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Personaje

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Página treinta

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Un “ángel” en la tierra

Su segundo nombre resume lo que este enfermero significa para quienes son testigos de su cuidado y acompañamiento a personas en la etapa final de sus vidas

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Hablar con Miguel Ángel, ya sea de manera presencial o a través de una video llamada, como en este caso, lo llena a uno de paz y serenidad. Esas dos sensaciones, y muchas otras también positivas, son las que cualquiera buscaría experimentar siempre y, sobre todo, para vivir los últimos instantes de la vida. Es en esa etapa de la existencia en la que este hombre de 50 años, nacido en Alta Gracia, Córdoba (Argentina), acompaña a sus pacientes y sus respectivos familiares, poniendo en práctica con plenitud su vocación de enfermero especializa

do en cuidados paliativos, combinándola con su vocación de focolarino.

–¿Cuándo y cómo surge tu deseo de ser enfermero?

Estudié enfermería de grande, a los 37 años, porque mi vocación a esta tarea nace cuidando a mi mamá en terapia intensiva. Mientras la acompañaba nació dentro de mí un pensamiento: esto que hago por mi mamá, y que muchas veces hacía con las personas que estaban internadas a su alrededor, quizá puede ayudar también a otros. Sobre todo pensando en personas que quiero y que son ancianas.

–¿Cómo fue asumir esa confirmación vocacional mientras vivías lo que seguramente era un momento doloroso por la enfermedad de tu madre?

La experiencia tal vez era de dolor pero quizá también tuve las herramientas para poder vivirlo. No fue decir “estudio esto porque quiero ser un salvador”, sino porque era la manera de ayudar a otros. No puedo decir que esta vocación

nace del dolor sino de ver la posibilidad de llevar algo de alivio a estas personas que sufren. Dentro del dolor que atraviesan, ayudarlos en su propia dignidad para sobrellevarlo. Que no sea una persona que solo está en la fase final de su vida y que queda olvidada, sino que es un ser completo, entero.

–¿Te referís a un cuidado integral, no solo físico?

Me especialicé en el “cuidado paliativo fase final”, pero también curativo y por ancianidad. Una cosa que aprendí con la experiencia es que este ser que miro es un ser sagrado. Por eso trato de ser muy cuidadoso, sin descuidar su historia y su familia. Hay todo un cuidado completo, holístico (biológico, social y espiritual), más allá de las creencias del paciente.

–Sin dudas un plus a lo que es la tarea “técnica” del enfermero...

Exacto. Uno de los pacientes de ahora no solo me pidió el cuidado físico sino el cuidado y acompañamiento emocional y espiritual. Esta persona me dijo: “No creo en Dios pero necesito a alguien que me acompañe a transitar esta etapa y redescubrir esto que puede ser que esté pero que yo no lo he desarrollado”. Voy muy despacio, con mucho respeto, haciendo preguntas muy cuidadosamente y doy mucho tiempo a la respuesta. Trato de que la persona trabaje con su “Dios interior”. Uso así la palabra porque muchos saben que existe un ser supremo, evalúan su vida y sienten la necesidad de profundizar este aspecto antes de dejar esta tierra y pasar a otro plano.

Por otra parte, es importante trabajar mi propia interioridad. Son muy sinceros y si estoy ansioso se dan cuenta, entonces tengo que bajar un cambio. Por lo general son pacientes oncológicos, muy demandantes, y tengo que trabajar mucho en la paciencia, no perder la paz. Siempre que entro a una habitación tengo en cuenta la sacralidad. Estoy delante de alguien que es muy sagrado, y en ese sentido es el cuerpo de Jesús que estoy cuidando. Es Jesús sufriente y abandonado que me regala la posibilidad de cuidarlo.

–¿Cómo es la relación con los seres queridos del paciente? Imagino que puede haber familiares que están enojados con la vida por ver a su pariente en esa situación y personas agradecidas por la calidad del acompañamiento...

Mi trabajo es por recomendación, entonces por lo general tienen una idea previa de cómo trabajo. No obstante, siempre les digo que yo me incorporo al cuidado. Ellos, como familia, ya son un equipo y mi presencia tal vez trae algo que puede ayudar pero sin dejar de lado los aportes de ellos. Muchas veces me encuentro con familias que no están completamente unidas y ahí el trabajo es uno a uno con las personas, buscando aquello que los puede acercar entre sí. Se dan experiencias muy lindas.

–Hay mucha entrega de tu parte en este trabajo. ¿Qué sentís que recibís del paciente?

Mucho. Primero depende de los estadios, porque la persona puede encontrarse en la fase de “no aceptación del diagnóstico”. Entonces uno tiene que acompañar desde la pregunta pero sin dar respuestas: “¿Vos qué pensás sobre lo que estás viviendo?”. Y busco muchos espacios para que la persona pueda expresar todas sus emociones. Puede pasar que tal vez el médico haya sido un poco fuerte cuando dio el diagnóstico y las personas piensan que se van a morir inmediatamente. Entonces les digo: “Puede ser que tengas poco tiempo de vida, pero la última palabra, si vos creés en alguien superior, la tenés vos y tu Dios interior”. Y se abre la posibilidad de que el paciente tenga el deseo de analizar y revisar en su vida aquello sobre lo que le gustaría pedir perdón, agradecer a alguien o dedicar un poco de tiempo a aconsejar a sus hijos. Como apunto mucho al vínculo con el paciente, respeto mucho ese momento en que un familiar pueda entrar, estar con la persona y yo me quedo afuera. Ese espacio es de ellos. Y se dan sanaciones muy profundas.

–Seguramente has presenciado la partida de algunos pacientes. ¿Cómo vivís ese momento?

He podido acompañar a muchas personas. En muchos casos se ha genera-

do una empatía tan profunda que los pacientes me han elegido para morir conmigo al lado porque, según me decían, les transmitía serenidad y seguridad. Pero les aclaro que no soy yo sino alguien más grande que me las da en ese momento. Y me pasa algo fisiológico, porque siento lo mismo que el paciente está sintiendo. Es muy fuerte. Empiezo a sentir que mi corazón late más fuerte de lo normal. Miro a la persona porque veo que en ella se produce algo muy grande y le hago la pregunta de si está por partir. Algunas pueden responder, otras no. Pero su cara es como si se transfigurara. Es muy sagrado ese momento. Yo tengo que estar muy atento, porque es como si el paciente estuviera entre el cielo y la tierra, como en un despegue para pasar a otro plano. Por eso tengo que ser muy cuidadoso de no entorpecer ese momento sagrado. Para ello nunca trabajo cansado. Mis reflejos y mis sentidos tienen que estar alertas a todo. Por lo general las personas tienen mucho miedo a ese momento de partida. Y a veces en la medicina se usan analgésicos para que la persona esté sedada o tranquila y yo le digo “conmigo no lo vas a necesitar, pero no por mí sino porque Dios o el ser en el que vos creés, que es más grande que nosotros, te va a acompañar en este despegue. Y no vas a sentir nada”. Y la persona lo logra hacer. Entonces parte muy lúcida. Es muy fuerte porque vos tenés que dejar que pase Dios lo más transparente posible frente al dolor. En el caso de que haya otros seres queridos les pido, si son creyentes, que recen con él. No alcanzan las palabras para describir lo que se produce, más allá del dolor que genera. A estas personas les sugiero además que en lo posible se acerquen y le digan todo lo hermoso que esa persona les brindó (sobre todo cuando hay cuestiones no cerradas) y que van a ser felices ellos también, le agradecen y le piden perdón, aunque no haya nada para pedirle perdón. Entonces la persona siente que fue importante.

–¿Hay lugar para la alegría en un contexto ya de por sí dramático?

Soy cordobés y trato de darle un toque de humor, que hace bien. En todo este dramatismo también hay que hacer ver todo lo bello, entonces les pido que me cuenten mucho de sus vidas. Hay momentos de chistes, con respeto, que se sienta que nace de ellos y se produce mucha alegría. Cada segundo vale y aprovechan para vivirlo. A un paciente que estaba cuadripléjico le habían dicho que se moría en seis días. Él tenía 55 años, hijos adolescentes y una esposa destruida emocionalmente. “¿Quién dijo que te vas a morir en seis días? La médica no tiene la última palabra”, le aclaré. Sin ser creyente, le hablé de un ser superior que tenía la última palabra, que quizás ese tiempo se extendía y que no podía dejar de vivir ese momento con plenitud. Le pregunté qué le gustaría hacer. “Cebarle

mates a mi esposa”. Las manos todavía las podía mover. Vivió tres meses y le pudo cebar mates casi hasta el último día. Muchas veces nuestras palabras son valiosas, importantes y no podemos dar sentencias. Por eso trato de que el paciente sienta este pasaje de su vida distinto y que pueda aprovechar a su familia.

“Mirada luminosa”, “sonrisa”, “compañía”, “humor”, “un ser inolvidable, enviado por Dios”... Son solo algunas de las expresiones con las que los familiares de sus pacientes describen a Miguel después de haber tocado sus vidas a través del cuidado de un ser querido. Características que con su humildad él las atribuye a una gracia de Dios. La gracia de ser un ángel en la tierra.

Gebé y Doblevé

Resistir

Entre las noticias de hoy resaltó un titular: “Estrés por cuarentena: padres exhaustos”. En efecto, el periodo desde marzo hasta hoy fue particularmente difícil también para nuestra familia. El trabajo desde casa se superponía con las lecciones a distancia de nuestros hijos más grandes y con el entretenimiento de la pequeña Margarita, pasando por las inevitables crisis de una convivencia de 24 horas.

Si a esto le sumamos la falta de horarios del “trabajo inteligente” y la falta de alternativas a la “adoración” de una pantalla (pequeña o grande) por parte de los niños, entendemos por qué después de un tiempo hay quien comience a hablar, quizás exagerando un poco, de parental burnout (“agotamiento de los padres”).

Ahora va ciertamente mejor, pues Lucia y Máximo Massimino Vida de familia

la vida afuera se reanuda lentamente, pero la sensación de cansancio, quizás más mental que físico, persiste, quizás alimentada por la incertidumbre acerca del futuro.

Cuando alguien nos pregunta: “¿Cómo están?”, la respuesta que nos surge es: “resistiremos”, porque eso es exactamente lo que queremos hacer: resistir la fatiga y el cansancio, sin perder las ganas de seguir adelante juntos.

Un aspecto que siempre hemos tratado de mantener a lo largo de los años es la salvaguardia de la pareja: al fin y al cabo, antes de ser padres, somos marido y mujer y éste es el aspecto que más hemos echado de menos en los últimos meses. El rol parental es cansador y hermoso, porque significa cuidar a personas que se están desarrollando y que te necesitan, pero también hay que

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cuidar la relación de pareja, como a una criatura siempre viva y en crecimiento. Así que intentemos, retomando de a poco, de algún modo, las actividades “habituales”, cuidar, además de la familia, la relación de pareja, para poder regenerar los vínculos y afrontar juntos el futuro aún incierto día a día, con una fuerza renovada que es la única que realmente nos permitirá “resistir”.

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