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Mens sana
Después de “sanar” del Covid
Engin Akyurt from Pixabay
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En la “inundación” de información sobre el Covid-19, la atención se centra principalmente en la fase aguda de la enfermedad o en cómo prevenirla.
Pero, ¿qué pasa después? ¿Cómo vive una persona que, tras afrontar la enfermedad, finalmente entra en la categoría de los “recuperados” o, como dicen algunos, de los “sobrevivientes” de la pandemia? Sí, porque para muchos de los pacientes que lo han contraído de forma severa, el Covid-19 es una auténtica batalla, y como tal deja cicatrices que perduran en el tiempo.
De hecho, varios estudios muestran que la mayoría de las personas que han desarrollado síntomas de cierta gravedad no regresan a una condición de completo bienestar después de la recuperación. Las molestias pueden afectar tanto a la esfera física como a la psíquica y suelen durar unos meses, razón por la cual esta condición ha tomado el nombre de Long-Covid.
Entre las quejas más comunes que reportan los pacientes se encuentran la fatiga, la dificultad para concentrarse, la ansiedad, el insomnio y los sentimientos depresivos. Según un estudio reciente realizado en Italia y publicado en la revista Brain, Behavior and Immunity, aproximadamente el 56 % de los pacientes hospitalizados por Covid un mes después del alta se quejan por manifestaciones clínicas ansiosodepresivas.
En algunos casos, los síntomas son asimilables a los de un trastorno de estrés postraumático, un problema clínico que se presenta al vivir o presenciar un evento traumático, especialmente cuando se pone en riesgo la integridad psicofísica de la persona.
Los síntomas respiratorios (especialmente la disnea -dificultad en respirar-), el aislamiento, el miedo a morir y de no volver a ver a los seres queridos son todas experiencias que pueden configurar un auténtico trauma. Estos recuerdos pueden volver a la mente de la persona de forma invasiva e inquietante, incluso en forma de flashbacks que hacen revivir el evento con toda la carga emocional que eso conlleva.
El Long-Covid y sus consecuencias en la calidad de vida no sólo afectan a la persona, sino también a los miembros de su familia que, tras las intensas emociones vividas durante la fase aguda, se encuentran ahora ante una nueva condición de sufrimiento. Quisieran cerrar el capítulo de la enfermedad, pero se dan cuenta de que aún no es posible. Las secuelas siguen ensombreciendo la vida familiar y dificultando el regreso a una vida cotidiana serena.
Todavía estamos muy poco preparados para manejar esta fase y, a menudo, falta una red que pueda apoyar al expaciente y a su familia con la profesionalidad que necesitan, para monitorear y tratar cualquier problema.
Para los síntomas de la esfera psicológica, puede ser muy importante emprender un camino de apoyo psicológico individual y/o familiar que pueda ayudar en la reelaboración de la vivencia traumática y en la activación de recursos individuales y relacionales.
La familia puede ayudar creando un contexto acogedor que permita a la persona recordar los momentos dolorosos y expresar sus emociones, para poder reelaborarlas a través de la narración. Al mismo tiempo, para cada componente de la familia, incluidos a los más pequeños, es importante poder dar “un nombre” a lo vivido, con la certeza de ser apoyado y comprendido por los demás.
Se hace posible así descubrir el mensaje contenido en el dolor, encontrar juntos un horizonte de sentido en el que situar la experiencia vivida, integrarla con la propia historia, aliviando el sentimiento de soledad que a menudo el Covid trae consigo.