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Táctica sin estrategia

Frente a la situación global en relación a la vacunación contra el Covid-19 de la población, resulta indispensable ampliar los marcos de reflexión política y ética para enfrentar un reto vital para la humanidad

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Fernando Zhiminaicela - Pixabay

Cuando Antonio Guterres, secretario general de la ONU, denuncia que 10 países han cooptado el 75 % de las vacunas producidas en el mundo, el sentimiento que nos embarga a muchos es el de una profunda desilusión respecto del sistema político y la legislación internacional, los cuales parecen revelarse insuficientes o miopes ante el desafío vital que representa la pandemia de Covid-19. Las respuestas brindadas hasta el momento por la comunidad de naciones parecieran no estar a la altura del problema a afrontar, de manera especial en cuanto a la elaboración y distribución justa y equitativa de vacunas.

Los acuerdos para las patentes de la Organización Mundial del Comercio 1994/2005, establece criterios base para la producción y distribución de estos fármacos (como de cualquier otro producto) se basa en principio que los “derechos de propiedad intelectual son derechos privados”. La mayoría de las fórmulas vacunatorias aprobadas hasta el momento han sido desarrolladas por laboratorios privados, que son los únicos propietarios de las patentes y, por lo tanto, los únicos autorizados a producirlos y a comercializarlos.

Frente a la angustia y a la zozobra que provoca esta situación, se torna indispensable ampliar los marcos de reflexión política y ética habitualmente utilizados en el debate público, buscando nuevos conceptos y criterios, sabiamente realistas, para enfrentar este verdadero reto vital.

Paradigmas obsoletos

Tristemente asistimos durante los últimos meses a una verdadera carrera inmunológica entre Estados “soberanos” y grandes empresas farmacéuticas (denominadas colectiva e informalmente Big Pharma) por la fabricación y/o aprovisionamiento de las ansiadas vacunas. Una lucha geo-sanitaria táctica —pero no estratégica— dominada por dos paradigmas de acción política que se revelan a todas luces obsoletos ante desafíos globales como la pandemia: el paradigma tecnocrático-economicista y el paradigma soberanista.

En cuanto al primero, la carrera entre países por las vacunas pareciera obedecer exclusivamente a una lógica mercantil del tipo oferta-demanda, discurso tecnocrático-economicista al cual nos hemos acostumbrado en las últimas décadas que tácita o explícitamente relega o niega cualquier pensamiento o criterio de acción pública que no se oriente hacia la “eficacia” económica.

Por otra parte, uno de los conceptos más fuertemente cuestionados por el virus SARS-CoV-2 es el de fronteras estatales. La pandemia ha mostrado con descarnada crudeza lo insuficientes que pueden resultar las acciones netamente locales y ha evidenciado la imperiosa necesidad de acciones y dinámicas internacionales coordinadas que sepan conjugar de otra manera los ejes de distancia y tiempo, espacio y generaciones futuras.

Ambos reduccionismos, además de no responder a la naturaleza global y transversal del problema (dejando en evidencia una verdadera crisis epistemológica1), se han agravado al convertirse las vacunas en verdaderos instrumentos de poder usados para la reconfiguración del escenario geopolítico mundial, donde las potencias disputan sus respectivas áreas de influencia.

Frente a este escenario la incertidumbre se agrava al no reconocer institución o mecanismo internacional con el suficiente poder para gobernar estos eventos en favor de la humanidad.

Pero tal vez, precisamente este vacío pueda favorecer un debate público tendiente a un imperioso salto cualitativo en el “cómo” las comunidades humanas se gobiernan y relacionan entre sí y con la casa común.

Cooperar, la opción más realista (y efectiva)

Cooperación y realismo político, términos que a priori parecieran antagónicos, se reclaman complementarios, quizás como nunca antes en la historia del género humano.

Ya en mayo de 2020 un centenar de científicos, entre ellos varios premios Nobel, adhirieron a la iniciativa de la investigadora de neurociencias Catherine Belzung, firmando una solicitud de liberación de la patente para las vacunas (ver Cn de julio 2020, pág.7). Por su parte, el pasado 24 de febrero, el Comité Internacional de Bioética de la Unesco y la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento Científico y la Tecnología han emitido un pronunciamiento instando a que las vacunas se traten como un bien público mundial para garantizar que estén disponibles de forma equitativa en todos los países, y no solo para aquellos que hacen las ofertas más altas por ellas.

En esta misma línea se inscriben también las reiteradas llamadas del Papa Francisco a promover esquemas de cooperación regidos por una ética acorde con un genuino internacionalismo de las vacunas, única forma de garantizar que todos tengan acceso a los tratamientos contra el coronavirus, especialmente las poblaciones y países más frágiles y marginales del sistema internacional. Como sostiene el politólogo argentino Andrés Malamud, la mejor estrategia para gestionar bienes “de red”, como son las vacunas, es la cooperación y no la competencia, pues esta clase de bienes suponen una ética del poder con otros: cuantas más personas los tienen, mejor para todos.

Hacia una biopolítica del cuidado

La crisis socio-sanitaria actual pareciera haber restituido a la política su núcleo fundante: la preservación y el cuidado

“No terminaremos con la pandemia en ningún lugar si no acabamos con ella en todas partes” Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general OMS

de la vida misma. De hecho, desde la disrupción generada por la pandemia asistimos a una profunda resignificación del concepto foucaultiano de biopolítica. Como sostiene el profesor y diplomático italiano Pasquale Ferrara, “el coronavirus ha producido un efecto directo e incisivo sobre la política. Por lo menos durante un tiempo esta ha dejado de referirse a cuestiones periféricas, procedimentales y tácticas, para centrar su atención en cuestiones verdaderamente estratégicas. La política siempre es biopolítica, porque puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte”. De hecho, la disyuntiva central que enfrentamos como humanidad es de naturaleza civilizatoria: ¿qué priman, los derechos de tipo económico o una nueva ética política de la vida? Elecciones de tal envergadura exigen que la política haga nuevamente las cuentas con la condición humana. Y es dentro de este horizonte de sentido dentro del cual se debe enmarcar la urgente discusión por la redistribución equitativa de las vacunas contra el covid.

1Epistemología: teoría de los fundamentos y métodos del conocimiento científico (Real Academia Española).

* Los autores son, respectivamente, docente de Filosofía política del Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Italia) y politólogo y docente de la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires.

Hakan German

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