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Mens sana
Cada vez que termino de comer siento la necesidad de ingerir algo dulce. No es un hábito muy saludable dado que en poco tiempo podría engordar entre 5 y 6 kg sin darme cuenta. Me salva el tener el hábito adquirido de correr tres días por semana. (Un lector)
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Hay multitud de malos hábitos que vamos adquiriendo y que luego resulta difícil “soltar”. Yo no fumo ni bebo, pero reconozco tener hábitos poco recomendables: consulto el móvil cada diez minutos, como si mi vida fuera en ello, siento la necesidad de estar conectado al mundo continuamente (especialmente al deportivo, he de admitir), dejo los platos sin fregar a la noche (es mucho más agradable levantarse y que todo esté limpio y recogido... pero en fin), me muerdo las uñas (cuando me pongo nervioso), etc. Podría seguir, pero tampoco es cuestión de desmoralizarse uno mismo. ¿Es posible transformar un hábito malo en uno bueno?
Recientemente pude terminar el libro
de Charles Duhigg titulado El poder de los hábitos. Duhigg indica que hay tres puntos clave en un hábito (sea bueno o malo): la señal que dispara el hábito, lo que hace que se desencadene la realización de una acción; la rutina, o sea, realizar el hábito en sí; la recompensa, es decir, lo bien que nos sentimos tras realizar la rutina.
Un ejemplo de hábito bueno podría ser este: suena la alarma a las 6.30 hs, me levanto y salgo a correr. La alarma es la señal (también ayuda el tener la ropa de correr preparada). La rutina es correr y la recompensa es lo bien que me siento después.
Un ejemplo de hábito malo podría ser: termino de comer y siento el deseo de ingerir algo dulce. Esa es la señal, el momento en el que mi cuerpo me pide algo dulce, normalmente chocolate. La rutina sería ir a la despensa a por él y la recompensa es que siento el placer de comer un buen dulce.
Duhigg afirma que lo más importante es saber identificar las señales que disparan un hábito. Hecho esto, el escollo más importante estará salvado, pues ya somos conscientes de que se va a disparar una rutina. Normalmente los hábitos son acciones que realizo casi de manera inconsciente, para bien o para mal. Ahora bien, una vez que soy consciente, el objetivo es reemplazar los malos hábitos por los buenos. Al principio costará, y alguna vez no lo conseguiremos, pero poco a poco nos iremos acostumbrando a la nueva rutina. Por ejemplo, ahora, cuando siento el deseo de comer algo dulce tras el almuerzo, me doy cuenta, soy consciente y voy a lavarme los dientes. La sensación de frescor que deja el dentífrico hace que desaparezca mi ansia por el chocolate.
Como todo en la vida, creo firmemente que el mejor camino es el ir poco a poco, partido a partido, como diría un director técnico de fútbol, pues si uno intenta adquirir o cambiar veinte hábitos de golpe, lo normal es que fracase. Cuando he intentado adquirir varios hábitos a la vez (meditar por la mañana, hacer Pilates, llevar un diario, llamar a un amigo todos los días...) no me ha ido bien, he aguantado pocos días. Es mejor transformar o iniciar un hábito a la vez, poner todo el foco y la energía en esa nueva y buena rutina, una vez consolidado, pasar al siguiente.
“Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, es un hábito”, decía Aristóteles. Y tú ¿tienes malos hábitos? ¿Vamos a intenrar cambiarlos? ¡Suerte!.