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Especial

América Latina, el continente de la esperanza

¿Cómo resumir la mirada de Chiara Lubich sobre esta porción del mundo? Ella decía: “Soy un pincel en las manos del Artista”. Así lo fue, y gracias a sus visitas y a su aguda capacidad de escucha y de observación, “pintó” trazos de un cuadro realista y esperanzador

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Aquel “Artista”, a través de ella regalaba a la humanidad un carisma que precisamente llegaba a estas tierras cuando el Concilio Vaticano II maduraba una renovación audaz. Sus reflejos en América Latina se vieron plasmados en los documentos de las Conferencias Episcopales de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007).

Después de siglos de una pastoral dedicada casi exclusivamente a la conservación de la herencia del pasado, con Medellín y Puebla nacía un nuevo modo de ser y hacer Iglesia, que planteaba el compromiso de todo cristiano en la transformación de la realidad económica, política y social como encarnación del Evangelio.

En esta coyuntura histórica llegaban a nuestro continente los primeros anuncios del carisma de la Unidad, que desde sus orígenes integraba vida evangélica y compromiso social.

Dejemos a una de las primeras compañeras de Chiara, Lía Brunet, narrarnos esos momentos: “Después de horas y horas de avión, con una cierta emoción divisamos tierra: es la isla de Natal. El agua del océano penetra con su espuma sobre la costa y el azul de sus diversas corrientes contrasta con la tierra roja del nuevo continente que nos espera” 1 .

Lía, Marco Tecilla y Fiore Ungaro desembarcaban en Recife en 1958. Un año después, Chiara misma llegaría también allí a visitar los dos primeros focolares de Sudamérica, el mismo día que Fidel Castro asumía el gobierno de Cuba. Nada es coincidencia, lo comprenderemos más tarde.

La Iglesia de aquellos años penetraba en las situaciones concretas, se dirigía no sólo a los bautizados sino a todos, cristianos de otras Iglesias y aquellos que no se concebían creyentes de alguna religión. Desde la mirada a la fraternidad universal, también el mensaje de Lubich buscaba, como hasta hoy, invitar a todos, más allá de un credo religioso, a ser parte de una humanidad nueva hermanada por el amor.

Por aquellos años, Chiara en comunión con el “Artista” nos iluminó sobre cómo el Evangelio está hecho para cada cultura. Invitó a los jóvenes a ver cada continente en su designio particular, aquello que tiene de propio para ofrecer al resto de los pueblos. Penetrando en las oscuridades –hoy con el Papa Francisco diríamos las periferias materiales y existenciales– fue rescatando aquellas debilidades que a la vez podían convertirse en fortaleza y don.

¿Qué comprendió Chiara para América Latina?

“Una compañera y también un compañero de los primeros tiempos fueron a América del Sur y allí se dieron cuenta de todos los males sociales que existen y de la necesidad de dar un aporte inmediatamente”. Es Chiara misma quien habla, en julio de 1969. “Ya la primera generación -es decir los focolarinos- había empezado a hacer algo poniéndose a trabajar en los mocambos donde la gente está en la miseria, con el fin de rescatarlos y darles la dignidad de hijos de Dios, hasta el punto que ahora ellos mismos ya no esperan recibir limosna de los demás sino que son ellos mismos quienes dan. Después también en Argentina se vio la necesidad de resolver muchos problemas, porque también allí están estallando estas revoluciones, precisamente porque tienen todos estos problemas sociales por resolver. En fin, hay que reconstruir completamente la ciudad, en el sentido amplio de la palabra”.

Reconstruir o mejor, construir aquella ciudad donde todos tengan un lugar. Chiara comprendió profundamente

que se trataba de un continente marcado por fuertes contrastes sociales y a la vez con una profunda riqueza ancestral de la que hemos heredado el valor de la comunidad: “Esta diversidad, en realidad, solo ahora podemos aferrarla, comprenderla. Porque solo ahora comenzamos a acercarnos a esos pueblos ya no con la actitud de los colonizadores, que van para imponer el propio modo de pensar y de ver, considerándolo el único justo y válido. Solo ahora comenzamos a acercarnos a esos pueblos con el debido respeto, con la humildad de quien sabe que siempre debe aprender” (diciembre de 1972).

La sensibilidad para construir relaciones, el sentido de familia, son nuestros tesoros. Por ello, Chiara dijo que nuestro continente era el de la socialidad.

En aquellos años de fuerte ebullición ideológica surgía la segunda generación del Movimiento de los Focolares: “Jóvenes del mundo, unánse” –les pedía Chiara 2 – respondiendo a la inspiración carismática para un momento donde las convicciones en el campo doctrinal y moral estaban en profunda crisis de sentido.

En nuestras tierras, muchos jóvenes se apasionaban por las luchas socialistas. Chiara los lanzaba a contrarrestar esta contestación con la revolución pacífica evangélica.

A medida que se difundieron las comunidades del Movimiento en América Latina, sintieron la vocación de “morir por la propia gente” 3 yendo al encuentro de personas en situaciones de pobreza, desnutrición, mortalidad infantil, analfabetismo, generando iniciativas sociocomunitarias que, en su mayoría, perduran hasta hoy.

Una de las primeras expresiones de Chiara sobre nuestro continente, emblemática para aquella época, penetraba precisamente en la llaga más profunda de nuestros pueblos: la desigual distribución de los bienes.

“En este continente en el que vienen tan en evidencia los problemas sociales, podemos hacer como si fuera un lugar de entrenamiento, de ejercicio, donde se experimente cuán capaz es este ideal de resolver los problemas sociales… ¿Cuál es la solución a los problemas sociales? La solución es construir la ciudad del hombre; es decir, hacer nacer la ciudad en la que el hombre pueda vivir bien; no una capital sino la ciudad en el sentido de una convivencia, una comunidad, donde el hombre pueda vivir bien” (diciembre de 1970).

Sin duda fue la primera semilla de la Economía de Comunión, inspiración del carisma a construir un modelo económico que tiene en el centro al ser humano en todas sus dimensiones. Comunión en la libertad y desde la reciprocidad, dignificando a cada uno en su posibilidad no solo de recibir sino de dar siempre algo de sí a los demás. Economía que tiene que ver con que cada aspecto de la vida de nuestras ciudades esté renovado por el amor.

Cuando Maria Voce –primera presidente de los Focolares después de la muerte de Chiara– visitó el continente nos invitó a vernos como nos ve Dios, quien nos creó esencialmente iguales,

pero existencial y culturalmente diversos: “En un mundo globalizado se siente el deseo de que cada uno sea reconocido por lo que es, que cada hombre pueda dar lo que tiene, sus talentos… Y esto (…) no solo en América Latina. Pero aquí, precisamente por la presencia de tantas culturas, de tantas etnias, de tantas tradiciones y expresiones, se puede demostrar que es posible. Y una vez que se ha experimentado se puede llevar esta realidad a otras partes del mundo. Aquí, por la presencia de tantos pueblos, tenemos esta posibilidad única de testimoniar al mundo entero que es posible la armonía en la diversidad” (Guatemala, abril de 2012).

Chiara nos sigue mirando desde el Paraíso. Que en estos tiempos donde nuevamente el otro puede ser una amenaza, nos recuerde que porque somos distintos podemos llegar a la unidad. O, mejor, a la verdadera unidad, que contiene en sí todas las diversidades posibles.

1 Brunet, L., Alle radici. Le origini del Movimento dei Focolari in Sudamerica. Cittá Nuova. Roma, 2003. 2 Discurso fundacional del Movimiento Gen. Roma, 1968. 3 Discurso a los jóvenes. Roma, diciembre, 1971.

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