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Cultura de la unidad
Las preguntas de Dios
Hace unos meses, monseñor Daniele Libanori, obispo auxiliar de Roma, envió una carta a sus párrocos que fue publicada por La Civiltà Cattolica. Es un texto intenso, con un contenido de gran sabiduría. En mí provocó muchas reflexiones.
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Una de las cosas que más me llamó la atención es lo que dice sobre “las preguntas de Dios”.
En tiempos como los que vivimos, solemos dirigir preguntas a Dios: “¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué no hablas? ¿Por qué no actúas?”. Al hacerlo, cerramos los oídos a Sus preguntas, que son el rostro de los muertos y de los enfermos, el abandono de los ancianos, las atroces desigualdades, la pobreza crónica de algunos sectores sociales, el orgullo del progreso técnico y material, la corrupción, el delirio moral. Estas son las preguntas de Dios. Por lo tanto, Dios no guarda silencio. Al contrario, nos está hablando. Y actúa a través de quienes lo escuchan y se mueven, hacen algo comprometiéndose, consolando, trabajando, entregándose.
Dios nos invita —dice Mons. Libanori— a pensar de manera diferente y más profunda. Es más, nos anima a tener el pensamiento de Cristo, y un solo conocimiento: “No quise saber nada fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado” (1 Corintios 2, 2). Éste parece ser, para un cristiano, el único anuncio posible hoy, el único a la altura de de los tiempos actuales. El mundo necesita escuchar un mensaje serio y no exhortaciones edulcoradas, fácilmente asimilables por una sociedad desprovista de tensión hacia lo espiritual.
Una parte magnífica de la carta es la dedicada a la Torre de Babel (Génesis 11, 4 ss.): “Según el relato bíblico, los hombres están representados de manera similar a los esclavos judíos en Egipto. Aquí construyen ladrillos para construir la torre; no fueron obligados a ello sino que, como los hijos de Abraham, deciden por sí mismos. El proyecto para el cual trabajan se refiere a la construcción de una torre para “perpetuar nuestro nombre”, es decir, para darse la estabilidad de un sistema bien articulado y eficiente. Los hombres hablan el mismo idioma y se ponen de acuerdo en torno a un proyecto. Se percibe que no es un pueblo sino una masa: han sacrificado la diversidad en favor de la uniformidad. Han buscado la unidad en la homologación y no en la comunión para sentirse seguros. Con el derrumbe de la torre, los hombres son devueltos al límite estructural de la condición humana, pero también a originalidades subjetivas. Perdiendo la unidad que habían pagado con el sometimiento a una sola cultura (lengua, proyecto), pueden recuperar la riqueza de sus diferencias y el espacio de la libertad. Los hombres podrán encontrar seguridad no en la sumisión, sino en la alianza entre ellos”.
Para el autor, esa hazaña (la construcción de la torre) es el programa del progreso tecno-científico de las sociedades occidentales, con la esencial servidumbre de los sistemas políticos y financieros. La hazaña (la “torre”), también podría ser —en mi opinión— el proyecto global dirigido por las potencias hegemónicas del mundo que nos exige una única manera de pensar y de vivir.
Y bien, esa magnífica edificación se derrumbó de repente, o, al menos, mostró todos sus defectos. Es una oportunidad única para la alianza, la comunión y la verdadera unidad en diversidad y en la dignidad, sin marginados ni excluidos, sin poderes hegemónicos, que son invisibles pero son letales. Es un kairós (un “tiempo oportuno”) que no debemos desperdiciar.
Hacia el final de la carta, el obispo Libanori afirma que en la prueba se perfilan y se revelan los pensamientos de los corazones. Necesitamos esos pensamientos más que nunca. Ellos surgen de una fe purificada en el proceso. Que es la de todos nosotros en este tiempo. La fe de los sencillos, de los pobres, de tantas personas que han muerto día a día sin hacer ruido. Los pensamientos del corazón son la sabiduría que deriva del amor vivido y compartido.
Ahora que nos acercamos a la llamada “nueva normalidad”, conviene no olvidar las preguntas de Dios. Ellas nos mantienen alerta, no nos permiten acomodarnos, impiden lo que sería una auténtica catástrofe en la catástrofe: volver a vivir como antes, como si nada hubiera pasado.
Aleksandar Pasaric - Pexels