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Espiritualidad

Espiritualidad

El desafío de superar el dualismo

Lo inmanente y lo trascendente son dos realidades de la persona humana, vastas y diversas. Ocupan establecimientos educativos separados y atañen a situaciones de vida que buscan diferenciarse, pero pertenecen al mismo sujeto

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Intentaré presentar, después de algunas precisiones, los nudos conflictivos de “encuentros y prejuicios” entre estas dos realidades que atañen a la persona. Podríamos considerar como nacimiento de la psicología en tanto ciencia la fundación del primer laboratorio experimental del área, por Wilhelm Wundt (1879). No obstante su historia reciente, esta disciplina tiene un largo pasado. Desde hace muchos siglos, filósofos y teólogos incursionaban en ella. Luchó por ser aceptada en la comunidad científica, logro obtenido no obstante la calificación del conocido epistemólogo argentino-canadiense Mario Bunge (fallecido en 2020): “En las facultades de psicología, lo que se enseña es brujería”. Después nacieron muchas escuelas, pero más allá de éstas, todos tenemos una psiquis, y la tarea de lidiar con ella.

Si habitualmente en la psicología prevalece la inmanencia como punto de referencia, la fe tiene en la trascendencia su fundamento.

“Yo no creo en los curas”, me decía un joven. ¡Cierto! Teológicamente esto no tiene sustento (a lo sumo sí con significado moral), ya que el único objeto de la fe es Dios. La fe tiene en Él su única fuente, aparece como realidad inédita con Jesucristo, no puede estar en contradicción con la ciencia y a la vez es respuesta del hombre como posibilidad, ya que el “deseo de Dios” está inscrito en su corazón1. No debe confundirse con las creencias religiosas, aunque puede generarlas; éstas son como “sistemas de referencia parcialmente controlables, totalizadores, científicamente inasequibles” (lo que no implica falsedad)2. La fe tiene implicación personal, alberga la relación entre Dios y el hombre, es bilateral, reconocida, aceptada y deseada. Dios es reconocido de un modo real e inmediato, pero no objetivable.

Las creencias retienen y fijan culturalmente; la fe interpela. Es la que da respuesta al sentido de la vida, su dirección y finalidad. La psicología libra de los condicionamientos, la fe propone qué hacer con la libertad obtenida. Implica adhesión intencional (del interlocutor y su contenido), asunción afectiva (integración teologal) y radicación existencial (es totalizante).

Críticas recíprocas y acercamiento mutuo

Hasta aquí, todo parece bien: dos realidades diferentes, con finalidad, objeto y método propio, que podrían convivir en la misma experiencia humana sin mayores sobresaltos. Pero desde la aparición del psicoanálisis, los vínculos entre psicología y fe (particularmente en la configuración religiosa que tenemos de ella) se tornaron problemáticos. Fuertes críticas recíprocas, recelos, descalificaciones, que continúan hasta el día de hoy.

Ciertamente mucho se ha conciliado y esclarecido, firmes creyentes acuden sin prurito a la terapia del diván y prestigiosos psicoanalistas profesan la fe de algún modo explícito.

Sin embargo el recelo continúa, la falta de formación, mutuo conocimiento y experiencia no ayudan aún a tener una convivencia fructuosa.

Freud desencadenó un torbellino para la época (que sumó la suya a las llamadas “heridas narcisistas” de la humanidad: el inconsciente, el hombre no es tan dueño y libre de sus actos; Copérnico: no somos el centro del cosmos; Darwin: estamos más emparentados de lo que parecía con los animales). Freud se apoya en la tesis de que la cultura impone al hombre la renuncia pulsional, de manera intolerable en muchos casos. La religión, dentro de la cultura, sigue el curso de nuestros deseos, a través de la ilusión que nos salva de la “indefensión”, nos reconcilia con la crueldad del destino y nos com-

pensa frente a las privaciones impuestas por la civilización; predice un nuevo estadio de la humanidad, donde el control del mundo pulsional deberá lograrse a través del advenimiento de la razón y de la ciencia para “abandonar el cielo a los gorriones y los ángeles”. El tema religioso casi transversaliza gran parte de sus obras —muchos escritos son dedicados en exclusiva— pero hay uno (El porvenir de una ilusión) que al ser leído por un gran amigo suyo produce un punto de unidad y encuentro, sólo como semilla, y da el puntapié necesario para el acercamiento (¿reencuentro?) entre psicología y fe. El pastor luterano Oskar Pfister, de Zúrich, entrañable amigo de Freud, después de leer la citada publicación escribe La ilusión de un porvenir, y se lo envía con una carta adjunta: “Si tengo en cuenta que usted es mucho mejor y más profundo que su ateísmo, y yo peor y más superficial que mi fe, no tiene por qué interponerse un abismo tan tremendo...”, “Este mundo sin templos, sin arte, sin poesía, sin religión es a mi modo de ver una isla del demonio”. Muy crítico de esta disciplina, Pfister ve al mismo tiempo una gran posibilidad para superar esa incapacidad de la vieja teología, abstracta y escolástica, para responder a las angustias del hombre moderno. Buscador de concordia e ingenuo, poco después se hace presente en la casa de Freud, ateo y pesimista radical. Nunca pudieron conciliar las diferencias, pero la amistad siguió de por vida. Este encuentro se puede considerar como el primero entre fe y psicoanálisis, una historia que continúa3 . (continuará)

*El autor es sacerdote y psicólogo.

1 Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 27, 153, 159. 2 Cencillo L. Psicología de la fe, Salamanca (1997). 3 Morano, C. D. Apertura del año académico. Facultad de Teología, Granada, 2000.

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