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Palabra vivida
Embarazo no deseado
En el trabajo, un día una persona solicita hablar conmigo sobre una situación que lo supera. Me pide total discreción, y me comenta que una joven de 20 años, que es de mi grupo de trabajo y vive una grave situación económica y de salud familiar, está en estado de gravidez. El muchacho me explica que el embarazo no fue deseado, que desconoce quién es el padre, y lo más escalofriante es que la joven ya ha decidido abortar y que parte de la familia la apoya en tan grave decisión. El muchacho me insiste con la total discreción, pero a la vez era Jesús el que me hablaba por medio de él diciéndome que algo debía hacer. ¿Cómo hablar con la joven sin perjudicar a nadie, o cómo sacar el tema de conversación? ¿Cómo llegar al corazón de esa futura mamá y poder hacerle cambiar tal decisión? De inmediato lo puse en común con mi esposa y con el grupo de personas con las que comparto el ideal de la unidad, pidiendo oración y consejos e invocando al Espíritu Santo. En minutos llegó la respuesta: no tuve que ir al encuentro de la joven, sino que ella pidió hablar conmigo. Cuando llegó el momento de hablar, realmente pedía la presencia del Espíritu Santo para que me iluminara, que fuera Él quien le hablara y no yo. Dialogamos un buen rato. El miedo de ella era la discriminación por ser una madre soltera, el rechazo de su familia, y no saber quién era el padre. Recuerdo poco lo que le dije, sé que era el Espíritu Santo quien ponía palabras en mis labios. La escuché mucho, no se me cruzaba ningún juicio contra ella. Me decía que la única salida era interrumpir el embarazo y que todo volvería a la normalidad -una normalidad que yo no compartía-. Le repetía que no la iba a juzgar por lo que decidiera, no era quien para arrojar la primera piedra y que siempre mi familia estaría para apoyarla si seguía con la gestación. Le decía que antes de tomar la resolución rezara y le pidie-
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Leah Kelley en Pexels
ra a Dios, que Él seguro le respondería. En un momento la invité a trasladarnos con la imaginación 2000 años atrás y pensáramos que una joven llamada María le dijo sí a Dios, con todos los prejuicios de la época, pero ella no lo dudó y dijo: “que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lucas 1, 38), es decir, la voluntad de Dios. Fue un momento hermoso porque sentí que allí estaba Jesús. Pasados unos días, la joven fue trasladada a otro lugar de trabajo en donde yo ya no tendría el contacto diario con ella; pero sentía la necesidad de volver a hablar con ella: “Pidan y se les dará”. Al salir de mi puesto de trabajo me la crucé y me ofrecí a llevarla hasta su domicilio; hablamos de cómo le iba en su nuevo lugar de trabajo y su vida. Me confesó que la conversación que habíamos tenido le había hecho muy bien y que ese mismo día, luego de la hora laboral, había tomado la decisión de abortar, pero el Espíritu Santo actuó en ella y había decidido seguir con la gestación. ¡Gloria a Dios! Días más tarde me envía un mensaje de texto pidiéndome la ubicación de la iglesia donde se encuentra la imagen de la Virgen de la Dulce Espera. Con mi esposa nos pusimos a buscar de inmediato la capilla donde se encuentra la imagen. ¡Qué grande es el amor de Dios! De tener pensamientos de interrupción del embarazo, a rezar a los pies de la Virgen por su hijo.
David Manelli