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La crisis política

En la entrega anterior, la autora analizó la penosa situación que aflige al “Gigante norteño” desde el punto de vista sanitario y económico. En esta segunda y última parte se detiene en los aspectos políticos.

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Desde que comenzó la pandemia, tres ministros han sido desplazados. Además de los dos de Salud ya mencionados, el 24 de abril renunció Sergio Moro, el juez que se había hecho famoso por combatir la corrupción, liderando la operación “Lava Jato” que culminó con la prisión del expresidente Luis Inácio “Lula” da Silva.

Ministro de la primera hora de Bolsonaro, Moro dejó el Ministerio de Justicia presentando denuncias gravísimas contra el primer mandatario, a quien acusó de tráfico de influencias, venta de cargos e interferencias indebidas en los nombramientos en la Policía Federal y departamentos de Seguridad de algunos estados a fin de beneficiar a sus hijos, acusados de dudosas actividades con dinero público.

Una vez fuera del Gobierno, Sergio Moro amplió las denuncias y generó uno de los muchos procesos de pedidos de impeachment que se tramitan en el Máximo Tribunal, comprometiendo al presidente y al vicepresidente de la República, el general Hamilton Mourão.

En paralelo, todos los fines de semana Bolsonaro recibe frente al Palacio de Gobierno a seguidores que piden la intervención militar en Brasil y organizan actos en contra de las libertades democráticas. Para contrarrestar estas iniciativas, se organizaron varios movimientos opositores integrados no solamente por los partidos de izquierda, sino por todas las fuerzas de la sociedad civil que quieren la salida del actual mandatario.

Bolsonaro tiene -en el momento de escribir este artículo- entre el 25 y el 30 % de aprobación en las encuestas de opinión. Con el respaldo que implica que el 70 o 75 % de la población ya no lo quiere en la Presidencia, se realizan manifestaciones y actos públicos para exigir su salida. Pero les juega en contra la pandemia, que impide que muchos salgan a las calles para mantener el aislamiento social.

La crisis múltiple –sanitaria, económica y política– plantea un enorme desafío a la fe y la esperanza de todos los que

vivimos en Brasil. Tenemos dificultades para intuir una salida y una perspectiva de futuro en medio del caos que se ha instalado en nuestro país desde que un excapitán del Ejército, expulsado de las Fuerzas Armadas por mal comportamiento, ha llegado a la presidencia de la República por el voto directo en 2018.

Insistir en abrir brechas a la trascendencia resulta tan necesario para respirar como el aire que falta en los pulmones de los enfermos por el Covid-19. Y eso implica reflexionar especialmente sobre el sentido de la vida en medio de tanta muerte que tiende a crecer y ganar espacio.

La búsqueda del sentido

No pedí nacer y no quiero morir: este es el tema de la cuestión humana por el sentido. Y, sin embargo, la única cer

teza es que algún día moriré. Y ese día podría ser hoy, el próximo minuto, dentro de muchos años. La incertidumbre que acompaña a la certeza de la muerte hace que la vida humana sea única y llena de misterio.

El hecho de cuestionar la muerte, de hacer todo lo posible para evitarla, plantea la cuestión de que los seres humanos se entienden a sí mismos como hechos para la vida y no para la muerte.

Deseamos la vida. Y desde la fe podemos percibir que Dios no guarda silencio frente al dolor y el sufrimiento humanos. Por el contrario, se encarna y entra en este dolor y sufrimiento, asumiendo la vulnerabilidad de su criatura. Sufre en la carne y el dolor de las víctimas, abrazando su sufrimiento desde el interior.

Por otro lado, el trabajo incesante de los justos, creyentes y no creyentes, ex

presa que Dios no es cómplice del mal. Por el contrario, aunque no se lo conozca ni se lo nombre, Dios está luchando sin cuartel contra la injusticia y su fruto perverso, que es el sufrimiento de los inocentes. En esta lucha se hace presente, identificado con la víctima, y su pasión sigue su camino misterioso.

Como dijo el Papa Francisco, “nuestras vidas están entretejidas y respaldadas por personas comunes, generalmente olvidadas, que no aparecen en los titulares de periódicos y revistas o en las grandes pasarelas, pero que, sin duda, escriben hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”. Seguramente se refería a todos aquellos que, pertenecientes a diferentes religiones o a ninguna, están expuestos al riesgo de contagio por cuidar a los enfermos de la pandemia. Y también están ayudando

Alan Santos

a los pobres allí donde se encuentran, desamparados y vulnerables frente a la fuerza avasalladora de un virus para el cual todavía no hay remedio ni vacuna.

En medio de la dureza extrema de esa múltiple crisis, amenazados por diversos “virus” –de la corrupción, de la opresión, de la injusticia–, la esperanza se filtra por la experiencia de la actividad de esos justos. La hemos estado experimentando durante meses por medio de las vidas anónimas que tejen nuestra historia: agentes y profesionales de la salud, líderes comunitarios y muchos otros. Apoyados sobre la grandeza de estos brasileños hay esperanza de que Brasil pueda levantarse del abismo donde se encuentra y reconstruir su futuro.

*Teóloga y escritora brasileña, profesora en la Universidad Católica de Río de Janeiro.

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