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Sociedad / Aportes
Volviendo a habitar el espacio común
El comienzo del año lectivo 2021 implicó el regreso a los pupitres para muchos alumnos. Volver a encontrarse y a las clases presenciales después de meses (o un año, según los casos) de educación a distancia requiere un replanteo en varios aspectos de la enseñanza y de los vínculos
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Ningún sistema educativo del mundo estaba preparado para hacer frente al desafío de la suspensión de clases presenciales como medida de seguridad sanitaria frente a la pandemia por Covid-19. Sin embargo, se construyeron nuevas maneras de sostener los vínculos, de cuidar y enseñar, con los recursos que tuvimos y como pudimos, con mucho esfuerzo y trabajo. En este tiempo aprendimos a resignificar y reinventar los modos de enseñar, tal vez de una manera vertiginosa, tomando decisiones en un contexto de incertidumbre, revalorizando el rol docente y con una dedicación inmensurable para sostener el vínculo afectivo pedagógico.
La vuelta a la presencialidad -cuya continuidad aún no está asegurada- está llena de interrogantes y supone nuevos desafíos: incorporar normas de cuidado de la salud a las que no estamos acostumbrados; organizar formas de alternancia de los grupos en el espacio escolar con el imprescindible distanciamiento físico; restituir la dimensión colectiva del aprendizaje luego de tantos meses; organizar la enseñanza a grupos que transitaron experiencias educativas muy heterogéneas; encontrar maneras de dar lugar a las experiencias, a veces muy complejas, por las que pasaron los y las estudiantes en estos meses.
Será el momento de reconstruir lo sucedido en conjunto. Es una oportunidad también para recuperar lo aprendido y construir nuevas formas de enseñar, de cambiar la mirada y entender lo que significa cuidarnos junto a otros y no de los otros.
Recibimos una escuela diferente, habitamos una escuela en la que, por razones sanitarias, se alteraron las formas de organización del tiempo y del espacio.
La combinación de las diferentes modalidades (educación presencial, semipresencial, a distancia), la conformación de grupos reducidos y la alternancia (de distintos grados o grupos por días, semanas u horarios) nos imponen, a docentes y estudiantes, la necesidad de volver a mirar el espacio escolar: interrogar lo habitual.
Todos deseamos volver al espacio físico “escuela”, ya que sigue siendo imprescindible para la formación de las nuevas generaciones. Hemos comprobado, un tanto abruptamente, que la sociedad actual no está preparada para administrar eficazmente procesos pedagógicos masivos sin ella. La escuela ha sido una construcción compleja que llevó mucho tiempo realizar, que combinó características como gradualidad, universalidad, simultaneidad y grupalidad, por lo tanto, la tarea docente no es fácilmente sustituible por personas no calificadas sobre cómo enseñar, y mucho menos por tecnologías digitales.
La escuela que conocemos fue una invención. Ahora que volvió a abrir sus puertas es tiempo de pensar sus adecuaciones necesarias a las condiciones actuales. Se ha abierto un período de experimentación, de ensayos, aciertos y errores, cuya duración desconocemos. Junto a las ganas de volver hay mucha incertidumbre y temores, pero tener presente que el rol de la escuela es acompañar, cuidar y enseñar puede ser un buen comienzo para reencontrarnos.
La puerta de la escuela tiene un no sé qué…
Podrían escribirse infinitas historias sobre ellas. Siempre han constituido umbrales que no dejan a nadie indiferente porque indican pasajes sociales que señalan momentos importantes.
Por eso no da igual que estén cerradas o abiertas. Transponer la puerta de una escuela es desear, esperar, necesitar, confiar en ingresar a un espacio-tiempo de encuentros, saberes compartidos por los gestos de la transmisión. Es desear, necesitar que alguien
UNICEF Uruguay 2020
nos espere, nos reciba, nos dé la bienvenida, nos reconozca, nos presente a otras y otros, nos ofrezca un lugar en el que podamos sentirnos en confianza para desaprender y aprender, en un espacio propio e íntimo con los pares.
Por eso es necesario que cada educador, cada familia, cada estudiante se pueda preguntar, al abrir la puerta de la escuela: ¿Con qué/quién quisiera encontrarme?, ¿qué llevo de mí?, ¿qué puedo donar?
Cuando abrimos una puerta para entrar en un nuevo lugar nunca lo hacemos con las manos vacías. Lo hacemos con nuestras historias vividas, triunfantes y dolorosas. Por eso creemos que sería importante poder mirar —niños, docentes, familias—, desde todo ese bagaje de experiencias, herramientas, aprendizajes adquiridos durante aquella escuela donde los encuentros eran a la distancia. Es hora de echar mano a lo nuevo que ahora nos conforma y ponerlo en juego.
No sabemos cómo, pero sí sabemos que es importante que sus puertas estén abiertas, para dar lugar a la alegría de estar juntos, a la esperanza de otra cosa. Para acompañar de algún modo lo que duele y lo que alegra. Para reconstruir la grupalidad y la convivencia en nueva clave. Para resignificar la responsabilidad individual y colectiva dentro y fuera de la escuela. Para demostrarles que sus miradas nos importan.
Si fue, y sigue siendo, la distancia física lo que dejará huella de esta pandemia, podríamos también preguntarnos: ¿cuáles son las estrategias, tecnologías, modalidades, propuestas que nos han permitido acercarnos a nuestros niños y a las familias aun en la virtualidad? Cada docente también podría preguntarse qué habilidades pudo desarrollar y poner al servicio de la enseñanza. Cada familia podría dirigir su observación hacia la singularidad de sus hijos en este proceso complejo de aprender, durante la etapa transitada. Y, lo más importante, podríamos proponer a cada alumno pensarse a sí mismo y en cómo ha podido relacionarse puertas adentro, con su propio aprendizaje y, en el mejor de los casos, cómo ha podido seguir construyendo lo colectivo desde la distancia física. ¿Por qué entonces no partir desde allí, de esto que ahora somos, detrás del barbijo y con una dosis extra de alcohol en las manos?
Por otro lado, será necesario repensar los contenidos a desarrollar: ¿les sirve para la vida?, ¿responden a los desafíos actuales con que nuestros alumnos se van a encontrar en esta realidad? Quizá deberíamos corrernos de la preocupación del “qué” vamos a dar y estar más abiertos a elaborar junto a los otros actores de la comunidad educativa un currículo más enraizado en la vida y en los contextos, en el que se aprende a “ser” y a convivir, en el que trabajemos las relaciones con los demás y que cuide y mejore la casa común donde habitamos. Educar desde dentro de la persona, poniéndola en el centro de su aprendizaje, empoderándola para que cultive su identidad, desarrolle sus capacidades y expectativas y contribuya a co-crear el futuro entre todos (es un postulado del Pacto Educativo Global).
Son muchos los desafíos que interpelan hoy a las comunidades educativas, pero como dice el escritor Ernesto Sábato: “El ser humano sabe hacer de los obstáculos, nuevos caminos, porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”.