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Focolares / Aportes
El rol clave de los habitantes de la Casa Común
Los cambios en los modelo económico-productivos, en los estilos de vida, en la educación y en la impostergable acción de los Estados son necesidades ineludibles para intentar recuperar la sostenibilidad del planeta. Se impone una mirada integradora
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Nos encontramos hoy ante una encrucijada histórica, nunca antes vivida por la humanidad. Hemos devastado el planeta al punto de que la Tierra ya no es capaz, por sí misma, de equilibrar los daños infligidos por la actividad humana. Si no tomamos las medidas necesarias y urgentes, llegaremos hasta la destrucción de nuestra Casa Común en poco tiempo.
Es un hecho a la vista de todos que la crisis climática y la injusticia social siguen empeorando progresivamente y que el planeta está corriendo cada vez más rápido hacia un “punto de no retorno” por los efectos catastróficos del calentamiento global. El Papa Francisco en su Laudato Si’ lo describe perfectamente y nos hace un llamado a “escuchar tanto el clamor de la tierra, como el clamor de los pobres”.
Pero tanto el Covid-19, como el cambio climático y la destrucción ecológica, son síntomas de la enfermedad, más que la enfermedad en sí; son signos claros de que nuestra civilización no está en consonancia con nuestras realidades físicas y espirituales y necesita un cambio urgente. Deberíamos ser más conscientes de que la ecología es nuestra base de supervivencia. Es la naturaleza en su conjunto la que nos permite satisfacer nuestras necesidades básicas, de aire, de agua, de alimentos, de minerales y de todo aquello que precisamos para vivir. Si exageramos, si consumimos y destruimos todo el territorio a nuestra disposición se rompen las relaciones ecológicas, que significa quebrar los vínculos entre los seres vivos; en consecuencia, seremos los primeros en pagar el precio. La Tierra tiene límites y nuestro crecimiento, tanto en términos de población como de necesidades tecnológicas y de materias primas, no puede ser infinito; la economía no puede tener un crecimiento infinito en un planeta finito. Solo comprendiendo esto, quizás podamos dar un paso evolutivo hacia un mundo verdaderamente sostenible.
El entorno natural es sostenible. Cada ecosistema, de hecho, en su estado natural, logra un equilibrio dinámico que garantiza, en el tiempo, su supervivencia y por tanto su sostenibilidad.
Tenemos entonces que reaccionar, alfabetizándonos en los temas ambientales, con la cooperación de todos. Es necesario integrar perspectivas ecológicas, sociales y económicas en un modelo de trabajo en el área económica, política y social único e integral, en contraposición a la visión actual que considera el ambiente como un recurso a explotar con fines de lucro económico. El abordaje transdisciplinario es un camino difícil, pero definitivamente es el que logra esta construcción común de conocimiento y lenguaje.
¿Cómo ponerlo en práctica?
Es obvio que si tuviéramos la oportunidad de preguntar a los legisladores si están de acuerdo con las prácticas sostenibles tendríamos una respuesta unánime: ¡claro que sí! De hecho, se considera bueno y correcto. Los problemas surgen cuando se les pregunta qué quieren decir con sostenibilidad y cómo creen que se pueda lograr.
La sostenibilidad debe tener en cuenta el aspecto económico, social y político de la vida comunitaria y no admite demoras. Los métodos y las técnicas para avanzar hacia la sostenibilidad ya existen y están disponibles, por lo que el problema ahora es la voluntad política de llevarlos a cabo. Se deben tomar acciones para educar a las nuevas generaciones en sintonía con el respeto por el ambiente pensando en una ecología integral y con pensamiento global, ya que “todo está íntimamente conectado”, como recuerda el Papa Francisco.
La protección del medioambiente, la reducción de los residuos, la eficiencia energética, los componentes demográficos y humanos, la planificación urbana, la producción de alimentos que preserve sus bases biológicas, el consumo responsable, los modelos de gestión y organización (ciudades inteligentes) y, de manera más general, la sostenibilidad, son ahora fuerzas impulsoras de una nueva fase de crecimiento, o más bien de desarrollo consciente, a nivel mundial.
Debemos pensar y relacionarnos de manera diferente, entre nosotros y con el planeta. Necesitamos recuperar la sabiduría antigua que hemos olvidado, necesitamos descubrir nuevas formas y nuevas ideas que nos ayuden a avanzar hacia el nuevo paradigma.
Porque si bien el conocimiento técnico es esencial, para cambiar el paradigma debemos ir más allá, hacia la sabiduría. Esto implica una serie de modificaciones en la “mentalidad”: un cambio cultural. El Papa Francisco, en la encíclica Laudato Si’ y ahora en Fratelli Tutti, ha hecho una enorme contribución a este impostergable cambio de paradigma. Nos habla de la necesidad de pensar en disciplinas diferentes, de adoptar una perspectiva integral que involucre creencias y ciencia, y de la necesidad de participar en cambios contraculturales para combatir nuestra cultura del descarte.
Entre el 23 y el 25 de octubre pasados, tuvo lugar en Roma y fue transmitido a todas las latitudes y traducido a cinco idiomas, el congreso “Nuevos caminos hacia una ecología integral. Cinco años después de la Laudato Si’”. Dicho evento dio un aporte importante a este camino de reflexión con ponencias y experiencias realizadas justamente desde disciplinas diferentes, y que pusieron de relieve la riqueza de esta posible cooperación e integración entre las ciencias ambientales, la tecnología, la economía, la sociología, y –por qué no– también la teología.
En una de las intervenciones, la académica y activista escocesa-irlandesa Lorna Gold hablaba de que es posible identificar cuatro mentalidades interconectadas, que el Papa Francisco señala en la Laudato Si’, que impulsan sistemáticamente estilos de vida y políticas insostenibles. Estas mentalidades son tan omnipresentes en nuestra cultura occidental que se dan por sentadas en muchas de nuestras políticas y acuerdos institucionales a nivel global. Tenemos que hacer algunas transiciones interesantes: pasar de la búsqueda del provecho a la lógica del don, del pensamiento cerrado a la transdisciplinaridad, de los razonamientos a breve término, a miradas que incluyan a las futuras generaciones, del localismo a la fraternidad universal.
Por lo tanto, si logramos detener esta loca carrera hacia la destrucción será solo porque cada uno de nosotros se habrá dado cuenta de lo que realmente está sucediendo. Será solo porque cada uno de nosotros, con sus propias elecciones de consumo, de voto y de estilo de vida, obligará a los ricos a no explotar más nuestro planeta, obligará a las empresas a ser verdaderamente sostenibles, forzará a la innovación tecnológica para que sirva al bien común, obligará al mercado a respetar nuestra calidad de vida imponiendo a la política para que se convierta en un auténtico garante.
En una casa común, el futuro es común y depende solo de quienes viven en ella.
* Las autoras son doctora en Bioquímica, docente e investigadora en Química verde (Decarlini) e ingeniera agrónoma y doctora en Salud Ambiental (Herrero).