Especial
Centenario Chiara Lubich 1920-2020 Patricia Santoianni
América Latina, el continente de la esperanza ¿Cómo resumir la mirada de Chiara Lubich sobre esta porción del mundo? Ella decía: “Soy un pincel en las manos del Artista”. Así lo fue, y gracias a sus visitas y a su aguda capacidad de escucha y de observación, “pintó” trazos de un cuadro realista y esperanzador Aquel “Artista”, a través de ella regalaba a la humanidad un carisma que precisamente llegaba a estas tierras cuando el Concilio Vaticano II maduraba una renovación audaz. Sus reflejos en América Latina se vieron plasmados en los documentos de las Conferencias Episcopales de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). Después de siglos de una pastoral dedicada casi exclusivamente a la conservación de la herencia del pasado, con Medellín y Puebla nacía un nuevo modo de ser y hacer Iglesia, que planteaba el compromiso de todo cristiano en la transformación de la realidad económica, política y social como encarnación del Evangelio. En esta coyuntura histórica llegaban a nuestro continente los primeros anuncios del carisma de la Unidad, que desde sus orígenes integraba vida evangélica y compromiso social. Dejemos a una de las primeras compañeras de Chiara, Lía Brunet, narrarnos
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Ciudad nueva - Octubre 2020
esos momentos: “Después de horas y horas de avión, con una cierta emoción divisamos tierra: es la isla de Natal. El agua del océano penetra con su espuma sobre la costa y el azul de sus diversas corrientes contrasta con la tierra roja del nuevo continente que nos espera”1. Lía, Marco Tecilla y Fiore Ungaro desembarcaban en Recife en 1958. Un año después, Chiara misma llegaría también allí a visitar los dos primeros focolares de Sudamérica, el mismo día que Fidel Castro asumía el gobierno de Cuba. Nada es coincidencia, lo comprenderemos más tarde. La Iglesia de aquellos años penetraba en las situaciones concretas, se dirigía no sólo a los bautizados sino a todos, cristianos de otras Iglesias y aquellos que no se concebían creyentes de alguna religión. Desde la mirada a la fraternidad universal, también el mensaje de Lubich buscaba, como hasta hoy, invitar a todos, más allá de un credo religioso, a ser parte de una humanidad nueva hermanada por el amor.
Por aquellos años, Chiara en comunión con el “Artista” nos iluminó sobre cómo el Evangelio está hecho para cada cultura. Invitó a los jóvenes a ver cada continente en su designio particular, aquello que tiene de propio para ofrecer al resto de los pueblos. Penetrando en las oscuridades –hoy con el Papa Francisco diríamos las periferias materiales y existenciales– fue rescatando aquellas debilidades que a la vez podían convertirse en fortaleza y don. ¿Qué comprendió Chiara para América Latina? “Una compañera y también un compañero de los primeros tiempos fueron a América del Sur y allí se dieron cuenta de todos los males sociales que existen y de la necesidad de dar un aporte inmediatamente”. Es Chiara misma quien habla, en julio de 1969. “Ya la primera generación -es decir los focolarinos- había empezado a hacer algo poniéndose a trabajar en los mocambos donde la gente está en la miseria, con el fin de rescatarlos y darles la dignidad de hijos de Dios, hasta el punto que ahora ellos mismos ya no esperan recibir limosna de los demás sino que son ellos mismos quienes dan. Después también en Argentina se vio la necesidad de resolver muchos problemas, porque también allí están estallando estas revoluciones, precisamente porque tienen todos estos problemas sociales por resolver. En fin, hay que reconstruir completamente la ciudad, en el sentido amplio de la palabra”. Reconstruir o mejor, construir aquella ciudad donde todos tengan un lugar. Chiara comprendió profundamente