CELULOIDE DIGITAL - MAYO 2019

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El fructífero director videoclipero Anton Corbjin se coloca al frente de este proyecto cinematográfico enfocado en la figura central de la banda Joy Division: Ian Curtis. Con base en el libro Touching from a Distance escrito por la misma viuda de Curtis, Deborah, el cineasta utiliza el blanco y negro en que nos presenta la película, para abordar la figura enfermiza (y egoísta) del vocalista a través de un guión estupendo (adaptado por Matt Greenhalgh) al que se le despojó de artificios hollywoodenses y evitando ofrecer fechas precisas de los acontecimientos; respecto a eso, hay algunas inexactitudes históricas respecto a la creación de algunas canciones, pero son errores menores que no logran quitar el gran mérito que significó el trasladar la historia del papel al celuloide sobre el elemento principal de una de las bandas más influyentes del siglo pasado que cambió la historia de la música.




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n este ejercicio audiovisual de poéticos alcances experimentales, el director californiano Todd Haynes recurre a seis talentosos histriones para interpretar a la misma cantidad de personajes que funcionan para plasmar en pantalla los diferentes momentos en la vida tanto profesional como personal del legendario cantante estadounidense Bob Dylan. Así podríamos describir superficialmente la premisa de I'm not there, sin embargo, el ejercicio de estilo propuesto por Haynes va mucho más allá de ser un biopic al uso con un reparto multiestelar. Haynes, quien ya se había adentrado al cine musical rock con la genial Velvet Goldmine (1998), acude en esta ocasión a una propuesta caleidoscópica que visual y narrativamente va saltando desde el viaje psicotrópico hasta la monocromía fellinesca. La película se desarrolla en distintas épocas y lugares, compartiéndonos fragmentos de la vida de seis personajes: el pequeño Marcus Carl Franklin da vida a Woody Guthrie, un niño afroamericano de once años que está en camino a Los Ángeles en busca de la fama como cantante; el finado Heath Ledger encarna a Robbie, un

trovador mujeriego que vive en la carretera; la australiana Cate Blanchett es un andrógino rockstar de nombre Jude; Christian Bale interpreta a un Jack, ídolo folk recién convertido en evangelista y ahora llamado Pastor John; Ben Whishaw es el poeta Arthur Rimbaud; y finalmente Richard Gere como el famoso fugitivo Billy The Kid. Galardonada con el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival Internacional de Cine de Venecia, I'm not there” está lejos de ser un biopic de manual y, en cambio, representa un audaz y arriesgado fresco en movimiento en el que Haynes –coautor junto a Oren Moverman del guión en el que permea un humor sardónico combinado con un halo de misticismo y que deambula entre anécdotas reales y leyendas en torno a la figura del intérprete homenajeado– toma como pretexto la exploración de las distintas facetas y personalidades del cantante para ofrecernos un ejercicio ambiguo, denso y en apariencia caótico con una serie de reflexiones sobre el arte en general, la música en particular, el significado de ser artista, y la dignidad de su artífice.



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a locura y la genialidad como elementos simbióticos que forman parte de la creación artística han sido ya abordados en incontables ocasiones en el mundo del celuloide. Ejemplos como Pi: El Orden del Caos (Pi; 1998) de Darren Aronofsky o Una Mente brillante (A Beautiful Mind; 2001) de Ron Howard, han plasmado historias de personajes con un gran coeficiente intelectual que, a pesar de su prodigiosas mentes capaces de discernir cosas imposibles para el resto de los mortales, comienzan a padecer enfermedades como esquizofrenia o diversos delirios degenerativos. Otras películas como Sed de vivir (Lust for Life; 1956) de Vincente Minelli, Pollock (2000) de Ed Harris, (Las Horas (The Hours; 2002) de Stephen Daldry y En el Camino (On the Road; 2012) de Walter Salles han presentado a personajes icónicos en el universo del arte (Vincent van Gogh, Jackson Pollock, Virginia Woolf y Jack Kerouac respectivamente) cuyas vidas transitaron entre la genialidad artística y la delirante locura autodestructiva. Y es precisamente la creación artística originada en un estado de desorden mental el tema principal en Frank (2014), una historia inspirada en las experiencias de Jon Ronson mientras fue tecladista de la Frank Sidebottom and the Oh Blimey Big Band, agrupación liderada por Frank Sidebottom, excéntrico personaje creado por el comediante y músico inglés Chris Sievey a finales de los 80 en la escena musical de Manchester y que muriera en esa ciudad el 22 de junio de 2010 a causa de cáncer de garganta. El alter ego de Jon Ronson en la película, Jon Burroughs (Domhnall Gleeson), es el personaje que funciona a manera de hilo conductor y que nos lleva por un viaje que apenas sobrepasa los noventa minutos, pero que termina por ser toda una odisea a través de una sobresaliente psique creativa. Jon es un joven aspirante a músico que, en un absurdo encuentro en la playa, conoce a una excéntrica banda llamada Soronprfbs a la que tiene oportunidad de unirse como reemplazo del tecladista que recientemente ha quedado 'indispuesto' para tocar en las presentaciones de la agrupación. Así también se le presenta la oportunidad de Jon para integrarse de manera definitiva y colaborar en la creación del nuevo disco experimental de la banda, entre cuyos miembros podemos encontrar a toda una colección de personajes bizarros como la violenta y neurótica Clara (Maggie Gyllenhaal), una mujer que toca el Theremín; el aparentemente cuerdo Don (Scoot McNairy), que funge como manager de la banda; el guitarrista Baraque (Francois Civil); y por supuesto el vocalista Frank (Michael Fassbender), peculiar personaje que además de contar con una prodigiosa creatividad, se caracteriza por utilizar una enorme cabeza hecha de cartón y papel maché que no se quita en ningún momento.

Acompañamos entonces a la banda en la extraña construcción de su nuevo material, mientras Jon, además de hacer un registro del proceso creativo a través de Twitter y YouTube, lucha por su frustración al creer no estar a la altura de las exigencias creativas tan extremas que se requieren para la realización de un material discográfico de tan extraña banda. El espíritu optimista de Jon, que lo ha hecho que lleve su registro creativo a las redes sociales, hace que cada vez más gente conozca a la banda junto con el proceso de creación del nuevo álbum, convirtiéndose en un pequeño fenómeno en las redes, llegando incluso a ser invitados al festival de corte indie South By Southwest (SXSW) donde las cosas se salen un poco de control y la película da un giro inesperado. El director Lenny Abrahamson, quien hace exactamente hace una década presentó su ópera prima Adam & Paul, nos ofrece aquí una sobresaliente comedia negra que se presenta de una forma similar a la manera intimista en la que los hermanos Coen nos permitieron un acercamiento a la figura del músico folk Llewin Davis (personaje inspirado parcialmente en el músico y activista Dave Van Ronk y que en la pantalla fue encarnado por Oscar Isaac) en Balada de un Hombre común (Inside Llewyn Davis; 2013). Frank representa un cuento fascinante, extraño y maravilloso sobre el poder creativo bajo los desórdenes mentales escrita por Jon Ronson, quien con ayuda de Peter Straughan, ficcionalizó sus experiencias y las transformó en esta especie de fábula bizarra que sirve a manera de homenaje/tributo a todas aquellas personas que al igual que Frank Sidebottom, son fantásticamente extrañas para lograr sobresalir en el mainstream. Frank es una pieza artística bizarra donde cada actor se planta fuertemente en el terreno de lo absurdo y no lo abandonan por ningún motivo durante toda la película, la cual va de ser una hilarante comedia absurda durante la primera mitad, para darle paso posteriormente a un drama igualmente absurdo y extrañamente divertido con el que se logra también conmover gracias a esa capacidad histriónica que posee el incuestionable y verdadero protagonista de la película, Michael Fassbender, pues aún con la enorme cabeza falsa a cuestas, logra sacar adelante a su personaje y ser la esencia y el alma del filme. Mención aparte merecen las secuencias finales de la película donde el actor, ya sin la enorme cabeza de papel maché, vuelve a demostrar el porqué es considerado como uno de los mejores actores de su generación. Bizarra, extraña, excéntrica, divertida, absurda, dramática, honesta, caótica, oscura y sorpresiva, son algunos de tantos calificativos con los que podríamos referirnos a Frank, pero elegiremos uno que servirá también a manera de recomendación: imperdible.


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strenado internacionalmente al margen del concurso en el Festival Internacional de Cine de Venecia el año pasado, el más reciente documental de Amy Berg –reconocida por sus trabajos de denuncia social como Deliver us from Evil (2006), West of Memphis, (2012), An open secret, (2014) y Prophet's Pray (2015)– propone un íntimo acercamiento a la figura de uno de los estandartes del contracultural movimiento hippie en la década de los 60: Janis Joplin. Como sucede habitualmente con las celebridades que han alcanzado el estatus de leyendas, prácticamente ya se ha dicho todo sobre ellas; sin embargo, el mito a su alrededor ha sido erigido por terceras personas que, evidentemente, lo han hecho desde un punto de vista enteramente subjetivo. Pero Janis: Little Girl Blue es una propuesta un tanto diferente a los típicos documentales en los que unas cabezas flotantes ofrecen su testimonio sobre alguna celebridad al tiempo que en pantalla se intercalan fotografías y videos de archivo que, de manera redundante, nos muestran lo que las voces en off nos están narrando. Y es que si bien el documental no escapa de los convencionalismos formales al presentar entrevistas testimoniales de familiares, amigos y amores perdidos de «la Reina Blanca del Blues»

mientras se proyectan en pantalla fotografías y videos de archivo, son las hasta ahora inéditas cartas que la cantante escribió para sus seres queridos las que convierten al trabajo de Amy Berg en un trascendente documento cinematográfico que va más allá de un sentido homenaje a esta emblemática figura del Rock and Roll. Bajo una estructura muy similar a la utilizada por Stevan Riley en su documental Listen to me, Marlon (2015) –en el que cientos de horas de grabaciones de audio inéditas de Marlon Brando marcaron la pauta de la cinta–, la cineasta angelina da forma a los cien minutos de su filme de una manera audaz, dinámica e íntima de la cantante que, incluso ya convertida en leyenda musical, jamás logró superar las inseguridades emocionales que el rechazo y el acoso escolar le marcaron con fuego en el alma. Las cartas –aquí leídas por la cantante conocida como Cat Power, poseedora de un timbre vocal similar al de la figura de estudio del documental– dan forma a una narración en primera persona y son íntimo testimonio de que, pese a su talento, ambición y éxito avasallador, era al tiempo insegura, frágil, ingenua y perpetuamente insatisfecha; evidentes secuelas emocionales de la educación y presión social de su natal y aún ultraconservadora Texas. Los

estigmas de marginación y rechazo –incluso por parte de sus padres quienes nunca aceptaron su estilo de vida y anhelaban que se convirtiera en profesora en el infame pueblo de Port Arthur– la acompañaron en todo momento. Su necesidad de aceptación nunca desapareció, estuvo con ella incluso a la hora de subir a los escenarios, en esos esporádicos instantes en los que su angustiado espíritu tomaba el dolor como materia prima para transformarlo en desgarradores cantos de rebeldía y libertad, en codificados mensajes de ayuda que, lamentablemente, fueron mucho más claros tras su prematura partida el 4 de octubre de 1970 con tan sólo 27 años. Janis: Little Girl Blue es un trabajo imprescindible que, pese a no descubrir el hilo negro del género biográfico documental y a no presentar datos realmente reveladores –una búsqueda rigurosa por la red hubiera arrojado los mismos datos presentados en el filme–, sobresale por dejar de lado el amarillismo y la curiosidad mórbida que inevitablemente despiertan las figuras rodeadas de excesos como la de «la Bruja Cósmica», y por el contrario, centrarse en los claroscuros episodios de este maravilloso aunque fugaz astro que, con una precipitada carrera de menos de diez años, se volvió eterno.


Bajo las órdenes del gran Oliver Stone, Val Kilmer encabeza el reparto de este fascinante y evocador drama biográfico centrado en la mítica figura del que para muchos fue un regalo de Dios, pero para otros, un descendiente de Satán: Jim Morrison, vocalista de la legendaria banda The Doors que vivió su carrera entre escándalos y excesos de sexo y drogas.

Esta pieza de ochenterísima nostalgia es la adaptación de la novela de Nick Hornby protagonizada por John Cusack como Rob Gordon, un hombre joven de Chicago que tiene una tienda de discos que está a punto de irse a la quiebra; sin embargo, a Rob le aqueja un problema aún mayor: quiere regresar con su antigua novia, Laura (Iben Hjejle), quien ya está saliendo con alguien más. El treintañero sobrelleva su situación compartiendo su melomanía en vinil con sus dos empleados, Dick (Todd Louiso) y Barry (Jack Black).

Con guion propio y de Abbe Wool, el director Alex Cox realiza un repaso a los últimos años de Sid Vicious (un fenomenal Gary Oldman), legendario líder y vocalista de la agrupación Sex Pistols. Este biopic narra el enamoramiento del mítico cantante con una chica americana llamada Nancy (Chloe Webb nominada como mejor actriz por el Círculo de Críticos de Nueva York), su asesinato, la acusación que llevó a Sid a ser arrestado y su muerte por sobredosis antes de que comenzara su proceso judicial.

Ganadora del premio Oscar a la Mejor Canción Original, Purple Rain marca el debut como actor del cantante Prince encarnando a The Kid, un joven músico atormentado por un pasado de violencia intrafamiliar que comienza a replicar con su pareja Apollonia (Apollonia Kotero); por si fuera poco un rival aparece y además de buscar quedarse con su chica, pretende adueñarse de la exclusividad del bar donde ambos se presentan.


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Qué factor es determinante para tener éxito en la música? Muchos músicos lo buscan desesperadamente creyendo que la fama y la fortuna es la meta a alcanzar, pero para algunos otros, para esos que en realidad aman lo que hacen, la meta a alcanzar es dejar huella en la industria. Bien lo mencionaba Andrew (Miles Teller), el protagonista de Whiplash: Música y Obsesión (Whiplash, 2014): "prefiero morir como un alcohólico, en la ruina, a los 34, y que la gente converse de mí, que vivir para ser rico y sobrio a 90 y nadie recuerde quién era yo". Eso es para los apasionados al arte el significado del éxito, pero también, siendo un poco menos soñadores, hay que aceptar que hay veces que el esfuerzo no alcanza para lograr este objetivo, existe muchísimo talento, sólo que hay que estar conscientes que siempre habrá alguien que lo haga mejor que uno. Así que la "inmortalidad" anhelada es mucho más difícil, ya que para ello implican muchos factores que no dependen del artista: la empatía con el público, que ellos amén su música, y siendo honestos, una muerte trágica ayuda bastante. Esto nos lleva a la conclusión que la mayor parte de los que se vuelven "iconos" lo hacen por la más sencilla razón... ser ellos mismos. Kurt Cobain es de esos casos especiales, su forma tan auténtica de ser lo convirtió en un estandarte para la "generación X", y junto a su banda Nirvana reinó durante los 90s. Es por todos conocido la acelerada y fascinante vida de Kurt Cobain, un chico que encontró en el rock el antídoto para su dolor interno, así que uno pensaría que un documental sobre él está de más, ya que ya se han realizado varios. Pero el punto fuerte del que hoy nos ocupa, Kurt Cobain: Montage of Heck (2015), es que probablemente se trate del retrato más íntimo sobre un ídolo musical que se ha visto en años.

Producido por HBO, estrenado por la misma cadena a principios de mayo y bajo la dirección de Brett Morgen, el documental nos cuenta la vida de Cobain en esta biografía "autorizada" del dios del grunge, de boca de sus padres y madrastra, gente que lo conoció en su juventud, sus amigos más cercanos -de los cuales faltó Dave Grohl, compañero de Nirvana y amigo de la juventud que por motivos personales no quiso participar-, su ex esposa y también cantante Courtney Love, así como su hija Francis, quién aunque no da su testimonio en el documental sí participa como productora e impulsora del proyecto. Todos ellos dieron acceso al director de material inédito como vídeos caseros, fotografías, canciones inéditas, dibujos, apuntes y grabaciones que Cobain hacía en la intimidad y contando anécdotas que pocos conocíamos de Cobain como hijo, pareja, padre y ser humano. Algo a destacar son esas melancólicas secuencias animadas con la voz de fondo de Kurt narrando pasajes de su vida, provocando que se intensifique el sentimiento con el espectador. El documental permite apreciar otra sensibilidad del cantante, acompañamos a un niño que sólo quería una familia, sentirse querido, de ahí se deriva su rebeldía, sus adicciones, la violencia y autodestrucción en general que lo acompañaría durante su meteórica y corta carrera musical que marco al época de los años 90, y que término anticipadamente con su suicidio... ¿o fue un asesinato como se especula? Curiosamente él alcanzó, sin buscarlo, lo que hablábamos en un principio, la fama y fortuna acompañada de el status de leyenda. El "éxito" del que siempre trató de huir y que para él no era más que una carga con la que no podía vivir.


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n la primera década de este siglo llegó a la escena musical una mujer de peculiar voz, estilo y belleza; un alma vieja que tal pareciera nació en la época equivocada, pero que llegó a seducirnos con su gran talento natural y su hermoso sonido de jazz y soul. Una sencilla chica que emanaba talento y con un look fuera de los estándares de la imagen de una cantante en la actualidad, pero también con un carisma envidiable y una personalidad magnética que con tan sólo dos discos se convirtió en una figura icónica para toda una generación: Amy Winehouse. Pero el meteórico ascenso a la fama de esta joven inglesa que traía la música en el alma y a flor de piel fue trágicamente interrumpido por su repentino fallecimiento en julio del 2011 en su piso de Camden, en Londres, por un paro cardíaco a consecuencia de sus excesos con el alcohol y las drogas. El director Asif Kapadia, reconocido mundialmente por su gran trabajo con el documental Senna (2010) sobre el famoso piloto automovilista Ayrton Senna, es el encargado de materializar el proyecto Amy (2015) donde nos narra los 27 años de la vida de la ganadora de seis premios Grammy por medio de videos, testimonios en audio de familiares y amigos, entrevistas, y de algunas letras de sus canciones.

En el documental podemos ver cómo ciertos hechos pueden hacer que un artista con gran futuro termine por tocar fondo. Por una parte tenemos a una joven y entusiasta Amy en los inicios de su carrera, la relación con su familia y su primer contacto discográfico que prosperó en el nacimiento de uno de los discos más representativos y exitosos de la década pasada y que la convirtieron en el gran fenómeno que fue: el álbum "Back to Black". Aunque por otro lado, y paralelo a sus grandes triunfos, también somos testigos de las causas que la llevaron a la autodestrucción: el divorcio de sus padres que nunca pudo superar completamente, sus tormentosas relaciones (especialmente con su pareja Blake Fielder) que aunque le ayudaron a escribir sus conocidas lastimeras melodías, también le dañaron emocionalmente de una forma irreparable. El alcohol, las drogas y la bulimia fueron deteriorando su salud, problema que agravaron las personas a su alrededor que únicamente buscaban sacar provecho de ella, como la prensa amarillista que no se cansó de atacarla e invadir descarnadamente su privacidad; y en este relato del ídolo caído, este cuadro de la decadencia, también hay lugar para hablar sobre el amarillismo periodístico que puede socavar la carrera de un gran talento.

Y es que si bien es por todos conocido lo intensa que fue la vida de Winehouse (gracias a los medios sensacionalistas que se encargaron de darnos todos los detalles, hasta los más privados con tal de vender), es gracias al documental que podemos tener acceso a la otra cara de la cantante: sensible, divertida y amorosa, la mujer que bien se podía parar frente a miles de espectadores y con seguridad interpretar sus temas, pero que mantenía una humildad de la que carecen muchos otros artistas con un talento inferior; una característica que, por ejemplo, la hacía comportarse como una niña temerosa y tímida a la hora de conocer a su ídolo Tony Bennet cuando el mismo cantante reconocía la grandeza de Winehouse. Amy en ningún momento pretende que juzguemos, disculpemos o justifiquemos los actos de la cantante; Kapadia esquiva los juicios morales y todos sus esfuerzos se dirigen a levantar un poderoso, íntimo y emotivo homenaje a la mujer, un trabajo escrupuloso que se adentra en el mito de Winehouse y que captura perfectamente la esencia de la mujer artista en medio de su accidentada vida. Finalmente, lo logrado por el director británico es un contundente documento que fascinará hasta a quienes no son acérrimos fans de 'la reina británica del Soul'.



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será un año recordado por todos los rockeros como el año en que se estrenó la película más divertida sobre el género. A lo largo de los años, This is Spinal Tap se ha consagrado como un filme de culto para todo buen rockero y como un objeto de análisis para gran parte de los estudiosos del cine. Es, por tanto, además de una película divertidísima, un filme muy interesante de analizar desde el punto de vista de los estudios fílmicos. This is Spinal Tap es un falso documental que narra la desastrosa gira por EEUU del ficticio grupo Spinal Tap, “una de las bandas de rock más ruidosas de Inglaterra”. Marti DiBergi (Rob Reiner, director de la película que actúa como director del supuesto documental), acompaña a la legendaria banda británica en la promoción de su nuevo disco, “Smell the Glove”. La gira es un auténtico desastre y sirve de excusa a Reiner para poner de relevancia todos los tópicos y clichés del mundo del rock and roll. Pero más que reírse de la cultura del rock, se ríe de la figura del rockstar, a quien retrata como una persona excéntrica, caprichosa y egocéntrica. La crítica que realiza el filme va in crescendo hasta llegar a un punto donde el grupo se parodia a sí mismo. Sin embargo, la cinta termina con un mensaje algo más positivo, no tan crítico: parece que el propio director le ha cogido cariño a ese personaje que representa el rockstar y no le deja tirado en una cuneta. Porque al fin y al cabo, así son (para Rob Reiner) las rockstars. Quizá sean caprichosos y ególatras, pero al final, lo único que quieren es “rocanrolear” a su aire. Los ajustados atuendos de los componentes del grupo, las letras de las canciones, los movimientos con las guitarras, la forma particular de bailar, el hecho de que se pongan relleno entre las piernas (“para dar miedo”)… La crítica a la figura del rockstar es más que evidente. Me resulta imposible resistirme a destacar una frase de Mick Shrimpton (R. J. Parnell), uno de los integrantes del grupo, que resume a la perfección la idea del filme: “mientras existan el sexo y las drogas, puedo vivir sin Rock and Roll”. Así mismo, también quisiera a narrar una breve escena que igualmente condensa el sentir general de la película y su crítica al rockstar. En esta se-

cuencia, Nigel Tufnel (Christopher Guest, guitarrista y líder del grupo) le comenta a Ian Faith (Tony Hendra, manager de la banda) algunos problemas en el backstage. Ian le pregunta si tiene algo que ver con el sonido y Nigel responde: “No, no, no. Hay problemas con el pan pequeñito”. El líder del grupo se queja de que el pan es demasiado pequeño para el embutido y éste se sale por todos lados. Cuando Ian consigue tranquilizarle, Nigel suspira: “me sobrepondré, soy un profesional”. Como se puede intuir, el filme trata de manera muy humorística muchos tópicos del rock and roll como, por ejemplo, las muertes de los baterías (inexplicablemente suelen ser los primeros miembros de las bandas en morir). Así, es curioso escuchar hablar a los integrantes del grupo sobre las muertes de sus compañeros: en un extraño accidente de jardinería, ahogado por vómito de otra persona (“al vómito no se le puede buscar huellas”), explotando en mitad de un concierto (“docenas de personas mueren por combustión espontánea cada año, pero no se le da mucha difusión”)… Es evidente que el filme da pie distintas interpretaciones; desde el homenaje, a la crítica, pasando por la simple parodia y ridiculización del rockstar; pero, lejos de todos estos conceptos que corresponden más al campo de la teoría, mi consejo es que se sienten y disfruten de esta divertidísima película. Puede que incluso descubran un grupo más que añadir a su iPod, ya que la repercusión del filme y del grupo fue tal, que la banda dio el salto de la ficción a la realidad y llegaron a sacar tres discos: This is Spinal Tap (BSO de la película), Break like the wind y Back from the Dead (todos escuchados y también recomendados por un servidor). Así pues, This is Spinal Tap posee todos los ingredientes para ser considerada lo que es: una película de culto de obligado visionado, no sólo para los amantes del rock and roll, sino para cualquier amante del cine. Una película que ha hecho que todos los grupos de rock quieran unos amplificadores que lleguen hasta el nivel 11. La parodia de las parodias que, incluso, ha tenido su capítulo de gloria en Los Simpson. Les aseguro que no se arrepentirán de invertir 82 minutos de su tiempo libre en esta legendaria película


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l inclasificable relato de la ópera prima de John Cameron Mitchell es la adaptación de su propia obra de teatro musical de Broadway y sigue a Hedwig (el mismo Cameron Mitchell), un transexual nacido en el lado oriental de Berlín el mismo año que comenzó la construcción del muro que dividió la ciudad -y la sociedad- alemana; producto de la relación entre un soldado americano y una alemana comunista, Hedwig siempre padeció la estricta educación de su madre y la frustración con el juicioso entorno en el que le tocó vivir, pero a la edad de 25 años, encuentra en una relación con el sargento norteamericano Luther Robinson (Maurice Dean Wint) la oportunidad perfecta para alcanzar la libertad al otro lado del muro, pero para poder casarse con él debe someterse a una operación de cambio de sexo, la cual no sale del todo bien y Hedwig se queda en la entrepierna con esa pulgada irritada y rabiosa (angry inch) a la que hace referencia el título del filme y una de las canciones que con fiereza interpreta en algún punto de la película.

Poco tiempo después de haber dejado el lado oriental de Alemania, es abandonado por el Sargento y decide entonces crear una banda de rock, lo que le dio la oportunidad de conocer a un joven con padres fanáticos religiosos llamado Tommy (Michael Pitt), al cual adopta como su amante y protegido antes de ser traicionado por éste, quien bajo el nombre de Tommy Gnosis -bautizado así por el propio Hedwig- se lanza como cantante con las letras y composiciones que le robó a Hedwig, por lo que éste decide perseguirlo por toda su gira a través de Estados Unidos y busca sacar a la luz la verdad sobre la 'originalidad' de la música de Tommy, quien ofrece conciertos masivos en reconocidos recintos, mientras que Hedwig se presenta en modestos restaurantes buscando un poco de ese reconocimiento tan merecido. Hedwig and the Angry Inch se convirtió en toda una revelación en 2001 no sólo por su propuesta visual y potente banda sonora, sino por su fantástica y original anécdota que grita y canta un discurso sobre la autoaceptación, logrando lle-

varse premios en diversos festivales de cine como Sundance y San Francisco. John Cameron Mitchell entrega una poderosa interpretación protagónica, una estrella de rock transexual con salvajes toques de glam y punk; el filme está cargado de un delicioso humor negro, es irreverente, divertida, rara y punzante, plagada de alegorías religiosas -no sólo sobre el catolicismo o cristianismoy referencias a la cultura pop, es una ópera rock contracultural que se convirtió en todo un símbolo para la comunidad LGBT de comienzos de siglo, es un documento fílmico sobre el autodescubrimiento, la libertad interna y la libre expresión, una retorcida fábula llena de comedia, color y energía, es una propuesta original y diferente. Hedwig and the Angry Inch fue para la primera década del nuevo milenio lo que significó El Show de Terror de Rocky (The Rocky Horror Picture Show) para la década de los setentas, o lo que significó Velvet Goldmine para los años 90, una trasgresora joya imprescindible del universo cinematográfico underground.


Luego de presenciar el asesinato de su padre a manos del amante de su madre, el pequeño Tommy queda ciego, sordo y mudo a consecuencia del terrible trauma. Con el paso de los años, y ya como joven adulto, su condición le lleva a convertirse en el campeón mundial de pinball y mesías de las masas. Haciendo mancuerna con la banda The Who, el iconoclasta Ken Russell lleva a la pantalla grande esta opera-rock que supone una dura crítica a las iglesias y cultos basados en lo material y a la sociedad por las atrocidades cometidas en contra de los niños, como el maltrato y el abuso sexual. A más de cuatro décadas de su estreno, esta pieza psicodélicametafísica sigue vigenge en su propuesta de desbloquear nuestras puertas de la percepción como camino a la autosanación tanto física como espiritual.

Por buen comportamiento, Jake Blues ha sido puesto en libertad luego de pasar varios años en prisión por robo a mano armada. Vestido con traje, sombrero negro y con lentes oscuros, Jake sale de prisión para ser recibido por su hermano Elwood –vestido de la misma manera– quien le da la noticia de que el orfanato Santa Elena donde ambos fueron criados, puede desaparecer por problemas económicos. Ambos hermanos ponen manos a la obra para reunir a su antigua banda y salvar el único hogar que han conocido en su vida.


El ya entonces popular director Richard Thorpe se hizo cargo de la tercera incursión de Elvis Presley en celuloide: El Rock de la Cárcel, un drama musical centrado en la historia de Vince Everett (Presley), un joven encarcelado por homicidio involuntario en una pelea en un bar. Durante su reclusión en la cárcel se dedica a cantar, y cuándo es puesto en libertad condicional una hermosa mujer le brinda la oportunidad dorada en el mundo discográfico que Vince no dejará pasar para alcanzar su sueño de éxito.


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amuel Isamu Kishi Leopo, un joven tapatío egresado de la UDG, nos presenta su primer largometraje, 100% tapatío: Somos Mari Pepa, el cual es una ampliación de la historia presentada en su corto Mari Pepa, ganador del premio Ariel, y en el 2011 como Mejor Corto de Ficción en el FICM. El elenco lo conforman Alejandro Gallardo, Arnold Ramírez, Rafael Andrade Muñoz, Moisés Galindo, Jaime Miranda, y Petra Iñiguez Robles, quienes son amateur en esta línea de la actuación, lo que brinda frescura y realismo. Ellos son vecinos de la misma colonia, la música es original y corrió a cargo de Kenji Kishi Leopo, quien compuso muy acertadamente desde boleros hasta rock. Samuel presenta en su cinta un homenaje al barrio donde nació en Guadalajara y Zapopan, además de a una figura importante en su vida, su Abuela, y a su fallida banda de rock. Alex un chavo de 16 años que quiere entrar en un concurso de bandas, pero también está deseoso de tener su primer encuentro sexual, cosa que sólo conoce por las pláticas con los amigos; además de ir en búsqueda de su primer empleo.

Alex vive con su abuela, una viejita que casi no habla, pero que no necesita hacerlo, sus acciones transmiten lo que su voz no emite. Por las mañana despierta a su nieto con sus canciones de “boleros” a todo volumen, al medio día escucha Kaliman y por la noche Los Radio Fantasmas, programas de radio de tradición en la zona de Jalisco. Muchos de los que vivimos en esta zona recordaremos a nuestros abuelos o padres escuchando estos entrañables programas. Alex se dará cuenta de que la vida tiene un ciclo y su abuela lo representa, entenderá que hay responsabilidades que te tocan, sin pedirlas y que el crecer trae consigo separaciones naturales que son inevitables. Somos Mary Pepa es un retrato de la frescura de los jóvenes, refleja el sentir del adolescente, sus miedos, sus necesidades, sus códigos de identidad, la amistad y la hermandad que tan fuertemente crece en esta etapa. Es una cinta muy honesta que utiliza el lenguaje real, relata la brecha que hay entre sus padres escuchando boleros y ellos con el punk, rock o lo que esté de moda, con una leve sátira a los fresas o poperos (¿Se saben una de One Direction?), o banda o norteña que otros escuchan.

Además hay una crítica a los adultos de la película, de los cuales ninguno es un ejemplo a seguir. Nos adentra en la incertidumbre de crecer y como se ven reflejados los adolescentes en los adultos. Los empleos para estos chicos sólo pueden ser trabajar en comercios como “paleterias” o entrarle a ventas piramidales como el “Herba Power”. Somos Mari Pepa nos sumerge en la vida de los adolescentes que gustan hacer alarde de su virilidad y su humor en ocasiones machista: “No seas joto”; “pásame a tu hermana”. Además del mensaje puntual sobre el abandono de los padres y la falta de comunicación en una etapa realmente importante para su formación. A pesar de ser una película de poco presupuesto y apoyos, Somos Mari Pepa es una cinta divertida, muy digerible y digna, que ha superado las expectativas al ser también bien recibida en los Festivales, una película que deberían ver muchos padres de familia, quizá no les ayude a entenderlos pero si a tener un punto de encuentro y reírse con ellos.



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n el año 2007 el director irlandés John Carney sorprendió a la industria del cine con una pequeña cinta independiente llamada Once. Esta cinta nos presentó la historia de dos músicos (Glen Hansard y Markéta Irglová) sobreponiéndose de una decepción amorosa y nos contaron su historia a través de magníficas canciones de autoría de ambos protagonistas. Fue una producción bastante austera, con el uso de unas sencillas cámaras digitales pero también con mucho corazón. La cinta tuvo un inesperado éxito que culminó ganando el premio Oscar a la mejor canción original (Falling slowly) y posteriormente en una puesta en escena en Broadway. Seis años espués Carney regresó con Begin again; ahora con actores más reconocidos al frente del reparto (Keira Knightley y Mark Ruffalo), un mayor presupuesto y una historia que gira en torno a un productor musical en crisis (Ruffalo) que quiere lanzar a una nueva cantante (Knightley) para así salvarse ambos. Ahora en su nueva cinta, Sing street, el director nos transporta a la época de los 80s con una historia escrita por él mismo y basada en sus años de adolescente en su natal Dublín, hablándonos, entre otras cosas, sobre el primer amor y el despertar musical. Y es justamente ese el común denominador de estas tres cintas: Amor y Música (así con mayúsculas), temas que el director ha demostrado dominar a la perfección, pues ha encontrado la manera de hacer cintas musicales en un contexto más humano, realista e intimista que conquista incluso a la gente que no es fanática del género. El protagonista de esta nueva historia es Connor (el novel actor y músico Ferdia Walsh-Peelo) un joven cuya familia está pasando por situación complicada: el matrimonio de sus padres está a punto de terminarse por diversos problemas en la pareja. A Conor y a sus hermanos les afecta tremendamente la situación pero el adolescente busca refugio en la música, encerrándose en su habitación y usando todos estos problemas como inspiración para sus letras. Una de las principales causas del caos en la familia es la difícil recesión financiera que se vive en Irlanda a mediados de los 80s y que evidentemente los afecta de manera directa, por lo que Conor se verá obligado a cambiar de escuela, a una conservador colegio católico con un estricto y tradicionalista director con el que tendrá bastantes diferencias debido a su rebelde naturaleza. Una ma-

ñana, Conor conoce a Raphina (Lucy Boynton), una chica algo mayor de la que queda fascinado; se trata de una chica sumamente interesante, es aspirante a modelo y posee una enigmática mirada. Él, por supuesto, queda prendado de su belleza e inmediatamente busca la manera de impresionarla. Pero ¿qué podría hacer un chico como él para llamar la atención de una chica tan "cool" como Raphina? A las modelos les encantan los rockstars, así que le dice que tiene una banda y que le gustaría que ella apareciera en un video musical. De manera sorprendente... ¡el plan funciona! Raphina acepta. El único inconveniente es que en realidad no existe tal banda, por lo que ahora será esencial formar una banda... y de manera aún más sorprendente, es que no será tan difícil cómo podríamos creer. Y es que Connor tiene un enorme potencial aletargado dentro de sí para la música y comienza a reclutar compañeros de su colegio para así comenzar a tocar. Brendan (Jack Reynor), su hermano mayor, se convierte en una suerte de mentor y en un gran apoyo. Y es que Brendan se siente frustrado por no haber logrado materializar sus anhelos, no haber logrado todo lo que quería y no quiere que su hermano vuelva a cometer el mismo error que él; así que le comparte sus experiencias, le aconseja y contagia su excelente gusto musical por las grandes leyendas del rock para que su banda encuentre inspiración y un estilo propio. Es así que "Cosmo" (nombre artístico de Conor) y su banda Sing Street (el nombre es un homenaje a Synge Street CB, colegio donde estudió) se sumergen a las tendencias del rock de los años 80 -la vestimenta extravagante, los peinados "a la moda" y el maquillaje característico del glam rock- y graban videoclips caseros que en la época se convirtieron en algo igual de importante que la música que acompañaban. El personaje principal de la cinta es la música, guardando similitudes con las anteriores cintas de Carney pero ahora con un panorama más esperanzador, inocente y divertido. Y es que esas melodías reflejan perfectamente los sentimientos de un adolescente que se quiere comer el mundo. El elenco juvenil es uno de sus múltiples y grandes acierto, ya que todos los personajes son interpretados por adolescentes con gran carisma, destacando en particular el protagonista, el ya mencionado Ferdia Walsh-Peelo, quien con poca experiencia en la actuación pero sí en

la música, hace de Cosmo el chico que todos queríamos ser en la juventud, el chico valeroso y soñador que lucha por sus metas y por la chica de sus sueños, por Raphina, por esa musa que inconscientemente hace explotar todo su talento con su simple presencia, pero que detrás tanta perfección nos muestra también su vulnerabilidad. En el apartado actoral merece una mención especial Jack Reynor, quien encarna a Brendan el hermano mayor y "fracasado" de Cosmo, su contraparte: él encarna a ese adulto en quien la gran mayoría de los chicos soñadores se convierten, ese que por falta de coraje termina con las alas rotas. En Sing Street es un deleite ver a Cosmo y su pandilla en el proceso creativo de escribir sus temas, Carney sabe capturar y transmitir la pasión musical que se experimenta a la hora de ensayar y la completa entrega al presentarse frente a los chicos de su escuela. ¿Qué amante de la música no soñó con formar una banda alguna vez durante su juventud? Incluso el gran Bono, líder de la banda U2, declaró sentirse identificado con todos los aspectos de la cinta, con la pequeña diferencia, de acuerdo con sus palabras, que su banda no era tan buena como los chicos de Sing Street a esa edad. Es difícil hacer esto, pero si tuviéramos que reprocharle algo a la película, es que en su segunda mitad el romance se apodera de la trama y relega a algunos personajes que tenían más que ofrecer -todos nos quedamos con ganas de ver más a ese estupendo chico pelirrojo-; pero para esos que odian las películas se cubran de melaza, no teman, créanme que ese adolescente romántico que todos alguna vez fueron hará que terminen por enternecerse con la pareja de Cosmo y Raphina. Y es que Estamos ante una cinta genuinamente inspiradora y cautivadora que, como era de esperarse, cuenta con uno de los mejores soundtracks que escucharemos este año; se trata de un filme lleno de nostalgia no sólo para los que vivieron y añoran esa fascinante década de los 80s, sino para todo los jóvenes de corazón que desearon hacer algo grande pero creen que ya han dejado pasar la oportunidad. Posiblemente para unos sea precipitado querer arriesgarse a lograr sus sueños y para otros ya sea demasiado tarde, todos viven bajo su propio ritmo, a todos les llega su momento ... y puede ser que este sea tu momento.



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a biopic sobre el prodigioso vocalista de la legendaria banda Queen se materializa finalmente en las pantallas tras un largo y tortuoso camino. El proyecto sufrió no sólo un cambio de protagonista –originalmente Sacha Baron Cohen interpretaría a Mercury pero por diferencias creativas fue reemplazado por Rami Malek–, sino que nunca se aprobó la participación como director de Tom Hooper –responsable de Los Miserables (2012) y La Chica Danesa (2015) o de David Fincher –Red Social (2010) –, y acabó siendo dirigido por Bryan Singer, cineasta que ha entregado Sospechosos Comunes (1995) y Superman Regresa (2006), pero que a su vez fue sustituido por el anodino Dexter Fletcher cuando faltaban unos cuantos días para terminar su producción debido a acusaciones en contra de Singer por acoso sexual. Además, el proyecto también sufrió una transformación conceptual de lo que inicialmente sería un punzante acercamiento a la figura de Freddie Mercury para terminar siendo una cinta biográfica convencional y condescendiente tanto con el público como con su protagonista. Bohemian Rhapsody abre con los instantes previos a la legendaria presentación del cuarteto en el megaevento de Live Aid en 1985 y con un súbito corte nos transporta 15 años al pasado para conocer los supuestos acontecimientos que llevaron a la banda a ese emblemático escenario. Partiendo del guion del siempre tibio Anthony McCarten –entre cuyos trabajos previos se encuentran los cursis guiones de las sosas The Theory of Everything (2014) y Darkest Hour (2017)–, la película recorre la vida y obra de Farrokh Bulsara antes de adoptar el nombre de Freddie Mercury, desde sus inicios musicales con la alineación de la fracturada banda Smile –el guitarrista Brian May (Gwilym Lee) y el baterista Roger Taylor (Ben Har-

dy), así como la posterior inclusión del bajista John Deacon (Joe Mazzello)– y su romance con Mary Austin (Lucie Boyton), hasta su meteórico ascenso a la fama internacional, su consolidación como una las agrupaciones más influyentes de la historia musical y su declive en los inicios de la década de los 80, coincidiendo con la aparición de la pandemia del VIH. Desafortunadamente en la propuesta de Bryan Singer no existe rastro alguno de la provocación o la disrupción que caracterizaron a la banda y especialmente a su líder vocal. Auspiciada por y con la bendición de los ex integrantes Brian May y Roger Taylor, la película apuesta por lo seguro y, con el propósito de preservar una versión edulcorada de su historia, se somete a los convencionalismos más rampantes de las típicas cintas biográficas hollywoodenses que buscan sólo agrandar la leyenda de su sujeto de estudio. En este sentido es necesario señalar que Rami Malek hace una excelente imitación –que no interpretación– de Freddie Mercury, pero al igual que con el resto de los personajes y de las situaciones, éste carece de matices y claroscuros. En cuanto a su forma, Bohemian Rhapsody es apenas un solvente ejercicio fílmico con ciertos momentos brillantes; sólo por momentos hay un discurso audiovisual artístico y conceptual sobresaliente –las escenas musicales donde se expone cómo fueron concebidos los mayores éxitos del grupo serán las delicias de los fans, y sobre todo, la extensa secuencia final que recrea casi en su totalidad la ya mencionada presentación de la banda en 1985 hará vibrar las fibras de la audiencia-, pero el resto del metraje posee una propuesta completamente genérica en donde resulta imperceptible la impronta de su artífice. Pero es en su fondo donde la película posee sus mayores problemas; y es que debajo de la

atractiva carcasa creada por la fotografía de Newton Thomas Siegel y la edición y musicalización de John Ottman no hay más que un discurso moralino que sigue condenando la libertad, particularmente la sexual. Esto queda evidenciado al señalar casi de manera inquisidora cómo la decadencia de Mercury comenzó con su descenso a los infiernos cuando se asumió homosexual –sólo chequen los tonos rojos que acompañan estas secuencias y a su novio Paul retratado por la cámara como un villano demoniaco que aprisiona el alma y la voluntad del cantante–, mientras que su redención fue alcanzada hasta que escapó de esos bajos mundos de degeneración, hasta que dejó de lado su experimentación con una imagen andrógina transgresora y cuando se consiguió un novio angelical, bien portado y varonil –Jim Hutton (Aaron Mc Cusker)– para formalizar una relación heteronormada con la que hasta su conservadora familia de origen persa y tradición zoroástrica vio con buenos ojos. Bohemian Rhapsody es un producto que está inteligentemente diseñado como un extenso fan service que apela a la nostalgia de los admiradores veteranos con el fin de que se entreguen sin pensar a una experiencia musical superficial para perpetuar la memoria de una leyenda pero sin darle espacio a los aspectos más oscuros de su vida. Y es que más allá la nostalgia musical no hay nada profundo en su propuesta, no se puede encontrar siquiera algo ligeramente significativo o trascendente en una película tan moralina, mojigata y puritana sobre una de las figuras más disruptivas de la historia musical. Sin duda una oportunidad que, por miedo a provocar escozor en las buenas consciencias, resulta completamente desaprovechada para dar forma a un retrato genuino y humano de un genio musical.


A partir de la historia original de James Lyons y Todd Haynes inspirada en la biografía de David Bowie, Haynes se encarga de crear una atmósfera y ambiente hedonista con Velvet Goldmine, un drama musical ambientado en 1984 cuando Arthur Stuart (Christian Bale) investiga los inicios de la carrera de la ahora superestrella del glam rock Brian Slade (Jonathan Rhys Meyers), quien inicialmente se desenvolvía en el movimiento hippie antes de verse fuertemente influenciado por el estadounidense Curt Wild (Ewan McGregor aludiendo a la salvaje estampa de Iggy Pop).

Roger Waters, el emblemático bajista de Pink Floyd, conjugó sus propias experiencias con las de Syd Barrett -entonces líder de la agrupación- para dar forma al hilo conductor de la obra musico-conceptual The Wall que el director Alan Parker interpreta y transforma con oficio sobresaliente en potentes imágenes en esta pieza cinematográfica de culto que combina bizarra animación con live-action para narrar la vida de Pink, un vocalista de una banda musical que es atormentado por los traumas de su pasado -la muerte de su padre en la guerra, la enfermiza sobreprotección de su madre y la estricta educación que lo formó a expensas de suprimir todo rastro de libertad e individualidad. The Wall, ganadora del BAFTA a la Mejor Canción Original -Another brick in the wall, es una obra que registra el pulso social en la Bretaña de Thatcher y critica duramente al estado, el ejército, la familia y las instituciones educativas. El metafórico muro que el protagonista ha creado a su alrededor es una respuesta conceptual a las políticas de la guerra, la educación automatizadora y la represión gubernamental.


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ascinado por la historia original de William A. Wellman y Robert Carson llevada ya a la pantalla grande en tres ocasiones –1937, 1954, 1976–, el actor Bradley Cooper incursiona como director con la cuarta versión de Nace una estrella, relato sobre dos cantantes que, estando en posiciones opuestas en sus carreras musicales, inician un romance tormentoso mientras sus historias toman caminos contrarios. En esta versión, la historia sigue a Jackson Maine (Cooper), una leyenda del country que llena cualquier estadio en el que se presente y que sobrelleva con dificultad sus problemas de alcoholismo, y a Ally (Lady Gaga), una talentosa cantautora que no ha tenido la oportunidad de brillar y, mientras tanto, trabaja como mesera y se presenta regularmente en bares de drag queens. A pesar de no ofrecer nada nuevo al género, el debut tras las cámaras por parte de Cooper es sorprendente en términos formales, y en gran medida es gracias al trabajo del cinefotógrafo Matthew Libatique y a un fenomenal trabajo de edición por parte de Jay Cassidy (Silver Linings Playbook, American Hustle, Fury, Into the wild, Foxcatcher). Con la ayuda de ambos, Cooper consigue revitalizar la historia con un discurso audiovisual lleno de frescura y autenticidad que se destaca por méritos propios con respecto a las otras versiones; aquí podemos ver secuencias musicales verdaderamente electrizantes, como la que abre la película –un Jackson Maine hipnotizado por la música frente a miles de personas– o la que presenta por primera vez a Ally –interpretando La vie en rose en un bar de drag queens–, e incluso aquella donde ambos cantan juntos frente a miles de personas. Tanto Brad-

ley Cooper como Lady Gaga ofrecen interpretaciones extraordinarias con una gran naturalidad; él consigue dotar a su personaje de matices tanto vocales como dramáticos nunca vistos en su carrera, mientras que ella logra deshacerse de su aura de megaestrella internacional para dar vida a una chica ingenua, insegura y acomplejada por su físico, en específico por su particular nariz. Pero pese a su impecable factura, al ahora demostrado talento de Cooper como cineasta, y a las demás virtudes ya mencionadas en las líneas anteriores, la película tiene una grave falla en su fondo, pues ni siquiera se preocupa por replantear los clásicos y conservadores valores moralinos de la mujer abnegada que hace grandes sacrificios en su carrera en nombre del amor por su marido –en algún momento, Ally está dispuesta a dejar de lado su gira mundial por estar al lado de Jack recién salido de una clínica especializada en adicciones–; esto es algo que incluso la edulcoradísima La La Land (2016), de Damien Chazelle, sí se propuso cambiar. Nace una estrella es una película que entretiene y emociona a la audiencia con una «historia de amor» bajo una propuesta audiovisual de primer nivel, pero preocupa que su discurso con ese subtexto misógino donde el «macho» es siempre superior a la «hembra» –sólo chequen la condescendencia con la que Jack trata siempre a Ally, incluso con aleccionadores discursos de superioridad artística cuando ella comienza a alcanzar la fama con canciones pop de muy cuestionable calidad musical–, se haya mantenido intacto en esta era en la que Hollywood clama #MeToo.





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stamos ante la primera ficción escrita y dirigida por el cineasta Federico Cecchetti pero no es el primer acercamiento a la cultura y tradición del México indígena. El director nacido en la Ciudad de México ya había presentado hace algunos años Raíces, un brevísimo documental centrado en un grupo de mujeres que sanan a través de plantas y métodos tradicionales de su comunidad, y Tres cantos, otro cortometraje documental –aunque ya no tan breve como el anterior– que registra tres ceremonias wixárika en Jalisco. Ahora con El sueño del Mara'akame –la decimoprimera película ganadora del Programa de Óperas Primas para egresados del CUEC– se aproxima nuevamente a la cultura y tradiciones de los wixárika –o huicholes– desde una perspectiva antropológica, un relato sensible sobre las relaciones entre padres e hijos. El protagonista de la historia es Nieri (Luciano Bautista Maxa), un adolescente huichol que anhela tocar, junto con sus amigos, en un concierto en la Ciudad de México; sin embargo, estos sueños se ven constantemente truncados por su padre (Antonio Parra Haka Temai), quien perseverante busca la manera en la que su hijo logre conectarse con su lado espiritual para convertirse, al igual que él, en el próximo Mara'akme de la comunidad. Cecchetti, maravillado por el mágico mundo de los huicholes desde años

atrás luego de su primer encuentro al ser invitado por el mismo Mara'akame Antonio Parra para registrar algunas ceremonias de la comunidad, se acerca a través de su opera prima con un profundo respeto hacia las tradiciones milenarias del pueblo wixárika y a su muy particular cosmovisión que les brinda una manera única de comprender el mundo. Tomando como ejemplo otras importantes propuestas cinematográficas que han colocado su lente sobre esta ancestral cultura –como el reciente extraordinario documental Eco de la Montaña, de Nicolás Echevarría–, Cecchetti no se centra en las amenazas que ha padecido y continúa padeciendo la comunidad en medio de la batalla –misteriosamente silenciada en los medios masivos– entre la industria minera extranjera y la región indígena sagrada Wirikuta, sino que toma ésto como un elemento de apoyo en la narración para dotar de una fuerza mayor a la historia central que habla tanto de los choques generacionales, como de la tradición y su inevitable enfrentamiento con la modernidad –y que al final terminarán en una, también inevitable, hibridación–, e incluso se sumerge en el análisis de la otredad a través de la relación paterno-filial entre Nieri y su padre; además, presenta como nudo principal la encrucijada a la que se enfrenta el adolescente: abandonar el legado cultural de su estirpe para perseguir su sueño adolescente de tocar

con la banda 'Peligro Sierreño' en la gran capital y convertirse en una suerte de 'rockstar', o sumergirse en un viaje iniciático para descubrirse o no poseedor de «el don» que lo guiará a través de los sueños hacia el venado azul que le permitirá acceder a su despertar espiritual y convertirse, al igual que su padre, en el próximo Mara'akame –chamán cantador y sanador– que perpetuará las ancestrales costumbres wixárikas. Confeccionado con honestidad y respeto, y sin caer en clichés, estereotipos o demagogias al momento de retratar al indígena, El Sueño del Mara'akame es un relato con un poderoso discurso sobre la importancia y la riqueza de las culturas indígenas, y que hace uso de un lenguaje cinematográfico un tanto experimental en el que las imágenes –con un gran trabajo del cinefotógrafo Iván Hernández– poco a poco van dejando su inicial tono y estilo realista –aprovechando al máximo las hermosas locaciones del México profundo– para comenzar a presentarse bajo una narrativa onírica y surreal –ojo a la secuencia reveladora en el metro de la Ciudad de México–, terminando por brindarnos una experiencia sensorial sobrecogedora que pocas veces ofrece el cine nacional.



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niciada en la comedia hollywoodense, la carrera del estadounidense Jonah Hill ha tomado rumbos inesperados al ponerse bajo las órdenes de reconocidos cineastas como Quentin Tarantino, los hermanos Coen, Gus Van Sant, Cary Koji Fukunaga, Bennett Miller y hasta el mismísimo maestro neoyorquino Martin Scorsese. Su trabajo con estos dos últimos directores le consiguieron nominaciones a los premios Oscar como mejor actor de reparto en 2012 y 2014. Ahora, con más de una década de carrera actoral y 34 años de edad, debuta en la dirección con un coming of age que, si bien no puede ser considerado como autobiográfico, sí está inspirado ligeramente en algunas experiencias de su infancia/adolescencia en el distrito de Chaviot Hills de la ciudad de Los Ángeles. Mid90s gira en torno a Stevie (Sunny Suljic, a quien podemos recordar como el desafortunado hijo menor del matrimonio protagonista de la perturbadora El Sacrificio del Ciervo Sagrado, del griego Yorgos Lanthimos), un chico de trece años que, durante un verano en la década de los 90, se enfrenta a la vida doméstica con una madre recién separada y un hermano adolescente violento mientras comienza su búsqueda de identidad y de aceptación al conocer a un variopinto grupo de skates que pasan el día patinando, bebiendo cerveza y fumando mota. Stevie ha entrado ya a esa etapa de curiosidad y admiración hacia el mundo de los mayores, y aunque sigue durmiendo con gusto entre sus sábanas de las Tortugas Ninja, explora con una mezcla de miedo, aspiración y devoción los tenis, discos, películas y ropa de Ian (Lucas Hedges), su hermano mayor que atravesó la adolescencia con una situación familiar más dura y que ahora busca curar su invalidez emocional reafirmando su masculinidad y seguridad propia a través de la agresión física. Ante la ausencia emocional de una madre ocupada en otros asuntos (en-

carnada por Katherine Waterstone), inesperada relación fraternal que Stevie establece con Ray (Na-Kel Smith), Fuckshit (Olan Prenatt), Ruben (Gio Galicia) y Fourth Grade (Ryder McLaughlin) –de quienes se gana con su genuina inocencia el cariño, el respeto y el peculiar sobrenombre de «sunburn»– le permite encontrar y compartir con sus nuevos amigos algunos momentos de felicidad en medio de la soledad, la marginación y la tragedia. Apoyándose en el score original compuesto por Trent Reznor y Atticus Ross –además de la inclusión de temas de Morrissey, The Mamas & The Papas, Philip Glass y Wu-Tang Clan– y la propuesta visual capturada en 16mm enmarcada en un aspect ratio de 1.33 : 1 se crea un ambiente noventero melancólico con una naturalidad casi en tono documental que se niega rotundamente a hacer uso de la nostalgia como elemento mercantil para hacer de su debut un producto más comercializable. Y aunque en Mid90s podemos rastrear ecos del cine del ya mencionado Scorsese, Richard Linklater, Harmony Korine y especialmente de Larry Clark –la cinta constantemente nos remite a Kids (1999), pero a diferencia de ésta, no se regodea en lo sórdido y la decadencia de las pandillas juveniles, sino que recorre un sendero más amable pero sin abandonar completamente la crudeza que este particular relato «coming of age» demandaba–, Hill consigue un relato adolescente que exuda autenticidad, ternura y honestidad que, además, no deja pasar la oportunidad de deslizar comentarios mordaces hacia el entorno patriarcal y su imperante masculinidad tóxica que se arraiga en la adolescencia, los despoja en su totalidad de escrúpulos y termina por convertir a los hombres en patanes. La ópera prima de Jonah Hill es un más que afortunado debut fílmico; es un notable ejercicio de estilo con el que busca encontrar su propia voz como cineasta.



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na exposición de 2016 realizada en el Foto Museo Cuatro Caminos en la Ciudad de México bajo la curaduría de Trisha Ziff, reunió la obra de dos artistas visuales y le permitió a la cineasta británica afincada en México no únicamente dar forma a su ejercicio cinematográfico ejecutado con la mayor sofisticación hasta la fecha sino también proponer con él un estudio de la relación que guardan los dos expositores: Jerome Witkin (pintor) y Joel-Peter Witkin (fotógrafo), hermanos gemelos cuya fraternidad ha sido restringida sólo a los documentos que registraron sus nacimientos, pues su relación se ha mantenido distante durante décadas. Witkin & Witkin es un documento fílmico que toma como hilo conductor al acto de mirar, ese ejercicio que se presenta como el principal punto de encuentro entre los distanciados artistas. La directora explora de manera paralela las carreras de los hermanos desde su infancia y la bifurcación de sus caminos hasta sus éxitos profesionales e íntimos; aquí es donde uno de los mensajes de la cinta queda más que claro y resuena aún más cuando uno de los gemelos dicta «aunque nos digan que somos gemelos idénticos, somos entidades distintas»: el compartir casa y padres no garantiza una conexión fraterna.

Pero el objetivo del documental está más allá de esta reunión a propósito de la exposición o de los conflictos familiares y las rivalidades artísticas que traspasan las fronteras hacia su relación personal; el filme busca examinar esa separación desde otro enfoque, por ello la directora expone los inicios profesionales de Jerome y Joel-Peter y subraya no sólo la curiosa presencia de marcadas diferencias en sus estilos pero la aún más extraña presencia de semejanzas, tanto en figuras de inspiración e influencias artísticas como en los ejes temáticos de sus obras. La muerte, por ejemplo, es uno de sus más recurrentes paralelismos que surgen entre sus creaciones. Acompañada del mismo equipo técnico con el que dio forma a su multigalardonado trabajo anterior, El hombre que vio demasiado (2015) –el compositor Jacobo Liberman y el cinefotógrafo Felipe Pérez Burchard–, Trisha Ziff logra con Witkin & Witkin uno de los trabajos documentales del año más sobresalientes; un dedicado y fascinante estudio de dos personalidades tan distintas como parecidas, y de la conexión que se guarda en la creación artística a pesar de la distancia y emocional y las rivalidades profesionales.





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n el último año de la década de los '70 se estrenó una película australiana adelantada a su tiempo que dio pie a una potente trilogía que cambió para siempre la cara del cine australiano y la del subgénero de ciencia ficción apocalíptica: Mad Max (1979). El responsable de esta violenta y transgresora empresa fue el director George Miller, creador del personaje que se volvió legendario en el celuloide y lanzó a la fama a un jovensísimo y desconocido Mel Gibson, quien encarnó al policía idealista e incorruptible de la Australia apocalíptica donde la ley es prácticamente inexistente y se vive bajo el yugo de las pandillas de criminales motociclistas. La trama del Mad Max se dispara con una frenética persecución en la que Max Rockatansky, un policía vigilante de una autopista y el más audaz al volante, busca dar alcance a Nightrider (Vincent Gil), el líder de un grupo de vándalos que, en su intento de huída, se vuelca a toda velocidad con trágicos resultados. Los miembros de su pandilla, ahora liderados por Toecutter (Hugh Keays-Byrne), buscan vengarse del policía y descargan toda su ira inmolando a su mejor amigo, el también policía Jim Goose (Steve Bisley), y arrollando a su mujer Jessie y a su pequeño hijo en una solitaria carretera mientras vacacionaban. Ante el dolor por las pérdidas, Max pierde la razón y emprende su vengativo viaje acechando y cazando a los criminales a bordo de su intervenida patrulla Interceptor V8 de Ford. Producida con un bajísimo presupuesto -tan sólo $650,000 USD-, la película cuenta con tratamiento visual de cine de serie B, retrata un mundo hostil y decadente al borde del colapso nuclear en donde la ley está a punto de ser sólo un recuerdo, y donde las pandillas criminales son libres de cazar como si de parvadas de aves de rapiña se tratasen... incluso también graznan y aletean cuando acechan a su presa, como en la escena afuera de la apartada nevería o en esa fatídica secuencia en la carretera donde Jessie, con el bebé en los brazos, es arrollada. Los paisajes áridos de esta Australia agreste son guardados por un penetrante olor a combustible quemado que está presente durante toda esta propuesta de ciencia ficción apocalíptica con toques de Western en la que la propia humanidad es responsable de su inminente aniquilación. Pese a su elemental plot -una simple historia de venganza-, Miller ofrece un guión narrativamente eficaz, frenético y violento -tomando en cuenta la época en la que fue realizada-, y ofrece un viaje al infierno personal del protagonista que se transforma radicalmente de impecable idealista a violento y vengativo antihéroe, un personaje que marcó una pauta en la creación de héroes atormentados en las próximas generaciones del cine de acción.



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n su nivel más fundamental, Alien es una película sobre cosas que pueden saltar de la oscuridad y matarte. Comparte un parentesco con el tiburón en Jaws, Michael Myers en Halloween, y una variedad de arañas, serpientes, tarántulas y acosadores. Su influencia más obvia es The Thing (1951) de Howard Hawks, que también se refería a un equipo en un puesto aislado que descubre a un extraterrestre inactivo desde hace mucho tiempo, lo trae adentro y es recogido uno por uno mientras ronda los corredores. Mira esa película, y ves Alien nacer. En otra forma, la película de Ridley Scott de 1979 es original. Ciertamente, el personaje de Ripley, interpretado por Sigourney Weaver, habría atraído a los lectores en la Edad de Oro de la Ciencia Ficción. Ella tiene poco interés en el romance de encontrar al Alien, y menos todavía en las órdenes de su patrón que se traiga de nuevo a casa como arma potencial. Después de ver lo que puede hacer, su respuesta a la "Orden Especial 24" es: "¿Cómo lo matamos?". Su odio implacable hacia los aliens es el hilo conductor que atraviesa las tres secuelas de Alien, que han descendido gradualmente en calidad pero conservan su obsesión motivadora. Una de las grandes fortalezas de Alien es su ritmo. Toma su tiempo. Espera. Permite silencios (las majestuosas tomas de apertura son subrayadas por Jerry Goldsmith con apenas chasquidos metálicos lejanos y audibles). Sugiere la enormidad del descubrimiento de la tripulación construyéndolo con pequeños pasos: La interceptación de una señal (¿es una advertencia o un SOS?). El descenso a la superficie extraterrestre. Las quejas de Brett y Parker, que sólo se preocupan por recoger sus acciones. El golpe de maestría de la oscuridad superficial a través de la cual los miembros de la tripulación se mueven, sus luces de casco apenas penetran la sopa. El contorno sombrío de la nave alienígena. La vista del piloto alienígena, congelada en su silla de mando. Una versión reciente de esta historia se habría precipitado hacia la parte donde el alien salta sobre los miembros de la tripulación. Las películas slasher de hoy, en el género de la ciencia ficción y en otra parte, son todo el pay-off y ninguna acumulación. Considere el miserable remake de Texas Chainsaw Massacre", que engaña a su audiencia de una explicación, una introducción de la cadena de la familia de la motosierra, e incluso un final adecuado. No es el slashing que disfrutamos. Es la espera del slashing. Alien usa un dispositivo complicado para mantener al alien fresco en toda la película: evoluciona la naturaleza y apariencia de la criatura, por lo que nunca sabemos muy bien lo que parece o lo que puede hacer. Asumimos que al principio los huevos producirán un humanoide, porque esa es la forma del piloto petrificado en la nave alienígena perdida hace mucho tiempo. Pero, por supuesto, ni siquiera sabemos si el piloto es de la misma raza que su carga de huevos de cuero. Tal vez también los considera como un arma. La primera vez que echan un buen vistazo al alienígena, ya que rompe desde el cofre del pobre Kane (John Hurt), es inconfundiblemente fálico en forma, y el crítico Tim Dirks menciona su "boca abierta y goteante vaginal".

Sí, pero más tarde, cuando lo vemos durante una serie de ataques, ya no asume esta forma en absoluto, pero parece reptil o aracnoide. Y luego saca otro secreto; el líquido que gotea de su cuerpo es un "disolvente universal", y hay una secuencia a la vez aterradora y emocionante cómo come a su manera a través de una cubierta de la nave tras otra. Como las secuelas (Aliens, Alien 3, Alien Resurrection) se harán muy abundantemente claras, el alienígena es capaz de ser casi cualquier monstruo que la historia requiere. Debido a que no cumple con ninguna regla de apariencia o comportamiento, se convierte en una amenaza amorfa, atormentando a la nave con el espectro del mal que cambia la forma. Ash (Ian Holm), el oficial científico, lo llama un "organismo perfecto, su perfección estructural es igualada sólo por su hostilidad", y admite: "Admiro su pureza, su sentido de supervivencia, sin nubes de conciencia, remordimiento o delirios de la moralidad”. Sigourney Weaver, cuya carrera estaría vinculada durante años a esta extraña criatura, es, por supuesto, el único sobreviviente de esta tripulación original, excepto por el... gato. Los productores deben haber esperado una secuela, y al matar a todos, excepto a una mujer, lanzaron su suerte con una protagonista femenina para su serie. Variety notó unos años más tarde que Weaver seguía siendo la única actriz que podía "abrir" una película de acción, y era un tributo a su versatilidad que ella pudiera interpretar a Ripley, dura, competente y despiadada, y luego doblar para tantos otros tipos de funciones. Una de las razones por las que trabaja tan bien en el papel es que ella se presenta como inteligente; en 1979 Alien es una película mucho más cerebral que sus secuelas, con los personajes (y la audiencia) genuinamente involucrados en la curiosidad sobre este weirfest de formas de vida. El resultado es una película que nos absorbe en una misión antes de que nos involucre en una aventura, y que constantemente involucra al extraterrestre con curiosidad y lógica, en lugar de simplemente dispararla. Gran parte del crédito por Alien debe ir al director Ridley Scott, que había hecho sólo una película importante antes de esto, The Duelists (1977). Su próxima película sería otra épica inteligente y visionaria de ciencia ficción, Blade Runner (1982). Alien ha sido llamado la más influyente de las películas de acción moderna, y así es, aunque Halloween también pertenece a la lista. Desafortunadamente, las películas que influyeron estudiaron sus emociones pero no su pensamiento. ¡Ahora hemos descendido a un pantano de Gotcha! Películas en las que varios seres horribles surgen de una serie de víctimas, generalmente adolescentes. La última extensión del género es la película de Geek, ilustrada por el remake de Texas Chainsaw Massacre, que esencialmente pone a la audiencia la misma prueba que un show de geek de carnaval de antaño: ahora que has pagado tu dinero, ¿puedes mantener los ojos abiertos mientras te asqueamos? Algunas más ambiciosas y serias películas de ciencia ficción también han seguido los pasos de Alien, especialmente la bien hecha Aliens (1986) y Dark City (1998). Pero la original todavía vibra con una intensidad oscura y aterradora.



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na película que desde el propio título genera grandes expectativas. Pero antes de verla, y como sugerencia, te invito a buscar en tu plataforma de Netflix, Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy para que puedas conocer todas las atrocidades y vivencias retorcidas de este personaje, así como el miedo que generó durante la década de los años setenta en Estados Unidos. Un detallado documental dirigido por el mismo Joe Berlinger. ¿Alguien puede ser extremadamente cruel, malvado, perverso, pero a la vez ser carismático, manipulador y seductor? La respuesta no es tan difícil de encontrar y este largometraje describe todo esto y algunas características más en Ted Bundy. Joe Berlinger te permitirá conocer la historia de este vil asesino pero desde el punto de vista femenino de Elizabeth Kloepfer (Lily Collins), quien encontró a su príncipe encantado que se convertía en una bestia desalmada y encarnaba atroces muertes cada noche. Cabe mencionar que esta cinta está basada principalmente en el libro El príncipe fantasma: mi vida con Ted Bundy que recoleta los recuerdos de Liz Kloepfer, la mujer que alguna vez fue una joven e inocente chica que quería llegar al altar vestida de blanco a lado de su querido Ted. Si eres la clase de espectador que esperaba un platillo sangriento en la cinta, lamento decepcionarte, ya que las atrocidades y delitos de Ted Bundy, están en segundo plano, el director fue muy cuidadoso en no mostrar explícitamente detalles de los crueles asesinatos durante el transcurso del filme, algo por lo que muchos espectadores consideran que la película es “abu-

rrida, inconsistente o sobrevalorada” por no estar presente ese morbo vestido de sangre que se especulaba meses atrás por parte de la audiencia, pero por otro lado nos ofrece una perspectiva distinta de una historia que sacudió a la unión americana en los 70´s. Esta película era el escenario perfecto para de la carrera de Zac Efron ya que el papel de Ted Bundy le permite demostrar que no es solamente un chico Disney sino que tiene el talento de convertirse en personajes mucho más complejos, y aunque no tuvo la oportunidad de personificar lo cruel, malvado y vil de este asesino serial, si logró envolver con su carisma las escenas en las que se encontraban los diversos medios de comunicación durante los juicios en su contra. Sé que más de una mujer se sentirá identificada con la actuación de la grandiosa Lily Collins, ya que muestra un retrato de todas las mujeres confundidas, atormentadas y cegadas por el amor hacia un hombre que no resulta ser el príncipe encantado sino tu destrucción tanto física como emocionalmente, ¿alguna vez te has enamorado tanto de un hombre que te olvidas de ti? ¿te suena familiar? Extremadamente Cruel, Malvado y Perverso, es un filme imperfectamente perfecto, ya que por un lado no logró retratar a ese Ted Bundy, perverso, violento y asesino que todos conocemos y queríamos volver a ver, sin embargo, Zac junto al director logró mostrar el lado “humano” de este monstruo con la dosis perfecta de carisma que portaba dicho Bundy. ¡Bravo Efron por romantizar la perversidad! Y tú, cómo Liz Kloepfer ¿has vestido a una bestia de príncipe encantado?



S

i algo no se le puede reprochar a M. Night Shyamalan es su determinación a mantener, por sobre todas las cosas, su estilo y a apostarlo todo en sus películas. Desde sus exitosas propuestas tanto en taquilla como en crítica The Sixth Sense (1999) y Unbreakable (2000), hasta sus más terribles descalabros en ambos frentes con The Last Airbender (2010) y After Earth (2013), Shyamalan ha construido una identidad fílmica de gran autenticidad sustentada principalmente en su puesta en escena y en sus giros argumentales. The Visit (2015), una historia de terror en clave found-footage, representó el resurgimiento del director y demostró que era un cineasta en camino de regreso a la cima; y aunque con Split (2016) y ahora con Glass no ha podido llegar de nuevo a la cumbre, sí demuestra ser un realizador que puede estar muy por sobre la media hollywoodense. Glass es el cierre de la trilogía Eastrail 177, bautizada así por los seguidores del cineasta que tomaron el nombre del tren que se descarrila en la secuencia inicial de Unbreakable donde el único sobreviviente es David Dunn (Bruce Willis), un atormentado guardia de seguridad que que recorre el clásico camino del héroe para autodescubrirse como superhumano y convertirse en un vigilante justiciero al final de la cinta en la que también conocemos a Elijah Price (Samuel L. Jackson), un hombre con una extraña enfermedad ósea degenerativa que provoca que sus huesos sean altamente frágiles y que al final se revela como la mente maestra y némesis de Dunn. Split fue un eficaz thriller psicológico que se reveló, con tan sólo una escena, como una más de las piezas de un universo cinematográfico que Shyamalan ideó en la ya mencionada Unbreakable. La película sigue los pasos de Kevin Wendell Crump (James McAvoy), un hombre joven que padece un trastorno de identidad disociativa que posee 23 personalidades distintas, pero que se enfrenta a un nuevo e inesperado reto: la aparición de una vigésimo cuarta identidad denominada «la Bestia» y que busca dominar al resto de las personalidades, castigar a los privilegiados y traer justicia a los marginados. Ubicada diecinueve años después de Unbreakable y tan sólo un par de semanas después de los acontecimientos de Split, la tercera y última entrega del universo creado por Shyamalan coloca al centro del relato a las fuerzas superhumanas de David Dunn y Kevin

Wendell Crump junto con sus múltiples personalidades que se han autodenominado como «la Horda». David continúa su lucha personal por la justicia y su búsqueda incansable de «la Bestia». Mientras tanto, Elijah Price lleva casi dos décadas internado en un hospital psiquiátrico donde su personalidad y salud se han visto seriamente trastocadas; sin embargo, la mente maestra resurge pronto del confinamiento para utilizar los secretos y las habilidades de David y Kevin a su favor y lograr sus oscuros planes. Con la narrativa eficaz que alguna vez lo consagró como un magistral cuentacuentos y la puesta en escena más estilizada de esta trilogía, Shyamalan se acerca al mundo de los cómics y de los superhéroes de una forma épica pero siempre dentro de los límites de su propio universo, por supuesto siempre respetando su estilo y el espíritu de las cintas previas; es decir, es una cinta muy contenida para los estándares de este subgénero en la actualidad con superequipos como Los Vengadores y la Liga de la Justicia compitiendo por la taquilla y la predilección del público. Y es que, aunque recurre a todos los tópicos del cine de superhéroes de una forma juguetona en ocasiones y cínica en otras tantas, Glass es un filme arriesgado y valiente al eludir deliberadamente los clichés con decisiones de guión imprevisibles, rehusándose con ello a ser condescendiente con su historia y con el público que ha seguido la trayectoria fílmica de su artífice y en especial con los fieles seguidores esta atípica saga. Shyamalan se niega a la complacencia fácil y no entrega un capítulo final con aspavientos técnicos o con un desarrollo climático apresurado, sino con un tempo pausado que elige como puntos fuertes lo sutil y la sugerencia antes que lo burdo y lo explícito; elige el respeto a la esencia de sus predecesoras, al marcado desarrollo de sus personajes, a aclarar sus motivaciones y fortalecer sus lazos afectivos, pero al mismo tiempo consigue arriesgarse fuertemente al llevar la historia hacia un destino inesperado. El gran logro de M. Night Shyamalan con Glass no sólo radica en el cierre la trilogía por todo lo alto y de manera redonda, sino que además ha demostrado que se pueden crear historias de superhéroes y villanos –ambos atormentados por igual y con códigos morales igualmente cuestionables– respetando todas las convenciones del subgénero pero tomándose las libertades necesarias para subvertir al mismo tiempo todos sus clichés.



L

uego de ocho años de ausencia, el sexagenario director surcoreano Lee Chang-dong regresa demostrando encontrarse en plena forma con su sexto largometraje: Burning, relato protagonizado por Lee Jong-su (Yoo Ah-in), un joven mensajero que, cuando se encuentra en medio de una de sus entregas, se encuentra casualmente con Shin Hae-mi (Jun Jong-seo), quien dice ser una antigua compañera de colegio, además que solía vivir en el mismo vecindario, aunque el chico no termina por recordarla con claridad. La pareja, no obstante, comienza un intenso pero brevísimo ro-mance que se ve interrumpido por el ya anunciado viaje a África por parte de la chica, quien le pide al enamorado y servil Lee Jong-su que cuide a su gato en su ausencia. Pero a su regreso, Shin Hae-mi le presenta a Ben (Steven Yeun), un enigmático y atractivo joven de clase alta que conoció durante su viaje y con el que se porta extrañamente cariñosa. Entre ellos surge un triángulo de romance/amistad hasta que Shin Hae-mi desaparece sin dejar rastro alguno y Ben confiesa a Lee Jong-su un extraño pasatiempo: quemar invernaderos. Del breve relato firmado por el japonés Haruki Murakami en el que está inspirado –Quemar graneros que apenas alcanza las catorce páginas de extensión–, el director surcoreano extrae los personajes y la premisa inicial, pero los toma como un mero pretexto para desarrollar un retorcido thriller existencial haciendo pequeños aunque significativos cambios como el estado civil del protagonista, su nivel socioeconómico, sus frustraciones como aspirante a escritor, su incapacidad para expresar sus mayores deseos y su pasado con un trasfondo familiar fracturado –el abandono de su madre y la violenta e irracional personalidad del padre que le han llevado a ser sentenciado a prisión–. Con una atmósfera turbia conseguida con la propuesta fotográfica de Hong Kyung-pyo y la composición sonora de Mowg, y a una magistral construcción de la tensión que va ganando terreno de forma

gradual hasta el explosivo y violento desenlace, Lee Chang-dong entreteje un thriller tan hermoso como perturbador del que pueden extraerse múltiples lecturas que van desde el elemental triángulo amoroso y las relaciones de poder en medio de la lucha territorial entre los hombres, hasta la eterna lucha de clases, así como un retrato metafórico del choque cultural en la sociedad surcoreana entre conservadurismo y modernidad, entre tradicionalismo y occidentalización. Sin embargo, lo más fascinante de Burning es que no ofrece respuestas al espectador; la película está sustentada enteramente en la ambigüedad y el desconcierto. Y es que la semilla de la duda es sembrada desde el inicio de la cinta cuando Shin Haemi le cuenta a Lee Jong-su anécdotas sobre su niñez compartida pero éste parece incapaz de recordarlas, y mientras la trama avanza y la chica desaparece, Lee Jong-su comienza a cuestionar la veracidad de la identidad y los recuerdos de Hae-mi, mientras va quedando sumergido y asfixiándose en el desconcierto con la aparición de vagas pistas sobre la misteriosa y repentina desaparición de la chica. La narración desde la vaguedad y desde la deliberada omisión –como la mandarina que Shin Hae-mi se come al inicio de la cinta– le permite al cineasta entretejer el relato de un modo que demande la participación activa del espectador para complementar la trama con sus propias ideas y teorías sobre la veracidad de los acontecimientos, permitiendo de la misma forma un más profundo y personal estudio de la condición humana. Burning es un ejercicio poético y reflexivo con una elocuencia envidiable y una elegancia formal extraordinaria que, al dejar abiertas todas las interrogantes que plantea, seguramente recompensará gratamente a todos aquellos aventureros y amantes de la ambivalencia y el caos que se atrevan a sumergirse en sus 148 minutos de incertidumbre pura.



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