de mástiles y astas de aluminio Salvaleón, está a punto de jubilarse tras laborar casi treinta años para la empresa, por lo que recibe a Nin, el joven destinado a sustituirlo, para capacitarlo durante cinco jornadas -de lunes a viernes- y que pueda hacerse cargo del trabajo a partir de la semana siguiente. La capacitación parece que será sencilla -ponerse el uniforme, registrar la llegada y la salida en el checador (que va atrasado por siete munutos desde que el señor Lino entró a trabajar en el lugar), atender las llamadas, anotar las entradas y salidas del cargamento y las devoluciones por sobrante o por material defectuoso, etc.- pero el estricto carácter de veterano encargado y el vacío del viejo almacén donde aparentemente nunca pasa nada, cambian las expectativas y la interacción entre ellos. De esta sencilla anécdota, el director Jack Zagha Kababie -responsable de los títulos Adiós mundo cruel (2010) y En el último trago (2014)- desarrolla su tercer largometraje: Almacenados, una adaptación de la obra teatral homónima del dramaturgo español David Desola Mediavilla, en la que sólo dos actores, un gran escenario, y por supuesto un gran guión -adaptado para la gran pantalla por el mismo Mediavilla-, son suficientes para desarrollar una serie de ocurrentes situaciones que con pulidos diálogos proponen una reflexiva tesis sobre el paso y el valor del tiempo, el trabajo, la juventud, la

vejez, las oportunidades de empleo, la necesidad de ser reconocido laboralmente, la iniciativa, la conformidad, las divisiones laborales, los relevos generacionales y las decisiones que tomamos. Y es que de verdad es una grata sorpresa cuando una película que con tan pocos recursos para su producción logra un resultado tan brillante; y es en este apartado donde es justo señalar a los dos únicos protagonistas, José Carlos Ruiz (Lino) y Hoze Meléndez (Nin), quienes forman una mancuerna fenomenal con una gran química en pantalla. La experiencia de José Carlos Ruiz logra dar vida a un personaje opaco, vacío y un tanto resentido; mientras que Hoze Meléndez transpira frescura y vitalidad, resultando la contraparte y réplica ideal para el veterano actor, presentándose como una prometedora figura de la industria mexicana, y para muestra está esa peculiar escena donde ejecuta un extenso monólogo con gran pulso y timing; una talento que hay que mantener en la mira. Almacenados es una cinta sólida y entrañable que deja un muy agradable sabor de boca, una feel-good movie que audazmente combina la comedia ligera con una cascada de diálogos que mueven a la reflexión y a la que únicamente le podemos reprochar que en su traslación a la pantalla grande no se haya aventurado a utilizar un lenguaje cinematográfico más arriesgado, cayendo por el contrario, y en más de una ocasión, en los vicios del teatro filmado.



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l director Alejandro Iglesias Mendizábal debuta en el largometraje con una historia de corte coming of age -inspirada en una anécdota personal del 2005- sobre tres mejores amigos -Lucas, Emilio y Rubén- que pasan una tarde buscando unas llaves perdidas en un parque de la Ciudad de México; una experiencia que les cambia la perspectiva sobre la vida... y la muerte. Curtido en el terreno del cine de fantasía y del terror -es responsable, entre otros, de los cortometrajes Abracadabra (2011), Contrafábula de una niña disecada (2012) y El humo denso que nos oprime el pecho (2014)-, el realizador da un giro radical en su temática pero siguen presentes sus personajes adolescentes -aunque en este caso son ya post adolescentes-, centrándose en esta anecdótica tarde en la que un trío de jóvenes repentinamente se enfrentan a la muerte de un amigo al que hace tiempo no veían. La búsqueda de unas llaves perdidas en el parque de su colonia durante la tarde previa al funeral de su amigo se transforma en toda una odisea en la que intentan -cada uno a su manera- retrasar lo más posible su asistencia al sepelio, y deben hacer frente a reflexiones inesperadas sobre la vida, la muerte, las pulsiones sexuales, las relaciones de pareja, las decisiones de carreras escolares y la verdadera amistad. Sopladora de hojas es un trabajo con el que su director demuestra ser un narrador diestro y maduro. Se trata de un filme más profundo de lo que podría parecer en una primera revisión super-

ficial; su propuesta de espíritu melancólico y con repleta autenticidad inevitablemente nos recuerda a clásicos cinematográficos de la amistad adolescente y la pérdida de la inocencia como Cuenta Conmigo (Stand by me, 1986), de Rob Reiner, o las producciones de Fernando Eimbcke como una referencia más cercana y familiar. La película está llena de un humor fresco y sincero que nos lleva por hilarantes momentos, pero que entre risas también nos regala situaciones de gran carga emocional, tal es el caso de la escena donde finalmente llegan al funeral y deben encontrarse con el cuerpo de su amigo; se trata de una secuencia bien resuelta a través de la sutileza emocional que pone en evidencia el cariño que los tres tenían hacia él y el gran dolor que sienten ante la pérdida, que por querer demostrar fortaleza, se habían negado a expresar. Y es en este sentido que se debe hablar del trío protagonista, los debutantes Fabrizio Santini (Lucas), Paco Rueda (Emilio) y Alejandro Guerrero (Rubén), quienes apoyados por actores de renombre como Daniel Gimenez Cacho, Arcelia Ramirez, Claudette Maillé y Fabiana Perzabal -con pequeñísimas y acaso anecdóticas participaciones- establecen una relación de camaradería tan honesta y entrañable que queda marcada en el público tras la experiencia fílmica que resulta el visionado de esta agradable opera prima de producción nacional sobre los pasos de rito en la post adolescencia y la inminente entrada al mundo adulto.



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l director venezolano Jorge Hernández Aldana (El búfalo de la noche, 2007) se inspira en una serie de anécdotas de la infancia para apuntalar, junto con el guionista Gabriel Nuncio, la premisa de su nuevo filme: Los Herederos (2015), una pieza que funciona como espejo de un entorno social burgués sumergido en la podredumbre donde el dinero y la doble moral paterna permite un desarrollo adolescente exento de responsabilidades aún tras las más atroces acciones. Conocemos entonces a Coyo (Máximo Hollander en un solvente debut), un chico de clase alta recién entrado a la pubertad que entre la ociosidad vacacional y el furor de la incipiente adolescencia, quema el tiempo junto con sus amigos a través del alcohol, el sexo y la búsqueda de aventuras que les brinden oleadas de adrenalina, recurriendo además a la violencia cuando tener todo lo demás no los llena. En esta etapa de rebeldía ante la autoridad, de incomprensión paterna, de búsqueda de identidad y de necesidad de aceptación y pertenencia, Coyo se ve envuelto en un juego de violencia donde el disparo de un arma junto con los delirios de autoridad y poder violentan y fracturan la burbuja que lo protegía y lo enfrentan al mundo real. Evitando lo más posible los artificios narrativos, Los Herederos concibe un

retrato honesto y actual sobre la realidad mexicana en la que se crían las nuevas generaciones, un entorno pasivo-agresivo donde actúan sin límites ni consecuencias de sus actos. El trabajo de Hernández Aldana echa luz sobre el tema y desmitifica la fingida inocencia de la sociedad que pretende no ver lo que pasa frente a sus ojos; se trata de una historia hostil de corrupción de autoridades, de impunidad ante los crímenes, de esa tan común doble moral paterna solapadora de los actos más viles -algo que también vimos en Te prometo Anarquía, de Julio Hernández Cordón-, y de una juventud consciente de que, sea cual sea el tamaño su crimen, siempre podrá ocultarse bajo un fajo de billetes. La conclusión es devastadora y rabiosamente pesimista: para fortuna de unos pocos e infortunio de la mayoría, la sociedad está jodida. Coyo ahora lo sabe y está consciente de que es precisamente esta sociedad de crímenes impunes la herencia que ha recibido de sus padres. Coyo ahora se sabe intocable siempre y cuando tenga dinero y contactos correctos. Coyo también tiene conciencia de su inmunidad ante el ejercicio de la justicia y ha comenzado a labrar su propio camino con base en todo ello; así lo demuestra con esa última acción en el lejano paraje donde termina la película.



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a desesperada búsqueda de una mujer por prolongar la vida de su marido enfermo de un avanzado cáncer es el motor que pone en marcha Un monstruo de mil cabezas (2015), el cuarto largometraje del director mexicano Rodrigo Plá (La Zona, 2007; Desierto Adentro, 2008 y La Demora, 2012), una adaptación de la novela homónima de Laura Santullo editada en 2013, quien traduce y adecua su propio texto al lenguaje audiovisual. Sonia es la protagonista de este descarnado retrato de la burocracia que considera una vida humana como un mero trámite legal, un número de expediente o una cifra bancaria. Su esposo está gravemente enfermo de cáncer, pero un nuevo tratamiento en etapa experimental podría brindarle una mejor calidad de vida al disminuirle el dolor de la enfermedad y las sesiones de quimioterapia. Sin embargo, el seguro médico privado que han estado pagando mensual y puntualmente desde años atrás no considera a su esposo como un viable candidato para un tratamiento tan costoso. Sonia, desesperada, intenta convencer a los directivos de la empresa de reconsiderar la petición, pero al toparse con las cínicas políticas internas de la aseguradora, decide arriesgarlo todo para conseguirle el seguro a su marido. En su versión fílmica, y a diferencia de la novela original que transcurre a manera de monólogo en la voz de Sonia, Un monstruo de mil cabezas da voz (en off) a varios personajes para formar una suerte de rompecabezas narrativo en donde cada involucrado en el caso que exponen las imágenes dé su propio testimonio de lo ocurrido, presentando de esta manera un pano-

rama mucho más completo de la historia y con distintos puntos de vista. No obstante esta decisión de tener varios puntos de vista, es el personaje de Sonia quien lleva prácticamente todo el peso de la película, y el encomiable trabajo de la actriz Jana Raluy se convierte en el pilar esencial de la propuesta al dotar al personaje de una gama de matices que le humanizan y permiten la empatía con la audiencia a pesar de sus acciones. La propuesta visual es otro de los elementos destacables, Plá recurre a la lente de Odei Zabaleta para crear las atmósferas claustrofóbicas que enmarcan esta atípica tragedia familiar y que nacen a partir de una fría paleta de colores, el uso continuo de close up contrastados con repentinas aperturas de tomas, largas y angustiantes secuencias de tensión, y un ingenioso juego de cámaras que recurre frecuentemente a los reflejos y las tomas imposibles con movimientos casi imperceptibles. Un monstruo de mil cabezas, además de exponer la insensibilidad de la burocracia institucional que desampara a sus beneficiarios en los momentos de mayor necesidad -podríamos describirlo como un tratado sobre la corrupción en las organizaciones (una aseguradora privada en este caso)- y la indiferencia social ante la cotidiana tragedia ajena, es un sobresaliente trabajo que pone en evidencia la fragilidad de la moral humana en situaciones límite; además por supuesto de dejarnos ver nuevamente el dominio que Plá tiene sobre su oficio y comprobar que estamos frente a uno de los cineastas mexicanos más importantes de la actualidad que ha vuelto a entregar otro trabajo imprescindible.



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a opera prima del mexicano Nicolás Gutiérrez Wenhammar director de los cortometrajes María (2013), Ciudades (2014) y Dona i Ocell (2015)- nos presenta a dos personajes con anhelos de dejar Barcelona en pos de aires nuevos. Mientras la prisión exista (2015) es la historia se Jan (Joan Florescu, debutante actor no profesional) y Mariela (Núria Florensa), dos personajes atrapados en ambientes asfixiantes que buscan escapar y comenzar una nueva vida lejos. Él, un inmigrante rumano, es el integrante más joven de una banda de carteristas y trileros -estafadores a través de juegos callejeros de apuestas- de transeúntes y turistas que opera en el paseo La Rambla, en Barcelona; el escape de esa organización delictiva es su mayor anhelo. Por su parte, ella es una joven española que a pesar de no estar inmersa en un microcosmos criminal, también tiene fuertes deseos de cambio y abandonar su país. Él idea un plan para deslindarse del grupo criminal. Ella se convierte en una pieza clave de este arriesgado plan. Mientras la prisión exista cuenta con una propuesta formal arriesgada, pues en la mayoría de las ocasiones seguimos a los personajes a sus espaldas en lo que termina por ser un abuso de las tomas dorsales a través de callejones estrechos y oscuros que resultan excesivos y tediosos al mostrarnos cosas muy poco interesantes en segundo plano, algo que resulta contrastante con la similar propuesta formal que hace László Nemes en la esplendida puesta en escena de Son of Saul (2015). Y es que si bien este recurso en la película de Gutiérrez Wenhammar pretende transmitir la atmósfera de encierro y asfixia que sienten los personajes en su laberíntica cotidiani-

dad que se presume sin salida, también juega en detrimento de la obra misma al construir una barrera entre personajes y audiencia, impidiendo que se genere la empatía necesaria en un filme con una premisa como esta. Su aletargado ritmo, así como la inserción forzada de varios clips testimoniales de estilo documental en los que varios personajes -una prostituta, un jefe de la policía, una dependiente de farmacia y un doctor- hablan frente a la cámara sobre sus trabajos en la ciudad, tampoco ayudan a la propuesta del director a salir adelante, pues tratándose de una historia sobre un joven que pone en marcha un plan para escapar del mundo del crimen a través de una serie de operaciones que ponen en riesgo no sólo su vida sino también la de su novia, éstos elementos frenan el avance de la trama que debería tener un ritmo sino vertiginoso por lo menos un poco más dinámico para no perder el impacto necesario, un impacto para el cual tampoco ayudan las metáforas burdas y obvias sobre la asfixia que siente Jan en ese ambiente criminal con sus ocasionales ataques de asma. Al finalizar, la película resulta ser un ejercicio de estilo que juega con perspicacia con una paleta de azules cortesía del mismo Gutiérrez Wenhammar quien también funge como cinefotógrafo y se apoya en las notas finlandesas de Jean Sibelius para el score incidental. Mientras la prisión exista es un ejercicio que da muestras de un director que aún no tiene dominado su oficio ni la habilidad suficiente para llevar una historia de esta naturaleza -posiblemente un corto hubiera sido mejor opción-; se trata de una propuesta que carece de carisma y rebosa pretensión.



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ita y Mateo tienen la ilusión de formar una vida en pareja. Siguiendo este impulso deciden refugiarse en una casa de campo en medio de un bosque del estado de Morelos en la que intentan levantar una granja autosustentable. En un principio el sexo y la diversión guían la relación, pero el deseo de ella por ser madre no es compartido por él, por lo que comienzan a surgir las fracturas en la relación de la pareja que comienzan a discutir de manera constante; el resquebrajamiento de la pareja aumenta con la llegada de Alexis, la guapa pero hipócrita prima de Mateo que termina por cimbrar la ya poca estabilidad que queda en la pareja. Bajo esta premisa la directora Elisa Miller presenta El placer es mío (2015), su fallida tesis sobre la falta de comunicación que acarrea la decadencia a las parejas contemporáneas. La directora de Vete más lejos Alicia (2010) nos coloca en medio de esta pareja de entusiasmados treintañeros que buscan crear una nueva vida juntos en la campiña mexicana tras abandonar su estable vida citadina sin explicarnos bien el porqué de esta decisión, y planteando muy al inicio de la cinta el conflicto sobre las discrepancias de la pareja respecto a la paternidad -“¿quieres repetir el modelo del padre ausente?”, le cuestiona Mateo a Rita mientras interrumpe el coito durante el cual ella ha revelado sus deseos de querer ser madre-. No obstante, éste nudo argumental jamás queda resuelto ni vuelve a ser abordado a lo largo del metraje que se dedica a recorrer tran-

quilamente la cotidianidad de esta pareja que se desgasta con cada día que pasan entre traumas, miedos, de sexo como entretenimiento y de actividades de refugio/evasión -él comienza a reparar un antiguo automóvil con la intención final de pintarlo de rojo; ella atesora huevos (¿los hijos?) de las gallinas-. La llegada del personaje de Alexis -y su insufrible hija- a la mitad de la ¿historia? con sus ambiguos coqueteos hacía Mateo, la decisión de Rita de tener sexo express en el baño con la pareja de Alexis y la posterior aparición de la madre y abuela de Rita, no logra romper con una monótona narrativa que se vuelve reiterativa hasta el cansancio respecto a conflictos que quedan poco claros; además las bien intencionadas actuaciones de Flor Edwarda Gurrola y Fusto Alzati -actor no profesional que debuta en cinetampoco logran sacar a flote a los personajes débilmente trazados. El placer es mío -evocación inequívoca del primer encuentro con una persona- es un bien intencionado intento de hablar sobre los fracasos amorosos de los treintañeros contemporáneos y el resquebrajamiento de sus romances idílicos, pero falla gravemente al contener abismales huecos en un guión que no sabe cómo narrar eficazmente un relato de decadencia emocional de pareja; un guión que además peca de pretencioso al recurrir a metáforas que son resueltas con torpeza. Pese a ello, la película recibió el reconocimiento al mejor primer o mejor largometraje en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia.



U

go, un personaje que como él mismo lo señala va entre el ilusionismo y el malhumorismo por las calles de Barcelona, es el objeto central en este proyecto fílmico del debutante tándem conformado por el pintor y escultor mexicano Carlos Clausell -responsable de los cortos Ave Pájaro (2008) y Goreme (2009)- y el español Josep María Bendicho -Intensitat (2011), quienes nos entregan una estela de pretensiones intelectuales, filosóficas y existenciales. La siempre neurótica cámara de este experimento de docuficción nos coloca siempre como acompañantes de Ugo (Hugo Hermo), un ilusionista perpetuamente alcoholizado -y muy frecuentemente narcotizado por otras sustancias- que recorre las calles de un barrio concurrido de Barcelona en donde aborda a las personas de la manera menos sutil para presentarles sus burdos trucos de magia y desagradables actos humoristas. Entre encuentros y desencuentros -que tienen lugar entre trago y trago-, Ugo deambula por los callejones de la ciudad y los laberintos de su mente. Bictor Ugo es una propuesta de rebosantes balbuceos presuntamente inteligentes con los que se pretende hacer homenaje a un estilo de vida que toma muchas referencias autobiográficas "He actuado borracho en televisión, borracho haciendo chistes, borracho haciendo magia, borracho en un par de obras de teatro, borracho he trabajado para niños, banquetes, bodas. Y cosas muy parecidas a estas.”, señala desfa-

chatadamente el actor Hugo Hermo-. Pero en realidad no va más allá de un trabajo pseudo filosófico y desarticulado en torno a un personaje desagradable que juega con esa ya desgastada fórmula de la metaficción que muy pocos han sabido utilizar en los últimos años -como el rompimiento brechtiano que breve y elegantemente Alonso Ruizpalacios en su opera prima Güeros, 2014)-. Sus secuencias están acomodadas de una manera tan caprichosa que evidencian la naturaleza ególatra del filme, un trabajo realizado por este trío -directores y actor principal- tan sólo por el hecho de crear un espacio fílmico en el cual reflejarse y expresarse, pero es una lástima que no tengan muchas cosas interesantes qué decir, y peor aún, que busquen provocar por el simple afán de provocar, que olviden que se provoca con ideas profundas de las cuales sólo encontramos un par en la película-, que pretendan estar compartiendo un discurso irreverente, revelador, transgresor e incendiario, cuando en realidad se trata de una mera pachequez... y de las malas, de esas que lo único que provocan una diarrea verbal de aturdidora mala leche. Bictor Ugo es un trabajo insensato que afortunadamente sólo dura setenta minutos, una producción que habiendo sido terminada, debió ser reservada para su proyección privada en casa de los involucrados y seguir hinchando su ego.

























A

daptar una obra teatral al lenguaje cinematográfico siempre supone un gran reto, y así como hemos visto exitosos casos de representaciones que han dado el salto al cine, en otras tantas ocasiones también hemos atestiguado completos desastres ya sea en los terrenos artísticos como en la taquilla. La ya complicada empresa se vuelve además titánica si la obra en cuestión es de William Shakespeare, pues la dramaturgia del autor inglés es difícil que funcione en pantalla si no se adecúa apropiadamente a la narrativa audiovisual. Orson Welles (Macbeth, 1948), Akira Kurosawa (Trono de Sangre, 1957) y Roman Polanski (Macbeth, 1971) son algunos de los más célebres cineastas que han llevado a la pantalla grande los cinco actos que narran la historia del general del ejército de Duncan, rey de los escoceses, y su ascenso al poder a través de la conspiración y la traición tras serle revelada una profecía que vaticina su reinado. En ocasiones, las adaptaciones de esta obra se han llevado a cabo con devota fidelidad al material original, y en otros tantos casos con libérrimas licencias artísticas -el caso del filme de Kurosawa es el caso más evidente-. El director australiano Justin Kurzel (Snowtown, 2011) es el caso más reciente de un cineasta que se ha aventurado a trasladar a imágenes en movimiento uno de los textos más célebres del dramaturgo que ya muchos otros han llevado al cine o la televisión con gran éxito en algunos casos y con más pena que gloria en bastantes más. En el particular caso de la versión de Kurzel, estamos ante una propuesta cercana a la de Kurosawa -guardando sus distancias, claro está-, pues se toma varias libertades con respecto a la obra, pero siempre en pos de una mejor experiencia cinematográfica y evitando a toda costa convertirse simplemente en una traslación del texto en pantalla. Macbeth (2015) es una suerte de ‘actualización’ de la historia que a pesar de desarrollarse en el siglo XI -al igual que la obra original de Shakespeare inspirada en personaje histórico de Macbeth que reinó entre los años 1040 y 1057echa mano de la tecnología fílmica para ponerla al servicio de esta fenomenal historia y crear una sofisticada puesta en escena cuyo detallado diseño de arte, impactante fotografía, y uso mesurado del tiempo ralentizado, logran concebir un mundo bélico medieval violento y visceral que se mueve entre lo clásico y lo posmoderno con toques minimalistas. Kurzel nos regala una suerte de medievalismo contemporáneo, tal como el retratado en Game of Thrones, el serial televisivo de HBO, aunque con un tono mucho más sombrío y desolador que la emparenta íntimamente con la propuesta de la reciente Qué difícil es ser un Dios (2014) de Aleksey German. Como muestra de ello no hace falta más que ver el vestuario -obra de Jaqueline Durran de quien ya hemos visto otros sobresalientes atuendos de época como los creados para Orgullo y Prejuicio, Expiación, Deseo y Pecado y Anna Karenina- que refleja con elegancia y sutileza la suntuosidad de la monarquía medieval, al tiempo que comparte características con la barbarie de los tiempos de guerra en los que tiene lugar esta historia de deseo, ambición y locura.




En apenas su segundo largometraje, Kurzel entrega una obra fílmica contundente, pues va más allá de recrear las escenas de los textos shakesperianos, su labor se encamina a rodar muchas escenas en espectaculares exteriores y generar las atmósferas lúgubres y asfixiantes que enmarcan el declive psicológico del protagonista que termina por ser arrastrado por una vorágine de ambición desmedida y locura -como queda expuesto en la fenomenal secuencia de la cena de la Corte-. En este apartado, el demoledor trabajo de los carismáticos Michael Fassbender y Marion Cotillard quienes se apoderan de los textos para trabajarlos con naturalidad y espontaneidad- se convierte en uno de los pilares para la eficacia formal de la película al dar vida a esta maquiavélica dupla que se adueña de la corona a través de la traición y la sangre, pero que después sucumbe ante la ambición por el poder, enfrentándose a la imposibilidad para alejarse su destino -ineludible, siguiendo los cánones de tragedia griega-, a la miseria que acarrean sus deplorables decisiones, y por supuesto, finalmente a la ominosa presencia de la culpa. De esta manera tenemos a un Fassbender que con un gran pulso da vida a un personaje visceral de características crípticas y abstractas, un hombre en profunda decadencia psicológica y moral que a pesar de ser el general más respetado del reino -y consecuentemente el Rey- es a la par un hombre frágil y manipulable por Lady Macbeth. Con este papel del general que se desmorona ante la ambición por el poder, el irlandés continúa demostrando porqué es considerado como uno de los mejores actores de su generación en la industria hollywoodense. Mientras tanto, la hermosa Marion Cotillard ofrece un trabajo impecable como Lady Macbeth, y a pesar de ser un personaje secundario con menor tiempo en pantalla que su protagonista masculino, logra jugar con las varias capas que componen a este personaje manipulador y sin escrúpulos de una elevada complejidad psicológica, consiguiendo dotar a su personaje de esa ansia por el poder que la llevarán a hacer cualquier cosa con tal de aferrarse al título de reina. De este modo, Cotillard se vuelve merecedora de cuanto reconocimiento al histrionismo femenino se entregue en la ya inminente temporada de premios. Una nominación al Oscar el próximo año parece ya asegurada. Macbeth es una pieza artística que Kurzel esculpe con cadencia y visceralidad, una sobresaliente adaptación del clásico shakesperiano sobre el ascenso al poder con una corona de sangre y el descenso hacia la locura en la más deplorable miseria moral; se trata de un fenomenal ejercicio de estilo que se convertirá en un filme de culto, un clásico del cine contemporáneo, gracias a su propuesta dinámica, audaz y violenta.


G

reg es un chico que está en su último año de secundaria; él siempre ha tratado de mantenerse al margen de los demás compañeros, le gusta pasar desapercibido y ser prácticamente invisible. Él tiene sólo un amigo, Earl, al que por cierto no le gusta llamar "amigo", sino mas bien, "compañero de trabajo". Y es que las amistad que une a Earl y Greg desde chicos es por el amor que tienen ambos hacia el cine, tanto así que dedican su tiempo libre en hacer sus propias versiones de los clásicos que tanto aman. Un día, la madre de Greg le cuenta una triste noticia: a una de sus compañeras de la escuela, Rachel, le acaban de diagnosticar leucemia, por lo que ella cree que sería una buena acción que Greg se volviera amigo de ella para apoyarla. Greg, a regañadientes, acepta ir a visitar a Rachel, y al vivir tan de cerca la enfermedad hace que lo que en un principio fue una imposición de una amistad forzada, se convierte en una verdadera lucha de Greg para lograr que la chica no se rinda. El director Alfonso GomezRejon regresa al mundo del cine con su

segundo largometraje de la mano de un guión adaptado por Jesse Andrews, el mismo autor del libro homónimo en el que se basa la película, por lo que tenemos una adaptación bastante fiel al material impreso. Al leer la trama es inevitable creer que la cinta será una historia de amor imposible en el que la muerte se tratará de interponer muy al estilo de Bajo la misma estrella, pero el mismo Greg lo aclara en repetidas ocupaciones: ésta no es una historia de amor. La historia no se centra en la enfermedad de la chica, sino en Greg. Su personaje es un ejemplo de esos chicos que abundan hoy en día, que se esfuerzan por ser diferentes, egoístas y arrogantes, cuando en realidad son como todos los chicos de su edad: inseguros y confundidos. Greg llega a ser bastante aborrecible y aunque en momentos saque a relucir su egoísmo, su normalmente pasivo amigo Earl estará ahí para ponerle un alto y acompañarlo en la batalla contra la muerte de Rachel. Los jóvenes protagonistas Thomas Mann, Olivia Cooke y RJ Cyler logran

unas actuaciones convincentes, naturales y emotivas que ayudan a dotarle el dramatismo requerido para la historia. Y como un plus para todo amante del cine, tenemos los divertidos homenajes que hacen Greg y Earl en sus versiones de cintas clásicas (fantástica su versión de La Naranja Mecánica con calcetines) con momentos sumamente originales. Me and Earl and the dying girl sale por completo de los convencionalismos del género, pero en momentos, al igual que el personaje de Greg, se siente que se esfuerzan demasiado en tener momentos de originalidad; pero es sólo un detalle menor que no hace menos placentero verla. Pasando por momentos divertidos y otros verdaderamente desgarradores que nos van preparando para el que parece es un inminente desenlace, el trabajo de Gomez-Rejon hace despertar muchos sentimientos en esta suerte de coming of age humano y emotivo que nos enseña que nunca dejarás de aprender de las personas, estén o no ellas en este mundo.



E

l segundo largometraje escrito y dirigido por el madrileño Carlos Vermut, Magical Girl (2014), llega bajo la forma de una fábula macabra sostenida por una red de chantajes que comienza a tejerse con un último deseo de una chica en fase terminal de cáncer, y en la que quedan atrapados los tres protagonistas del filme: Luis, Bárbara y Damián. Luis es un profesor de literatura desempleado que busca cumplirle a Alicia -su pequeña hija de doce años desahuciada ya por el cáncer en etapa terminal- su último deseo: tener el vestido oficial de la heroína protagonista de "Magical Girl Yukiko", su anime favorito; pero el precio elevado del objeto de colección que desea la pequeña lleva al profesor a chantajear a Bárbara, una mujer mentalmente inestable con la que recientemente tuvo un encuentro casual tras haber tenido ésta una pelea con su esposo. La mujer recurre a una vieja amiga que controla una red de servicios de fetichismo sexual de élite para obtener de esta manera el dinero requerido realizando un sólo servicio. Sin embargo, hay un contratiempo con el obsequio de la chica con cáncer, lo cual suscita una nueva serie de chantajes que llevarán a Bárabara a recurrir a Damián, un profesor retirado con quien ha mantenido un tormentoso pasado.

Vermut nos ofrece un guión preciso y lleno de un sofisticado humor negro con una construcción detallada de una tripleta de multidimensionales personajes psicológicamente complejos -interpretados con gran convicción por Luis Bermejo, Bárbara Lennie y José Sacristán- que se van rigiendo por las necesidades que les surgen de imprevisto en su camino y dejando de lado sus principios. En su propuesta formal, la cinta hace uso de una puesta en escena minimalista con el uso constante de planos fijos -y la prodigiosa composición con encuadres simétricos y peculiares juegos cromáticos cortesía Santiago Racaj- y desbordada en sutiles simbologías y metáforas en sus decorados y locaciones para reforzar el carácter de fábula de este estimulante thriller que con ferocidad ataca y debilita la imagen que se tiene de los cimientos éticos y morales de la sociedad moderna occidental. El resultado último que obtiene Vermut con esta deliciosa rareza que representa Magical Girl es un extraordinario, hipnótico y casi inclasificable ejercicio de estilo y su absoluta confirmación como un gran autor con una marcada personalidad propia, reconocido por cierto, con la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián.



D

avid es un enfermero maduro y encantador, es una persona algo introvertida pero muy comprometida con su trabajo: cuida a pacientes terminales. David prácticamente ha dejado por completo su vida de lado y ahora sus pacientes son su refugio y su motivo para vivir, relacionándose con ellos de una forma más personal, incluso llegando a sentir cariño por todos y cada uno de ellos. Pero es a raíz de la muerte de una paciente muy querida, y de la demanda de los familiares de otro paciente por supuesto abuso sexual, que cree encontrarse en el momento adecuado de reencontrarse con su pasado. Con esta sensible premisa está de regreso el joven cineasta Michel Franco, quien ya se ha posicionado como uno de los directores mexicanos a tomar siempre en cuenta; sus filmes han gozado de buen recibimiento en festivales, especialmente en el de Cannes. Y es precisamente ahí donde conoció al protagonista de su más reciente cinta: Tim Roth. El actor fue Presidente del Jurado en el evento fílmico dentro de la sección Un certain regard (Una cierta mirada), cuando Franco ganó en dicha sección con su cinta Después de Lucía (2012). El actor le manifestó su admiración y se puso a sus órdenes para trabajar juntos en un futuro. Ambos han declarado que la química fue inmediata, que los dos sentían que eran seres bastante parecidos y que veían el arte de similar manera, y es así que se pusieron en marcha para realizar El último paciente (Chronic, 2015), cinta con la que este año Franco estuvo en competencia por la Palma de Oro en Cannes donde se llevó el premio al mejor guión.

Franco, quien se inspiró para el guión en la experiencia personal de la agonía y fallecimiento de su abuela, nos muestra el día a día de este enfermero de una manera muy íntima; sus sacrificios para atender a sus pacientes, la relación estrecha que ha forjado con ellos y los familiares de éstos, y por supuesto la muerte de estos hombres y mujeres a los que ha llegado a querer. Pero sobre todo, El último paciente habla del amor con el que este hombre realiza su trabajo, así como de las diferentes formas de actuar de las personas ante el del duro proceso que representa el inminente final de la vida. La cinta sigue en todo momento al personaje de Tim Roth que nos da una contenida y emotiva interpretación de este reservado personaje del que no sabemos mucho, pero que es evidente que guarda un profundo dolor por el pasado. Franco nos va llevando con su característica paciencia y sutileza a través este retrato sobre las relaciones humanas con un estilo narrativo y visual muy similar al mostrado en su anterior trabajo (la ya citada Después de Lucía) y con escenas aparentemente sencillas pero con un gran poderío visual y emocional (esencial el trabajo del cinefotógrafo Yves Cape para lograr eso) es que nos va guiando hacia un final abrupto que para algunos resultará algo forzado. El último paciente contiene, sin embargo, un tratamiento sin rodeos sobre muchos tópicos como el perdón y la muerte asistida, elementos que sin duda alguna trastocará la sensibilidad de la mayoría de la audiencia.



E

l segundo largometraje del cineasta mexicano David Pablos es, por lo menos, contundente. Si ya con su opera prima -el drama familiar La Vida Después (2013) estrenado hace un par de años en el Festival Internacional de Cine de Morelia y que actualmente se encuentra en cartelera comercial- se perfilaba como un prometedor talento emergente, con su nuevo trabajo confirma ser un director con un gran conocimiento del lenguaje cinematográfico y una profunda sensibilidad social al retratar con descarnada belleza el submundo de la trata de blancas a través de la historia de Sofía, una chica de catorce años que vive un noviazgo de ensueño con Ulises, de quince años, sin saber que la relación es un estudiado montaje para arrastrarla a la red de prostitución que regentea el padre de Ulises -para quien representa su primer "trabajo"- con la ayuda de toda su familia. Pero Ulises se ha enamorado de su primera víctima y comienza a dudar de sus tareas, por lo que decide revelarle su secreto para que ella pueda escapar a tiempo... pero Sofía es capturada. En Las Elegidas (2015), Pablos vuelve a ser el responsable del guión -en esta ocasión partiendo de un trabajo previo del escritor Jorge Volpi que finalmente fue editado como novela por la editorial Alfaguara recientemente- y nos presenta lo que en un inicio aparenta ser una clásica historia de amor de chico conoce chica, pero que repentinamente desata la tragedia en la vida de esta última. La historia sigue dos vertientes, la de Sofía y la de Ulises. En la de ella, atestiguamos el infierno que viven las víctimas de las redes de trata de personas, un infierno que Pablos decide retratar con una estética preciosista y a través de metáforas visuales y sonoras -ojo a la manera en que se nos presentan las "citas" sexuales de Sofía con sus clientes-. Mientras tanto, Ulises busca desesperadamente una nueva chica, por lo que pone en

marcha el plan de seducción y conquista de una nueva víctima para poder hacer el intercambio de lugar con Sofía y rescatarla del sombrío mundo de la prostitución al que él mismo la arrastró. Pablos se arriesga y propone una temática fuerte, atreviéndose a desnudar al mundo de la prostitución a través de la historia de estos dos adolescentes que han sido absorbidos por este negocio. Las Elegidas expone la cacería de las chicas, el modus operandi que siguen estas redes criminales: el ligue, la seducción, el enamoramiento y el engaño que lleva a la esclavitud sexual pero también a la emocional. Muestra con total crudeza el microcosmos en el que viven y "trabajan" las chicas embaucadas pero lo hace desde un punto de vista estilizado y elegante. Con el apoyo del prodigioso lente directora de fotografía Carolina Costa, así como de las sensibles interpretaciones de los chicos protagónicos Nancy Talamantes (Sofía) y Óscar Torres (Ulises), el cineasta mexicano resuelve con gran habilidad las estilizadas puestas en escena de los forzados encuentros sexuales de la protagonista, a través de metáforas visuales y sonoras, donde atmósferas, encuadres y sonido se combinan para impactar más con la sugerencia que con las imágenes explícitas a las que otros realizadores hubieran recurrido para retratar el depresivo y sórdido mundo de la humillación y el sometimiento. Las Elegidas es un sólido trabajo fílmico que refleja la madurez de uno de los cineastas más prometedores del panorama cinematográfico nacional. Un potente trabajo que va más allá de la denuncia social sobre la esclavitud sexual, planteando dicotomías morales y aventurándose también a entregarnos un amargo final que es sencillamente brutal y desesperanzador: puede que en este mundo de la trata de blancas haya una salida, pero no hay escape.



E

l amor puede parecer complicado, pero nosotros somos quienes que lo hacemos así. Cuando crees que lo has encontrado, que tienes estabilidad y una vida aparentemente feliz, pero con los años comienzan las inconformidades, las dudas y los reproches sobre el pasado, el presente y el futuro. Esto es lo que le pasa a Michael, un escritor que se encuentra de viaje promocionando su libro y dando conferencias sobre la atención al cliente. Se dirige a Cincinnati para su próxima conferencia. En esa ciudad vive un amor del pasado y estando ahí aprovecha para ponerse en contacto con ella. El mundo de Michael se ha convertido en algo monótono. Nada ni nadie le sorprende. Para él todos los días son literalmente iguales (y reafirmó LITERALMENTE). Una noche por pura casualidad conoce a Lisa, una insegura chica que está hospedada en el mismo hotel que él para escuchar su conferencia. Aunque en un principio parecería ser "poca cosa" para Michael, Lisa es verdaderamente especial: su aspecto, su dulce voz no es como la de las demás, ella es única. Michael cree que ha vuelto a encontrar el amor. La trama suena trillada, a una historia de "boy meets girl", pero cuando sabemos que el nombre de Charlie Kaufman está involucrado en el proyecto cambia completamente nuestra percepción. Y es que Kaufman nos ha traído geniales guiones como el de ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999), El Ladrón de Orquídeas (Adaptation, 2002) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal sunshine of The spotless mind, 2004), con la que ganó el Oscar a mejor guión original.

Con un trabajo previo como director, Nueva York en escena (Synecdoche New York, 2008), Kaufman incursiona ahora en el cine de animación con esta cinta en stop motion: Anomalisa (2015), y además de ser el guionista de la cinta, codirige junto a Duke Johnson y entre el reparto para la película cuenta con las voces de David Thewlis como Michael, Jennifer Jason Leigh (que parece tendrá un gran año con esta cinta y The hateful eight, lo nuevo de Tarantino) como Lisa, y Tom Noonan como... todos los demás. Anomalisa explora en lo más profundo de las relaciones humanas, la crisis de la edad, nuestros conflictos existenciales y ese sentimiento de insatisfacción que cada vez esta más latente en la sociedad actual en la que pareciera que ya nada nos es suficiente. El que engañosamente parece ser en un principio el guión más sencillo de Kaufman se va desarrollando de manera sensacional con el paso de los minutos, pasando de ser una cinta romántica a convertirse en algo más surrealista y con una profundidad que nos trastoca en nuestro interior. Es impresionante cómo una tan simple primicia termina por abordar tantos temas trascendentales en nuestra condición humana, pues además es una dura crítica social con la que Kaufman nos demuestra ser uno de los genios ignorados en Hollywood a la hora de contar historias, anotándose otro gran logro en su peculiar filmografía. Anomalisa es uno de los filmes que no se deben perder de vista este año -o el próximo si se estrena en México-, una rara, abigarrada y emotiva joya de la animación que no debe de pasar desapercibida.



C

ómo actuarías después de ser víctima de un horrendo crimen? La mayoría de nosotros entraría en shock o depresión por el suceso... pero este no es el caso de nuestra protagonista, Paulina. Ella es una joven y prometedora abogada; su padre, Fernando, es un destacado juez y se siente sumamente orgulloso de su hija. Pero Paulina tiene otros planes, ella quiere dejar el trabajo al que tanto tiempo le dedicó para convertirse en una maestra rural. Su padre está en desacuerdo con esta decisión, pero conoce a Paulina perfectamente y sabe que no se detendrá aunque él se oponga. Y aunque aparentemente parezca que será algo fácil, a Paulina le costará trabajo poder ganarse el respeto de sus alumnos. Una noche, durante su segunda semana como maestra rural y después de visitar a una amiga, es interceptada y brutalmente atacada por una "patota", un grupo de jóvenes del poblado. A pesar del terrible incidente, Paulina vuelve a su rutina diaria casi de inmediato y sin ningún trauma aparente, pero lo más sorprendente es su forma de sobrellevar la tragedia de la que ha sido víctima, dejando sorprendidos a todos a su alrededor, especialmente a su padre. Al conocer cuál es la trama de la película Paulina (La Patota, 2015), uno podría dejarse llevar y pensar que es algo que ya hemos visto en diversas ocasiones, pero en el gran atractivo de la cinta y el punto de radical diferencia reside en el fascinante retrato femenino que hace de la protagonista (a quien Dolores Fonzi da vida con sobresaliente sensibilidad) y en la disección de su perfil psicológico. Se trata de una mujer que no obstante a lo atroz de la situación, regresa inmediatamente a sus actividades cotidianas; la contraparte en la forma de pensar de la protagonista, es su propio padre (encarnado por el actor Oscar Martínez, a

quien vimos el año pasado en Relatos Salvajes), motivo por el que ambos personajes tendrán diversos enfrentamientos, y que representan los mejores momentos de la película, específicamente todo esa escena inicial donde los podemos ver por primera vez debatiendo y donde nos marcan de manera más que clara la contrastante personalidad de ambas partes: Paulina, una persona idealista, soñadora y comprometida con causas sociales; y su padre, un experimentado juez que es fiel a todos sus principios sobre lo que significa la justicia. El director Santiago Mitre, después del tremendo éxito que obtuvo por su opera prima, El Estudiante (2011), apuesta en esta ocasión por este remake basado en la cinta llamada La Patota (o también conocida como Ultraje) del año 1960; esta versión de Mitre recibió el Gran Premio de la Semana de la Crítica y el Premio FIPRESCI de la prensa internacional en el Festival de Cine de Cannes, además de ser galardonada en el Festival de Cine de San Sebastián llevándose los tres premios principales: el Gran Premio Horizontes Latinos, el Premio EZAE de la Juventud, y el Premio Otra Mirada. Y es que el motivo de tal reconocimiento queda claro una vez terminada su apreciación, pues estamos ante una cinta arriesgada, controvertida y retadora que nos coloca ante una gran interrogante moral de la misma manera que lo hace con su protagonista; nos mueve a intentar comprender sus polémicas decisiones y tratar de ponernos en su lugar, sin juicios de cualquier naturaleza, sólo tratar de concebir su manera de pensar que la ha llevado lo mismo al rechazo que al respeto de la comunidad, y llevarnos a nosotros una y otra vez hacia la misma cuestión... ¿seríamos capaces de hacer lo mismo que Paulina?



M

argherita es una reconocida directora de cine que está muy comprometida con que sus películas tengan un trasfondo social y se encuentra trabajando en un proyecto sobre unos obreros que corren el riesgo de perder su empleo cuando un empresario estadounidense se dispone a comprar la fabrica en donde trabajan. En su vida personal las cosas se están complicando: la relación que tiene con su hija es algo distante, terminó el noviazgo que tenia con un compañero de rodaje y el repentino deterioro de la salud de su madre termina por empeorarlo todo. Tanto Margherita como su hermano Giovanni, se disponen a cuidarla a la par de que continúan con sus actividades. Su madre es una maestra de latin retirada; ella está consciente de su mal estado de salud, experimenta fugases momentos de lucidez y locura, pero no se deja vencer por la enfermedad. Desafortunadamente, pese a los cuidados, el diagnostico no es favorable, así que a los hermanos no les queda más que resignarse, acompañar y esperar a que la vida de su madre llegue a su fin. Por si esto fuera poco para Margherita, la llegada de una carismática e insufrible estrella de cine a su película hacen perder la poca cordura que la quedaba, detonando en ella un profunda crisis donde el dolor y la rabia por la inminente partida de su madre la hacen recordar, cuestionarse y reprocharse diversos aspectos de su vida. El director Nanni Moretti ya nos había presentado una cinta sobre la pérdida de un familiar, La habitación de un hijo (La stanza del figlio, 2001), y en esta ocasión, para realizar Mia Madre (2015) se basó en la experiencia de la pérdida de su propia madre, mientras

él se encontraba filmando la cinta Habemus Papam (2011); es así que el personaje de Margherita es un alter ego de Moretti, quien también participó como actor interpretando al hermano de la protagonista. La manera en que Moretti aborda el tema de la pérdida es muy sutil, realista y conmovedor; con un ritmo pausado y un sobrio manejo del drama, el refinado guión -en el que también colaboró el realizador- nos muestra dos tipos de escenas: unas donde Margherita atraviesa por distintos flashbacks, alucinaciones y pesadillas ocasionadas por la situación de su madre, y otras en el set de filmación donde vemos la neurosis de la directora por la presión de estar grabando y al mando de una producción con tremenda pena sobre ella. Estas escenas nos ayudan a comprender el difícil estado emocional que atraviesa la protagonista, una fenomenal Margherita Buy que nos da una estupenda, sutil y conmovedora interpretación respaldada por las correctas actuaciones del resto del elenco destacando la participación de Giulia Lazzarini, como Ada, la desahuciada madre, y un adecuado John Torturro que vuelve a demostrar que, cuando se lo propone, puede darnos una estupenda interpretación, siendo suyos los momentos cómicos que ayudan aminorar el drama. Mia Madre ha sido una catarsis para su director, pero a la par nos ha traído una gran filme del que nadie saldrá ileso; se trata de un trabajo que nos recuerda que la sombra de la muerte surca sobre nosotros en todo momento, pero lo que hagamos en vida dejará huella en el interior de los que nos conocieron.



L

a serienovela Las Aparicio, producida por Argos y transmitida originalmente por Cadena Tres, fue uno de los más grandes éxitos de la televisión mexicana de los últimos años, generando sorprendentes números de audiencia para tratarse de una modesta producción mexicana que no pertenece a una de las dos televisoras más importantes del país Televisa y TV Azteca-. Polémica y vanguardista, tocando temas de manera abierta como la homosexualidad y el sexo sin tapujos; así se presentó Las Aparicio y encantó a un sector del público mexicano que buscaba una opción diferente, más honesta. Terminando el proyecto televisivo se tuvo la inquietud de hacer la película que diera continuidad a la historia de la serie. Años después y tras muchos contratiempos finalmente el productor Epigmenio Ibarra y el director Moisés Ortiz Urquidi (también creadores de la serie) pudieron concluir este proyecto en pantalla grande y su estreno es ya inminente. En la familia Aparicio hay una maldición: todos los hombres que llegan a la vida de las integrantes de la familia a manera de intereses amorosos mueren repentinamente. Además, ninguna de ella puede engendrar hijos varones, sólo mujeres. Pero las Aparicio parecen no necesitar de los hombres, son mujeres fuertes, exitosas e independientes. La cabeza de la familia es Rafaela, una mujer que ha tenido tres matrimonios (los padres de sus tres

hijas) y todos han muerto inesperadamente. Alma es una terapeuta sexual, una mujer recién viuda y con unos métodos bastante peculiares para sus terapias. Mercedes es una abogada exitosa que continúa dedicada a acabar con las injusticias del país. Y Julia, la más joven, goza de una feliz relación con su mejor amiga desde la infancia y ahora pareja sentimental, Mariana, quien ha crecido junto con todas ellas. Por motivos diversos todas se reúnen en la antigua Hacienda de la familia e intentan poner en orden sus vidas; en el lugar conocen a un joven y atractivo empleado con el que comienzan a involucrarse de distintas maneras las hermanas Aparicio. Además, un sorpresivo descubrimiento en la hacienda será la clave para descubrir el misterio de la maldición que acecha a la familia. Es así que la película intenta darle continuidad a la historia de la presentada en la pantalla chica, pero como se indicaba al comienzo, la cinta contó con varios inconvenientes que retrasaron la filmación. Uno de los más notables cambios es en el elenco principal, dos de las protagonistas de la serie original, Gabriela de la Garza y Ximena Rubio, no participan en el proyecto fílmico, siendo sustituidas por Ana de la Reguera e Iliana Fox. Y aunque hacen un esfuerzo por tratar de sacar a flote sus papeles, la ausencia de las protagonistas en televisión se resiente. Aunque este no es el último ni el más grave problema con esta extensión fílmica del proyecto televisivo, ya

que a pesar de contar con importantes actores que aparecieron en la serie como Damián Alcázar, y tener interesantes adiciones como la participación de Tenoch Huerta, la cinta no es tan afortunada en su resultado final. Y es que uno podría creer que por contar detrás con los mismos creadores que concibieron la serie el resultado sería lo más fiel a ésta, pero al parecer tanto el director como los productores intentaron hacer un producto más comercial que llegará a un público más amplio y descuidan la calidad de la historia, pues esta deja mucho que desear al intentar forzadamente insertar historias de denuncia, que si bien se agradece el querer abordar temas sociales más profundos, éstos obstruyen por completo la historia central, no aportando nada y no permitiendo que la historia de la familia Aparicio luzca como debería. En un intento por hacer algo exclusivamente para repetir el éxito de la serie, Las Aparicio (2015) decepcionará a la mayoría de los fans, ya que carece de la frescura característica con la que contaba en televisión. Aunque seamos sinceros, la falta de exigencia del público mexicano a la hora de escoger el cine que quiere ver la convertirá en un éxito en taquilla tal como pretendían, aunque sin merecerlo. Decepciona que una serie tan innovadora en su momento haya derivado en una adaptación cinematográfica bastante convencional.



E

l nuevo trabajo del ya consagrado documentalista Everardo González (Los Ladrones Viejos: Las Leyendas del Artegio y Cuates de Australia) retrata la situación de un par de reporteros que se ven obligados a autoexiliarse de su propio país tras ser violentada su vida con amenazas de muerte y ejecución de familiares por parte del crimen organizado y buscar asilo político en Estados Unidos. Los casos del reportero Ricardo Chávez Aldana y del camarógrafo deportivo Alejandro Hernández Pacheco son la vía mediante la cual Everardo González expone en El Paso (2015) la situación de la persecución de prensa que se vive en México. El primero, reportero de nota roja, recibió amenazas de muerte y padeció la ejecución de dos de sus sobrinos tras denunciar la impunidad de los casos perpetrados por el crimen organizado; el segundo, camarógrafo deportivo, sufrió un levantón tras haber sustituido a un compañero, y su "rescate" fue una infame orquestación mediática por parte del gobierno federal para ensalzar su famosa "guerra contra el narcotráfico". Con su característica narrativa experta, Everardo González logra sumergirnos en ese mundo de violencia e impunidad en el que vivieron Ricardo y Alejandro en México, y el de esa otra violencia -posiblemente menos visible

pero igual de angustiante- a la que se enfrentan ahora más allá de la frontera: la del rechazo de una sociedad ajena a la que no se puede integrar completamente, la de la nula solidaridad de los medios, la de la poca ayuda del gobierno estadounidense que los cataloga como "busca papeles", la de su situación de indocumentados que los mantiene en una suerte se "limbo migratorio" desde hace ya varios años. El Paso también sirve como crítica hacia la hipocresía mediática, hacia la victimización que los medios hacen de sus "plumas poderosas", sus "periodistas reconocidos" y sus "directores editoriales consagrados", pero ignorando descaradamente a esos "reporteros invisibles", a esos trabajadores más vulnerables que arriesgan sus vidas por unos cuantos miles de pesos en sus nóminas mensuales y cuyas desapariciones o asesinatos son señalados como meros "daños colaterales". Una vez más Everardo González entrega un documento imprescindible tanto cinematográfica como socialmente; un poderoso testimonio a la vez que un retrato íntimo y familiar de dos personas que han padecido la violencia en carne propia y se han encontrado con la incompetencia del gobierno y su ineptitud al momento de garantizar seguridad a la prensa.



E

l cineasta mexicano Julián Hernández incursiona en solitario en el terreno documental con un cortometraje enfocado en la figura de un bailarín provinciano, que ante la adversidad económica con la que se topa de frente tras mudarse al D.F., decide recurrir a su segunda actividad favorita después de la danza: el sexo. Christian Rodríguez es el nombre del también escort originario de la pequeña comunidad de El Roble, cerca de Mazatlán, Sinaloa, en el que se centra Muchacho en la barra se masturba con rabia y osadía (2015), un trabajo que Hernández lleva con sorprendente agilidad narrativa dejando de lado su estilo contemplativo que ha marcado la pauta de su cine. Pero más allá de las virtudes narrativas de Hernández -ya demostradas varias veces a lo largo de su filmografía-, lo que sobresale en el documental es la sensibilidad con la que se aproxima a este personaje y nos cuenta la historia de su doble vida: sin un atisbo de moralidad inquisidora y sin rastro alguno de un enfoque melodramático con el que a otros realizadores les podría haber resultado fácil compartirnos esta historia. Así es como nos encontramos con un cineasta que toma los claroscuros que conforman la vida del fenomenalmente carismático Christian -o Jonathan, para sus clientes- y nos lleva a conocerlo desde su infancia/adolescencia en su pueblo natal donde tuvo sus primeras experiencias sexuales con pseudobu-

gas, hasta su llegada a Mazatlán y posteriormente al D.F. donde tomó la decisión de prostituirse para encontrar sustento económico a falta de un trabajo estable como bailarín. Con estos fragmentos de la vida de Christian, Hernández va tejiendo una narración ágil al tiempo que íntima sobre su fascinante protagonista, guiándonos a través de los universos en los que se mueve: el de la danza contemporánea y el de la prostitución homosexual capitalina, universos hipnóticos que se llevan en la memoria tras su visionado, pues tanto las escenas de ensayos de danza contemporánea así como las estilizadas secuencias de sexo -incluyendo esa que bautiza el documentalposeen un poderío visual y una sensibilidad emocional que hace imposible no terminar seducidos ante la propuesta de manera instantánea. Muchacho en la barra se masturba con rabia y osadía es una postal compleja, detallada y llena de matices sobre los mundos de la danza y la prostitución en una maniática metrópolis como lo es la Ciudad de México. Evitando juicio alguno de cualquier naturaleza y sin adoptar una perspectiva morbosa sobre lo desoladora y sórdida que puede ser la prostitución, logra con tan sólo veinte minutos de metraje ser un documental sólido, un sobresaliente y sofisticado trabajo que se une a la ya contundente filmografía de Julián Hernández.






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