Memoria Visual de Legua Emergencia. Vida y Oficio de Mario Alarcón

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Álvarez Bravo, Paulo Memoria visual de Legua Emergencia. Vida y oficio de Mario Alarcón. Santiago de Chile, 2016. 1ª edición, 120 p. I Memoria – II Historia social – III Etnografía – IV Pobladores – V Fotografía – VI Población La Legua – VII Chile

© Paulo Álvarez Bravo Incripción en el Registro de Propiedad Intelectual Nº A-273341 ISBN 978-956-8137-08-3 Digitalización y edición fotográfica: Felipe García Aguilar Documentador gráfico: Milton Yáñez Armijo Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico de la Universidad Diego Portales Ejército 278, patio interior, Santiago de Chile. www.cenfoto.cl Comité de Defensa y Promoción de Derechos Humanos de La Legua ddhhlalegua@gmail.com www.archivoleguaemergencia.cl Edición: Karen Cea Pérez Diseño y diagramación: Claudio Elgueta Urrutia

“Proyecto financiado por FONDART, Convocatoria 2016”

Todas las fotografías utilizadas en esta publicación son parte del Archivo Visual de Legua Emergencia que se encuentra resguardado y conservado en las dependencias del Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico de la Universidad Diego Portales (Cenfoto-UDP) y del Comité de Defensa y Promoción de Derechos Humanos de La Legua. Las fotografías pertenecen a los autores señalados en los créditos y su uso ha sido debidamente autorizado para esta publicación.


MEMORIA VISUAL DE LEGUA EMERGENCIA VIDA Y OFICIO DE MARIO ALARCÓN Paulo Álvarez Bravo


Indice:

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Presentación

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Vida y oficio de Mario Alarcón

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Legua Emergencia o La Legua: etnografía de la memoria oral

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Relatos de vida

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El registro fotográfico como Memoria visual

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Epílogo

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Bibliografía

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Familias, pobladores y pobladoras que participaron en la construcción del Archivo Visual de Legua Emergencia

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Agradecimientos

Fotografía de portada: Miguel Ángel Cortés González, en la intersección de las calles Francisco de Zarate con Jorge Canning. Legua Emergencia, 1972. Donación Familia Cortés-González. Fotografía de contraportada: Armando Díaz, Di pepe, Beno y Eduardo Cubillos caminando por la calle Karl Brunner en Legua Emergencia. 1957. Donación Familia Díaz-Morales.


SANTIAGO DE CHILE

EN EL CENTRO: LEGUA EMERGENCIA

Diseño original Tai Lin, 2016.


Presentación

Estamos aquí, somos memoria. La esencia está en la mira. Frente al lente de Mario Alarcón, y al de sus colegas, todos son bienvenidos. Sus imágenes reúnen. La presencia de cada uno y de todos constituye la urgencia. Se detienen los juegos de niñas y niños, las conversaciones y la música saben esperar, una pausa en las celebraciones, en las labores, e incluso en el furor de la lucha es indispensable. Los vecinos viajan en grupos, gatillan en el tiempo recuerdos colectivos. Es la fotografía el evento que se retrata. Todos están involucrados silenciosamente en la creación de esta arca. Todos comparten cuidadosamente el rectángulo que los convoca, sin contar con la certeza de llegar a verse jamás, con la esperanza de pertenecer al menos a la memoria de otros, de los que vendrán. Aún sin lápiz, la visión de Mario Alarcón transita de la fotografía a su casa, de su gente a sus amores. Él conoce el respeto a su trabajo, disperso como tesoro entre sus vecinos. Conoce también su importancia para encontrar un lugar en el tejido al que pertenece. Pero intuye para el par de cajas de fotografías y documentos que deja a Paulo Álvarez algo más. Escribimos aquí, navegamos juntos. Es ahora el tiempo de poner palabras a este encuentro. A la llegada desde otras tierras, desde otros Chile, a Legua Emergencia. Palabras donde todos encuentran su lugar, donde el grupo deja un espacio a cada uno para escribir su memoria colectiva. Para comer juntos y hacer la vida.

Gonzalo Puga Larrain Uster, diciembre de 2016.


“El Gran Khan estaba hojeando ya en su Atlas los mapas de las ciudades que amenazan en las pesadillas y en las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoo, Butua, Brave New World. Dice: Todo es inútil si el último destino no puede ser sino la entrada infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente. Y Marco Polo: El infierno de los vivos no es algo que será; si hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.” Italo Calvino, Las ciudades invisibles, 1993.

“… Me despido de una muchacha cuyo rostro suelo ver en sueños iluminado por la triste mirada de trenes que parten bajo la lluvia. Me despido de la memoria y me despido de la nostalgia -la sal y el agua de mis días sin objetoy me despido de estos poemas: palabras, palabras -un poco de aire movido por los labios- palabras para ocultar quizás lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar.” Del poema Despedida de Jorge Tellier, 1961.


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Vida y oficio de Mario Alarcón “La memoria es una de las cosas que nos ayudan a darle un sentido al mundo en que vivimos (…) la memoria es siempre un trabajo de buscar el sentido de las experiencias (…) A mí me parece que la historia oral es exactamente un arte de la escucha. La entrevista de historia oral es una experiencia de aprendizaje”. 1 Alessandro Portelli

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arría la calle temprano, no solo su vereda, sino también la de sus vecinos hasta llegar a la esquina limpiando o sacando el polvo, las hojas y la basura que el agua, el sol y el viento, caprichosa pero incesantemente, acumulaba o arrastraba en la calle Juegos Infantiles norte, una de las diez paralelas de la población Legua Emergencia. Ese hombre de andar inquieto tenía más de setenta años en ese momento, las canas predominaban en su cabeza, sus manos duras poco tenían que ver con su sonrisa tierna que entre curtidas arrugas descubrían unos ojos achinados y bonachones que dejaban intuir la jovialidad innata de un ser humano que sin preguntar cómo ni porqué creía que la vida era un regalo precioso que había que vivir. Todos o casi todos los días, luego de asear la calle, compraba el pan en el negocio de don Raúl, caminaba de regreso a su casa, cruzaba unas palabras con el tío José, abría la puerta de reja, sacaba su auto Lada blanco año 1993 para estacionarlo fuera y despejar el pequeño antejardín. Volvía a entrar a su casa, con el pan de la mañana en las manos, se asomaba a

1 Alessandro Portelli. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Providencia, 4 de diciembre de 2015.

su pieza donde desde hace cuarenta y nueve años estaba la mujer con quien decidió emprender un camino común, tener hijos, casarse y vivir lo que les tocase vivir. Se acercaba a ella, le daba un beso, y le preguntaba con sincera ternura cómo había amanecido. Desde hace cuarenta y cinco años, ella respondía diligentemente desde la cama o de la silla de ruedas las interrogantes y decires de él, desde esa fecha el cuerpo y las piernas de esa mujer vital no se movieron más. Nadie supo por qué, médicos y meicas, curanderos y espiritistas, invocaciones e ungüentos, nada pudo revertir su parálisis. La cama de la pieza matrimonial fue siempre, desde ahí, el centro de operaciones del hogar. La cotidianidad y la utopía emergieron de esa pieza conteniendo y desplegando día a día, año a año, la vida de la familia Alarcón-Rivas. Mario Alarcón Unda e Iris Rivas Rivas se conocieron un día de diciembre de 1952, cuando desde Chillán ella regresaba en tren a Santiago, para quedarse con su madre y hermanastro que la esperaban en la recién fundada población Emergencia La


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Legua, como reza su nombre original.2 Mario había llegado dos años antes, desde su Quirihue natal a la misma Estación Central donde veía por primera vez a quien sería su compañera de vida; Iris Rivas Rivas. La presentación corrió por parte de su primo y posterior cuñado, Juan de Dios Alarcón Rivas. No pasó mucho tiempo para que comenzaran a salir, por supuesto, con el permiso de la señora Ernestina Rivas, madre de Iris. Paseos dominicales a la Quinta Normal, idas al cine o al teatro de Nataniel con la Alameda a ver películas mexicanas, conversaciones en alguna plaza tomándose un helado, un abrazo quedado después de bajar del tranvía, que iba y venía desde el centro a la casa, para llegar tan puntual y temprano como habían salido y se habían comprometido a hacerlo. Los tímidos besos iniciales de 1953 sellaron el inicio de un pololeo de siete años que contó con la particularidad de la convivencia de ambos, pero en cama separadas, en la casa de la familia de ella. El trayecto de Mario para llegar hasta Santiago no había sido fácil. Su llegada a la capital, más que una elección, que al principio pudo haberlo 2 Más conocida como Legua Emergencia, se comenzó a construir el año 1947 y la primera familia que se asentó en ella lo hizo el año 1949. Emergencia fue el último de los tres sectores que se asentaron en el ex fundo La Legua, precisamente a una legua de la plaza de Armas de Santiago. En la década del veinte, Legua Vieja. En 1947, Nueva La Legua. (Álvarez, 2014).

entusiasmado, se trataba de una imposición sin fecha de retorno. Con dieciséis años a cuestas llegó a vivir con unos tíos cerca de la calle Ecuador con la Alameda, en ese entonces una zona muy frecuentada y dinámica que recibía a los inmigrantes y enganchados provenientes del norte y del sur de Chile. Él, que no había asomado sus ojos a ningún espacio urbano, sintió de sopetón la soledad y la fascinación de la urbe. No era un sentimiento aislado. Muchas y muchos hace rato inmigraban ahí para establecerse y tratar de encontrar las oportunidades y las condiciones que les ofrecieran una mejor vida. Incluso, podía sentirse un privilegiado, tenía techo y comida, familiares y conocidos que le abrieron las puertas y pronto encontró trabajo en un taller de calzado de la zona sur, en la calle Santa Rosa a la altura del paradero 9. No se perdió la oportunidad de andar y mirar por los bares, las cantinas con las cantoras populares, los burdeles, el comercio establecido y ambulante, los trabajadores que salían de las industrias aledañas y de las maestranzas, las zapaterías, las peluquerías, las sastrerías, los suplementeros, los estudiantes que salían de los grandes edificios de cemento y que corrían por las calles de adoquines confundiéndose en la muchedumbre entre Matucana y Alameda, entre Mapocho y San Pablo, entre La Chimba y Cementerios. Casas de un piso, amplias y descoloridas, de adobe maltratadas por


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terremotos de ayer, casas con zaguán y una palmera quedaban atrapadas por barrios para empleados y plazas coronadas por parroquias de tres misas de domingo. Solo un poco más allá, hacia el oriente, entre las calles República y Ejército, las robustas y palaciegas casonas de la elite, con jardines y eclécticas construcciones, comenzaban a ser abandonadas por sus dueños para trasladarse más al oriente. Miles como Mario, miles con más y menos suerte que él, pululaban por Santiago. Anónimas personas, a veces familias enteras sostenidas por la mujer, el padre proveedor, la caridad social o la iglesia. Mapuche a quienes les inculcaban no ser mapuche, campesinos, pirquineros, peones de hacienda que llenaban los cites y conventillos, ranchos y barriadas desde las primeras décadas del siglo XX. Entre ellos, niñas y niños huachos amontonados en las riberas de los canales o ríos, al pie de los cerros o en las caletas de la línea férrea y del Mapocho. Niñas y niños descalzos andando sobre los charcos dejados por la lluvia, manos envolviendo el frío, dedos sosteniendo un cigarro, sentados en la vereda de cualquier esquina muestran sus dientes careados y los callos ganados por chauchas recogidas de trabajos esporádicos y mal pagados. Los zapatos y los vestidos, las corbatas y los sombreros que utilizaban podían camuflar el profundo desamparo, pero no podían extirpar la violencia ni la belleza de

ese claro oscuro con que se teje la existencia.3 Mario era el mayor de seis hermanos: Berta Elena, Segundo, Jorge, Celmira Inés y Nieve Antonio. Los seis eran hijos del matrimonio entre Pantaleón Alarcón Fernández y Berta Unda Fuentes, campesinos de Quirihue. El año 1942, cuando él tenía ocho años, su madre murió, según lo que le contaron venía de celebrar una de las fiestas del rosario, tocando la guitarra y cantando, y desde una carreta de bueyes se cayó. No era la primera vez que la tragedia asolaba al hogar, en ese breve lapso de tiempo habían muerto dos de sus hermanos (Segundo y Jorge). Mario recuerda que buscaba un árbol lejano para llorarles tranquilo hasta que su mamá lo encontraba y con mucho cariño le pedía que dejara el llanto, que entrara a la casa. La muerte insistió y seis años después de la muerte de su madre, en otro accidente, falleció su padre, quien se había vuelto a casar:

“(…) Mi hermana me viene avisar al campo y yo me fui para Quirihue. Cuando llego al hospital ya estaba mal y una señora que le decíamos tía nos contó que él se había pegado en la cabeza, nos contó que él llegó al hospital y tiró la camilla de una patá y entro caminando, a las 11 de la 3 En la década del cincuenta Sergio Larraín tomó fotografías de los niños en condición de calle que el padre Alberto Hurtado intentaba atender o recoger del río Mapocho, pero también otros lugares de Chile. La nitidez del lente en los rostros y gestos de esas personas dan cuenta de un contexto, a su vez que transmite la alteridad de cada una y uno de los involucrados de una sociedad donde la pobreza nunca ha escandalizado demasiado, a no ser como fetiche.


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mañana había muerto, quedo la llantería. Mi abuela salió al camino cuando supo y quedo tirada ahí llorando. Es que mi papá venía todos los días del campo para la casa de sus papás y tomaba desayuno. Fue muy doloroso cuando ocurrió. Para mí fue terrible”.4

Parte de la familia Alarcón-Unda. El niño es Mario Alarcón, y de sombrero negro su padre Pantaleon Alarcón. Quirihue, 1943. Donación Familia Alarcón-Rivas.

4 Mario Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Quirihue, 3 de junio de 2016.

Las penas y dificultades hicieron su propio andar. Mario y sus hermanos vivieron un corto tiempo con la madrastra y más tarde comenzaron a vivir con los abuelos de parte de padre, don Candelario Alarcón Velázquez y Corina Arce Fernández, quienes habían tenido seis hijos. Para él y sus hermanos el abuelo era el papacito y la abuela, la mamacita. Iban a la escuela a “pata pelada” o con una zueca de madera; se vestían con lo único que tenían, en su caso con un pantalón corto, invierno o verano. Tenía que ir a la escuela, pero también trabajar y gustaba de ello, sobre todo ver los animales. A diferencia de otras familias y conocidos tenían pan todos los días, comían cazuela, porotos con chuchoca y muchas pancutras porque era como el desayuno que compartían con la gente que de vez en cuando llegaba a trabajar con su abuelo en la cosecha de porotos y trigo y se intercambiaba la fuerza de trabajo por el favor que se devolvería de la misma manera, sino con una parte de la cosecha. No había dinero, la gente se prestaba servicios y ayuda recíproca. La palabra funcionaba como compromiso inquebrantable. La tierra, los animales y las estaciones del año que el campo, entre la siembra y la cosecha dibujaban, envolvieron la vida suya y la de sus hermanos. Jamás hasta ahora pudo ser más consciente de ello:

“Recuerdo que la situación económica era mala, notaba


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que las cosas para nosotrosv eran difíciles. Mi abuelo cuidaba animales aunque muy pocos. A él le decían “Don Candelario véndame animales, un caballo o un vacuno” y él decía “No. Yo compro, pero no vendo mis animales”. Al papacito le gustaba tenerlos, cuidarlos. Se quedaba largo rato contemplándolos, se daba una vuelta y otra vuelta, luego se sentaba en la tierra apoyando la espalda en una estaca solo para mirarlos. ¿Y sabe que ahora a mí me pasa lo mismo? A mis yeguas yo las quiero, me relinchan y yo siento alegría y recuerdo, recuerdo de esos años en que yo estuve en Santiago y en cómo quería volver acá, es como volver a cuando yo tenía quince años. En esos años tenía que cuidar los bueyes en la madrugada, no teníamos reloj, el primer canto del gallo era nuestro reloj. Era bonito cuando uno se levantaba y empezaba a amanecer y veía la claridad de la mañana para estar con los animales. Después me fui pa Santiago y volví a querer a los animales ahora. A mis yeguas las cuido, las cepillo, le lavo las patas, me paso por debajo de ellas y no me hacen nada, yo les hablo y las saco para afuera, yo me siento feliz con eso. Hay una que es media inquieta para andar y mi hijo me dice que la vendamos pero no puedo, es que estoy muy encariñado con ese animal”. 5 Dicen que la vida entera de un hombre está en su infancia, que cuando más viejo es el hombre más quiere regresar a su primera tierra. No solo está la felicidad de un tiempo recobrado con el recuerdo voluble del paso de los años; también están ahí 5 Ibíd.

los anclajes formativos, afectivos y humanos más profundos, impunes verdades, dolores innombrables, rostros y gestos únicos y preciosos, simplemente porque no pertenecían a nadie más que a una experiencia propia. La infancia se queda estampada en la trayectoria de la vida. Es posible que la mirada retrospectiva la sacralice pero también, en ese Chile del tiempo en que hablamos, hay muchas y muchos que no quieren recordarla, no tienen ni una buena razón más que encontrar ahí la entereza de saberse vivos. Maltratos y golpes, desafectos y abandono eran usuales. En el mundo popular iba de la violencia física a la psicológica; en los sectores más cómodos, sí bien disminuía, penetraba igual de intensa en la psique humana, en la memoria del cuerpo y en la memoria afectiva. En los tenaces momentos de recordación familiar, mi padre, David Jesús Álvarez López, nos contaba que nunca recibió un gesto de cariño de su padre, en vez de eso se alimentó de la violencia alcohólica que arrasaba con todo; con su madre embarazada por séptima vez, con sus hermanos y con él, que con cuatro años de edad tenía que huir a esconderse en la casa de un vecino para no ser alcanzado por la brutalidad de mi abuelo. Familias numerosas, hijos perdidos al nacer, hijos muertos antes de los cinco años por enfermedades,


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situación de pobreza y desnutrición como una constante en que miles debían crecer. Epidemias y carestías sociales, falta de infraestructura en salud y educación, carencia de políticas públicas atingentes en tiempo y espacio para encarar problemáticas estructurales que exponían a la luz un país subdesarrollado y despreocupado de las condiciones de las mayorías sociales. En ese contexto, de todas maneras, muchos se las arreglaban para crecer y ser felices:

“Veníamos del Pino, de la ribera norte del río Mapocho, entre el puente Bulnes y el puente Manuel Rodríguez, era un potrero donde vivíamos. No era un potrero propiamente tal, sino que era un pequeño cité donde no había agua potable ni luz. Para nosotros era diversión ir al basural y alimentarnos de lo que botaban. Los niños le llamábamos, “huachito” y decíamos “cabros vamos a buscar el huachito” de la pastelería de Independencia, otras veces eran los de La Vega, entonces corría la voz “cabros en la carretela hay porotos” y todos partíamos para allá a buscar restos de verduras, frutas, lo que había pa comer. Hasta un caballo muerto, se faenaba en un ratito. Recuerdo que antes de venirnos para acá, se entraba como a los nueve años al colegio, allá en la escuela 11, estábamos felices porque nos iban a dar almuerzo. Pero a mediados de ese año nos trasladaron a La Legua y nos empezaron a llevar a la escuela (…) Mi mamá había quedado viuda a los 24 años y a esa edad ya tenía cinco hijos, entonces como quedo viuda tan joven se puso a

trabajar, como en ese tiempo no nos podía llevar a trabajar ni había salas cunas, entonces nos dejó con la mamita Julieta Soto que lo único que sabía hacer era lavar, lavar ropa ajena. A su vez ella criaba al Petito y tenía un hijo, Carlos Valenzuela, ella tenía un puro hijo y todo el resto éramos puros allegados. Entonces mi mamá de a poquito se fue desligando de nosotros. Entonces con mi mamita Julieta quedamos mi hermano, yo, el Peto, más un hijo de ella y más un conviviente que ella tenía, Carlitos, que también era poco letrado, en ese ambiente llegamos a La Legua. Incluso igual continuamos cocinando con viruta y aserrín, porque a nosotros nos mandaban a cargar el choncho a San Joaquín con Santa Rosa. Es increíble, pero te puedo decir que fui muy feliz”.6 ¿Cómo declarar que se es feliz? ¿Será acaso el paso del tiempo que reestructura todo? ¿Será que la vejez ablanda las asperezas consumidas? ¿Se tratará de una cuestión de perspectiva temporal donde la condescendencia y los contextos se imponen para describir y explicar lo acaecido? ¿Se trata de una condicionante cultural vinculada a la carencia o al revés a tenerlo todo? Claro que algo de ello hay, pero mucho más se encontrará al centrar la mirada sobre la fragilidad que constituye nuestra humana condición. Mucho más hay en comprender con la misma honestidad del relato lo que a nosotros nos 6 Luis Cortés. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Legua Emergencia, 11 de julio de 2016.


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sucede con él.

Anita Carrera (a la izquierda) junto a su amiga Toyita en la población El Pino, uno de los lugares desde donde llegan los pobladores a Legua Emergencia.1947. Donación Familia Rodoureira-Carrera.

Recuerdos rotos que nutren sentires que nos parecen increíbles. En tiempos donde todo se custodia y la eficacia de cada paso emocional y social explicaría la estabilidad y salud de la persona, estos relatos podrían desconcertar. Sin embargo, sería más importante situarlos en el mismo lugar desde donde emanan, en el mismo tiempo en que se parieron tanto como hecho histórico tanto como relato. Quizá en ese ejercicio la memoria oral, y la misma historia, recobran sentido, ayudan a pensar en el pretérito, en los que lo posibilitaron o fueron coconstruyendo el devenir. La memoria oral permite interesarse por sus circunstancias y contextos, y entonces posibilita pensar en los tiempos actuales y el que está por venir. No se trata de un exceso de optimismo, pero la historia y la memoria, paridas con el rigor y la delicadeza que merecen los hechos, los relatos y sus contradictorias emociones, son una clave para tomar conciencia de lo que se ha desvanecido, lo que ha dejado de ser, lo que se ha renovado, lo que seguirá cambiando. Es cierto que puede llenarse de fetiches, de nostalgia o de una presunta melancolía, de héroes y traidores, de juicios de valor e ideología. Es tan cierto como puede que ayude a abrir los cerrojos de la impunidad social y personal y retratar la vergüenza indigna de los actos de deshumanidad que heredados o no, hemos sido


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incapaces de extirpar sofisticándolos de tal manera que no podemos hallar cuál fue el momento, el lugar ni los responsables, de ese sentimiento de erosión y sin sentido que nos acecha. La memoria es frágil, sobre todo en espacios derruidos que no tienen la posibilidad y/o el interés de forjarla. Como herederos de memorias impuestas, las memorias del mundo popular muchas veces se solapan o continúan la corriente subalterna del poder dominante. Son memorias que se estandarizan y podrían caer en clichés que terminan siendo una trampa donde se vuelve difícil mirarse. Cuando la mayor parte de las personas que relataron sus recuerdos para este trabajo, cuando el mismo protagonista dice que en su infancia, sopena de todo lo vivido, fue feliz hasta emocionarse con el retorno mental de lo vivido, habla la valoración de lo que se ha sido, la elección de lo bueno, la lección de los malos momentos, la vida entera desplegada en la larga duración de la historia de cada uno. Lo anterior remite al lazo que une el relato personal con la historia pública, de carácter más oficial y reconocida, la que cuenta con registros y recursos masivamente reproducidos en los anales y monumentos. Los recuerdos personales se se interrelacionan con la historia. El relato se recobra desde el presente, por tanto es una relación no solo transversal sino que dinámica que debiese considerar cómo las relaciones de poder modifican

el uso público de la historia y la propia manera de relatar el pasado. Los pobladores que despliegan sus relatos en este trabajo, José y Mario por ejemplo, cuentan sus recuerdos y mucho de lo que dicen, interpreta o recorre la historia de una buena porción de chilenos que pueden sentirse reconocidos en su propio pasado pero que no hallan un vínculo que los conecte en el relato público y oficial que ha predominado en el país. Parte de la trama que sus recuerdos comparten evocan un Chile extinto y en transformación; la población vive más, el mundo rural ha dejado de ser el espacio social de las mayorías, las industrias se han ido del centro de Santiago, la Estación Central ya no es un espacio tan dinámico y catalizante para los migrantes, ni bullente para el mundo popular bohemio. Los abuelos cuidan a sus nietos en las poblaciones porque sus hijos, mujeres y hombres, ya han emigrado de casa, y están trabajando, pero continúan inestables porque les pagan el salario mínimo o porque forjan relaciones de pareja y familias frágiles. Sustantivos diminutivos, palabras y condiciones, afectos y sensibilidades únicas que se despliegan para ser de otros.

“Mi tío me lleva a Santiago porque creía que me podía enamorar de mi madrastra que era muy joven. Y yo chuta, había harta siembra, y creían que me podía enamorar de ella. Cuando llegó el momento no quería irme, recuerdo que me lleve una manta que me hizo mi mamacita que había hecho con sus manos que me duro hasta que se me hizo


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tira. Yo pensaba en mis hermanos chicos y les dejé toda la cosecha (…) La primera vez que volví de Santiago de visita habían pasado siete meses. Había conseguido trabajo en una fábrica de tacos y en una botillería del mismo dueño. Llegué a casa de mis abuelitos, traía algunas cosas para ellos y mis hermanos. En una de esas me fui al pueblo y llegue un poco pasado, tomé el caballo y me puse andar por la vega, por todo el barro y él, que era tan delicado con sus caballos no me decía nada, no me retaba por lo que yo hacía ¿sabe? Ese viejito chiquitito, mi abuelo, era tan cariñoso conmigo. Cariñoso y nos quería (…) era guapo con sus animales, los cuidaba, no le gustaban que anduvieran en pelo. Tenía una manada de yeguas, caballos, vacas. Él iba a las trillas y le pagaban por ir con sus yeguas y él las arrendaba. Así pudo tener una situación económica más estable pero de todas maneras la plata era escasa, recuerdo que le pagaba a algunos trabajadores 5 pesos el día y que un animal sí es que lo llegaba a vender le daban como 2 mil pesos y le decían que era un millonario. Aquí araban la tierra o se hacia el vino, se refregaba la uva, se hacían las pipas, no como ahora que la uva no da nada y que las viñas no pagan nada y lo guardan en plásticos, cuando lo mejor es guardarlos en cuba de madera”.7

7 Mario Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Quirihue, 3 de junio de 2016.

Hermanos Alarcón-Unda junto a su abuelo paterno, Candelario Alarcón Velázquez,“el papacito”. Quirihue, década de los cuarenta. Donación Familia Alarcón-Rivas.


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Legua Emergencia: etnografía de la memoria oral

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ario seguía trabajando en la fábrica de tacos de la calle Santa Rosa, pero desde 1953 dejó de frecuentar la Quinta Normal, el museo y los tranvías que pasaban por San Pablo, por la Alameda, llegaban hasta Franklin y se guardaban en la calle Victoria. A partir de esa fecha se avecindó en Legua Emergencia sector dos, en específico, en la calle Juegos Infantiles 3302. Ahora, cuando venía de más lejos y no caminaba, se bajaba de los carros en calle Santa Rosa, que estaba llena de sauces y por donde pasaba un canal que regaba los campos y fundos de alrededor, e ingresaba a una población que aún se estaba colonizando y donde todo el mundo parecía conocerse. El cambio de domicilio no se trataba de una cuestión puramente estratégica, debido a la ubicación de la casa, en relación a su trabajo, y tampoco al hecho de que pololeara con la niña que vivía ahí, sino con que esa mujer, su futura suegra, Ernestina Rivas, oriunda de Quitripín, fue un verdadero cobijo para él. Era cierto que se gustaban con su hija, era cierto que el hermanastro de esa hija, Juan de Dios, era hijo del tío de él junto a la madre de Iris, o sea que a su vez era primo y cuñado, porque Juan se casará con la hermana de Mario, Berta Alarcón, y que desde ahí asentarse podía ser más fácil, pero estar con Iris no necesariamente, pues sagradamente, durante todos los años que pololearon, ella dormía en la cama con su madre.

Al igual que las primeras familias que llegaron a Legua Emergencia desde sectores como el Pino, La Manzana de Alto, la población Colo Colo, Los Guindos o de Vivaceta, la señora Ernestina fue instalada en el sector uno de la población (desde la calle Colchero hasta Santa Elisa) porque el sector dos (desde la calle San Gregorio poniente hasta Venecia) no fue habilitado hasta 1951. Cuando eso ocurrió, como tantas otras familias que vivían en el sector uno, se trasladó a una casa ubicada en calle Juegos Infantiles, casa que casi inmediatamente intercambió con su vecina Marta Encina, con quien era amiga y que le correspondió la misma calle. En ese entonces, situaciones como el acuerdo mutuo entre vecinos que derivaban en la permuta de casas, fue una práctica recurrente, regularizada más tarde, con los trámites correspondientes en lo que desde 1953 sería la Corporación de Vivienda (CORVI).8 El sector dos de la población se diferenciaba del sector uno porque sus materiales de construcción eran de concreto sólido, el espacio de construcción y sitio de las casas era más amplios, aunque en su total el número de viviendas que la componen son mucho menos que las del sector uno. Juegos 8 La Corporación de la Vivienda, CORVI, tendría que lidiar con la carencia de una política pública concreta y decidida, que se había caracterizado por la improvisación y la creación sucesiva de instituciones gubernamentales, que tenían a cargo la política de construcción y habitabilidad destinada a las miles de familias sin casa en Chile, en un contexto de creciente urbanización, reemplazando a la Caja de Habitación Barata, organismo que había sido clave en la creación de la población Legua Emergencia.


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Infantiles tiene la forma de una h, pero al revés. Las casas corren por la hilera oeste y este en forma vertical, desde el pasaje Rodillo por el norte. Sin embargo, sólo la hilera oeste traspasa el eje Canning y se extiende hasta el pasaje Mario Lanza por el sur. En medio de ambas existía un peladero, que con los años pasó de un pequeño basural a convertirse en una escuálida plaza que hasta hoy comparte lugar con una cancha de futbolito. Compuestas mayoritariamente por trabajadores empleados en la construcción, en La Vega, en el Matadero, en las ferias, que trabajaban como artesanos, en servicios o en el Estado, las familias de Legua Emergencia parecían más numerosas que en otros lugares del país o de la misma población con quien compartía denominación. Esto ocurría fundamentalmente porque los espacios eran pequeños lo que generaba una aglomeración inmediata por familias tan numerosas como las típicas del mundo popular de la época y que no contaban más que con una mejora y con la promesa de las autoridades de turno por resolver su situación de vivienda (Álvarez, 2014). Desde su origen, llegaron a la población personas que se identificaban con el mundo ilícito, que diariamente, como cualquier trabajador, desarrollaban sus actividades vinculadas con

diferentes expresiones asociadas preferentemente al robo, y que fueron reproduciendo una cultura delictiva con ethos y códigos propios de una cultura reconocida desde fuera y configurada desde dentro, que establecía prácticas sociales alteradas y problemáticas. A pesar de los episodios de tensión y de violencia, la población logró dinámicas de relaciones humanas basadas en el respeto, en la mutua tolerancia entre los pobladores delincuentes con aquellos que eran trabajadores y sus familias respectivas.9 Convivencia particular, aceptada en algunos casos porque no había otra alternativa real para poder enfrentarla, mientras que en otros casos se trataba de una convivencia buscada como medio de hacer comunidad y enfrentar horizontalmente situaciones que concernían a todos los que ahí vivían. En ese escenario, Mario salía de la casa todos los días y solía ir a pie a su trabajo, paseándose por toda la población, para entrar y salir a la hora que deseara, mientras Iris hacía un curso de peluquería en el centro. Los vecinos, compañeros de tránsitos anteriores, construían con dificultad disímil vida comunitaria y proyectos colectivos 9 El relato popular es rico en historias que hablan de ese sello identitario y convivencia social. Entre la ficción y la realidad, la fantasía y los personajes, lo que fue y dejó de ser se despliega en el recuerdo que señala lugares y valores comunes no obstante las profundas dificultades del día a día, (Álvarez, 2014).


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tanto en termino políticos como desde la iglesia. Quizá el mejor reflejo de eso fue la Juventud Obrera Católica (JOC) que consiguió la adhesión de miles de personas de las poblaciones populares del país asociadas al mundo del trabajo desde un compromiso cristiano. Una camada nueva de pobladores proveniente del Estadio Nacional y del Zanjón de La Aguada, reconfigura la dinámica social que no terminó de acomodarse hasta fines de la década de los cincuenta, cuando la primera generación de pobladores consolidó su presencia y no habrá muestras de nuevas migraciones hasta la década del ochenta. Los niños y las niñas eran los articuladores innatos que catalizaban el quehacer y las esperanzas. Estaban en todas partes, hasta en los escenarios menos pensados, quizá eran muchos para imaginar contenerlos en un espacio. Connatural a su tránsito fue jugar en la calle, hacer partidos de fútbol, encuentros, malones y peleas entre cuadras, cumpleaños, comuniones, velorios y funerales. Los clubes deportivos, y las actividades parroquiales comenzaron a proliferar, en conjunto con organizaciones específicas que demandaban por infraestructura pública y derechos que los pobladores veían como indispensables, como la educación y la salud, la luz eléctrica y la pavimentación de las calles, entre otros.

Legua Emergencia fue un escenario colectivo donde los límites y cercos privados estaban para quebrarse. Era natural que los hijos de una familia pasaran jornadas enteras donde sus vecinos y que se fueran integrando o adaptando a otros anclajes formativos con los aportes y desaciertos que eso podía conllevar. Las peleas domésticas eran inevitablemente públicas. El machismo de la sociedad chilena se mostraba a cara descubierta, otorgándole a las mujeres no solo golpes físicos sino también una condición subalterna, sometida y castigada a pesar de que eran ellas, por lo general, sobre todo en tiempos de crisis económica, las que sustentaban el hogar, sin hablar de que eran las fuentes afectivas fundamentales de la casa. En esas familias los hijos apenas cabían. Afuera pasaban tantas cosas a la vez, tantas gentes e historias increíbles, que la calle resultaba fundamental. Es por eso que Anita Goossens, la laica consagrada que llegó desde Bélgica en 1964, podía decir que lo que más le impacto de La Legua fue:“Emergencia porque era una sola gran familia, donde todos se involucraban o inmiscuían en la vida de los otros. A veces eso generaba dificultades, pero la mayor parte del tiempo se trataba de acciones solidarias, fraternas, de gente que no teniendo nada se preocupaba o compartía con la gente que no tenía nada de nada. Muchos de ellos analfabetos, con problemas de alcoholismo y delincuencia, violencia familiar que arruinaba la vida de toda la familia, en especial de los hijos que sin


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embargo se las rebuscaban para salir adelante, estudiar, ayudar a los hermanos menores, trabajar sin olvidarse de los suyos. Tengo en la mente muchas personas de familias en situaciones de precariedad que resistieron y salieron adelante (...) Yo siempre digo que La Legua necesitaría un apellido, La Legua Solidaria. Con el que sufre, con el que necesita, aunque sean hijos del narcotráfico, pero ellos están solos, desamparados, los papás están en las cárceles ¿qué hacemos con ellos? Y por supuesto cuando hay alguna catástrofe, no solamente a nivel de población sino a nivel nacional o internacional, La Legua responde, es impresionante. Para mí la Legua son especialmente las personas, porque La Legua es como una noche estrellada. O sea, con situaciones de noche, como en todas las noches, aquí en La Legua brillan miles de estrellas. Testimonios de esperanza, esperanza inquebrantable, Emergencia wuuaauu, es increíble”. 10 La vida callejera ofrecía un mundo diverso ante un espacio doméstico hacinado, marcado por la carencia. No todos los días había para comer. Una imagen común de muchas familias era ir a buscar pan añejo a “La Selecta”, encender los chonchos para cocinar, los braceros para calentarse, trajinar la basura que había dejado la feria del domingo, caminar, cruzando los peladeros que estaban de por medio, al matadero en busca de huesos de vacuno, de patas de pollo. Tomar caldo de cebollas por días 10 Anita Goossens. Entrevista realizada por Paulo Álvarez y transcrita por Milton Yáñez. Nueva La Legua, 14 de julio de 2016.

y ver a las mujeres arreglándoselas de cualquier modo para alimentar a la prole. Los enseres propios eran básicos y los medios tecnológicos, como la televisión, una excepción.


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Relatos de vida

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n La Legua, había mucho que imaginar, crear y recrear. Alejandro Pérez Tabilo, el “chino Jandro”, recuerda que cuando niño se juntaba con un entrañable amigo y vecino, cuyos hermanos eran lanzas y acaparaban mercadería que luego ellos, a escondidas, se encargaban de extraer en cantidades imperceptibles para intercambiarlas por dulces o ir al cine en Franklin. Cuando llegaba el tiempo de vacaciones se instalaba con una tienda, como si fuera camping, durante varios días en el canal Zanjón de La Aguada capeando el sol, tirándose al agua y matando ratones con una honda artesanal que habían fabricado con los amigos. Frente a este recuerdo, Jandro no deja de sorprenderse de la piel de gallina que siente cuando entiende que en medio de todo eso descubre al niño que fue. Leni Avendaño Valenzuela recuerda que le gustaba mirar cómo los lanzas se juntaban a jugar el crak o a los naipes y cómo era aceptado dentro de sus espacios como espectador infantil privilegiado porque tenía el pelo colorín lo que era un signo de suerte en las labores del ambiente, es decir del hampa. Desde ahí podía escuchar sus conversaciones, ver cómo y a quienes repartían el botín, observar curioso cómo acudían a las quintas de recreo y las cantinas hasta que su padre, Luis Avendaño, lo llamaba o iba a buscar porque no le gustaba que estuviera ahí, sino que haciendo las tareas que le daban en el

colegio diecisiete donde alguna vez fue compañero de clases de tantos vecinos que no terminaron de estudiar ni de cumplir los cincuenta años de edad.

Luis Avendaño (sentado) junto a su vecino y amigo Fernando Espinoza, “el negro zambrón”, en Franklin. Ambos provenientes de la población El Pino, serán vecinos en Legua Emergencia. Década de los cincuenta. Donación Familia Avendaño-Valenzuela.

“El problema de la delincuencia en La Legua tiene su causa en la falta de políticas sociales. El tipo que llegaba a población no tenía muchas expectativas, la carencia lo llevaba a delinquir para ayudar a sus hermanos y familia a


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vivir, roba frutas, verduras, después chaucheras y así. Con ficha policial se te cerraban todas las puertas. Recuerdo al “puntete” que después de salir de la cárcel buscó pega pero jamás encontró. Creo que al principio se trataba de una cultura solidaria, sobre todo con la gente que no tenía, aunque para muchos cuando se repartía plata se trataba de comprar conciencias. Cuando llegó la droga el lanza transitó hacía el tráfico, se da cuenta que podía ganar más plata y sin tanto riesgo. Los choros antiguos que venían de hacer carrera en Europa, en Italia, como el cabro, el Bladimir Bandera, el Olfo, el piojo, traen la escuela italiana. Creo que La Legua ha sido privilegiada. Para la época en que se crea nosotros teníamos tasa de baño y mucha gente en Chile no tenía nada”. 11 Por su parte, Mario Alarcón recuerda que la delincuencia existía pero que no era tanta, se trataba de personas adultas con quienes se podía dialogar. Salía de la casa y se la pasaba saludando por las calles de tierra hasta llegar al paradero de micros a tomar la “20, Vivaceta Matadero” en la calle Estrella Polar, hoy Alcalde Pedro Alarcón. En la población, y junto a Iris, comenzaron a participar de los “encuentros matrimoniales” promovidos por Anita Goossens y Esteban Gumucio. Mario se hizo más activo en el trabajo de la parroquia y fue parte de la organización de pobladores para ayudar a construir un sitio en Pirque con un grupo 11 Leni Avendaño. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Sumar, 25 de octubre de 2016.

grande que se juntaba al alero del padre Fernando Ariztía y del padre Luis Borremans y cuyo objetivo era tener un lugar para que los pobladores fueran a vacacionar. Pero es poca la gente que queda de ese tiempo, dice que todo cambió. De pronto un destello en medio de las recordaciones:

“Tengo el recuerdo de una población en que no había miedo como ahora de caminar a la hora que fuese, la gente se respetaba aunque fuese lanza, en cambio ahora usted tiene que tener mucho cuidado de dónde mira y pasa, las balas se confunden con el respeto. Yo me recuerdo porque andaba con una máquina fotográfica chiquitita en plena calle. No sé cómo empecé, solo le puedo decir que me gustaba no más, me gustaba tomar fotografías, lo hallaba bonito, entonces andaba tomando fotos y luego las empecé a mandar a desarrollar y a vender y así pude comprarme otra máquina mejor y otra más después. Si porque cuando nos casamos con la Iris, en 1960, el que me tomo las fotos era un conocido que hacía fotos conmigo en matrimonios y me hizo esa caucha de tomarme ese día. El matrimonio lo celebramos en la iglesia San Miguel Arcángel, con harta gente. Había que invertir, pero ya no me recuerdo cómo se hizo como para hacer la fiesta y juntar la plata, creo que todos ayudaron. Mi cuñado se fue a vivir a la capilla hasta que les salió casa en la Santa Adriana. Mi señora y mi hermana trabajaban en los telares de la Sumar y yo seguí en la fábrica de tacos pero ahora como maestro”. 12 12 Mario Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Legua Emergencia, 10 de enero de 2012.


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Casados, compartiendo la alegría de una decisión deseada que solo había esperado el momento oportuno para hacer familia, intentaron tener hijos e Iris quedó embarazada. El primer hijo nació, pero se enredó en el cordón y murió. Lloraron juntos y tuvieron miedo de intentarlo de nuevo, pero confiaron y dos años después, el 6 de agosto de 1962, nació Ana María, una niñita redonda y de ojos claros. Pasaron dos años más y el 14 de febrero de 1964 nació Nano, el Mario chico, el hijo del fotógrafo como le decían, un niño robusto que gustaba acurrucarse en el pecho de mamá. Todo iba bien. Tres meses después, sin embargo, luego de la ceremonia de bautizo de Nano, ella se sintió mal.

“Se enfermó y pucha ahí se puso más difícil la cosa. El mismo médico da orden de hospitalizarla y empezó la parálisis completa y no me recuerdo cuanto tiempo la tuvieron y luego la trasladaron a donde están los infecciosos y solo la podía ver por la ventana. Yo salía del trabajo y tenía una hora de almuerzo y me iba a almorzar con ella, partía en la moto siempre me demoraba, pero mi patrón sabía el problema. Y yo lloraba y lloraba y no me podía conformar y los niños chiquititos y mi suegra peleando y llevando la casa. Todos los sábados íbamos al matadero a comprar para la semana, buscábamos unas nanas para cuidar a los niños. Y a veces partíamos con mi suegra, que era una madre para mí, en moto para allá, es que esos recuerdos no se olvidan nunca y ya no se recuperó nunca más. Mientras ella estaba hospitalizada, las kinesiólogas querían que tuviéramos relación porque así ella podía quedar embarazada, podría

haber una reacción de su enfermedad. Hubo dos hijos más, uno estuvo un par de horas no más y el otro no alcanzo a nacer. Hasta que el médico me la dio de alta en sillas de ruedas y mi compadre, mi cuñado, me la traía y llevaba en su autito de la casa al hospital. Ya en la casa nos organizamos más y chuta había muchas cosas que faltaban, estábamos mal todos, hasta que nos fuimos acostumbrando. Ella fue muy fuerte en ese sentido, y cuando llegó a casa estuvimos más tranquilos y empezó a sentarse en la silla de ruedas y se empezó a estabilizar, a tejer, no perdió su cabeza. El médico cuando me la dio de alta en el hospital me dijo “miré si usted cree en las brujas busque porque le vamos a poner en el diagnóstico poliomielitis, pero no sabemos qué fue lo que le pasó”. Fue terrible la preocupación, era ella y los niños, ellos no tenían idea de nada. Yo entonces tenía fuerza y podía tomarla, bañarla, llevarla a alguna parte, al campo o a la playa. Fui a Brasil con ella para ver posibilidades de un médico de nombre Arigo, vimos alternativas espiritistas. Intentaba hacer las cosas lo mejor que podía, la atendía, conversábamos que estábamos unidos, estábamos en la casa. Hice de todo, lo intenté muchas veces, fui incluso con el padre Luis a San Fernando buscando un médico que daba aguas para que la gente se mejorara, pero resulta que nunca pasó nada. Ella no decía nada, nunca con su enfermedad puso problemas, creo que confiaba mucho en nosotros. La gente me preguntaba por qué seguía y yo creo que era porque ella me hubiese aguantado siempre si me hubiese pasado a mí, porque nos queríamos mucho y nunca me aburrí con ella, durante cuarenta y cinco años la atendí, conté con el apoyo de mucha gente y de la familia (…) los niños se fueron acostumbrando a ver a su madre así, desde la cama seguía atenta su crecimiento. Después se sumó la Bárbara, hija de


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la Elcira, nuestra vecina directa, que era muy amiga de la Iris, y a partir de los seis meses empezó a crecer con nosotros. Me levantaba a hacerle la papa en la mañana y después la llevaba al colegio. Era regalona de la Iris y ella le tomaba la oreja, salió una buena hija también, para mi es otra hija y para los chiquillos una hermana. Pucha, hartos recuerdos, se emociona uno con eso. Así con la vida que tuvimos y cuarenta y nueve años alcanzamos a estar y cuatro años que ella estuvo bien”. 13 Ernestina, la abuela Tina, solventó cada uno de los pasos que había que dar en el hogar. Fue vital para no permitir que la vida de cada uno de los que formaban parte de ella no se distorsionara en forma traumática. Para su hija, fue apoyo y dedicación, para sus nietos una mamá, para su yerno, fuente de comprensión y cobijo. La cotidianidad funcionaba como la de cualquier otra familia que tenía condiciones normales. Los hijos veían a su madre sin atisbar ausencia, ella se ocupaba de saberles, corregirles, conversarles, inquirirles sobre sus emociones y gustos, penas y sueños. Solo que mamá no podía andar y a veces tenía curaciones dolorosas, silencios largos y paulatinamente una amargura cada vez más quieta en su rostro. Aun así, les citaba en su pieza y reforzaba la sonrisa, el afecto, la ternura para quedarse en los cuerpos y mentes de ellos. Como cualquier pareja, a veces 13 Mario Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Quirihue, 3 de junio de 2016.

discutían, Mario siempre fue más impulsivo y más alterado que ella, pero luego de despotricar al aire volvía quieto sobre las palabras de ella. La vida de Mario funcionaba con gran intensidad: iba del trabajo de los tacos de zapato al hospital, de Santiago a Quirihue y viceversa, del colegio de sus hijos a tomar fotos en los matrimonios, cuando estaba en casa llevaba en brazos a Iris de la pieza al baño, o al patio. Estuvo atento para salir con su hija mayor a comprarle su primer cuadro blanco y su sostén para la comunión o las toallas higiénicas cuando ella lo requirió. También se las arregló para que su hijo, que estaba haciendo el servicio militar obligatorio, en ese tiempo de dos años en Iquique,

Cena de celebración del matrimonio de Mario Alarcón con Iris Rivas en su casa de Juegos Infantiles. Legua Emergencia, 1960. Donación Familia Alarcón-Rivas.


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no pasara solo la primera navidad que le tocaría estar lejos de casa y llegó de sorpresa para traer los abrazos de sus seres queridos que estaban en una casa pequeña de La Legua. Él mismo, Mario, que a escondidas, y con el permiso de los años vividos, salía con su hija adoptiva, la más pequeña, para enseñarle a andar en auto a los quince años y tomarse en el camino un helado, con la condición de no contarle a nadie cuando llegasen a casa. Mario no era súper héroe, pero dice que nunca se cansó, nunca tuvo tiempo para sentirse cansado de Iris ni de la vida familiar, porque detrás de todo eso, sentía que ella lo sostenía. Estar con sus hijos, intentar acompañarlos, saberlos, conversarlos y estrecharlos no era solo algo que a él se le ocurriese, estaba conversado, fraguado, porque así lo habían imaginado. No sabían cómo hacerlo exactamente, como nadie sabe. Algunas veces fueron demasiado estrictos, otras veces quedaban desconcertados ante algo, una actitud, una experiencia, una palabra no solo de sus hijos sino también de ellos mismos. Entonces venía el silencio y la dinámica de la casa parecía enrarecerse hasta que alguien reanudaba la sintonía con que la familia transcurría. Lo relevante era que Ana María, Nano y Bárbara se enteraran que ante cualquier dificultad, apremio material o desgracia, podían contar con sus papás. Mamá y papá, Iris y Mario, que no habían tenido más lápiz que lo que pudieron robarle a la infancia; ellos, que se sintieron sinceramente disponibles

para brindarse enteros, construyeron una relación profundamente tierna y respetuosa, encariñada por la trama del día a día, confiada y libre, esa mezcla tan difícil y áspera por las cuales las relaciones suelen erosionarse. Y supieron enfrentar la realidad, contando complicemente y sin eufemismo alguno, con sus hijos, con la mamá Tina, con sus familiares, incluso con sus vecinos.

Mario Alarcón, entre una amiga ubicada a mano izquierda, e Iris Rivas a su derecha, en la empresa Yarur Sumar, a pasos de La Legua. Década de los sesenta. Donación Familia Alarcón-Rivas.


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“Vivimos una infancia totalmente normal, como cualquier otro niño se la merece. Yo crecí viendo a mi mamá en sillas de ruedas y a mi papá trabajando. En ningún momento sentí diferencia con otras familias, salíamos a jugar a la calle, íbamos al colegio. Mi abuelita era la dueña de esta casa, con mis hermanas le decíamos mamá Tina y a mi mamá, mamá Iris, ella era la que nos mandaba al colegio, iba a las reuniones, nos cocinaba, nos lavaba (…) Mi mamá era muy pudorosa a mi papá se le salía su grosería y mi mamá decía “Mario por Dios”, entonces yo crecí y era un niño feliz. Mi papá que era un trabajador obrero hizo que nunca nos faltara nada, en mi juventud lo mismo, mi papá era muy estricto y ahí tuve ciertas restricciones con los horarios y en dónde iba a estar, hasta el día de hoy lo agradezco (...) Mi mamá era el cable a tierra de mi papá, era la que ponía las cosas en calma en la casa, las cosas que no resultaban. No vi que ella lo molestara o lo celara porque él tampoco daba motivos para eso, me imagino que los problemas lo resolvían sin que supiéramos (...) Mi mamá siempre estaba en la casa, y cualquier problema que tenía acudía a ella. Ella fue mi paño de lágrimas en mis desilusiones y penas. Teníamos todo tipo de conversaciones, todo se lo decía, los proyectos que tenía, lo que quería ser cuando grande. Siempre me apoyaba en lo que me propuse. Ella era tan sabia, tan sabia, ella colocaba la cordura. Hasta cuando fui grande, me ordenaba en la parte económica, en la parte de mis sentimientos, en cómo comportarme frente a la vida, como trabajador, como persona. Y mi papá nunca la dejó sola, todo lo que se hacía era en torno de ella. Y para nosotros, con mis hijos y la

Yesica, hasta el día de hoy seguimos con ella, son ejemplos para uno, yo he criado a mis hijos como ellos me criaron a mí”. 14 Como maestro zapatero y fotógrafo, Mario lograba cubrir las necesidades económicas. En forma esporádica, a partir de la década del sesenta, también trabajó como taxista. Las vicisitudes lo llevaron de uno a otro trabajo, sin dejar ni uno de los dos primeros. La fotografía, que había nacido como un hobby en su vida, se transformó en un oficio, en un hacer con sus manos, meticuloso, concentrado, importante. No se trataba solo de cumplir con un trabajo y hacerlo eficazmente, sino de que la gente se sintiera contenta, de ir aprendiendo en el hacer, de jugar con las formas y los colores, los paisajes y los rostros, lo arbitrario del enfoque, lo que no se deja ver.

14 Nano Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Legua Emergencia, 6 de julio de 2016.


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El registro fotográfico como Memoria visual

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ario comenzó tomando fotos al entorno, a su familia, a los conocidos. A todos los lugares a los que iba se acompañaba de su cámara. Pronto los vecinos lo empezaron a buscar; “vecino ¿le tomaría una foto a mi hijo que está de cumpleaños?” “don Mario podría ir a la parroquia que se bautizan los niños de la catequesis” “don Mario nos casaremos pronto y nos gustaría que nos dejará en la posteridad” “Jefe, háganos el favor de tomarnos una fotito pa el velorio de un amigo, cómo sabe si algún día lo podemos salvar” le dijo alguna vez el Chato Lalo, uno de los lanzas más legendarios de la población, cuando a esa misma hora de la mañana se preparaba para salir a la pega.15 Desde la década del sesenta, el trabajo de Mario como fotógrafo comienza a ser más intenso. Trabaja haciendo fotos de los diferentes sacramentos de la iglesia, de las festividades familiares, ritos y celebraciones sociales comunitarias hasta retratos, actividades y ceremonias en los colegios, foto carné para jugar fútbol o como documento de identidad.

no tener la oportunidad de fotografiar, era más posible ser parte de una foto con muchos otros que tener una foto propia, ya sea como protagonista o siendo parte de un grupo pequeño. Ni hablar de tener cámara fotográfica, pues ni siquiera el pan estaba asegurado.

La fotografía deja de ser una posesión excepcional para estar al alcance de más personas. Rastrear los años primeros de los pobladores y pobladoras que colonizaron Legua Emergencia y sus primeras generaciones, presenta la dificultad de que la mayoría no tiene registros propios o no los preservaron. Era posible ser fotografiado, pero

De a poco eso cambiará, pero mientras esa transición lenta, y a veces imperceptible, va sucediendo, Mario es uno de los tres fotógrafos de la poblacón, junto a Roboham Ortega (Loli) y David Izamit e hijos. A ellos se sumaban los del sector de Legua Vieja y Nueva La Legua. El fotógrafo Boris Rivera 16 recuerda a fotógrafos como Carlos Sepúlveda, Iván Baeza, Luis Flores y la familia Dossetto. A ellos se suman el fotógrafo minutero de la plaza de Armas de Santiago, Luis Maldonado, cuya vocación responde a la herencia proveniente de su abuelo Eliodoro Mariangel y su tío Carlos Mariangel quienes también trabajaban como minutero primero en plaza Italia y luego en el centro de la capital. En definitiva, se trata de un grupo pequeño que se ubicaba entre sí, y que durante la década del setenta y del ochenta acudían a las diferentes actividades que se hacían, sobre todo alrededor de la parroquia San Cayetano. Sin embargo, el paso del tiempo, las definiciones de

15 Mario Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Quirihue, 3 de junio de 2016.

16 Boris Rivera. Entrevista realizada por Paulo Álvarez y transcrita por Milton Yáñez. Legua Vieja, 12 de julio de 2016.


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vida y las circunstancias los hizo tomar caminos muy diferentes. Cada uno ha tomado no solo fotos sino que el oficio de fotógrafo según su propia historia. Es difícil precisar quiénes eran los más entusiastas con tomarse una foto. La mamá que deseaba retratar a su pequeño, la familia que salía de paseo de domingo, los papás de los niños o los mismos niños que pasaban un rito, evento o un año más, navidad o fiesta familiar, la pareja de novios, el grupo de compañeros de colegio y de trabajo, los jóvenes que con diferentes muecas no dejaban de mirar a la cámara, el jugador de fútbol, el choro, los abuelos, el cura, las bienvenidas y despedidas de la vida y de la muerte.

María Hernández Muñoz (de pie) junto a su hermana (sentada) en su casa ubicada en Karl Brunner. Legua Emergencia, 1954. Donación Familia Hernández-Muñoz.

La fotografía como acto reflejaría un momento, por lo general importante o singular de la vida de las personas. Los pobladores resuelven la dificultad de acceso a ella posando colectivamente. Un acto paralelo está en operación, el fotógrafo no puede darse el lujo de hacer muchos disparos, utilizando la máquina de rollo con luz portátil transportado en maletín o la máquina de rollos con flash incorporado o sobrepuesto. A su vez las personas podían no acceder más que a un original o copia del original pagando por esa foto. Por una parte, tenían que salir lo mejor presentado posible. Algunos pobladores recuerdan que se peinaban antes de tomarse una foto, se vestían con lo mejor que tenían o podían conseguir e incluso se ponían el par de zapatos que no tenían, por otra parte, aunque no costase demasiado, comprar la foto podía excluir de algo más vital para la cotidianidad, por tanto, era probable ser fotografiado, pero no verse jamás en la fotografía. Como casi todos los fotógrafos que comenzaron en la década del cincuenta, Mario no tuvo escuela ni maestros. La intrínseca potencia pedagógica de la imagen fue un descubrimiento 17 personal. De esa forma, Mario, autodidactamente, 17 La fotografía tiene una profunda veta pedagógica que hay que cultivar. En un planeta donde la representación visual posee una importancia aparentemente ilimitada, su sentido educativo es un tesoro. Lo visual es para muchos el mejor medio de aprendizaje. No obstante lo anterior, el mundo virtual corre el riesgo de saturarse en la medida que no logre activar procesos de creación y de transformación crítica.


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educó los ojos, la mano, la poderosa geometría del movimiento, reguló luz y sombra y a dedo encuadró imágenes e incursionó en cada uno de los pasos para confeccionar el revelado hasta devolverlo a las manos de las personas que esperaban los resultados:

“Yo prácticamente aprendí sólo, empezó como un hobby, pero después fue un trabajo. Mandaba a revelar donde Jorge Hidalgo, así se llamaba el dueño de la casa fotográfica, en avenida Matta con Chiloé, terminamos siendo amigos. Él me enseño mucho, cuando iba a retirar mis fotos me explicaba para que la foto no saliera movida y como me gustaba aprendía rápido. Compré una cámara fotográfica y empecé a tomar cada vez más fotos que le enviaba a desarrollar a él y al Loli, un vecino de la calle Venecia que también hacía fotos. No sé cómo me entusiasmé tanto, que seguí y seguí, tiene que haber sido antes del sesenta. No recuerdo el primer trabajo que hice. Luego compré mejores cámaras y lo necesario para revelar, tener ampliadora. No sé cómo fue pero cuando iba a los matrimonios nos juntábamos unos tres o cuatro e íbamos aprendiendo del otro. En la población empecé a tomar fotos para los cumpleaños y me venían a buscar y me fui haciendo conocido al punto que los cabros que andaban en la delincuencia me buscaban, incluso el Perilla, cuando él vuelve de Italia empezó a hacer sus fiestas en el club Gran Avenida; iba gente de alto rango, carabineros, autoridades y él me decía tome fotos no más donde quiera hasta cuando lo empezaron a perseguir. También me hice muy conocido en la parroquia, les sacaba fotos al padre Luis y a la gente de

la iglesia. Y comencé a viajar a Quirihue, incluso coloqué un localcito que duro un tiempo corto, le tomaba fotos a los escolares, a los carabineros, a los funcionarios, recorría Quirihue de arriba abajo y tomaba o repartía las fotos, a veces me quedaba en el tiempo de vacaciones en el sur. Entre a una cooperativa que se llamaba Ciprofoto, éramos muchos. Era el tiempo de Allende y era muy difícil conseguir los productos, teníamos socios, carné y piocha, comprábamos el papel en caja, incluso la Casa Sierra que está en Tenderini y también fotos Poler eran socios (...) tuve mucho trabajo en fotografía, tomaba todos los trabajos que me ofrecían y me gustaba revelar porque sentía que la gente esperaba algo bonito, entonces tenía que hacerlo bien. Trabajaba mucho en blanco y negro hasta que salió el color. Pero a mí me gustaba mucho la foto en sepia, era facilísimo, para hacerla compraba en porciones los líquidos, ponía las fotos y la foto se me desaparecía y luego volvía a aparecer, quedaba muy linda la foto. Era un arte, pero claro yo estaba preocupado del negocio, la Ana María y el Nano estaban chicos, la Iris y mi suegra me apoyaban pero pensaba a cada rato en eso. Entonces hice el cuarto oscuro al lado de la pieza de atrás y me pasaba horas desarrollando las fotos, cortando el papel, los rollos de películas, poniendo y sacándole los líquidos, cuidando que se fijaran, que tuvieron el color que me pedían o que no se oxidaran, secándolas, hasta ponerlas en el álbum y entregársela a la gente (…) la foto es un recuerdo, les entregaba algo que podrían ver cuando quisieran y recordar y eso me daba mucho gusto. Me gustaba tomarle fotos a la gente, desarrollar la foto porque podía hacer lo que quería


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con ella, realmente sentía mucho cariño por lo que estaba haciendo”. 18 Los hijos de Mario crecieron con un papá que entre los tacos de zapatos que martillaba en la pieza de atrás y el cuarto oscuro de las fotos, se la pasaba trabajando. A veces los invitaba para estar con él adentro, les intentaba explicar cómo se hacía la foto; a los niños le llamaba la atención la luz roja, pero adentro se aburrían porque papá no los dejaba tocar los líquidos ni intrusear los papeles, ni encender la luz. Recuerdan las placas, los negativos, las pinzas de metal dando vueltas, el papel sumergido en los químicos, recuerdan que ese hombre que es su padre contaba “uno, dos, tres” y abría una especie de pantallita donde empezaba a aparecer la imagen. Hasta que prendían la luz donde junto a todo eso podían mirar los estantes donde estaban los instrumentos para cortar, el telón, la cajita con las letras y los números. La magia de un proceso que de a poco convertía el papel blanco en rostros y paisajes, se desplegaba fugaz en la imaginación, mientras el olor a ácido se quedaba en el aire:

“Recuerdo que por mucho rato se la pasaba en la pieza oscura y no podías abrirle la puerta por ni un motivo, porque si no salía el Mario que no conocías. Él decía voy a trabajar en el cuarto y se encerraba y no podías pasarte para allá, si no tenías que quedarte con él y era súper oscuro. Ahí tenía 18 Mario Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Quirihue, 4 de junio de 2016.

Mario Alarcón Rivas (Nano) encargado del estudio fotográfico de su padre, junto a sus amigos, Juan y Patricio Salgado. Quirihue, década de los ochenta. Donación Familia Alarcón-Rivas.

todos sus líquidos, fuentes, tintas, todo, todo ahí en ese cuarto (...) Sin tener una formación técnica formal él era súper meticuloso y detallista. Cuando tomaba una foto dirigía todo “ponte para ese lado, para el otro, no mejor para allá hasta que te encuadraba y la tomaba” (…) Acá mi papá era súper conocido, de cada cosa que había en la población, mi papá era el fotógrafo: desfiles, eventos, en la capilla. Creo que también le jugó a favor que nunca tuvo un problema con un vecino, jamás, muy por el contrario, los vecinos estaban aquí permanentemente ayudándose, preguntando cómo están, invitando a la casa para compartir lo que había. Era difícil que alguien te faltara el respeto ¡qué importante, qué orgullo todo esto! porque la población con todas las dificultades que sabemos que tiene compartía y mi papá no solo sacaba las fotos sino que se preocupaba de engalanar la cuadra, invitar


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a los otros niños para que tuvieran una fiesta y por eso es muy querido acá”. 19 Vida y oficio entrelazados, sosteniéndose mutuamente. Hallados sin buscarse, casi por casualidad coinciden pero a su vez confirman su comunión. Así como tantas veces ocurre en tantos lugares de la tierra, la vida se hace desde lo tenaz e incomprensible, de lo inefable e impotente que ella misma puede deparar. Sin mucho tiempo para consideraciones, ni actos de conciencia para detenerse demasiado, se asume lo que viene, se siembra y cosecha lo que las estructuras de poder moldean y lo que la cotidianidad confirma o niega. Impregnados del olor al trabajo diario que realizaban, los pobladores que tenían trabajo volvían a sus casas a compartir la mesa con su familia. Mi padre regresaba de la fábrica, que quedaba muy cerca de La Legua, en la tarde-noche, y cuando nos saludábamos con un beso, mis hermanos y yo podíamos sentir el olor a bronce molido en su barba y en su ropa, como casi todos los días de su vida, quedándose en nuestros labios. Mamá, Myriam Bravo Barrera, le servía lo que había para comer y nos sentábamos a su alrededor. Entonces nos dábamos noticias sobre lo que acontecía en ese ahora, sobre los 19 Ana María Alarcón y Bárbara Carrillo. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Legua Emergencia, 20 de agosto de 2016.

muertos y las sobre vidas que la dictadura cívicomilitar dejaba como una estela que en silencio no queríamos olvidar. En otras casas, a esa misma hora papá o mamá, a veces los dos, venían con fragancia a cobre, a papel, a feria, a plástico, a estuco de la construcción, a tierra, a pegamento, a zinc, a ácido, a fierro, lata, grasa, cuero, carbón, madera, olor a comida o a calle. Otros venían pasados a alcohol, cargados de vino, mordiendo el polvo, espantando espíritus, riendo al viento, desdeñando el alrededor. Los niños continuaban repletando las calles, los abuelos o una mamá vigilaba en algún punto de la cuadra el juego que intencionadamente olvidaba las tareas del colegio. La memoria se solapa y se diluye, asemeja un musculo involuntario y flexible que se puede activar al más mínimo roce. Los olores son un ejemplo de aquello. Algunas frases, tonos de voz, formas de ser o gestos de algunas personas acompañan la memoria íntima. La memoria social emana desde ahí, surge desde la memoria individual pero se configura en la memoria colectiva, y ésta a su vez puede ayudar a potenciar, cultivar o a encauzar la memoria y por tanto también al olvido. Las condiciones en que un pueblo vive las memorias y los olvidos pueden identificar su estado de salud, su estado de ánimo, su bienestar. La memoria por sí sola no será un acto de justicia ni de conciencia sino engendra la capacidad de dar sentido sobre la vida vivida, con sus traumas, miedos, silencios


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y desvaríos incluidos. Por eso, resulta importante trabajarla, darle contenido.20 Permanentemente la memoria está en disputa pero su enemigo no es exactamente el olvido, sino que la memoria despolitizada,21 hipócritamente construida, como aquella que se vuelve silencio programado, fetiche del poder, la que construye empates morales, la que alimenta sus expectativas en el horizonte retórico de una persona convertida en héroe, de una ideología que disfraza totalitarismo, de una religión o de una patria que hegemoniza la razón y se impone usando la brutalidad. No obstante, el trabajo de la memoria y sobre la memoria, sobre todo popular, es prometedor, en las escuelas y los barrios, en las organizaciones y los colectivos sociales, pues atender a su significado podría ser una clave comprensiva para valorar y ser conscientes de los diferentes pretéritos y significados que constituyen el transcurso humano.

20 Es pertinente recordar que ya los griegos pensaban la memoria como representación de lo ausente (mnémé), y como búsqueda (anamnésis). 21 Habría que tener cuidado de no confundir con el malestar que la gente siente con respecto a la política “Una impresión superficial que ignora la historicidad puede confundir este malestar con una despolitización; los ciudadanos se estarían retirando de la política en la medida en que ella no responde o contradice abiertamente las expectativas que se hace la ciudadanía” (Lechner, 2014: 370).

Una fotografía está constituida de memoria y olvido. Puede haber mucha información en ella, intenciones y sentidos como montajes manipulados que intentan mostrar lo que salió en la foto y no otra cosa. La fotografía concentra su atención en unas personas o un acontecimiento, un paisaje determinado pero sin proponérselo también puede entregar información no dirigida, más bien involuntaria sobre prácticas sociales, modas, gustos, estéticas, y dinámicas de poder, estatus, prestigio social, jerarquías. La foto nos puede hablar de los que se depositan en la cornisa del poder, habitan la periferia humana de una sociedad que sin remordimiento cabal impone el sentido de clase, las pretensiones de distinción y la desigualdad para relacionarse entre sí. Es decir, la fotografía puede hablar de quiénes están y de aquellos que no estando, porque se invisibilizan o marginan, están. La memoria y la fotografía nos deberían hablar siempre sobre los olvidados. No es solo la fotografía como objeto lo que cuenta, también está quién la toma, cómo la ha concebido, la ha trabajado y la devuelve. Uno de los acervos etimológicos de la palabra fotografía, proveniente del griego es photo=luz y graphein= dibujar, escribir. El fotógrafo es quien dibuja con la luz, se nutre de la luz y construye una imagen, elabora “una construcción que significa, que expresa, que


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comunica, y que, por tanto, debe ser interpretada. Como resultado de la creación humana, la imagen responde tanto a capacidades innatas del individuo como a capacidades aprendidas socialmente, de ahí la importancia de analizarla por su valor histórico y epistémico” (Roca, 2004). La fotografía tiene una gran capacidad narrativa en sí misma. Difícilmente dice solo lo que muestra. Las intenciones y los gestos articulan un lenguaje más allá de lo evidente. Desde ahí el fotógrafo expone y se expone. Podríamos pensar la fotografía como una metáfora que toma vida en la medida que se interpreta. El hombre o la mujer detrás del lente por gracia o fortuna plasma un instante de la vida. Aquellos quienes ven esas fotos pueden transportar y significar de miles de maneras el mismo instante. La capacidad comunicativa y subjetiva de la fotografía está en acción. Nadie necesariamente ve lo mismo; más bien ve exactamente lo mismo, pero ni siente, ni emociona, ni valora igual. Los contextos históricos y la antropología social podrían ser de utilidad para dar cuenta de los dispositivos culturales que operan o de las razones de estas diferencias que sin lugar a dudas se vinculan al poder de acceso y de uso que en el fondo delatan la importancia de diferenciarse de los iguales, resaltando su otredad. Sabemos, por ejemplo, que para algunos pueblos originarios de América, fotografiarles podría

significar extirpar el espíritu que sostiene su vida por lo que hay una aversión por ella, al igual que por los espejos, que replican o aumentan la imagen de uno mismo. Para las burguesías emanadas del capitalismo comercial e industrial que la modernidad propagó por el mundo, fotografiarse significó más bien un pasaporte de distinción, una forma de dar cuenta del poder, asociada a su exclusividad, a la perpetuación de una pretendida identidad, valor de su prosapia y herencia. El tiempo masificó el registro fotográfico, su obtención dejó de ser restringida y al servicio de una elite. Las formas en que los grupos humanos, que son parte de las mayorías sociales, empezaron a fotografiarse pasó de ser una excepción ocasional a una práctica que registraba lo que ellos pensaban recordable hasta volverse accesible y trivial porque el mercado así lo dispuso. Los mayores preservaban lo excepcional como un tesoro, y lo traspasaban como una forma de decir que estuvieron ahí, que se fue parte de un momento, testimonio de una presencia. La diferencia en la aspiración de prestigio social ya no es cuantificable a partir del acceso a la fotografía, sino de una forma más sutil y menos evidente, como el uso que se hace de ellas. La fotografía es también utilizada como una evidencia, un medio de registro objetivo de carácter testimonial. He ahí su aplicación como medio de


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prueba en un peritaje policial o como documento susceptible de ser utilizado para la investigación social. Es un documento histórico de la presencia física de las personas o de un instante en la historia de una comunidad más amplia como puede ser un barrio o un país. La fotografía se objetiviza al punto de reducir sus interpretaciones y su condición evocadora, condición que podría recuperar, no obstante la tenacidad que puede tener la imagen, con el reportaje gráfico, esa denuncia visual capaz, por una parte, de ahorrar palabras y concentrar la atención en lo acaecido, y por otra parte, de explorar las causas y reflexionar sobre por qué ocurren las cosas que muestran o están detrás. Fotógrafos del mundo, como el brasileño Sebastián Salgado han ocupado su oficio no solo como medio de arte, sino como llamado de atención para denunciar la deshumanidad y la irresponsabilidad del hombre por la ocupación de los recursos naturales en forma omnívora. Décadas antes, la estadounidense Dorothea Lange lo hizo para que viéramos el despojo que la economía especulativa genera cuando en vez de tener como centro a las personas tiene como motor la avaricia. El peruano Martín Chambi, indigenista, originario de Puno, fotografió desde 1920 el rostro humano y vegetal del ex Tahuantinsuyo. El chileno Sergio Larraín no dejo de representar, de delicada manera, la

pobreza brutal que pululaba por todas partes pero también la seducción y el encanto de una ciudad como Valparaíso. El holandés Koen Wessing fue de una región a otra fotografiando los conflictos armados y la violencia política en América Latina, mientras que James Nachtwey hacía lo mismo para llamar la atención sobre los ideales y objetivos de los movimientos de derechos civiles en el mundo. En los tiempos de la dictadura cívico-militar chilena, desde temprano, fotógrafos como Luis Navarro, Claudio Pérez, José Durán, Paz Errázuriz o Marcelo Montecino, entre otros, hicieron de sus fotos un acto de denuncia, coraje y esperanza, tal como lo intentó hacer Rodrigo Rojas Denegri hasta que un grupo de militares lo asesino, quemándolo vivo, un 2 de julio de 1986. En territorio mapuche Felipe Durán es parte de esa raíz. En la Amazonía sudamericana, en Siria o en el mediterráneo, frente a las costas de Europa, en la frontera entre México y Estados Unidos, en el África subsahariana y en Afganistán un desgarrado clamor de humanidad levita. No lo sabemos porque lo vivimos, sino porque lo hemos visto a través de los lentes de otros muchos fotógrafos. La fotografía no solo ha acusado sino que ha podido suscitar emociones de indignación y oprobio social por no hablar de la franca indiferencia y abyección con la que puede ser absorbida. Más allá de esa


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realidad, ha provocado sentido de solidaridad, empatía y pertenencia. Una cuota de alteridad se activa. No solo tiene que ver con escandalizarse o remecerse, sino con vincularse y comprometerse. No solo opera en el tiempo presente que deviene en futuro, sino que se conjuga con el pasado y sus contenidos. Se mira el pasado no solo como una producción permanente de hechos y experiencias igual de luminosas y oscuras como puede ser la actualidad, sino con su propio sello. Un sello diminuto, frágil, casi bello, que convoca el profundo sentido que la experiencia humana contiene. Como toda manifestación artística la fotografía también ha sido utilizada como montaje intencionado por regímenes totalitarios y democracias artificiales. Ha estado al servicio de poderes dominantes, ha sido ocupada como demostración de poder, como paradigma del deber ser o como propaganda, en

general, enaltecedora de valores que estos sistemas estiman como irreductibles, vinculados a la patria o a Dios, pero también a las definiciones sistémicas del modelo económico, el imperio de la moda y del consumo. Fotografías manipuladas, trabajadas quirúrgicamente, adaptadas para desmantelar su contenido histórico y simbólico. En pos del ego de un pretendido personaje o para quedarse con una faceta determinada de una realidad más compleja deben considerarse como parte de una trayectoria histórica que no obstante estar consciente de su manipulación no ha dejado de reproducirse. Fotografías ocupadas como registro a utilizar para cartografiar geofísicamente el planeta, pero también como medio de espionaje, para las estrategias de guerra y opresión. Fotografías que se quedan en el patrimonio de una historia sin memoria. La fotografía significa cosas disimiles porque quien está detrás del disparo tiene una formación y un lugar en el mundo, único y particular, al igual que quien la mira. Por ello, aunque su contenido parezca contundentemente objetivo y claro, la interpretación es propia de un acto creativo. Cada uno de los fotógrafos de la población consultados sobre su trabajo en la fotografía coincidió en señalar que la fotografía era un arte, que lo que ellos hacían era un trabajo que les daba


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para comer pero también, un hacer que les permitía sentirse realizados hasta tocar las fibras celulares que componen su ser:

me enseñaron que no podía sacar una goma del colegio y eso ahora hay muchas que no lo enseñan, ahora lo que vale es quién es más choro y son capaces de matar por eso. Son épocas muy diferentes”. 22

“La fotografía es un arte, porque eso es la fotografía, es un arte, pero ahora ya no, ahora cualquiera. Para mí es como para lo que un niño es la navidad, me cambia el pensamiento, mi modo de ser. Trabajé mucho en la población sobre todo en Catalina porque yo era de ahí, en ese tiempo, en los sesenta, le tomé a los cabros que eran lanzas, gané harta plata porque ellos decían que yo no era sapo. Como laboratista en talleres fotográficos del centro les hacía un álbum y les hacía precio, las copiaba y no faltaba quienes las querían, lo hacía en un ratito. A mí me relaja la fotografía, me metía en el cuarto oscuro y era como que descansaba. Empecé en Piepers que vendieron a Waldorf, trabajábamos como diecisiete personas hasta que se terminó y después nos contrata Agfa y ahora estoy jubilado pero trabajo para una familia de apellido Lemus que tiene un taller de fotografía en Providencia cerca del consulado peruano y la mayoría de las fotos son para ellos. Ganaba buena plata, pero siempre le digo a la gente que se mete en esto, a los cabros, que la fotografía no tienes que hacerla porque ganas plata sino porque lo sientes (…) La gente valoraba mucho la foto, a mí me gustaba entregar una foto como si fuera para mí, me gusta así que se trabaje, fotos de calidad porque para la gente significa un recuerdo, muchos recuerdos, claro, eso es lo que pasa. Aún yo trabajo con película, considero que las máquinas de ahora marcan muchos los colores y que lo que es peor, se perdió el valor de la foto, si uno trabaja con personas ¿sabes lo que pasa en La Legua? es que hay mucha veleidad. A mí, mis papás

Para muchas personas la fotografía no sería un arte, pues la creación y la magia, la aventura y la elocuencia de la imagen fotográfica sería apenas un acto casual de quien oprime el disparador. El artefacto, la máquina fotográfica, sería no solo el medio sino la capacidad de otorgar sentido. Proyectar esa visión es negar la humana capacidad de creación: “Podría decirse de la fotografía lo que Hegel decía de la filosofía: `Ningún otro arte, ninguna otra ciencia, está expuesta a ese supremo grado de desprecio según el cual cada uno cree poseerlo enseguida`” (Bourdieu, 1979: 21). Luis Maldonado, el fotógrafo minutero de Legua Vieja, que trabaja en plaza de Armas dice: “La fotografía es arte, es un momento único, que no se repite, no vuelve (…) Yo vibro con la foto, cuando hago una foto me llego a emocionar (…) siento que hay un 23 lazo que me une a través de esa persona con toda una época”. En la película documental La sal de la Tierra (2014) sobre el fotógrafo Sebastián Salgado, se puede escuchar que él dice algo similar “El poder 22 Roboham Ortega, (Loli). Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Legua Emergencia, 24 de julio de 2016. 23 Luis Maldonado. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Plaza de Armas de Santiago de Chile, 2 de diciembre de 2016.


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de un retrato está en esa fracción de segundo, cuando captas un poco la vida de las personas que fotografiamos (…) cuando haces un retrato no eres tú solo el que saca la foto, las personas te ofrecen la foto”.24

ido pero significado como importante, el paso del tiempo suele relevar su posición:

Fotografía minutera con fondo pintado de la familia Rosales Ponce en el Parque O´Higgins. Década de los cincuenta. Donación Yolanda Ponce.

La propagación de máquinas fotográficas mecánicas primero, la aplicación fotográfica en la tecnología computacional y telefónica masiva después ha transformado profundamente la relación de la fotografía con las personas. Solo en consideración de su cantidad y resguardo, ésta es abrumadora y su conservación suele ser virtual. La impresión en papel es reducida, las máquinas de manipulación mecánica comienzan a ser parte de un inventario en desarrollo modificando no solo su uso sino también

La mayoría de los pobladores de Legua Emergencia no saben muy bien dónde están sus fotos, no ocupan o no hay álbumes fotográficos convencionales, sino que las guardan en una caja de zapatos o enrolladas en bolsas de plástico, quedando olvidadas en un surtido cajón de la cómoda. La presencia de la fotografía como objeto suele adquirir importancia en ausencia de un ser querido o de un momento 24 Dirigida por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, Francia, 2014. Ver desde minuto 31.

“La foto es tener un recuerdo precioso, para toda la vida, aunque a veces no las encuentro. Tengo algunas que tomo el vecino, don Mario, para mi matrimonio y a mis hijos cuando estaban chiquititos, aquí enmarcadas y otras arrumbadas en una caja. De repente, cuando viene mi familia me preguntan ¿y las fotos Chela? ahí las tengo les digo yo, y les traigo la caja y empiezan a mirarlas. Es un recuerdo de un tiempo que para nosotros fue hermoso, de mucha solidaridad. En la cuadra había personas como don Mario, don Pepe, don Raúl Céspedes, don Humberto y la señora Inés muy entusiastas y que se preocupaban para adornar la cuadra, y que estuviéramos felices”.25

25 Graciela González, (Chela). Entrevista realizada por Paulo Álvarez y transcrita por Milton Yáñez. Nueva La Legua, 14 de julio de 2016.


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las valoraciones que se tiene de la fotografía. En cientos de casas de las calles de Legua Emergencia, es posible mirar retratos de estudio o foto montajes, por lo general de los mayores, desteñidas y descuidadas, colgando, ladeadas, sobre la muralla paralelo a contrastantes fotos actuales copiadas digitalmente, impresas en nylon y ampliadas a veces incluso con un mensaje o cita en una parte de la fotografía. También se las ubica sobre una mesa o en un mueble, el contenido central ya no son los mayores, sino los hijos o un familiar fallecido que fue fotografiado en un acontecimiento, casual o no, considerado importante. La función recordatoria actúa como homenaje, hace presente al ausente. No es extraño que las murallas estén repletas, como las animitas que en cada cuadra se levantan para encomendarse a los muertos. El culto a la imagen puede traducirse al culto al espíritu, que contiene o retrae la imagen. Son tantos y tantas que podría llegar a ser abrumadoramente incomprensible si no se somete a una revisión profunda por las condiciones de deshumanización que el sistema contiene. Es mejor leer a Walter Benjamin cuando dice que “El valor cultural de la imagen tiene su último refugio en el culto del recuerdo a los seres amados (…), en la expresión fugaz de un rostro humano, el aura hace su último guiño, esto es lo que constituye su belleza melancólica e incomparable. Pero allí

cuando el hombre se retira de la fotografía el valor de exposición prevalece, por primera vez, por sobre el cultural” (Benjamin 2009:100). Como episodios de una trama en desarrollo, las imágenes fotográficas muestran el lenguaje con que se teje el hombre, muestra una parte de su vida, lo público y lo privado, lo mundano y lo sagrado cohabitan. La vida y la muerte están ahí. Los fotógrafos de antes del setenta, Mario y Loli por ejemplo, no solo tomaban fotos y hacían álbumes de las celebraciones o actos solemnes como los aniversarios o los funerales sino que sus fotografías en la población se caracterizan por representar situaciones heterogéneas y espontaneas, que ponderadas ante los ojos del poder dominante serían tan poco importante como la memoria del lugar que han ayudado a retratar: “La fotografía (…) ha podido convertirse en uno de los instrumentos privilegiados de la memoria social y asumir la función normalizadora que la sociedad confía a los ritos funerarios: reavivar indisociablemente la memoria de los desaparecidos y la de su desaparición, recordar que han estado vivos y que están muertos y enterrados” (Bourdieu, 1979:53). Como siempre, la fotografía deja en evidencia que se trata de mostrar algo o a alguien, por tanto deja fuera. Presencia y ausencia, a veces lo relevante está a su alrededor, en el margen de la foto, en lo captado solo por el lente, que después


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de mirarlo atentamente, una y otra vez, asoma tímido por algunos segundos al ojo humano para comunicarnos algo. La fotografía muestra más allá de lo que quiere mostrar, supera la voluntad del autor. Esa imposibilidad de controlarlo todo hace que cada fotografía tenga un peso específico propio, una especie de conmutatividad entre el autor y el segundo capturado convertido en imagen. Dicen que la forma que tiene el fotógrafo de tomar las fotos obedece a la historia que ha vivido pero también a la intuición de estar viviendo y dicen que una fotografía es capturar no solo un segundo de un cronos incombustible, sino un segundo de un espacio en permanente expansión física. Tiempo, espacio e historia no se detienen, pero podemos pensar que se contienen en una fotografía. En la década del setenta se comenzó a ocupar la fotografía a color en forma cada vez más recurrente, en la misma hora en que en Chile, y en particular en La Legua, la vida quedaba fijada en el alma social en blanco y negro. La violación a los cuerpos y los derechos humanos fue una práctica extensiva durante la dictadura cívico-militar. 26 En La Legua su imposición dejo una estela de miedo y dolor que por una parte actualizo la organización solidaria y la resistencia comunitaria y por otra parte, propicio complicemente el asentamiento paulatino y sigiloso

del narcotráfico. Las imágenes más duraderas y terribles de la memoria colectiva chilena del siglo XX levitan aquí, configurando también los cambios más profundos y radicales desde las estructuras que un país pueda sostener sobre su población. Esa estructura atravesó la cotidianidad y el país que fue emergiendo desde ahí veló sus penas, esperanzas y traumas por un Chile que sin importar cómo, debía funcionar y tenía que verse a colores, aunque eso significase erosionar las identidades sociales y despolitizar el sentido de los sueños y de las luchas que le dieron contenido. Lo anterior se da en medio de un sistema basado en la sociedad de consumo, como el chileno, marcado por el clasismo y la desigualdad, y donde las políticas públicas son aprobadas desde el imperio del mercado, lo que reproduce violencia porque excluye no solo a aquellos que no tienen dinero para participar en ella, empobreciendo su situación, sino también a aquellos que resisten o se rebelan en contra de ella, señalando otras fuentes de convivencia. El narcotráfico es hijo de aquello, la violencia criminal que produce es capaz de erosionar solidaridades y confianzas que se creían inquebrantables. Cuando 26 Ver el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (1991) y ver el Informe de la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura en Chile (2005). El trabajo inédito de Alejandra López (2001) consigna en detalle cuarenta y nueve casos de pobladores asesinados de diferente forma en la población y la razzia antidelictual que ahí se perpetró.


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el Estado inicia el Plan de intervención en La Legua (2001) no solo no reconstituye el tejido social sino que lo desahucia, profundizando la violencia. Testimonios de violación a los derechos humanos son una constante que hipoteca la producción de sentido e identidad que los propios pobladores se adeudan, en cuanto a la construcción de un horizonte de expectativas donde la esperanza y la utopía coexistan, no solo como anhelo de futuro sino como práctica desde el presente. (Álvarez, 2010; Cortés et.,al; 2016; Lin, 2016). Los fotógrafos de la población, Mario incluido, fueron perdiendo espacios laborales, las fiestas y celebraciones sociales públicas quedaron reducidas en proporción pero también empujadas a un ámbito más cerrado, intermitentemente recuperado hacía fines de la década del ochenta e inicios de los noventa. Sin embargo, cada vez más familias tuvieron acceso a su propia cámara fotográfica y pudo autonomizar su uso. 27

“Como que se echó a perder un poco el trabajo con el Golpe. Se prohibieron todas las fiestas, ya no se salía a hacer, no se 27 En materia educativa se abrieron carreras técnicas y profesionales de fotografía, y desde ahí para muchos jóvenes la fotografía no ha sido solo un trabajo sino un campo de estudio, que no obstante consolidarse como alternativa educativa-laboral, conoce poco y nada de la herencia técnica y de la memoria de sus antecesores. Depositada en los tiempos actuales tiene otros objetos y objetivos, ligados a un posmodernismo sin definir y a una cultura digital que no se detiene.

podía andar tampoco y se empezó a poner difícil la cosa. El trabajo comenzó a declinar, no me acuerdo bien, pero fue más o menos cuando comenzaron a salir las polaroid, ahí bajo totalmente la fotografía porque cuando iba a un matrimonio o bautizo ya no tomaba las fotos que tenía que tomar porque más de uno ya la había hecho o la familia se las tomaba (…) Me fui a Cobquecura unos veranos con una polaroid y gané plata con ella. Sacaba una foto tipo postal, andaba con un bolso de películas y mí cámara. La gente hacía filas para tomarse fotos, yo tomaba la foto y a los segundos aparecía pero de a poco todo cambió y eso coincidió con que a mi suegra se le fueron pasando los años y enfermando, me tuve que ir quedando más en casa para atender a mi señora, hasta no salir más y como se echó a perder el trabajo por la cuestión de las polaroid y después el celular nada era lo mismo, hasta ahí no más llegó el trabajo de nosotros (…) Guardo mi máquina de esos tiempos y cuando tomo fotos lo hago con rollo. Pero ya casi no tomo, ahora me toman a mí”.28 Buscar la vida vivida en los hitos que la constituyen, como si se tratara de acontecimientos que explican la trayectoria humana, es un acto más presente en la vejez que en otras instancias. Ni por gloria ni vanidad sino por coraje, los mayores se devuelven en sí mismos. El tedio y trajín de una vida, sus maravillas y silencios quizá no van a encontrar nunca una explicación del porqué la levedad o la pasión 28 Mario Alarcón. Entrevista realizada y transcrita por Paulo Álvarez. Legua Emergencia, 10 de enero de 2012.


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Epílogo se quedaron tanto. En lo pequeño y recóndito, en esa imagen recobrada desde un lugar sin señales de ruta cultivan el alba de su agonía. En muchos de esos hitos, nunca en todos, la fotografía asoma no solo como relato sino como testimonio. El fotógrafo ordena la escena, dirige la toma, espera la luz adecuada y dispara. Luz y sombra, calor y frío, se impregnan en el total. El contenido de la imagen en el fondo traza las emociones y actitudes que funden lo humano con su propia cultura y memoria. En esta comunión de edades, en esta síntesis de la vida, se observa quietamente el contenido y el alrededor de la vida, que ha sido una fotografía.

Sello ultilizado por Mario Alarcón, con el nombre de su señora esposa para identificar su trabajo fotográfico.

U

n día de diciembre de 2009, mi vecino, Mario Alarcón, golpeó la puerta de la casa para despedirse porque había decidido volver a su tierra, Quirihue. Emprendería viaje en unos días, solo, en su fiel auto Lada que alguna vez le ayudara a comprar su cuñado Juan de Dios y una de sus hermanas, razón suficiente para no venderlo nunca. Allá, en la tierra donde nació y se crió, lo esperaban sus hermanas y mucho que hacer. Como siempre, con un tono de transparente nobleza habló de lo que dejaba, de sus anhelos, de su ser.

Conversó de lo hermosa que era La Legua, de sus dificultades, pero también de sus fortalezas. Luego se quedó largamente pensando y dijo que no se iba solo, también iría la persona con quien paso más tiempo de su vida, cincuenta y siete años, a pesar de que el 5 de octubre de 2009 Iris dejara de existir físicamente. Recordó que en el amanecer de ese día él le hablo y no encontró respuesta y que entonces, precipitadamente, la llevó al hospital desde donde según lo que le dijo el médico, después de varias horas y entre suspiros, le llamaba Mario, “quizá como para decirme algo”.29 Mario partió al sur, pero antes cuidó de dejarme una caja en el antejardín “con cosas que a usted 29 Mario Alarcón. Apuntes de una conversación con Paulo Álvarez. Legua Emergencia, 29 de diciembre de 2009.


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le gustan y le pueden ser útiles. Para mí son cosas viejas, basura que he acumulado en el tiempo y que ya no sirven” me dijo.30 En esa caja estaba parte de lo que era ese hombre, el oficio que había cultivado en la tierra de los recuerdos íntimos y pasajeros de la vida de otros y de la suya propia. Estaba ahí un trozo de la memoria de esa humanidad espacial y física que es La Legua y en el que dos pobladores, de generaciones tan diferentes y de oportunidades tan equidistantes, reconocían como central en la construcción de sus valores, en su identidad como personas, en lo mejor de lo que pueden ser. Como si fuera una caja de viejos tesoros cargada de magia, había cientos de fotos, negativos y papeles de su vida y oficio que son patrimonio de La Legua y de Chile. Años después, y de acuerdo con él, decidimos hacer un archivo visual que quedará resguardado en el Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico (Cenfoto-UDP) y en el Comité de Defensa y Promoción de Derechos Humanos de La Legua y que se distribuirá con copia en los colegios, bibliotecas y universidades. Escogimos ciento cincuenta imágenes fotográficas de su autoría y fueron los pobladores y pobladoras y más de cincuenta familias de Legua Emergencia quienes las multiplicaron, creando un acervo inédito para una población en Chile con más de mil quinientas 30 Ibíd.

fotografías de la cuales este libro ha escogido un racimo pequeño realizado con los originales de positivos a papel que han sido digitalizados. En estas fotografías están los colonos de Legua Emergencia y sus ramificaciones afectivas, emocionales y humanas. Están sus construcciones como sujetos sociales y políticos que habitan y sueñan un lugar, están las huellas de una memoria vivida, parida entre las contradicciones que ofrece la existencia. Está la belleza, coraje y dignidad de los permanentemente sindicados como indeseables para la sociedad chilena, están los ausentes y olvidados, recordados íntimamente por quienes compartieron sus fotos, está la marca del desamparo y la violencia, las horas terribles de Chile que aún no se agotan asumidas sin embargo con la cara descubierta, contenida de ganas de vivir, así tal como somos, siendo todo lo que hemos sido:

“- Cuando recién volví a establecerme acá, me costó un poco estar solo, lejos del lugar donde viví tanto tiempo. Pero pasó y me acostumbré, ya no me pasa eso ¿Pero a veces sabe? a veces siento que me falta algo. Pensé que (…) no sé qué pensé, solo que dejaba algo. - ¿Que dejaba exactamente? 31 - A la Iris”. 31 Mario Alarcón. Apuntes de una conversación con Paulo Álvarez. Quirihue, 5 de junio de 2016.


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Mario Alarcón trabajando con la ampliadora sobre el marginador ante la atenta mirada de su hijo Nano. Juegos Infantiles, Legua Emergencia, 1967. Donación Familia Alarcón-Rivas.


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“La mamita Julia”, Julieta Soto Soto, en un paseo desde la población El Pino a Llolleo. De izq. a der; Juan Cortés Vergara, “el Chamaco” y José Cortés Vergara. Década de los cincuenta. Donación Familia Cortés-González.


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De izq. a der: Angélica y Claudia Soto Astorga junto a Gullermo Pérez, Margarita Soto y Paola Frez, en la población Nueva La Habana, donde llegaron desde Legua Emergencia, 1972. Donación Familia Astorga-Escobar.


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Armando Céspedes Zúñiga y Adelaida Pizarro Peredo, fotografiados por Mario Alarcón, en el umbral de su casa ubicada en calle Juegos Infantiles.1963. Donación Familia Céspedes-Pizarro.


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Fotografia familiar, tomada por Mario Alarcón, en el pórtico del hogar de la familia en Juegos Infantiles: Eliana Céspedes Pizarro, Braulio Calderón, Raúl Céspedes Pizarro, Rosa Isabel Maturana Carrasco, Carlos Céspedes Pizarro, Sonia Leiva, Margarita Céspedes Pizarro, Raquel Céspedes Pizarro, Armando Céspedes Zúñiga, Adelaida Pizarro Peredo, Armando Céspedes Pizarro, Carlos Céspedes Leiva, Braulio Calderón Céspedes, Eli Calderón Céspedes. 1963. Donación Familia Céspedes-Pizarro.


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Integrantes de la familia Calderón-Maldonado, antes de llegar a la calle Sánchez Colchero de Legua Emergencia. Década de los cuarenta. Donación Familia Hernández-Muñoz.


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Jorge Ortíz en la calle Jorge Canning. Al fondo, una muralla con el rayado “Allende” que existía antes de cruzar en lo que hoy es la población Policarpo Toro y la avenida Santa Rosa. Legua Emergencia, 1965. Donación Familia Ortíz-Véliz.


50 Entre otras personas, está la señora Filomena Reyes Vergara y Aída Vílchez, en una actividad del centro de madres en Jorge Canning esquina Juegos Infantiles. Década de los sesenta. Donación Familia Carrillo-Garrido.

Mario Alarcón Rivas sobre una moto y su vecino, Manuel González, en el antejardín. Al fondo, sentada, Iris Rivas y Graciela González, en la calle Juegos Infantiles.1967. Donación Familia Alarcón-Rivas.


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Margarita Pacheco sosteniendo en sus brazos a Maritza, abajo Viviana Ortega y atrás Florentina en la calle Zarate, Legua Emergencia. Década de los setenta. Donación Roboham Ortega (Loli).


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Juan, Hernán y Gabriela Rosales en Legua Emergencia. Década de los cincuenta. Donación Yolanda Ponce.


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Niños de la familia Rosales-Ponce de Legua Emergencia en Lota. Década de los cincuenta. Donación Yolanda Ponce.


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Club de fútbol “Pacífico 79”. De izq. a der: Mario Valenzuela, Gregorio Saldaña, Oscar Figueroa Ramírez (arquero), Eduardo Osorio, Luis Cerda, Sergio Guerrero Ramírez. Abajo: Luis Manterola, José Canales, Luis Ramírez, José, Sergio Baeza. En las canchas de la población Malaquías Concha. Década de los cincuenta. Donación Familia Guerrero-Rebolledo.


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Club de fútbol Atlético Norambuena en la cancha de la población Policarpo Toro. Arriba de izq. a der, entre otros: Oscar Manríquez, Ramón Rebolledo, Mario Soto (futbolista profesional), el “chato Lalo”, abajo: Guillermo León y Carlos Céspedes, “negro Carlin” y Juan Navarrete. Década de los cincuenta. Donación Familia Díaz-Morales.


56

José González, vecino de Canning con Colchero, al extremo izquierdo de la imagen, de pie y sosteniendo un micrófono en una quinta de recreo. Inicios de la década de los cuarenta. Donación Familia González-Díaz.


57

Paseo del Club deportivo Santa Elisa. Entre otros, aparecen los hermanos Cuevas, “el jalisco”, Jorge Hernández, el “churro”, “el finao molía” y Galvarino. Década de los sesenta. Donación Familia Hernández-Muñoz.


58

Vecinos de la población El Pino en funeral en el Cementerio General. Década de los cuarenta. Donación Familia Cortés-González.

Vecinos y familiares acompañando el cortejo fúnebre de Vitalia Herrera Flores en calle Karl Brunner de Legua Emergencia. Década de los cincuenta. Donación María Rojas.


59

Vecinos de Legua Emergencia, en Cementerio General, acompañando el funeral de Luzmira Cabezas. 22 de mayo de 1966. Donación Familia Rodoureira-Carrera.


60

Micro “Matadero Palma”, perteneciente al chofer Héctor Zamora, vecino de Legua Emergencia. De izq. a der: Oscar, Silvia Salinas, Pedro, Juan Carlos, Mauricio Salinas en la calle Sánchez Pinzón. 1967. Donación Familia Salinas-Morales.


61

Niños de la calle Nuño Da Silva en Legua Emergencia. Década de los sesenta. Donación Familia Carfilaf-Álvarez.

Familia Pincheira-Fernández junto a los vecinos Mario Orozco, Beto Silva y Marcelo, entre otros. La Legua, 1966. Donación Familia Pincheira-Fernández.


62

Gabriel Rosales Bustos, poblador de la calle Álvaro Sánchez Pinzón, con sus compañeros de trabajo en la empresa Desco. Década de los sesenta. Donación Yolanda Ponce.


63

Francisco Rocha Nahuelmir en el trabajo, junto a sus compañeros de la aceitera ubicada en Santa Rosa, entre Jorge Canning y Pedro Alarcón. Década de los cincuenta. Donación de Familia Rocha-Zambrano.


64

Restaurante del barrio Franklin, de izq. a der.: Israel, Jorge Hernández, Bonifacia Muñoz y Violeta Tudela. Década de los sesenta. Donación Familia Hernández-Muñoz.

José González, con sombrero y conduciendo junto a su jefe en Legua Emergencia. Década de los sesenta. Donación Familia González-Díaz.


65

Bonifacia Muñoz bailando con un amigo en un restaurante de la calle Franklin. Década de los sesenta. Donación familia Hernández-Muñoz.


66

Viaje en tren a Loncura de miembros de la familia Cortés-González. Década de los sesenta. Donación familia Cortés-González.


67

Pobladores de La Legua, hinchas del club de futbol Magallanes, que ese día venció a Santiago Wanderers con contundente goleada de 4-1. Valparaíso, década de los sesenta. Donación Familia González-Díaz.


68

Instalando la Cruz de la Parroquia San Cayetano. La Legua, s/f. Donación Anita Goossens.


69

Pobladores ante la visita del Cardenal Raúl Silva Henríquez a la población La Legua. Década de los sesenta. Donación Familia Alarcón-Rivas.

Raúl Silva Henríquez en el acto de colocación de la primera piedra de la Capilla “Nuestra Señora de la Paz” de Legua Emergencia. Década de los sesenta. Donación Familia Alarcón-Rivas.


70

Feligreses de la iglesia evangélica Pentecostal de Chile, ubicada en la calle San Gregorio de La Legua, recorriendo por la calle Pedro Alarcón, al costado de Sumar. Década de los sesenta. Donación familia Pasten-López.

Primera comunión de los hermanos Alarcón-Rivas. En los patios cercanos a la capilla “Nuestra Señora de la Paz”. Década de los setenta. Donación Familia Alarcón-Rivas.


71

Pobladores de la junta de vecinos de Legua Emergencia, reunidos en el local de calle Venecia. Entre otros, los directivos Ema Pinto y Olga Calquín. 1966. Donación Familia Salinas-Morales.

Fiesta del Centro de Madres de Legua Emergencia, entre otras personas: María Rojas, Raquel, María Villacura, Julia Obregón, Mercedes Gutiérrez. S/f Donación María Rojas.


72

Niños de catequesis en la capilla “Nuestra Señora de la Paz” de Legua Emergencia. Década de los setenta. Donación Anita Goossens.


73

Niños afuera de una casa en Legua Emergencia. Década de los ochenta. Donación Anita Goossens.


74

Cumpleaños de los hermanos Fuentes-Bastías de la calle Venecia. Legua Emergencia, 1959. Donación Familia Fuentes-Bastías.


75

Celebración del cumpleaños de Leo en la calle Juegos Infantiles. Legua Emergencia, 1976. Donación Berta Astete.


76

Doris Zenobia Pérez Tabilo en colegio de Legua Emergencia. 1965. Donación Gladys Tabilo-Sánchez.

Sara Pasten sentada en su pupitre del colegio, ubicado en calle Estrella Polar, hoy Pedro Alarcón. La Legua, 1963. Donación Familia Torres-Pasten.


77

Curso de niños de la Escuela 17, ubicada en la calle San Gregorio. La Legua, década de los sesenta. Donación Familia Carrillo-Garrido.


78

Johnny Pérez Tabilo sosteniendo un libro de estudio en la Escuela 17, ubicada en la calle San Gregorio. La Legua, 1970. Donación Gladys Tabilo-Sánchez.


79

Alejandro Richard Pérez Tabilo, a la edad de cinco años, en la Escuela 17, ubicada en la calle San Gregorio. La Legua, 1970. Donación Gladys Tabilo Sánchez.


80

Gloria y Charo Carrasco Ruíz, junto a sus vecinos y amigos, en medio de la calle Karl Brunner. Legua Emergencia, 1976. Donación Familia Carrasco-Ruiz.


81

Niños de Legua Emergencia realizando trabajos voluntarios en la población. Década de los setenta. Donación Anita Goossens.


82

Niños de los comedores comunitarios, junto a las señora Olga y Marcela, en Legua Emergencia. 1977. Donación Anita Goossens.


83

Nietos de María Rojas en la casa de la calle Juegos Infantiles. Legua Emergencia, década de los sesenta. Donación María Rojas.


84

Celebración del cumpleaños de Eduardo Rodoureira Carrera. Legua Emergencia, 1969. Donación Familia Rodoureira-Carrera.


85

Niños bailando en la celebración de cumpleaños de Nancy Obregón, en Juegos Infantiles. Legua Emergencia, década de los sesenta. Donación María Rojas.


86

Las hermanas Viviana, Flora y Rosa Ortega riendo a la vida. Legua Emergencia, década de los setenta. Donación Roboham Ortega (Loli).

Rosa y Viviana Ortega junto a Carlos Gallardo. Legua Emergencia, década de los setenta. Donación Roboham Ortega (Loli).


87

Las Hermanas Viviana y Rosa Ortega. Legua Emergencia, década de los setenta. Donación Roboham Ortega (Loli).


88

Ingrid y Sandra Veloso Rosales. Legua Emergencia, década de los setenta. Donación Yolanda Ponce.


89

Jorge Lara Pizarro quiere escapar de las miradas de la gente porque no lo dejan ingresar a la cancha de fútbol en Legua Emergencia.1984. Donación familia Lara-Pizarro.


90

Una vecina amiga y los hermanos Alarcón Rivas sobre el auto de su padre, en calle Juegos Infantiles. La sombra, es de su papá y fotógrafo Mario Alarcón. Fines de la década de los sesenta. Donación familia Alarcón-Rivas.


91

Gabriel Rosales Tejo subiendo el palo encebado durante la celebración de fiestas patrias en Legua Emergencia. Comienzos de la década de los ochenta. Donación Yolanda Ponce.


92

En la imagen amigos del colegio y vecinos de Jorge Lara (al centro) celebrando su cumpleaños número quince, Legua Emergencia, 1973. Donación Familia Lara-Pizarro.


93

Hernán y Gabriela Rosales afuera de su casa en Nuño Da Silva. Legua Emergencia, década de los sesenta. Donación Yolanda Ponce.


94

Alejandro Patricio Gómez Vega (primero sentado a la izquierda), junto a sus amigos del barrio, entre los cuales está Rafael Silva, atravesado en el suelo, con el que era vecino de la calle Juegos Infantiles. El 22 de diciembre de 1973, Patricio fue asesinado, junto a otros cuatro compañeros del Comité Local “Galo González”, por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en el marco de lo que llamaron “Plan Leopardo”. S/f. Donación Gómez-Morales.


95

Legua Emergencia y sus pobladores. Década de los setenta. Donación Anita Goossens.


96

“Un lugar de La Legua”. Podría ser una de sus entradas, a inicios de la década de los setenta,

cuando aún pertenecía a la comuna de San Miguel. Donación Anita Goossens.


97

Familiares de detenidos desaparecidos de la población La Legua realizan Huelga de Hambre en la Parroquia San Cayetano. Fines de la década de los setenta. Donación Anita Goossens.


98

Fila para ingresar a los comedores infantiles que se abrieron en distintos puntos de La legua como iniciativa de la iglesia católica local. Inicios de la década de los ochenta. Donación Anita Goossens.


99

Entre otras personas, los sacerdotes Mariano Puga y José Aldunate, junto a familiares de detenidos desaparecidos en el contexto de un vía crucis. La Legua, inicios de la década de los noventa.. Donación Familia Núñez-López.


100

Celebración del matrimonio entre Hernán Carrasco Céspedes y Ana Gloria Espinoza Ibáñez en Legua Emergencia. Entre otros están: Humberto Espinoza, Manuel González, Joaquín Núñez, Daniel Carrasco, Manuel Céspedes, Ricardo Espinoza. Legua Emergencia, década de los ochenta. Donación Familia González-Gatica.


101

Aniversario del Venecia Fútbol Club en el “Pipeño”, ex restaurante ubicado en calle San Gregorio. De pie, de izq. a der: Jorge Lara, Raúl Núñez, Carlos Castro, Demetrio Núñez y Humberto Salinas. La Legua, década de los setenta. Donación Familia Lara-Pizarro.


102

Miembros del Club de baby fútbol “Los Travolta”. De izquierda a derecha: Richard Iturra, Antonio González, Osvaldo Orozco y “el cachito”. Abajo, Ricardo Pincheira. Legua Emergencia, década de los ochenta. Donación Familia Poblete-Escobar.


103

Amigas, y parte de la familia Lacroix-Alarcón, en la pieza de su casa. Legua Emergencia, 1993. Donación Familia Lacroix-Alarcón.


104

Sonia y Alicia Berrueta visitando a Fernando que abraza a sus hijos en la Penitenciaria de Santiago. 1967. Donación Familia Salinas-Morales.


105

Vendedores de papas y legumbres en la feria de La Legua. Década de los ochenta. Donación Familia Martínez-Acevedo.

Almacén “Santa Catalina”, ubicado en la esquina de Santa Catalina con Mario Lanza. En el reflejo, detalle del rostro de su dueña, Guillermina Donoso. 2012. Donación Felipe García.


106

Uno de los rostros más populares de Legua Emergencia: Vanessa, aunque ella prefiere que la llamen “Vane”. Feria de La Legua, 1997. Donación Mariano Puga.


107

“Dos amigos inseparables de la miseria: Lucho y Rola. Vivían en las calles de Emergencia. Todos los alimentaban y querían. Mariano de una manera especial. Los dos ya murieron en extrema pobreza” dice Anita. Década de los noventa. Donación Anita Goossens.


108

Entre los carretones de la feria, niños y pobladores de Sánchez Colchero de Legua Emergencia en la calle y veredas. Década de los ochenta. Donación Anita Goossens.


109

Niños de Legua Emergencia jugando sobre un automóvil quemado en la calle Venecia. 1998. Donación Anita Goossens.


110

Sede de lo que fuera la Red de Organizaciones Sociales de La Legua (OLE), ubicada en calle Jorge Canning esquina Santa Catalina. Convocando, desde los incrustados balazos en el portón, el derecho de vivir en paz. 2004. Donación Familia León-Valdebenito

Micro de Carabineros en la esquina de Jorge Canning con Sánchez Colchero, en el contexto del Plan de Intervención policial iniciado por el Estado el año 2001. Legua Emergencia, 20 de julio de 2012. Donación Felipe García.


111

Pobladora de la calle Sánchez Colchero de Legua Emergencia tras las rejas del umbral de su casa. 2011. Donación Paulo Álvarez.


112

Celebración del cumpleaños de Don Segundo Cayuan (de anteojos), al lado de su esposa Dominga Caniuqueo. Ambos están rodeados de nietos y hacia la izquierda su amigo y vecino Leni. La familia Cayuan-Caniuqueo llegó a vivir a la calle Santa Elisa desde Nueva Imperial. Legua Emergencia, 1993. Donación Familia Avendaño-Valenzuela.


113

Ricardo Pincheira bailando junto a su esposa Mercedes Godoy, embarazada de su futuro hijo Kevin, en una celebración de la capilla Madre de los Apóstoles en La Legua. Década de los noventa. Donación Familia Pincheira-Godoy.


114

Ropa colgada para secarse afuera de la casa de una de las calles de Legua Emergencia.1997. Donación Mariano Puga.


115

Pobladora de la calle Nuño Da Silva limpiando la calle en la mañana. 18 de agosto de 2012. Donación Felipe García.


116

Bibliografía Álvarez Paulo. Legua Emergencia: una historia de dignidad y lucha. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2014. Benjamin, Walter. Estética y política. Editorial Las Cuarenta, Buenos Aires, 2009. Bourdieu, Pierre. La fotografía un arte intermedio. Ed. Nueva Imagen, México, 1979. Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Santiago, 1991. Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura en Chile. Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. Santiago, 2005. Cortés, Pascual; Delgado, Juan, García-Campo, Gonzalo. 15 años de violencia policial y vulneración de derechos en la población La Legua. Clínica de interés público y Derechos Humanos UDP. Comité de Defensa y Promoción de Derechos Humanos de La Legua. Santiago, 2016. (En prensa). Lechner, Norbert. Obras III. Democracia y utopía: la tensión permanente. FCE, México, 2014. Lin, Tai. Adentro de La Legua ¿Fuera de la ciudad? Intervenciones urbanas en una población de Santiago. Ril editores, Santiago, 2016. López, Alejandra. Víctimas de la dictadura en la población La Legua (1973-1989). Eco-RED Legua Santiago, 2001. (Inédito). Roca, Lourdes. La imagen como fuente: una construcción de la investigación social. Revista Razón y Palabra, febreromarzo 2004, Nº 37.


117

Entrevistas

Alessandro Portelli. 4 de diciembre de 2015. Anita Goossens. 14 de julio de 2016. Ana María Alarcón y Bárbara Carrillo. 20 de agosto de 2016. Boris Rivera. 12 de julio de 2016 Graciela González, (Chela). 14 de julio de 2016. Leni Avendaño. 25 de octubre de 2016 Luis Cortés. 11 de julio de 2016. Luis Maldonado. 2 de diciembre de 2016. Mario Alarcón. 10 de enero de 2012; 3 y 4 de junio de 2016. Mario Alarcón, (Nano). 6 de julio de 2016. Roboham Ortega, (Loli). 24 de julio de 2016.

Otros

Álvarez, Paulo. Vidas Intervenidas: Prácticas e identidades en conflicto. La población Legua Emergencia (1949-2010). UAHC, Santiago, 2010 (Magíster en Antropología).

Película documental. La Sal de la Tierra. Dirigida por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, Francia, 2014.


118

Familias, pobladores y pobladoras que participaron en la construcción del Archivo Visual de Legua Emergencia:

Alarcón-Rivas Astete-Ramírez Astorga-Soto Avendaño-Valenzuela Barraza-Garrido Bravo-Tudela Carfilaf-Álvarez Carrasco-Ruíz Carrillo-Garrido Carvajal-Grez Céspedes-Leiva Céspedes-Maturana Cortés-González Díaz-Vílchez

Díaz-Morales Encina-Espinoza Fuentes-Bastías Garrido-Reyes Gómez-Morales González-Díaz González-Gatica Guerrero-Rebolledo Hernández-Muñoz Lacroix-Alarcón Lara-Pizarro León-Rojas León-Valdebenito Lorca-Núñez

Martínez-Acevedo Maturana-Reyes Núñez-López Ortiz-Véliz Orozco-Torres Pasten-López Pincheira-Fernández Pincheira-Godoy Poblete-Escobar Puebla-Moreno Rocha-Zambrano Rodoureira-Carrera Salinas-Morales Torres-Pasten

Villalón-Donoso Ana María Alarcón Rivas Anita Goossens Roell Felipe García Aguilar Gladys Mena Gladys Tadilo Sánchez Inés Flores Lecaros María Rojas Herrera Mariano Puga Concha Roboham Ortega (Loli) Yolanda Ponce Aliaga


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Agradecimientos

A Mario Alarcón Unda y a su compañera de vida, Iris Rivas Rivas porque su historia de vida ha inspirado este viaje a la memoriafotografía de la población. A su familia, en el rostro y voces de Ana María, Bárbara, Yesica y Nano. A los pobladores de La Legua, a los legüinos que sin importar dónde están, se quedan para siempre en ella. En especial a cada una y uno de los que nutrieron este trabajo; más de cincuenta familias, vecinos y amigos, raíz de lo mejor que pueda tener este texto. A David y Myriam, mis padres. A Gonzalo y Astrid, mis hermanos. A los que sin tener responsabilidad alguna de los defectos que tienen estas letras lo leyeron para criticarlo y mejorarlo; Gonzalo García-Campo, Tai Lin, Thomas MayneNicholls. A aquellos que se atrevieron a acogerlo con conversaciones y sus palabras; Samuel Salgado, Gonzalo Puga y Chiara Bianchini. A todos los compañeros de Cenfoto que me soportaron, en particular al equipo de trabajo de este proyecto; humor, rigor y aprendizaje en los pasos para levantar el Archivo visual y alentar con dedicación generosa su andar convertido en libro, Felipe García y Milton Yáñez. A Mariano Puga quien es parte de esos nombres propios que sin importar cómo ni porqué, con silencio y gestos de fraternidad constante, cobijan la vida entera, así como venga, para abrazar sencilla y delicadamente el alma del hombre, y reposar el aire ultimo del polvo de donde venimos e iremos.



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