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Espiritualidad

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Tolstoi: un hombre en busca de sentido

La búsqueda del sentido de la existencia en dos obras del escritor ruso León Tolstoi

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En 1943, el filósofo Jean Paul Sastre (1905-1980) en su libro El ser y la nada afirma que “el hombre es una pasión inútil”, ya que su existencia carece de sentido al no tener una dirección para desarrollarse. Su coetáneo, el psiquiatra vienés Víctor Frankl (1905-1977) publica en 1946 El hombre en busca de sentido, refiriéndose a una búsqueda que aparece unida insoslayablemente a la condición humana.

Un siglo antes, el escritor ruso León Tolstoi muestra a través de su obra cómo el ser y el padecer de sus personajes adquiere sentido desde la trascendencia.

Frankl, sobreviviente de los campos de concentración, afirmaba que “vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la vida plantea, cumpliendo la obligación que nos asigna”1. Y que “la persona que conoce el ‘porque’ de su existencia podrá soportar casi cualquier cómo”.

Para abordar esta problemática tomaremos como ejemplo dos novelas de Tolstoi, que profundizan en la capacidad del alma humana de evolucionar a partir de una situación límite: La muerte de Iván Ilich (1886) y Amo y servidor (1895). En ambos relatos, los protagonistas son personajes socialmente relevantes: Iván Ilich, juez de instrucción y Vasili Andréievich, próspero comerciante.

Como compañeros en el camino que los llevará al encuentro de su verdadero ser, Tolstoi coloca a dos criados, personajes secundarios al comienzo de la narración, en una sociedad fuertemente marcada por las diferencias de clase. Se trata, respectivamente, de Guerásim y de Nikita.

Tolstoi adhería al concepto de Rousseau acerca de la relación entre la bondad humana y la vida en contacto con la naturaleza. Los criados encarnan la religiosidad primitiva, traducida en actos de abnegación que acabarán por iluminar el camino de sus amos. Éstos, hombres soberbios y autosuficientes, moldeados por la experiencia del dolor y en contacto con la sabiduría de los simples, se convertirán en aprendices, y los criados, en maestros de vida.

En La muerte… el relato comienza cuando el protagonista acaba de morir y caen las máscaras de familiares y amigos, indiferentes y mezquinos al calcular cómo les beneficiará esa muerte y deseosos de escapar para disfrutar de sus vidas.

Los capítulos siguientes se centran en la vida de Iván, su ascenso social, el traslado a una nueva ciudad y el trivial accidente doméstico que a través del sufrimiento lo enfrentará a la verdad sobre sí mismo y sobre quienes lo rodean. Padre y esposo desapegado, en su dolorosa y prolongada enfermedad sólo tiene la compañía de su hijo, de doce años, y de Guerásim, un joven campesino. Ambos, seres puros y no contaminados por el mundo de apariencias y falsedad del entorno.

Guerásim intenta aliviar sus dolores y sirve a Ilich sin cansarse, con invariable alegría, mientras su familia se entrega a la vida social. Iván necesita justificar su existencia, creer que siempre actuó correctamente, y sus preguntas sobre la razón y la finalidad de su dolor acuciante no hallan respuesta. Nada queda en pie en ese crudo análisis final (matrimonio, carrera, familia, amistades), sólo la soledad y el oscuro abismo que lo espera. El fin de su vida coincide con una iluminación. La entrada en la habitación de su hijo junto con Guerásim le dicta un gesto de ternura hacia el niño que llora, y entonces divisa una luz y comprende “que su vida no había sido lo que habría debido ser”. Al dejar atrás el yo superficial aflora su yo profundo, y deja atrás la existencia sin temor: “¿Dónde está?¿Qué muerte? No tenía ya miedo porque la muerte no existía ya”. En su lugar “veía la luz”.

Según el filósofo Arturo Uslar Pietri (1906-2001), Tolstoi “ha centrado todo el misterio doloroso del acabamiento de

Tolstoi con una de sus nietas.

Con sus criados haciendo trabajo manual, que llegó a valorar más que el intelectual. la vida de un hombre común en quien lo único grandioso va a ser realmente el enfrentamiento con la muerte”2 .

El título de Amo y servidor ya remite a las diferencias jerárquicas entre los personajes.

Inicia con un viaje, metáfora de la vida, que desemboca en la muerte del amo.

El comerciante Vasily decide realizar un viaje de negocios en un día doblemente inapropiado: es fiesta y es inminente una tormenta de nieve. Contra su voluntad, acepta llevar a su criado Nikita, campesino honesto y laborioso pero que lucha con su debilidad por la bebida. Sus raídas ropas contrastan con las prendas elegantes y abrigadas de Vasily.

Pueden optar por un camino largo pero seguro o por uno corto y riesgoso. Desoyendo la prudente opinión del criado y espoleado por su codicia, el amo elige el camino corto. Azotados por la tormenta, en la creciente oscuridad, extravían el camino. Tienen la oportunidad de pernoctar en una casa, pero Vasily la rechaza. Esta vez están irremediablemente perdidos, y mientras Vasily se dispone a pasar la noche en el trineo, Nikita permanece a la intemperie.

El miedo impulsa al amo a escapar solo, apoyado en su natural egoísmo: “En cuanto a éste, le da lo mismo morir. Su vida no es feliz, no siente perderla. Pero yo, gracias a Dios tengo de qué vivir”. Al constatar lo ocurrido, Nikita reacciona comprensivamente y parece darle la razón: “Una vida tan buena no debe tener ganas de abandonarla. No es lo mismo que nosotros”. Frente a la posibilidad de morir, cada uno reacciona según los valores que rigen su vida. Vasily siente terror porque su utilitario concepto de la fe está desligado de su vida: “Comprendió [...] que el ícono, el pope, las misas, todo aquello era importante, era muy necesario allá abajo, en la iglesia, pero que todas esas cosas, no podían serle de ninguna ayuda aquí”. Nikita, por el contrario, acepta la muerte: “...no le pareció demasiado terrible, porque dejando a un lado a los amos que había servido aquí abajo, como Vasily Andréievich, siempre había sentido que dependía del amo principal, del que le había dado la vida. Y sabía que al morir continuaría dependiendo de ese amo y que ese amo no lo trataría mal”. Su confianza reposa en la trascendencia. El fracaso de su intento hace reflexionar a Vasily sobre el destino de todo lo que posee, y lo devuelve al trineo, donde encuentra a Nikita a punto de morir de frío. En breves instantes se produce en él una metamorfosis: en adelante, la compasión orientará sus acciones. Su criado moribundo opera el milagro: el amo no sólo comparte el trineo con él y lo abriga, también descubre en él a un semejante.. Olvida la comodidad para proteger al otro. Aflora en él un sentimiento de ternura y alegría que hace desaparecer su miedo. Se distancia del hombre que fue y se “desdobla”. Habla de sí mismo antes de esa transformación, y dice: “¿Qué iba a hacer? Él [el Vasily de antes] no sabía nada. Ignoraba lo que sé ahora. Ahora no hay lugar a error”. Al igual que Iván Ilich, con la aceptación de la muerte llega la iluminación sobre el verdadero sentido de la vida (que para Vasily, reside en el amor evangélico).

Según Susana de Jaureguy, sin embargo, “Tolstoi hace que ese descubrimiento no sea compartido, pues piensa que cada individuo deberá vivir su propia experiencia, intransferible e imposible de ser comunicada”3 .

La gran paradoja de estos relatos es que, en ellos, el sentido de la vida del hombre sobre la tierra se descubre cuando ésta llega a su fin.

1 Frankl, Víctor. El hombre en busca de sentido. 2 Uslar Pietri, Arturo. Prólogo a La muerte de Iván Ilich, El diablo, El padre Sergio. Ed Salvat, Barcelona, 1969. 3 Jaureguy, Susana de. Prólogo a La muerte de Iván Ilich. Ed. De la Plaza, Montevideo, 1979. El escritor en una imagen juvenil.

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